OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Finales de mayo
Hay mañanas en las que todavía me despierto con la respiración agitada, en las que debo colocar mi cabeza entre las rodillas al sentarme en el borde de la cama y contar mis respiración para calmar la ansiedad de estar donde me encuentro, dudando de si es una buena idea caminar sobre pasos ya dados, si esta vez sabré tomar decisiones que me salven de la caída tan abrupta que sigue casi siempre a ascender tan a prisa y encontrarse en lugares impensados. Una vez creí que sabría cómo salir indemne de un juego de poderes, desde entonces no haga más que ser cauta con las oportunidades de poder que se me dan, y por eso dejo pasar un tiempo desde mi nombramiento hasta poder llamar a la rehén de la alcaldía de la que sé que llevan entreteniéndose por meses. Pido que la conduzcan a una de las salas de la base de seguridad, que la dejen allí y se retiren todos, así puedo contar con una pseudo-confidencialidad en nuestra plática.
Las indicaciones cuando caminas por el infierno es no prestar oídos a los lamentos de los que están siendo torturados, son los mismos espíritus que te capturarán y te arrastrarán a sus miserias, la única forma de cruzar ese sitio maldito es avanzar con la vista puesta al frente y sin escuchar. Por eso anulé mi capacidad de escuchar las penas de otras personas, ni siquiera hago el trabajo de pensar sí se lo merecen o no, cuando son personas que nada tienen que ver conmigo. No me regodeo sobre la miseria ajena como puede creerse de mí a la ligera, así como hay unas pocas personas a las que prendería fuego a sus huesos, la mayoría me resulta indiferente. Pero hay a quienes puedo echar un vistazo de reojo, ahora que parece que su martirio satisfizo a los rencores profundos, en solidaridad a ese sentimiento espero a finales de mayo para encontrarme con Ballard.
La miro, miro todo en ella, el daño visible a su cuerpo en los rasgos y la postura, qué tanto llena su ropa, cuál es el tono de su mirada más que su voz, miro cada detalle que me diga que tanto la ha matado esta guerra personal en la que pelea sola, aunque tenga a Franco, solo ella sabe lo que cada cosa sufrida le significó. —Hace unas noches tuve un sueño en el que me acompañaban dos muchachas, muy jóvenes, una de ellas cuidaba de la otra y se preocupaba tanto, que tuve que preguntarle a qué se debía. Me dijo que su amiga había perdido un bebé, que le preocupaba lo afectada que había quedado, que no parecía poder abandonar el dolor que sentía— comienzo a hablar al caminar hacia una de las sillas para poder sentarme. —Y yo le dije «lo bueno de la juventud, es que ningún dolor duele demasiado tiempo, porque cuando somos jóvenes la vida pasa a prisa»…—. Recuesto mi espalda contra el respaldo de la silla y cruzo mis piernas para mayor comodidad. —Me desperté diciendo… que consejo de mierda— digo con el mismo tono asqueado con el que lo pensé en ese momento. —¿Cuántos años tienes?— pregunto, en su expediente dice veintisiete, pero mirándola de cierta forma parece mucho más joven, mirándola de otra, mucho mayor.
Me gustaría hacerme la valiente y decir que no estoy inquieta hasta el punto en que siento mis latidos en mis oídos, pero no puedo. Ya dentro del ministerio me había causado una mala sensación el grupito que había entrado a interrumpir las pruebas, no era algo normal pero los científicos no se habían demorado ni dos segundos en desconectar los sensores e indicarme que me vista para acompañar a los aurores. Claro que si eso no fuese desde ya lo suficientemente raro como para inquietarme, en el momento en que nos aparecemos en un cuarto no tengo ni que mirar alrededor para saber donde me encuentro. Es algo en el aire, como un olor casi ferroso que inunda mis fosas nasales y me deja más alerta de lo que debería. Incluso el ambiente es frío, pero no es la misma sensación helada que en algún momento había llegado a quemar.
Hay sillas en la habitación en la que me dejan, pero es la obstinación misma la que me impide sentarme. ¿Acaso debo esperar y portarme como una niña buena? No lo hago, y sea quien sea que entre por la puerta, no va a encontrarme sumisa a la espera de nada. Por alguna extraña razón, no me sorprende que sea Hasselbach la que entra por la puerta y creo que comenzaré a armarme una libreta con espacios especiales para que cada ministro o figura de autoridad que quiera verme lo firme. Ya a estas alturas coleccionaba ministros hasta el punto en que no sabía si había alguien que me faltara conocer. ¿Tal vez Leblanc? No recuerdo haber tenido un encuentro con ella frente a frente al menos. Se que a Jensen me la había perdido, una lástima, los rumores decían que le tenía especial aprecio a los squibs y que algunas cosas que me hacían era para continuar con dejos de su investigación.
- Menos mal que tu yo consciente puede darse cuenta de que ese consejo es una estupidez. Sino habría perdido desde ya cualquier tipo de respeto que pudiera tenerte. - El solo hecho de pensar que los dolores tan profundos como una pérdida de esa magnitud se pasaban rápido en la juventud… ¿Qué consideraba juventud, además? Fui siguiendo su camino con la mirada, y por un segundo considero el imitar su acción, pero por momentos me siento más cómoda recargando mis antebrazos en el respaldo de la silla, de pie, a la espera de entender a qué demonios se debía tanto teatro. - ¿Acaso esto es otra de esas sesiones psicológicas o de probar la verdad? Generalmente me tienen conectada a diferentes sensores para eso. - Estiro mi muñeca solo para ver si la marca circular del electrodo todavía se hallaba marcada, y aunque está difusa todavía se distingue. - Supongo que puedo darte el gusto. Tengo veintisiete. ¿Vienes a darme un consejo más útil que el de tu sueño o simplemente tenías que conocer al bicho raro?
Hay sillas en la habitación en la que me dejan, pero es la obstinación misma la que me impide sentarme. ¿Acaso debo esperar y portarme como una niña buena? No lo hago, y sea quien sea que entre por la puerta, no va a encontrarme sumisa a la espera de nada. Por alguna extraña razón, no me sorprende que sea Hasselbach la que entra por la puerta y creo que comenzaré a armarme una libreta con espacios especiales para que cada ministro o figura de autoridad que quiera verme lo firme. Ya a estas alturas coleccionaba ministros hasta el punto en que no sabía si había alguien que me faltara conocer. ¿Tal vez Leblanc? No recuerdo haber tenido un encuentro con ella frente a frente al menos. Se que a Jensen me la había perdido, una lástima, los rumores decían que le tenía especial aprecio a los squibs y que algunas cosas que me hacían era para continuar con dejos de su investigación.
- Menos mal que tu yo consciente puede darse cuenta de que ese consejo es una estupidez. Sino habría perdido desde ya cualquier tipo de respeto que pudiera tenerte. - El solo hecho de pensar que los dolores tan profundos como una pérdida de esa magnitud se pasaban rápido en la juventud… ¿Qué consideraba juventud, además? Fui siguiendo su camino con la mirada, y por un segundo considero el imitar su acción, pero por momentos me siento más cómoda recargando mis antebrazos en el respaldo de la silla, de pie, a la espera de entender a qué demonios se debía tanto teatro. - ¿Acaso esto es otra de esas sesiones psicológicas o de probar la verdad? Generalmente me tienen conectada a diferentes sensores para eso. - Estiro mi muñeca solo para ver si la marca circular del electrodo todavía se hallaba marcada, y aunque está difusa todavía se distingue. - Supongo que puedo darte el gusto. Tengo veintisiete. ¿Vienes a darme un consejo más útil que el de tu sueño o simplemente tenías que conocer al bicho raro?
Me reclino en mi asiento al ladear la cabeza para mirarla, así desafiante como trata de mostrarse al pararse sobre sus pies, con lo que supongo que son las ganas contenidas de patear todos estos muebles y golpear las paredes. —Entonces… que bueno que el respeto que pueda o no tenerme la gente me lo pase por el culo—. Respeto es lo último que espero encontrar donde sea, en el norte no había respeto a nada, al colocarme un uniforme del ministerio lo que me hicieron sentir otros fue su tolerancia a las parias, porque no fuimos más que soldados engrosando sus filas de por sí mermadas, por culpa de gente… como ella. Puedo tratar con el desprecio, lo busco adrede en más de una ocasión, en más de una persona, no es mi propósito en esta charla, pero que esté presente hace que me sienta casi en mi zona de confort, así que le sonrío cuando pone por delante preguntas por las cuales no me inmuto. —No es mi área…— es mi respuesta escueta, mostrando mi poco interés en la fracción que me muestra de su brazo. —Simplemente quería ver al bicho raro— contesto, mis ojos subiendo a su rostro para fijarme cuánta vida le ha pasado en veintisiete años, suele verse claro en la mirada de las personas.
—Me enteré que has pasado por mucho desde que te capturaron— digo, no soy yo quien tiene que verbalizar todas y cada una de las cosas que le hicieron dentro de esa primera celda en la que estuvo, las sesiones que le siguieron luego en el laboratorio, nada que tenga que ver conmigo y lo mismo recibe mi curiosidad. —No es morbo, tengo una inclinación peligrosa hacia las personas que están rotas…— sigo, muevo mi silla para mecerme suavemente, —¿estás rota, Ballard?— pregunto. Hay quienes preguntan sobre educación, trabajo y pasatiempos, yo ahondo en las heridas de las personas, si no hay herida pierden mi interés. Eso que ella dice para etiquetarse a sí misma, así como una vez lo hablé con Maeve al llamarse «problemas con patas» o algo parecido, tiene su atractivo para mí. —¿Has vuelto a entrenar?— parece una pregunta salida de la nada, una provocación al estado en que seguramente la reducen los experimentos que hacen con ella, pero no lo es. —¿Con Franco al menos?— quien tengo entendido que es su compañero en suerte, mala suerte para ser más precisos.
—Me enteré que has pasado por mucho desde que te capturaron— digo, no soy yo quien tiene que verbalizar todas y cada una de las cosas que le hicieron dentro de esa primera celda en la que estuvo, las sesiones que le siguieron luego en el laboratorio, nada que tenga que ver conmigo y lo mismo recibe mi curiosidad. —No es morbo, tengo una inclinación peligrosa hacia las personas que están rotas…— sigo, muevo mi silla para mecerme suavemente, —¿estás rota, Ballard?— pregunto. Hay quienes preguntan sobre educación, trabajo y pasatiempos, yo ahondo en las heridas de las personas, si no hay herida pierden mi interés. Eso que ella dice para etiquetarse a sí misma, así como una vez lo hablé con Maeve al llamarse «problemas con patas» o algo parecido, tiene su atractivo para mí. —¿Has vuelto a entrenar?— parece una pregunta salida de la nada, una provocación al estado en que seguramente la reducen los experimentos que hacen con ella, pero no lo es. —¿Con Franco al menos?— quien tengo entendido que es su compañero en suerte, mala suerte para ser más precisos.
La esquina de mi labio se tuerce en una media sonrisa que no escondo, pero tampoco le regalo abiertamente. - Oh, me gusta eso de la falta de hipocresía. No creo que te sirva de nada, pero tus compañeros y tu presidente tienen predilección por los largos discursos altruistas y los momentos ensayados. - Eran de los que preferían jugar con la comida antes de comer, teniendo que demostrar la superioridad que tenían sin sacar las garras de tu cuello. - Supongo que aquí me tienes. - Extiendo una mano que me señala de pies a cabeza y opto por tirar de la silla hacia atrás para tomar asiento, desganada sí, pero puedo permitírmelo después de analizar la postura que parece tener. - Creo que siempre que me ven esperan que sea más alta, espero no decepcionar demasiado.
Oh claro, me había olvidado que hasta hace unos meses era Riorden quien ocupaba su cargo, no había tenido la oportunidad de verme reducida dentro de aquella celda. - ¿Tu crees? Puede ser, la ética no suele ser válida en la guerra así que no voy a culparlos por optar por medidas casi inhumanas. No será morbo, pero está bastante cerca de serlo. - Podía ponerle el nombre que quisiera, pero sin morbo no se puede mostrar tan impasible ante las cosas que me hicieron vivir dentro de esas cuatro paredes. - ¿Me creerías si te dijera que no? Pareces inteligente así que lo dudo, me tomaré la libertad de no contestar a esa pregunta. - No iba a contestar en voz alta para darle el gusto, hoy en día podía reconocerlo, pero no andaría divulgando mis debilidades incluso aunque el resto pudiera verlas. Estaría rota, pero al dejar las piezas para que pudiera juntarlas, solo hacía falta un poco de pegamento y la paciencia para volver a armarme. No estaba cómoda con mi situación actual, pero tampoco iba a quedarme tirada en un rincón para siempre. - ¿Cuentan las sesiones en la cinta y las mediciones de fuerza? No lo he hecho, al principio me costaba moverme, supongo que ahora he perdido la costumbre y bueno… no creo que nos presten la sala de entrenamiento para ponerme en forma. Tengo esta reputación de asesina y esas cosas que los demás no quieren cultivar, una pena la verdad.
Oh claro, me había olvidado que hasta hace unos meses era Riorden quien ocupaba su cargo, no había tenido la oportunidad de verme reducida dentro de aquella celda. - ¿Tu crees? Puede ser, la ética no suele ser válida en la guerra así que no voy a culparlos por optar por medidas casi inhumanas. No será morbo, pero está bastante cerca de serlo. - Podía ponerle el nombre que quisiera, pero sin morbo no se puede mostrar tan impasible ante las cosas que me hicieron vivir dentro de esas cuatro paredes. - ¿Me creerías si te dijera que no? Pareces inteligente así que lo dudo, me tomaré la libertad de no contestar a esa pregunta. - No iba a contestar en voz alta para darle el gusto, hoy en día podía reconocerlo, pero no andaría divulgando mis debilidades incluso aunque el resto pudiera verlas. Estaría rota, pero al dejar las piezas para que pudiera juntarlas, solo hacía falta un poco de pegamento y la paciencia para volver a armarme. No estaba cómoda con mi situación actual, pero tampoco iba a quedarme tirada en un rincón para siempre. - ¿Cuentan las sesiones en la cinta y las mediciones de fuerza? No lo he hecho, al principio me costaba moverme, supongo que ahora he perdido la costumbre y bueno… no creo que nos presten la sala de entrenamiento para ponerme en forma. Tengo esta reputación de asesina y esas cosas que los demás no quieren cultivar, una pena la verdad.
—Nunca me oirás decir que actuamos desde las buenas intenciones, sabemos que eso no es cierto— murmuro, debe ser la pesadez del sueño de la primera hora, que me hace sonar desganada al hablar de una verdad que está a la vista de todos, a pesar del cruce de discursos que hay de un lado y del otro, por algo en el encuentro con Black en la alcaldía no colaboré en los intentos de negociación del ministerio. Mentir a la cara no es la habilidad que hayan visto en mí para colocarme donde estoy, lo tomo más por el lado de que soy quien da el golpe sin hacer preguntas. —Tenía mis expectativas puestas en otras cosas que nada tienen que ver con la altura— señalo, en la abierta mirada que le lanzo para examinarla, que para eso la he llamado.
Me interesa más ver las marcas que las sesiones de estos meses hayan dejado sobre ella y su carácter, sus respuestas me entretienen lo suficiente como para continuar con los labios presionados en un silencio que la deja hablar y solo intervengo cuando un punto me da el turno. —Me refería al morbo del interés de una persona sobre el sufrimiento de otra. Las maneras en que llevamos adelante esta guerra creo que cada quien sabe cuáles elige y sigo siendo de la opinión de que me importa cumplir con las mías, cada persona puede encargarse de las suyas, no hace falta formar un coro o mirar al vecino…— entorno los ojos porque al ser mujer trabajando entre delincuentes del norte, escuchas sus mierdas como proezas y todo se reduce a una competencia de quien la tiene más larga. —No me interesa quien haga qué cosa…— susurro, —pero aunque cueste creerlo sí me interesa qué queda de la persona que pasa por eso…— golpeo con mis dedos el apoyabrazos.
Permanezco callada cuando en vez de un simple sí o un no que sabremos que es mentira, manifiesta su deseo de no contestar y eso también dice algo de ella, que está a la defensiva y está trazando una línea de la que no voy a pasar. No tiene intención de mostrar los pedazos que quedaron bajo su piel. —Cuando te sientas lista…— pareciera que no la he escuchado, pero sí lo he hecho, —le diré a Franco que puede traerte a entrenar en un horario en que la mayoría esté en sus casas— decido. Sí, seguramente me llamarán para decirme que está mal, que lo prohíba, estaré esperando esa llamada para ir y decirle a Franco que se cancelan los entrenamientos, mientras tanto… —Esa reputación de asesina, ¿eh?— trato de enfocar sus ojos. — Aparte de asesina, ¿cuáles son tus otras etiquetas?— pregunto.
Me interesa más ver las marcas que las sesiones de estos meses hayan dejado sobre ella y su carácter, sus respuestas me entretienen lo suficiente como para continuar con los labios presionados en un silencio que la deja hablar y solo intervengo cuando un punto me da el turno. —Me refería al morbo del interés de una persona sobre el sufrimiento de otra. Las maneras en que llevamos adelante esta guerra creo que cada quien sabe cuáles elige y sigo siendo de la opinión de que me importa cumplir con las mías, cada persona puede encargarse de las suyas, no hace falta formar un coro o mirar al vecino…— entorno los ojos porque al ser mujer trabajando entre delincuentes del norte, escuchas sus mierdas como proezas y todo se reduce a una competencia de quien la tiene más larga. —No me interesa quien haga qué cosa…— susurro, —pero aunque cueste creerlo sí me interesa qué queda de la persona que pasa por eso…— golpeo con mis dedos el apoyabrazos.
Permanezco callada cuando en vez de un simple sí o un no que sabremos que es mentira, manifiesta su deseo de no contestar y eso también dice algo de ella, que está a la defensiva y está trazando una línea de la que no voy a pasar. No tiene intención de mostrar los pedazos que quedaron bajo su piel. —Cuando te sientas lista…— pareciera que no la he escuchado, pero sí lo he hecho, —le diré a Franco que puede traerte a entrenar en un horario en que la mayoría esté en sus casas— decido. Sí, seguramente me llamarán para decirme que está mal, que lo prohíba, estaré esperando esa llamada para ir y decirle a Franco que se cancelan los entrenamientos, mientras tanto… —Esa reputación de asesina, ¿eh?— trato de enfocar sus ojos. — Aparte de asesina, ¿cuáles son tus otras etiquetas?— pregunto.
¿Una ministra de defensa que no actúa desde las buenas intenciones y lo admite? Aplausos para Aminoff y su nueva política en los puestos. Prefería eso que las miradas distantes y lastimeras, esas que trataban de darle un sentido a cosas que no lo tenían sin poner el “estamos en una guerra” al inicio de la oración. No es que yo no recayera en esa falsa hipocresía de sentir de más cosas que yo misma me he buscado, pero al menos el admitir que las buenas intenciones no eran el motor detrás de las acciones… pues bueno, esto haría que la charla fuese algo más entretenida. - Oh, entonces es peor. Quieres analizarme. Pues bueno, espero no decepcionar al final de la charla. ¿Qué me harás si al final no cumplo con tus expectativas? - Es una pregunta que me nace desde la curiosidad absoluta y no desde el temor.
Tardo unos segundos en procesar lo que dice y a dónde quiere llegar, eso de las comparaciones y las competencias inútiles. Cuando lo hago, puedo pintar mejor su imagen y entiendo un poco más qué es lo que busca en realidad ver en mí. - Entonces eres un buitre. Sin ofender, me es más fácil visualizar los caracteres de la gente de esa forma y se me viene la palabra “carroñero” luego de lo que me explicas. - Había muchos depredadores dentro del ministerio a los que podía leer con facilidad, Rebecca Hasselbach no parecía ser sencilla, pero los buitres tampoco lo eran. - Puedo estar equivocada, nos acabamos de conocer después de todo, pero como está este acuerdo tácito de nada de hipocresía en el aire…
Me toma verdaderamente por sorpresa con su ofrecimiento y creo que mi expresión lo demuestra. El respaldo de la silla se acomoda con suavidad cuando dejo de recargar mi peso sobre él y me inclino más erguida hacia adelante. - Dicen que a caballo regalado no se le miran los dientes, pero siento que estás poniendo un escorpión en mi mano y pidiendo que lo acaricie. ¿Para qué quieres que entrene? No me malinterpretes, tampoco me agrada la idea de estar aquí dentro más tiempo del que debería, pero si lo ofreces supongo que sabrás lo mucho que eso significaría para mí. - No sabía siquiera a qué tipo de entrenamiento hacía referencia, pero había nombrado a Ben y… ¿qué? - Llámalo paranoia, pero siento que el que entrene es lo último que tu presidente querría y no sé hasta que punto es un beneficio a corto plazo, o un castigo a largo… ¿Entrenar sin repercusiones? - Apoyo un codo sobre la mesa y me adelanto hasta que mi palma se posa sobre mi cuello, frotando con cuidado y tratando de no sobreanalizar. - Supongo que depende, aquí por sobre todas las cosas soy una asesina, una rebelde, una paria o una squib. - Nadie podía mirar más allá de ellos, nadie quería hacerlo en realidad. - Antes de eso solía creerme soldado, exploradora, compañera… Era una hija y una hermana, pero esos títulos ya quedaron en el pasado, ¿no?- Todos tenían el verbo “era” por delante, como marcando una diferencia y dejando cada cosa que fui en el pasado. - Supongo que ahora soy simplemente yo, ¿y eso es lo que más molesta, no? Incluso después de todo, y aunque parece que lo olvido muchas veces, sigo siendo yo. ¿Qué hay de tí, Rebecca? ¿También portas muchas etiquetas que al fin y al cabo no sirven de nada? - No he comprado en una tienda en siglos, pero sé que mucha gente suele ver el precio o la marca de las cosas, antes de fijarse en el objeto en sí mismo. Acá parecía funcionar de la misma forma.
Tardo unos segundos en procesar lo que dice y a dónde quiere llegar, eso de las comparaciones y las competencias inútiles. Cuando lo hago, puedo pintar mejor su imagen y entiendo un poco más qué es lo que busca en realidad ver en mí. - Entonces eres un buitre. Sin ofender, me es más fácil visualizar los caracteres de la gente de esa forma y se me viene la palabra “carroñero” luego de lo que me explicas. - Había muchos depredadores dentro del ministerio a los que podía leer con facilidad, Rebecca Hasselbach no parecía ser sencilla, pero los buitres tampoco lo eran. - Puedo estar equivocada, nos acabamos de conocer después de todo, pero como está este acuerdo tácito de nada de hipocresía en el aire…
Me toma verdaderamente por sorpresa con su ofrecimiento y creo que mi expresión lo demuestra. El respaldo de la silla se acomoda con suavidad cuando dejo de recargar mi peso sobre él y me inclino más erguida hacia adelante. - Dicen que a caballo regalado no se le miran los dientes, pero siento que estás poniendo un escorpión en mi mano y pidiendo que lo acaricie. ¿Para qué quieres que entrene? No me malinterpretes, tampoco me agrada la idea de estar aquí dentro más tiempo del que debería, pero si lo ofreces supongo que sabrás lo mucho que eso significaría para mí. - No sabía siquiera a qué tipo de entrenamiento hacía referencia, pero había nombrado a Ben y… ¿qué? - Llámalo paranoia, pero siento que el que entrene es lo último que tu presidente querría y no sé hasta que punto es un beneficio a corto plazo, o un castigo a largo… ¿Entrenar sin repercusiones? - Apoyo un codo sobre la mesa y me adelanto hasta que mi palma se posa sobre mi cuello, frotando con cuidado y tratando de no sobreanalizar. - Supongo que depende, aquí por sobre todas las cosas soy una asesina, una rebelde, una paria o una squib. - Nadie podía mirar más allá de ellos, nadie quería hacerlo en realidad. - Antes de eso solía creerme soldado, exploradora, compañera… Era una hija y una hermana, pero esos títulos ya quedaron en el pasado, ¿no?- Todos tenían el verbo “era” por delante, como marcando una diferencia y dejando cada cosa que fui en el pasado. - Supongo que ahora soy simplemente yo, ¿y eso es lo que más molesta, no? Incluso después de todo, y aunque parece que lo olvido muchas veces, sigo siendo yo. ¿Qué hay de tí, Rebecca? ¿También portas muchas etiquetas que al fin y al cabo no sirven de nada? - No he comprado en una tienda en siglos, pero sé que mucha gente suele ver el precio o la marca de las cosas, antes de fijarse en el objeto en sí mismo. Acá parecía funcionar de la misma forma.
Me lo pienso bien antes de contestar, porque nunca me había hecho esa pregunta de manera consciente. Podría decir que suelo tener expectativas nulas en las personas, pero no es cierto, de algunos espero inteligencia, de otros fortaleza, arrojo, resentimiento, astucia, espero carácter de esta chica y si me decepciona, ¿qué puede esperar ella de mí? —Simplemente perderé todo mi interés en ti y nunca volveré a ver en tu dirección— contesto, sigo de largo, un rostro es solo un rostro, un nombre solo un hombre, al que hay que apuntar con la varita y disparar, extraños que no me interesan. —Lo que está lejos de ser algo que una persona podría lamentar— lo digo y soy honesta, a nadie le importa caerme en gracia. Todo el tiempo me remarcan que me comporto de una manera que desagrada a otros, no hay nadie en este sitio que se haya acercado a mí desde que tengo un puesto en el ministerio, con un gesto amable por delante de sus miradas juzgadoras, temerosas o de desprecio.
—Alguien que viene a servirse de tus restos— susurro con una sonrisa vacía de emoción, miro a mi uniforme como miembro de seguridad. Escucho, pero no respondo, a nada de lo que dice luego. En cambio alzo mis ojos para preguntarle con una curiosidad sin trampas. —Si llevara un uniforme de sanadora y te dijera la misma frase, que me interesa lo que queda de una persona, ¿también lo tomarías como un comentario carroñero?— consulto, solo quiero saber qué tan distintas podrían haber sido las circunstancias si me hubiera puesto otro traje en la vida. Su desconfianza está presente en cada una de sus respuestas, no podría ser de otra manera, está hablándole a la ministra de seguridad. —Mi presidente ha puesto a Franco entre mis soldados, se le ha dado un arma, se le permite pelear. No iré en contra de sus indicaciones porque él sabrá mejor que nadie lo que está haciendo. ¿En lo que respecta a ti? No te subestimo, ni te sobreestimo. No estoy preocupada de que seas una bomba en cuenta regresiva bajo nuestros ojos…— contesto, que eso lo es cualquiera. Magnar sentado donde está. Cualquiera de los ministros que lo rodean. Black con su culo de bebé en el distrito nueve. Hermann desde algún sitio en su retorcida cabeza.
—Peleas, eso es lo que haces. Necesitas pelear para superar lo que pasaste. Si dejas de pelear, te quedarás esperando algo de afuera, de otras personas, la guerra, para que te salve. Pero para sanar necesitas encontrar tu propia fuerza para pelear. Los que son salvados siguen cargando heridas y nunca las cierran, porque dependen de una misericordia ajena. Los que sanen por sí mismos, las cierran y pueden seguir viviendo— lo digo como quien sigue desangrándose, pero ya no se retuerce, me encargué de aprender cómo se puede caminar a pesar de lo que duele. —Creo que el punto de todo es llegar a ser solo tú, moleste o no— opino, al menos romperse le valió para saber qué había dentro, a veces hace falta. —Rebecca es la primera etiqueta, de hecho. Le sigue mi apellido. También que sea un licántropo, antes de eso haber sido una criminal. Estafadora, sicario, prostituta, sanadora, traficante. Hija de muchos padres, hermana de un muerto, traidora, oportunista, jefa, ministra, perra, buitre— le hago honor al agregar la última. —¿Tu pregunta apunta a querer saber porque me intereso en ti? No eres la primera, ni serás la última, y tal vez también tu solo digas que nada de esto te interesa. Tengo una inclinación peligrosa hacia quienes están rotos o a punto de romperse a sí mismos, ya te lo dije.
—Alguien que viene a servirse de tus restos— susurro con una sonrisa vacía de emoción, miro a mi uniforme como miembro de seguridad. Escucho, pero no respondo, a nada de lo que dice luego. En cambio alzo mis ojos para preguntarle con una curiosidad sin trampas. —Si llevara un uniforme de sanadora y te dijera la misma frase, que me interesa lo que queda de una persona, ¿también lo tomarías como un comentario carroñero?— consulto, solo quiero saber qué tan distintas podrían haber sido las circunstancias si me hubiera puesto otro traje en la vida. Su desconfianza está presente en cada una de sus respuestas, no podría ser de otra manera, está hablándole a la ministra de seguridad. —Mi presidente ha puesto a Franco entre mis soldados, se le ha dado un arma, se le permite pelear. No iré en contra de sus indicaciones porque él sabrá mejor que nadie lo que está haciendo. ¿En lo que respecta a ti? No te subestimo, ni te sobreestimo. No estoy preocupada de que seas una bomba en cuenta regresiva bajo nuestros ojos…— contesto, que eso lo es cualquiera. Magnar sentado donde está. Cualquiera de los ministros que lo rodean. Black con su culo de bebé en el distrito nueve. Hermann desde algún sitio en su retorcida cabeza.
—Peleas, eso es lo que haces. Necesitas pelear para superar lo que pasaste. Si dejas de pelear, te quedarás esperando algo de afuera, de otras personas, la guerra, para que te salve. Pero para sanar necesitas encontrar tu propia fuerza para pelear. Los que son salvados siguen cargando heridas y nunca las cierran, porque dependen de una misericordia ajena. Los que sanen por sí mismos, las cierran y pueden seguir viviendo— lo digo como quien sigue desangrándose, pero ya no se retuerce, me encargué de aprender cómo se puede caminar a pesar de lo que duele. —Creo que el punto de todo es llegar a ser solo tú, moleste o no— opino, al menos romperse le valió para saber qué había dentro, a veces hace falta. —Rebecca es la primera etiqueta, de hecho. Le sigue mi apellido. También que sea un licántropo, antes de eso haber sido una criminal. Estafadora, sicario, prostituta, sanadora, traficante. Hija de muchos padres, hermana de un muerto, traidora, oportunista, jefa, ministra, perra, buitre— le hago honor al agregar la última. —¿Tu pregunta apunta a querer saber porque me intereso en ti? No eres la primera, ni serás la última, y tal vez también tu solo digas que nada de esto te interesa. Tengo una inclinación peligrosa hacia quienes están rotos o a punto de romperse a sí mismos, ya te lo dije.
¿Si llevase un uniforme de enfermera…? - Aún peor. Trataría de salir corriendo con mis entrañas en la mano. Sus sanadores no inspiran confianza en mí, menos aún su ministro de salud. La mayoría de la gente que me ha curado en el pasado, de verdad buscaba ver una mejoría en mí. Su gente en cambio me ha dejado en claro que la única razón por la que se encargan de que esté en condiciones, es porque sobre un lienzo manchado no se puede pintar. - Al parecer mi mayor castigo era no ser considerada descartable. Tal vez más que un lienzo, me consideraban el trapo con el que se suele limpiar los pinceles, ese que, si no se enjuaga de vez en cuando acaba por mancharlos haciendo que se ensucie así la pintura final. - Prefiero la honestidad por sobre el falso altruismo.
Rebecca me dejaba bien en claro que era mucho más inteligente de lo que aparentaba, dudaba, cada vez más, que los rumores acerca de cómo llegó a su puesto fuesen a ser verdad. - Hablas como si no supieras que usa a Ben para humillarlo, a él, a sus creencias y a todos aquellos por los que peleamos. - Habiendo sido vencedor, traidor, fugitivo e ícono de guerra… ¿qué mejor que tenerlo de rodillas trabajando para tí? Ya llegaba un punto en que la impotencia básicamente formaba parte de la rutina diaria. - Y a mí, claro está, me usa como el seguro para mantenerlo bajo control. Es muy bonito, ¿sabes?, eso de ser un objeto que pueden usar a su antojo. - Claro que ni bien termino de hablar, me doy cuenta que sueno como una adolescente resentida y me apuro a agregar. - No me estoy compadeciendo de mi misma, solo digo las cosas como son. Aprendí que la compasión es uno de los peores sentimientos que se pueden tener, casi peor que la lástima.
Su discurso no es algo que espere, pero sus palabras casi que se sienten como algo conocido. No es que nadie me hubiese dicho lo mismo antes, sino más bien me hacía recordar a un discurso interno; un discurso que no valía la pena repetir, pero que había hecho mella en mí. ¿Lo triste? al final alguien más había tenido que salvarme. Y no lo resentía, pero podía entender lo de las heridas que no podían cerrarse. - Tu y yo sabemos que hay heridas que no sanan, por mucho que peleemos siempre estarán ahí, abiertas, justo a punto de cicatrizarse para que luego un solo movimiento se haga cargo de hacerlas sangrar nuevamente. - Y llegaba un punto en el que ni siquiera era nuestra culpa que no sanaran, simplemente debíamos aprender a vivir con ellas. - No voy a darme por vencida ni voy a dejar de pelear. Pero el crédito no va a ser tuyo. El crédito de seguir adelante, de la manera que sea, me pertenece. ¿Y si decido rendirme? también esa será solo mi decisión. Tu inclinación hacia las pobres almas en desgracia me importa poco. ¿Acaso estás tratando de buscar un espejo de tu pasado? ¿Ver qué podría haber sido diferente? Reconocer en los pedazos de otras personas partes que tú misma no has sido capaz de encajar dentro tuyo, no hará que mágicamente las piezas funcionen. Hay algunas que simplemente dejan de servir, cuando te vuelves a armar no necesariamente dejas el hueco para que todo entre nuevamente. No vas a encontrar la respuesta en mí, así como no lo hiciste con las que vinieron antes, o las que vendrán después. Tal vez deberías seguir tus propios consejos de vez en cuando.
Rebecca me dejaba bien en claro que era mucho más inteligente de lo que aparentaba, dudaba, cada vez más, que los rumores acerca de cómo llegó a su puesto fuesen a ser verdad. - Hablas como si no supieras que usa a Ben para humillarlo, a él, a sus creencias y a todos aquellos por los que peleamos. - Habiendo sido vencedor, traidor, fugitivo e ícono de guerra… ¿qué mejor que tenerlo de rodillas trabajando para tí? Ya llegaba un punto en que la impotencia básicamente formaba parte de la rutina diaria. - Y a mí, claro está, me usa como el seguro para mantenerlo bajo control. Es muy bonito, ¿sabes?, eso de ser un objeto que pueden usar a su antojo. - Claro que ni bien termino de hablar, me doy cuenta que sueno como una adolescente resentida y me apuro a agregar. - No me estoy compadeciendo de mi misma, solo digo las cosas como son. Aprendí que la compasión es uno de los peores sentimientos que se pueden tener, casi peor que la lástima.
Su discurso no es algo que espere, pero sus palabras casi que se sienten como algo conocido. No es que nadie me hubiese dicho lo mismo antes, sino más bien me hacía recordar a un discurso interno; un discurso que no valía la pena repetir, pero que había hecho mella en mí. ¿Lo triste? al final alguien más había tenido que salvarme. Y no lo resentía, pero podía entender lo de las heridas que no podían cerrarse. - Tu y yo sabemos que hay heridas que no sanan, por mucho que peleemos siempre estarán ahí, abiertas, justo a punto de cicatrizarse para que luego un solo movimiento se haga cargo de hacerlas sangrar nuevamente. - Y llegaba un punto en el que ni siquiera era nuestra culpa que no sanaran, simplemente debíamos aprender a vivir con ellas. - No voy a darme por vencida ni voy a dejar de pelear. Pero el crédito no va a ser tuyo. El crédito de seguir adelante, de la manera que sea, me pertenece. ¿Y si decido rendirme? también esa será solo mi decisión. Tu inclinación hacia las pobres almas en desgracia me importa poco. ¿Acaso estás tratando de buscar un espejo de tu pasado? ¿Ver qué podría haber sido diferente? Reconocer en los pedazos de otras personas partes que tú misma no has sido capaz de encajar dentro tuyo, no hará que mágicamente las piezas funcionen. Hay algunas que simplemente dejan de servir, cuando te vuelves a armar no necesariamente dejas el hueco para que todo entre nuevamente. No vas a encontrar la respuesta en mí, así como no lo hiciste con las que vinieron antes, o las que vendrán después. Tal vez deberías seguir tus propios consejos de vez en cuando.
La sonrisa que esbozo es una mueca sardónica, su juicio sobre los sanadores se basa en los que conoció de este lado, así que vuelve a verlo esto como una clara división en la que todos los comentarios se hacen en base a las posiciones que ocupados, como debe ser, no hizo más que recibir bofetadas al cruzar para este lado que confiar en una mano que se tiende hacia ella sería la primera estupidez por cometer. Pero dejo mi mano abierta al vacío, esperando lo que no llegará. —Ninguna de las cosas que pueda decirte confundas nunca con altruismo o falso altruismo, esa palabra está en un plano distinto a todo lo que hago— digo, porque no me gusta la repetición de esa palabra en conversaciones de las que participo, como si todo lo que hacemos tuviera que ser catalogado inmediatamente en una buena o mala acción, otra vez entre monstruos y víctimas, cuando se olvidan que las víctimas son también monstruos dormidos que de vez en cuando despiertan y la guerra de la que somos parte, nos hace a todos bestias.
Así que dejo pasar lo que dice de Franco, que el hombre ha dejado claro que se encuentra aquí por salvar a alguien, y en verdad, me gustaría dejar las demostraciones de altruismo fuera, porque me gusta más platicar con gente humana. —Si fueras cualquier otra persona diciendo que es bonito ser un objeto del que otros abusan te diría que así es la vida en estos días, en los lugares que nosotros nos encontramos. Si alguien espera ser tratado con mimo, se esconde detrás de los muros de una mansión. Pero los que nos paramos en la primera línea de guerra, no, no esperamos que nos acaricien la cara y nos traten con respeto— digo sosteniendo el tono mesurado de mi voz, —no es algo que tenga que decirte a ti, si te sientes cómo te sientes, tienes razones que así sea. ¿Qué puedo decirte que no sepas ya?— pregunto.
Procuro conservar el mismo temple mientras sigue hablando, la interrumpo solo en una ocasión. —Esas son las heridas que necesariamente deben permanecer abiertas porque las necesitamos para encontrar el ánimo de pelear— digo, lo que queda al cierre de la última y más profunda herida, es soltar el arma, abandonar la guerra porque todas nuestras peleas internas han culminado, es tan desconcertante si no se sabe que seguirá a eso, en ocasiones es mejor morir peleando como espero que suceda conmigo. Y por ello lo que dice luego pone a prueba la impasibilidad en mi postura, puedo entender que nadie tome la mano que le ofrezco sucia de sangre, pero que una persona quiera actuar como espejo roto para devolverme la imagen de lo que soy hace que retire esa mano y la guarde para mí. —¿Por qué lo haría? ¿Por qué trataría de recomponerme a mí misma si soy lo que soy a ojos de los demás? Aunque volviera a surgir como una nueva persona, a vestirme distinto, a decir que mis motivaciones son otras, a cambiarme el nombre una vez más. ¿Qué persona confiaría en ello? Si incluso en todo lo que soy, lo poca y única honestidad que puedo ofrecer a alguien, es despreciado con tal desconfianza— susurro, bajo mis ojos al continuar: —Me veo en todas, ¿sabías que los martirios del infierno son tales por repetirse? Tienes que pasarlos, una y otra vez, con toda impotencia, cada vez que intentas hacer algo para que cambie, eso mismo te ruge con furia para que lo dejes ser, porque no es algo que vayas a cambiar. Se repite a donde sea que vayas, estés en el norte, estés en el Capitolio. En las personas que menos te lo esperas, a las que ni siquiera deberías mirar. Hay muchas fuerzas poderosas en este mundo que logran vincular personas—, recuerdo lo que yo misma le dije a Maeve, —y en la que yo creo es el dolor. Aunque al final todos creamos que estamos solos en nuestras luchas, hay un dolor invisible que es un hilo entre nosotros, pero pocos lo ven—. Me pongo de pie. — Mejor no verlo.
Así que dejo pasar lo que dice de Franco, que el hombre ha dejado claro que se encuentra aquí por salvar a alguien, y en verdad, me gustaría dejar las demostraciones de altruismo fuera, porque me gusta más platicar con gente humana. —Si fueras cualquier otra persona diciendo que es bonito ser un objeto del que otros abusan te diría que así es la vida en estos días, en los lugares que nosotros nos encontramos. Si alguien espera ser tratado con mimo, se esconde detrás de los muros de una mansión. Pero los que nos paramos en la primera línea de guerra, no, no esperamos que nos acaricien la cara y nos traten con respeto— digo sosteniendo el tono mesurado de mi voz, —no es algo que tenga que decirte a ti, si te sientes cómo te sientes, tienes razones que así sea. ¿Qué puedo decirte que no sepas ya?— pregunto.
Procuro conservar el mismo temple mientras sigue hablando, la interrumpo solo en una ocasión. —Esas son las heridas que necesariamente deben permanecer abiertas porque las necesitamos para encontrar el ánimo de pelear— digo, lo que queda al cierre de la última y más profunda herida, es soltar el arma, abandonar la guerra porque todas nuestras peleas internas han culminado, es tan desconcertante si no se sabe que seguirá a eso, en ocasiones es mejor morir peleando como espero que suceda conmigo. Y por ello lo que dice luego pone a prueba la impasibilidad en mi postura, puedo entender que nadie tome la mano que le ofrezco sucia de sangre, pero que una persona quiera actuar como espejo roto para devolverme la imagen de lo que soy hace que retire esa mano y la guarde para mí. —¿Por qué lo haría? ¿Por qué trataría de recomponerme a mí misma si soy lo que soy a ojos de los demás? Aunque volviera a surgir como una nueva persona, a vestirme distinto, a decir que mis motivaciones son otras, a cambiarme el nombre una vez más. ¿Qué persona confiaría en ello? Si incluso en todo lo que soy, lo poca y única honestidad que puedo ofrecer a alguien, es despreciado con tal desconfianza— susurro, bajo mis ojos al continuar: —Me veo en todas, ¿sabías que los martirios del infierno son tales por repetirse? Tienes que pasarlos, una y otra vez, con toda impotencia, cada vez que intentas hacer algo para que cambie, eso mismo te ruge con furia para que lo dejes ser, porque no es algo que vayas a cambiar. Se repite a donde sea que vayas, estés en el norte, estés en el Capitolio. En las personas que menos te lo esperas, a las que ni siquiera deberías mirar. Hay muchas fuerzas poderosas en este mundo que logran vincular personas—, recuerdo lo que yo misma le dije a Maeve, —y en la que yo creo es el dolor. Aunque al final todos creamos que estamos solos en nuestras luchas, hay un dolor invisible que es un hilo entre nosotros, pero pocos lo ven—. Me pongo de pie. — Mejor no verlo.
¿Así era la vida en estos días? Supongo que tiene razón, al menos para los prisioneros de guerra, para los enemigos, para aquellos que insistíamos en ser una piedra en sus zapatos esto era la vida que podíamos esperar. ¿Se suponía que debía dar las gracias? Por haber dejado de estar en una celda, siendo algo menos que un trapo sucio. No esperaba ningún tipo de gentileza, no esperaba caricias ni tratos especiales, lo único que había esperado hace unos meses era humanidad y me habían demostrado que esa la habían perdido hace tiempo — Al parecer puedes decirme lo que te apetezca. Se supone que me mandaste a llamar y tengo que escuchar, ¿no? - me es imposible no mostrarme a la defensiva, simplemente no podía bajar las defensas porque habían dejado de golpearme o de marcarme con insistencia — Aunque yo sí tengo una pregunta: cuando te paras en la línea de guerra, y te enfrentas al mundo, ¿por qué peleas? — porque en toda su honestidad, en todas sus palabras directas, no podía encontrar las razones por las cuales me hablara tan libremente como un soldado que parecía apoyar ideales tan macabro como los que tenía su presidente.
— ¿Esa es la razón por la que permanecen abiertas? Uno creería que con la cantidad de cicatrices que hacen de recordatorio, no haría falta la sangre corriendo por la piel — desangrarse no era un motivo para pelear, era un motivo para morir. Aunque tenía que admitir que, en el libro de muchos, eso debía ser exactamente la misma cosa. No sé que es lo que cambia precisamente en su expresión, en el aire en sí mismo, pero son sus palabras las que en los siguientes segundos se encargan de aclararlo. Y no puedo hacer otra cosa que erguirme en mi postura y escucharla con atención, casi que sin creer del todo lo que escucho. Al final, cuando se levanta, la imito — ¿Acaso tengo razones para confiar? Eres la persona más honesta que he conocido en todo este maldito lugar, o tal vez no sea esa la palabra, porque todos los que se han tomado el tiempo de cruzar alguna palabra conmigo, incluso aunque fuese para hacerme sufrir, lo hacían desde su honestidad. Supongo que cada uno tiene su verdad, y la mía me dice que prácticamente nada dentro de este gobierno es bueno — Lobos con piel de cordero en su mayoría. Al menos ella no se ponía el disfraz y no tenía inconvenientes en enseñar los colmillos — No estoy tratando de ofenderte, solo quiero que dejen de jugar conmigo de una vez por todas. ¿Tan difícil les es aburrirse?
Avanzo un paso, luego otro. Son lo suficientemente cortos para casi no haberme movido, pero a su vez me dejan casi en la esquina de la mesa que hace de división entre nosotras — En ningún momento dije que estabas buscando recomponerte a causa de la opinión ajena. ¿Acaso en verdad te importa lo que puedan decir de tí? ¿Las caras que puedas mostrar? Si ellos no pueden creerte a la primera, incluso en lo consciente que te muestras de tus acciones, yo misma trato de pensar al menos en diez razones diferentes por las que puedes hacer lo que haces. Riorden Weynart estuvo años en el poder, fallando sí, pero debes tener algo que a Magnar Aminoff le agrade si es que decidió que tú eres la mejor opción para el puesto. ¿Es solo por ser un licántropo? ¿por joderle la vida a Weynart? No lo sé, pero si no desconfiara sería una total y completa idiota — creer o reventar, no estaba viva sólo por la suerte misma. ¿Había sido un factor influyente? claro, pero quería creer que tenía algo de inteligencia como para darme mérito por mi supervivencia.
— Tu crees que las personas se ven unidas por el dolor y yo creo que eso mismo puede ser el punto de inflexión que las aleja aún más. ¿No lo has escuchado ya cientos de veces? Cada uno cree que sufrió más que el otro, que su dolor es peor, que nada se compara… Podemos unirnos en el luto, o cuando somos lastimados por el mismo arma, Pero de ahí a estar conectados por eso mismo, perdón, pero creo que eso es llevar el cinismo al extremo — no era la persona más optimista de la vida, pero hasta yo creía que había sentimientos mejores que esperar de los demás — Los martirios se repiten, las conductas masoquistas también, pero cada una de las personas que te cruces va a querer afrontar ese dolor de una manera distinta, y eso también es otro punto de inflexión que los aleja de este sentimiento de sufrimiento comunitario que pareces ver.
— ¿Esa es la razón por la que permanecen abiertas? Uno creería que con la cantidad de cicatrices que hacen de recordatorio, no haría falta la sangre corriendo por la piel — desangrarse no era un motivo para pelear, era un motivo para morir. Aunque tenía que admitir que, en el libro de muchos, eso debía ser exactamente la misma cosa. No sé que es lo que cambia precisamente en su expresión, en el aire en sí mismo, pero son sus palabras las que en los siguientes segundos se encargan de aclararlo. Y no puedo hacer otra cosa que erguirme en mi postura y escucharla con atención, casi que sin creer del todo lo que escucho. Al final, cuando se levanta, la imito — ¿Acaso tengo razones para confiar? Eres la persona más honesta que he conocido en todo este maldito lugar, o tal vez no sea esa la palabra, porque todos los que se han tomado el tiempo de cruzar alguna palabra conmigo, incluso aunque fuese para hacerme sufrir, lo hacían desde su honestidad. Supongo que cada uno tiene su verdad, y la mía me dice que prácticamente nada dentro de este gobierno es bueno — Lobos con piel de cordero en su mayoría. Al menos ella no se ponía el disfraz y no tenía inconvenientes en enseñar los colmillos — No estoy tratando de ofenderte, solo quiero que dejen de jugar conmigo de una vez por todas. ¿Tan difícil les es aburrirse?
Avanzo un paso, luego otro. Son lo suficientemente cortos para casi no haberme movido, pero a su vez me dejan casi en la esquina de la mesa que hace de división entre nosotras — En ningún momento dije que estabas buscando recomponerte a causa de la opinión ajena. ¿Acaso en verdad te importa lo que puedan decir de tí? ¿Las caras que puedas mostrar? Si ellos no pueden creerte a la primera, incluso en lo consciente que te muestras de tus acciones, yo misma trato de pensar al menos en diez razones diferentes por las que puedes hacer lo que haces. Riorden Weynart estuvo años en el poder, fallando sí, pero debes tener algo que a Magnar Aminoff le agrade si es que decidió que tú eres la mejor opción para el puesto. ¿Es solo por ser un licántropo? ¿por joderle la vida a Weynart? No lo sé, pero si no desconfiara sería una total y completa idiota — creer o reventar, no estaba viva sólo por la suerte misma. ¿Había sido un factor influyente? claro, pero quería creer que tenía algo de inteligencia como para darme mérito por mi supervivencia.
— Tu crees que las personas se ven unidas por el dolor y yo creo que eso mismo puede ser el punto de inflexión que las aleja aún más. ¿No lo has escuchado ya cientos de veces? Cada uno cree que sufrió más que el otro, que su dolor es peor, que nada se compara… Podemos unirnos en el luto, o cuando somos lastimados por el mismo arma, Pero de ahí a estar conectados por eso mismo, perdón, pero creo que eso es llevar el cinismo al extremo — no era la persona más optimista de la vida, pero hasta yo creía que había sentimientos mejores que esperar de los demás — Los martirios se repiten, las conductas masoquistas también, pero cada una de las personas que te cruces va a querer afrontar ese dolor de una manera distinta, y eso también es otro punto de inflexión que los aleja de este sentimiento de sufrimiento comunitario que pareces ver.
—Por mí— es la respuesta simple, una que no debo pensar dos veces para darla, no ha cambiado desde que tomé la decisión de seguir viviendo cuando todos los cortes en mi piel no me llevaron más lejos que una agonía breve, incluso la mordida de un licántropo me hizo abrir los ojos para darme cuenta que seguía sobreviviendo a todo lo que hubiera esperado que me mate. —Peleo por mí, para mí, detrás de quien no ha hecho más que poner en mis manos lo que todas las personas que conocí no hicieron más que quitarme. Puedes decirme todo lo que quieras sobre los crímenes de Magnar, no hace la diferencia. He conocida mucha, demasiada gente, que comete crímenes grotescos. Pero al final del día, lo que estoy haciendo es pelear por mí, donde se me permite que tanta pelea me recompense con algo, no solo la supervivencia— le explico, sabiendo cómo se ve desde afuera, lo escucho en los pasillos del ministerio, también entre mis vecinos de la isla, me lo han escupido en la cara quienes se creyeron con la confianza para hacerlo.
Pero solo yo sé lo que me dolió perder lo que perdí, no todos estamos hechos para ser nobles sobre las pérdidas, sobre todo si luego la vida te arrastra a lugares cada vez más oscuros, más solitarios, y te quedas atrapada en una negrura donde están confinados todas las existencia que el resto fingirá que nunca estuvieron. —Soy un perro del averno, la mascota que se echa al lado de quien le sacó de aquel lugar— desvío mis ojos al decirlo con una risa hueca, todos sabemos que un día Magnar puede apuntarme con su varita y que cuando lo haga, yo le saltaré a la yugular. En tanto, esto es más de lo que tuve en mucho tiempo, que tuve alguna vez, con una conciencia distinta a la de mi juventud como para cuestionarme lo que estoy haciendo. Mi propio dolor me anuló la capacidad de pensar en el dolor que podría causarle a otros, pero es el sentimiento que le digo que me sirve para lograr un mínimo entendimiento hacia otra persona, como un latido que me llama, al que todavía puedo responder y culpo también a esto que siga habiendo un vínculo con Hermann, porque me debe a mí la tortura de su transformación en licántropo.
—La sangre es necesaria. ¿No te ha pasado que luego de cargar tantas años con una cicatriz, olvidas que está allí? ¿Se vuelve parte de tu piel? Pero que la sangre te obliga a mirarla todos los días, a recordar la razón— musito. La miro, a ella que solo es capaz de ver sombras a su alrededor, en las honestidades nuevas amenazas, en vez de poder agarrar a esas sombras con sus manos y poder verles los rostros, entender que todos somos humanos detrás de las máscaras de monstruos y como tales, alguna herida finalmente nos hará morir. No es una máscara que vaya a abandonar hoy, todo lo que digo sobre pasar de las opiniones ajenas para que no nos digan quienes somos, no es válido cuando lo que está en discusión es si debería encargarme de desinfectar mis propias heridas, por mí, sin que importe lo que opinen otros. Una única vez me bastó para ver que un conejo entre lobos termina despedazado por estos.
Meneo la cabeza cuando su interpretación del dolor es el mismo que hacen muchos, en eso tiene razón. —Todos están gritando y llamando a la guerra desde su propia sangre, yo también lo hago. Eso tiene el dolor también, nos hace egoístas. A menos que podamos ver, en algún momento, por breve que sea, que tu dolor es igual al mío, por algo que nada tiene que ver las razones de esta guerra, sino porque nos han lastimado muy profundo, nos rompieron en algún punto que jamás estará a la vista, una injusticia mucho más íntima y honda, y como esta pelea la sigo llevando al fin y al cabo por mí misma, en medio de toda la sangre, puedo responder a un dolor que reconozco—. Como estoy de pie camino hacia ella para colocar mi mano en su hombro, puede que el gesto la sobresalte y la haga recelar aún más. —No, no confíes en mí. Es lo mejor. No te expones, a mí me libras de cometer un error. No lo hagas conmigo, pero trata de que tu dolor te permita reconocer el dolor de otros más allá de las caras amigas, en vez de aislarte o agradecer a salvadores. El dolor nos destruye, pero si logras construir un puente con esos escombros habrás ganado una pelea más importante de cualquiera de las que se están luchando afuera— palmeo su hombro al soltarla y me dirijo hacia la puerta para indicarle al auror que esperara fuera que la devuelva a donde sea que la tienen encerrada.
Pero solo yo sé lo que me dolió perder lo que perdí, no todos estamos hechos para ser nobles sobre las pérdidas, sobre todo si luego la vida te arrastra a lugares cada vez más oscuros, más solitarios, y te quedas atrapada en una negrura donde están confinados todas las existencia que el resto fingirá que nunca estuvieron. —Soy un perro del averno, la mascota que se echa al lado de quien le sacó de aquel lugar— desvío mis ojos al decirlo con una risa hueca, todos sabemos que un día Magnar puede apuntarme con su varita y que cuando lo haga, yo le saltaré a la yugular. En tanto, esto es más de lo que tuve en mucho tiempo, que tuve alguna vez, con una conciencia distinta a la de mi juventud como para cuestionarme lo que estoy haciendo. Mi propio dolor me anuló la capacidad de pensar en el dolor que podría causarle a otros, pero es el sentimiento que le digo que me sirve para lograr un mínimo entendimiento hacia otra persona, como un latido que me llama, al que todavía puedo responder y culpo también a esto que siga habiendo un vínculo con Hermann, porque me debe a mí la tortura de su transformación en licántropo.
—La sangre es necesaria. ¿No te ha pasado que luego de cargar tantas años con una cicatriz, olvidas que está allí? ¿Se vuelve parte de tu piel? Pero que la sangre te obliga a mirarla todos los días, a recordar la razón— musito. La miro, a ella que solo es capaz de ver sombras a su alrededor, en las honestidades nuevas amenazas, en vez de poder agarrar a esas sombras con sus manos y poder verles los rostros, entender que todos somos humanos detrás de las máscaras de monstruos y como tales, alguna herida finalmente nos hará morir. No es una máscara que vaya a abandonar hoy, todo lo que digo sobre pasar de las opiniones ajenas para que no nos digan quienes somos, no es válido cuando lo que está en discusión es si debería encargarme de desinfectar mis propias heridas, por mí, sin que importe lo que opinen otros. Una única vez me bastó para ver que un conejo entre lobos termina despedazado por estos.
Meneo la cabeza cuando su interpretación del dolor es el mismo que hacen muchos, en eso tiene razón. —Todos están gritando y llamando a la guerra desde su propia sangre, yo también lo hago. Eso tiene el dolor también, nos hace egoístas. A menos que podamos ver, en algún momento, por breve que sea, que tu dolor es igual al mío, por algo que nada tiene que ver las razones de esta guerra, sino porque nos han lastimado muy profundo, nos rompieron en algún punto que jamás estará a la vista, una injusticia mucho más íntima y honda, y como esta pelea la sigo llevando al fin y al cabo por mí misma, en medio de toda la sangre, puedo responder a un dolor que reconozco—. Como estoy de pie camino hacia ella para colocar mi mano en su hombro, puede que el gesto la sobresalte y la haga recelar aún más. —No, no confíes en mí. Es lo mejor. No te expones, a mí me libras de cometer un error. No lo hagas conmigo, pero trata de que tu dolor te permita reconocer el dolor de otros más allá de las caras amigas, en vez de aislarte o agradecer a salvadores. El dolor nos destruye, pero si logras construir un puente con esos escombros habrás ganado una pelea más importante de cualquiera de las que se están luchando afuera— palmeo su hombro al soltarla y me dirijo hacia la puerta para indicarle al auror que esperara fuera que la devuelva a donde sea que la tienen encerrada.
— En los cuentos que leía de chica, el perro del averno era un guardián del infierno… supongo que no importa la diferencia — A fin de cuentas, moviera la cola para su nuevo amo o no, siendo la ministra de defensa tenía sentido que protegiera el mismísimo infierno. ¿El capitolio era el hades? ahora todo cobraba un mayor sentido. Decido no ahondar en esa analogía, que para infiernos y prisiones ya había tenido bastante y no necesitaba deprimirme más al pensar en comparaciones. No porque no lo creyera correcto, sino que me molestaba pensar que hubiera personas que podrían ser catalogadas de dioses. No, me negaba siquiera a mezclar esos conceptos.
Sonrío con gracia ante su insistencia y supongo que, a fin de cuentas, debo darle la razón — La sangre también atrae a los tiburones y si no tienes cuidado, de tanto mirarla sin hacer nada acabas por desangrarte — Dejar que las heridas abiertas sean motivación en una guerra, también acaba por hacer que a uno lo maten por su propio descuido, no quería ser la idiota que por no cerrar algunas acabó tirada en el campo de batallas por falta de fuerzas
Son sus palabras de despedida las que acaban por llegarme en cierta forma, y cuando me volteo en lo que empieza su retirada, procuro también darle las mías — No puedo confiar en tí, pero supongo que tienes razón y no puedo ignorar el sufrimiento ajeno, reconocerlo y entender razones. Lo hago en cierta forma, aunque no suela gustarme — si las personas de aquí no tuvieran sus razones para pelear, hace rato que habríamos ganado la guerra — No confío en tí, pero me agradas por alguna extraña razón. ¿Sigue en pie la oferta del entrenamiento?
Sonrío con gracia ante su insistencia y supongo que, a fin de cuentas, debo darle la razón — La sangre también atrae a los tiburones y si no tienes cuidado, de tanto mirarla sin hacer nada acabas por desangrarte — Dejar que las heridas abiertas sean motivación en una guerra, también acaba por hacer que a uno lo maten por su propio descuido, no quería ser la idiota que por no cerrar algunas acabó tirada en el campo de batallas por falta de fuerzas
Son sus palabras de despedida las que acaban por llegarme en cierta forma, y cuando me volteo en lo que empieza su retirada, procuro también darle las mías — No puedo confiar en tí, pero supongo que tienes razón y no puedo ignorar el sufrimiento ajeno, reconocerlo y entender razones. Lo hago en cierta forma, aunque no suela gustarme — si las personas de aquí no tuvieran sus razones para pelear, hace rato que habríamos ganado la guerra — No confío en tí, pero me agradas por alguna extraña razón. ¿Sigue en pie la oferta del entrenamiento?
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