Era una noche tibia. El plateado tren carecía de conductor, algo perfectamente normal en NeoPanem a causa de los avances tecnológicos. Estaba programado para salir del distrito trece con algunas cargas, pasar por el tres a levantar nuevas cajas y luego, simplemente, continuar el camino hasta el Capitolio, donde sería recibido por miembros de seguridad para transportar su contenido. ¿Por qué era tan importante? Era un procedimiento de rutina, si vamos a ponernos honestos. En tiempos de guerra, el traslado de armamento y artefactos mágicos era parte de un protocolo a continuar de manera limpia. Uno de los vagones centrales se encontraba protegido con máxima seguridad, ya que era en el cual viajaban las pilas y pilas de cajas, con diferentes etiquetas para indicar su contenido.

Los pocos aurores que estaban allí servían como escoltas. Se movían de a pares por los vagones, conversando sobre lo largo que había sido el día y lo mucho que necesitaban irse a casa. Lo que los tomó por sorpresa fue el hecho de que el aire pronto se llenó de un humo fastidioso que los hizo caer dormidos al suelo, quitándolos del juego. En cuanto la puerta se abrió, un grupo de delincuentes se movió por el vagón, respirando pesadamente detrás de unas pesadas máscaras de gas que no solo los protegían del aire contaminado, sino también de las cámaras de seguridad.

El trabajo había sido simple. George Byrne, Denya Brewster, Sam Quentin y Derek Shepherd habían sido los voluntarios para beber poción multijugos, transformándose en un puñado de aurores que habían sido reducidos por sus compañeros, siendo libres de tomar su lugar en aquella jornada nocturna. Habían logrado colar a sus compañeros en la parada del distrito tres, manteniéndolos en uno de los vagones traseros con menor vigilancia. Dormir a los aurores había sido pan comido, pero el trabajo duro aún no había comenzado: sabían que carecían de mucho tiempo y debían ingresar al vagón de cargamento, allí donde les esperaban los tesoros que habían ido a buscar. ¿Qué manera de pelear contra tu enemigo si les robas sus propias armas?

Eso era todo. Tan solo un instante después, Hermann Richter dio la orden de dejar lo demás atrás y acercarse, ya que no tenía caso el seguir allí, a sabiendas de que no eran tantos ni estaban tan equipados para enfrentarse a un grupo de aurores entrenados. Richter se sacó la máscara en una clara burla a las cámaras de seguridad y la tendió a sus compañeros, activando su función de traslador. Lo que vieron los agentes de seguridad al momento en el cual bajaron las defensas del vagón y pudieron aparecerse en el mismo, fue el grupo de infiltrados evaporándose en la nada, dejando un completo desastre detrás. Para cuando los aurores empezaron a despertar, el grupo de rebeldes estaba apareciéndose en su escondite general, colocado en las profundidades de una equipada mina abandonada del distrito doce.