The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Es una ironía que, de las pocas posibilidades que uno tiene de alojarse en una residencia como la de la Isla Ministerial, la que termine ocupando la casa que queda frente a la mía, a unos cuantos metros de los jardines que rodean la mansión en que vivo, sea nadie más y nadie menos que Rebecca Hasselbach, como una bofetada que me traslada a otros tiempos en los que compartir vecindario lo consideraba una desgracia menor. Menor por el poco interés que causaban los Ruehl en mi familia en aquella época, no porque no fueran una presencia fastidiosa. Casi como ahora, podría decirse, si no fuera porque los años me pesan y sé cuando tengo que dejar a un lado el orgullo para tomarme esta vuelta de acontecimientos como una cosa más con la que lidiar, al igual que dentro del trabajo, y no como una venganza rencorosa del karma que sufrimos. Eso no quiere decir que no me cause cierto desagrado el conocer que la persona que todos en mi familia juramos que no llegaría a mucho más de lo que era, porque las personas como ella no dan mucho de sí, ha terminado codeándose entre la población más privilegiada, es decir, ministros y sus hijos.

No puede sorprenderme la reacción de ninguna de mis hermanas, una por tanto y otra por tan poco, Ingrid fue de quién recibí la primera llamada, con su tono de indignación al que estoy acostumbrado y que, esta vez, comparto. De mi hermana menor no podría haber esperado otra cosa distinta, que sea quién se mofe de como las tornas han cambiado para algunos es un chiste al que recurre cada vez que tiene oportunidad, incluida la comida del domingo anterior al día oficial de la inminente autoridad de la nueva ministra. Tuve suficiente con que esta presencia fuera un estorbo para las ideas disparatadas de Sigrid, como para soportar que sean ahora mis sobrinos los que la observen curiosos desde la amplia terraza de la mansión. No se podría pedir que fueran menos evidentes con sus intenciones de husmear a la nueva vecina, a mi hermana solo le hace falta comprarles un par de binóculos para hacerlo todavía más obvio.

Yo mismo observo desde la altura que aporta la terraza de mi dormitorio el panorama de la tranquila calle de nuestra residencia días más tarde, siguiendo con la mirada la figura de mi hijo, enfrascado en lo que sea que esté escuchando desde su teléfono. Me volteo para regresar dentro cuando por el rabillo del ojo aprecio a ver la cabellera morena de Maeve, tentado a quedarme unos segundos más, me retiro solo por la simple idea de empezar a parecerme a Ingrid, quién más de una vez ya me ha reclamado sobre las libertades que le pongo a mi hijo. Tras varios minutos decido que yo también necesitaría de un poco de aire fresco para ventilarme, compruebo que los dos chicos han desaparecido de mi rango de visión antes de que pueda recibir una advertencia de estar vigilando, cuando lo que debería estar vigilando es el otro lado de la calle cuando me volteo y veo a Rebecca aparecer, casi salida de la nada.  — Ministra — la saludo, consigo mantener un tono neutro cuando lo digo — ¿Día duro en el trabajo? — pregunto por cortesía, a pesar de que se puede apreciar la sonrisa de plástico.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
Invitado
No es mi intención ocupar otros espacios de la mansión, que no sea una habitación en la cual poder dormir unas horas para descansar, pero el brillo que se refleja por unos prismáticos contra el cristal que recubre una pared entera del comedor, hace que disfrute de salir un domingo a sentarme en una de las cómodas tumbonas al borde de la piscina, para satisfacer la curiosidad de quienes parecen ser los más jóvenes portadores del apellido Helmuth. Bebo del trago que sostengo entre mis dedos hasta que las cabezas que veo a la distancia desaparecen de pronto, casi me arriesgaría a decir que por el grito histérico de la mayor de las hermanas Helmuth para que aparten sus ojos de la vecina, tal como solía escuchar que llamaba la atención a Sigrid cuando no era más que una niña con coletas que me hablaba cuando me veía pasar por la acera.

Diría que es de las mejores vueltas de la vida que podría darme la suerte, la cual ha hecho más que devolverme a lo que una vez me arrebató como la perra traicionera que es, me colocó en un sitio en el que literalmente puedo mirar de frente al próspero primogénito de los Helmuth. Lo diría si no fuera porque la única muchacha a la que le confío una copia de las llaves de mi casa, se pierde fácilmente en el trayecto para acabar en la puerta de enfrente, no para ver al ministro, sino al hijo de este. ¿Ya dije que la suerte es una perra? Sigue encontrando sus maneras de hincar en el costado de manera molesta, así es como me siento cuando le dirijo una mirada antipática a Nicholas Helmuth. —Todos los días son duros— contesto con sequedad, mi boca se tuerce en una sonrisa vacía. —¿Vas a invitarme a tomar el té y a comer pastel de manzana como un buen vecino, Nicholas?

No sería una mala idea, aún no he tenido oportunidad de una conversación con el padre de Maeve que siga este protocolo, pero no dejaré pasar la de tener una con el padre del chico que anda correteando detrás de ella. —He visto que tu hijo está encaprichado con mi protegida— lo digo sin vueltas, coloco mis manos en las caderas al continuar. —No me opondré a que un par de adolescentes pasen el rato, pero no me andaré con sutilezas con un muchacho que quiera pasarse de listo con Maeve, espero que tu hijo no sea de ese tipo— me ahorro el «por su bien»y el que tiene toda la pinta de ser del tipo que le gusta recibir atención femenina.
Anonymous
Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Se me asoma una sonrisa mordaz por esa contestación que, viniendo de una persona como ella, con lo testaruda que puede llegar a ser, ni siquiera me sorprende. — Es lo que tiene tomar un puesto como este, cada día siempre es un poco más duro que el anterior, no se toman decisiones fáciles, especialmente en situaciones como la tuya, ¿no? — alzo una ceja, a la espera de una respuesta que no le doy tiempo a realizar. — Debe de ser difícil tomar la posición de un antiguo compañero, que no se fue en los mejores términos — murmuro, haciendo referencia a Weynart, sí, pero sin ninguna intención de que mis palabras suenen venenosas porque en realidad, nunca tuve nada contra el tipo. Contra ella no podría decir lo mismo, más que siento cierta lástima porque tenga que recurrir a un puesto de trabajo que no ha recibido buenas críticas en los últimos años, por las mismas decisiones que tomó el ministro anterior. — Espero por el bien del país que puedas estar a la altura — vuelve a ser otro consejo, por el bien de Neopanem, pero también por el suyo, no quiere tener a Magnar Aminoff de enemigo, incluso cuando pienso que esta se lleva mejor con él de lo que siquiera puedo empezar a imaginar.

Me guardo el suspiro para otro momento y en su lugar hago un gesto con mis cejas, como desentendiéndome. — Dejemos las cordialidades entre vecinos para los que sí te reciban como una cara nueva en estas residencias — alzo un poco la barbilla cuando lo digo, observando las vistas detrás de ella en lo que el viento me golpea cálidamente el rostro — A no ser que tengas verdadero interés en tomar un té con pastas en mi casa, no veo por qué deberíamos extender una visita incómoda para ambos por mera cortesía, estamos algo mayores para eso ya, ¿no crees? — puedo saludarla cuando nuestros caminos se crucen, tener en cuenta su presencia en futuras reuniones que no tardarán mucho en llegar y similares, es la educación que me dieron mis padres para con ello y somos personas adultas, pero no le encuentro sentido a simular una relación afable entre vecinos más allá de lo que el protocolo y la educación requieren.

La expresión de su protegida me hace menear la cabeza con una sonrisa incrédula en los labios, casi simulando una risa silenciosa, como si estuviera dándole a entender que lo ha visto todo mal. — Me parece que tienes la visión equivocada. Maeve no es una mala chica, pero si te fijaras bien te darías cuenta de que es tu protegida la que anda mareando a mi hijo de un lado para otro todo el tiempo — respondo, pasándome una mano por la barbilla ante de volver a cruzar los brazos sobre mi pecho. — No es como si a ti tuviera que asegurarte algo, pero mi hijo no es la clase de persona que se aprovecharía de alguien, así que no tienes que preocuparte por eso. — que no es por tirarme flores con respecto a la educación de Oliver, pero es un buen chico, inteligente, estudioso y con el que puedo bajar la guardia porque sé que no se meterá en problemas. No creo que ella pueda decir lo mismo de Maeve. — En tu lugar pondría más esfuerzo en vigilar a tu propio cachorro antes que saltar a conclusiones precipitadas sobre Oliver — declaro, que no tengo problema con que pase tiempo con Maeve siempre que su conocida influencia tenga efectos mínimos sobre él.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
Invitado
No se fue en las mejores condiciones, pero si se mantuvo tanto tiempo en el lugar que estaba, por algo será— digo, sintiendo un cosquilleo molesto en los brazos de esos que se pasan rascando con fuerza, a veces lo siento con este uniforme que llevo puesto. —No tomé este lugar para echar mierda hacia quien estuvo antes, porque no considero que la culpa sea de una sola persona, son varias en esta isla— y que no me diga que él es de salud, que Jensen se limita a lo de ciencia y tecnología, que Powell no sale de sus papeles de leyes, ¡ja! Se lo inestable que es el suelo en casilleros como el que me encuentro, que no me olvido que esto es un maldito tablero donde también soy una pieza ocupando una posición, todos tenemos más o menos influencia, todos estamos siendo más o menos influenciados, es un juego del que podríamos hablar si tuviéramos otro tipo de confianza, hablar de reglas que nos exceden a nosotros.

Pero no habrá té, ni masas, no practicaré cordialidad con quien tiene una manera de tratarme que hace que todo el tiempo tenga que revisar si no acabo de pisar barro y tengo las botas sucias, ni que hablar de su hermana Ingrid. Mi consuelo cuando se trata del esnobismo de Nicholas es saber que en el mundo hay alguien peor y es su hermana, con quien tengo el gusto de encontrarme seguido en la base de seguridad, obligándola a soportar mis ojos en ella que le dicen «mírame». —Estamos muy mayores para fingir cortesías, como para tomar hábitos nuevos. Creo que el mundo puede continuar sin saber lo que ocurre cuando una Ruehl y un Helmuth se sientan a tomar el té…— musito, lo torcido no puede enmendarse tras toda una vida de haber ido por ese lado.

Es casi natural oponernos a las palabras del otro, encontrando en un capricho de adolescentes la excusa para volver sobre una rivalidad que no debería pertenecerme, que no logro recordar si era tan arraigada en nuestras familias como el sentimiento que heredé. —¿Ella lo marea de un lado al otro?— suelto una carcajada hueca. —Es solo otra manera de decir que él le anda detrás— replico, que el chico tendrá una cara que pretende ser simpática con todos, pero no le veo tonto. Ni un pelo de tonto. Con un único paso me encuentro a una distancia que me permite alzar mi rostro para hacerle frente. —Puedes decirme que tu hijo no se aprovecharía de alguien, pero ve el mundo desde la misma altura que tú, y dime, a los que están juzgando el mundo desde ahí arriba, ¿les sienta a bien que el hijo de un ministro salga con una chica del escuadrón licántropo? Porque si luego van a abrazarse a sus principios clasistas que los coloca arriba, déjame decirte que descartar a una persona en base a eso, se llama aprovecharse. ¿Tu hijo no lo hará? ¿Tú no lo harás?— pregunto, que vigilar a «mi cachorro» es algo que hago, pero no admito que nadie con toda la pomposidad de Helmuth venga a decirme que es quien descarrila a otros, me da ganas de decirle que se salte más clases y tire alguna bomba fétida en la misma casa de Oliver. —Estamos muy mayores como para que quieras hacerte el correcto, cuando son valores que le hacen creer a tu familia que su mierda huele a rosas.
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Está claro que no — coincido sorprendentemente en su postura, aunque mi actitud deja claro que no es porque tenga poco orgullo, sino porque no me considero lo estúpido como para negar que la culpa recae sobre los hombros de Weynart. — Aquí todos tenemos un papel que jugar, y todos tenemos nuestras fallas, que repercuten en la vida de los demás, de nuestros ciudadanos, me alegra que veas eso con claridad, así puede que no se repitan esos errores de nuevo. — que toda charla que podamos tener ella y yo sea en beneficio de este país, no necesitan más de nosotros como para simular una conversación más allá de lo que nos concierne y nos mantiene en esta isla. Es una burla a toda la rivalidad que pudieron tener nuestras familias en su tiempo, el que en este momento estemos parados en el mismo lugar, del mismo bando, cuando no han sido pocas las veces en que el pensamiento de que ser enemigos era la única forma en la que podrían encasillarnos a los Helmuth y a los Ruehl.

Sonrío, de esa manera que desde lejos esto podría parecer una conversación formal, e incluso amable, cuando la tirantez de nuestras palabras lo muestra como todo lo contrario. — Estamos de acuerdo en eso — que uno no debería fiarse de lo que un Ruehl pueda echar en la bebida del otro, y siendo especialista en venenos, conozco alguna que otra cosa de eso, sintiéndome modesto al pensarlo. Tengo que bajar la mirada para mirarla cuando se acerca por la diferencia de alturas, incluso así puedo sentir su mirada penetrante, lástima para ella su tono amenazante no me mueve ni un pelo del cabello, ni me mantiene callado. — Decir que mi hijo está saliendo con Maeve son palabras mayores, a mi parecer solo están tonteando, son unos chicos que se divierten juntos y nada más. — porque o yo ando muy perdido en las relaciones de Oliver, o tengo que tomarme por mentira la respuestas que ha dado sobre que no anda saliendo con nadie. En otras palabras, los intereses amorosos de Oliver no son algo en lo que me meta de manera obsesiva, no como podría hacerlo mi hermana Ingrid. — Mi hijo sabe lo que le conviene, y también es una persona decente que no se aprovecharía de alguien que carga con lo que carga por un accidente desafortunado. — la miro para mirar su reacción, con una ceja alzada, aunque no puedo evitar que se me ensanche la sonrisa por esa visión equivocada de los valores de mi familia.

Decido dejarlo ser, que si me meto en una confrontación con la ministra de defensa terminará pareciendo que no podemos aguantar la presencia del otro, lo cual no deja de ser un hecho, pero que no es necesario que nuestros vecinos lo perciban. En su lugar, cruzo mis manos detrás de mi espalda y tomo aire con tranquilidad. — Aquí me estás acusando de descartar personas, cuando yo fui quien atendió a Maeve cuando la mordieron. ¿Eso te lo ha contado? ¿Te ha dicho como ocurrió todo? — no dejo mucho espacio al silencio para que responda antes de proseguir — Porque yo estuve ahí para recibirla esa noche, sí, un evento que podría haberse evitado, pero como muchas cosas a veces simplemente suceden. — buscar culpables nunca ha servido de nada, especialmente cuando ya de por sí la cría se llenó de culpabilidad propia por lo ocurrido. — La ayudé después y preparé la matalobos para ella, hice muchas cosas antes de que tú siquiera aparecieras como para que me acuses de juzgar tan a la ligera — termino, dejo en evidencia su falta al ser la primera que critica, ahí donde está, soltando mierda sobre mi familia como si ella fuera la reina de la pulcritud.
Nicholas E. Helmuth
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Invitado
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Tal parece que es posible estar de acuerdo en algo— mis palabras pisan un poco las suyas por la prisa de responder a su comentario, con la única intención de remarcar lo raro que es coincidir en un punto de vista, sea a favor o en contra de lo que sea, solo coincidir. Es demasiado temprano en el día como para que eso ocurra y más que una taza de té, lo que podría necesitar es un trago rápido de alcohol. —No dije que están saliendo, está claro que es una tontería de adolescentes— que no ponga frases en mi boca solo para contradecirme, aunque las tomaría solo para no tener que volver a encontrarme en la situación de compartir opiniones con un Helmuth. —Que espero no pase de ser una tontería, en la que alguien pueda salir lastimado porque se tornó un juego peligroso o mezquino de ciertas personas— cualquiera sea el lugar que ocupen en la familia Helmuth, desconfío del respeto que puedan llegar a darle a una chica que sabiéndola licántropo, ande tonteando con el príncipe de oro de la isla ministerial.

Que comentario más…— cargo mi voz de una dulzura falsa para luego escupir con sequedad, —condescendiente, Nicholas—. Una carga, un accidente desafortunado. ¿Qué sería de nosotros, los marginados, si no fuera por la caridad en palabras de los esnobs? A su sonrisa presumida contesto con una mordaz, lo que sea que diga pienso morder con rabia. Mis dientes terminan chocando entre sí cuando tengo que apretar con fuerza mi mandíbula al escuchar la oda que se canta a sí mismo sobre su nobleza por haber ayudado a Maeve tras su transformación, la bilis se me queda en la garganta por no poder despotricar contra él. Antes me muerdo la lengua y me muero con mi veneno, que darle las gracias a Nicholas Helmuth por su buena acción en la vida. —¿Y qué opinó tu hermana Ingrid de eso?— ataco por el único frente que veo posible. —¿Podemos contar a los Helmuth entre los amigos de las bestias? Pensé que seguías considerándonos parias, aunque estemos bañados y con uniformes del ministerio. ¿O es solo por Maeve? ¿Solo por ser amiga de tu hijo? ¿Cómo la tratarás si deja de serlo?— pregunto, queriendo exponerlo en su falta aunque no pueda verlo ni por sí mismo, quiero demostrarle que la moral de su familia es tan retorcida y egoísta, con unos pocos favores, como los de cualquiera.
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Se me alzan las cejas por la ironía de eso mismo, pero no le dedico mucho más que el gesto y el siguiente al afirmar con mi cabeza un hecho en el que también los dos estamos de acuerdo: que mi hijo y su protegida solo pasan el rato. Espero que esto de coincidir no se vuelva tan común entre nosotros, lejos de los asuntos políticos que nos incumben a ambos. Aun así, es suave la risa que empieza a brotar de mis labios, meneando la cabeza por el comentario. — Asumo que con “ciertas personas” te estás refiriendo a algún miembro de mi familia — asumir es considerarme amable, si no lo afirmo directamente es por darle el beneficio de la duda. — Como sea, tú mantén a tu cachorro en las líneas que se marcaron para ella que yo haré lo mismo con mi hijo, como dices, aquí ninguno tiene por qué salir lastimado si cada uno sabe lo que le conviene. — que Oliver tiene un futuro brillante por delante es algo que todo el mundo sabe, no porque yo me haya esmerado en remarcarlo, sino porque su mismo potencial tiene la extensión como para hacerlo por su cuenta. — No tengo problema con que tengan encuentros de aquí a allá, de cuándo en cuándo, pero tal y como tú no tendrás piedad por quién se sobrepase con Maeve, comprenderás que como padre yo haré lo mismo con Oliver — lo que remarcó al principio lo dejo yo claro al final, así para dejar las cosas claras que mientras ella y yo vivamos en la misma calle, cada uno se atendrá a sus normas.

No soy tan inocente como para tomarme su comentario como un halago, Rebecca y yo estamos lejos de ser quiénes se molestan en darlos incluso por mera cortesía, hay algunas cosas de las que no requieren esto último y los cumplidos entran dentro de esa categoría. Que saque a mi hermana a colación es solo una muestra de que se ha quedado sin argumentos para dar y eso, siendo Ruehl de quién estamos hablando, es decir mucho como para no tomar esta sacada como una victoria en sí misma. — Tengo entendido que mi hermana tiene una opinión fuerte sobre tu nuevo puesto en el ministerio, pero nada que no hayan dicho otros cuántos, dada la oportunidad, ¿en cuánto a Maeve dices? — considero un encogimiento de hombros como una respuesta vaga, no una a la que yo me aplique con normalidad, pero en esta ocasión es a lo que recurro para tratar de explicar la actitud de una de mis hermanas menores. — Ingrid solo quiere lo que es mejor para su familia, a veces eso nos lleva a pensar… de manera algo más cerrada, ella en particular tiende a adoptar una actitud protectora con los miembros más pequeños de la familia. Se puede entender, uno siempre quiere que no se cometan errores en la vida, sobretodo aquellos que… puedan afectar a un futuro que no se demora tanto en llegar. — digo tranquilamente, justificando el actuar de mi hermana como la única forma en que yo veo su preocupación extrema y actitud para con sus hijos, los míos y los de Sigrid. — ¿Te preocupas tan en exceso por otros miembros del escuadrón, así como haces por Maeve o es solo porque resulta llevarse con un Helmuth? — inquiero, alzando una ceja en el proceso al ponerla a ella misma a prueba con esa pregunta, de que no es capaz de asumir que su protegida congenia con quién lleva mi apellido, mi sangre.
Nicholas E. Helmuth
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Of all the ironies in the world ▸ Rebecca IqWaPzg
Invitado
Invitado
Saco fuera de mi garganta una carcajada seca, no puede ser que esté colocando a Maeve en la misma línea que su hijo, cuando nunca he visto que algo estalle dañando a las personas de una misma manera. Ciertas personas gozan de privilegios que las protegen, sucede que a veces lo toman como algo natural que no reparan en que nunca estarán en las mismas condiciones de otros, y se precian de sí misma como si la altura de la que miran no es otra cosa que un peldaño que alguien más ya construyó para ellos, que no hay ningún mérito que eso. Es Maeve quien está expuesta al daño, su hijo está protegido por algodones. No lo sé, solo me aterra la idea de que una adolescente que tomé bajo mi cuidado, tenga que lidiar luego con consecuencias como las que yo tuve que lidiar, por encapricharse por alguien que nunca llegó a bajarse del pedestal que le confirió su nacimiento y desde ahí me vino caer sin hacer nada, porque hubiera sido rebajarse.

Me encargaré de que recuerde hasta donde llegan los límites para arrimarse a los snobs— concluyo con una sonrisa tensa, pisaría su pie con tal de sentir que llevo algo de terreno ganado en esta discusión, pero yo mismo reconozco que mencionar a su hermana es una falta de recursos de mi parte, que presuma de ser un buen samaritano me deja poco que echarle en cara y que no sea nada de hace treinta años. De Ingrid puedo decir mucho hasta quedarme sin saliva, que ella también debe encontrar el criticarme como un deporte que le devuelve salud. —Si de tu hermana recibiera halagos no me sentiría tan conforme, como saber que tiene de esas opiniones fuertes como les llamas, dile que gracias. Cada vez que insulta mi nombre, me otorga un año de vida y prosperidad…— quizá exagero en mi tono, tengo que disimularlo con un nervioso cruce de brazos y más allá de lo que pueda decir de la devoción de Ingrid por su familia, es las más elegante manera de decirte que es una entrometida en la vida de los demás.

Mis pensamientos groseros hacia ella se interrumpen por el comentario que hace y recibe una mirada calcinante de mi parte, estoy esperando a que se levanten cuchillas del suelo por esa mención indirecta a mi partida del barrio que compartíamos. —¿También me usa de ejemplo cada vez que le habla a sus hijas de las niñas que no se portan bien?— pregunto. No lo dejo correr, le hago frente. Pero si tenemos que remontarnos a quienes éramos en ese entonces, Ingrid era quien se quedaba con la última palabra al irse dándome la espalda y yo me quedaba con el veneno en los labios de todo lo que me hubiera gustado decir y no decía, tragándomelo, para sacarlo con tanta demora. Veneno, nada más que veneno. Nunca aprendí a discutir, solo a tragarme el nudo de llanto y a golpear como respuesta de cada golpe que recibía, por parte de aquellos que sí hacen de esto una destreza. —Lo hago porque es Maeve— le contesto de modo cortante, —no porque sea alguien de mi escuadrón, ni por algún Helmuth. Pero tu hijo, con su bonita cara, a mí me recuerda los errores que terminan afectando a un futuro que no tarda en llegar…— repito sus palabras. —Porque también sin intención de daño, eso es lo que puede terminar sucediendo, así que estaré atenta y espero que tú también— sí, por poco no me muero aquí mismo por hacer algo que parece ser tratar de llegar a un acuerdo con esta persona. —Eres detestable, Helmuth. Ni siquiera se puede discutir contigo. Me ayudarías un poco más si metieras un comentario desagradable cada tanto y no te pavonearas de las cosas buenas que haces— lo saco fuera porque se me quedará como una espina dentro. —Si la ayudaste con un matalobos— digo de pronto, pareciera que no viene al caso, pero si hablará de buenos actos, que no sean para fachada…—¿por qué no en buscar una cura? No la quiero para mí, Nicholas. Soy lo que soy. Pero, ¿alguien como Maeve? Eso es ayudarla en verdad, no una poción para una noche.
Anonymous
Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Chasqueo la lengua con una gracia fingida, que si tiene que recurrir a llamarnos snobs para insultarme a mí y a mi familia, lo cierto es que me resulta un poco patético, en especial cuando ella misma se está codeando entre ministros estos días gracias a su nuevo puesto laboral. O todavía creerá que por ser una nueva adquisición del gobierno la gente no va a mirarla como al resto de nosotros. — Veo que sigues manteniendo a mi hermana en buena estima — ironizo, puedo decir que el sentimiento de no soportarse es mutuo, desde luego que Ingrid aprovecha cada oportunidad que tiene para despotricar contra mi nueva vecina, no importa que las comidas se realicen en esta casa o en una de las de mis hermanas, Anne Ruehl siempre tiene la manera de hacerse entre una parte de la conversación. A lo siguiente solo puedo que fruncir los labios en una mueca, casi que sonriendo. — Lo más probable, sí, no creo que puedas decir que tu comportamiento es idílico como para querer que unas niñas te tomen como modelo… ¿verdad? — de la mierda que ha hecho a lo largo de su vida podemos hablar otro tanto, que mi familia es conocida por ser una de bien y mi hermana se jacta de ser la envidia de medio vecindario. Por mi parte no malgasto tiempo en fardar de lo que se nos ha inculcado desde pequeños, Rebecca tampoco debería hacerlo con su mal obrada vida.

Sus intentos de insultarme me saben a poco en comparación con lo que se le podría ocurrir de estar en un sitio menos expuesto, aun así la risa que se me escapa es sonora, casi como si no pudiera controlarla. — ¿Eso es lo mejor que se te ocurre? ¿Que soy despreciable por no recurrir a tus mismas formas? — meneo la cabeza, diría que en desagrado, pero estoy lejos de exaltarme por una persona como ella, la paciencia es una de mis virtudes. — Te convendría vigilar esa boca, Rebecca, insultar a los que son tus compañeros no da una muy buena imagen de ti, y si lo que quieres es mantener tu puesto, lo primero que deberías saber hacer es respetar a quienes han estado aquí antes — por educación, aunque sea, no que los Ruehl supieran de eso, pero uno pensaría que después de tantos años, habría aprendido mejor. — Tengo cosas más importantes que hacer en el momento, que ponerme a investigar sobre una cura que probablemente no exista. No te lo tomes demasiado personal, en el día de hoy el gobierno tiene puestas sus prioridades — que de querer encontrar algo para revertir el efecto de la mordedura de un licántropo, ¿no sería Magnar el primero en dar la orden? Suelto el suspiro que he estado conteniendo, dando unas palmas en mi codo con una de mis manos. — Además… tengo entendido que Sigrid te está ayudando con eso, ¿no es así? No es la primera vez que te veo interesada en mi hermana menor… — añado, como pequeña advertencia, si no fuera por las discusiones que han tenido ella e Ingrid en las comidas mientras yo me mantengo al margen, cuando llega el momento de la verdad y tengo a quién parece implicado delante, no dudo en hacer una intervención.
Nicholas E. Helmuth
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Of all the ironies in the world ▸ Rebecca IqWaPzg
Invitado
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Se hace insoportable tener una charla contigo— digo, no es el más ofensivo insulto de la historia, como mucho un reflejo honesto de lo que pienso y por simple que le parezca, si algo me desagrada tiendo a sacarlo fuera porque no estoy como para seguir guardándome cosas, voy quedándome sin espacio, —se siente como si ángeles del paraíso— sigo con un tono mucho más dulce al torcer mi boca hacia un lado en una sonrisa, —se mearan sobre los del infierno— abro mis brazos para acompañar al ejemplo que ilustra su actitud. En esas clases en el norte donde te enseñan a discutir con ingenio, yo me sentaba en la parte de atrás y tal vez no aprendía lo mejor, porque pronto las palabras se volvieron prescindibles para mí y me limité a dar golpes. Se vería muy mal hacerlo con mi vecino, ¿no? Y la excusa de que estaba comportándose como un reverendo sin sotana, no creo que sea válida.

Él mismo me lo recuerda, vienen de la misma escuela de los altos morales y protocolo de conducta con su hermana Ingrid, ¿en serio esperaba que esta charla terminara sin que sacara el puntero para ir marcando cómo debo comportarme? Me alegra de que Sigrid haya logrado escapar de esa secta saltando por el muro. No pongo los ojos en blanco por estar mirándole fijo. —El caso es…— ensancho mi sonrisa al caminar hacia él para pasar mi mano sobre su hombro y espantar una imaginaria pelusa de la tela, —haber conseguido este puesto me permite dar la imagen que me venga en ganas, y aunque a ti te cuesta entenderlo porque tu mundo se limita a tu casa, el traje que te pondrás en el día y a jugar golf con otros ministros, a mí no me importa perder algún día este puesto. No estoy en él para quedarme, sino para hacer el trabajo que se espera de mí— le explico. Me han llamado mercenaria, todos ellos no son otra cosa que culos a los que les gusta vivir entre algodones, por eso están aquí aguantándose las patadas de Magnar y bajando la cabeza.

Me río con desgano porque su respuesta me demuestra lo que sabía. —Las prioridades del ministerio, ¿esas son tus cosas importantes? Porque sabemos cuáles son las prioridades del ministerio y no es inaugurar museos de paz — digo con sequedad, yo lo miro con desaprobación. —Las personas buenas, las que realmente quieren ayudar, lo hacen. Si eres de lo que creen que lo bueno que hiciste era todo lo que estaba en tus posibilidades así que con eso cumples y el resto del tiempo te dedicas a ser la persona que a ti te asegure tu estilo de vida, eso no es ayudar a otros…—. ¿Quiere lecciones de moral? —Se nos juzga por nuestras acciones y también por nuestras omisiones. Nos terminaremos encontrando en un mismo lugar al final de esto— se lo aseguro, nos veremos a través de una cerca de fuego y brindaré con whisky por encontrarlo allí. —¿A qué viene eso, Nicholas?— la risa que me sale es un poco más espontanea, —¿crees que estoy seduciendo a tu hermana menor?— me burlo con un susurro insinuante, se nota a leguas que la pobre Sigrid debe sufrir de los prejuicios y especulaciones de sus hermanos sobre su indebido comportamiento.
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Nicholas E. Helmuth
Miembro de Salud
Lo considero un halago que se vea incapaz de discutir conmigo, si arrugo la nariz no es por eso, sino por lo que dice después. — ¿En qué momento dejarás de ser tan vulgar, Ruehl? — porque sé que le molesta horrores que siga utilizando ese apellido, lo hago sin remordimientos. Casi me puedo ver rodando los ojos y suspirando por la expresión que utiliza, pero hay algo a lo que llaman etiqueta, ya no voy a hablar de educación, la cual debe de ser una palabra inexistente en su vocabulario, que ni siquiera en un lugar rodeado de personas correctas y enseñadas en las buenas formas, como lo puede ser una residencia de ministros, puede tener un poco de civismo. Supongo que una vez uno se acostumbra a vivir entre ratas y miseria, es muy difícil acoplarse al comportamiento de una civilización moderna.

Todos estamos aquí para hacer el trabajo que se espera de nosotros, no te creas especial por ocupar el lugar de alguien que no parecía tener eso claro, que los demás continuemos en este mismo barco significa que estamos haciendo lo mismo. — manifiesto de forma firme, con la única intención de bajarla de esa nube de ego que se ha creado para sí sola, no vaya a ser que todavía se trague su propio discurso petulante. Ni siquiera me molesta que se acerque, no necesito de mi altura para demostrar que seguimos estando en diferentes escalones, por mucho que se codee entre ministros y beba champagne por las noches. — Aunque me alegra que veas esa parte tan lúcidamente, que no desees quedarte de veras refleja que no perteneciste en el lugar desde el principio. — no me cansaré de decirlo. Personas como ella, independientemente de su condición, son las que no están hechas para mantener un puesto como este durante mucho tiempo, por mucho que le pese, ella misma está admitiendo que no es más que alguien que Magnar está utilizando para usar y tirar, en cuanto tenga el trabajo hecho, él mismo será quién le de la patada y la regrese a donde tiene que estar.

Me aclaro la garganta, apartando la mirada de ella a pesar de no mover un centímetro de mi cuerpo. — No quieres hacer un concurso sobre bondad, Hasselbach, no harías más que ponerte en evidencia a ti misma, me temo — si no me río en su cara por esta nueva faceta de moralista que tiene, es precisamente porque conozco de clase, algo que no puedo ni empezar a imaginar que ella tiene. Pero si algo no voy a permitir, es que venga a darme lecciones de este tipo cuando Rebecca misma tiene todas las papeletas de montar una guerra por su propia mano — Tus palabras son basura para mí, no sé cuándo es que vas a comenzar a entender eso, pero me hace excesiva gracia que siendo tú, alguien que no es capaz de mirar por nadie más que sí misma, trates de ver por el bien de otros — muestro una sonrisa para nada afable, pero merecida — No te engañes, por favor, Rebecca, lo que estás haciendo por esa chiquilla no es más que una farsa, a la larga te darás cuenta, terminarás llevándola por la misma ruina que te llevaste a ti misma. Si de verdad quieres hacerle un favor,  aléjate de ella — le digo con calma, una que no siento desde que ella se ha acomodado en estos jardines. Eso no me quita de ser yo esta vez quien rompa con la distancia para atrapar con velocidad su muñeca. — Y en cuanto a mi familia… no quiero verte cerca de ninguno de ellos — aviso, puede tomárselo como amenaza si quiere, pero por si acaso lo dejo bien claro antes de soltar su brazo.
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Después de Run boy run

¿Estás pidiéndome a mí que vea por el bien de tu sobrina?— arrastro mi voz en un falso asombro al ruego que lo tiene parado sobre la alfombra de mi despacho en la mansión, porque de ninguna manera lo invitaría a sentarse, cuando soy yo la que ocupa la silla detrás del escritorio con las piernas cruzadas y los codos hincados en los apoya brazos para juguetear con las puntas de mis dedos como si tuviera entre mis uñas a una diminuta presa. —¿Qué te hace creer que puede importarme el bienestar de alguien más allá de mi misma?— sigo con un tono dulce, porque todos los venenos son dulces, en especial los que están hechos con palabras que me escupieron en la cara, egos arrogantes que ahora tienen que venir a tocar a mi puerta cuando falta poco para la medianoche y quieren -con esa soberbia que les hace creer que lo que piden, lo tienen- que mueva lo que está a mi alcance para conseguir lo que quieren.  

Esta noche se ha puesto interesante cuando hace unos pocos minutos estaba por darla como terminada al meterme en la cama, así tendría unas horas de sueño antes de ir a la base al alba, cuando el edificio se encuentra vacío salvo los aurores en guarida, para poder entrenar a solas. Nunca pensé que un Helmuth fuera motivo para mover un dedo, mucho menos todo mi cuerpo para salir de las sábanas y colocarme la bata a prisa, y ni en mis sueños más locos, que se me pidiera que mueva a todo mi departamento para ir tras el rastro de una niña con este apellido. —No sé si debería involucrarme, Nicholas— meneo mi barbilla, —no debo acercarme a tu familia y si pido que todo un escuadrón se mueva, lo haría un asunto personal. Un asunto que me obliga a acercarme a tu familia— lo susurro con una exagerada pena.

He detestado comportarme como una mosquita muerta para conseguir algo, preferí la agresividad para imponer lo que quiero, pero no es a Rebecca Hasselbach a quien ha venido a arrastrarse por un favor, sino a Anne Ruehl y ella lo era, ¿no? Se me clavan en los costados el filo de los comentarios que me juzgaban y me decían que de nada servía que mostrara una cara amable, estaba contaminada en el fondo y eso terminaría por emerger, que la amabilidad es solo cubierta que cae a final. — Debería permanecer alejada de este asunto, ¿acaso no todo a lo que me acerco acaba mal?— le recuerdo al arquear una ceja. Mi boca se va torciendo en una sonrisa que llega a cambiar todo mi semblante y en un tono más jocoso, muevo mi barbilla para apuntar hacia la vitrina detrás de la cual hay más botellas de las que alcanzaré a tomar en mi estadía en esta mansión. —Sírveme un trago, Helmuth, y convénceme de que alguien con tu apellido se merece mi ayuda. Sabes que el ministerio tiene otras prioridades en este momento, para volcar sus recursos en la búsqueda de una niña que se fue por su propia voluntad, dimé por qué debo interceder y dar la orden para que la tengamos como prioridad.
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Nicholas E. Helmuth
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Sé de sobra con lo que me voy a encontrar cuando me dirijo hacia la residencia de Rebecca a estas horas de la noche, para cuando me recibe con ropa de noche y una mirada crítica, me entran ganas de regresar por dónde he venido, si no fuera porque este es uno de esos momentos en los que tengo que patear mi orgullo y dejarlo a un lado, por el bien de mi familia. Explicarme me toma unos minutos acelerados cuando me da pie a entrar en su casa y prefiere acomodarse en su despacho para recibirme como cualquier otro pedigüeño corriente. No estaría haciendo esto de no ser por el evento de esta tarde, soy consciente de que la única persona que puede ayudarnos en nuestro propósito de encontrar a mi sobrina es la persona que tengo delante, así que tengo que tragarme todo lo que le escupí hace unos días y que ella misma no tarda en remarcar cada vez que tiene oportunidad. Y siendo que paso en silencio muchos segundos en los cuales ella habla, esas oportunidades son muchas.

Tengo que contener el suspiro cansado después de la tarde que he pasado hoy tras la información que me ha otorgado mi hermana, recordarme que estoy haciendo esto por ella es algo que tengo que hacer cada vez que Rebecca abre la boca. — Soy plenamente consciente de que no me expresé de la mejor manera ante tu nuevo puesto, de lo que te dije y como pudieron afectarte mis palabras, pero nuestras disputas no deberían sentenciar a una niña que apenas y sabe lo que está haciendo — si esto es lo que quiere oír de mí, ahí lo tiene — ¿Qué quieres que haga, Rebecca? ¿Quieres una disculpa? Te la daré, te daré lo que me pidas — espero no sonar tan desesperado como me siento, porque eso lo haría todavía cien veces más bochornoso de lo que ya es tener que recurrir a mi vieja vecina para tratar asuntos familiares, en especial después de todo lo que le solté.

Miro la vitrina que me señala con la barbilla y me trata como si fuera un camarero corriente, pero es otra de las actitudes con las que tengo que tragar y espantar el orgullo que me patea con cada frase que dice. Tomo un vaso y ya lo estoy llenado del contenido de la botella cuando lo poso en su escritorio, al lado dejo la botella una vez se ha vaciado el líquido. Yo en su lugar no pierdo el tiempo y saco mi teléfono del bolsillo de mi pantalón, desbloqueándolo para dejar ver una fotografía de mi sobrina que le tiendo para que pueda verla. — Katerina Romanov, estoy seguro de que la habrás visto un par de veces por aquí, es la hija menor de Ingrid, apenas tiene trece años — dejo los datos sobre la mesa, antes de ignorarlos y que ella pueda remarcarlos al final como una posibilidad a negarse, tratándose de mi hermana no me sorprendería, o de cualquiera de nosotros, en realidad. — ¿Vas a condenarla por errores que cometieron sus padres, sus tíos? Tú y yo somos personas que nunca vamos a estar de acuerdo en nada, pero los prejuicios que puedas tener sobre mí o mis hermanas, no deberían ser una razón por la que no ayudar a una niña inocente como lo es mi sobrina, solo porque nosotros no sabemos entendernos. — bien, no estoy diciendo nada que no sea verdad. Poso una mano sobre el escritorio, balanceando mi peso un poco hacia delante para tenerla más cerca — Te lo estoy pidiendo como favor, Rebecca. Si haces esto, la familia Helmuth estará en deuda contigo, yo estaré en deuda contigo — porque sé que no hay nada que quiera escuchar más que eso último, lo digo.
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Que no se expresó correctamente, eso dice… —Creo que muy explícitamente dijiste que debía tener cuidado de cómo trataba a mis colegas si quería permanecer en mi puesto, ¿ahora eres tú quien se está replanteando cómo tratas a tus colegas?— pregunto, me veo en la necesidad de ir recordándole cada parte de nuestra conversación porque al parecer tiene un olvido muy conveniente de ciertos detalles, en mi caso la práctica del resentimiento me ha dado una memoria estupenda que pongo al servicio de los dos. —Tenías toda la intención de que tus palabras me afectaran, que lo hayan hecho o no es cosa mía, pero la intencionalidad estuvo y te juzgo por eso— lo he dicho, con disfrute, las palabras «te juzgo», para que sepa cómo me afecta lo que puede decirme desde su posición de ir señalando mis faltas y carencias. No podría ganarle una discusión a quien sabe vestirse con las palabras correctas, pero el juego de los favores es algo en lo que considero un ambiente que conozco.  

Mi semblante se vacía de expresión cuando menciona a la niña, puede tomarlo como indiferencia si quiere, no quiero que haya emoción que me delate y así se arruine esta conversación de negocios en la que estoy esperando que ponga las esperadas palabras sobre este escritorio. Lo hace, claro que lo hace. Y este sillón que ni siquiera me pertenece, que he ocupado en contadas ocasiones, es el trono más soberbio que podría haber pedido para tener a un Helmuth humillándose a mis pies. Me recuesto contra su cómodo respaldo y por la sonrisa que cabe en mi boca puede dar por hecho que esta vez sí, ha dicho lo que esperaba escuchar de sus labios y es más que lo correcto. —Si pudiera pedir cualquier cosa— lo digo con el susurro seductor de una criatura a punto de hundir sus colmillos en la presa retenida en sus garras, —no pediría una disculpa—. Por mi sonrisa que cada vez se extiende más debería saber que si va a servirse en bandeja, deberá atenerse a donde sea que decida infringir el daño luego.

El favor que pide puede ser para una niña inocente, pero el trato es entre nosotros y las condiciones se ajustan a él, a que no es un hombre en necesidad a quien tenerle compasión, no hay vulnerabilidad sobre la que se esté abusando, está bien plantado en este despacho como el ministro que es, con el apellido del que siempre gozó derechos, su desesperación es ropa de la que se desharé luego, porque por debajo sigue siendo el mismo y es el hombre que cree tener la autoridad para decirme en cada ocasión, que mi lugar está entre la paria. Recibo el vaso que me tiende y es parte de esta pantomima en la bebo sobre la desgracia de los Helmuth. —Es bonita— comento, no veo nada de Ingrid en ella, debe parecerse a su padre que si no me equivoco lo he visto en algunos actos políticos. —El norte es un infierno para las niñas así de bonitas— insinuó, sí, con la malicia que busca incentivar su desesperación. Porque es la verdad, un rostro así, una niña criada entre las comodidades del Capitolio, es víctima fácil de las malas intenciones que hay en esos distritos, y dónde pueda llegar a pasar esta noche, definirá sus días siguientes.

No puedo creer que de todas las familias, sean los Helmuth los que perdieron una de sus hijas menores en el norte. Es un castigo, así lo creo, por su arrogancia. Pero no comparto que los castigos deban caer sobre las generaciones más jóvenes, así que si debo interceder aunque no me corresponda a mí tratar de burlar el karma, lo haré. —Un infierno para a ti a cambio de sacarle a ella de uno— digo en conclusión a su ruego. —Tengo buena memoria, Nicholas, ya te lo dije. No te pongas en deuda con la esperanza de que lo olvide mañana— le advierto, —¿estás seguro?— se lo pregunto mientras saco mi teléfono del bolsillo de mi bata y se lo muestro. Tomo un sorbo de mi trago para dejar el vaso sobre el escritorio y ocuparme de escribir un mensaje que ponga en alerta los que están en guardia y también con indicaciones para los primeros grupos que se presenten mañana. Unas pocas palabras, listo. —Espera un momento— le pido a Nicholas con la mano en alto y marco uno de los números para llamar, aguardo hasta que responde al tercer tono. —Lancaster, te quiero fuera de la cama, ¡ya! Te esperan en la base de seguridad— cuelgo antes de que pueda replicarme lo que sea. —Hecho— digo al dejar el teléfono sobre la mesa y recuperar mi vaso.
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Nicholas E. Helmuth
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Soy consciente de que me muerdo el interior de la mejilla mucho más fuerte de lo que debería, al punto de que mañana tendré una herida por seguro, pero es lo que necesito hacer en este momento para no decir nada que la provoque más de lo que ya está con este giro de los acontecimientos, que venir a arrastrarme a la puerta de Anne Ruehl no es algo que hubiera apuntado en mi calendario jamás. — Lo reconozco, estuve en falta contigo, muchas de las cosas que dije sí las sentí, y no te voy a engañar ahora diciendo que me arrepiento de haberlo hecho, porque los dos sabríamos que estaría mintiendo — hacerlo sería como tener más cara que espalda, no nos engañaré a ambos dando una imagen mía que fue años de pulirla, como para que de un momento para otro tome mis palabras como oración de un santo. — Sí te estoy pidiendo que hagas una única excepción esta vez, no por mí, ni por mi hermana, pero estando parada en la posición en la que estás, te pido que lo hagas como compañero, nada más que eso. Los dos estamos subidos en el mismo barco — ya se lo dije una vez, son otras de las palabras que recuerdo haberle dicho en nuestro encuentro, el cual ahora veo como un poco desafortunado e incluso inoportuno dada la situación actual.

Asiento con la cabeza, en el silencio que indica quién de los dos lleva la batuta en este lugar, y solo puedo que ver a mi sobrina metida en alguno de esos callejones del norte, de los que ella afirma ser un infierno para alguien como ella. — Lo sé — no lo hago, en verdad, no como podría hacerlo Rebecca que conozco de sus andares por los distritos más pobres, pero no llego a decirlo como conocimiento en sí, sino como que entiendo que no es un sitio bonito para niñas como Katerina. — No esperaba que lo hicieras. —murmuro ante su declaración sobre no olvidarse de una deuda, no es algo que personas como ella frecuenten hacer, pero solo de pensar en cómo podrían comerse viva a mi sobrina de toparse con algún descerebrado o pasado de tuerca, me entran ganas de ponerme a rogar, casi que de rodillas. — Lo que quieras, sí, tú solo asegúrate de que la encuentren. Cuando lo hagan, y la regresen a casa, sana y salva — aclaro, no vaya a ser que haya pie a malentendidos —, tendrás todo lo que quieras de mí, ¿de acuerdo? — le aseguro, puedo firmarle un papel si todavía no le quedó claro y prefiere guardarlo como garantía. — ¿Tenemos un trato? — pactos, con los Ruehl, puedo escuchar cómo mis padres se retuercen en la tumba.

Estoy seguro — digo, como doble confirmación. Me quedo mirando como saca su teléfono para escribir unos mensajes, segundos que utilizo para regresar el mío al bolsillo, no sin antes enviarle a la misma Rebecca la imagen de Kitty en caso de que quiera compartirla con los aurores que se encargarán de su búsqueda. — Gracias, de verdad — el suspiro que dejo escapar de mis pulmones es honesto, siento que me he sacado un peso de encima y que, a la vez, solo estoy esperando a que un nuevo cargamento caiga sobre mi espalda al haberle jurado a Rebecca Hasselbach estar en deuda con ella. Lo que no haga por mis hermanas y el bien de esta familia… — No olvidaré esto, Rebecca — ella tampoco, lo sé bien, pero decirle que le debo una lo consideraría un eufemismo, así que mejor me guardo cualquier palabra cordial antes de que se me lance al cuello.
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No quería una disculpa, pero no me esperaba una anti disculpa— lo digo con humor por su descaro de tomar la oportunidad para recordarme que sigue sosteniendo todos los insultos que me echó a la cara, y aun así, espera de mí una clemencia hacia sus palabras para que acuda al auxilio de su familia, la que debe despreciarme con los mismos prejuicios hasta la menor de sus descendientes, esa que espera que devuelva al regazo de Ingrid, cuando la mujer nunca dudó en quitarme lo que tenía entre los dedos por la satisfacción de mostrarse superior. ¿Por qué merecería Annie tener algo que la hija de los Helmuth no tiene? —No quieras volverlo algo profesional, Nicholas— enfatizo en ese «no» que se instaló al comienzo de todos mis discursos desde hace tiempo, —porque esto es personal para ti y también lo será para mí, no es una ayuda entre colegas, eres tú de rodillas ante mí— digo, necesito remarcar cómo han cambiado las posiciones entre nosotros.

En otro momento le hubiera dicho que la suerte de esa niña me daba igual, muchos niños mueren en el norte, lo recuerdo porque los traté y los vi, el hijo del mismo Magnar por no ir demasiado lejos, ¿quién se arrastró pidiendo por ellos? ¡Nadie! A nadie les importó, como a los Helmuth tampoco les importó que la chica de la casa vecina que apenas tenía dieciocho años se quedara en la calle, bajaron sus persianas y apartaron la mirada. ¿Por qué ayudar a alguien de esa miserable familia? Podría hacerme la misma pregunta. Porque es una niña, porque yo hubiera apreciado cualquier mano que me levantara en ese entonces y hubiera adorado a esa persona, le habría hecho un pedestal por sacarme de ese pozo negro de soledad y arrepentimientos en el que caí, porque no le deseo a ninguna niña que vuelva a adentrarse en las miserias oscuras del norte. Para la sobrina de Helmuth debe ser un paseo por las interesantes periferias, desconoce que entre las sombras de todos los edificios destruidos, también están las que te atrapan y te hacen olvidar el camino de regreso a casa.

La encontrarán— afirmo, disfruto del peso del vaso de licor en mi mano al escuchar que tengo a mi disposición todo lo que es Nicholas Helmuth. —Sé que no lo olvidarás, somos de tener buena memoria los dos— murmuro, le señalo la salida al despacho con mi barbilla, echándolo fuera por esta noche. Y si todo lo que tengo que hacer es devolverle a Ingrid Helmuth lo que era suyo y se le escapó entre los dedos, ¿por qué no merece Annie tenerlo también?
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