Esto es un desastre. No me refiero a que ahora tengamos a una nueva ministra de defensa luego de que al anterior lo tuvieran que sacar del puesto por incompetente, sino a que eso significa que en los altos cargos están desesperados. Me gusta pensar en que hay una oportunidad para que las cosas mejoren, pero después de cómo han sucedido las cosas tras la interrupción de los rebeldes, los rumores no son favorables. Hablemos de que un puñado de salvajes se colaron en el departamento más seguro y que, al momento de buscar al infiltrado que pudo haberlos ayudado desde adentro, no se obtuvo nada. No hay señales de una entrada forzada ni rastros de una presencia incorrecta en las cámaras de seguridad, de modo que la única opción que nos queda es sospechar de los inefables. Hay algo podrido ahí dentro y yo no seré quien lo señale, pero si Rebecca Hasselbach no hace nada al respecto, empezaré a investigar por mi cuenta.

De momento, lo mejor que puedo hacer es ayudar a las personas que recién empiezan en el arduo trabajo de proteger a los civiles de los locos que quieren acabar con el orden. El salón de duelo se encuentra vacío a estas horas de la mañana, aún temprano para mi entrada al trabajo y, en vista de que he tomado demasiado café, me muestro inquieto. Jugueteo con mi varita entre los dedos, haciéndola rebotar de arriba a abajo hasta que oigo la puerta abrirse, por lo que me giro, enfrentándome a la figura de Andrew. A pesar del sueño, le sonrío con intenciones de ser amable, que no nos conocemos mucho y lo último que me falta es escuchar lloriqueos de novatos — ¿Qué tal, Zhang? — saludo, avanzando hacia él para estrecharle la mano — Espero que el horario no sea algo que te moleste. Mover los músculos en la mañana ayuda a que durante el día seamos más activos — o al menos, eso me funciona a mí. Le echo una rápida mirada, espero que no se me note en la cara que estoy pensando que parece ser un palito fácil de derribar — ¿Quieres contarme un poco de tu experiencia y en qué te consideras que tienes que mejorar?