The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Katerina L. Romanov
Estoy sentada frente a mi escritorio, peleándome con las palabras que no sé como plasmar en la hoja que tengo delante porque las que me gustan no me parecen las adecuadas, y las que parecen adecuadas no me representan. Si voy a fugarme de casa, las cosas se tienen que hacer bien y no mal, así que no pienso moverme de la silla hasta que tenga una buena nota que explique mis intenciones y el por qué de ellas. Vamos, que hasta mi padre ha tenido que intervenir en las comidas de casa, cuando ni siquiera puedo mirar a mi madre por el enfado de nuestra última discusión, sé muy bien que la razón de mi escapada es ella y su personalidad de dictadora que me tienen encerrada entre las paredes de esta casa como castigo a una pelea que ni empecé yo. Cuando se lo conté a Brian en la escuela al no poder quedarme para comer en la casa de la tía Sigrid, me dijo que era normal, que obviamente mi madre se sentía presionada y que solo lo dejara correr unos días. Pero estoy muy lejos de dejarlo correr, tal como ella, claro, si orgullo a esta mujer le sobra por todas partes. Nadie mancillará el nombre Helmuth en su presencia, y es evidente que yo lo ofendí un poco con eso de querer convertirme en alquimista.

Así como no cuento con levantarme del lugar, no pensé que me fuera a entrar el hambre tan deprisa, por lo que después de un par de rugidos por parte de mi estómago, decido tomar mi libreta, donde he empezado a escribir la nota en sucio y se nota por los tachones que hay inscritos y la mala letra, y salir de la habitación, que he aprendido a no dejar nada a la vista en esta casa. No por nadie ni nada. Si no fuera porque me sorprende el ruido procedente del baño de mis padres cuando ninguno de los dos está en casa, habría pasado de largo, pero el último resquicio de hija responsable que me queda lo utilizo para ir hasta allí a ver qué es lo que está pasando. Para mi sorpresa encuentro la bañera llena de agua, de espuma, y también de una figura que hasta donde yo sé, no vive aquí, porque a no ser que alguno de mis padres frecuente tener fantasmas por amigos, esto es todo un nuevo descubrimiento. — ¿¡ERES UN FANTASMA!? — no sé por qué lo pregunto tan emocionada, si no puede estar más claro que lo es, tan claro como el agua que empieza a chorrear por el suelo y a la que ni siquiera le presto atención. — ¿Has venido hasta aquí para atormentar a mi madre? — porque no quiero decirlo en voz alta, pero estaría genial que algún espíritu le diera su merecido. — ¡Sabía que había una ouija en casa! ¿Te has escapado del inframundo? — ¿qué genial sería eso?
Katerina L. Romanov
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El ladrido estridente del perro lo silencio al cerrarle la puerta en el hocico, lo tengo un rato más rascando la madera y gimoteando para que abra. ¿Qué tienen todas las casas que necesitan tener un perro? Son molestos, tienen pelos y beben agua del retrete, después dirán que somos los fantasmas los habitantes insoportables de la casa, ¡pero nosotros no andamos dejando pulgas por ahí! Salvo Mimo, el que parece ser el nombre de este peludo, no puedo quejarse de que mi estancia en la casa Romanov-Helmuth estén pasando a ser las vacaciones más largas que  me he dado en una casa lujosa, generalmente al cabo de dos o tres días, tenía que saltar el muro al darme cuenta que los dueños estaban prontos a regresar para descubrir que ya no quedaba comida en el refrigerador y que la reserva de alcohol se había reducido a botellas con orina. Estoy muy tentado hacer lo mismo a Romanov padre, el problema es que con la esposa que tiene me da hasta pena que sufra más martirios en esta casa, en la que el aire se siente raro estos días y no es mi culpa, si yo me comporto bien con los largos ratos a solas que tengo en el baño espacioso o el guardarropa de Romanov, es la buena vida luego de la muerte. Mientras espero que vuelvan a aventar el reloj a otro lugar, como asumo que pasara tarde o temprano.

Lo único que me falta para mi rato de descanso es una botella de champagne en un cubo helado al lado de la bañera, no porque fuera a beberla, pero si voy a hacer esto, tengo que hacerlo bien. Me sobresalta el grito en la puerta y respondo con lo que parece ser la frase más común en estos días por aquí. —¡Es que nadie sabe golpear la puerta en esta casa?!— suelto, seguro de que también se la he escuchado decir a ella. —Deberías golpear, ¿de acuerdo? No quiero luego una denuncia porque me encuentren aquí contigo, ¿eres menor, no? Cada vez son más pervertidas, ¿qué hubiera pasado si estaba aquí desnudo? Yo te digo que hubiera pasado, tu hermana me habría seguido al inframundo para cortarme las…— todo en un plano imaginario, porque no es que pueda desprenderme de la sombra de la ropa sucia con la que terminé siendo arrojado a un callejón. Calmo mi propio sobresalto al sentarme en el borde de la bañera para poder hablar como se debe con la menor de los Romanov. —Eres Kitty, ¿verdad? Nos llegó una petición al infierno con tu nombre pidiendo que vengamos a jalarle los pies a tu madre, no se suponía que tuvieras que encontrarte conmigo. El trabajo lo solemos hacer de manera privada y luego te hacemos llegar el monto total a pagar— contesto en un tono neutro. —Dejamos de comunicarnos con las ouijas hace milenios, la señal es pésima. Tenemos cuenta en Wizzardface, ¿no la viste?— ¿de qué otra manera se supone que tengo que contestarle a una chica que está aquí, saltando, toda emocionada por tener a un fantasma que atormenta a su madre?
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Katerina L. Romanov
No puedo evitarlo, su reacción me produce el reírme, aunque se percibe más exagerado por el movimiento que hacen mis hombros que por la profundidad de la risa en sí. — Lo lamento, no sabía que había alguien aquí dentro. Se suponía que estaba sola en casa, ¿sabes? — le explico, como si le importara mucho que mi madre ha salido a hacer compras y su para nada sorprendente tono opresivo me obligó a quedarme en casa para terminar los deberes del colegio. Pobre inocente que me vio sentada en el escritorio y creyó que era lo que estaba haciendo, cuando en realidad estaba escribiendo una nota que la coloca como la principal razón por la que estoy planeando mi fuga. — Tengo trece años — ¿qué manía tienen los mayores con considerarme menor? Que sé que no mido mucho… ¡pero estoy creciendo todavía! Me acerco para cerrar el grifo de la bañera antes de que el baño de mis padres se convierta en una piscina y alguien se queje de que ya la preparé — Menudo desastre que has preparado… ¿¡Conoces a mi hermana!? — y yo que pensaba que mi hermana no tenía mucho interesante que contar sobre su vida… lo más interesante que le pudo pasar fue cortar con Percy, y las circunstancias en las que eso ocurrió fueron demasiado desafortunadas como para poder bromear sobre ello en las cenas. No le haría eso a Lexie, de todas maneras, pero wow, ¡conocer un fantasma! ¿Cómo no me lo había contado?

Estoy a punto de preguntarle de qué conoce mi nombre, mis labios están preparados para hacer esa pregunta, pero lo que dice después me hace reír de nuevo. — Eres gracioso — le digo, tal y como si fuera Milo cuando hace lo que sea para que le dé una de las chucherías del armario. — No uso Wizzardface, no tengo teléfono para empezar, aunque sí un walkie talkie — tomo asiento en la tapa del inodoro, frente a él para tenerlo más de cerca, no puedo contenerme cuando atravieso una mano por su cabeza sin preguntarle antes. — Wooooooho… ¿no sientes nada verdad? — que he leído sobre fantasmas en la escuela, pero nunca había tenido la oportunidad de ver a uno con mis propios ojos, mucho menos charlar con uno. — ¿Puedo preguntarte como es estar muerto? — ¡porque seguro que es lo que más le apetece que le pregunten a un fantasma! Al menos no le he preguntado cómo murió... Eso me lo guardo para cuando haya un poco más de confianza. — Lo de mi madre... no iba en serio, que no quiero se vaya con un pase directo al infierno. Es solo que... argggggggh, a veces me enfada muchísimo — suelto un bufido tan exagerado que me revuelve algunos pelos, meneando la cabeza de un lado para otro como si con eso pudiera llegar a conseguir que me entienda. — Madres.
Katerina L. Romanov
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Sola en la casa— repito lentamente, —en serio que me caería una denuncia de no estar muerto, no, me caería tu madre…— que es mil veces peor que tener a Alexa como una furia corriéndome detrás en el inframundo, su madre es como el leviatán, ¿y alguien puede imaginar al leviatán en el infierno? Ni el diablo querría permanecer allí, le entregaría su reino a Ingrid Helmuth. Digamos que conozco un poco a esta familia, el único al que no es el hijo, incluso a la niña que tengo delante, luego de leer su diario, puedo decir que me hago una idea general sobre su personalidad. —Trece años te sigue haciendo menor de edad y si estuviera vivo me metería en problemas tener una charla contigo en el baño de tu casa, agradezcamos que estoy muerto— explico, toda mi vida estuve haciendo exactamente lo que las leyes decían que no debían hacer, que me conozco casi todos los delitos punibles que existen, aunque ni entonces, ni ahora, tuve algo con las menores, pero la gente tiende a vincularte con más crímenes de los que cometiste cuando tienes un prontuario que pasa de una página. —Claro que conozco a Alexa, hace muchísimo. No dejaba de ir detrás de mí, podía llegar a ser muy insistente, lo que era muy molesto, ya no sabía cómo decirle que se apartara…— le cuento mi versión de la historia, su hermana podrá incluir los objetos robados o las sospechas de estar colaborando con traficantes cuando le ofrezca su testimonio.

Puedo serlo a veces— contesto con una sonrisa que va curvando mi boca, mi tono es neutro, como más de una vez me encontré en charlas incómodas, a veces con un arma en la nuca, hablar a la ligera sobre todo se volvió parte de mí y si me quedo en silencio, es cuando los problemas comienzan porque es cuando decido que la única manera de solucionar las cosas es a los golpes… o es lo que hacía. —No tengo razones para ser un bastardo contigo— digo, después de todo, no es más que una niña, que bastante tiene con la familia que le tocó en suerte. —¿Estás bromeando, verdad? ¿Y cómo hablas con tus amigos? ¿Cómo sabes cuando la gente se va de vacaciones y es un buen momento para meterte en sus casas?— pregunto, hasta la rata más pobre del norte conseguía una computadora o un teléfono para que podamos revisar perfiles de personas con casas del distrito uno o dos, y cuando se iban a sus vacaciones al cuatro, al volver se encontraban que ni el perro tenía su plato. —¿Cómo que no siento nada? Ese ha sido un comentario hiriente de tu parte, que insensible…— me burlo de ella. La veo sentándose cómodamente sobre la tapa del retrete, así que hago lo propio al usar el borde de la bañera como una silla que no necesito, simplemente podría sentarme flotando. —¿Quieres la explicación larga o la explicación corta?— pregunto, que no tengo problemas en explayarme en eso, yo también fui un chico que hacía maratón de películas de terror.

Más traumático que hablar de mi muerte, puede ser hablar de su madre. —Puedo sentir tu aura roja de furia—  miento, mi mano dibujando un círculo en el aire que abarca toda su figura. —Pero te entiendo, mi madre también me sacaba de quicio cuando tenía tu edad, quería hacerlo todo a su manera y nunca pensaba en mi hermana o en mí— es la impresión que me quedó de ese entonces, un montón de recuerdos en los que hablábamos gritándonos, porque no podía ser de otra manera. Cada vez que llegaba con un golpe a la casa, lo primero que hacía era enojarse conmigo, me reprochaba todo lo que venía haciendo y cosas que nada tenían que ver con el momento. —Así que un día, simplemente me fui de casa. No la necesitaba, podía vivir por mi cuenta, cuando eres una persona de recursos, lo consigues— aseguro, lo último que pienso contarle es como acabó eso, evito recordar lo que fue enterarme que un día todos los humanos fueron mandados como esclavos a un mercado, entre ellos mi madre, para nunca volver a verla.
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Katerina L. Romanov
Me encantaría poder decirle que está exagerando, pero su sola presencia, con o sin mi compañía alrededor, sería suficiente en sí mismo para poner a mi madre de cabeza, así que tengo que conformarme con fruncir los labios en un ladeo de cabeza que le da toda la razón a sus palabras. — ¿De veras? ¿Mi hermana te perseguía? — le echo un vistazo más a conciencia, pero el hecho de que sea transparente no me da una apreciación detallada de la edad que podría tener. — Fíjate que yo pensaba que Lex solo miraba a Percy… —  comento así de paso, no con la intención de que entienda a quién me estoy refiriendo, sino como parte de un pensamiento interno que declaro en voz alta. Uno en esta casa se entera de más cosas sobre su familia viniendo de otros que de sus miembros en sí, primero Nick, ahora este fantasma. — ¿Me habías dicho como te llamabas? — pregunto, no tan discreta, me lo voy a apuntar en la libreta para luego hacer mis propias investigaciones sobre este sujeto en particular.

No me meto en casas ajenas sin su permiso — contesto, tan simple como eso, que uno aprende una que otra cosa cuando se vive bajo el techo de Ingrid Helmuth, entre esas cosas está la educación de ser amable con las personas y respetuoso con absolutamente todo. — Aunque supongo que tiene sus ventajas… — considero en una segunda opción, aunque termino por sacudir la cabeza, como desechando la idea antes de que mi propia madre se meta dentro de mi cabeza. — Hablar con mis amigos lo hago en la escuela, con mi primo usamos walkie talkies, es más misterioso y así personas como mi madre no pueden rastrearme las llamadas o cotillearme los mensajes. También sé utilizar el código morse — esto último lo digo con un tonito de orgullo, hasta alzo la barbilla y todo, que con todo lo que me costó aprenderlo y enseñárselo a Brian, que todavía no es su plato fuerte, me alegra que por fin tenga a alguien con quién compartir mis competencias. Se me escapa una disculpa en un murmullo al darme cuenta de que sí pude haber herido sus sentimientos, pero que no rechace mi curiosidad me hace acomodarme en mi asiento con la seguridad de que tanto no le molesta. Termino por encogerme de hombros de un gesto. — Tenemos un tiempo hasta que regrese mi madre, por mí puedes contar todos los detalles que quieras — le digo, un pelín emocionada, no lo voy a negar.

Uno nunca piensa que los fantasmas tuvieron una vida, con hermanos, madres y todo, solo que… no sé, simplemente nacieron siendo fantasmas y que así van a quedarse para toda la eternidad. Por eso me sorprende que hable con tanta naturalidad sobre ello, incluso cuando sé que no debería asombrarme en lo más mínimo al escuchar sobre su familia. — ¿Te fuiste de casa? — repito, aunque no es mi intención el que me lo asegure de nuevo, lo hago por otro motivo. — Vaya… Es curioso que lo digas porque yo estaba pensando en irme unos días de casa, no tanto como no volver… Quizá más que unos días, un tiempo. — acabo corrigiendo, que uno no sabe cuando va a volver cuando se trata de una expedición como la que estoy elaborando. — Verás, estudio la piedra filosofal desde hace mucho tiempo, cuando sea mayor quiero ser alquimista, pero mi madre no me toma en serio, nunca lo hace, cree que son cosas de niña, que se me pasará y terminaré estudiando para convertirme en auror — por la cara que pongo cuando le voy poniendo al tanto, es evidente que eso trata de los sueños que mi madre tiene sobre mí, no de los míos precisamente. — Quiero demostrarle que no es así, que puedo ser y seré la mejor alquimista de Neopanem, y quiero ir en búsqueda de la piedra, ya tengo muchos datos recopilados como para saber donde buscar — bueno… esto no es completamente verdad, pero no es como si pudiera coger un barco a Europa tan fácilmente — Estoy en proceso de escribir una nota para mi familia, ¿quieres escuchar lo que llevo escrito? — no espero a que responda, me aclaro la garganta rápidamente.

Empieza así: ”Queridos papá y mamá, os hago llegar esta carta para informaros de que he partido hacia lo desconocido. Me he visto obligada a tomar esta decisión en vista de que mis opiniones en esta casa nunca son reconocidas, ni respetadas, y que la expresión de mi libertad ha sido arrebatada por las fuerzas opresoras de algunos miembros…” Sí, aquí me estoy refiriendo a mi madre. ”Te hablo directamente a ti, mamá, cuando digo que regresaré solo y cuando haya encontrado los orígenes de la piedra filosofal, ahí es cuando entiendo que empezarás a tomarme en serio y que respetarás mis decisiones de futuro, tal y como respetaste en su día las de mis hermanos. Papá, sé que no podremos hacer barbacoas los sábados por un tiempo, me acordaré de ti cuando tenga que alimentarme a base de lagartijas para sobrevivir… Y a Luka y a Lex les pido que no toquen las cosas de mi cuarto, si es que vuelvo algún día, aunque haya pasado mi sesenta cumpleaños, me gustaría poder encontrarlo todo como lo dejé en su momento.” En esta parte me he quedado un poco falta de ideas, si se te ocurre algo que añadir me dices, sigo, esto para el final. “En el caso de que perezca en el camino o que me encuentre en paradero remoto sin que obtengáis noticias mías, quisiera poner a Brian a cargo de Milo, él sabe el tipo de pienso que le gusta; y también me haría muy feliz si Oliver pudiera quedarse con mi colección de piedras del tercer cajón de mi armario. Sin mucho más que añadir, sepan que los echaré mucho en falta, pero que esto es algo que debo hacer, por el bien de todos". Ahí, ¿qué te parece? ¿No quedó muy dramático, no? — alzo la mirada hacia el fantasma, a la espera de una crítica constructiva.
Katerina L. Romanov
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No, no le he dicho mi nombre, se me olvidó presentarme por saber bien quién era ella y básicamente todos en esta casa. —Nikolaj— contesto, le pasaría la mano si pudiera estrecharla, como no es el caso la dejo donde está. —Puedes decirme Niko— se lo ofrezco porque no es más que una niña, para su madre y su hermana prefiero seguir siendo «Holenstein». —Me dijeron que era el nombre de un rey muy rico, sus palacios eran los más lujosos del mundo. Hacían muchas fiestas y las copas de champagne que tenían oro en los bordes, las rompían contra el suelo después de cada brindis. También tenía muchas hijas y todas llevaban joyas grandes y pesadas sobre sus vestidos— le cuento, —habrá sido en otra vida— muevo mi boca hacia un lado en una sonrisa que encuentra todo el mito alrededor del nombre, como un chiste sobre lo que fue mi suerte. No habrá otras vidas para compensar esta última.

Te estás perdiendo parte de la diversión en esta vida— susurro como una voz de mala consciencia, la hija menor de Ingrid Helmuth no parece ser tan apegada a las normas y más bien, por lo que cuenta luego, sabe escapar del control sin meterse en nada ilegal. Una chica inteligente, ¿no? Su hermana lo había dicho, muy inteligente y con alma de alquimista. —Suenas como esa gente que cree en los rumores de que el gobierno nos espía hasta los mensajes y se ponen cacerolas en la cabeza para… no me acuerdo qué. Escapar del control de tu madre te enseñó a cómo sobrevivir a la quinta guerra mundial, ¿no?— opino. No me hará falta pagar a un psicólogo, estoy haciendo terapia con las hermanas Romanov al verbalizar como fue mi muerte y solo me faltan las preguntas clichés de «¿y cómo te hace sentir eso, Nikolaj?». Pues muerto. Muy muerto. —Pasó que venía trabajando para un tipo, me pagaba un poco mejor que el anterior, pero luego apareció otro que pagaba aún mejor. Recibí el pago de ambos por un objeto maldito que le robé a un sujeto del mercado negro, pero no les di el objeto, sino unas imitaciones. Así como me ves, soy o era bueno haciendo falsificaciones… casi siempre cuando robaba algo, dejaba una imitación. Todos felices, ¿no? Cuadros, reliquias, la gente no se da cuenta que algo no es hasta que alguien no se lo dice— esto último suena confuso, pero es inteligente así que sabrá entenderlo. —Se enteraron, el tipo para el que trabajaba creyó que le di el objeto al otro, no hubiera sido la primera vez que me acusaban de mentiroso, pero esta vez eran más y no corrí tan rápido. Esa es toda la historia…— muevo mis hombros dándola por concluida, porque terapia o no, no podría poner en palabras lo que pasó cuando me atraparon.

¡Espera! ¡¿Cómo que te vas?! ¿Vas a dejarme con tu madre y tu hermana?— pregunto en un pico de desesperación, la eternidad aquí será un martirio. Ni siquiera sé si podré volver con David a este punto. ¿Y qué si me quedo toda la vida en esta casa? Miro a la bañera con espumas, a la niña, a la bañera con espumas, a la niña. ¿Un infierno con lujos o irme con la niña? —Oye, ¿me llevarías contigo?—, a veces hay que hacer sacrificios en la vida, renunciar a las cosas buenas que nos pasan, porque no son tan buenas al fin y al cabo, si vienen ligadas a alguien como Ingrid Helmuth. —¡Por supuesto que lo serás!— exclamo, con un entusiasmo de entrometido, dice algo sobre que tiene información de dónde podría encontrarse la piedra, ¿en serio podría dejar pasar esta oportunidad? Nunca. Sea o no la piedra filosofal, esta niña en sí misma es una mina de oro, no, piedras preciosas. Podríamos hacer mucho dinero con lo que sabe de piedras, algún día con ese dinero tendrá una mansión más grande que esta. ¿Quién necesita quedarse a soportar a una madre que no hace más que ignorarla? —Claro, soy todo oídos— acepto, voy acompañando a cada cosa que dice con un asentimiento serio de mi parte, espero a que termine para darle mi opinión. —No, para nada. No es dramático. Es breve y concreto, no hace falta agregar mucho más. Solo tengo una sugerencia y es que…— comienzo a elevarme en el aire en giros, —nos llevemos con nosotros esas piedras del tercer cajón. Porque esas piedras, Katerina Romanov, será el oro que te permitirá ir a cualquier lugar— se lo prometo. —Ahora, para llevarme contigo, necesito que le robes a tu madre el reloj que tiene en su cartera.
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Katerina L. Romanov
Niko — repito, acostumbrándome al nombre para caer en la sorpresa segundos después, de que conozco la historia de la que me habla — ¡Ya sé lo que dices! Mi padre me contó esa historia hace mucho tiempo, cuando era más niña — creo que en el momento ni siquiera la entendí bien, supongo que porque ocurrió hace siglos y no mucha gente la conoce. — También tenía un hijo, era el más pequeño y creo que estaba enfermo, el final se me hizo bastante triste — comento, el tono de mi voz se apacigua al nivel de lo que cuento mientras un mohín en mis labios lo acompaña. Al menos la expresión desolada no me dura mucho cuando pasa a hacerme reír ligeramente por una cosa en la que creo firmemente, pero que a él solo parece hacerle gracia. — ¿Y quién dice que el gobierno no nos está espiando? Las cacerolas creo que se usan para interferir con la señal de la red... — murmuro, que no tengo la menor idea de tecnología, para eso es muchísimo mejor la prima Jen, así que termino por encogerme de hombros, divertida por lo último. — Uno tiene que hacer lo que sea con tal de mantener a mi madre a raya, lo próximo será diseñar una pluma que escriba transparente para que solo pueda leerlo quién lo escribió, así dejaría de cotillearme los cuadernos — bufo, que ahora que lo pienso no parece una idea tan descabellada, quizá deba patentarla antes de que alguien me la robe, ¿o existirá ya?

Escucho la historia de como murió sentada sobre el inodoro, sin apenas moverme mientras le observo en sus expresiones, aunque tengo que admitir que se me eriza algún vello del cuerpo por lo que va contando, que no debería estar acostumbrada a escuchar cosas como estas más allá de las películas que veo a escondidas porque a mi madre no le gusta que mire las que no son para menores de dieciséis. Obvio que las termino viendo igual y alguna que otra vez he ido al cine para ello, pero esos detalles me los guardo para cuando sí exista un diario que solo pueda leer yo. — Pues vaya... lo lamento, no debió de ser muy lindo morir así — es lo que tengo para decirle, siendo que no conozco de la experiencia, no sé qué mucho más se le puede decir a una persona que ya está muerta. Sería muy desagradable por mi parte el dejarlo aquí solo con mi madre, aunque me veo obligada a decir: — Lexie no es tan tan como mamá, hasta creo que os podríais llevar bien... — eso es una mentira tan grande como una catedral, ¿pero qué puedo decirle? ¿que vivir aquí es similar a habitar dentro de un cárcel? ¡Si hasta los criminales la deben de pasar mejor ahí dentro en comparación! — Es solo que le gusta ser la favorita de mamá, pero cuando estás solo con ella, se puede volver divertida — o... no. Dependen muchas cosas, Luka también puede convertirse fácilmente en el favorito de mi madre.

¡Pero entonces tendré que dejarle otra cosa al primo Oliver! — exclamo, un poco disconforme con su sugerencia a pesar de que tiene cierto sentido, que me costó lo suyo encontrar todas esas piedras, en especial porque cada una que encontraba creía que era la piedra filosofal de verdad. — Son muchos años de hacer esa colección... — gimoteo, está mi madre para corroborarlo con esas historias que cuenta para hacerse la graciosa de cuando tenía tres años y me llevaba piedras del parque, cuando a mí ya entonces me parecía un trabajo serio. — Supongo que podría entregarle otra cosa... no lo sé, tendré que pensarlo, ¿pero el resto está bien sí? Iremos a buscar ese reloj, me serías muy útil cuando ande vagando por ahí — acepto con un movimiento afirmativo de mi cabeza, paso a levantarme una vez he cerrado el bloc de notas y salgo del baño con la intención de que me siga. — ¿Decías que estaba en su cartera? Miraremos en la habitación de mis padres primero, pero habrá que tener cuidado con dejarlo todo como estaba, que si no mi madre se pone como una fiera... — no creo que haga falta explicar las razones de eso, con lo maniática que es con el orden y con prácticamente todo en su vida.
Katerina L. Romanov
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¿Sabes por qué estaba enfermo?— si conoce esa parte de la historia, no creo tener que guardarme los detalles sobre esa tragedia familiar. —Porque se casaban entre parientes, por puristas. Ya ves como acaba la gente que se junta solo con los suyos, a los magos puristas les va a terminar pasando eso…— le echo un vistazo, que algo había oído sobre que los Helmuth tienen lavandina en vez de sangre, de lo puros que son. —No te cases con tu primo, ¿me oyes?— le aconsejo, que no es más que una niña, y vaya a saberse qué ideas le meten en la cabeza. Su madre parece ser de esa que te mete ideas con alfileres. —Me sorprendería si no lo estuvieran haciendo, ¿mandar dementores a las calles y no robar datos en Wizzardface? No quiero decir que sepa cómo manejar un país, pero son cosas básicas…— es mi opinión, la que puedo darla dentro de un baño que no es el mío, con un niño que tiene que lidiar con algo peor que el escuadrón de inteligencia del ministerio: su madre. —¿Quieres una? Puede que tenga un contacto con el que podría conseguírtelo, te venderé a un buen precio…— las oportunidades no hay que dejarlas pasar y creo que David tiene algunos bolígrafos que le puedo robar, ah, mierda… no sé si volveré a verlo, ya conseguiré alguno…

No fue lindo— estoy de acuerdo con ella en un tono más funesto, dudo que haya una muerte que se pueda describir como linda, salvo la que tienen unos pocos de dormirse y simplemente no volver a despertar. Nunca creí posible que me encontrara entre esos afortunados, aunque hubiera deseado algo distinto, más rápido, más limpio, no me hubiera importado que corriera por mi cuenta. Me río sin ganas cuando habla de su hermana. —¿Tú crees?— en esa pregunta resumo la lista de razones que puedo enumerar de por qué no me llevaría bien con ella, comenzando por el simple y llano de que le caigo mal, todas las razones que vienen después explican por qué le caigo mal. —Si no tienes alguna fotografía que me muestre que tu hermana es capaz de divertirse, disculpa que no lo crea. Ver para creer, así de sencillo— digo.

Por ley de la naturaleza, le debería caer mal a todos los Helmuth, somos especies distintas, pero creo haberme topado con el eslabón distinto de esta cadena y la primera me ofrezco a ir con ella a una expedición a lo desconocido, como lo dice en su carta. —Le puedes dejar otro perrito a él, ¿por qué tienen que ser tus piedras?— sugiero en cambio, si ya deja uno, puede conseguir otro. Por supuesto, ella será la que cargue con las piedras y no creo que pueda llevarse más que una mochila…  —De acuerdo, hagamos esto… seleccionemos las mejores y más llamativas piedras, el resto se lo puedes dejar a ese tal Oliver y que las mantenga bajo siete llaves— las podemos necesitar a futuro. —El resto puede quedar así, y no te preocupes, seré un buen guía en tu descubrimiento del otro mundo— ¡que soy de fiar… para algunas cosas! Si digo que iré con ella es porque iré con ella, ¿y qué más me puedo quedar a hacer en la casa Romanov? ¿A que algún día me hagan masajes de pies? Ni siquiera tengo pies. Si la sigo lo hago levitando detrás de su espalda. —¿Por qué tenemos que tener cuidado? Nos vamos a escapar, bien podrías desordenarle todo el guardarropa y dejarle algo escrito en una de las paredes, con pintura roja, así es más dramático.
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Katerina L. Romanov
Niego con la cabeza cuando me pregunta si lo sé, supuse que sería una enfermedad genética o algo así había oído, no espero que me salga con esa explicación tan turbia y la forma en la que paso saliva y pongo cara de haber tragado un limón declaran lo que estoy pensando. — ¡No pensaba casarme con mi primo! Con… ninguno de ellos — dagh, ¿se pueden imaginar algo más asqueroso que eso? Ni siquiera he besado a un chico, como para estar pensando en matrimonio, ¡y mucho menos con Oliver o Brian si vamos al caso! Dejo a un lado el tema de las relaciones familiares turbias, siendo consciente de que mi familia es una de esas que se conocen por tener la sangre más pura entre los magos, porque me llama la atención otra cosa mucho más interesante que la pureza entre razas. — ¿Podrías hacer eso? No tengo mucho dinero, lo que he ahorrado es para esta expedición, pero podríamos llegar a un acuerdo… — digo, así es como empiezan todas las negociaciones, he visto como funciona en las películas, así que me apresuro a añadir: — ¿No tendrás ningún negocio turbio, verdad? — la palabra “contacto” por bien que pueda sonar, tiene que admitir que no lo hace tanto cuando viene de un fantasma.

¿Ver para creer, huh? Pues… creo que lamentablemente no, no tengo nada que pueda corroborar la diversión de mi hermana. Es lo que pasa con las personas adultas, ¿sabes? Antes solíamos hacer un montón de cosas divertidas, luego se volvió un poco estirada, como mamá, antes ya lo era, pero menos. Debe de ser la vida adulta la que te vuelve un poco rancio — esa es mi teoría y sobre la que me baso, está Luka por si me pide un ejemplo más explícito de por qué pienso de esa manera, cuando solíamos ser tres en esta casa y se marchó para darle fin a la diversión. Mi hermana tiene sus razones igual, para comportarse de manera un poco más arisca, teniendo en cuenta lo que ocurrió con Percy, pero no creo que sea algo para decirle a un fantasma siendo que ni siquiera está en mi poder el ir repartiendo información que no me corresponde en un primer lugar. — Ser adulto tiene que ser un aburrimiento tremendo — digo como conclusión final, esa que hace una buena representación de los ejemplos que tengo en esta casa para demostrarlo. Empezando por mi madre y terminando por el mediano de sus hijos.

Porque Oliver no va a querer que le deje un perro, ¡o mejor dicho, el tío Nick! Lo cual no entiendo porque con la casa tan grande que tienen… — Milo sería muy feliz con esos jardines, pero sé que lo sería aun más con Brian y la tía Sigrid, que sí le gustan las mascotas. Entro a la habitación de mis padres con el cautelo de alguien que sabe que está entrando en terreno prohibido, por eso me apresuro de lanzarle un ‘ssssssh’ para hacerle callar la boca. — ¡No delates nuestras intenciones tan alto! Estas paredes… prácticamente pueden escuchar lo que decimos — eso fue algo que me inventé de pequeña porque de alguna forma, mi madre siempre terminaba enterándose de que había hurgado en sus cajones, pero con el tiempo es un hecho del que me he apegado para explicar los superpoderes que tiene mamá para estas cosas. — ¿Y qué sugieres que deje escrito? No planeo destrozarles la habitación a mis padres en mi huida, la verdad… — con la nota sería suficiente, es lo que me pensé en el momento, todavía se me tiene que ocurrir donde dejarla para tener el tiempo suficiente para escapar, pero que no sea tan evidente para que ni siquiera haya podido subir al tren. — Ajáaaaaaaa, ¿es este el reloj? Vaya, tiene las iniciales de mi padre… — comento cuando encuentro el objeto en el cajón de la mesita de noche de mi madre, pasando el dedo por el relieve del mismo en una observación analítica.
Katerina L. Romanov
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Tengo un par— contesto con simpleza, —o los tenía, solo debes decirme qué te gustaría conseguir, yo lo arreglo todo para traértelo al precio más conveniente…— ¡que es una niña! Tampoco la estafaré con sumas millonarias, si le hacía eso a los mafiosos del norte es porque sabía que ellos tenían ese dinero oliendo feo en sus bolsillos, no me meteré con la alcancía con forma de cerdito rosa de una niña, tengo mis límites. Solo unos pocos galeones por un bolígrafo de falsa tinta invisible. Es algo menor, ni siquiera debería contar dentro de la amenaza que me hizo su hermana de no meterme con ella, quien por cierto se veía muy capaz de conseguir infringir dolor a alguien como yo que ni siquiera tiene cuerpo. —La vida nos hace a todos bastantes rancios— comparto mi opinión, me guardo el comentario de que quizá ese es el carácter que también necesitó tener su hermana para hacer el trabajo que hace, si se anduviera de bromas en vez de pararme de narices, no le tomaría en serio y nunca es bueno que entre repudiados y criminales no te tomen en serio. —No es que sea aburrido— le doy mi opinión de adulto, creo que es la que quería, ¿no? —Cuesta un poco más encontrarle lo divertido a las cosas, en el mundo en el que vivimos cuesta el doble, quien se la pasa divirtiéndose es alguien que no tiene sentido de la realidad. Quizás tu hermana— no estoy defendiendo a Romanov, ¿verdad que no? —solo tiene un sentido de realidad muy fuerte— hago una mueca para que no parezca que la defiendo.

La sigo a la habitación de sus padres mientras continuamos con nuestros planes previos a la fuga, lo del perrito para ese Oliver no es lo realmente importante, también podemos prescindir de la pintada en las paredes, diría que exagera cuando dice que estas paredes nos oyen, no lo hago porque cada cuadro se vuelve sospechoso y apuesto a que Ingrid Helmuth ha puesto micrófonos hasta en las lámparas. —Pensé que estabas enojada con tu madre, ¿te irás así sin más? ¿Solo la carta? Me parece que estás siendo muy suave con ella y cuando eres suave, cuesta que el mensaje se entiende…— ignoremos que en su carta puso muy explícitamente «te estoy hablando a ti, madre». —¡Bien! ¡Ese es el reloj! ¡Ya somos libres!— celebro lo rápido que lo ha encontrado, ¡soy libre de Ingrid Helmuth! Ahora mi no-vida está en… manos de una niña de trece años, genial. —No son— refunfuño de mala gana, —no son las iniciales de tu padre— me molesta que en esta casa volvamos siempre al mismo tema, de lo robado, prestado, propiedad por uso o por derecho… —Esa K es de Ni-Kolaj— remarco la k en mi propio nombre y al cabo de rodar los ojos, lo reconozco, —si, si es de tu padre, lo perdió un día y yo lo encontré. Es su reloj de compromiso al parecer, ¿no te parece algo raro? Quizás estaba destinado a ser el fantasma de esta familia— lo digo al levitar y colocarme al lado de la fotografía con todos los miembros que cuelga en una de las paredes. Sí, claro, hay infiernos… e infiernos para los condenados.
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Katerina L. Romanov
Tengo que pensarme bien lo que deseo pedirle a este hombre de procedencia e intenciones dudosas, ¿se le puede decir hombre aunque ya esté muerto? No voy a desaprovechar la oportunidad de conseguir algún objeto extraordinario, de esos que estoy segura rulan por los mercados negros de los distritos del norte. Es innata, y parte también adquirida, esta necesidad de llevarle la contraria a mi madre en todo lo que diga o haga, que ni de coña me permitiría irme de paseo a arreglar encomiendas ilegales para luego volver para cenar. Es una suerte que no vaya a volver en lo absoluto entonces, ¿no? — Pues si es así yo no quiero ser adulta jamás — tuerzo los labios en una mueca, ¿qué me haría vivir siendo niña toda la vida? Aparte de la mordida de un vampiro, lo cual no suena necesariamente agradable, lo único que se me ocurre es experimentar con la piedra filosofal para, aparte de vivir siendo inmortal, no envejecer en la vida. — Como siga así, mi hermana Lexie acabará como mi madre — bufo, molesta ante la idea, ¿quién querría acabar tan cascarrabias como mamá? Por el bien del resto de la humanidad, espero que nadie.

¡Y estoy enojada! ¿Cómo que sin más? ¡Escribí la carta! — ¿de verdad estoy siendo suave con mis intenciones? Que tampoco quiero que a mi madre le dé un infarto si monto en la propia casa una escena del crimen. — Mi plan es coger el primer tren que salga al distrito siete, tomaré la ruta que suele llevarme a la plaza donde están los trasladores para ir al colegio, pero giraré en la primera esquina para ir a la estación. Tienes que tener el plan claro si vas a venir conmigo, no nos podemos permitir cometer ningún error. — le aviso al ponerle al tanto de lo que he pensado estos días, no he caído en la equivocación de escribir el horario de mi escapada para que no lo encuentre mi madre, así que espero que vaya tomando nota mental de todo lo que tendremos que hacer — Y ya sé cuando nos iremos, será la semana siguiente, el martes. A primera hora tenemos con el profesor de historia que siempre se olvida de pasar lista, así que nadie avisará a mis padres hasta las siguientes horas, lo que nos dará tiempo de sobra para subirnos al tren y bajar en la parada — espero que pueda ver que lo tengo todo estudiado, hasta me acordaré de borrar el historial del ordenador de mi padre para que nadie sospeche de dónde saqué la información.

Le miro con cierto escepticismo cuando asegura que el reloj es suyo, porque no parece de la clase de persona que se relacione con mi madre como para que haya terminado en el cajón de su mesita de noche. Papá, por el contrario… ¡Ah, lo sabía! No puedo evitar reírme de manera desganada ante su intento de engañarme, me hace la suficiente gracia como para dejárselo pasar y, además, ¡va a ser mi acompañante de escapada! Le sigo con la mirada hasta posarse frente a uno de las fotografías de la familia. — Es una de las fotografías anuales que hacemos en la familia, siempre las organiza mamá, así que puedes imaginarte el resultado de eso… — le explico, acercándome con pasos cautelosos hasta estar a un lado y frente a la imagen móvil de los Helmuth. — Este es el tío Nick, y Oli que es su hijo, y la que está al lado es Eloise, la ministra de educación, se casaron hace unos cuantos meses ya, así que mamá decidió que ya podía formar parte del retrato familiar — no llego a tocar la fotografía, pero sí señalo lo suficientemente cerca como para que sepa de quién estoy hablando — Y la tía Sigrid, con la prima Jen y Brian… — murmurar a este último me da produce un poco de lástima, de no poder llevarlo conmigo — Y a los demás los conoces, Luka, Lex, papá y mamá — así como la señora Tusa, Milo y creo que hasta Verde está por ahí.
Katerina L. Romanov
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Me saca una sonrisa la determinación que muestra de negarse a ser una adulta. —No es algo que puedas detener— la prevengo, —y ser niños en este mundo es bueno por un tiempo, luego se hace necesario crecer— que no se diga que no sirvo para esto de dar consejos sabios a las nuevas generaciones. Llevo unas pocas semanas como fantasma, pero lo hago bien como uno, con charlas filosóficas, compartiendo mis conocimientos sobre lo dura que es la vida y siendo la influencia que todo niño necesita… para escaparse de casa, porque si ha tomado esa decisión y a mi parecer, con razones más que justas, no queda tiempo que perder en esta casa, los planes de una bañera y champagne quedan cancelados hasta la próxima eternidad. —Es solo una carta… al menos dime que sabes cómo convertirla en un vociferador— la reto a que lo intente, sino lo suyo bien puede pasar por una de las muchas escapadas de adolescente, de las que nadie recuerda ni para mencionarlo en Navidad. —Si te vas con bajo perfil, volverás con bajo perfil, te dirán que lo tuyo fue un capricho y nadie te hará caso. Para causar impacto, debes hacer algo que lo merezca…— la instruyo en maneras de fugarse.

Así como ella lo hace con los preparativos bien pensados que tiene sobre su viaje, y que me hacen cerrar la boca, más allá de lo que yo pueda decir sobre bajo perfil o alto impacto, esta chica no está haciendo nada de esto como una aficionada, sino como una profesional muy minuciosa. —Si falta una semana, no tomes todavía el reloj. Pero ni te ocurra dejarme, ¿de acuerdo? Enloqueceré si tengo que quedarme en esta casa cuando tu madre se dé cuenta que te marchaste— o lo que es peor, tendré a todos los aurores de Neopanem apelotonados en la sala, como la peor visión posible de mi infierno. Nada se escapa de las narices de Ingrid Helmuth, la conozco como auror, no podrá lidiar bien con el hecho de que su hija de trece años se haya esfumado como si nada. Los tiene a todos tan controlados como lo demuestra esta fotografía donde se ven impecables de blanco. —Hasta combinaría con sus ropas— me percato de este detalle, aunque tiro más a pálido que blanco, a transparente… —Tienes una gran familia— lo digo con un tono apreciativo al pasar por cada uno de los rostros en el cuadro, —yo tengo a mi hermana y a nadie más— es un comentario al pasar, las comparaciones son malas. Me fijo en el retrato más tiempo del que debería, ella es parte de una familia que va a abandonar para probar suerte quien sabe dónde, con un fantasma que carga con su prontuario. —Llegó la hora de que hagas tu propio camino, Kitty— le digo con una sonrisa para darle ánimos de lanzarse detrás de una roca imposible.
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Katerina L. Romanov
Yo no le veo lo necesario… — murmuro, pero no es más que un comentario que no trasciende a nada más. ¿Ser adulto, para qué? ¿Para estar cargando con responsabilidad? ¿Para tener que pagar facturas? ¿Para acabar tan histérica como mamá? La verdad que si la madurez es un billete directo a la vida amargada de los adultos, casi prefiero no hacerlo. — Lo del vociferador no es una mala idea, solo que siendo que es una despedida… — no termino de decirlo, pero no me gustaría que el último recuerdo que tuvieran de mi parte, fueran mis voces gritando, suficiente tienen Lex, Luka y papá con soportar los de mamá, como para añadirle también los míos. — No es un capricho, es algo que tengo que hacer — digo, tan firmemente que por un momento me siento dentro de una de esas películas que solemos ver con Brian mientras comemos palomitas, donde el protagonista siempre se ve comprometido en una situación peligrosa y tiene que hacer cosas emocionantes por el bien de la humanidad. No que yo vaya a traer la paz mundial o terminar con el hambre… pero sí planeo ser la protagonista de mi propia historia.

Se me escapa una risa por esa visión que tiene de mi madre, no muy lejana de la realidad puestos a darle la razón… — Esperemos que la que no enloquezca sea ella — quiero pensar que una vez entienda mis motivos, mi madre recapacitará sobre sus opiniones y me permitirá ser lo que deseo ser, y no lo que ella ha impuesto para mí. Asiento cuando menciona que los Helmuth somos una familia grande y puedo verlo perfectamente al observar la fotografía. Se nos ve felices a pesar de lo que estaba ocurriendo minutos antes de que el fotógrafo presionara el botón, con mi madre dando órdenes a diestro y siniestro como siempre hace, Oliver molestando a Jen para no perder la tradición y hasta el tío Nick con cara de disculpa frente a la nueva adquisición de la familia. Aunque me siento mal cuando menciona a una sola hermana, lo último que dice me hace girar la cabeza en su dirección. — Lo haré — le aseguro como si lo estuviera haciendo delante del mismísimo juez supremo, con una sonrisa en mis labios que destaca la emoción de mi aventura. ¿Qué puede salir mal?
Katerina L. Romanov
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