OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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De las cajas que están en la habitación que sería el despacho, saco los libros de bordes gastados que he llevado conmigo estos años, cuando en el norte fui coincidencia con ellos por casualidad y los reconocí de haberlos leído cuando fueron herencia de mi madre adoptiva. Me había dicho una vez que si tuviera que ir de un lado al otro, lo haría y dejaría lo que fuera, todo se recuperaba luego o se vuelve a conseguir, pero me llevaría conmigo los tres libros que le daban un cierto sentido a todo y puesto que me encuentro irónicamente en una mansión, en una isla, tomo uno de estos para buscar la página donde en unas pocas líneas de dialogo se hace referencia a los protagonistas de la historia, a cómo él había usado su fortuna cuando alguna vez fue miserablemente pobre, para comprar la mansión al otro lado de la bahía que le permitía ver la luz de la casa de la mujer que amaba. Qué ironía, ser a quien la suerte colocó en un sitio como este y que a través de la ventana no vea más que las propiedades bien cuidadas de vecinos como Nicholas Helmuth, porque las ironías pueden seguir, y también Hans Powell, porque las ironías pueden ser así de terribles. Pondré el estrés de la mudanza como excusa para estar bebiendo un vaso de whisky tan temprano en la mañana y sigo revisando que el contenido de cada caja se vaya acomodando donde debe.
Es demasiado pronto para llamar a Maeve diciéndole que necesito que me cuente cómo le va yendo en sus entrenamientos con el escuadrón, ¿es demasiado pronto? Puedo escucharla diciéndome que puede contarme cuando nos veamos en la base, a menos que a ella también le supere la curiosidad de ver lo que será mi nueva residencia. Me permito cerrar mis ojos unos segundos para evocar la casa ahora cerrada del distrito siete, con mi cara al sol al estar en una de las sillas de hierro forjado del jardín con los ojos protegidos por unas gafas y me veo a mi misma en este sitio extraño que al cabo de un tiempo dejará de serlo, como todos los lugares, entonces tendré que irme como siempre ocurre, solo es un sitio de paso y hago esta meditación de unos pocos minutos porque en los días siguientes ninguno de estos espacios será ocupado, la puerta de entrada no hará más que abrirse y cerrarse, muchas habitaciones quedarán a cargo de los elfos y… resoplo con fastidio al escuchar el ladrido insistente de los perros al otro lado de la medianera. No, no me estaría sintiendo bienvenida por mis vecinos, así que mejor saludar como corresponde. Me levanto de la silla para cruzar el jardín y tomar la acera que me lleva al frente de la casa de los Powell donde un perro grande de pelaje oscuro lanza unos ladridos gruesos y espaciados, su cachorro también me ve llegar y no sé qué le hace pensar que puede sonreírme como lo hace. Entro a la propiedad para tomar a la niña por debajo de los brazos y es una suerte que ese sea el momento en que aparezca la que reconozco como su hermana mayor. —Bebes y conejos, nunca los deje solos en un jardín, en un momento los ve y al siguiente se han escapado— digo, no es que sepa mucho de bebes, si sobre conejos. —Meerah Powell, ¿no?— pregunto, bajo mis ojos a la niña que sigo teniendo con los pies suspendidos en el aire y creo que está esperando que la acerque, —y Mathilda Powell.
Es demasiado pronto para llamar a Maeve diciéndole que necesito que me cuente cómo le va yendo en sus entrenamientos con el escuadrón, ¿es demasiado pronto? Puedo escucharla diciéndome que puede contarme cuando nos veamos en la base, a menos que a ella también le supere la curiosidad de ver lo que será mi nueva residencia. Me permito cerrar mis ojos unos segundos para evocar la casa ahora cerrada del distrito siete, con mi cara al sol al estar en una de las sillas de hierro forjado del jardín con los ojos protegidos por unas gafas y me veo a mi misma en este sitio extraño que al cabo de un tiempo dejará de serlo, como todos los lugares, entonces tendré que irme como siempre ocurre, solo es un sitio de paso y hago esta meditación de unos pocos minutos porque en los días siguientes ninguno de estos espacios será ocupado, la puerta de entrada no hará más que abrirse y cerrarse, muchas habitaciones quedarán a cargo de los elfos y… resoplo con fastidio al escuchar el ladrido insistente de los perros al otro lado de la medianera. No, no me estaría sintiendo bienvenida por mis vecinos, así que mejor saludar como corresponde. Me levanto de la silla para cruzar el jardín y tomar la acera que me lleva al frente de la casa de los Powell donde un perro grande de pelaje oscuro lanza unos ladridos gruesos y espaciados, su cachorro también me ve llegar y no sé qué le hace pensar que puede sonreírme como lo hace. Entro a la propiedad para tomar a la niña por debajo de los brazos y es una suerte que ese sea el momento en que aparezca la que reconozco como su hermana mayor. —Bebes y conejos, nunca los deje solos en un jardín, en un momento los ve y al siguiente se han escapado— digo, no es que sepa mucho de bebes, si sobre conejos. —Meerah Powell, ¿no?— pregunto, bajo mis ojos a la niña que sigo teniendo con los pies suspendidos en el aire y creo que está esperando que la acerque, —y Mathilda Powell.
Si Hunter y Ophelia no estuvieran educados como lo estaban, posiblemente estaría mucho más preocupada por Cocoa quien, además de haber crecido considerablemente en los últimos meses, no tenía un concepto muy acertado del peligro y, más veces de las que no le gustaba meterse en problemas. En esta ocasión mi pequeña bola de pelos estaba ensimismada en arrebatar la placa identificatoria de los perros, pero estaba lejos de lograrlo ya que los dos eran lo suficientemente rápidos y estridentes como para zafarse con rapidez de los intentos de Coco. Al menos Tilly se mostraba entusiasmada y aplaudía ante la escena como si fuera un espectáculo de lo más entretenido.
La cosa se pone un poco menos interesante y algo más preocupante cuando mi pequeño escarbato decide que su mejor estrategia es colgarse de la cola de Ophelia, así que es en ese instante cuando trato de acercarme para intervenir. Los pocos minutos que paso entretenida con los dos animales bastan para que Tilly haga de las suyas y antes de darme cuenta ya se encuentra en brazos de una extraña. - Nunca tuve un conejo, pero si un puff. Con él sólo aprendí a alejarlo de las podadoras. - No me siento cómoda con la acusación cuando sé que Mathilda no se iría muy lejos en primera instancia, y cuando yo estaba lo suficientemente cerca en segunda. - Un gusto. Rebecca Hasselbach, ¿verdad? Bienvenida y felicidades por la promoción. - Me muestro educada pese a saber poco y nada de la mujer. Lo admitía, no era mi persona favorita considerando que su llegada había implicado que los Weynarts se tuvieran que ir, pero no por eso iba a rechazar a primera instancia su presencia. - Si trata de agarrarle el pelo es señal de que le cae bien, pero si prefiere no arriesgarse puede entregármela. - Le sugiero cuando las manitas de Tilly se extienden hacia adelante en clara señal de querer llegar a ella. Yo la imito y extiendo mis brazos en su dirección para darle la oportunidad a la nueva ministra de evitar un poco de dolor. - Espero que no la hayamos molestado con tanto alboroto. Juro que suelen ser más silenciosos. - Cuando Cocoa no se esforzaba en hacerles la vida imposible al menos.
La cosa se pone un poco menos interesante y algo más preocupante cuando mi pequeño escarbato decide que su mejor estrategia es colgarse de la cola de Ophelia, así que es en ese instante cuando trato de acercarme para intervenir. Los pocos minutos que paso entretenida con los dos animales bastan para que Tilly haga de las suyas y antes de darme cuenta ya se encuentra en brazos de una extraña. - Nunca tuve un conejo, pero si un puff. Con él sólo aprendí a alejarlo de las podadoras. - No me siento cómoda con la acusación cuando sé que Mathilda no se iría muy lejos en primera instancia, y cuando yo estaba lo suficientemente cerca en segunda. - Un gusto. Rebecca Hasselbach, ¿verdad? Bienvenida y felicidades por la promoción. - Me muestro educada pese a saber poco y nada de la mujer. Lo admitía, no era mi persona favorita considerando que su llegada había implicado que los Weynarts se tuvieran que ir, pero no por eso iba a rechazar a primera instancia su presencia. - Si trata de agarrarle el pelo es señal de que le cae bien, pero si prefiere no arriesgarse puede entregármela. - Le sugiero cuando las manitas de Tilly se extienden hacia adelante en clara señal de querer llegar a ella. Yo la imito y extiendo mis brazos en su dirección para darle la oportunidad a la nueva ministra de evitar un poco de dolor. - Espero que no la hayamos molestado con tanto alboroto. Juro que suelen ser más silenciosos. - Cuando Cocoa no se esforzaba en hacerles la vida imposible al menos.
Entre todas las cosas que están pasando en el Ministerio de Magia, mi vida personal parece no tener especialmente un hueco, incluso cuando estoy dentro de los límites de la que se supone que es mi casa y, por ende, mi espacio personal. Tengo un auricular conectado en una de las orejas mientras escucho una conversación agitada entre nuestro presidente, la señorita Road y una jueza del Wizengamot que ha pasado un proyecto de ley a favor de los derechos de los duendes, creyendo que podríamos hacer uso de su magia si los aceptamos dentro de nuestro sistema como lo hacemos con los licántropos y las veelas. A decir verdad, ya he expresado mi opinión al respecto y solo puedo quedarme callado mientras Magnar habla, así que parte de mi atención la tiene el teléfono que tengo delante de la nariz. Jamás, en toda mi vida, pensé que estaría chequeando las fotografías de lo que vendría a ser mi traje de bodas, al menos no por decisión propia. Mi atención regresa cuando oigo la voz de Abbigail llamando mi nombre, tratando de cerrar un acuerdo que manda el proyecto a votación. Acabo aceptando y, para cuando presiono el aparato en mi oreja, puedo escuchar el escándalo de ladridos que se asoma por la ventana. Otra de las cosas que han cambiado y que ahora me parecen naturales. Aún así, me pellizco el puente de la nariz, suspiro con fuerza y me levanto, no sea cosa de que las niñas se estén mandando alguna y yo no me entere. No sería la primera vez.
Para cuando me asomo por la puerta, me encuentro con la escena de nuestra nueva vecina, con sus manos sosteniendo el cuerpo regordete y vulnerable de una Tilly demasiado campante como para estar cerca de una mujer lobo. Aún no sé cómo tomarme el factor (no tan sorpresa, debo decirlo) de que Riorden haya sido despedido, mucho menos que Rebecca Hasselbach lo haya reemplazado. Bien, debo decir que parece ser una de las pocas que se toma en serio su trabajo, pero no puedo dejar pasar el detalle de que todas las lunas llenas la tendré a solo una medianera de distancia. ¿Eso no pone en riesgo a nuestra familia? ¿Tengo que confiar en que se bebe la maldita poción todos los meses? Esta gente vivía en el norte hace menos de dos años, supieron ser nuestros enemigos y así, como si nada, los tenemos compartiendo nuestro aire seguro, sin todo el arduo trabajo que nos llevó el llegar hasta aquí. Bien, me recuerdo de respirar. Si algo he aprendido durante todos estos años, es a sonreír cuando tengo un limón atorado en la garganta.
— ¿Los perros han sido una molestia? — como si ella no supiera de ladridos. Me lo guardo en lo que bajo los escalones de la mansión con una vaga sonrisa en los labios. Mi andar hacia ellas es firme, con zancadas que buscan remarcar que este césped me pertenece, hasta el último pétalo del último trebol. A diferencia de mi hija mayor, yo no tengo reparo en frenarme delante de la mujer con toda la altura física que poseo y le tiendo una mano segura — Nunca tuvimos la oportunidad de presentarnos como corresponde. Ahora que somos vecinos, no tendremos más remedio que hacerlo. Hans Powell — sin ir más lejos, mis brazos reclaman a la bebé — Felicitaciones por su ascenso. Espero que el trabajo no le sea tan pesado como lo fue para Riorden Weynart — que quizá falló en algunos puntos, pero al menos se ganó el puesto con años de servicios, lo más limpios posibles.
Para cuando me asomo por la puerta, me encuentro con la escena de nuestra nueva vecina, con sus manos sosteniendo el cuerpo regordete y vulnerable de una Tilly demasiado campante como para estar cerca de una mujer lobo. Aún no sé cómo tomarme el factor (no tan sorpresa, debo decirlo) de que Riorden haya sido despedido, mucho menos que Rebecca Hasselbach lo haya reemplazado. Bien, debo decir que parece ser una de las pocas que se toma en serio su trabajo, pero no puedo dejar pasar el detalle de que todas las lunas llenas la tendré a solo una medianera de distancia. ¿Eso no pone en riesgo a nuestra familia? ¿Tengo que confiar en que se bebe la maldita poción todos los meses? Esta gente vivía en el norte hace menos de dos años, supieron ser nuestros enemigos y así, como si nada, los tenemos compartiendo nuestro aire seguro, sin todo el arduo trabajo que nos llevó el llegar hasta aquí. Bien, me recuerdo de respirar. Si algo he aprendido durante todos estos años, es a sonreír cuando tengo un limón atorado en la garganta.
— ¿Los perros han sido una molestia? — como si ella no supiera de ladridos. Me lo guardo en lo que bajo los escalones de la mansión con una vaga sonrisa en los labios. Mi andar hacia ellas es firme, con zancadas que buscan remarcar que este césped me pertenece, hasta el último pétalo del último trebol. A diferencia de mi hija mayor, yo no tengo reparo en frenarme delante de la mujer con toda la altura física que poseo y le tiendo una mano segura — Nunca tuvimos la oportunidad de presentarnos como corresponde. Ahora que somos vecinos, no tendremos más remedio que hacerlo. Hans Powell — sin ir más lejos, mis brazos reclaman a la bebé — Felicitaciones por su ascenso. Espero que el trabajo no le sea tan pesado como lo fue para Riorden Weynart — que quizá falló en algunos puntos, pero al menos se ganó el puesto con años de servicios, lo más limpios posibles.
¿Es que nadie enseña sobre reserva y seguridad a los hijos de los ministros? ¿Qué hace esta muchacha hablándome así como si nada de su puffkein el que asumo que ha muerto dramáticamente, divulgando información personal que ni siquiera le he pedido? Es un pensamiento a la defensiva para no tener que verme a mí misma hablando de mascotas de la infancia con una de las más jóvenes con el apellido Powell. —Prefiero no arriesgarme— contesto, apartando a la niña toda la distancia que permiten mis brazos, mi poco trato con niños se ha dado si se encontraban enfermos en el norte y su suerte dependía de lo fuera a darles de beber, una confianza quizás equivocada así como el saludo educado de la chica al recibirme en la isla ministerial, ni entonces, ni ahora mi intención es maliciosa, aunque sigo creyendo que no merezco ninguna bienvenida, porque mis intenciones pueden cambiar. —No es nada que…— comienzo a decir cuando una tercera voz nos interrumpe.
El parecido entre Hans Powell y su padre es tan claro que no me atrevo a pestañear, rastreo en sus ojos cuánto en verdad se parecen y tal como lo suponía, también hay una advertencia en él que esconde bajo palabras inofensivas, personas que te hablan mientras te guían para des el paso el falso que atrapa tus pies en un pozo. —No parece que les simpatizo— respondo finalmente, entregándole a la menor de sus hijas, —aunque las razones no son secreto para nadie— dirijo mi mirada hacia los perros para que quede claro que estamos hablando de ellos, les daré unos días para que se acostumbren a mi presencia y luego no me molestará tenerlos en mi jardín. No puedo decirlo lo mismo del resto de los vecinos. —No tuvimos razones para un saludo innecesario, Powell— remarco, oportunidades las hubo. —Sé bien quién es usted, de mí bastaba con que me viera trabajar— dejemos fuera que había tenido bastante de cierto Powell como para ir a estrechar por gusto la mano de quien parece ser su réplica, con la ideología opuesta.
—Si estoy aquí bien sabemos que el trabajo es y seguirá siendo pesado, si no hubieran elegido a otra persona o yo misma no hubiera aceptado. No me mudé por la piscina— aclaro por si las dudas, han llegado al punto en que no están buscando solo alguien que atrape culpables, sino que no les tiemble el pulso para disparar y más de uno parece tener intereses mezclados, se sabe que el mismo Weynart fue perdiendo a parte de su familia en esta guerra, por muerte o por traición, por su propia paz mental lo más conveniente fue que se apartara o acabaría loco, mejor ceder el lugar a los que ya no tiene que preocuparse por su salud mental. Ladeo mi cabeza al fijarme en los rasgos del hombre con una curiosidad distinta. —Que raro que no nos hayamos cruzado antes, todos los que pasan por el norte terminan coincidiendo alguna vez y tengo entendido que usted fue con Weynart a buscar a Magnar— lo dejo hasta ahí, mi atención se posa en la chica rubia. —No es un lugar bonito, el norte— le digo, —acepta el consejo de alguien con más años, el mundo por fuera de la casa en la que crecemos puede ser muy duro y más allá de lo que puedan decirnos para convencernos de que debemos salir de allí— abarco con mi mirada la fachada de la mansión, —en serio es muy duro allá fuera y pueden dar fe de eso…— vuelvo mis ojos hacia el hombre, —los Powell con los que sí coincidí, que pequeño es el mundo.
El parecido entre Hans Powell y su padre es tan claro que no me atrevo a pestañear, rastreo en sus ojos cuánto en verdad se parecen y tal como lo suponía, también hay una advertencia en él que esconde bajo palabras inofensivas, personas que te hablan mientras te guían para des el paso el falso que atrapa tus pies en un pozo. —No parece que les simpatizo— respondo finalmente, entregándole a la menor de sus hijas, —aunque las razones no son secreto para nadie— dirijo mi mirada hacia los perros para que quede claro que estamos hablando de ellos, les daré unos días para que se acostumbren a mi presencia y luego no me molestará tenerlos en mi jardín. No puedo decirlo lo mismo del resto de los vecinos. —No tuvimos razones para un saludo innecesario, Powell— remarco, oportunidades las hubo. —Sé bien quién es usted, de mí bastaba con que me viera trabajar— dejemos fuera que había tenido bastante de cierto Powell como para ir a estrechar por gusto la mano de quien parece ser su réplica, con la ideología opuesta.
—Si estoy aquí bien sabemos que el trabajo es y seguirá siendo pesado, si no hubieran elegido a otra persona o yo misma no hubiera aceptado. No me mudé por la piscina— aclaro por si las dudas, han llegado al punto en que no están buscando solo alguien que atrape culpables, sino que no les tiemble el pulso para disparar y más de uno parece tener intereses mezclados, se sabe que el mismo Weynart fue perdiendo a parte de su familia en esta guerra, por muerte o por traición, por su propia paz mental lo más conveniente fue que se apartara o acabaría loco, mejor ceder el lugar a los que ya no tiene que preocuparse por su salud mental. Ladeo mi cabeza al fijarme en los rasgos del hombre con una curiosidad distinta. —Que raro que no nos hayamos cruzado antes, todos los que pasan por el norte terminan coincidiendo alguna vez y tengo entendido que usted fue con Weynart a buscar a Magnar— lo dejo hasta ahí, mi atención se posa en la chica rubia. —No es un lugar bonito, el norte— le digo, —acepta el consejo de alguien con más años, el mundo por fuera de la casa en la que crecemos puede ser muy duro y más allá de lo que puedan decirnos para convencernos de que debemos salir de allí— abarco con mi mirada la fachada de la mansión, —en serio es muy duro allá fuera y pueden dar fe de eso…— vuelvo mis ojos hacia el hombre, —los Powell con los que sí coincidí, que pequeño es el mundo.
Me sorprende la aparición de Hans ya que en principio no lo escuché salir de la casa, y en segunda creí que todavía estaba trabajando. A decir verdad yo sabía que llenaba mi día de actividades y me costaba repartir mi tiempo como correspondía, pero a veces parecía que mi padre tenía diez veces más tareas que las de cualquier persona. Ya el hecho de tener que trabajar desde casa cuando se pasaba la vida en el ministerio… El punto es que no lo esperaba y me sorprende, en especial por lo frío de su voz al hablar con nuestra vecina. O tal vez no fuese necesariamente frialdad, pero llevaba tiempo sin ir a verlo al trabajo y la mayor parte del tiempo lo escuchaba haciéndole voces a Tilly así que tal vez era solo mi impresión.
No sé cómo actuar ante la interacción que tienen los dos adultos, y como mi hermana acaba segura en los brazos de mi padre yo cruzo los míos por detrás de mi espalda, incómoda al no saber si debería retirarme en silencio o como mínimo despedir a la vecina. Al parecer mi dilema se resuelve cuando la mujer cree oportuno darme un consejo al cual no sé cómo reaccionar. ¿Que el norte no era bonito? pues lo sabía, los edificios cayéndose a pedazos, el aire con olor a tierra, ¡la ropa que usaban! y aún así… Bueno, no sería yo la que le dijese que ninguna de mis experiencias por allí había sido precisamente mala. A mi parecer, había tenido peores experiencias en el Capitolio antes que en el ocho o en el norte. - ¿Los Powell? - ¿Así como en plural? Me distrae su acotación siguiente y me libra de responder lo anterior, y aún así me deja llena de curiosidad. - ¿Conoce a Phoebe? - Mi tía había sido la primera razón por la que había ido al norte en primer lugar… aunque ahora que lo pensaba mi otra tía había sido la segunda. El punto es que, a mi entender, no había demasiados “Powell” dando vuelta por ahí, ¿o sí?
No sé cómo actuar ante la interacción que tienen los dos adultos, y como mi hermana acaba segura en los brazos de mi padre yo cruzo los míos por detrás de mi espalda, incómoda al no saber si debería retirarme en silencio o como mínimo despedir a la vecina. Al parecer mi dilema se resuelve cuando la mujer cree oportuno darme un consejo al cual no sé cómo reaccionar. ¿Que el norte no era bonito? pues lo sabía, los edificios cayéndose a pedazos, el aire con olor a tierra, ¡la ropa que usaban! y aún así… Bueno, no sería yo la que le dijese que ninguna de mis experiencias por allí había sido precisamente mala. A mi parecer, había tenido peores experiencias en el Capitolio antes que en el ocho o en el norte. - ¿Los Powell? - ¿Así como en plural? Me distrae su acotación siguiente y me libra de responder lo anterior, y aún así me deja llena de curiosidad. - ¿Conoce a Phoebe? - Mi tía había sido la primera razón por la que había ido al norte en primer lugar… aunque ahora que lo pensaba mi otra tía había sido la segunda. El punto es que, a mi entender, no había demasiados “Powell” dando vuelta por ahí, ¿o sí?
— Nunca tuve el placer de verla en verdadera acción — le recuerdo, que nuestra coincidencia en el distrito 9 ¾ se vio truncada por todo lo que pasó en ese día y, ya luego, el terreno en el cual nos encontramos siempre fue muy diferente a lo que suelen ser las misiones que la colocaron en este sitio. Vamos, sé que esto es toda una jugada de inclusión por manos de Magnar Aminoff, así que me tocará ver qué es lo que sucede a partir de ahora, desde mi cómodo lugar en la primera fila. Acomodo a Tilly en mis brazos y no tarda mucho en empezar a mojar la tela de mi hombro con su saliva, pero no le presto mucha atención — Bueno, al menos se ve que tiene eso en claro. Muchos apuntan a los altos puestos de NeoPanem sólo con intenciones de alardear, no por verdadero compromiso al sistema — hay que ver a qué payasos han nombrado últimamente y no, no quiero apuntar a nadie en particular, pero hay cierto vecino en esta isla que ha sido un pedante idiota desde la época de nuestros estudios y no ha hecho absolutamente nada maravilloso desde que le dieron su plaquita.
Hay palabras que disparan una alarma y es que, por poco que me importe debatir ciertas cosas con esta mujer, sé que no son cosas que deban verse expuestas a los oídos de Meerah — Riorden le ofreció el puesto, yo no tuve nada que ver. Sobre otras cosas… No es el momento ni el lugar — aclaró como quien no quiere la cosa, fingiendo estar concentrado en la pelusa que le quito a mi bebé de la ropita. Hay que dejar pasar los momentos incómodos, pero éstos no hacen más que aumentar cuando mis ojos no dejan de observar la expresión de Meerah en cuanto la nueva ministra le habla directamente a ella. Me gustaría interrumpir, dejarle bien en claro que mi hija no tiene razones para andar por esos terrenos sucios, pero frente a lo que sale de su boca, Meerah es quien me saca las palabras.
Podría quedarme con la misma resolución que mi hija, pero no he estudiado años de abogacía para dejar pasar cuando una persona habla en plural — Muy pequeño… — coincido con voz queda. Sin más, mis labios apenas rozan la frente de Mathilda antes de pasársela con mucho cuidado a su hermana mayor, aunque mi mirada se mantiene fija en nuestra nueva vecina — ¿Quiere pasar a tomar algo, Rebecca? — pregunto, señalando con la cabeza hacia nuestra casa — Un café o un trago quizá… Me interesa saber un poco más sobre sus visiones del norte. Puede ser un sitio muy desagradable, lo he recorrido bastante en el pasado. Si conoce a mi hermana, debe saber que era el mejor lugar para buscarla — me encojo de hombros, que hoy en día mi historia familiar no es un secreto — Es curioso como funciona el mundo. Parece que todos han pasado por esas tierras y así es como nos conectamos los unos con los otros. ¿No hay una teoría de los seis grados de separación o algo así?
Hay palabras que disparan una alarma y es que, por poco que me importe debatir ciertas cosas con esta mujer, sé que no son cosas que deban verse expuestas a los oídos de Meerah — Riorden le ofreció el puesto, yo no tuve nada que ver. Sobre otras cosas… No es el momento ni el lugar — aclaró como quien no quiere la cosa, fingiendo estar concentrado en la pelusa que le quito a mi bebé de la ropita. Hay que dejar pasar los momentos incómodos, pero éstos no hacen más que aumentar cuando mis ojos no dejan de observar la expresión de Meerah en cuanto la nueva ministra le habla directamente a ella. Me gustaría interrumpir, dejarle bien en claro que mi hija no tiene razones para andar por esos terrenos sucios, pero frente a lo que sale de su boca, Meerah es quien me saca las palabras.
Podría quedarme con la misma resolución que mi hija, pero no he estudiado años de abogacía para dejar pasar cuando una persona habla en plural — Muy pequeño… — coincido con voz queda. Sin más, mis labios apenas rozan la frente de Mathilda antes de pasársela con mucho cuidado a su hermana mayor, aunque mi mirada se mantiene fija en nuestra nueva vecina — ¿Quiere pasar a tomar algo, Rebecca? — pregunto, señalando con la cabeza hacia nuestra casa — Un café o un trago quizá… Me interesa saber un poco más sobre sus visiones del norte. Puede ser un sitio muy desagradable, lo he recorrido bastante en el pasado. Si conoce a mi hermana, debe saber que era el mejor lugar para buscarla — me encojo de hombros, que hoy en día mi historia familiar no es un secreto — Es curioso como funciona el mundo. Parece que todos han pasado por esas tierras y así es como nos conectamos los unos con los otros. ¿No hay una teoría de los seis grados de separación o algo así?
—Hay ciertos lugares que no se sienten como la cima de la nada, sino como un sillón del infierno, no son para alardear— digo, recordando que fue el sitio donde me senté una vez siendo demasiado joven y sin saberlo, es lo que al día de hoy hace que me siente con serenidad en la posición que dejó Weynart, cuando todos lo hemos visto retirarse a una jefatura luego de que el culo le ardiera por estar donde estuvo. —Solo quiero asegurarme de que las cosas se hagan como deben hacerse— repito lo que fue mi explicación alguna vez, se escucha como una voz lejana para mí, en el presente no es más que un comentario dicho con cierta indiferencia, palabras que podrían juzgarse como vacías por mi tono y no son más que la verdad, aunque la verdad tendrá siempre tantas aristas, de las que nadie quiere que se conozcan todas, tal como sucede con el mismo ministro al descartar toda conversación sobre su colaboración para traer a Magnar al Capitolio.
Disimulo mi sonrisa dejando que el comentario muera ahí, tan enterrado como seguramente quiere que queden otras verdades para lastimar los oídos de esas hijas, que juzgo bien al recomendar que no abandonen un hogar donde tienen un padre que se empeña en aislarlas de lo que ocurre y los tratos que se hacen fuera, como me habría convenido a mí también. Si nadie te involucra, resta quedarse al margen, ¿por qué colocarse en contra? Malos consejos de personas buenas, así que espero que a la mayor de las nietas de Hermann pueda servirle algún día el buen consejo de una mala persona. Su curiosidad consigue una sonrisa más expresiva de mi parte, aunque de mi relación con Phoebe no tenga nada para preciarme. —¿Por qué no? Si vamos a vernos seguido, ¿para qué ignorarnos?— acepto la invitación de Powell, con la necesidad de hacer una aclaración rápida sobre Phoebe para no comenzar una bola de malos entendidos que le hagan creer que seguimos siendo cercanos. —Nunca escuché sobre esa teoría de los grados de relación, ¿de qué se trata?— inquiero, mordiendo por dentro lo gracioso que me resulta que aluda a eso cuando nuestro grado de relación es más próximo del que cree.
—Conozco a Mae de ese entonces— uso su otro nombre por la costumbre, por mucho que he tratado de fijar en mi mente el nombre por la que la conocen donde siempre estuvo su vida pendiente. —Las personas que se quedan solas por destinos desafortunados siempre termina encontrándose y el norte es un mapa impresionante de personas así, pero…— aunque lo que vaya a decir suena a un cuento más propio para una niña pequeña como la que el ministro tiene en brazos, cuando sigo hablando lo hago mirando a la más grande. —Ojalá todas pudieran salir de ahí a tiempo como tu tía Mae, a la larga es tierra donde cualquier humano se convierte en bestia para sobrevivir…— aligero el comentario al curvar mis labios. —Escuché que vives hace poco aquí, ¿de qué distrito vienes?— le pregunto directamente a Meerah, pasando claramente de su padre porque me interesa más conocer la personalidad de otra muchacha Powell, que aquel que tiene rasgos parecidos a los de su padre. —Yo crecí en el dos, ya en ese entonces tuve como vecino a un tal Helmuth. Como ya dije, estuve en el norte. Me mudé al siete cuando pasé a ser parte del escuadrón y... ahora estoy aquí— sé algo sobre compartir cosas propias para inspirar confianza en tus vecinos cuando te mudas a un nuevo barrio, si bien es la primera vez que lo aplico en la vida.
Disimulo mi sonrisa dejando que el comentario muera ahí, tan enterrado como seguramente quiere que queden otras verdades para lastimar los oídos de esas hijas, que juzgo bien al recomendar que no abandonen un hogar donde tienen un padre que se empeña en aislarlas de lo que ocurre y los tratos que se hacen fuera, como me habría convenido a mí también. Si nadie te involucra, resta quedarse al margen, ¿por qué colocarse en contra? Malos consejos de personas buenas, así que espero que a la mayor de las nietas de Hermann pueda servirle algún día el buen consejo de una mala persona. Su curiosidad consigue una sonrisa más expresiva de mi parte, aunque de mi relación con Phoebe no tenga nada para preciarme. —¿Por qué no? Si vamos a vernos seguido, ¿para qué ignorarnos?— acepto la invitación de Powell, con la necesidad de hacer una aclaración rápida sobre Phoebe para no comenzar una bola de malos entendidos que le hagan creer que seguimos siendo cercanos. —Nunca escuché sobre esa teoría de los grados de relación, ¿de qué se trata?— inquiero, mordiendo por dentro lo gracioso que me resulta que aluda a eso cuando nuestro grado de relación es más próximo del que cree.
—Conozco a Mae de ese entonces— uso su otro nombre por la costumbre, por mucho que he tratado de fijar en mi mente el nombre por la que la conocen donde siempre estuvo su vida pendiente. —Las personas que se quedan solas por destinos desafortunados siempre termina encontrándose y el norte es un mapa impresionante de personas así, pero…— aunque lo que vaya a decir suena a un cuento más propio para una niña pequeña como la que el ministro tiene en brazos, cuando sigo hablando lo hago mirando a la más grande. —Ojalá todas pudieran salir de ahí a tiempo como tu tía Mae, a la larga es tierra donde cualquier humano se convierte en bestia para sobrevivir…— aligero el comentario al curvar mis labios. —Escuché que vives hace poco aquí, ¿de qué distrito vienes?— le pregunto directamente a Meerah, pasando claramente de su padre porque me interesa más conocer la personalidad de otra muchacha Powell, que aquel que tiene rasgos parecidos a los de su padre. —Yo crecí en el dos, ya en ese entonces tuve como vecino a un tal Helmuth. Como ya dije, estuve en el norte. Me mudé al siete cuando pasé a ser parte del escuadrón y... ahora estoy aquí— sé algo sobre compartir cosas propias para inspirar confianza en tus vecinos cuando te mudas a un nuevo barrio, si bien es la primera vez que lo aplico en la vida.
La cautela que Hans tiene al hablar es diferente a su voz de trabajo, lo cuál debería alarmarme en cierta medida pero por alguna razón no lo hace. Creo que últimamente mi sentido de alerta está dormido en general, así que me concentro en acomodar a Tilly cuando mi padre me la entrega, y me distraigo mirando a la bebé en lo que decido cómo retirarme sin parecer una maleducada. ¿Tal vez pueda adelantarme y llamar a Poppy? Que la invitación sonará medida, pero jamás se servirá algo a medias dentro de la casa y Poppy era una experta en tener delicias preparadas en cuestión de minutos. Tengo que morderme el labio para no saltar a explicar la teoría a la que Hans hace referencia, una que no ponía en práctica casi nunca pero que, si de verdad analizaba con respecto a las personas a las que conocía, probablemente fuera completamente cierta. Claro que también conocía a muchas personas que se conocían entre sí, así que también aplicaba eso de que el mundo era un pañuelo en sí.
- ¿Mae?- Tardo en entender que se refiere a Phoebe y no a Maeve, pero cuando lo hago asiento con la cabeza y me quedo pensando en eso de los desafortunados. Era triste el pensar que Phoebe no era la única persona, ni siquiera la única tía que había pasado por eso de andar vagando por la zona menos agraciada del país. - Suena a algo desesperanzador visto de esa manera. - Pero tampoco podía negar que ese no fuera el caso. Las personas de ahí que no aprendían cómo salir… había visto las ruinas del cinco, y las calles del once. No era bonito y en definitiva podía entender que lo de “bestia” no era necesariamente literal, pero sí muy acorde.
- Nací en el ocho, pero llevo casi dos años viviendo aquí. - Claro que seguía visitando el ocho para mis clases de arte con Jolene, pero por alguna razón siento que a mi padre no le gustaría que ande divulgando información así porque sí ante nadie, así que prefiero callar. No sé que tendría de malo el dar un detalle como ese, pero como dije, siento que tengo que manejar esta situación con cautela por algún motivo. - Tengo entendido que los Helmuth no son muchos, así que lo de los seis grados de separación sigue aplicando. - Que en realidad, eran bastantes dentro de esa familia, pero no conocía a nadie más que a Oli y a su familia portando ese apellido. - Nunca fui al siete, pero por aquí es bonito. ¿Ya ha ido al club? Hay muchas cosas por hacer allí, así que no es tan aburrido como parece. - Claro que no le iba a resultar divertido si yo me encontraba con un palo de golf en la mano, pero no había tenido un accidente desde la vez en la que le dí a Ariadna Tremblay en la cabeza, así que no debería ser tan malo.
- ¿Mae?- Tardo en entender que se refiere a Phoebe y no a Maeve, pero cuando lo hago asiento con la cabeza y me quedo pensando en eso de los desafortunados. Era triste el pensar que Phoebe no era la única persona, ni siquiera la única tía que había pasado por eso de andar vagando por la zona menos agraciada del país. - Suena a algo desesperanzador visto de esa manera. - Pero tampoco podía negar que ese no fuera el caso. Las personas de ahí que no aprendían cómo salir… había visto las ruinas del cinco, y las calles del once. No era bonito y en definitiva podía entender que lo de “bestia” no era necesariamente literal, pero sí muy acorde.
- Nací en el ocho, pero llevo casi dos años viviendo aquí. - Claro que seguía visitando el ocho para mis clases de arte con Jolene, pero por alguna razón siento que a mi padre no le gustaría que ande divulgando información así porque sí ante nadie, así que prefiero callar. No sé que tendría de malo el dar un detalle como ese, pero como dije, siento que tengo que manejar esta situación con cautela por algún motivo. - Tengo entendido que los Helmuth no son muchos, así que lo de los seis grados de separación sigue aplicando. - Que en realidad, eran bastantes dentro de esa familia, pero no conocía a nadie más que a Oli y a su familia portando ese apellido. - Nunca fui al siete, pero por aquí es bonito. ¿Ya ha ido al club? Hay muchas cosas por hacer allí, así que no es tan aburrido como parece. - Claro que no le iba a resultar divertido si yo me encontraba con un palo de golf en la mano, pero no había tenido un accidente desde la vez en la que le dí a Ariadna Tremblay en la cabeza, así que no debería ser tan malo.
— Es la teoría que dice que todos nos encontramos a seis grados de separación de todas las personas del mundo por lo que, en definitiva, todos estamos conectados — lo explico sin un verdadero interés, es una de esas muchas ideas que siempre han rondado como una creencia inocente y que, con el correr del tiempo, he empezado a verla cada vez más verídica. Quizá sea cosa de la edad, pero nadie puede negar que hay algunos rostros que no dejan de repetirse de una manera inquietante e incluso molesta. NeoPanem es inmenso y, aún así, mis amistades reducidas siempre me han comunicado con sujetos que jamás pensé que conocerían y ni vamos a hablar de aquellos que se mueven por el norte y siempre aparecen a joderme. Rebecca parece ser otro ejemplo.
Me adelanto como el anfitrión amable que puedo llegar a ser y llamo a Poppy en cuanto mis pies pisan el vestíbulo, quien aparece con un estallido y una reverencia. A pesar de que tengo un oído puesto en la conversación de las mujeres que vienen detrás de mí, me encargo de pedirle que nos sirva un buen servicio de media tarde, cosa a lo que accede para desaparecer en un pispás — El club es de los mejores lujos que uno puede darse dentro de la isla, pero en el verano es aconsejable el no perderse de las playas. Hay zonas preparadas para pasar el día en las cuales nadie puede molestar y valen la pena cuando uno ha pasado horas encerrado dentro de una oficina — que si voy a estresarme tratando de solucionar toda la mierda legal de nuestro presidente fanático de los dementores y su capacidad de chupar almas, necesito un sitio cálido donde echarme como una morsa por al menos unas cuantas horas.
Empujo la puerta corrediza de la sala, dejándola a la vista y, con un movimiento de la mano, invito a nuestra huésped a tomar asiento donde más le guste. Yo, por mi parte, me acomodo en uno de los acolchonados sillones individuales y me hundo, relajando los brazos sobre los extremos — Debe haber sido toda una transición el abandonar el norte para terminar aquí — observo — Meerah tuvo la suerte de acoplarse con rapidez, pero a veces siento que es diferente para todo el mundo. Mi hermana sigue dándome la impresión de que no es completamente feliz y que una parte de ella sigue en el norte — que muy terrible puede ser, pero ella se quedó cómoda allí por años cuando nada le impedía regresar — ¿Es como dicen? Una vez que eres del norte, siempre serás del norte — y me encojo de hombros, que no creo estar diciendo nada que pueda resultar ofensivo. Las cosas como son.
Me adelanto como el anfitrión amable que puedo llegar a ser y llamo a Poppy en cuanto mis pies pisan el vestíbulo, quien aparece con un estallido y una reverencia. A pesar de que tengo un oído puesto en la conversación de las mujeres que vienen detrás de mí, me encargo de pedirle que nos sirva un buen servicio de media tarde, cosa a lo que accede para desaparecer en un pispás — El club es de los mejores lujos que uno puede darse dentro de la isla, pero en el verano es aconsejable el no perderse de las playas. Hay zonas preparadas para pasar el día en las cuales nadie puede molestar y valen la pena cuando uno ha pasado horas encerrado dentro de una oficina — que si voy a estresarme tratando de solucionar toda la mierda legal de nuestro presidente fanático de los dementores y su capacidad de chupar almas, necesito un sitio cálido donde echarme como una morsa por al menos unas cuantas horas.
Empujo la puerta corrediza de la sala, dejándola a la vista y, con un movimiento de la mano, invito a nuestra huésped a tomar asiento donde más le guste. Yo, por mi parte, me acomodo en uno de los acolchonados sillones individuales y me hundo, relajando los brazos sobre los extremos — Debe haber sido toda una transición el abandonar el norte para terminar aquí — observo — Meerah tuvo la suerte de acoplarse con rapidez, pero a veces siento que es diferente para todo el mundo. Mi hermana sigue dándome la impresión de que no es completamente feliz y que una parte de ella sigue en el norte — que muy terrible puede ser, pero ella se quedó cómoda allí por años cuando nada le impedía regresar — ¿Es como dicen? Una vez que eres del norte, siempre serás del norte — y me encojo de hombros, que no creo estar diciendo nada que pueda resultar ofensivo. Las cosas como son.
—Lo es— contesto al comentario de la chica, ni mis palabras, ni mi actitud le hablarán del lado bueno de la vida. Habrá personas que lo conocen, que sean ellas las que prediquen que la vida puede ser así. Pero nunca he creído que sea sano que los chicos crezcan con esas únicas historias en los oídos, la advertencia de que afuera hay peligros reales debe ser hecha, sino lo que se crían son personas crédulas a las acciones de otros, con lo desgarrador que puede llegar a ser la pérdida de la inocencia. Es bueno que Meerah tenga los ojos castaños, porque si fueran azules como los de su padre, haría que recordara lo lastimados que pudieron llegar a mostrarse los ojos de Phoebe. Siempre se puede encontrar una cierta tranquilidad en los ojos castaños. Sonrío porque tanto ella como su padre insisten con lo de los grados de separación, no hace falta que yo lo vea como una línea, puedo decir que conozco a cada uno de los Powell sin puntos en medio. —Éramos vecinos con Nicholas y sus hermanas— explico, —ironías de la vida que volvamos a serlo con Nicholas— guardo para dentro el veneno que pueda tener reservado para los Helmuth.
Club, playas, mansiones, elfos apareciendo para atender a sus amos, ¿qué falta? ¿El champagne en plena tarde? Esta es la ironía mayor, que sea yo quien esté mirando el mundo desde esta isla, en una inesperada reversión de la novela de la que le hablé a una persona una vez, sobre un hombre que aun con una fortuna para derrochar, la usaba para tratar de recuperar lo que perdió en el pasado. Pero no hay punto de luz que se puede ver más allá del muelle. —Tengo mucho trabajo, para descansar encuentro más cómodo quedarme en mi casa— es mi manera educada de rechazar sus consejos de buenos vecinos, siento la lengua áspera al llamar a la mansión que me designaron como «mi casa». Escucho a Powell en el silencio que se le dedica a quien demuestra que está haciendo un esfuerzo por dar la bienvenida a quien claramente no cree que deba estar aquí, está marcando líneas invisibles al decir que su hija se adaptó rápido y, sin embargo, su hermana y yo somos extranjeras en los distritos donde nacimos. Él también anduvo por el norte, los cambios de residencia se han dado para todos, pero en esas idas y venidas está fijada una frontera que no creo que tenga nada que ver con lo geográfico, sino con el esnobismo de quienes se han encontrado de este lado y la marginalidad de los que estuvieron del otro.
Miro a las dos niñas que nos acompañan, obligadas a mantener las formas y a retirarse con el permiso que pueda darle el padre. Los buenos modales condenan a este tipo de gente a soportar presencias como las mías, si me importara un poco más no hubiera entrado, pero ellos están a gusto con decir que mantuvieron las formas y yo puedo echar un vistazo a la vida del hijo y las nietas de Hermann, para dejar atrás mi repelús con esta familia. —No, no es así— contesto, recuesto mi espalda contra el respaldo del sillón. —Todas las personas que fuimos expulsadas de nuestras casas, nos pasamos la vida deambulando sin poder encontrar un lugar al que pertenecer. No pertenecemos al norte, no pertenecemos al Capitolio, no pertenecemos a ningún lado. Hay un primer lugar en el mundo que debería protegerte del mundo mismo, que te expulsen de él y no haya nadie que esté afuera para abrirte los brazos, te obliga a deambular, a veces toda la vida. Quizás eso sea lo que también pasa con Mae, ¿no?— digo y me giro hacia la muchacha que sostiene a la bebé. —Escuché que tu madre era jefa de los cazadores, que se fue con los rebeldes. Pero tienes a tu padre y ahora también una hermana— sonrío hacia la más pequeña.
Club, playas, mansiones, elfos apareciendo para atender a sus amos, ¿qué falta? ¿El champagne en plena tarde? Esta es la ironía mayor, que sea yo quien esté mirando el mundo desde esta isla, en una inesperada reversión de la novela de la que le hablé a una persona una vez, sobre un hombre que aun con una fortuna para derrochar, la usaba para tratar de recuperar lo que perdió en el pasado. Pero no hay punto de luz que se puede ver más allá del muelle. —Tengo mucho trabajo, para descansar encuentro más cómodo quedarme en mi casa— es mi manera educada de rechazar sus consejos de buenos vecinos, siento la lengua áspera al llamar a la mansión que me designaron como «mi casa». Escucho a Powell en el silencio que se le dedica a quien demuestra que está haciendo un esfuerzo por dar la bienvenida a quien claramente no cree que deba estar aquí, está marcando líneas invisibles al decir que su hija se adaptó rápido y, sin embargo, su hermana y yo somos extranjeras en los distritos donde nacimos. Él también anduvo por el norte, los cambios de residencia se han dado para todos, pero en esas idas y venidas está fijada una frontera que no creo que tenga nada que ver con lo geográfico, sino con el esnobismo de quienes se han encontrado de este lado y la marginalidad de los que estuvieron del otro.
Miro a las dos niñas que nos acompañan, obligadas a mantener las formas y a retirarse con el permiso que pueda darle el padre. Los buenos modales condenan a este tipo de gente a soportar presencias como las mías, si me importara un poco más no hubiera entrado, pero ellos están a gusto con decir que mantuvieron las formas y yo puedo echar un vistazo a la vida del hijo y las nietas de Hermann, para dejar atrás mi repelús con esta familia. —No, no es así— contesto, recuesto mi espalda contra el respaldo del sillón. —Todas las personas que fuimos expulsadas de nuestras casas, nos pasamos la vida deambulando sin poder encontrar un lugar al que pertenecer. No pertenecemos al norte, no pertenecemos al Capitolio, no pertenecemos a ningún lado. Hay un primer lugar en el mundo que debería protegerte del mundo mismo, que te expulsen de él y no haya nadie que esté afuera para abrirte los brazos, te obliga a deambular, a veces toda la vida. Quizás eso sea lo que también pasa con Mae, ¿no?— digo y me giro hacia la muchacha que sostiene a la bebé. —Escuché que tu madre era jefa de los cazadores, que se fue con los rebeldes. Pero tienes a tu padre y ahora también una hermana— sonrío hacia la más pequeña.
- Oh. Yo conozco a la mayoría de los Helmuth por el colegio. Y a los Romanov también, aunque de ellos a la que más le he hablado es a Kitty, no conozco a sus madres. - Ni siquiera a la de Oliver quien tenía entendido, había fallecido cuando él era muy chico o algo así. Es tentador por preguntarle como eran todos de pequeños, pero eso ya sería tomar mucha confianza sobre temas que no me corresponden. Supongo que cada familia tenía su privacidad, y me era más sencillo preguntarle a Oli qué opinión tenía de Rebecca si es que la conocía.
De acuerdo, no hace falta tener muchas luces para descubrir que Rebecca no era la persona favorita de Hans, pero hay algo tenso que hasta a mí me hace mirar con cuidado el asunto. Como si me estuviera perdiendo de algo que está escrito entre líneas o tiene la aclaración al final de la página. Bien, ella era licántropo y ese es el primer indicio de que por ahí no le era una persona de agrado, pero fuera de eso… ¿Estaba mal que Rebecca no me cayera mal? Que se notaba que ella tampoco lo tenía en mucha estima a mi padre, pero creo que por más adulta que me gustaría ser, ni con la edad correspondiente me gustaría meterme demasiado en ese terreno.
No me gusta la explicación que Hans da de Phoebe, ni luego la que da Rebecca con respecto a la gente que deambula sin tener ningún lugar en el mundo. No es un concepto que pueda terminar de compartir. - Escuchó bien, pero no me gusta hablar de mi madre. Tampoco creo que esté mal el sentir que parte de tí pertenece a algún lado en particular, o que uno tiene que deambular hasta poder encontrarse. Yo no creo que vaya a olvidar el ocho, pero es una vivencia y creo que está bien dejar parte de nosotros en diferentes lugares, o con diferentes personas. Lo admito, no es lo mismo que antes y hay compañeros en el Prince a los que ya no le hablo. Pero no me gustaría andar de acá para allá sabiendo que no dejo algo de mi, o no comparto con las personas con las que pueda relacionarme. - No lo estaba diciendo ni por el ocho ni por mi antiguo colegio, sino más bien por el nueve y las personas que allí habitaban, y lo mal que estaba el visitarlos. Incluso podía ser peor que visitar el norte. - Tuve la suerte de haberme adaptado bien porque están Hans, mi hermana, Lara… mi familia en general. Pero creo que si un sigue dando vueltas sin ver a nadie, es por elección seguramente, y no porque no haya personas dispuestas a abrir sus brazos. - Si Phoebe de verdad se sentía así, buscaría la manera de demostrarle que no era el caso. Entendía que podría ser complicado después del incidente que habían tenido con Hans hace meses, pero no era la idea el que no pueda ser feliz si es que tiene en quién apoyarse. Incluso Denny solo tendría que ser suficiente.
De acuerdo, no hace falta tener muchas luces para descubrir que Rebecca no era la persona favorita de Hans, pero hay algo tenso que hasta a mí me hace mirar con cuidado el asunto. Como si me estuviera perdiendo de algo que está escrito entre líneas o tiene la aclaración al final de la página. Bien, ella era licántropo y ese es el primer indicio de que por ahí no le era una persona de agrado, pero fuera de eso… ¿Estaba mal que Rebecca no me cayera mal? Que se notaba que ella tampoco lo tenía en mucha estima a mi padre, pero creo que por más adulta que me gustaría ser, ni con la edad correspondiente me gustaría meterme demasiado en ese terreno.
No me gusta la explicación que Hans da de Phoebe, ni luego la que da Rebecca con respecto a la gente que deambula sin tener ningún lugar en el mundo. No es un concepto que pueda terminar de compartir. - Escuchó bien, pero no me gusta hablar de mi madre. Tampoco creo que esté mal el sentir que parte de tí pertenece a algún lado en particular, o que uno tiene que deambular hasta poder encontrarse. Yo no creo que vaya a olvidar el ocho, pero es una vivencia y creo que está bien dejar parte de nosotros en diferentes lugares, o con diferentes personas. Lo admito, no es lo mismo que antes y hay compañeros en el Prince a los que ya no le hablo. Pero no me gustaría andar de acá para allá sabiendo que no dejo algo de mi, o no comparto con las personas con las que pueda relacionarme. - No lo estaba diciendo ni por el ocho ni por mi antiguo colegio, sino más bien por el nueve y las personas que allí habitaban, y lo mal que estaba el visitarlos. Incluso podía ser peor que visitar el norte. - Tuve la suerte de haberme adaptado bien porque están Hans, mi hermana, Lara… mi familia en general. Pero creo que si un sigue dando vueltas sin ver a nadie, es por elección seguramente, y no porque no haya personas dispuestas a abrir sus brazos. - Si Phoebe de verdad se sentía así, buscaría la manera de demostrarle que no era el caso. Entendía que podría ser complicado después del incidente que habían tenido con Hans hace meses, pero no era la idea el que no pueda ser feliz si es que tiene en quién apoyarse. Incluso Denny solo tendría que ser suficiente.
Poppy es rápida, tanto que sobre la mesa de la sala pronto hay bocadillos para acompañar un café cargado, a pesar de que el tercer tazón está especialmente preparado para Meerah y su gusto particular para la cafeína con leche y chocolate. Mi murmullo de agradecimiento es apenas audible en dirección a la elfina, estoy un poco más enfrascado en las palabras que salen de la nueva ministra y me sonrío, más para mí que para ella — Intenté hacer de la vida de Phoebe un poco más llevadera, pero mi hermana tiene barreras que yo jamás he podido saltar y que admito que tampoco puedo comprender. Nos hemos criado de maneras muy diferentes — me acerco a la mesa para poder ponerle azúcar a mi taza, a la cual revuelvo con calma — No es secreto que fui criado por mi padre hasta la mayoría de edad y no hay mucha diferencia entre la vida sin recursos del norte y la crianza con un hombre como Hermann Powell en una casa lujosa del distrito uno. Tampoco pertenecía allí, detestaba todos sus rincones y, aún así, he hecho algo con ello. Creo que los sitios pueden ser oscuros o luminosos, pero siempre podemos hacerlos nuestros si sabemos cómo.
Bebo, casi seguro de que algo caliente y cargado es lo que necesito para que mi cuerpo se acomode al sofá en lo que la conversación se mantiene entre nuestra invitada y Meerah, quien tiene su propia opinión al respecto y la cual, en realidad, me hace sonreír por detrás de la taza — Somos diferentes personas, por lo tanto no todos vamos a actuar de la misma manera. Hay cosas que no vamos a comprender, porque no estamos en los zapatos ajenos. ¿No cree eso? — le pregunto a Rebecca, en un tono completamente inocente — Intentamos portarnos como una familia y creo que eso hacen las cosas un poco más sencillas, incluso cuando nada ha sido fácil. Tengo entendido de que usted estará sola… ¿No es así? — pregunto, que hasta donde sé, Hasselbach no tiene familia. Apoyo la taza en la mesa, tendiéndole los brazos a Meerah para que me pase a Tilly — ¿Quieres pasármela? Siempre podemos acomodarla en el sillón, así puedes comer tranquila — que lo bueno de que Mathilda pueda sentarse sola es que uno tiene los brazos libres, lo malo es que la atención tiene que crecer porque se come absolutamente todo — Como verá, aquí siempre tenemos cosas para hacer y no puedo prometer que no seremos escandalosos, pero… Ante cualquier necesidad, jamás diremos que no — que mejor las cosas bien plantadas, antes de tener problemas que no pueda solucionar.
Bebo, casi seguro de que algo caliente y cargado es lo que necesito para que mi cuerpo se acomode al sofá en lo que la conversación se mantiene entre nuestra invitada y Meerah, quien tiene su propia opinión al respecto y la cual, en realidad, me hace sonreír por detrás de la taza — Somos diferentes personas, por lo tanto no todos vamos a actuar de la misma manera. Hay cosas que no vamos a comprender, porque no estamos en los zapatos ajenos. ¿No cree eso? — le pregunto a Rebecca, en un tono completamente inocente — Intentamos portarnos como una familia y creo que eso hacen las cosas un poco más sencillas, incluso cuando nada ha sido fácil. Tengo entendido de que usted estará sola… ¿No es así? — pregunto, que hasta donde sé, Hasselbach no tiene familia. Apoyo la taza en la mesa, tendiéndole los brazos a Meerah para que me pase a Tilly — ¿Quieres pasármela? Siempre podemos acomodarla en el sillón, así puedes comer tranquila — que lo bueno de que Mathilda pueda sentarse sola es que uno tiene los brazos libres, lo malo es que la atención tiene que crecer porque se come absolutamente todo — Como verá, aquí siempre tenemos cosas para hacer y no puedo prometer que no seremos escandalosos, pero… Ante cualquier necesidad, jamás diremos que no — que mejor las cosas bien plantadas, antes de tener problemas que no pueda solucionar.
Revuelvo la taza de la que me sirvo en tanto escucho lo que el hombre tiene para decir, comparando entre lo que fue su vida y la de su hermana, algo sobre lo que el país entero ha leído por cierta entrevista que se difundió. No hago más que asentir con el mentón cuando termina, porque su hija inmediatamente le sigue con su propia opinión sobre los lugares que recorremos y las personas que aceptamos en nuestras vidas, y puesto que ambos me están dando su impresión sobre lo mismo, Powell de manera más explícita al comparar cómo él encara la vida en contraste a cómo lo hace su hermana, Meerah de un modo en el que no da nombres, así que a cualquiera que le quede sus palabras puede vestirse de ellas. —Puedo hablar por mí, no por Mae. Porque esto de cómo vivimos nuestras vidas tiene la particularidad de que si bien los consejos son aceptados, cada quien vive, duele y sana a su manera— aclaro, porque esta charla tiene el cariz de un tribunal hacia la mencionada ausente.
Sonrío con cierta tensión a Powell cuando él mismo remarca nuestra incapacidad como seres humanos de una empatía real hacia otros. —Lo cierto es que nunca llegaremos a entender a otra persona si miramos nuestras propias vivencias y qué hicimos de ellas, aunque tengamos las mejores intenciones, no ayudamos a otra persona remarcándole que…— coloco la taza sobre mi rodilla. —Mírame, ambos pasamos por situaciones difíciles, pero yo conseguí hacer algo bueno de ello. Mírame, mira lo bueno que conseguí. Ni tampoco decirle a esa persona que— bajo mi mirada al contenido caliente de la taza y sigo hablando con calma, —si no te abres a alguien es porque no quieres, es tu elección estar sola, es tu culpa estar sola—. Coloco la taza que no bebí sobre la mesa. —Las personas dolemos y sanamos de maneras distintas. Repito que no puedo hablar por Mae, pero no parece ser una persona que no haya intentado hacer que las cosas mejoraran: se casó, ama a ese hombre, tuvo un hijo con ese hombre, una casa, un trabajo. Puedo hablar desde afuera y lo que veo es que lo está intentando…—. El tiempo que compartí con ella en el norte me obliga a decirlo, porque yo le escupí a la cara las que consideré sus peores faltas, la culpé y la maldecí, a su espalda no tengo más que reconocerle que dejarme atrás fue lo mejor que pudo hacer.
—Pero sí, hay personas que están solas porque eligen estarlo, que deambulan porque así lo quieren— sonrío a la nieta de Hermann dándole la razón, —hablo por mí— si lo hago así sí puedo dar mi opinión honesta, sin que se proyecte equivocadamente hacia otra persona. — Estoy sola, así es, ministro Powell— lo digo con la calma que me han dado las décadas en que todos mis pensamientos se moldearon en base a esa verdad, estoy sola. —Por haber perdido a toda mi familia, puedo decirle que se trata de eso, de intentar ser una y que eso haga todo más llevadero, tener en quien apoyarse y quien te sostenga la mano al caer, aunque no haga más que sostenerte la mano mientras caes, sin hacerte sentir que fue tu culpa haber caído—. No hubo día en que no me arrepintiera de haber denunciado y renunciado a los Ruehl en un tribunal, que no me arrepintiera de la razón por la que lo hice. —Los remordimientos son personales, no hace falta que contribuya alguien más cuando ya los tenemos. Hay algo que suele ser mucho más efectivo para que las personas sanen y puedan ver la luz en los lugares— lo digo mirando a Powell que lo mencionó y pueden tomar mi sonrisa como sarcástica si quieren. — Que alguien te ame, eso suele ser algo que sana a quienes todavía pueden sanarse, antes de que te conviertas en un causa perdida—. Tampoco creo que venga al caso hacer un repaso de mis propios duelos y ausencias, lo que Powell me ha compartido de su pasado es lo que todos conocen, nadie en esta sala puede creer que hay la confianza o muchos menos el clima para compartir otras confidencias. —Y agradezco lo que creo que acaba de ser un ofrecimiento, pero estar sola y elegir estar sola, tiene eso de que solemos hacerlo todo por propia cuenta. Puesto que todos tenemos mucho por hacer, creo que me explayé demasiado y es hora de que me vaya— digo poniéndome de pie. —No, por favor. No se levanten— les prohíbo antes de que hagan el amago de cumplir con los modales, —que las niñas disfruten de su merienda, yo conozco donde queda la puerta, mi casa no es muy distinta— puedo encontrar la salida por mi cuenta también.
Sonrío con cierta tensión a Powell cuando él mismo remarca nuestra incapacidad como seres humanos de una empatía real hacia otros. —Lo cierto es que nunca llegaremos a entender a otra persona si miramos nuestras propias vivencias y qué hicimos de ellas, aunque tengamos las mejores intenciones, no ayudamos a otra persona remarcándole que…— coloco la taza sobre mi rodilla. —Mírame, ambos pasamos por situaciones difíciles, pero yo conseguí hacer algo bueno de ello. Mírame, mira lo bueno que conseguí. Ni tampoco decirle a esa persona que— bajo mi mirada al contenido caliente de la taza y sigo hablando con calma, —si no te abres a alguien es porque no quieres, es tu elección estar sola, es tu culpa estar sola—. Coloco la taza que no bebí sobre la mesa. —Las personas dolemos y sanamos de maneras distintas. Repito que no puedo hablar por Mae, pero no parece ser una persona que no haya intentado hacer que las cosas mejoraran: se casó, ama a ese hombre, tuvo un hijo con ese hombre, una casa, un trabajo. Puedo hablar desde afuera y lo que veo es que lo está intentando…—. El tiempo que compartí con ella en el norte me obliga a decirlo, porque yo le escupí a la cara las que consideré sus peores faltas, la culpé y la maldecí, a su espalda no tengo más que reconocerle que dejarme atrás fue lo mejor que pudo hacer.
—Pero sí, hay personas que están solas porque eligen estarlo, que deambulan porque así lo quieren— sonrío a la nieta de Hermann dándole la razón, —hablo por mí— si lo hago así sí puedo dar mi opinión honesta, sin que se proyecte equivocadamente hacia otra persona. — Estoy sola, así es, ministro Powell— lo digo con la calma que me han dado las décadas en que todos mis pensamientos se moldearon en base a esa verdad, estoy sola. —Por haber perdido a toda mi familia, puedo decirle que se trata de eso, de intentar ser una y que eso haga todo más llevadero, tener en quien apoyarse y quien te sostenga la mano al caer, aunque no haga más que sostenerte la mano mientras caes, sin hacerte sentir que fue tu culpa haber caído—. No hubo día en que no me arrepintiera de haber denunciado y renunciado a los Ruehl en un tribunal, que no me arrepintiera de la razón por la que lo hice. —Los remordimientos son personales, no hace falta que contribuya alguien más cuando ya los tenemos. Hay algo que suele ser mucho más efectivo para que las personas sanen y puedan ver la luz en los lugares— lo digo mirando a Powell que lo mencionó y pueden tomar mi sonrisa como sarcástica si quieren. — Que alguien te ame, eso suele ser algo que sana a quienes todavía pueden sanarse, antes de que te conviertas en un causa perdida—. Tampoco creo que venga al caso hacer un repaso de mis propios duelos y ausencias, lo que Powell me ha compartido de su pasado es lo que todos conocen, nadie en esta sala puede creer que hay la confianza o muchos menos el clima para compartir otras confidencias. —Y agradezco lo que creo que acaba de ser un ofrecimiento, pero estar sola y elegir estar sola, tiene eso de que solemos hacerlo todo por propia cuenta. Puesto que todos tenemos mucho por hacer, creo que me explayé demasiado y es hora de que me vaya— digo poniéndome de pie. —No, por favor. No se levanten— les prohíbo antes de que hagan el amago de cumplir con los modales, —que las niñas disfruten de su merienda, yo conozco donde queda la puerta, mi casa no es muy distinta— puedo encontrar la salida por mi cuenta también.
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