The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Theodora N. Giacchino
No tiendo a hacer entregas por mi propio medio, pero me ha sido pedido exclusivamente el hacer la explicación de nuestras nuevas creaciones en la base de seguridad y, por lo tanto, no he hecho otra cosa en todo el día que no sea el intentar no vomitar. Tiendo a evitar los lugares en los cuales Magnar Aminoff pueda estar presente y, espero de verdad, que hoy sea uno de esos días en los cuales no ha hecho otra cosa además de estar sentado en su cómoda silla en el Ministerio de Magia. Me he vestido de negro, para variar; se siente como estar de luto cada vez que pongo un pie en aquellos lugares que dependen del gobierno. Fuera de estas paredes gruesas y llenas de secretos apesotosos, se puede decir que es un bonito día. La primavera ha empezado a brotar y eso produce cierta picazón en mi nariz, una que intento controlar en lo que espero en una enorme sala, la cual sospecho que usarán normalmente para reuniones de altos cargos, a juzgar por la larga mesa que decora el centro de la habitación. Aprovecho a rascarme con el dorso de la mano justo antes de que la puerta se abra, haciendo que me gire por inercia, despegándome del ventanal que deja a la vista las rocas contra las cuales el mar choca una y otra vez.

Hace tiempo que no veo a Rebecca Hasselbach y puedo decir que, obviando las prendas dignas del Capitolio y sus cargos de poder, no se ve muy diferente a como la recuerdo. Sigue siendo más alta que yo por unos pocos centímetros y su palidez puede competir con la mía, pero por lo demás… No puedo decir que tenga los mejores recuerdos con ella, no importa lo buenas que hayan sido sus intenciones. Hay épocas oscuras en cada uno de nosotros y estoy segura de que ella ha estado presentes en las peores para mí, esas que hoy en día intento olvidar y, al mismo tiempo, temo el conseguirlo. La sonrisa que le dedico al extender mi mano hacia ella parece forzada, pero al menos estoy segura de que mis ojos no lo son — Rebecca — le saludo con suavidad, tomo su mano para estrecharla y coloco mi contraria sobre ambas — Ha pasado tiempo y parece como si no lo hubiera hecho. Te ves… diferente — en aura, quizá. O tal vez son solo ideas mías. Me separo con un paso hacia atrás que me acerca a la tableta que dejé sobre la mesa, en la cual se luce el inventario de aquellas armas muggles que hemos perfeccionado con magia para el uso de los ejércitos del gobierno. Suspiro con lentitud — De entre todos los lugares en los cuales podríamos habernos reencontrado, jamás habría sospechado de este. ¿Deseas comenzar?
Theodora N. Giacchino
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Invitado
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No he dormido en toda la noche, ni puedo decir que lo necesite. Las madrugadas de insomnio son esporádicas y puedo reconocerlas cuando tras un largo rato con la cara contra la almohada, mi mente se entretiene con pensamientos que no llevan a ningún sitio claro. Para no derrochar horas en una inmovilidad absurda entre las sábanas, salgo de la casa para correr por un sendero marcado por mis pies que bordea las arboledas más espesas de la propiedad, el aire de la madrugada suele ser filoso para los pulmones y mi respiración forzada logra cansarme, tengo que detenerme por un momento con las manos sobre mis rodillas mientras los recuerdos siguen dándome un dolor sordo en las sienes. Para la media mañana he conseguido silenciarlos con una pócima agria antes de dejar el distrito siete para presentarme en la base de seguridad, un cigarrillo que me compartió un subalterno y el café se ha encargado de que pueda seguir atenta a los movimientos del escuadrón en esta mañana de rutina que si ofrece algo distinto, esa es Theodora con su uniforme negro de alma en desgracia.

Mi mirada hacia ella es una de reconocimiento, no más que eso, no creo que ninguna de nosotras quiera compartir anécdotas del norte abiertamente, como si esto fuera un encuentro de viejas compañeras de escuela que se ponen al día, más bien son temas que abordaríamos con cuidado de no adentrarnos demasiado en los terrenos pantanosos de lugares ilegales que no deberían ser mencionados en un sitio como este. Por si las dudas, le indico que me siga a una sala cerrada para nuestro uso, así los comentarios que surjan quedarán en la privacidad de estas paredes herméticas. —Te refieres a… ¿sin la mugre del norte?— pregunto, haciendo un repaso de las prendas que me identifican como parte del escuadrón y haciendo rodar mis ojos con la familiaridad de haber tratado antes con ella. —Sí, el cambio es notable, todas los días se sienten como si fuera una mujer distinta a la que fui— digo al buscar una silla donde ponerme cómoda para revisar su catálogo de armas, esto definitivamente no es una charla de vecinas de antaño que se ponen a hablar de sus hijos y logros domésticos. —Pero no sería la primera vez, así que… ¿y tú como lo llevas?— consulto, dejando implícito todo lo referido a quien conduce el país. Tiendo mi mano para que me pase la tableta en la que puedo revisar los modelos. —Lo extraño de estar en lugares que nunca nos imaginamos, es que seguimos encontrándonos, ¿no? Por mal que suene, los de la misma calaña siempre terminamos coincidiendo— murmuro. —Si te soy sincera, me alegra tenerte por aquí. Puesto que es el lugar donde me encuentro ahora, prefiero verte por estos corredores a saber que frecuentas otros.
Anonymous
Theodora N. Giacchino
En efecto… — murmuro con un suave arqueamiento de mis cejas, que se pierde en la sonrisa vaga que curva mis labios. Es curioso cómo cambiamos cuando salimos de la miseria, todo en nuestro envase se vuelve aceptable para los ojos de una sociedad que nos repudiaba y, por dentro, solo continuamos siendo la misma mierda de antaño. Sin decir ni una palabra me dejo guiar, llevando conmigo la tableta que tuve que conseguir para esta tarea hasta que estamos, en buena medida, solas. No me sorprende que me haga rebotar la pregunta, pero estoy más ocupada en tomar asiento frente a ella y pasarle la tableta en la ventana que debe ser antes de hablar — Pues siempre podría ser mejor, como también podría ser peor — declaro — Es extraño acostumbrarse una vez más a un ritmo de vida que creí perdido, en un distrito que ahora me parece totalmente extraño a pesar de haber sido mi hogar. A veces, solo se siente como que me he vendido por tener el estómago lleno — lo cual es comprensible y, a su vez, me hace sentir en falta con cierta persona que ya no está.

Ya con las manos libres, las uno sobre el escritorio en lo que apoyo los codos y la sonrisa que le enseño es un poco más amplia — Como imanes — coincido — Fue difícil, Rebecca, si tengo que ser honesta. El norte fue mi hogar por demasiado tiempo como para sentir que todo este sitio es natural, incluso cuando es más limpio. Pero es bueno poder trabajar con viejos conocidos. No nos miramos entre nosotros como muchos otros magos lo hacen — con la nariz en alto, como si no quisieran oler la porquería que viene del norte a ocupar sus lugares y robarles sus derechos, como si fuesen incapaces de soltarlos porque sino sus manos llenas de anillos de oro van a caerse — No te preguntaré por qué terminaste en donde lo hiciste, eso está más que claro — señalo. Habría que ser idiota para no verlo — Pero… ¿Lo llevas tan bien como parece o te reprochas el haber venido por aquí, de vez en cuando? — creo que todos lo hacemos alguna vez, en mayor o menor medida.
Theodora N. Giacchino
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Invitado
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Sabemos que podría ser peor— secundo a su comentario con una sonrisa melancólica que se pierde pronto, queda la sombra, el recuerdo de toda esa tristeza por las penurias que se puedan pasar en el norte, donde el hambre es uno de los males posibles y diría que sigue sin ser el peor, lo que sería subestimar a la que puede llegar a ser la peor tortura, quien se ha arrastrado en el suelo por una migaja de pan sabe que el hambre también es un demonio temible. —Y tener el estómago lleno sigue siendo de los propósitos más inocentes por los que alguien se vendería— murmuro, —así que si eso es lo que te motiva a estar aquí, quien sabe de tener los labios quebrados de no haber comido bocado o bebido agua limpia, venderse es lo de menos— hablo mientras tamborileo mis dedos en el brazo acolchado de la silla que ocupo. —Porque estamos quienes tenemos otros motivos para estar aquí, que nada tienen que ver con un estómago lleno, sino la satisfacción por otras cosas… y con gusto, dejemos que sea nuestro pellejo el que mastiquen con críticas, ellos que también necesitan calmar su propia hambre— susurro entre dientes, degustando para después escupir estas palabras hacia otras personas.

Hacia ella conservo una postura más relajada aunque no desprovista de cautela, con Theodora nunca descansaría del todo mi sentido de alerta, es la familiaridad de conversar con ella lo que me permite mecerme en la silla giratoria y continuar con una franqueza que podrá entender, sobre temas que provocan disputas con otros. —Eso es cierto— coincido con un asentimiento, la arrogancia de los magos conservadores es despreciable. —Están los que para mantener su culo en una silla ministerial obedecen las nuevas normas de Magnar y tienen esa actitud de seguir creyéndose superiores— digo con una mueca de desagrado al pensar en Nicholas Helmuth, que mi trato con esta gente es cotidiano, son quienes debo proteger y lo hago, porque ese es mi trabajo. —Hipócritas— suelto, con toda indiferencia, que el ardor en sus entrañas al tener que apretar los labios para no oponerse a tenernos cerca yo no lo siento, si es por mí arrasaría centímetro a centímetro hasta que no quede la mínima brecha y poder respirarles sobre el rostro, hay placer en demostrarle a los que se creen superiores que podemos llegar a respirar el mismo aire, a la misma altura.

Y porque son hipócritas, creo que lo mejor que ha podido pasar en el Capitolio en años, es que toda la mierda que pateaban al norte, ahora deban olerla bajo su nariz— murmuro, la sonrisa que le muestro está llena de real satisfacción. —Te confieso que lo encuentro placentero, verlos actuar, verlos hipócritas, ver cuánto pueden detestar que estemos aquí y tener que aceptar que así sea— incluso lo digo con el tono adecuado para que se vea que esto llega a conmoverme, siento por debajo de toda mi piel toda esa emoción que pocos logros otorgan, que ni siquiera son logros, sino robos bien hechos, arrebatos de los que salimos victoriosos, crímenes sobre los que nos podemos preciar mientras gozamos de impunidad. Eso creo que contesta bastante bien a su pregunta. —Lo llevo más que bien— respondo de todas formas. —No echo de menos el norte, como tampoco siento que este sea mi hogar. Pero donde estoy, es donde quiero estar y mataría por seguir aquí, de hecho, ese es mi trabajo y lo hago… y tu ayuda viene bien para encargarnos de quienes, de alguna manera u otra, siguen esquivando esa suerte. Ha quedado más que claro que lo que somos, tenemos y hacemos no es suficiente… pero en lo que a mí respecta, llegaré a donde tener que llegar para que suceda— como confiar en alguien como ella.
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Theodora N. Giacchino
A pesar de que no es una expresión en verdad alegre, no puedo evitar el sonreírme frente a la mención de la hipocresía de estas personas. Durante años, más de los que le conviene a cualquier gobierno, la pureza de sangre nos empujó a la gran mayoría a vivir en la sombra de la mugre. Algo que le tengo que conceder a Magnar, muy a mi pesar, es que ha sabido ver dónde se encontraba la falla de su madre para mover ciertas piezas a su favor. ¿De qué le servía sólo un puñado de magos de sangre pura, cuando el resto de la sociedad mágica se sentía excluida? En especial en tiempos de guerra, cuando los salvajes del norte han demostrado que pueden más de lo que pensábamos y Hermann, en silencio, se mueve como una araña, cuyas redes apenas y se sacuden, creando vibraciones que aún no se sienten, pero están ahí. Siempre me pregunto qué sucederá cuando la cuerda ya no se pueda jalar más y todo estalle. Qué quedará de pie, qué será lo primero en caer…

En NeoPanem predominan las personas que cierran la boca para salvarse el culo, no importa con qué gobierno. La gente va a callarse, siempre y cuando no les toquen la fibra sensible o los bolsillos — luego están los que queremos hacer algo, pero nos vemos obligados a trabajar desde las sombras, que el tiempo aún no ha llegado y a veces se siente como que estamos dejando que se maten entre ellos antes de avanzar — Soportar un poco de mierda para que nadie les diga nada debe ser mucho más fácil que hacer algo al respecto. Por ese lado… estamos seguros — a excepción de los del distrito 9 ¾, que parece que nada les viene bien.

Hago un asentimiento con la cabeza. La curiosidad siempre me ha mantenido con cautela, pero sé muy bien que en este lugar se respira otro aire con respecto a las acciones que yo veo desde la comodidad de mi sofá — Creo que todos trabajamos para poder alcanzar el día en el cual podamos llamar “hogar” a cualquier sitio donde en verdad querramos quedarnos, de una vez por todas. ¿No es una de las metas básicas y naturales del ser humano? — todos queremos cierta estabilidad, una felicidad que siempre se nos patina entre los dedos — He escuchado mucho sobre los enfrentamientos con los rebeldes, pero desde mi lugar solo he conseguido oír rumores y aceptar el cumplir los pedidos del Ministerio. Las dos sabemos que no tengo un especial aprecio por nuestro presidente… — hago una veloz mueca — Pero sé muy bien que mis problemas personales no tienen porqué afectar al resto del bien común. ¿Es tan terrible como dicen? — no puedo evitar preguntar. Si he venido hasta aquí, mejor sacarme las dudas — Las batallas. Los salvajes. ¿Es cómo lo que hemos visto en el norte? — porque la gente que vino desde el catorce con intenciones de agitar la paz, son una clase diferente a aquellos que nosotras hemos visto. Hay muchas caras para la violencia, eso lo sabemos bien.
Theodora N. Giacchino
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Invitado
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Nosotras lo sabemos bien— digo quedamente, son los términos de silencio y de tolerar lo que pueda fastidiarnos porque para conseguir lo que nos proponemos o queremos asegurar, así debe ser. Nosotras sabemos más de callar, que de hablar. De hacer lo que nos piden, guardarnos nuestras intenciones por debajo. No creo estar delante de una mujer que piense o viva de una manera demasiado diferente a la mía, por distintas que podamos ser en carácter o lo que a ella le haya tocado tener que pasar con Magnar, que si lo sigo no es por la ceguera de una fanática sino con la mirada clara de saber sus defectos y crímenes. Hay algo que se vuelve similar en las mentes de todos aquellos que hunden sus uñas en lo que sea para no caer y así sobrevivir, encontrarte a solas con tu instinto de supervivencia te cambia. Pero no necesariamente nos acerca, suele ser lo contrario, como mucho nos da alianzas temporales y de esas sé bien.

Suelo pensar en un sitio mejor del que estuve ayer, uno en el que no tenga que esté rozando la nada todo el tiempo— le contesto, —no suelo pensar en un «hogar». Las bestias suelen buscar cuevas, a las personas les gustaba hablar de un hogar, para cumplir esa primera necesidad de un lugar que les haga sentir seguros y deje al enemigo fuera. Pero…— trato de evocar lo que pudo haber sido un hogar alguna vez para mí, ¿cuándo aún vivía mi madre adoptiva? Recostarme con ella a leer es de los pocos recuerdos que conservo donde hay más claridad que penumbras, pero soy consciente que son recuerdos irreales, reconstrucciones de mi mente para dar forma a un sentimiento, a la poca amabilidad que conocí en mi vida. Si tengo que armar la idea de un hogar pienso en un sitio oscuro, en la constante ausencia de un padre, la manipulación como rasgo de la familia, el obligado secretismo, los gritos dentro de mi mente y la profunda angustia que me colocó apartada y en oposición a otros, pidiéndoles que no se acerquen a mí. —No, no creo que la idea de un «hogar» sea una necesidad tan universal, es igual que la generalidad de que todas las mujeres tenemos instinto materno o que la familia se basa en lazos sanguíneos— lo pongo como ejemplo, ninguno de esos criterios se ha cumplido conmigo.

Me inclino hacia adelante cuando menciona a Magnar sin dar su nombre, como el único consejo que me permito darle, y sea opuesto a mis propias prácticas. —Nunca, especialmente no por algo que tenga que ver con él, dejes que te aparte de lo que tenemos ahora— digo, especialmente si se trata de Magnar, que tome todo lo que pueda, esto es bastante similar a un asalto para el que tenemos unos pocos minutos, se trata de llenarse los bolsillos con todo lo que se tiene a mano. Nos hemos privado de mucho, es hora de tomar a manos llenas y que nada personal interfiera. De hecho, los enfrentamientos con los rebeldes es el menor de los trámites, no hay sacrificio alguno en ir a por ellos, es algo que se puede hacer sin tener que pensar demasiado en ello. —Es igual y a la vez distinto. Los repudiados del norte entenderían mejor las maneras que tiene esta gente de actuar, los del Capitolio creyendo que pueden pelear sin ensuciarse el uniforme no, y a la vez, son distintos a los criminales del norte…— hago un mohín con la boca al pensar en cómo decirlo, cuando sé lo que quiero decir, solo que suena hasta ridículo dicho por mí. — Están convencidos que hacen algo bueno, Thedora. Tienen todos los vicios de quienes se creen héroes, misiones suicidas, sacrificarse por otros, aceptar torturas, y si tratas de quebrarlos para que vuelvan a ser tan egoístas como cualquier persona, acuden a ese religión ideal que tienen en la que necesitan ser los nuevos mártires. Quizá esto se pierda con el tiempo, los rebeldes que puedan unirse a este grupo de origen tendrán cada vez ideales más débiles, pero es ese grupo original, el que proviene del distrito catorce, el verdadero problema, con los que hay que acabar o nos llevarán a la ruina a todos, a ellos mismos y a nosotros.
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Theodora N. Giacchino
Puedo comprender lo que sale de su boca, de verdad, pero hay algo que me deja cierto picor en el fondo de mi cabeza — ¿No buscamos siempre, aunque sea, un poco de aceptación? — pregunto, con el mejor tono que la invita con amabilidad a iluminarme la duda que me ha plantado — Tal vez no estamos buscando un hogar propiamente dicho, pero siempre existe la necesidad de pertenencia, el saber que allá afuera el mundo no se nos va a poner en contra. Siempre he tomado la mierda que los magos puristas me lanzaron en la cara, haciéndome sentir menos por un vientre del cual yo no tengo la culpa — hago una mueca, la historia de mis padres no es un secreto, al fin y al cabo es lo que me empujó a vivir en la miseria por casi veinte años. El niño Black me parece un mocoso jugando con fuego, pero no negaré que mi familia estaría mejor con la suya al mando que aquella que se mueve sobre el trono hace tanto tiempo — No sé si voy a llamarlo mi hogar, pero puedo aceptar un poco más de aceptación.

En acto reflejo a su cuerpo, el mío se inclina hacia delante y me quedo con sus palabras, esas que me hacen asentir con una firmeza digna de aquellas personas que pueden compartir ciertos puntos del pasado, no todos, pero sí aquellos que te hacen creer que hay cierto entendimiento. No puedo evitar reírme y tengo que aplacar un poco el sonido, llevándome el dorso de la mano a los labios — Lo lamento — murmuro, sacudiendo un poco la cabeza en lo que mis labios son obligados a dejar de sonreír — Si planean ganar esta guerra, los métodos implementados por Jamie Niniadis con Riorden Weynart como jefe de defensa deberán empezar a cambiar. Había cierta pulcritud en su régimen nacista que me hace creer que no son capaces de ver cómo se mueven, hacia dónde apuntan. Como tú dices… estamos tratando con personas que fueron salvajes toda la vida — no sé mucho del distrito catorce. En su momento, la gente murmuraba en el norte que era algo así como la tierra prometida, un sitio donde las garras de Niniadis no llegaban y que nadie podía encontrarlo. Se volvió una especie de leyenda viviente, una que estalló en cuanto los obligaron a salir de su escondite y… ¿Para qué sirvió? ¿Para tenerlos creando caos, para que Jamie muriera por culpa de su propio ego? ¿Para que un montón de analfabetas se crea que son un puñado de héroes?

Así que es verdad que creen en todas las tonterías que dice Black por televisión… — murmuro en actitud pensativa, me recargo contra el respaldo de la silla en lo que cruzo una pierna por encima de la otra — ¿Tienen el delirio de que todos vamos a tomarnos de las manos en cuanto todo termine? ¿Que olvidaremos todo lo que ha pasado y llamaremos “amigo” o “vecino” a la persona que nos apuntó con un arma a la cabeza? No puedes limpiar los pecados con un movimiento de la mano, no importa quién sea la persona que te dio su apellido. Los Black están manchados con la sangre de cientos de inocentes y todo lo que ha pasado hasta ahora nos demuestra que es imposible la convivencia. Es ellos o nosotros — la diferencia con las personas que trabajan en esta base, es que yo sé muy bien cual es la vereda en la que escojo ponerme de pie.
Theodora N. Giacchino
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The thief of memories ✘ Rebecca IqWaPzg
Invitado
Invitado
No sabría colocar lo que busco en el lado romántico de la vida— digo, meneando mi cabeza al no poder llamarlo tampoco aceptación, mucho menos pertenencia que se acerca demasiado a la idea de un hogar. No es por contradecirla, mi tono no es duro como para que así lo crea, más bien es meditabundo. Tengo bien en claro lo que he querido desde hace décadas, hablarlo con ella lo que me hace ver es que ha cambiado mucho con lo que quise alguna veces, porque «aceptación» era la palabra en ese entonces, se trataba de que otra persona pudiera aceptarme a pesar de todas las circunstancias de mi vida que no había elegido yo y que pudiera ver a través de esto, quien era y quien deseaba ser. Perdí ese deseo al mismo tiempo que perdí el deseo de quien quería ser. —Todo lo que quería era recuperar mis derechos. Los tengo, Magnar me los dio, pelearé por ellos— ni tampoco se coloca en el lado materialista de la vida, porque no lo hice por dinero. —No sabría explicarte bien de qué se trata… supongo que de mí, no de cómo espero que sean los tratos de otros hacia mí, porque he dejado de esperar lo que sea— sacudo mis hombros para dejarle ver que el desprecio o no que puedan mostrar los magos acomodados hacia nosotras me trae sin cuidado a estas alturas, como ya se lo dije, dejo que a ellos les hiervan las entrañas mientras yo me fumo un cigarrillo.  

No sé si el problema era Weynart, ni tampoco Jamie Niniadis— digo, a punto de decir que no es mi intención criticarlos, pero al haber dicho que la cuestión con los agentes de seguridad es que no saben ensuciarse el uniforme, es una crítica que también les salpica. —Niniadis mandó quemar el distrito catorce— traigo a la memoria de esta conversación. Los rumores dicen que estaba desquiciada a ese punto así que le quita mérito a las agallas que se debe tener para ir tras el enemigo, se vuelve parte de los otros hitos violentos de la historia de Neopanem de eso no hay duda, pero no alcanzó para ser un movimiento de guerra que diera ejemplo de cómo vencer al enemigo. —Pero si colocaras al Capitolio y al distrito 9 ¾ dentro de una esfera, si les dijera que peleen, ¿quién ganaría? No hace falta contestar. El Capitolio ha perdido el instinto de pelea, el distrito de los rebeldes lo tiene a flor de piel— prefiero no utilizar el término de salvajes, sería quitarles ciertos atributos que les reconozco. Salvajes son los licántropos transformados, he visto en la mirada de estar personas que saben lo que hacen, en eso también radica la diferencia.

»Lo he visto en aurores peleando con rebeldes. Lo peor que puede pasarle a un soldado es tomar lo que hace como un trabajo, cuando deja de verlo como un dilema de vida o muerte, pierde el instinto. Y nuestros jóvenes aurores, tan bien entrenados en el Royal y luego en la base… tienen habilidades, no instinto— murmuro, pensando en quien aun teniendo mi sangre, todavía puede ver esto como algo en lo que puede sostenerse entre normas y límites. —Lo bueno es que esas habilidades espero que se potencien con lo que puedas ofrecer y compense la falta de instinto…— digo en un susurro, no hago más que suspirar cuando habla de lo que bien sabemos es un discurso vacío y patético de un chico que pretende ser un líder del pueblo en la televisión. —Ni siquiera Black sabe qué está pidiendo, puede creerse el rey de un distrito, pero si algún día consigue la tercera parte de lo que se propone se hundirá a sí mismo y arrastrará a toda la gente consigo. Será un caos, mucho peor que cualquier guerra. No sabrá controlarlo y terminará muerto por su propia estupidez… y lo que me preocupa es eso, de que Black esté siendo el alboroto como tapadera de otros que aprovecharán el caos para volver…— vuelvo a buscar con mis ojos los de Theodora.
Anonymous
Theodora N. Giacchino
Hago un chasquidito con la lengua, que sé por dónde viene la mano y me pregunto, de verdad, si Magnar no pasa horas en su mansión ridícula preguntándose cómo mover los hilos frente a un grupo de personas que no tienen nada que perder, pero todo por ganar. Creo que el gran problema acá es que tenemos un presidente que fue, alguna vez, una rata del norte, lo suficientemente lista como para poder manejar una red oscura que el propio gobierno conocía y elegía tapar con tal de que pudieran sacarle provecho a toda su mierda. Pero es más fácil actuar desde el anonimato y las sombras, el problema es ponerse una cara, un estandarte y soportar a los enemigos que te puedas hacer. Estoy segura de que Magnar lo sabía.

Me gustaría poder reírme de los aurores que menciona, pero solamente puedo sonreír de lado por un momento — Digamos que de un lado tenemos a un montón de personas cómodas que solamente cumplen sus horas de trabajo sin tener idea de lo que es pelear por un ideal y, del otro lado, a un montón de rebeldes que saben que tienen que ensuciarse las manos para salir a pelear. Tiene sentido. Muchas personas no ven esto como una guerra y no lo harán hasta que empiecen a matarse en las calles — atrás quedaron las batallas que las personas relacionan a las películas épicas, los ejércitos ahora se mueven con otros ángulos. Hace que mueva mis cejas, la manera que tengo de acomodarme en mi propio asiento está lejos de la incomodidad, cerca de la curiosidad — ¿Estamos hablando de los rebeldes que lo están usando como excusa, de su tía o de Hermann Richter? — pregunto sin intenciones de darle mucha vuelta al asunto — Stephanie Black es un mito y Hermann Richter lleva demasiado tiempo en silencio, tanto que olvidarlo sería el peor error que Magnar podría hacer, pero no es algo que ustedes ya no sepan. Después de todo… se supone que aquí son los expertos en controlar plagas — o eso andan diciendo ellos. Hago tronar mi cuello con suavidad — Espero que algo de todo esto — señalo la tablet con mi mentón — Sirva para ponerle un freno a esta locura. NeoPanem no soportará mucho más el estado de guerra permanente y, en cuanto una bomba se detone, el resto seguirá por el mismo camino. Como civil… Solo me toca esperar y confiar en ustedes.
Theodora N. Giacchino
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Invitado
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¿De qué lado te puedo encontrar, Theodora?— impongo mi voz sobre la suya en la descripción que me hace de una realidad que estamos viviendo todos los días, tan metida estoy en esta nueva realidad que no lo miro con la distancia que percibo en ella. Hace torcer mi boca en una sonrisa vacía porque hasta la última palabra que dice, la coloca en el sitio de los que esperan o eso es lo que espera que yo crea, con todo lo que me dice de estar en un lugar donde puede llamar hogar o recibir un poco de aceptación. Casi me convenzo que es el tipo de ciudadana promedio que ha visto mejorar sus condiciones de vida en un lugar que no se cae a pedazos y tiene medicamentos al alcance si llega a enfermar, no tendrá que acudir de nuevo a una sanadora de oficio en la que deberá confiar ciegamente cuando le ofrezca pócimas cuyos efectos desconoce y no le darán el milagro que pide, porque es tarde también para que la magia sea un remedio.

Tu trabajo es vender armas, ¿por qué esperarías a que este estado de guerra termine?— pregunto con una curiosidad que podemos atribuirle a mi trabajo, el de exterminar plagas o, si me guío por la manera que ella tiene de referirse a los que no pueden ver en esto una guerra, a pisar las cucarachas que otros no se animan a pisar por estar gritando y aguardando que alguien más se encargue de la tarea. —¿Vendes armas por la paz?—inquiero con una ligera sorna, que no sería la primera que escucho decir que tiene su esperanza depositada en ello, anhelando el día en que estos sobresaltos y la tensión con los rebeldes se acabe para que los ciudadanos vivan con una tranquilidad hasta ahora falsa, porque cada tanto algo explota en algún lugar. —Espero no estar viva para cuando llegue ese día— digo francamente. —Para cuando toda esta locura se termine y encuentren la paz que personas como tu quieren, espero estar demasiado lejos, un par de metros bajo tierra, como para verlo. Porque hay personas que vivimos y nos alimentamos de esta guerra, no sabríamos qué hacer en un mundo de paz, así que… dame unos minutos para poder revisar tu catálogo y elegir teniendo bien en claro que estamos en guerra— pido, descarto al vacío los nombres que dijo al aire porque mientras tenga algo que ofrecer al ministerio, puedo optar por ignorar que nos conocimos en sitios opuestos a este.
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Theodora N. Giacchino
Del lado de los que sabemos que no podemos ir hacia atrás, porque personas como yo no tenemos un lugar en ese mundo. No tengo intenciones de volver a esconderme por culpa de quien soy, Rebecca. No cuando lo he perdido todo y lo único que me queda es tomar lo que se me ha dado y defenderlo, por mucho que cueste hacerlo — vivir en el norte te enseña a ser la clase de persona que saca las uñas ante las oportunidades robadas, he comido demasiada mierda como para quejarme del departamento que ocupo en el día de hoy. Pero ella no es tonta, sabe que existen rencores y muchos de ellos van hacia el hombre que hoy es su jefe, que en su momento supo hacer que nos encontremos en circunstancias no muy diferentes a estas. Allá en la mugre o en la pulcritud de un edificio del gobierno, lo que nos une en primer lugar son los negocios.

No respondo de inmediato, se me curva la boca en una sonrisa burlesca al tratar de no reírme demasiado fuerte. Me cruzo de brazos sobre mi pecho en lo que me echo hacia atrás, permitiendo que se centre en el catálogo y me paseo por sus facciones. Al final, tomo algo de aire y vuelvo a abrir la boca — Mi trabajo siempre ha sido el de mejorar artefactos mediante magia. Hoy son armas porque es lo que me da de comer, no sé lo que será mañana. ¿Pero en verdad quieres pasar el resto de tu vida sin saber lo que sucederá mañana? — pregunto, mi tono se suaviza, que está claro que no busco discutir — Lo lamento, Rebecca, pero algunos sí deseamos paz. Me gustaría poder asegurarme una vejez tranquila, lejos de toda la porquería que he visto y que todos tuvimos que sufrir. ¿O estiraremos por años una batalla contra un montón de norteños por el amor a la guerra? Todos podemos encontrar otras cosas que hacer, hasta los soldados retirados. Hoy ayudamos, mañana nos adaptamos — me encojo de hombros, que quizá no es mucho pero es lo que yo creo — ¿Algo en el catálogo que deba apuntar? Puedo traer un nuevo cargamento la semana que viene. Si quieres algún pedido en especial que no se encuentre en esa lista, puedo asegurarme de conseguirlo o prepararlo para ti. Regalo de viejo compañerismo
Theodora N. Giacchino
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