The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Riorden M. Weynart
Si digo que ni siquiera sé dónde tengo mi uniforme, no miento. Ya ni hablemos de documentación del trabajo que necesitaré igualmente en mi nuevo cargo; o de mis materiales de pintura que ahora por fin podré utilizar por tener más tiempo libre. Mire a donde mire, lo único que veo son cajas de cartón por todos los rincones de la casa. Ni siquiera sé si va a caber todo, porque aunque es una mansión grande, está lejos de tener el tamaño de la que teníamos en la Isla Ministerial. No sé cuántas horas llevo abriendo cajas, tratando de encontrar dónde está el uniforme, porque a alguien se le ocurrió poner ropa en todas las de prendas de vestir, en vez de especificar qué había en cada una. Supongo que fue alguno de esos elfos domésticos, porque dudo que Zoey cometiera ese error, y yo desde luego tampoco fui. Mis hijos tampoco, que no es como si de golpe hubieran decidido echarnos una mano, sino que simplemente se dedicaron a empaquetar sus cosas personales y ya. Y ahora... bueno, han conseguido escaquearse otra vez. Tyler tiene la excusa de ser pequeño y para no molestar con esa hiperactividad y esa energía incansable, está pasando los días de la mudanza en casa de mi hermana. Lëia, en cambio, ha ido a casa de una amiga.

Al final, me resigno, hago un hueco en uno de los sofás de la sala de estar, y me estiro todo lo que soy de largo. Y es que si tengo que pasar un solo minuto más desprecintando una caja, creo que me dará un ataque. El cansancio puede conmigo hasta el punto de que acabo dando una pequeña cabezada de unos minutos. El descanso no dura mucho, pues los pasos de Zoey entrando a la estancia es lo que me traen de vuelta al mundo real. — ¿Estaba descansando la vista? — Suelto lo primero que se me pasa por la cabeza, que desde luego no suena nada convincente. — Por favor, dime que sabes dónde están los uniformes del trabajo. — Como si tener que ir vestido con eso no se me fuera a hacer extraño, acostumbrado a ir siempre con traje excepto cuando tenía que hacer alguna misión sobre el terreno y no estar en la oficina... — ¿Cómo estás? — Sí, seré yo al que han despedido, pero a ella también le afecta este cambio repentino de vida. No solo es un cambio de vivienda, sino de ciudad y hasta de estatus social. Me incorporo para sentarme en el sofá, y le hago un gesto para que se siente a mi lado, dando un par de golpes sobre el asiento. Creo que los dos nos merecemos aunque sea descansar media hora.
Riorden M. Weynart
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
Colocó las manos sobre sus caderas, mirando con gesto orgulloso el interior del armario que acababa de terminar de ordenar. La verdad es que todo estaba desordenado, fuera de control, y se ponía mala cada vez que miraba a su alrededor. Quizás por aquella razón fue que decidió ordenar habitación por habitación; abriendo varias cajas y separándolas según a quién pertenecían, que tenían o dónde debía colocarlas. Chasqueó la lengua y cerró las puertas del armario, sacudiéndose las manos como si hubiera conseguido un verdadero milagro. Giró en redondo y se sentó en el borde de la cama, mirando a su alrededor en un intento de acostumbrarse a lo que la rodeaba, a la nueva vida que se abría frente a ellos después del cambio de trabajo de Riorden. Tyler era demasiado pequeño como para darse cuenta del gran cambio que suponía, Lëia simplemente… parecía ausente de todo y prefería irse a casa de alguna amiga; a fin de cuentas en la Isla Ministerial tampoco es como si hubiera tenido grandes amistades en ningún momento. Sonrió, las manos de la rubia golpearon en un par de ocasiones la mullida superficie del colchón antes de levantarse, decidida a aventurarse a la planta baja.

Tomó un par de prendas en el camino, metiéndolas dentro de una de las cajas vacías y descendiendo por las escaleras con cuidado de no caerse. — Riorden, tengo… — trató de hablar, inclinándose por un lado de la caja para verlo tumbado en el sofá, reincorporándose con una frase que la hizo sonreír. — Descansando la vista — se burló, divertida, en lo que dejaba la caja sobre uno de los sillones volviéndose hacia él apenas una milésima de segundo. Arqueó ambas cejas, metiendo las manos en la caja y sacando un par de prendas. — ¿Hablas de esto? — preguntó acercándose hasta él, doblándolas con sus manos antes de sentarse a su lado con un largo suspiro dejándose ir de entre sus labios. — No sabes el alivio que me supone no tener que planchar más trajes, de verdad, estaba empezando a odiarlos con todo mi ser — quiso animarlo, sonriéndole en lo que le daba un toque con el hombro. Dejó la ropa sobre sus piernas. Había ido de un distrito a otro. Primero el Capitolio, luego el nueve, el Capitolio de nuevo, cuando se casaron pasó a la Isla Ministerial, y ahora… de nuevo al Capitolio. Sentía que había estado dando vueltas en círculo hasta acabar en el mismo punto de partida. — Estoy cerca de mis padres y de Violet, así que cuando acabemos de ordenar todo este caos será perfecto. Como siempre — habló con tranquilidad, asintiendo con la cabeza mientras lo hacía.

Pero en realidad no importaba demasiado como estuviera ella; le importaba como le había sentado a él todo lo que estaba pasando. El cambio de trabajo después de todo lo ocurrido, como lo había tomado. — ¿Está todo bien? Ya sabes que estoy aquí — aseguró deslizando la mano hasta atrapar la contraria, entrelazando sus dedos con los de él. — Vas a tener menos obligaciones y responsabilidades, es un gran cambio — volvió a hablar, arrugando un poquito los labios. —. Creo que nos va a venir bien — agregó. Porque no le gustaba verlo pasarlo mal por cosas que no podía controlar, que se salían de sus posibilidades y de las que, desgraciadamente, tenía que responsabilizarse.
Zoey A. Campbell
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Riorden M. Weynart
No puedo evitar sonreír cuando la escucho repetir mis palabras, y niego con la cabeza en un gesto de resignación. — Me has pillado. Estaba cansado y aunque solo quería tumbarme un rato, al final me he dormido — reconozco. Llevo varias noches durmiendo poco, siendo el gran culpable el estrés que no me deja descansar bien. Si a eso le sumo el ajetreo de abrir cajas y buscar el uniforme... Es un cúmulo de cosas que han empezado a provocarme un ligero dolor de cabeza en el lado izquierdo, similar a una migraña molesta. Por suerte, Zoey soluciona una de las preocupaciones que me han estado persiguiendo durante la última hora. — ¡Gracias a Merlín! — exclamo nada más ver el uniforme, que ya me veía teniendo que coger uno prestado para el trabajo mientras no encontraba el mío. — ¿Alivio? Pensaba que te encantaba verme en traje... — respondo en tono sugerente, tratando de bromear un poco dentro de un tema tan serio como es haber perdido mi puesto de trabajo. — Pero, ¿sabes qué? Por fin podré moverme sin notarme como un sardina en una lata. — Estoy exagerando un poco, pero sí que es cierto que nunca me he terminado de sentir cómodo yendo en traje. Eran inconvenientes del oficio, y aunque sé que me veo bien en uno, no es una prenda de vestir con la que vaya a gusto como para tener que usarla diariamente.

A penas hemos hablado de lo que este cambio de vida supone porque realmente ni siquiera hemos tenido tiempo, pero hacerlo ahora es quitarme un gran peso de encima. Por inercia, estiro mi mano hacia ella para hacerle un par de caricias en el brazo mientras escucho su punto de vista positivo. Razón no le falta, y quizá debería empezar a ver así también las cosas. — Es... extraño. — Porque supongo que esa es la palabra que mejor lo describe, habiendo estando media vida trabajando como Ministro. — Pero creo que me irá mejor sin estar tanto tiempo en un despacho. — Y sin tener que culparme a mí mismo cuando hay algún error, como ha pasado varias veces en estos últimos dos años. Sé que la culpa no era mía, al menos no toda, pero aun así, es difícil no pensar que podrías haberlo evitado cuando trabajas de eso. — Tendré más tiempo ahora para estar con vosotros y podré salir más a trabajar en el terreno. — Eso es lo que siempre me ha gustado más, pero que no podía hacer por tener que estar en el despacho día sí y día también. — También para intentar ponerme en contacto con Colin sin poner a nadie en peligro. — Esa es otra de las preocupaciones que apenas me deja descansar. — Pero sobre todo, lo que me importa es que tú y los chicos estéis bien. — Dejo caer la cabeza sobre su hombro, sintiéndome seguro como solo ella consigue hacerme sentir. Quizá mi trabajo fuera importante, pero mis motivos en esta vida siempre han sido mi familia.
Riorden M. Weynart
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