Me muevo como una autómata. Desde el momento en el que abandono el edificio del Ministerio hasta que llego a casa, tengo la mente completamente en blanco. O tal vez tan abarrotada que siento que la tengo en blanco. Solamente sé que, cuando meto la llave en la cerradura de casa, ni siquiera soy consciente del trayecto que acabo de tener. Cierro la puerta tras de mí y dejo las llaves en la entrada. Las de Riley no están, no debe de estar en casa todavía. Y no sé si prefiero que no esté o me gustaría más que estuviera. Siento que quiero ordenar mis pensamientos antes de hablar con él y contarle las novedades, pero a la vez... A la vez una parte de mí le necesita para tener algo de apoyo en este proceso de ordenar la mente. Y, solo con pensar en decírselo, el corazón me va a dos mil por minuto.

Dejo mi túnica en el perchero y avanzo, arrastrando los pies, hacia el salón. Amanita aparece rápidamente y me pregunta si puede hacer algo, y yo le dirijo una sonrisa amable. Realmente no suelo pedirle nada porque prefiero hacer las cosas yo misma, pero es agradable tenerla tan atenta, tan buena —Gracias, Amanita, estoy bien. Solamente necesito estar sola un rato— le digo, tras lo cual ella asiente y desaparece. Me froto las sienes y miro hacia la cocina. Termino yendo hacia allí. Tal vez le tendría que haber pedido una infusión a Amanita, así no estaría haciendo lo que estoy a punto de hacer, que es abrir la nevera y sacar uno de los pocos botellines de cerveza que tenemos todavía Riley y yo. Lo abro y dejo la chapa en la cocina antes de volver al salón.

Dejo la cerveza en la mesita baja que hay junto al sofá y me quito los zapatos, buscando una comodidad difícil. Porque me han dado una noticia hoy que cambia las cosas. No sé qué cosas en concreto, realmente, pero seguro que las cambia. Porque es un ascenso. Pero no estoy segura de si es bueno o no. Mamá estaría orgullosa, y mi padre lo estará también cuando se lo cuente, pero... No lo sé. Suelto un bufido y miro el botellín, intacto encima de la mesa. Y termino cediendo, agarrándolo y dándole un buen trago mientras miro por la ventana.

Bebo otro trago, largo, cuando escucho la puerta de casa abrirse, indicando que Riley ya ha terminado su jornada laboral y se dispone a refugiarse en nuestra morada hasta que tenga que volver a partir hacia sus obligaciones. Dejo la botella en la mesa y me masajeo las sienes en unos instantes que se me hacen eternos, mientras espero que mi compañero termine de dejar las cosas en la entrada y venga a mi encuentro. Porque no hay absolutamente nada en el universo que necesite más ahora mismo que poder hablar con calma con Riley.

Y aparece rápidamente a mi lado en el sofá. Le sonrío un poco, con todas mis defensas derribadas ya a estas alturas del día, y llevo mi mano a su brazo para acariciárselo con cariño —Oh, tal vez el galeón te lo tendría que dar yo a ti por tener la paciencia de querer escucharme— bromeo. Pero realmente es cierto. En él encuentro siempre que lo necesito un confidente, alguien que me escucha con inmenso cariño y atención, y la verdad es que no podría pedir nada más. Dirijo la mirada a la ventana durante unos instantes, queriendo calmarme antes de contarle toda la situación, las novedades que se han instalado en mi vida de un día para otro.

Pero entonces él habla de Monroe Wu. Y todo el planteamiento de la conversación que había podido preparar yo en mi cabeza se va al garete, y mi boca actúa antes de que mi cerebro pueda frenarla —Ya... No. No es eso— hago una mueca —. Pero el tema es que Monroe Wu ya no tomará ninguna decisión más para los aurores— me muerdo el labio inferior. No ha habido muchos detalles en mi conversación acerca de por qué lo hizo. Solamente alguna cosa de una reunión de ministros en la que se fue gritándole a todo el mundo, o algo por el estilo. Gritándoles que morirían todos. En fin —Ha renunciado al puesto de Jefa de Aurores— concluyo, queriendo dejar claro el contexto de la situación antes de explicar la noticia principal.

Le respondo con una sonrisa jocosa cuando dice que es el mejor novio, aunque realmente pienso que sí que lo es. Que ha venido a mi vida para cambiarla para bien, para quedarse. Correspondo al beso que me da con una sonrisa y dejo que una de mis manos le acaricie la mejilla y la nuca, en un gesto de puro cariño. No sé qué hice en vidas pasadas para merecer que en esta un hombre como Riley haya decidido estar a mi lado, pero sea como sea lo agradezco con todo mi corazón.

Riley se atraganta con la bebida cuando le doy la noticia, y le observo recomponerse con algo de miedo en la mirada. Porque tiene razón, los jefes de aurores siempre están siendo reemplazados... Pero ahora eso me pone a mí en el punto de mira. Le miro a los ojos, porque sabe que algo está pasando, me conoce demasiado bien, ya. Yo tomo la cerveza y bebo un trago largo antes de dejarla a un lado y respirar hondo, tratando de calmarme un poco. Porque es fuerte. Es muy fuerte. Es un abismo enorme y oscuro ante el cual no sé cómo reaccionar —Sí... Sé que cuento contigo. Lo sé— digo, con una pequeña sonrisa.

Me acerco todavía más a él y apoyo mi frente contra la suya, respirando hondo, antes de dejar un beso suave sobre sus labios. Tras eso me separo, le miro a los ojos y opto por soltar ya el bombazo. Cuánto más tarde, peor será la noticia, supongo —El tema es... Que me han dado el puesto a mí— digo, con nerviosismo. Le miro a los ojos, intentando buscar algo, una expresión, que delate su reacción ante tal confesión —Soy la nueva jefe de aurores. Me lo han dicho hoy— termino, buscando dejar más que clara la noticia y las circunstancias en las que se ha dado. Porque esto es fuerte. Muy fuerte. Y no quiero que afecte de ningún modo a esta vida que hemos empezado a construir juntos.  

Le miro a los ojos y asiento levemente con la cabeza ante sus palabras. Sé que no es una noticia feliz. Una buena noticia tal vez, es decir, no deja de ser un ascenso. Pero hasta yo que lo he recibido no puedo evitar esta sensación generalizada de intranquilidad, de malestar. Porque da un poco de vértigo. Durante demasiado tiempo han ido circulando distintas personas por ese puesto, y en ningún caso ha acabado bien. Con la excepción de nuestro Presidente. En ese caso no ha acabado mal, ha acabado... Distinto. Todavía no me atrevo a ponerle una etiqueta positiva. Y ahora me invaden los nervios de no querer que mi propio paso por el puesto tenga el mismo resultado. Pasar a ser un nombre más en la lista de personas que han dejado el nombre del Escuadrón de Aurores por los suelos.

Riley pasa a regalarme los oídos, diciéndome que soy talentosa, fuerte e inteligente, tras lo cual le doy un beso rápido, agradeciéndole el ánimo con una pequeña sonrisa. Una sonrisa que no tarda en borrarse y dejar paso a una mueca de intranquilidad cuando dice que hasta él cree que ese puesto está maldito —No digas esas cosas... El ministerio en general está maldito. La gente que dura en su puesto es porque se lo gana. Si fallo en este puesto será porque no lo he hecho bien, no por nada más— digo, con firmeza. Y no porque realmente crea en lo que estoy diciendo, sino empujada por la necesidad de creer que no hay nada maldito en el puesto, nada que pueda condicionarme. Nada que pueda predecir mi fracaso profesional.

Me dejo envolver por los brazos de mi hombre y apoyo la cabeza en su cuerpo, en su hombro, disfrutando por unos instantes únicamente del trato agradable, de la sensación de protección. Sonrío con sus palabras y asiento con la cabeza —Ese es mi objetivo... Espero no defraudar a nadie— susurro. Me separo un poco de él, lo justo para mirarle a los ojos, y vuelvo a besarle —Gracias, Riley. Cualquier ayuda es siempre bienvenida, y más si es tuya— le digo, con amor en mi tono —Pero ahora mismo prefiero que te centres en tu nuevo trabajo que en mí. No quiero condicionar tu transcurso en tu nuevo recorrido laboral con mis cosas— le digo, con algo de preocupación. Porque dejó su puesto de funcionario para empezar por su cuenta, lo cual me parece genial y apoyaré siempre con toda mi alma, pero no quiero dificultar su camino o hacer que me dedique más tiempo del necesario, un tiempo precioso que le podría estar dedicando a sus nuevos proyectos. Deseo tanto que le salga bien, que le vaya bien, que no me perdonaría jamás que se distrajese conmigo —Y hablando de eso... Ni te he preguntado cómo te ha ido el día. ¿Cómo estás?— le pregunto, tal vez en un torpe intento de cambiar ligeramente de tema para que no me discuta lo que le acabo de decir.

Escucho lo que me dice con una sonrisa cruzándome los labios. Porque este hombre irradia bondad por cada poro de su cuerpo, y es algo que a mí, ahora mismo, en la situación en la que nos encontramos, me va demasiado bien. Y tiene razón. Mi éxito o no en mi nuevo puesto no depende sólo de mí, hay demasiados engranajes que se nos escapan en todo esto, en toda esta construcción de la sociedad en la que sobrevivimos, y ni que quisiera podría comprenderlos o abarcarlos todos. Pero teniendo un hombre como él a mi lado, que quiere estar conmigo y ayudarme con todo eso... No puedo pedir nada más. Le miro, con amor, y asiento levemente con la cabeza —Gracias... Es un alivio, realmente, saber que te voy a tener a mi lado dispuesto a ayudarme pase lo que pase. Eres el mejor— le digo, con sinceridad.

Y, por suerte para mí, aparcamos un poco el tema. Me está agotando el cerebro estarle dando tantas vueltas. Y aunque con él podría hablarlo y sé que sacaría buenas conclusiones, necesito un respiro. Así que escucho con atención lo que me cuenta de su nuevo modelo de negocio y me dedico a dejar suaves caricias en la piel de su cuello, mimándole así mientras él me va contando sus avances —¿Por Internet? Muy inteligente— digo, sonriendo —Será lo más sencillo para vosotros. Y lo más cómodo— añado.

Bostezo apoyo la cabeza en su hombro —Háblalo con ella de nuevo, sí. Tal vez podría ser algo bueno para los dos. Y si necesitas gente con experiencia...— yo no conozco mucho a esta señora, pero sé que es importante para Riley y he oído mucho de ella, ya. Y si puedo tener a Riley trabajando en un entorno cómodo, que le cuide y donde pueda seguir avanzando profesionalmente... Pues mejor que mejor. Acerco mis labios a los suyos y le dejo un beso cariñoso, con una sonrisa traviesa en los labios —Si fallo en esto de ser Jefa de Aurores y tengo que retirarme para siempre del mundo de la Defensa Nacional, prometo ponerme a leer libros de ordenadores como una loca, aprender a programar y trabajar contigo— bromeo, abrazándole.

Riley inicia un juego del que no tengo intención alguna de salir. Me encantan estos momentos tan íntimos, tan... Nuestros, en los que una pequeña broma acompañada de un par de caricias en el instante adecuado hacen que de repente todo parezca tener solución en este mundo. Me acomodo encima de sus piernas i dejo otro beso sobre sus labios, más largo, más pícaro, mientras dejo que mis dedos de desabrochen los dos primeros botones de la camisa.

Cuando habla de hacerme una entrevista ahora me río, divertida —Oh, por supuesto, no sería inteligente contratar a alguien que no lo vale— sigo con su broma, riéndome, mientras disfruto de cómo sus manos recorren mis muslos. Mi mente ya está dándole vueltas a todo lo que tengo ganas de hacer con él ahora mismo, pero decido seguir con la broma un rato más —¿Qué vas a preguntarme en esta entrevista?— pregunto, bajando el tono, con una sonrisa traviesa —¿Mi pasatiempo favorito? ¿Mi cosa favorita del mundo? ¿Si tengo debilidades?— voy diciendo, dejando que mis manos se paseen por su peli, cariñosa —Porque una posible respuesta a todas esas preguntas eres tú— le sonrío, enamorada, y beso sus labios con cariño.

Después me acomodo mejor sobre sus piernas, divertida, mirándole —Aunque si decidieses no darme el puesto, siempre podría tratar de convencerte por otros medios. Ya sabes... Tal vez usando mi sangre veela y haciendo que te sintieras irremediablemente atraído por mí, por ejemplo, hasta el punto que fueras incapaz de decir que no— bromeo, porque ambos sabemos que jamás haría algo así con él. Mi juego con el atractivo veela que puedo tener lo reservo para cuando estamos entre las sábanas. Y, hablando de sábanas... Sonrío y froto mi nariz contra la suya —O... Podemos seguir esta entrevista arriba. En nuestra cama. ¿Qué te parece?— le susurro, cariñosa, antes de levantarme de encima de él, tomarle las manos y tirar de él para que me siga y suba conmigo a nuestra habitación.