OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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2 de febrero, 2470
Para cuando llego al Ministerio, tengo la sospecha de que voy a terminar regresando el desayuno en el mismísimo vestíbulo de entrada. Soy plenamente consciente de que algunas personas pasan por mi lado echándome un vistazo, sin poder comprender cómo es que una persona como yo se encuentra aquí, con estas prendas encima y siendo totalmente libre de caminar a sus anchas, cuando hasta hace unos días mi cara decoraba la lista de los más buscados del país. Bien, me encontraron y de la peor manera posible. Mis ojos se centran en la estatua que decora el atrio y no puedo hacer otra cosa que arrugar la nariz, incapaz de disimular mi desagrado antes de anunciarme en la recepción. Con la indicación de que tengo que ir hasta el cuarto piso y hacia dónde tengo que moverme para subirme al ascensor, doy por iniciado mi primer horario laboral. Para cuando pongo un pie en el elevador, una mujer se baja del mismo con el claro disgusto y rechazo ante la idea de compartirlo conmigo. Suspiro. Sé que tendré que acostumbrarme.
Cuando las puertas se abren, tengo que agacharme para que un memo en forma de avión de papel no me dé de lleno en la cabeza. Debo decirlo, en estos minutos me he dado cuenta de que el ministerio huele a demasiados productos de limpieza juntos y hay algo en el murmullo constante de oficina que me pone los pelos de punta. El departamento de defensa, por otro lado, tiene algo diferente. Me desagrada más, valga la obviedad. ¿Cuántas de estas personas han pasado horas buscando al catorce? ¿O quienes fueron los que levantaron sus varitas contra nosotros? Por las miradas, asumo que unos varios. Al menos, me encuentro con la suerte de que el pasillo en el cual debo esperar a mi ahora jefa se encuentra vacío. Me ayuda a morderme la lengua, masticar y procesar todo lo que me gustaría decirle a Rebecca Hasselbach y que sé que no puedo hacerlo. Aún la recuerdo, nuestro último encuentro no la dejó muy bien parada y no tengo la menor idea de qué es lo que opina de este capricho y trato de su presidente. Cuando recibo el permiso para pasar a su despacho, sospecho que he pasado los últimos diez minutos sin respirar.
En cuanto la puerta se cierra con un sonido tan clásico, me siento en prisión, ahora más que nunca. Agradezco el no tener corbata, eso no ayudaría a mi sensación de asfixia. Hasselbach parece mucho más pequeña de lo que recuerdo, aunque debe ser que este despacho es muy grande y ella no está rodeada del aura de batalla que conozco en este tipo de personas — Hasselbach — le saludo con un vago gesto y, a pesar del asiento que tengo delante, me mantengo de pie y coloco mis manos detrás de mi espalda — La vida da muchas vueltas. Tantas que ahora tendremos que vernos las caras todos los días — a mí no me hace demasiada gracia y sospecho que a ella tampoco, pero ese es otro tema.
Tantos años de haber caminado por las calles sucias del norte, de atravesar salas clandestinas atestadas de borrachos y criminales, dándome un valor con sus miradas que solía ser el de unas pocas monedas, enseñaron a mis oídos a que escucharan solamente mis pasos, no los rumores que pudiera despertar el golpeteo de mis botas contra el suelo al cruzar pasillos de salas un poco más limpias que aquellas, pero con el mismo aire viciado que me hace querer anular mi olfato. Mis horas de trabajo se me hacen más provechosas si las cumplo en terreno, si la seguridad de este ministerio ha fallado por tanto tiempo es porque la gente encuentra en un escritorio un sitio seguro desde el cuál pregonar que son superiores, en vez de salir al barro a imponerse a los que intentan sublevarse. Mantener el traje limpio parece ser la prioridad de la gente de este sitio y es la primera razón que encuentro para desaprobar al hombre que cruza la puerta de la que se supone que es mi oficina, no hay ningún objeto personal que demuestre que lo sea. Estoy segura de que encontraré un par más lo que dure esta charla, ¿cinco? ¿diez minutos? No tengo ánimos de perder el tiempo para enseñarle al niño nuevo de la escuela dónde está su salón y designarle una compañera de banco, no, eso último quizás sí.
Me inclino hacia delante desde detrás del escritorio donde me encuentro parada, como una medida necesaria para que pueda estar tranquilo en mi presencia al hallarse fuera de mi alcance o como un recordatorio a mí misma de que no puedo ir hacia él, y coloco mis palmas sobre la madera limpia de papeles, tenemos que dejar un par de cuestiones claras con Benedict Franco si es que ha decidido sacar su cara de los carteles para pavonearla en el ministerio. Comprendo hasta cierto punto la satisfacción que puede provocar el andar por el ministerio y que las personas que antes te escupían a la cara, tengan que darse la vuelta para pasar la bilis subiéndose por su garganta con un poco de saliva, pero yo no me encuentro entre esas personas, no hice carrera en este ministerio porque haya conseguido honores en el Royal o porque mi tío purista me consiguió una banca, yo no comencé como cadete de nadie, vengo de más abajo.
—Franco, aclaremos esto de entrada— le digo con una modulación precisa, —yo no soy una más de tus colegas para que vengas a saludarme con un comentario que te va a servir más en un bar, no actúes como si fuéramos viejos conocidos cuando la única vez que nos vimos te estábamos amenazando con Magnar para que aceptes un acuerdo que, finalmente, aceptaste. Y, en especial, cuídate de hacer notar lo evidente de que estaremos viéndonos las caras seguido. Porque sí, así será, soy tu jefa y voy a tener cuatro ojos puestos en ti porque no eres uno más de mi escuadrón. Eres el jodido licántropo al que obligan a convivir con el resto y a la primera que saques tus garras para siquiera arañar a uno de los míos, te voy a tajar la garganta con las mías, ¿entendido?— pregunto, no creo que haga falta levantar el tono de voz cuando la advertencia es firme. —Ahora, puedes darte la vuelta, salir por esa puerta, volver a entrar y cuando lo hagas prefiero el saludo apropiado de «Buenos días, comandante», me dices tu nombre completo y me preguntas en que puedes servir. Adelante, aquí te espero— le indico con un movimiento seco y brusco de mi barbilla señalando hacia la puerta, mis brazos cruzándose por debajo de mi busto y mis cejas arqueándose para hacerle ver con mi expresión que sigo esperando.
Me inclino hacia delante desde detrás del escritorio donde me encuentro parada, como una medida necesaria para que pueda estar tranquilo en mi presencia al hallarse fuera de mi alcance o como un recordatorio a mí misma de que no puedo ir hacia él, y coloco mis palmas sobre la madera limpia de papeles, tenemos que dejar un par de cuestiones claras con Benedict Franco si es que ha decidido sacar su cara de los carteles para pavonearla en el ministerio. Comprendo hasta cierto punto la satisfacción que puede provocar el andar por el ministerio y que las personas que antes te escupían a la cara, tengan que darse la vuelta para pasar la bilis subiéndose por su garganta con un poco de saliva, pero yo no me encuentro entre esas personas, no hice carrera en este ministerio porque haya conseguido honores en el Royal o porque mi tío purista me consiguió una banca, yo no comencé como cadete de nadie, vengo de más abajo.
—Franco, aclaremos esto de entrada— le digo con una modulación precisa, —yo no soy una más de tus colegas para que vengas a saludarme con un comentario que te va a servir más en un bar, no actúes como si fuéramos viejos conocidos cuando la única vez que nos vimos te estábamos amenazando con Magnar para que aceptes un acuerdo que, finalmente, aceptaste. Y, en especial, cuídate de hacer notar lo evidente de que estaremos viéndonos las caras seguido. Porque sí, así será, soy tu jefa y voy a tener cuatro ojos puestos en ti porque no eres uno más de mi escuadrón. Eres el jodido licántropo al que obligan a convivir con el resto y a la primera que saques tus garras para siquiera arañar a uno de los míos, te voy a tajar la garganta con las mías, ¿entendido?— pregunto, no creo que haga falta levantar el tono de voz cuando la advertencia es firme. —Ahora, puedes darte la vuelta, salir por esa puerta, volver a entrar y cuando lo hagas prefiero el saludo apropiado de «Buenos días, comandante», me dices tu nombre completo y me preguntas en que puedes servir. Adelante, aquí te espero— le indico con un movimiento seco y brusco de mi barbilla señalando hacia la puerta, mis brazos cruzándose por debajo de mi busto y mis cejas arqueándose para hacerle ver con mi expresión que sigo esperando.
No es manera de empezar tu primer día de trabajo el recordarle a tu nueva jefa que, en realidad, la última vez que te cruzaste con ella fue cuando un adolescente la dejó inconsciente en el suelo. Tiendo a ser inconsciente, pero no puedo considerarme en realidad estúpido. Lo que ella no debe tener en cuenta es que no he recibido una orden en un largo tiempo y, con el aire contenido, busco calmar los latidos frenéticos de mi corazón. Tengo que recordarme que hago esto por alguien que me importa, que he accedido a ser un perro faldero y considero todo esto, en verdad, humillante. Me siento como un niño travieso en su primer día de escuela, con la diferencia de que ya no mido menos de un metro de altura y la persona que tengo delante no me produce ninguna clase de respeto. Lo que consigo hacer es morderme la lengua, empujar mi mejilla desde adentro con obvia frustración y darme la vuelta, dando zancadas poco maduras pero sí berrinchudas hasta que abro la puerta. No acabo de cerrarla, vuelvo a entrar con un empujón algo más brusco y la cierro tratando de no dar un portazo. Regreso frente a ella en pocos pasos, me detengo y, con una pantomima, me inclino hacia delante en una reverencia rígida, similar a los de los soldados de las antiguas dinastías.
— Benedict Franco. Tengo entendido que teníamos una reunión en este horario para dar inicio a mis servicios — sin erguir la espalda, levanto la mirada para poder ver sus ojos. Los siento fríos y distantes, a pesar de su tamaño — ¿Así está mejor o también tengo que besar allí donde pisa? — que es lo último que me falta para terminar de asegurarme de que todo esto es un espectáculo de egos en el cual el mío se verá pisoteado todos los días, hasta que ellos decidan que han tenido suficiente. Enderezo mi espalda, a pesar de que mantengo las manos detrás de la misma con los hombros erguidos. Echo solía decir que era la mejor postura para presentar filas y no verse pequeño frente a un enemigo; a pesar de todo, estas personas siguen sin jugar en mi mismo bando. Pueden tener mis armas, pero no mi alma — Los dos aquí sabemos que me encuentro en este lugar por cuestiones de fuerza mayor, no por amor a este empleo. No voy a ser hipócrita, fingiendo algo que ambos tenemos bien en claro — ella no va a tratarme como al resto, lo ha dejado en claro con su uso del término “los míos” — Solo diga lo que tengo que hacer y lo haré. Dudo mucho que tengamos los mismos métodos de trabajo, pero creo que podemos encontrar el modo en el cual no tengamos que complicarnos demasiado y esto no se vuelva una tortura para ambos — algo me dice que se pasará mis palabras por el culo, pero al menos lo he intentado.
— Benedict Franco. Tengo entendido que teníamos una reunión en este horario para dar inicio a mis servicios — sin erguir la espalda, levanto la mirada para poder ver sus ojos. Los siento fríos y distantes, a pesar de su tamaño — ¿Así está mejor o también tengo que besar allí donde pisa? — que es lo último que me falta para terminar de asegurarme de que todo esto es un espectáculo de egos en el cual el mío se verá pisoteado todos los días, hasta que ellos decidan que han tenido suficiente. Enderezo mi espalda, a pesar de que mantengo las manos detrás de la misma con los hombros erguidos. Echo solía decir que era la mejor postura para presentar filas y no verse pequeño frente a un enemigo; a pesar de todo, estas personas siguen sin jugar en mi mismo bando. Pueden tener mis armas, pero no mi alma — Los dos aquí sabemos que me encuentro en este lugar por cuestiones de fuerza mayor, no por amor a este empleo. No voy a ser hipócrita, fingiendo algo que ambos tenemos bien en claro — ella no va a tratarme como al resto, lo ha dejado en claro con su uso del término “los míos” — Solo diga lo que tengo que hacer y lo haré. Dudo mucho que tengamos los mismos métodos de trabajo, pero creo que podemos encontrar el modo en el cual no tengamos que complicarnos demasiado y esto no se vuelva una tortura para ambos — algo me dice que se pasará mis palabras por el culo, pero al menos lo he intentado.
No me espero otra cosa a que se dé la vuelta para entrar en una segunda ocasión, de hacer algo diferente a eso nos estaríamos metiendo en un trato, en el que no quiere meterse si hizo un maldito acuerdo con Magnar para salvar el pellejo de su maltratada amiga a cambio de estar aquí, quiero creer que si hizo ese esfuerzo es porque en verdad le importa su amiga y no va a ponerse actuar ahora como un niño caprichoso que escupe orgullo por no ser tratado como príncipe. Tomo la carpeta con su información personal que está en una esquina del escritorio para comprobar su edad así no me equivoco al juzgar que estoy delante de una persona adulta, la tengo bajo mis ojos cuando lo corrijo nada más empezar: —Benedict Desmond Franco— mi vista se alza del papel para fijarse en él, —¿no te sabes tu nombre?—. El golpe de la carpeta al devolverla al escritorio es un latigazo al silencio que sigue a su pregunta, demasiada prepotencia para un hombre que se arrastró hasta Magnar. —Con que no escupas mierda por donde piso me doy por satisfecha, aprende a cerrar tu boca cuando tienes que hacerlo.
No lo hace, años de ser un soldado respondiendo a sí mismo no lo harán obediente porque lo enfunden en un traje, se cree en condiciones de ser quien primero expone sus términos, como si en este sitio también tuviera algo de la autoridad que le daban en otro lugar, ¿acaso nadie le dijo que eso también lo dejó en la entrada cuando le besó el culo a Magnar? Esto, de a ratos, se siente más como una pérdida de tiempo. —Lo que harás será… cada vez que quieras hablar, pedirme permiso para hacerlo, y al terminar, acabar con un «comandante»— puntualizo, no le pido una estúpida reverencia, ni que me trate con una zalamería que detesto, mientras se mantenga en su sitio, el sitio que eligió, porque fue el que acordó, su presencia como un ente no me molesta. —¿Tortura para quién? ¿Para mí?— pregunto, entrecierro mis ojos al tratar de ver dónde cree que está eso que podría ser un fastidio, más allá de que su obligación de estar lo hace tan inútil como una piedra a este escuadrón, por eso creo que darles órdenes de lo que sea es lo mismo que le esté hablando a una pared.
—¿Crees que me molesta tenerte trabajando para mí? ¿Porque también fuiste un enemigo público? Franco, llevo meses trabajando con aurores y cazadores. Sé que tal vez sea un esfuerzo mental de tu parte entender lo que voy a decirte, porque las bocas sucias de arrogancia siempre se acompañan de un ego muy fuerte, pero llevo meses trabajando con gente que antes me perseguía y me cazaba—, desde que puse un pie en este ministerio para mostrar mi cara cuando recuperé mis derechos, tuve que alzar mi varita del lado donde estaban los que antes me marginaban y puesto que tengo bien claro que nada me moverá de este sitio, puedo pararme al lado de personas que van desde Riorden Weynart hasta el bastardo más joven de las familias puristas. Y lo hago porque este es mi lugar, porque me lo merezco tanto como ellos, así que no es una tortura para mí quien tenga a mi lado, que sea una tortura para ellos y también para Franco si así lo que quiere, yo por las noches duermo complacida de mi revancha. —Así que, mira… ponte el maldito uniforme todos los días, cumple con tus jodidos horarios de patrulla, gánate el puesto de empleado del mes mientras sigues usando tus calzones de amor eterno a Kendrick Black. Si tocas a alguno de tus colegas, yo te despellejo. Dicho todo eso, te voy a dar la única tarea que le va a dar algún tipo de utilidad a tu presencia “obligada” en este escuadrón— hablo con calma al rodear la mesa para quedar de frente a él, —vas a entrenar a una chica y te juro, Franco, que si a ella le tocas un pelo, no te voy a dar el golpe a ti. Sino en la persona que más te duele y sé bien cómo encontrar donde más le duele a la gente, ¿entendido? Puedes decir «Sí, entendido, comandante»— muevo mis cejas para instarlo a que repita las palabras.
No lo hace, años de ser un soldado respondiendo a sí mismo no lo harán obediente porque lo enfunden en un traje, se cree en condiciones de ser quien primero expone sus términos, como si en este sitio también tuviera algo de la autoridad que le daban en otro lugar, ¿acaso nadie le dijo que eso también lo dejó en la entrada cuando le besó el culo a Magnar? Esto, de a ratos, se siente más como una pérdida de tiempo. —Lo que harás será… cada vez que quieras hablar, pedirme permiso para hacerlo, y al terminar, acabar con un «comandante»— puntualizo, no le pido una estúpida reverencia, ni que me trate con una zalamería que detesto, mientras se mantenga en su sitio, el sitio que eligió, porque fue el que acordó, su presencia como un ente no me molesta. —¿Tortura para quién? ¿Para mí?— pregunto, entrecierro mis ojos al tratar de ver dónde cree que está eso que podría ser un fastidio, más allá de que su obligación de estar lo hace tan inútil como una piedra a este escuadrón, por eso creo que darles órdenes de lo que sea es lo mismo que le esté hablando a una pared.
—¿Crees que me molesta tenerte trabajando para mí? ¿Porque también fuiste un enemigo público? Franco, llevo meses trabajando con aurores y cazadores. Sé que tal vez sea un esfuerzo mental de tu parte entender lo que voy a decirte, porque las bocas sucias de arrogancia siempre se acompañan de un ego muy fuerte, pero llevo meses trabajando con gente que antes me perseguía y me cazaba—, desde que puse un pie en este ministerio para mostrar mi cara cuando recuperé mis derechos, tuve que alzar mi varita del lado donde estaban los que antes me marginaban y puesto que tengo bien claro que nada me moverá de este sitio, puedo pararme al lado de personas que van desde Riorden Weynart hasta el bastardo más joven de las familias puristas. Y lo hago porque este es mi lugar, porque me lo merezco tanto como ellos, así que no es una tortura para mí quien tenga a mi lado, que sea una tortura para ellos y también para Franco si así lo que quiere, yo por las noches duermo complacida de mi revancha. —Así que, mira… ponte el maldito uniforme todos los días, cumple con tus jodidos horarios de patrulla, gánate el puesto de empleado del mes mientras sigues usando tus calzones de amor eterno a Kendrick Black. Si tocas a alguno de tus colegas, yo te despellejo. Dicho todo eso, te voy a dar la única tarea que le va a dar algún tipo de utilidad a tu presencia “obligada” en este escuadrón— hablo con calma al rodear la mesa para quedar de frente a él, —vas a entrenar a una chica y te juro, Franco, que si a ella le tocas un pelo, no te voy a dar el golpe a ti. Sino en la persona que más te duele y sé bien cómo encontrar donde más le duele a la gente, ¿entendido? Puedes decir «Sí, entendido, comandante»— muevo mis cejas para instarlo a que repita las palabras.
Han pasado muchos años desde la última vez que estuve en una situación similar y, en ese entonces, era mucho más sencillo el morderme la lengua. Si vamos al caso, tenía un mayor grado de tolerancia a los fastidios, con los años he perdido la paciencia y las ganas. Que me traten de idiota no es nuevo pero sí poco habitual, tengo que morderme la lengua para no contestar, cuando estoy seguro de que la expresión de mi rostro responde por mí. Inhalo, reacomodo el peso en mis piernas y dejo que hable, que se coloque la bandera de alma en desgracia cuando supo estar del otro lado y se pasó a lamer las botas de un mago que la utiliza por propaganda, no por creencia, le resta valor y la vuelve un estandarte para mostrarse como alguien inclusivo, aún cuando no tiene problemas con pisotear a aquellos que considera inferiores a él. Convivo con una persona que me enseña en sus ojos los horrores que significa vivir bajo su influencia, pero supongo que lo que nos diferencia a personas como Hasselbach son nuestras prioridades. Al venir aquí, ella se estaba salvando a sí misma. Yo estoy aquí, condenándome a una vida de mierda solo por salvar a alguien más.
— ¿Por qué querría siquiera tocar a uno de mis colegas? — no puedo contenerme, su lógica me parece absurda — No tengo nada en contra de la gente que trabaja aquí. Mi problema siempre ha sido con las personas que se encuentran al mando — que los demás sean unos idiotas que siguen sus palabras es un asunto completamente diferente. En mi opinión, el virus se encuentra instalado en las palabras de aquellos que señalan con el dedo, que utilizan su poder para extenderse por el resto del país y condenarnos a ser basura. Tenerla delante me hace notar lo pequeña que es a mi lado, cosa que tampoco es mérito a pesar de que supe ser pequeño en mi infancia. Y aunque abro la boca por el desconcierto, me recuerdo que sí existe una persona que depende de mí para estar a salvo y no puedo permitirme que se cobre mis errores. Los demás, por suerte, se encuentran demasiado lejos de sus garras — ¿Por qué quieren que sea yo quien la entrene? — no me contengo, ladeo la cabeza con obvia confusión en lo que se me arrugan las cejas — Tienen todo un sistema aquí que se encarga de hacer que su escuadrón funcione como una milicia, ¿no es así? ¿Qué tiene ella de diferente... — sé que el catorce se reconoció como un distrito en entrenamiento para la guerra, pero eso no me parece suficiente — … comandante? — añado, que si vuelve a resaltar su puesto voy a gritar.
— ¿Por qué querría siquiera tocar a uno de mis colegas? — no puedo contenerme, su lógica me parece absurda — No tengo nada en contra de la gente que trabaja aquí. Mi problema siempre ha sido con las personas que se encuentran al mando — que los demás sean unos idiotas que siguen sus palabras es un asunto completamente diferente. En mi opinión, el virus se encuentra instalado en las palabras de aquellos que señalan con el dedo, que utilizan su poder para extenderse por el resto del país y condenarnos a ser basura. Tenerla delante me hace notar lo pequeña que es a mi lado, cosa que tampoco es mérito a pesar de que supe ser pequeño en mi infancia. Y aunque abro la boca por el desconcierto, me recuerdo que sí existe una persona que depende de mí para estar a salvo y no puedo permitirme que se cobre mis errores. Los demás, por suerte, se encuentran demasiado lejos de sus garras — ¿Por qué quieren que sea yo quien la entrene? — no me contengo, ladeo la cabeza con obvia confusión en lo que se me arrugan las cejas — Tienen todo un sistema aquí que se encarga de hacer que su escuadrón funcione como una milicia, ¿no es así? ¿Qué tiene ella de diferente... — sé que el catorce se reconoció como un distrito en entrenamiento para la guerra, pero eso no me parece suficiente — … comandante? — añado, que si vuelve a resaltar su puesto voy a gritar.
—Y finalmente, has dicho algo que tiene sentido para mí— me muestro tan complacida como me siento, ese sentimiento por encima de la sorpresa que puede llegar a provocarme que un kamikaze del norte no sea tal, no estoy teniendo entre mis licántropos a uno que está esperando un descuido para atacar, lástima que la pérdida de confianza en las intenciones de la gente en algo de lo que padezco hace muchísimos años, así que estoy segura de que Benedict Franco solo está esperando una orden para atacar, que en algún momento llegará, —pondré mi esperanza en que estás siendo honesto, en verdad no quiero saber que atacas a quienes están en tu mismo rango— camino hasta quedar cerca de su estatura que para otros será intimidante, se parece bastante en proporciones al auror que asesinó, todos los gigantes caen algún día, —porque si tu problema es con lo que están al mando, en serio prefiero que con quien arregles cuentas sea conmigo.
Y lo que me dice me viene bien, si es que está siendo sincero, o si es una estrategia del momento para mostrarse como alguien que no es una amenaza -¡ja!-, espero que el engaño lo mantenga el tiempo en que mi persona favorita esté a su alcance, porque le estoy confiando a la única persona que en estos momentos me preocupa donde pueda quedar en medio de todo esto. Santi se ha salido del escuadrón, así que puedo descansar mis inquietudes hacia él, sin embargo Maeve camina cada vez más cerca del ojo de la tormenta. —Asumo que entrenaste o incluso enseñaste a pelear a los chicos del distrito catorce, ¿no? Maeve ya viene a los entrenamientos de la base, ya está aprendiendo lo que ahí pueden enseñarle, ya le enseñé lo que yo también puedo ofrecerle… pero hay chicos que toman una alcaldía, casi todos de su misma edad, uno de ellos peleó conmigo, ¿me crees tan necia para sumarme a los comentarios que subestiman a Kendrick Black y su pandilla? Algún día yo ya no estaré, nadie de mi generación estará, no estará Magnar Aminoff, no estará ninguno de estos ministros, no estarás tú, pero la guerra continuará. Maeve tiene que aprender a ser un soldado y quiero que aprenda— es por su supervivencia. Camino hasta la puerta para checar que la chica haya llegado diez minutos después de la hora que había fijado con Franco, así nos daba tiempo a esta introducción de presentaciones y términos que aclarar. —Maeve, pasa— le indico a la chica, colocándome detrás de su espalda cuando entra a la oficina. —Él es Benedict Franco, tu nuevo instructor. Franco, ella es Maeve Davies.
Y lo que me dice me viene bien, si es que está siendo sincero, o si es una estrategia del momento para mostrarse como alguien que no es una amenaza -¡ja!-, espero que el engaño lo mantenga el tiempo en que mi persona favorita esté a su alcance, porque le estoy confiando a la única persona que en estos momentos me preocupa donde pueda quedar en medio de todo esto. Santi se ha salido del escuadrón, así que puedo descansar mis inquietudes hacia él, sin embargo Maeve camina cada vez más cerca del ojo de la tormenta. —Asumo que entrenaste o incluso enseñaste a pelear a los chicos del distrito catorce, ¿no? Maeve ya viene a los entrenamientos de la base, ya está aprendiendo lo que ahí pueden enseñarle, ya le enseñé lo que yo también puedo ofrecerle… pero hay chicos que toman una alcaldía, casi todos de su misma edad, uno de ellos peleó conmigo, ¿me crees tan necia para sumarme a los comentarios que subestiman a Kendrick Black y su pandilla? Algún día yo ya no estaré, nadie de mi generación estará, no estará Magnar Aminoff, no estará ninguno de estos ministros, no estarás tú, pero la guerra continuará. Maeve tiene que aprender a ser un soldado y quiero que aprenda— es por su supervivencia. Camino hasta la puerta para checar que la chica haya llegado diez minutos después de la hora que había fijado con Franco, así nos daba tiempo a esta introducción de presentaciones y términos que aclarar. —Maeve, pasa— le indico a la chica, colocándome detrás de su espalda cuando entra a la oficina. —Él es Benedict Franco, tu nuevo instructor. Franco, ella es Maeve Davies.
Miro el reloj por quincuagésima vez desde que me he plantado sobre la pared a un lado de las puertas que dan al despecho de Rebecca, resoplando con fuerza. No suelo ser la persona más puntual, si voy a ser honesta, mi historial en la escuela por todas las veces que he llegado tarde y que me han valido más de un negativo lo corroboran, pero siendo que estamos en un lugar formal, he decidido hacer una excepción a la regla y hasta tomar el traslador con la mayor antelación posible. Y es una buena cosa que lo hice, porque me perdí. Nadie te dice nunca lo grande que es el ministerio de Magia, la veces que he venido con anterioridad han sido con la misma Rebecca y, bueno, digamos que estaba más concentrada en otras cosas que en centrarme en el recorrido. Mal asunto, porque aquí todo el mundo parece ir con prisa y a pesar de que me acerco a alguien para preguntar, una mujer que no se ve tan amargada como luego resulta ser, me encuentro con que es ella la que llega tarde y me da largas.
Son tan solo unos minutos de espera los que tengo que aguantar cuando llego y me los paso jugando con la varita entre mis dedos a ver cuantas vueltas puedo hacerla girar entre ellos sin que se me caiga al suelo. Como no, se me tiene que caer justo cuando la puerta del despacho se abre y la recojo a tanta velocidad que creo que le muevo algún cabello en su recogido a Rebecca para cuando me incorporo con la espalda recta. Sonrío inocentemente pese a que ella no parece tan contenta y me pregunto quién tiene que haber dentro para que parezca una estatua rígida. Estoy por preguntarle a qué viene tanta seriedad, yo con mi discreción y poca fuerza de voluntad para mantener mi boca cerrada, cuando la figura que estoy por jurar mide más de dos metros habla por sí sola.
Así que los rumores de que Benedict Franco se ha unido al escuadrón de licántropos no son tan falsos como yo creía, cuando prácticamente todo el mundo en la base lo ha estado hablando y yo, como microbio que soy y, además, con mis dieciséis años prácticamente una extraña, nadie me dijo que de verdad el grandullón se paseaba por los pasillos como uno más. Pues vaya, si al lado del tipo parezco un hobbit salido de la comarca, su complexión de gigante me va a dejar doblada en dos con solo poner su dedo sobre mí. Me aclaro un poco la garganta. — Ennncantada. — ¿encantada? ¿En serio, Maeve? — Esto… solo Maeve está bien. — Davies suena a profesionalismo puro. — ¿Ya no voy a entrenar contigo, entonces? — esta vez giro un poco mi torso hacia Rebecca.
Son tan solo unos minutos de espera los que tengo que aguantar cuando llego y me los paso jugando con la varita entre mis dedos a ver cuantas vueltas puedo hacerla girar entre ellos sin que se me caiga al suelo. Como no, se me tiene que caer justo cuando la puerta del despacho se abre y la recojo a tanta velocidad que creo que le muevo algún cabello en su recogido a Rebecca para cuando me incorporo con la espalda recta. Sonrío inocentemente pese a que ella no parece tan contenta y me pregunto quién tiene que haber dentro para que parezca una estatua rígida. Estoy por preguntarle a qué viene tanta seriedad, yo con mi discreción y poca fuerza de voluntad para mantener mi boca cerrada, cuando la figura que estoy por jurar mide más de dos metros habla por sí sola.
Así que los rumores de que Benedict Franco se ha unido al escuadrón de licántropos no son tan falsos como yo creía, cuando prácticamente todo el mundo en la base lo ha estado hablando y yo, como microbio que soy y, además, con mis dieciséis años prácticamente una extraña, nadie me dijo que de verdad el grandullón se paseaba por los pasillos como uno más. Pues vaya, si al lado del tipo parezco un hobbit salido de la comarca, su complexión de gigante me va a dejar doblada en dos con solo poner su dedo sobre mí. Me aclaro un poco la garganta. — Ennncantada. — ¿encantada? ¿En serio, Maeve? — Esto… solo Maeve está bien. — Davies suena a profesionalismo puro. — ¿Ya no voy a entrenar contigo, entonces? — esta vez giro un poco mi torso hacia Rebecca.
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No sé cuál es la imagen que estas personas tienen de mí, pero la sonrisa torcida y helada deja bien en claro que no está diciendo más que estupideces. Bien, veamos, yo sé muy bien que estas personas no tienen por qué confiar en mí, pero no me creo un simio sin dos dedos de frente que cuestiona a absolutamente todos dentro del ministerio de magia. Sé que los han criado, a su mayoría, para moverse cual ganado en un mundo en el cual ahora son la especie dominante, Magnar como el apex predator. Si hay que matar a alguien, es a la cabeza de la serpiente, no a las pobres ovejas — Lo tendré en cuenta en caso de cualquier inconveniente con mis compañeros, comandante — aseguro con voz pomposa, seguro de que no va a aceptarlo y sabiendo que poco me importa.
Asiento con la cabeza, sus sospechas son ciertas a pesar de que no fui el único que se encargaba de esas tareas. Al menos, Hasselbach es la primera persona en todo este lugar que parece no dar por sentados a los niños que hemos criado, muchos de los cuales son perfectamente capaces de ponerse a la altura de los adultos entrenados del ministerio y, en más de una ocasión, los han vencido, ministros inclusive — Es una buena lógica — acepto, prefiero mil veces estar encerrado con una adolescente a quien entrenar, que peleando contra mi propia gente; sospecho que son cosas que ellos tienen en cuenta al momento de ver lo que es conveniente para ellos. Me quedo silencioso y quieto en lo que hace pasar a una muchacha que me suena vagamente familiar, mis ojos se pasean por ella preguntándome de dónde la tengo presente hasta que, para mi sorpresa, la reconozco. Todo ella me lleva de nuevo al distrito cuatro, a un muelle en épocas muy distintas a esta — Nos conocemos — anuncio, arqueando las cejas en dirección a la muchacha, a quien saludo con un movimiento de la cabeza que busca ser mucho más amable que con la adulta de la habitación — Compartimos unas papas fritas hace una eternidad — quizá debería disculparme por el malentendido, por no haber sido honesto en aquel momento cuando, en realidad, no podía serlo. Paso la vista hacia Hasselbach, tomando algo de aire — ¿Cuándo debemos comenzar? ¿Tienen algún problema al cual se están apegando o tendré que traer mis propias ideas? No sé si compartimos técnicas, nosotros entrenamos a los chicos con pocos recursos y teníamos un cronograma estricto tanto de entrenamiento físico como mágico. No puedo ayudar con lo último — aclaro — Pero si tienen un permiso de armas muggles, es mi especialidad.
Asiento con la cabeza, sus sospechas son ciertas a pesar de que no fui el único que se encargaba de esas tareas. Al menos, Hasselbach es la primera persona en todo este lugar que parece no dar por sentados a los niños que hemos criado, muchos de los cuales son perfectamente capaces de ponerse a la altura de los adultos entrenados del ministerio y, en más de una ocasión, los han vencido, ministros inclusive — Es una buena lógica — acepto, prefiero mil veces estar encerrado con una adolescente a quien entrenar, que peleando contra mi propia gente; sospecho que son cosas que ellos tienen en cuenta al momento de ver lo que es conveniente para ellos. Me quedo silencioso y quieto en lo que hace pasar a una muchacha que me suena vagamente familiar, mis ojos se pasean por ella preguntándome de dónde la tengo presente hasta que, para mi sorpresa, la reconozco. Todo ella me lleva de nuevo al distrito cuatro, a un muelle en épocas muy distintas a esta — Nos conocemos — anuncio, arqueando las cejas en dirección a la muchacha, a quien saludo con un movimiento de la cabeza que busca ser mucho más amable que con la adulta de la habitación — Compartimos unas papas fritas hace una eternidad — quizá debería disculparme por el malentendido, por no haber sido honesto en aquel momento cuando, en realidad, no podía serlo. Paso la vista hacia Hasselbach, tomando algo de aire — ¿Cuándo debemos comenzar? ¿Tienen algún problema al cual se están apegando o tendré que traer mis propias ideas? No sé si compartimos técnicas, nosotros entrenamos a los chicos con pocos recursos y teníamos un cronograma estricto tanto de entrenamiento físico como mágico. No puedo ayudar con lo último — aclaro — Pero si tienen un permiso de armas muggles, es mi especialidad.
La puerta se cierra con un golpe seco y furioso que espero haya llegado a pisarse con el comentario desafortunado que hace Franco en voz alta. —No considero a las papas fritas como una amenaza nacional, pero si se conocen de antes, prefiero que no lo vuelvan a repetir delante de nadie. Oficialmente, ustedes se conocen a partir de hoy— anuncio, con la autoridad que tengo sobre la situación, no sobre alguno de los dos, que con las pruebas más que sobradas que tengo de la rebeldía y lo boca suelta que puede ser… no, no Benedict Franco, sino Maeve, esta medida que tomo es para protegerla a ella de su propia tendencia a meterse a líos. No quiero que nadie en el ámbito del ministerio, mucho menos del escuadrón, crean que puede tener vinculación con alguien del lado enemigo, aunque lo que estoy haciendo se parece mucho abrir un camino para Maeve que espero nunca lo tome, pero todo lo que pueda aprender de su recorrido, espero que lo saque a su provecho aunque no sea consciente en este momento.
—Y no, Maeve, no continuarás los entrenamientos conmigo. Esas horas se las pasaré a Franco. A menos que me digas que tu otra jefa se ha vuelto menos tirana y no te demanda ya tanto tiempo, ¿no? Esa mocosa sí que sabe hacerte ir corriendo cada vez que hace sonar su sonajero…— lo digo con indiferencia, que no me voy a competir en atención con una bebé, al cruzar la habitación para volver a usar el borde del escritorio para sentarme. —Pueden empezar… desde ahora— abro mis palmas como animándolos a ir, —te conseguiré ese permiso, Franco. Enséñale todo lo que consideres necesario, no tengas consideración hacia ella, porque ella no lo tendrá hacia ti, no le des mucho tiempo para hablar porque solo hará que te distraigas con sus chistes y sin que te des cuenta estará holgazaneando, y quiero que la canses tanto que antes de irme a dormir espero leer mensajes suyos diciendo que te odia— me cruzo de brazos, mis ojos pasando del uno al otro y vuelven a detenerse en el hombre. —No creo que haga falta que te diga, pero este es un mundo cruel y ella es solo una chica, que también tiene derecho a sobrevivirlo— y no hay nada ilegal en esto que estoy haciendo por donde quiera que se mire, me dieron a Benedict Franco dentro de mi escuadrón con no sé qué idea rara de oponerlo a su grupo, sabré usarlo para mi propio interés mientras esta pantomima dure. —Mae, seguiremos viéndonos los sábados a la mañana y por mañana me refiero a sí, antes del mediodía. Después de las doce ya no se considera mañana— arqueo mi ceja en reprimenda por su demora del último fin de semana.
—Y no, Maeve, no continuarás los entrenamientos conmigo. Esas horas se las pasaré a Franco. A menos que me digas que tu otra jefa se ha vuelto menos tirana y no te demanda ya tanto tiempo, ¿no? Esa mocosa sí que sabe hacerte ir corriendo cada vez que hace sonar su sonajero…— lo digo con indiferencia, que no me voy a competir en atención con una bebé, al cruzar la habitación para volver a usar el borde del escritorio para sentarme. —Pueden empezar… desde ahora— abro mis palmas como animándolos a ir, —te conseguiré ese permiso, Franco. Enséñale todo lo que consideres necesario, no tengas consideración hacia ella, porque ella no lo tendrá hacia ti, no le des mucho tiempo para hablar porque solo hará que te distraigas con sus chistes y sin que te des cuenta estará holgazaneando, y quiero que la canses tanto que antes de irme a dormir espero leer mensajes suyos diciendo que te odia— me cruzo de brazos, mis ojos pasando del uno al otro y vuelven a detenerse en el hombre. —No creo que haga falta que te diga, pero este es un mundo cruel y ella es solo una chica, que también tiene derecho a sobrevivirlo— y no hay nada ilegal en esto que estoy haciendo por donde quiera que se mire, me dieron a Benedict Franco dentro de mi escuadrón con no sé qué idea rara de oponerlo a su grupo, sabré usarlo para mi propio interés mientras esta pantomima dure. —Mae, seguiremos viéndonos los sábados a la mañana y por mañana me refiero a sí, antes del mediodía. Después de las doce ya no se considera mañana— arqueo mi ceja en reprimenda por su demora del último fin de semana.
Todo en mi expresión grita un ¿nos conocemos? que si no llego a formular es porque no tarda mucho en esclarecer mi mente con los momentos de una tarde que creía haber olvidado. No había nada extraño del hombre escondido bajo la capucha de su remera comiendo patatas fritas aquel día, no al menos cómo hubiera podido ser de bizarro de haber conocido su verdadero nombre. Esto también me recuerda, una vez más, que debo empezar a prestarle más atención a los detalles. — Aaaaaaah, sí, creo que nunca llegué a darte las gracias por las patatas. — mi intento de bromear se ve truncado por las palabras afiladas de Rebecca, aunque tenerla a mi espalda me permite alzar las cejas en dirección a Franco como si nos acabaran de pillar haciendo alguna travesura. La sigo con la mirada cuando atraviesa la habitación para apoyarse sobre el escritorio, manteniendo mis manos unidas detrás de mi espalda. — Es que es un sonajero muy ruidoso. — me excuso con lo primero que se me viene a la cabeza, que no miento cuando digo que sería peor dejar a la cría agitando el chisme tortuoso ese antes que ir a atender lo que desea. Esto último suele ser bastante difícil de descifrar porque… bueno, mi otra jefa tirana que menciona Rebecca no habla.
Me aclaro la garganta como si fuera a tomar la palabra cuando en realidad me limito a permanecer callada en lo que Becca se dedica a describirme como una… ¿amenaza parlante? Esperaba un poco más de mi jefa, no voy a ocultarlo, si acaso me hago la ofendida que eso siempre funciona. — ¡Hey! — sí, en eso se basa toda mi defensa, ¿qué más puedo decir? Me gusta hablar. — Hacer chistes cuenta como técnica de distracción… — ¿no? No. Bueno, siempre me quedará la comedia y los monólogos si no me va bien en esto del escuadrón, no es una idea tan mala si lo pienso dos veces, probablemente mucho más segura. — Claro, es que esa especificación no me la habían hecho. — sigo intentando bromear, que parece que esto se puso tenso de repente. — Llegaré puntual el siguiente sábado, lo prometo. — puedo ser responsable, pues claro que puedo.
Me aclaro la garganta como si fuera a tomar la palabra cuando en realidad me limito a permanecer callada en lo que Becca se dedica a describirme como una… ¿amenaza parlante? Esperaba un poco más de mi jefa, no voy a ocultarlo, si acaso me hago la ofendida que eso siempre funciona. — ¡Hey! — sí, en eso se basa toda mi defensa, ¿qué más puedo decir? Me gusta hablar. — Hacer chistes cuenta como técnica de distracción… — ¿no? No. Bueno, siempre me quedará la comedia y los monólogos si no me va bien en esto del escuadrón, no es una idea tan mala si lo pienso dos veces, probablemente mucho más segura. — Claro, es que esa especificación no me la habían hecho. — sigo intentando bromear, que parece que esto se puso tenso de repente. — Llegaré puntual el siguiente sábado, lo prometo. — puedo ser responsable, pues claro que puedo.
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Los segundos en los cuales me permito el asomar la única sonrisa sincera dentro de esta reunión son escasos, Rebecca parece optar por la omisión a un encuentro del cual la niña es inocente y yo no voy a ponerme a discutir una vez más, especialmente porque no sé de quién están hablando cuando mencionan un sonajero. Mi silencio denota atención, aún así las manos en mi espalda se remueven con cierta incomodidad. No estoy en mi derecho, pero me llena de curiosidad el saber los motivos por los cuales una jovencita de su aparente edad se encuentra aquí, cuando tengo entendido que el servicio para los menores no es obligatorio. Tomo la escena como la excusa de intentar adivinar a mi nueva superiora, su actitud me hace creer que, por fin, este gobierno se está empezando a mostrar como tal frente a los ataques de mi gente. No puedo prometerle ser el más cruel al entrenar cuando ese título se lo llevaba Echo, pero aún así hago un firme asentimiento — Esperaré por el permiso para empezar con el uso de armas. Hasta entonces, nos encargaremos de supervivencia y resistencia física — que vaya a saber donde puede llegar a terminar en el futuro.
Soy completamente ignorante a sus palabras sobre el sábado, esto no me mantiene ajeno a la situación y acabo apoyando, con sumo cuidado y respeto, una mano sobre el hombro de la niña — He lidiado con cosas peores que una lengua floja — y si eso no es suficiente, que estas personas intenten entrenar a Beverly o a Jared. No me interesa el lamer las botas de esta mujer, para nada, pero prefiero ahorrarme los problemas por el momento. Ya llegará el tiempo en el cual las cosas no puedan estirarse más — Si me permite dar una opinión... — a pesar de que pretendo ser educado, es obvio que voy a hablar de todas formas — Un abuso de horarios solamente agotará su rendimiento y no todos sus músculos responderán como se debe. Propongo un entrenamiento físico tres o cuatro veces por semana, con dos días de aprendizaje teórico. En mi experiencia, tiene un mejor resultado — y será menos tortuoso para todos.
Soy completamente ignorante a sus palabras sobre el sábado, esto no me mantiene ajeno a la situación y acabo apoyando, con sumo cuidado y respeto, una mano sobre el hombro de la niña — He lidiado con cosas peores que una lengua floja — y si eso no es suficiente, que estas personas intenten entrenar a Beverly o a Jared. No me interesa el lamer las botas de esta mujer, para nada, pero prefiero ahorrarme los problemas por el momento. Ya llegará el tiempo en el cual las cosas no puedan estirarse más — Si me permite dar una opinión... — a pesar de que pretendo ser educado, es obvio que voy a hablar de todas formas — Un abuso de horarios solamente agotará su rendimiento y no todos sus músculos responderán como se debe. Propongo un entrenamiento físico tres o cuatro veces por semana, con dos días de aprendizaje teórico. En mi experiencia, tiene un mejor resultado — y será menos tortuoso para todos.
Tengo que disimular una sonrisa cuando es breve la réplica que encuentro en Maeve, debe ser que tener a alguien en la misma habitación la cohíbe para mostrarse disconforme con mis exigencias que –lo sé bien- son exageradas para una chica, como lo hace notar el mismo Benedict Franco. Sucede que no conozco otra manera que llevarlo todo al límite, tengo la ciega creencia que eso saca de nosotros lo que ni siquiera sabíamos que éramos capaces de poseer, y eso que tengo el carácter de Maeve en estima, falta pulirlo a su conveniencia para que pueda hacer frente al mundo. —Comandante— le señalo, —te olvidaste de decirlo al final de tu oración—. Simulo meditar por unos segundos la sugerencia de Franco hasta que me encuentro asintiendo hacia él. —Eres quien la entrenará ahora, así que si esos son tus métodos, que así sean— le concedo con un movimiento de mi mano en el aire que le da lugar, de todos modos en el comienzo de nuestro encuentro ya me encargué de acomodar los términos entre nosotros y puedo tener la confianza de que sabrá a qué atenerse con todo lo que tenga que ver con Maeve sin que tenga que andarle detrás, respirándole en la nuca.
—Y bien, ¿qué están esperando?— pregunto, con mi barbilla les señalo la puerta, esa que no veo que la hayan cruzado aún, siguen llenando un espacio en esta habitación que yo misma estoy deseando dejar, el aire encerrado en las oficinas no es mi favorito. —Supongo que están esperando que les marque el paso, así que adelante, salgamos de aquí— recupero la carpeta de Franco para tirarla dentro del cajón, dudo tener la necesidad de volver a revisarla pronto, lo que me puedan decir sus actos hablará más que la información plasmada en un papel que ya se encargaron de hacer correr como chisme en el ministerio y en el norte, cuando todavía andaba dando vueltas por ahí. Tiro de la manija de la puerta para salir a una sala más amplia donde hay secretarios y en general, personas lanzándose avioncitos de papel, cruzo lo más a prisa que pudo ese corredor así paso de tener que responder al saludo de nadie y presto atención a escuchar que tanto Maeve como Franco me siguen. —Quiero un reporte del progreso de Maeve cada semana, Franco— le digo a modo de despedida cuando llega el ascensor. —Eso hablará más de ti que de ella, así que espérate. ¿Alguna duda más?— consulto, las puertas abriéndose. Como todo parece estar claro, en el atrio del ministerio cada quien puede tomar su camino.
—Y bien, ¿qué están esperando?— pregunto, con mi barbilla les señalo la puerta, esa que no veo que la hayan cruzado aún, siguen llenando un espacio en esta habitación que yo misma estoy deseando dejar, el aire encerrado en las oficinas no es mi favorito. —Supongo que están esperando que les marque el paso, así que adelante, salgamos de aquí— recupero la carpeta de Franco para tirarla dentro del cajón, dudo tener la necesidad de volver a revisarla pronto, lo que me puedan decir sus actos hablará más que la información plasmada en un papel que ya se encargaron de hacer correr como chisme en el ministerio y en el norte, cuando todavía andaba dando vueltas por ahí. Tiro de la manija de la puerta para salir a una sala más amplia donde hay secretarios y en general, personas lanzándose avioncitos de papel, cruzo lo más a prisa que pudo ese corredor así paso de tener que responder al saludo de nadie y presto atención a escuchar que tanto Maeve como Franco me siguen. —Quiero un reporte del progreso de Maeve cada semana, Franco— le digo a modo de despedida cuando llega el ascensor. —Eso hablará más de ti que de ella, así que espérate. ¿Alguna duda más?— consulto, las puertas abriéndose. Como todo parece estar claro, en el atrio del ministerio cada quien puede tomar su camino.
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