Me imagino que la pobre señora Roddam no tenía esto en mente cuando aceptó el contratar a Sage como asistente en su sección de pastelería, que Hero también le cayó con dos personas más. Una es Delilah, con quien apenas hablé un par de palabras en los tiempos en los cuales vivíamos en la fábrica del cinco pero se ve tan perdida como yo. El segundo soy yo, por obviedad, que no tengo ni idea de cómo  tomar una orden, pero por lo que andan diciendo parece ser bastante sencillo. Mi tiempo como esclavo de la ministra Leblanc debería haberme preparado para esto, pero está claro que me apoyé demasiado en los elfos domésticos y no tuvo el efecto deseado. Como sea, se siente bien el tener cosas que hacer, además de entrenar como nos han pedido y tomar clases particulares con Meerah. Ya saben, de esas en las cuales estudiamos un rato hasta que nos aburrimos y pasamos a otro tema, pero de eso nadie tiene que enterarse. Sigue siendo nuestro secreto de estado.

Fue una primera semana exitosa, se me rompió solo una taza y confundí dos pedidos, pero podría haber sido peor. Creo que la señora Roddam confía en las caras de pan de Sage y Delilah, porque hoy nos ha dejado cerrar la cafetería y eso significa preparar todo para que se encuentre presentable para abrir mañana. Estoy limpiando una de las mesas cuando me encuentro un muffin a medio masticar, de modo que me giro rápidamente y estiro el cuello desde el extremo del salón en el cual me encuentro — SAGE — le llamo — ¡Piensa rápido! — que intento, de verdad, darle de lleno en la cara a mi amigo, pero en su lugar el pastelito golpea con fuerza la nuca de Delilah. Me encojo un poco frente a mi “ups” y doy algunos pasos hacia ella, tratando de sacudirle las migajas de los hombros — Lo lamento,  ¿Ya te arrepientes de haber aceptado este empleo con nosotros? — que ya casi puedo ver a Sage perdiendo la paciencia, aunque se haga el que está todo bien, maldito santurrón.

La señora Roddam es una santa, y si no tenía ganado el pasaje al cielo antes de esto, lo tendría luego de la semana que habíamos pasado.

De acuerdo, no había sido tan terrible. Al menos no para mí que básicamente me la pasaba el día haciendo recetas divertidas y escuchando los consejos que “es Margaret querido, o Maggie” podía darme al momento de cocinar. Eso sí, jamás le haría caso con eso de hablarle a la masa, o al menos no mientras Jim también trabajase aquí y pudiese entrar a la cocina a cada momento para retirar una orden. No quería imaginar la cantidad de burlas que me esperarían luego si me veía alentando a la masa a crecer y portarse bien.

- Serás idiota. - Tenía las manos llenas de detergente, e incluso aunque su puntería hubiese sido mejor, el destino del ¿eso había sido un pastelito? habría terminado en el piso de todas maneras. Era una pena que Delilah haya tenido que pagar las consecuencias. - ¡Hey! QUe yo he sido un santo. Es a tí al que tiene que soportar de más. - Me enjuago las manos como puedo y busco un trapo limpio para ofrecerlo a la muchacha por si quiere limpiarse ahí donde le cayó el muffin. Era relleno, y la mermelada no solía perdonar cuando se quedaba pegada al cabello.

El trabajo en la cafetería de la Señora Roddan me había caído como anillo al dedo después de que, por accidente, disparara en el pie del Señor Grand una flecha con la ballesta. Alguien le había dicho que yo era buena usándola; bueno, digamos que ya no les cree. Negándose a dejarme trabajar por mi misma, convencido de mi incompetencia, había reducido mucho los turnos que trabajaba, por lo que me dejaba más tiempo libre del que sabía como gastar. El ejército puede que no fuera lo mío; nunca lo fue pero siempre me tuvieron ahí, seguramente porque no sabían donde más meterme. Así era exactamente como me sentía desde pequeña: como una pieza encajada a la fuerza en un lugar al cual no pertenece.

El golpe en la nuca me sobresaltó. Estaba barriendo el suelo cuando éste me sacó bruscamente de mis pensamientos. Estaba tan distraída que no sabía lo que era, y en lo primero que pensé fue en algún tipo de bicho psicótico asesino, porque claro, esa es la primera cosa que se te pasa por la cabeza cuando algo te golpea. Grité. — ¡QUÍTAMELO, QUÍTAMELO! ¡AH! — El local no era grande, así que mis gritos rebotaron en las paredes, hasta que mi cerebro procesó que ese fluido baboso y asqueroso que Jim estaba intentando sacarme de encima, no era de un bicho. Dejé de saltar y hacer el ridículo, intentando no morir de la vergüenza, mientras tomaba la servilleta que Sage me tendía y limpiaba el desastre como podía. Spoiler: las servilletas se pegan a las cosas pegajosas, así que lo empeoré. — Ewk, que asco, espero que no fuera con babas de alguien. — Lo bueno de todo lo actual, era que tenía una casa a la cual regresar a bañarme, y jabón, y champú; un lujo que muchas veces eché de menos en el 14.

La pregunta de Jim me hizo soltar una ligera risa. — He cuidado al bebé de los Thompson y créeme, de eso si me arrepentí — Había probado muchas cosas a lo largo de los meses; había repetido otras tantas, excepto esa. El solo recuerdo la hizo estremecerse. — Aquí nadie tiene que soportar a nadie... además, es solo un ratito. Nadie se muere por soportar algo un ratito y eso los incluye a los dos. — Intentaba ser una broma, pero esas palabras me dieron una bofetada de nostalgia. «No hay nada que no puedas soportar por 10 segundos. Y luego, por otros 10». Las había escuchado infinidad de veces de miles de adultos, para intentar paliar el exceso de nerviosismo al que siempre me veía expuesta cuando tenía que hacer algo lejos de mi zona de confort. — Huele rico, al menos. Podría ser peor... aunque me está dando hambre. ¿Creen que echará de menos cuatro bollitos? — Hice el amago de contarlos, para que quedara claro que son 4 porque yo quería dos.

Debería sentirme culpable por la manera en la cual reacciona Delilah, pero no puedo evitar soltar una risita, esa que se ve truncada por la mala onda de Sage — Pero si serás amargo… — suelto con un ruedo de ojos exasperado, ese que no acompaña para nada la sonrisita divertida que me curva la boca. Al menos, ella se lo toma un poco mejor, aunque se hace un enchastre en el pelo que me hace arrugar la nariz porque, mal que mal, nosotros no somos magos y no podemos hacer desaparecer las cosas pegajosas así como así. Por extraño que me parezca, no me molesta trabajar para la señora Roddam a pesar de su magia. No es lo mismo servir bandejas y limpiar mesas cuando lo haces por voluntad propia y, encima, consigues un sueldo y hasta propinas por ello. Quiero decir… ¡Voy a poder comprarme cosas! ¡YO! ¡De manera totalmente legal! Lo peor es que ya he visto lo que quiero y de seguro me largo a llorar en la tienda de zapatillas al poder hacerme con un par decente, pero ya qué. Luego ahorraré y me compraré un celular.

Hago una mueca porque, a decir verdad, mi experiencia con bebés es pequeña y se reduce a la hija de Lara por unos cinco minutos. No debe ser divertido acabar lleno de crema y babas todos los días, así que me compadezco por ella — ¿Ves, Sage? — le señalo — Delilah cree que eres tan incordio como yo — bromeo en lo que tomo una de las servilletas, así ayudo con algo de cuidado a quitarle el pegote. Estoy en eso cuando la pregunta de la chica me abre el apetito y, por inercia, me froto el estómago chato con una de las manos — La cámara de seguridad solo se centra en el salón — datos que uno conoce por curioso, no por ladrón — ¿No hay como una despensa llena de cosas comestibles? ¡Y la nevera con los pasteles! Quiero uno de leche y chocolate — lo digo en lo que me apoyo en el mostrador, dejando allí el trapo en lo que enrollo la servilleta — Podríamos tomar algo… si Sage no se pone en soldado correcto. ¿Por favor? — como si fuese de utilidad, abro mis ojos todo lo grandes que pueden ser y hago un puchero en dirección a mi amigo — Prometo cocinar en casa durante toda la semana. ¡Además, podemos decir que nos lo quiten del sueldo como préstamo, si sientes que está demasiado mal! — ¿No son trueques comunes? Ya qué.

- Oh, por favor. Eso no lo cree nadie. - No era la persona más simpática ni agradable del mundo, pero a niveles de molestia, fastidio o incordio, no había forma alguna, en ninguna vida, en la que James y yo pudiésemos estar en el mismo nivel. Lo quería al idiota, pero… realidades, por favor. - Seguramente no quiere herir tus sentimientos. - Le sonrío a Delilah para que no se lo tome a mal cuando solo busco bromear, pero la realidad es que a mi parecer estaba diciendo la verdad. Era eso o Jim se portaba especialmente adorable con ella mientras trabajaban para hacer buena letra. Que no me sorprendería, Delilah era linda, ¿tal vez le gustaba?... Oh por dios, estaba pasando demasiado tiempo con Hero. ¿Qué era eso de andar buscando parejas cuando no tenía la más pálida idea de nada?

Me siento traicionado cuando viene de Lilah el pedido de tomar algo de la tienda, y como sé que es obvio que James va a apoyar la idea, ya estoy rodando los ojos de antemano incluso antes de ver su expresión de cachorro mojado. - No lo intentes. - Le advierto cuando estoy lo suficientemente cerca de él como para apretar su morro entre mi índice y mi pulgar. - Con los bollos no hay problema, ya si quieres pastel eso sí va descontado de tu sueldo. - Le advierto incluso aunque se que la señora Roddam no tendría demasiado problema. Pero si consideraba los mini desastres de Jim esta semana, mejor controlarlo con algo antes de que deje en la quiebra a la pobre señora. - ¿Me pasas uno de los que tienen queso? - Le pido a la muchacha al ver que están justo detrás de ella. - Ya… - Titubeo unos segundos antes de hablar y me dejo caer contra una de las mesadas que tengo detrás. - ¿Soy el único que pensó que esto no sería posible jamás? - Y con esto me refiero a la oportunidad de tener un trabajo, real y estable, con paga y horarios que no nos hicieran estar literalmente al servicio de nuestros dueños. - Sé que para ustedes en el catorce las cosas fueron diferentes, pero… Bueno, seguimos sin tener magia, ¿no?

— ¡Yo no he dicho eso! — Excusé en cuanto james malinterpretó mis palabras. ¡Y lo peor era que sage también! — ¡Tampoco dije eso! — Estaba roja como un tomate. Odiaba abrir la boca la mayoría de las veces exactamente por esta razón; pero tardé poco en darme cuenta de que los dos estaban haciendo el tonto usándome a mi como baza y los odie un poquito, cosa que se manifestó en la forme en la que les pegué un golpecito (con amor) en los brazos a los dos. — Nadie fastidia a nadie aquí. — No era tonta, veía el amor que había entre esos dos. Esas cosas se me daba bien verlas.

La insistencia de Jim, seguramente porque yo tampoco había hecho mucho más que dejar la idea caer, convenció a Sage de unirse a lo de merendar. Lo festejé con uno de esos bailecitos ridículos mientras caminaba hacia la estantería y servía un bollo en un plato. Sí quería pastel, pero no quería malgastar el dinero, estaba ahorrando cada céntimo que ganaba para tener para el futuro, aunque no sabía que tipo de futuro iba a ser ese, pero ¿no era así el mundo de Neopanem? en el 14 no hacía falta el dinero porque todos ganábamos lo de todos, pero en el lugar donde estábamos ahora, eso no era muy factible. — ¿Tú que quieres, Jim? — Me serví dos para mi, uno de mermelada de fresa y otro de chocolate, llevando primero esos dos platos antes de servir el tercero.

Al caminar me fastidiaba un poco el dulce de la nuca. ¿Tendría hormigas en el cuerpo? ¿eran paranoia? — ¿Qué? — Pregunté, sin entender a lo que Sage se refería hasta pasados unos minutos. ¿Hablaba del trabajo en sí o de estar todos juntos? La comparación del 14 me dio la pista que necesitaba. — Hay cosas para las que no se necesitan magia — Me encogí de hombros. Yo también tenía ese pensamiento negativista cuando Echo aún vivía, y recuerdo la cantidad de veces que esa misma frase que acababa de soltarle a sage, había salido en la conversación. — Hay cosas que la magia hace más fácil, eso es indiscutible, pero no es como que cocinar difiera mucho con magia que sin. — Nunca había notado la diferencia en una receta de Arleth o Sophia, por ejemplo. — ¿Crees que sobremos? — Traje las cosas para James y tomé asiento, murmurando aquello en voz baja. Era una confesión que siempre sentía, pero las pocas veces que la había soltado, alguien me había dicho que era estúpido. Ese alguien era Ken, alguien con magia; ese alguien también habían sido personas como Seth, Vennet o Echo. Más magos. Decían que no sobraba porque era lo que tenían que decir, o al menos, así era como lo sentía.

Me río entre dientes, sin poder contenerme. Clásico de Sage — Amargado… — comento simplemente, que el pobre no tiene la culpa. Delilah parece tomarse todo esto con un poco más de humor, así que apoyo las manos en la mesada para estirarme, estamparle un beso de fastidio en la mejilla a mi amigo y me giro hacia la muchacha con toda la desenvoltura que soy capaz de poseer — Si no tendré mi pastel… Queso y cebolla, por favor. Ya saben, para el aliento — hago un movimiento con mi mano que disimula el mal olor saliendo de mi boca. Lo malo de todo esto es que Sage elige este momento para hacerme pensar en el pasado, cosa que provoca que lo mire con obvio reproche en la cara — Pensé que sucedería, no que podría verlo — en mi opinión, faltaban eones para que algo como esto pasara. No quiero ir y besarle el culo a las personas que hicieron esto posible, pero tengo que admitir que nos han salvado las papas a muchos.

Lo que dice Delilah es cierto, yo mismo me he quejado por tener que soportar la humillación de ser un esclavo cuando los magos tienen todo mucho más fácil, incluyendo el agitar un palito y hacer que las cosas se limpien solas. Agradezco con un murmullo la comida y le doy un bocado de hambreado, ese que me deja pensar en lo que mastico con fuerza — ¿Por qué pensarías algo como eso? — pregunto con tanta indignación que casi y me atraganto — Aquí nadie sobra, si alguien lo hace son las personas como nuestro querido presidente o Sage, pero no se lo digas que luego llora — le echo un vistazo con una sonrisa, indicando mi broma antes de dar otro mordisco. Tengo que cubrirme la boca con el brazo para no escupir migajas al continuar — Nos han hecho sentir inferiores por mucho tiempo y esa gente puede joderse. Nosotros podemos hacer cosas con mucha más agilidad que ellos, porque no dependemos de una varita para lograrlo. Que nos señalen como la especie débil es lo que nos hizo más fuertes en primer lugar.

La manera que tengo de limpiarme la mejilla es completamente infantil, pero Jim se las arregla para saber exactamente cómo fastidiarme haciendo uso del mínimo esfuerzo posible y ya me he cansado de alejarlo o regañarlo. He aprendido que la mejor manera de evitar que la gente te moleste, es demostrar poco y nada lo mucho que en verdad fastidian sus acciones. Tenía que reconocerlo igual, James era perseverante cuando quería y siempre parecía querer. De verdad me compadecía de que Delilah tuviese que pasar tanto tiempo con él. - Claro. Para el aliento… - Como si luego de un día entero de estar aquí dentro tuviésemos una higiene bucal impecable.

Sé que mi pregunta no iba para nada con el humor que teníamos, pero siendo que los tres estábamos en igualdad de condiciones no veía que fuera malo el sacarme mi duda con ellos. Y en principio concuerdo con Delilah hasta que su pregunta me desconcierta. - ¿Qué? No, no me refería a… - La indignación de Jim me interrumpe pero lo dejo, incluso aunque trata de fastidiarme nuevamente. No era eso lo que quería decir, no pensaba que sobráramos solo que, como decía mi amigo, pensé que faltaba tiempo para que la convivencia pacífica entre todos fuese posible. Ellos en el catorce habían crecido con una ideología totalmente diferente. Nosotros… bueno, yo no había tenido ninguna ideología para empezar. - No creo que seamos la especie débil, o siquiera que debamos considerarnos inferiores. Pero siempre creí que… No sé, de verdad no tengo memorias de cómo las cosas eran antes y todavía cuesta creer que algo como lo que han conseguido aquí en el nueve sea posible. - Me encojo de hombros y llevo el bollo a mi boca, masticando con un poco menos de entusiasmo ahora que la conversación se había desviado por mi culpa. - Preguntaba por curiosidad, es raro estar hablando de un sueldo, o de proyectos.

Hizo un ruido de asco con la broma sobre el mal aliento que daba la cebolla sin poder parar de reír. James sonaba tan convencido de lo que estaba diciendo que la hizo convertir sus risas en carcajadas. Es increíble como la persona menos seria del mundo puede tener unas convicciones tan fuertes. — Baja la voz o te veo empezando otra revolución. — Bromeó, llevándose un trozo del panecillo a la boca, que rompió con los dedos de forma descuidada mientras reía por el comentario sobre Sage. Hacía tiempo que no podía hacer algo tan simple como eso, quedarse haciendo nada, comiendo, y riéndose de los chistes de alguien con una clara más gracia que la suya propia.

Bajó la vista hacia el plato cuando se dio cuenta de que Sage apoyaba a Jim, a su manera. Ninguno de ellos pensaba que sobraba, pero Delilah no podía quitárselo de la cabeza. — Yo si siento que a veces sobro un poco. — Admitió. No era que hubiera mucha gente a su alrededor a la que pudiera decirle esto, y por eso lo aprovechó. — No por ser humana en sí. Es... es solo por ser yo. — Se corrigió, sin hacer mucho ruido al hablar, como si temiera que las paredes tuvieran oídos y todas esas personas que ya la corrigieron antes en el pasado, fueran a aparecer de repente para darle la bofetada que claramente se merecía.

— Yo solo sé la historia, nunca la viví. Sé que tuvimos que huir porque mis padres eran enemigos de los Niniadis. Yo era un bebé. Echo nos hablaba de la guerra, fue como un padre para mi... creo que lo fue un poco para todos. Nos contaba lo que sucedió, lo que nos esperaba en Neopanem si regresábamos, lo que los hizo huir para empezar... de como todos confiaron en la mujer que tumbo a los Black y luego resultó ser otro monstruo con otra cara — Pero si recordaba su infancia con claridad, las tardes en las cuevas, las noches rodeada de fuertes improvisados, niños e historias de terror; juegos que por entonces les intentaban preparar para una guerra que ella nunca había tomado en serio. — Aunque siempre pensé que ese no era mi lugar. Aquí... es distinto. Supongo que porque no me siento tan única entre un montón de magos. Lo que al mismo tiempo también me hace sentir medio inútil. Casi todos tienen algún talento en particular y yo... la verdad es que solo se existir — Acabó en un murmullo. Su tono de voz era triste al principio, recordar a Echo, recordar esa forma en la que el mundo fue engañado para que los humanos salieran perdiendo, recordar el dolor y demás, la había puesto un poco melancólica; pero al final, su voz era neutra, la misma que habría usado para decir que algo es como es y punto; el mismo tono de "el cielo es azul". — Quiero ser útil pero la verdad es que no puedo pensar en nada que un mago no pueda hacer en tres segundos con su varita.

Lo bueno de tener la boca ocupada con comida, es que me evita el decir alguna estupidez en lo que Delilah se pone sincera con nosotros. No me atrevo a mirar a Sage porque él ha vivido algunos años bajo la mirada de Jamie Niniadis, la misma persona que ha empujado a los del catorce a esconderse, pero tampoco podemos empezar a señalarnos con el dedo cuando Hero vive con nosotros y resultó ser mucho menos insoportable de lo que creí. Bueno, es insoportable, pero en un nivel que me hace comprenderla y no querer estamparle una bandeja contra la cara, volándole todas las pecas. Por lo demás, lo que sale de ella me suena demasiado familiar. Es un pensamiento regular en mis días, el de sentirse que no vales, que todos tienen un propósito y tú eres simplemente un estorbo. Repentinamente, el pan de queso y cebolla no sabe tan rico.

Me lo termino con un último bocado grande y me sacudo las migajas de la ropa. Trago de un modo ciertamente escandaloso — Todos sabemos hacer algo además de existir. Tal vez solo no lo encuentras aún —  intento no ser pesimista para no aumentar su desesperación, pero la verdad es que no me creo la mejor persona del mundo para darle consejos en un momento como este — ¿No pensaste en estudiar algún oficio? Sage quiere ser pastelero — sí, lo apunto a él porque parece tener las cosas mejor en claro. ¿O era panadero? ¿Cuál es la diferencia entre uno y el otro o son en verdad la misma cosa? Da igual —  Debe haber algo que te guste hacer, lo que sea. No todo el mundo tiene que ser útil para la guerra… ¿No? —  arqueo las cejas. Vamos, que Delilah no es la clase de persona que tiene pinta de soldado, pero eso no se lo voy a decir —  En cuanto podamos estudiar, tal vez puedas hacer una carrera y… ¡Bam! Asunto solucionado —  como si fuera tan sencillo.

- Nadie sobra por ser quien es. - Me apresuro a asegurarle ni bien escucho su punto de vista ya que, de verdad de verdad no esperaba que la conversación terminase por este rumbo. Podía entender la inutilidad que a veces podía sentir por no tener magia o al ver lo rápido que se podían hacer algunas cosas, pero no hasta el punto en el que creyese que mi existencia estaba de más.

Escuchar su historia me deja con una especie de picazón incómoda que me remueve desde dentro y me hace sentirme algo inquieto. el haber vivido tres años con la mujer que le había provocado eso a su familia, y el hecho de que ella fuese la madre de mi novia… Bueno, a decir verdad no sabía qué opinar al respecto. Al menos ella tenía una historia un poco más segura, yo no sabía hasta qué punto lo que me habían contado de mis orígenes era verdad y hasta cuál no. Al final acabo por dejarla terminar y me limito a asentir con la cabeza cuando Jim toma la iniciativa en este asunto.

- Nunca creí que fuese a decir esto, pero Jim tiene razón. - Y dejo escapar un suspiro, como si de verdad me costase soltar las palabras. - Ya, fuera de broma. Incluso aunque me crea inútil en muchas cosas ni teniendo magia optaría por esa alternativa para hacer postres. Me relaja cocinar, y aunque seguramente haya cientos de personas que lo hagan mejor, no por eso dejaré de hacer algo que me gusta. Supongo que es eso. Estudiar un oficio, perfeccionar un hobby… Que se yo, no puedo compararme al resto, que si me tocase pensar estrategias políticas o militares, hace rato que estábamos todos en el mercado. - Que no es lo mismo que tener una habilidad nata para una cosa. Es… ¡Ya! Hasta yo me mareo con mis pensamientos. Al final acabo mordisqueando el pastelito y pensando que tal vez lo del otro postre no era mala idea. - ¿Probaste diferentes cosas que pudiesen llegar a gustarte?