OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Recuerdo del primer mensaje :
Empujo la puerta de casa con parte de mi cuerpo, porque estoy tan helado que dudo mucho de que las manos me respondan incluso cuando tengo guantes. La calefacción se siente como una especie de caricia, más cuando te pasaste toda la tarde en la calle en busca de cualquier empleo, el que sea. Con esto de que muchos de los ciudadanos han salido del distrito, cientos de negocios se encuentran buscando empleados. Haber sido un esclavo me permite el decir que sé hacer de todo un poco, pero muchos me miran con malos ojos no solo porque no tengo habilidades especiales, sino también porque contratar un muggle es agitar la bandera contra el gobierno. Es complicado, pero de alguna manera puede llegar a funcionar.
Estoy quitándome el gorro y pasando a la bufanda cuando me percato de la presencia rubia de Meerah en la sala, pero no veo ninguna cabeza colorada cerca y el silencio me indica que Hero no se encuentra en la casa. Además… ¿No tiene trabajo en la sede del consejo hasta tarde? ¿Y dónde está Sage? Que no tengo problemas con la chica Powell, pero a veces su actitud me parece confusa. Como la que tuvo en año nuevo, para variar; no es algo a lo que en el momento pude reaccionar y decidí simplemente retirarme a vomitar tranquilo. Por eso mismo me quedo de pie, aún sosteniendo la bufanda en lo que la mido con la mirada — Hola… — no, he sonado demasiado cauteloso y no quiero ser tan obvio — Viniste con Kitty, supongo — sino no me explico cómo es que ha entrado si no hay nadie en casa. Le doy la última vuelta a la bufanda y la cuelgo junto al gorro en el perchero — Hero llegará en unas horas, si quieres esperarla.
Tironeo de mis guantes para poder sacarlos y me froto la nariz, que de seguro debe estar roja si considero lo helada que puedo sentirla. Doy algunos pasos, tirando del cierre de la campera — ¿Te quedarás a cenar? Hoy me toca cocinar a mí, así que debo saber para cuántos calcular — ahora sueno muy formal. Acomodo mi abrigo, hago un bollo de los guantes y, dudoso, me acerco al arco que me llevaría al pasillo, no muy seguro de si ir hacia mi habitación o no. La manera en la cual le arqueo las cejas deja en evidencia que no tengo idea de si brindarle mi compañía o si prefiere estar sola.
Empujo la puerta de casa con parte de mi cuerpo, porque estoy tan helado que dudo mucho de que las manos me respondan incluso cuando tengo guantes. La calefacción se siente como una especie de caricia, más cuando te pasaste toda la tarde en la calle en busca de cualquier empleo, el que sea. Con esto de que muchos de los ciudadanos han salido del distrito, cientos de negocios se encuentran buscando empleados. Haber sido un esclavo me permite el decir que sé hacer de todo un poco, pero muchos me miran con malos ojos no solo porque no tengo habilidades especiales, sino también porque contratar un muggle es agitar la bandera contra el gobierno. Es complicado, pero de alguna manera puede llegar a funcionar.
Estoy quitándome el gorro y pasando a la bufanda cuando me percato de la presencia rubia de Meerah en la sala, pero no veo ninguna cabeza colorada cerca y el silencio me indica que Hero no se encuentra en la casa. Además… ¿No tiene trabajo en la sede del consejo hasta tarde? ¿Y dónde está Sage? Que no tengo problemas con la chica Powell, pero a veces su actitud me parece confusa. Como la que tuvo en año nuevo, para variar; no es algo a lo que en el momento pude reaccionar y decidí simplemente retirarme a vomitar tranquilo. Por eso mismo me quedo de pie, aún sosteniendo la bufanda en lo que la mido con la mirada — Hola… — no, he sonado demasiado cauteloso y no quiero ser tan obvio — Viniste con Kitty, supongo — sino no me explico cómo es que ha entrado si no hay nadie en casa. Le doy la última vuelta a la bufanda y la cuelgo junto al gorro en el perchero — Hero llegará en unas horas, si quieres esperarla.
Tironeo de mis guantes para poder sacarlos y me froto la nariz, que de seguro debe estar roja si considero lo helada que puedo sentirla. Doy algunos pasos, tirando del cierre de la campera — ¿Te quedarás a cenar? Hoy me toca cocinar a mí, así que debo saber para cuántos calcular — ahora sueno muy formal. Acomodo mi abrigo, hago un bollo de los guantes y, dudoso, me acerco al arco que me llevaría al pasillo, no muy seguro de si ir hacia mi habitación o no. La manera en la cual le arqueo las cejas deja en evidencia que no tengo idea de si brindarle mi compañía o si prefiere estar sola.
— ¿No necesitas una carrera universitaria para dedicarte a eso? — pregunto, tratando de tomármelo con gracia — Un paso a la vez. Las pinturas pueden funcionar por el momento — que ni siquiera he empezado la escuela y la última vez que asistí a una institución educativa fue cuando iba a jardín de infantes, así que podemos ahorrarnos las dudas sobre una profesión tan complicada hasta que tenga ordenadas otras dudas. ¿Y si es verdad? Podría ir por ahí haciéndome el importante, diciendo que me llamen “doctor Byrne” y abriendo mi propio consultorio. Ya, ya estoy delirando y yo fui el primero en decir que no tenía que dejarme llevar por ideas extrañas. Supongo que, de momento, vamos a quedarnos con lo que tenemos.
No sé cómo consigo quedarme tan tranquilo, incluso cuando todavía tengo la sensación de su boca de una manera mucho más clara de la que recuerdo, gracias a la ausencia de alcohol. Hacer estas cosas sin tener de dónde aferrarme debería producirme cierto pánico pero, en su lugar, me hace dar cuenta de que no deberíamos haber complicado tanto las cosas. Un beso es un beso, no es tan terrible como todo el mundo lo hace parecer. En mi paz mental consigo tomar su consejo, ya estoy asintiendo para ponerme manos a la obra cuando me percato de su movimiento y tengo que alzar los ojos para poder encontrarme con los suyos — ¿Estás…? — se me pierde la duda en su boca, que su beso no es algo que hubiera esperado de no haber sido advertido. La razón me dice que debería ser cuidadoso, que meterla en problemas es un factor de riesgo con el cual no podemos jugar. Un beso casto no daña a nadie, recrear lo que sucedió en esa cocina es un tema totalmente diferente.
Obvio que la razón no está muy presente, sino no estaríamos haciendo esto, para variar. Dejo caer el pincel sobre la mesa y mis manos se cierran en su cintura, que es demasiado delgada y pequeña como para que mis dedos puedan acercarla a mí en lo que estiro mi cuello. Mis labios la besan una, dos, tres veces, en toques breves que se acaban profundizando en cuanto demando su contacto con mi boca, sintiéndome suspirar. Con mi agarre, ayudo a que su cuerpo se apoye en mí, acoplándonos hasta que necesito respirar — Meerah… — murmuro, parpadeo para poder verla a pesar de la corta distancia, que no acabamos por separarnos del todo. Le sonrío con gracia, paseando mis ojos por su rostro — De esto sí que no deberíamos decirle a nadie. No hay testigos que puedan acusarnos — que lo último que necesito ahora son chismosos buscando hacerme sentir culpable, cuando sé muy bien que… — Esto está terriblemente mal — y debería volver a la pintura, pero en su lugar regreso a sus labios, hundo una de las manos en su cabello para poder jugar en su boca. Es diferente hacer esto a conciencia, cuando sé muy bien que es mi mano libre la que tira de ella para que se acerque, buscando la comodidad que nos puede regalar la silla y que mi cuello va a agradecer. No obstante, mis dedos sueltan su pelo y se deslizan hasta colocarse entre nuestros labios, acariciando los suyos — No quiero ocasionar problemas ni que creas que... — le recuerdo con sinceridad — Es solo esto — que sé que es un capricho que los dos aceptamos, pero tampoco sé muy bien cómo llegamos aquí.
No sé cómo consigo quedarme tan tranquilo, incluso cuando todavía tengo la sensación de su boca de una manera mucho más clara de la que recuerdo, gracias a la ausencia de alcohol. Hacer estas cosas sin tener de dónde aferrarme debería producirme cierto pánico pero, en su lugar, me hace dar cuenta de que no deberíamos haber complicado tanto las cosas. Un beso es un beso, no es tan terrible como todo el mundo lo hace parecer. En mi paz mental consigo tomar su consejo, ya estoy asintiendo para ponerme manos a la obra cuando me percato de su movimiento y tengo que alzar los ojos para poder encontrarme con los suyos — ¿Estás…? — se me pierde la duda en su boca, que su beso no es algo que hubiera esperado de no haber sido advertido. La razón me dice que debería ser cuidadoso, que meterla en problemas es un factor de riesgo con el cual no podemos jugar. Un beso casto no daña a nadie, recrear lo que sucedió en esa cocina es un tema totalmente diferente.
Obvio que la razón no está muy presente, sino no estaríamos haciendo esto, para variar. Dejo caer el pincel sobre la mesa y mis manos se cierran en su cintura, que es demasiado delgada y pequeña como para que mis dedos puedan acercarla a mí en lo que estiro mi cuello. Mis labios la besan una, dos, tres veces, en toques breves que se acaban profundizando en cuanto demando su contacto con mi boca, sintiéndome suspirar. Con mi agarre, ayudo a que su cuerpo se apoye en mí, acoplándonos hasta que necesito respirar — Meerah… — murmuro, parpadeo para poder verla a pesar de la corta distancia, que no acabamos por separarnos del todo. Le sonrío con gracia, paseando mis ojos por su rostro — De esto sí que no deberíamos decirle a nadie. No hay testigos que puedan acusarnos — que lo último que necesito ahora son chismosos buscando hacerme sentir culpable, cuando sé muy bien que… — Esto está terriblemente mal — y debería volver a la pintura, pero en su lugar regreso a sus labios, hundo una de las manos en su cabello para poder jugar en su boca. Es diferente hacer esto a conciencia, cuando sé muy bien que es mi mano libre la que tira de ella para que se acerque, buscando la comodidad que nos puede regalar la silla y que mi cuello va a agradecer. No obstante, mis dedos sueltan su pelo y se deslizan hasta colocarse entre nuestros labios, acariciando los suyos — No quiero ocasionar problemas ni que creas que... — le recuerdo con sinceridad — Es solo esto — que sé que es un capricho que los dos aceptamos, pero tampoco sé muy bien cómo llegamos aquí.
¿Estoy…? Loca probablemente. Total y completamente falta de razón si quería ser un poco más específica. Parecía chiste que hace no muchos minutos estuviésemos cuestionando el por qué de un beso, las confusiones que eso podía o no acarrear, y el cómo ninguno sentía nada por el otro. No dijimos nada de ponerle un fin a este tipo de contacto, pero creía que era una especie de acuerdo tácito cuando, al aclarar nuestra amistad, especificamos que el “con beneficios” debía quedar afuera. No me consideraba una experta ni nada por el estilo, pero creía que esto era un claro beneficio al que le estaba sacando provecho. Sobre todo porque si no no sabía explicar cuál era la razón por la cual se sentía cálido por dentro y no solo en dónde sus manos se aferraban a mi cintura, atrayéndome hasta el punto en que creía que casi todo mi peso se encontraba recargado sobre su torso. Debe molestarle en algún momento, porque en medio de sus besos acabo sobre su regazo y, mientras mis brazos se enroscan detrás de su cuello, puedo recordar sus facciones oscurecidas por la poca luz que tenía aquella vieja cocina.
Era distinto poder saborear sus labios, con intención y no simplemente por impulso, y descubrir que la acción en sí misma es incluso más satisfactoria que cuando estaba bajo la influencia del alcohol. Más aún cuando todavía sabe al chocolate que preparó y si no acabo pidiéndole la receta a él, definitivamente se la pediré a Celestine cuando entregue su mensaje. Escuchar mi nombre me desconcierta hasta el punto en que debo abrir los ojos para poder enfocarlo, lo cual era divertido si consideraba que no recordaba haberlos cerrado. - ¿Cuántas veces vamos diciendo ya que nadie se debe enterar de esto? - Lo que sea que fuera esto. - Porque no diría que esto se sienta mal, pero sí que al parecer somos terribles al guardar secretos. ¿Es un secreto? - Que lo fuera sonaba a que había más detrás de los besos de lo que realmente debería haber, pero no le presto demasiada atención a mi hilo de pensamiento porque su boca vuelve a reclamar la mía y me desconcentra. Al menos puedo recordar que esta es una de las pocas veces en las que puedo admirar su cabello sin tener ninguna réplica al respecto así que acabo imitando su gesto cuando dejo que una de mis manos se enrede con sus rizos. Y creo que la fascinación con ellos debe ser de familia, porque incluso el dejar que mis uñas acaricien su cuero cabelludo se sentía bastante agradable.
- ¿Problemas? Recién dijiste que no le diríamos a nadie, así que a menos que Hero haya aprendido a aparecerse desde la última vez que la ví… - Me encojo de hombros y sigo jugueteando con los cabellos sueltos que caen por su nuca, esperando que sepa que lo de la vincha es una broma y que no tiene por qué usarla. - ¿Me quieres convencer a mí, o a tí? Dijimos que no había confusión de nada, ¿no? - Porque no iba a buscar nombres ni etiquetas ni nada que ninguno quería, en especial porque esto era algo que se sentía bien y punto. - No hice escándalo por nada estando ebria, mucho menos lo haré estando sobria. - Y me siento tentada a decirle que “shhh” pero encuentro más efectivo el hacer a un lado su mano con mi rostro y volver a inclinarme para capturar su boca nuevamente, atreviéndome a mordisquear con suavidad su labio inferior antes de profundizar el beso. ¿Era muy malo de mi parte el pedir que por favor Hero no se apareciera en ese instante?
Era distinto poder saborear sus labios, con intención y no simplemente por impulso, y descubrir que la acción en sí misma es incluso más satisfactoria que cuando estaba bajo la influencia del alcohol. Más aún cuando todavía sabe al chocolate que preparó y si no acabo pidiéndole la receta a él, definitivamente se la pediré a Celestine cuando entregue su mensaje. Escuchar mi nombre me desconcierta hasta el punto en que debo abrir los ojos para poder enfocarlo, lo cual era divertido si consideraba que no recordaba haberlos cerrado. - ¿Cuántas veces vamos diciendo ya que nadie se debe enterar de esto? - Lo que sea que fuera esto. - Porque no diría que esto se sienta mal, pero sí que al parecer somos terribles al guardar secretos. ¿Es un secreto? - Que lo fuera sonaba a que había más detrás de los besos de lo que realmente debería haber, pero no le presto demasiada atención a mi hilo de pensamiento porque su boca vuelve a reclamar la mía y me desconcentra. Al menos puedo recordar que esta es una de las pocas veces en las que puedo admirar su cabello sin tener ninguna réplica al respecto así que acabo imitando su gesto cuando dejo que una de mis manos se enrede con sus rizos. Y creo que la fascinación con ellos debe ser de familia, porque incluso el dejar que mis uñas acaricien su cuero cabelludo se sentía bastante agradable.
- ¿Problemas? Recién dijiste que no le diríamos a nadie, así que a menos que Hero haya aprendido a aparecerse desde la última vez que la ví… - Me encojo de hombros y sigo jugueteando con los cabellos sueltos que caen por su nuca, esperando que sepa que lo de la vincha es una broma y que no tiene por qué usarla. - ¿Me quieres convencer a mí, o a tí? Dijimos que no había confusión de nada, ¿no? - Porque no iba a buscar nombres ni etiquetas ni nada que ninguno quería, en especial porque esto era algo que se sentía bien y punto. - No hice escándalo por nada estando ebria, mucho menos lo haré estando sobria. - Y me siento tentada a decirle que “shhh” pero encuentro más efectivo el hacer a un lado su mano con mi rostro y volver a inclinarme para capturar su boca nuevamente, atreviéndome a mordisquear con suavidad su labio inferior antes de profundizar el beso. ¿Era muy malo de mi parte el pedir que por favor Hero no se apareciera en ese instante?
Debería ser un secreto, no veo por qué deberíamos ir a contárselo al resto cuando está claro que no necesitan saber de nuestra intimidad o lo que sea. Dudo mucho, tanto que no llego a contestar más que con un movimiento indefinido de los hombros en lo que me dejo ser, que ella no parece poner reproche alguno a la manera en la cual nos acercamos, hasta parece demasiado entretenida con la tarea de hacer mi cabello un enorme enredo que no quiero ni mirar en un espejo en un ratito. Poder hablar es un milagro, que siento que tengo que controlar el modo en el cual respiro y me encuentro a mí mismo mordisqueando mi boca, cerrando por un momento los ojos en un claro gesto de que estoy tratando de aclararme la cabeza — Ya sabes, la clase de problemas que podría causarte hacer esto y no tener excusa — intento tomarlo con gracia, incluso cuando hay una preocupación real — Yo… A ninguno. No necesito convencerme de nada, sé que está mal — y eso lo vuelve un poco más emocionante, deberían premiarme por masoquista. Debe ser por esto que todo el mundo rompe las reglas con tanta facilidad, es como correr una maratón ilegal.
— No quise decir… — creo que no tiene intenciones de escucharme, puedo decir que me da igual cuando se permite el morder mi boca de una forma que no me esperaba y correspondo, tirando con cuidado de su labio inferior. Perder la sensatez con facilidad es lo que me prohíbe de apartarla, su lengua se adapta bien a la mía, me hace dudar de poder regresar mi concentración a las pinturas que son tan fáciles de olvidar. Mi boca roza la suya, se entreabre para respirar con fuerza y me recuerdo, una vez más, que estoy en la sala de mi casa con Meerah Powell. Controlo las manos al ponerlas contra sus mejillas, la efusión del beso se va reduciendo hasta que sonrío contra sus labios, sintiendo el calor que presiona la boca de mi estómago. Solo nos estamos divirtiendo, eso es todo, pero no soy quien para sobrepasarme con ella — Tienes que decirme si te sientes incómoda — susurro, poner normas me parece importante si nos vamos a dejar llevar por caprichos físicos y nada cuerdos — No tenemos por qué arruinarlo.
Aparto las manos, las dejo caer por sus brazos en una caricia vaga. El contacto visual no dura mucho, ladeo la cabeza para ser capaz de dejar un beso ligero en la curva de su cuello. Si me demoro en repetir la acción, es porque mido su reacción antes de volver a hacerlo con mucho cuidado — Lo decidí. No quiero que nadie se entere de esto y es de verdad esta vez — afirmo. Inclino la cabeza hacia el otro lado, rozando el otro extremo de su cuello — Quiero que sea algo nuestro. Y que si queremos interrumpir nuestras clases… sea cosa nuestra — porque está más que claro que tenemos un pequeño problema. Con un mordisco cariñoso, me separo de ella y echo la cabeza hacia atrás para poder mirarla. Es un vistazo que se permite analizarla, puedo centrarme en sus labios que parecen brillosos e hinchados, hasta que me río por lo bajo. Ni siquiera creo que ella pueda escucharme como corresponde — ¿Por qué todo es un enorme semáforo en rojo y nosotros pisamos el acelerador? — es una excelente duda y creo que ninguno tiene la respuesta.
— No quise decir… — creo que no tiene intenciones de escucharme, puedo decir que me da igual cuando se permite el morder mi boca de una forma que no me esperaba y correspondo, tirando con cuidado de su labio inferior. Perder la sensatez con facilidad es lo que me prohíbe de apartarla, su lengua se adapta bien a la mía, me hace dudar de poder regresar mi concentración a las pinturas que son tan fáciles de olvidar. Mi boca roza la suya, se entreabre para respirar con fuerza y me recuerdo, una vez más, que estoy en la sala de mi casa con Meerah Powell. Controlo las manos al ponerlas contra sus mejillas, la efusión del beso se va reduciendo hasta que sonrío contra sus labios, sintiendo el calor que presiona la boca de mi estómago. Solo nos estamos divirtiendo, eso es todo, pero no soy quien para sobrepasarme con ella — Tienes que decirme si te sientes incómoda — susurro, poner normas me parece importante si nos vamos a dejar llevar por caprichos físicos y nada cuerdos — No tenemos por qué arruinarlo.
Aparto las manos, las dejo caer por sus brazos en una caricia vaga. El contacto visual no dura mucho, ladeo la cabeza para ser capaz de dejar un beso ligero en la curva de su cuello. Si me demoro en repetir la acción, es porque mido su reacción antes de volver a hacerlo con mucho cuidado — Lo decidí. No quiero que nadie se entere de esto y es de verdad esta vez — afirmo. Inclino la cabeza hacia el otro lado, rozando el otro extremo de su cuello — Quiero que sea algo nuestro. Y que si queremos interrumpir nuestras clases… sea cosa nuestra — porque está más que claro que tenemos un pequeño problema. Con un mordisco cariñoso, me separo de ella y echo la cabeza hacia atrás para poder mirarla. Es un vistazo que se permite analizarla, puedo centrarme en sus labios que parecen brillosos e hinchados, hasta que me río por lo bajo. Ni siquiera creo que ella pueda escucharme como corresponde — ¿Por qué todo es un enorme semáforo en rojo y nosotros pisamos el acelerador? — es una excelente duda y creo que ninguno tiene la respuesta.
- ¿Excusa? A estas alturas debería pensar unas cuantas solo por el hecho de estar aquí. - Si miraba la lista de enemigos públicos, todas las ocasiones en las que no los había delatado ni entregado, el haberlos ayudado de manera explícita en alguna una ocasión, ¡le estaba por regalar a Kendrick Black un traje para que use en sus apariciones televisivas! - Creo que “esto” en sí mismo es el menor de mis problemas. - O no el menor, pero ¿qué le hacía una mancha más al tigre? Ya no sabía qué cantidad de decretos estaba rompiendo, o cuál tendría más peso en mi condena en caso de ser descubierta. ¿Estaba mal? seguro. Pero ya me había prometido a mi misma el no dejarlos de lado. No cuando había encontrado amigos y gente que podía hacerme entender que el mundo no era tan blanco y negro como yo creía. Gente que ayudaba a los que yo quería y que mal que mal tenía un ideal en el que podría llegar a creer.
No sé qué responderle a lo de estar incómoda, porque no es un pensamiento que se me haya pasado por la cabeza. No cuando dentro de todo lo mal que podía estar me sentía, a decir verdad, bastante bien. Ya había dicho que besarlo era entretenido y la adrenalina que acompañaba a todo, junto con la suavidad que no esperaba pero había aprendido a aceptar de él… O tal vez no aceptar, pero olvido lo que se supone que debo responder cuando un nuevo beso, esta vez sobre mi cuello, me hace estremecer y soltar un suspiro que me obliga a mirarlo expectante. Repite la acción, y si me contengo al momento de corresponder es porque me concentro en tratar de escuchar lo que tiene para decir. No es sencillo cuando reparte caricias que son nuevas y me distraen, pero lo logro. Al menos lo suficiente como para haber entendido sus palabras.
Lo siguiente que hago no es digno de la señorita que se que soy, pero me incorporo por unos segundos solo para volver a sentarme en su regazo, esta vez con una pierna a cada lado de su cintura y mis antebrazos usando sus hombros de apoyo. Sé que no me caería al tener la mesa detrás haciéndome de sostén, pero a decir verdad no sabía qué más hacer con ellos en lo que busco encontrar las palabras adecuadas. - Me gusta eso de que sea algo nuestro y de nadie más. - Aseguro mientras entrecruzo mis manos por detrás de su nuca hasta llegar a juguetear con mi muñeca contraria. - Y prometo no decirle a nadie siempre y cuando no tratemos nosotros mismos de complicarlo cuando ya aclaramos más veces de las que no, que no debería haber ningún tipo de confusión. - Incluso aunque en otro momento me habría parecido risible de solo pensarlo, valoraba más su amistad que lo mucho que pudiese disfrutar este tipo de contacto entre los dos. No quería que se repitiera el extraño trato que se había dado con mi llegada solo por… bueno, esto. - No me haces sentir incómoda ni creo que podamos arruinarlo de ninguna forma si es que te sirve de algo. - Recuerdo aclararle antes de estirarme para buscar su boca en un beso rápido. - Ya con lo del semáforo no sé qué decirte. Supongo que de momento la calle parece lo suficientemente desierta como para tomar ese riesgo, ¿no? - Y le sonrío antes de acercarme tentativa a su cuello para poder primero depositar un beso allí donde se siente su pulso, y luego un mordisco que espero se sienta igual de bien que lo que a mí me había parecido. - ¿Vale preguntar si no soy yo la que te incomoda a tí? - Le consulto medio en broma antes de dirigirme al otro lado de su cuello para buscar otro pequeño sector con el cual entretenerme.
No sé qué responderle a lo de estar incómoda, porque no es un pensamiento que se me haya pasado por la cabeza. No cuando dentro de todo lo mal que podía estar me sentía, a decir verdad, bastante bien. Ya había dicho que besarlo era entretenido y la adrenalina que acompañaba a todo, junto con la suavidad que no esperaba pero había aprendido a aceptar de él… O tal vez no aceptar, pero olvido lo que se supone que debo responder cuando un nuevo beso, esta vez sobre mi cuello, me hace estremecer y soltar un suspiro que me obliga a mirarlo expectante. Repite la acción, y si me contengo al momento de corresponder es porque me concentro en tratar de escuchar lo que tiene para decir. No es sencillo cuando reparte caricias que son nuevas y me distraen, pero lo logro. Al menos lo suficiente como para haber entendido sus palabras.
Lo siguiente que hago no es digno de la señorita que se que soy, pero me incorporo por unos segundos solo para volver a sentarme en su regazo, esta vez con una pierna a cada lado de su cintura y mis antebrazos usando sus hombros de apoyo. Sé que no me caería al tener la mesa detrás haciéndome de sostén, pero a decir verdad no sabía qué más hacer con ellos en lo que busco encontrar las palabras adecuadas. - Me gusta eso de que sea algo nuestro y de nadie más. - Aseguro mientras entrecruzo mis manos por detrás de su nuca hasta llegar a juguetear con mi muñeca contraria. - Y prometo no decirle a nadie siempre y cuando no tratemos nosotros mismos de complicarlo cuando ya aclaramos más veces de las que no, que no debería haber ningún tipo de confusión. - Incluso aunque en otro momento me habría parecido risible de solo pensarlo, valoraba más su amistad que lo mucho que pudiese disfrutar este tipo de contacto entre los dos. No quería que se repitiera el extraño trato que se había dado con mi llegada solo por… bueno, esto. - No me haces sentir incómoda ni creo que podamos arruinarlo de ninguna forma si es que te sirve de algo. - Recuerdo aclararle antes de estirarme para buscar su boca en un beso rápido. - Ya con lo del semáforo no sé qué decirte. Supongo que de momento la calle parece lo suficientemente desierta como para tomar ese riesgo, ¿no? - Y le sonrío antes de acercarme tentativa a su cuello para poder primero depositar un beso allí donde se siente su pulso, y luego un mordisco que espero se sienta igual de bien que lo que a mí me había parecido. - ¿Vale preguntar si no soy yo la que te incomoda a tí? - Le consulto medio en broma antes de dirigirme al otro lado de su cuello para buscar otro pequeño sector con el cual entretenerme.
De entre todas las cosas que podría haber sospechado de Meerah, que se acomode de esa manera sobre mí no es una de ellas. ¿De verdad estamos teniendo esta conversación? ¿Estamos poniendo pautas sobre algo que ninguno de los dos estaba en verdad considerando hace unos minutos? — Honestidad bruta al cien por ciento. Me parece bien — que no debería ser tan complicado, las personas hacen estas cosas todo el tiempo y no siempre termina mal. Si nadie se entera, podremos despojarnos de cualquier tipo de drama que los demás han intentado colar con sus preguntas y suposiciones, cuando nosotros solamente seguimos nuestro camino hasta terminar en esta silla. Si lo pienso, nosotros jamás hemos hecho nada malo, ni siquiera éramos los que iniciaban las peleas y los rumores. ¿Ven por qué es mejor dejar las cosas entre dos?
Me quedo con su falta de incomodidad, con el convencimiento de que esto no es un error incluso cuando hay momentos en los cuales que se siente como uno. Debe ser eso lo que lo vuelve un poco más entretenido, como la pizca de pimienta que sacude el sabor de las cosas. No creí encontrarme con Meerah Powell robándome besos furtivos entre palabras como si fuese lo más común de la existencia, mientras que mis dedos se acomodan en sus muslos para asegurarme de que estamos cerca, cuando mi naturaleza me dice que lo mejor que podría hacer ahora mismo es empujarla lejos — Oh… ¿Así que eso es lo que hacen las princesas cuando no hay testigos cerca? — me mofo con un murmullo juguetón, no llego a respirar como se debe por culpa del cosquilleo que produce su aliento en mi cuello y me encuentro suspirando sin disimulo frente al contacto de sus dientes. Está jugando sucio, cierro mis puños y presiono algo de su ropa entre los dedos. Su pregunta hasta se siente como un golpe salido de la nada y que me obliga a caer en la realidad.
Me tomo un momento en contestar. Tomo algo de aire y rozo la punta de mi nariz por su hombro, paseo por la curva de su cuello y siento un cosquilleo al llegar a su melena corta, suave. Cuando dejo salir el aire, lo hago cerca de su oreja — No es incomodidad — susurro. Jugueteo con un beso detrás de su oído y regreso el mordisco, marcando la mitad de su cuello con cuidado — Pero me cuesta desprenderme de la imagen con la que te he conocido, el aceptar que estás creciendo y que ya no eres irritante. Con todo lo que sé de ti… trato de empujar a un lado muchas cosas y, al mismo tiempo, me convenzo de que no me tengo que dejar llevar — no sé si lo entiende, pero acordamos que seríamos honestos. Mis besos se vuelven un poco más demandantes al presionar su piel, estiro los dedos que trepan por sus piernas hasta abrazarla por la cintura, somos lo suficientemente delgados como para que un abrazo sea fácil de volverse estrecho. Mi nariz marca el camino antes que mi boca al subir por su cuello, hasta dejar un beso sobre su mentón y luego, dejar uno pequeño en sus labios — Hay algo en ti que es tentador para mí y no sé qué es, pero durante toda mi vida me enseñaron que algo como esto es lo peor que podría hacer. ¿Tiene sentido para ti? — debería, a ella también le inculcaron cosas parecidas pero a la inversa. Sonrío, riéndome más que nada de mí mismo — Ya, sé que estoy hablando demasiado, pero ya conoces el dicho: mejor afuera que adentro.
Me quedo con su falta de incomodidad, con el convencimiento de que esto no es un error incluso cuando hay momentos en los cuales que se siente como uno. Debe ser eso lo que lo vuelve un poco más entretenido, como la pizca de pimienta que sacude el sabor de las cosas. No creí encontrarme con Meerah Powell robándome besos furtivos entre palabras como si fuese lo más común de la existencia, mientras que mis dedos se acomodan en sus muslos para asegurarme de que estamos cerca, cuando mi naturaleza me dice que lo mejor que podría hacer ahora mismo es empujarla lejos — Oh… ¿Así que eso es lo que hacen las princesas cuando no hay testigos cerca? — me mofo con un murmullo juguetón, no llego a respirar como se debe por culpa del cosquilleo que produce su aliento en mi cuello y me encuentro suspirando sin disimulo frente al contacto de sus dientes. Está jugando sucio, cierro mis puños y presiono algo de su ropa entre los dedos. Su pregunta hasta se siente como un golpe salido de la nada y que me obliga a caer en la realidad.
Me tomo un momento en contestar. Tomo algo de aire y rozo la punta de mi nariz por su hombro, paseo por la curva de su cuello y siento un cosquilleo al llegar a su melena corta, suave. Cuando dejo salir el aire, lo hago cerca de su oreja — No es incomodidad — susurro. Jugueteo con un beso detrás de su oído y regreso el mordisco, marcando la mitad de su cuello con cuidado — Pero me cuesta desprenderme de la imagen con la que te he conocido, el aceptar que estás creciendo y que ya no eres irritante. Con todo lo que sé de ti… trato de empujar a un lado muchas cosas y, al mismo tiempo, me convenzo de que no me tengo que dejar llevar — no sé si lo entiende, pero acordamos que seríamos honestos. Mis besos se vuelven un poco más demandantes al presionar su piel, estiro los dedos que trepan por sus piernas hasta abrazarla por la cintura, somos lo suficientemente delgados como para que un abrazo sea fácil de volverse estrecho. Mi nariz marca el camino antes que mi boca al subir por su cuello, hasta dejar un beso sobre su mentón y luego, dejar uno pequeño en sus labios — Hay algo en ti que es tentador para mí y no sé qué es, pero durante toda mi vida me enseñaron que algo como esto es lo peor que podría hacer. ¿Tiene sentido para ti? — debería, a ella también le inculcaron cosas parecidas pero a la inversa. Sonrío, riéndome más que nada de mí mismo — Ya, sé que estoy hablando demasiado, pero ya conoces el dicho: mejor afuera que adentro.
Nunca pensé que un contacto tan sencillo como podía serlo el de sus palmas contra mis muslos fuera algo que podría generarme cualquier cosa. Pero aquí estaba, sentada en el regazo de Jim, dedicándome a degustar su piel mientras trataba de no mostrar lo mucho que disfrutaba de su tacto. Es cuando sus puños se aferran a la tela en lugar de a mis piernas que puedo sentir otra sensación de satisfacción, diferente porque lo canto como una pequeña victoria en esto tan desconocido que de momento solo podía explorar con él. - No sabría decírtelo, pero no me molestaría que esto fuera algo habitual cuando no haya testigos cerca. - Si él podía provocarme, yo no tendría inconvenientes en hacer lo mismo. Además de qué no estaba mintiendo, así que solo para que no lo dude, pongo un poco más de empeño en mi tarea, dejando un camino de besos que llega hasta su clavícula antes de volver a subir.
Me sonrío de manera inconsciente cuando dice que no soy irritante, y aunque me cuesta enfocarlo cuando él busca refugio detrás de mi oído, o en mi cuello, puedo entender lo que dice. Si no le contesto de inmediato es porque me sorprende al tironear de mi cuerpo hacia sí, logrando que mi pecho se pegue contra el suyo y generando que la diferencia de alturas se acorte incluso más que antes. Lo agradezco, me gusta poder mirarlo a los ojos y no solo a su mentón, así que refuerzo su intento de cercanía al cerrar un poco más mis brazos en torno a su cuello. No es suficiente, así que en lugar de dejar mis piernas colgando a su alrededor, tambien las junto hasta poder encerrar su cadera, aprovechando que el diseño de la silla me permite enganchar el empeine de mis pies por detrás de las patas. - Puedo entender lo que dices, porque pienso que en mi caso fue igual, pero al revés. - Eso no soaba muy bien, pero era lo que había sucedido. - Cuando me conociste era una niña insoportable a la que le habían enseñado que los humanos eran criaturas despreciables que debían agradecer que les dejemos estar en nuestra presencia. - No me gusta estar relatando esto, sobre todo porque me hace estremecer por razones muy diferentes a las de segundos atrás. - Por alguna razón me suena a que eso fue una vida atrás e incluso aunque todavía esté confusa en torno a muchas cosas, decidí dejar de ser un loro que repite sin tener ideas propias.
Cuando vuelvo a besarlo no siento la necesidad de profundizar el beso y prefiero demorar unos segundos en juguetear con sus labios, mordisqueando con suavidad uno de ellos antes de soltarlo. - Yo creo saber que es lo que me tienta de tí. Creo que tiene que ver con el hecho de que no te importa cuestionar cada cosa que hago o digo y lo haces sin la necesidad de imponerte sobre mí. - Incluso al permitirme besarlo era tentativo y siempre se aseguraba de que todo fuese una elección consciente, que hacía sabiendo los riesgos. - Eres una especie de desafío al poder ser siempre sincero, y puede que eso sea más atractivo que tu mandíbula incluso. - Lo último es una broma, pero es una que me permite mordisquear allí mismo donde nombro antes de soltar una risita. - Creo que hay muchas cosas peores que esto en la vida como para andar cuestionando que tan mal puede ser el pasarla bien con alguien en quien puedes confiar.
Me sonrío de manera inconsciente cuando dice que no soy irritante, y aunque me cuesta enfocarlo cuando él busca refugio detrás de mi oído, o en mi cuello, puedo entender lo que dice. Si no le contesto de inmediato es porque me sorprende al tironear de mi cuerpo hacia sí, logrando que mi pecho se pegue contra el suyo y generando que la diferencia de alturas se acorte incluso más que antes. Lo agradezco, me gusta poder mirarlo a los ojos y no solo a su mentón, así que refuerzo su intento de cercanía al cerrar un poco más mis brazos en torno a su cuello. No es suficiente, así que en lugar de dejar mis piernas colgando a su alrededor, tambien las junto hasta poder encerrar su cadera, aprovechando que el diseño de la silla me permite enganchar el empeine de mis pies por detrás de las patas. - Puedo entender lo que dices, porque pienso que en mi caso fue igual, pero al revés. - Eso no soaba muy bien, pero era lo que había sucedido. - Cuando me conociste era una niña insoportable a la que le habían enseñado que los humanos eran criaturas despreciables que debían agradecer que les dejemos estar en nuestra presencia. - No me gusta estar relatando esto, sobre todo porque me hace estremecer por razones muy diferentes a las de segundos atrás. - Por alguna razón me suena a que eso fue una vida atrás e incluso aunque todavía esté confusa en torno a muchas cosas, decidí dejar de ser un loro que repite sin tener ideas propias.
Cuando vuelvo a besarlo no siento la necesidad de profundizar el beso y prefiero demorar unos segundos en juguetear con sus labios, mordisqueando con suavidad uno de ellos antes de soltarlo. - Yo creo saber que es lo que me tienta de tí. Creo que tiene que ver con el hecho de que no te importa cuestionar cada cosa que hago o digo y lo haces sin la necesidad de imponerte sobre mí. - Incluso al permitirme besarlo era tentativo y siempre se aseguraba de que todo fuese una elección consciente, que hacía sabiendo los riesgos. - Eres una especie de desafío al poder ser siempre sincero, y puede que eso sea más atractivo que tu mandíbula incluso. - Lo último es una broma, pero es una que me permite mordisquear allí mismo donde nombro antes de soltar una risita. - Creo que hay muchas cosas peores que esto en la vida como para andar cuestionando que tan mal puede ser el pasarla bien con alguien en quien puedes confiar.
Recuerdo muy bien a la niña que me describe, se siente demasiado lejano y a la vez, me gusta pensar que el tiempo no pasó tan rápido como para que terminemos de esta manera. Me siento demasiado viejo para ella y, a su vez, no me cuesta encontrarme a la par que sus pensamientos cuando se trata de compartir nuestros acuerdos y desacuerdos. Es imposible no sentirse atrapado por el modo que tiene de pegarse a mí incluso con sus piernas, creo que hay algo en mi cabeza que está latiendo y no tiene nada que ver con mis pulsaciones, sino con esa corriente eléctrica que tengo que dejar pasar para no sentir que soy un desastre — Menos mal — dejo caer — Sé que yo no era tu persona favorita, pero daban ganas de meterte uno de los bollos de Sage en la boca para que la cierres de una vez — hasta me permito reír por lo bajo, que burlarnos del pasado es la mejor manera de aceptar que ahora mismo nos estamos enroscando con demasiado ímpetu, incluso cuando el mundo no cambió tanto como nos gustaría. Yo sigo siendo un esclavo fugado, ella continúa siendo la hija perfecta de un ministro pulcro. Aún así, no quiero que se aleje, no por ahora, que ya será momento de volver a marcar un límite como ocurrió en la cocina.
— ¿Ah, sí? — es lo único que atino a decir, arqueamiento de ceja incluido, que tengo que callarme para que ella me dé esas mordidas que, por un momento, me desconcentran — ¿Estás queriendo decir que lo que te atrae de mí es lo que te disgustaba en primer lugar? Eres una revelación, princesa. Tendrías que hablarlo con tu terapeuta. Ya sabes, uno real y no en el cual terminas sentada en lugar de utilizar un diván, como las personas normales — obvio que me estoy mofando, nada de esto tiene mucho de normalidad. Levanto un poco el mentón en vista de que ella busca morder mi mandíbula, clavo los ojos en la lámpara del techo y contengo el aire. Un momento, luego otro, suspiro — Entonces no hay mucho más que hablar — murmuro — Solo pensamos demasiado cuando, en realidad, no hay nada en lo que pensar — porque lo que hacemos nace por instinto, no por medio de las neuronas; es obvio que éstas dejaron de funcionar hace un buen rato.
Es por eso que muevo mi rostro con intenciones de interrumpir el recorrido del suyo, tengo una necesidad renovada de que mi boca se tropiece con la suya y me encuentro con que hablar es solo una excusa para frenar lo que acabará sucediendo de todas formas. Siendo honesto en mi poca experiencia con el mundo real, jamás había besado a alguien de esta manera. Ella fue mi primera experiencia en una fiesta y estaba ebrio, lo que sucedió en el mercado era todo mucho más distante y furtivo. Nunca había tenido la oportunidad de que mi pecho se presione contra otro con tanta efusión, consciente de cómo respiramos a la par. Podemos tener varias diferencias, pero es fácil olvidarlas cuando nos encontramos en un terreno en el cual los dos nos estamos descubriendo, reconociendo que somos humanos a pesar de todo. Los besos son descuidados, de esos que se sienten atolondrados, acompañados de las manos que buscan su rostro, sus hombros y su cintura. Me siento suspirar y estremecer, estrechándome a ella como si la vida se me fuera en ello, como si tuviera que respirar de su aliento y no al revés, que se está quedando con todo el que me pertenece al tratar de capturar el aire. Que si vamos a usar los minutos que tenemos a solas, no voy a despedirlos hablando. Cuando somos solo nosotros, las cosas son más simples.
— ¿Ah, sí? — es lo único que atino a decir, arqueamiento de ceja incluido, que tengo que callarme para que ella me dé esas mordidas que, por un momento, me desconcentran — ¿Estás queriendo decir que lo que te atrae de mí es lo que te disgustaba en primer lugar? Eres una revelación, princesa. Tendrías que hablarlo con tu terapeuta. Ya sabes, uno real y no en el cual terminas sentada en lugar de utilizar un diván, como las personas normales — obvio que me estoy mofando, nada de esto tiene mucho de normalidad. Levanto un poco el mentón en vista de que ella busca morder mi mandíbula, clavo los ojos en la lámpara del techo y contengo el aire. Un momento, luego otro, suspiro — Entonces no hay mucho más que hablar — murmuro — Solo pensamos demasiado cuando, en realidad, no hay nada en lo que pensar — porque lo que hacemos nace por instinto, no por medio de las neuronas; es obvio que éstas dejaron de funcionar hace un buen rato.
Es por eso que muevo mi rostro con intenciones de interrumpir el recorrido del suyo, tengo una necesidad renovada de que mi boca se tropiece con la suya y me encuentro con que hablar es solo una excusa para frenar lo que acabará sucediendo de todas formas. Siendo honesto en mi poca experiencia con el mundo real, jamás había besado a alguien de esta manera. Ella fue mi primera experiencia en una fiesta y estaba ebrio, lo que sucedió en el mercado era todo mucho más distante y furtivo. Nunca había tenido la oportunidad de que mi pecho se presione contra otro con tanta efusión, consciente de cómo respiramos a la par. Podemos tener varias diferencias, pero es fácil olvidarlas cuando nos encontramos en un terreno en el cual los dos nos estamos descubriendo, reconociendo que somos humanos a pesar de todo. Los besos son descuidados, de esos que se sienten atolondrados, acompañados de las manos que buscan su rostro, sus hombros y su cintura. Me siento suspirar y estremecer, estrechándome a ella como si la vida se me fuera en ello, como si tuviera que respirar de su aliento y no al revés, que se está quedando con todo el que me pertenece al tratar de capturar el aire. Que si vamos a usar los minutos que tenemos a solas, no voy a despedirlos hablando. Cuando somos solo nosotros, las cosas son más simples.
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