The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
Una masacre. Eso fue lo que pasó hace escasos días en el distrito 9. No conocía realmente a ninguno de los fallecidos, pero eso no quita que no pueda sentirme mal por las vidas que se perdieron ahí. Como el del matrimonio de aurores que ha muerto, que por lo que he podido escuchar, resulta que tenían un pobre hijo que ahora ha quedado huérfano. Siendo yo padre, me eriza la piel imaginarme esa situación dejando a Maeve sola. Y lo que es peor: alguien que creía perdido estaba entre la gente que puso a esas personas en peligro. Después de meses buscándola sin parar, de seguir rastros que nunca llegaban a ninguna parte porque no pude sonsacarle nada de información a Kenna Richards, por fin sé que Arianne sigue viva. No sé cómo acabó escapando del Gobierno cuando Richards se la llevó de su casa, pero al menos sé que está con vida. Y ojalá tuviera tiempo de indagar ahora, pero tengo una hija adolescente de la que ocuparme y ella es lo primero.

Maeve está peligrosamente cerca de cumplir la mayoría de edad, lo que significa que se cree con autoridad de incumplir las pocas normas que le pongo. No me considero un padre estricto, pero... ¡qué menos que ir a clase! No es como si le pidiera que sacase todo notables y excelente, simplemente que asista. No sabe la suerte que tiene de tener una adolescencia normal; de tener una casa estable, amigos que están para ella, y una educación decente. En cambio, prefiere perder el tiempo haciendo vete a saber qué. Solo espero que no sea para saltarse clases con Oliver Helmuth, que últimamente le he visto alguna que otra vez por casa. No sé en qué momento mi hija empezó a relacionarse tanto con las familias de los ministros, y no me desagradaría porque puede ser una oportunidad para abrirle puertas... si cumpliera con sus obligaciones académicas.

Con un café recién preparado, me siento en uno de los sillones del salón, a esperar a que los minutos pasen y mi hija llegue a casa. En mi cabeza he planeado la conversación decenas de veces, pero sé que al final acabaré improvisando porque con Maeve por mucho que planifique, nunca me ciño a lo que había pensado. Tiene el don de desviar la conversación a su favor; no sé de quién lo habrá sacado.

Es así, bebiendo y leyendo las noticias para disimular, como estoy cuando por fin la puerta se abre y la cabellera morena de mi hija se asoma por la puerta del pasillo. — Maeve — la llamo para que venga al salón. — ¿Cómo han ido las clases? — pregunto con mi mejor sonrisa mientras dejo la taza de café sobre la mesita. Y es que ella no lo sabe ni yo voy a soltarlo tan pronto, pero esta mañana me han informado de que en el último mes ha faltado varias veces sin dar explicaciones a los profesores.
Jasper E. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Después de lo que ocurrió en el distrito nueve, he tenido que retrasar mis entrenamientos con Rebecca porque bueno, creo que no hace falta una explicación muy larga de como se desarrollaron las cosas. Los rebeldes aniquilaron a la seguridad nacional del país, incluida mi mentora, que como líder de los licántropos lo cierto es que yo hubiera esperado un resultado diferente. He ido a verla, a pesar de que no consideré oportuno presentarme en el hospital cuando aun se estaba recuperando, sí que acudí a su casa una vez supe que ya había salido para continuar la recuperación en la comodidad de su casa. Pero es fuerte como una roca, incluso cuando la machacaron apenas tardó unos días en volver a la rutina que entre ella y yo habíamos formado ahora que estoy, no diré que legalmente, saltándome clases. Los días en los que no estuvo en pie tengo que reconocer que me las piré para hacer otras cosas que no eran entrenar, ¡pero hey! Tengo permitido ser un poco adolescente y saltarme las clases con algún compañero para hacer lo propio de gente de mi edad. Ósea, fumar porros en la esquina del colegio.

Bueno… que solo ocurrió una vez, ajá. El resto de tiempo sí que lo he estado dedicando a entrenar mi cuerpo, antes tenía una idea clara de que quería unirme al escuadrón — sí, aún tenía que ver qué excusa encontrar para eso delante de mi padre —, pero después de lo que pasó con los rebeldes no estoy tan segura de que ese sea mi camino. El caso es que últimamente estoy pasando más tiempo fuera en el campo que sentada en un escritorio de clase, lo cual no me preocupa porque el único motivo por el que un profesor se fijaría en mi ausencia es porque no hay nadie lanzando petardos a la pizarra o hablando de más con el compañero de al lado. ¡Vamos! Que nadie puede negar que no soy una joyita de alumna.

Como cualquier otra tarde temprana, después de lo que se supone serían las horas de clase después de la comida, llego a casa y entro por la puerta con la tranquilidad de estar comiéndome una barrita de chocolate buenísima, esas a las que me estoy empezando a aficionar porque son una buena carga energética después de los entrenamientos. Claro que no espero encontrarme con la figura de mi padre cuando atravieso el pasillo principal con intención de subir las escaleras para ir hacia mi cuarto. Me recuerdo a mí misma que no tengo que entrar en pánico, que no tiene por qué saber nada de… bueno nada, como padre su tarea es no enterarse de nada, lo más probable es que pregunte por mis clases porque quiere hacerse el interesado, cuando mis contestaciones antes de empezar a saltarme clases siempre eran un gruñido de aburrimiento.

Bajo el escalón que he subido por inercia, dirigiéndome hacia la puerta del salón en lo que le echo un vistazo. — Eeeeh, pues… aburridas, como siempre, el profesor Buttons podría esmerarse un poco más en sus lecciones, la historia es de por sí un coñazo tremendo como para que no cambie la voz en toda la hora cuando debería estar haciendo sonidos tipo ¡boom! O ¡ay, me muero! para amenizar la guerra mágica del siglo XX. — mierda, fue un mal ejemplo teniendo en cuenta los acontecimientos de estos días, ¡controla tu boca Maeve! ¿Por qué siempre hablo tanto cuando estoy nerviosa? A mi favor es que las mentiras elaboradas siempre funcionan. — Ah, y nos ha mandado una redacción sobre eso, así que estaré en mi cuarto esta tarde… redactando. — agrego, así aseguro que no me molesta. Pero espera, me siento muy ligera como para tener deberes, es en ese momento en el que caigo en la cuenta de que mi cerebro decidió que era una buena idea salir sin mochila esta mañana. ¡Pero es que se suponía que no iba a estar en casa! Rápido, necesito un método de distracción. — ¿y tú? ¿no se supone que deberías estar trabajando? — hacerme la loca siempre se me ha dado bien, así que esa es la estrategia por la que voy, de paso le pego un mordisco a la barrita. Naturalidad, eso es.
Maeve P. Davies
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
De vez en cuando voy leyendo las noticias, más que nada porque no quiero parecer que la estoy controlando, tratando de analizar cada uno de sus gestos conforme va relatando su día en clase. Pero hay varios detalles de los que parece no percatarse, mientras que yo sí, por mucho que me esté haciendo el idiota. El primero es el más obvio, y es que ha llegado sin mochila. Que vale, hace unos años ya que me gradué yo, pero está claro que las mochilas y libros no han desaparecido en poco más de una década. Y luego está el segundo detalle: que nunca le he visto explicar algo de clase con tanto detalle, siendo tan específica. Ya ni hablemos su repentino interés por las clases de historia y por la Guerra Mágica. ¿Desde cuándo escucha tanto en clase? No tengo una hija tonta, más bien todo lo contrario; pero creo que está claro que el poco interés académico lo ha sacado de mí, pues yo era igual, aunque sí asistía al colegio.

Ni siquiera la interrumpo mientras habla, tan solo voy leyendo y cuando por fin acaba, me tomo mi tiempo en inclinarme para volver a coger la taza de café de la mesa y dar un largo sorbo, saboreando la bebida. Hay tantas cosas por dónde podría empezar a responder... ¡pero su última pregunta se lleva el gran premio! — Me he cogido el día libre. Hay que desconectar de vez en cuando, ¿sabes? No es como si nadie fuera a notar mi ausencia con tanto trabajador rondando por el Wizengamot, y más con el desorden que hay últimamente... Seguro que me entiendes, ¿verdad? — digo con una sonrisa cómplice, y me encojo de hombros como si esto no tuviera importancia. Porque quizá se piensa que al ser tantos alumnos en el colegio, nadie se ha percatado de que falta, pero está muy equivocada. — Demasiadas responsabilidades en esta vida... — añado, y suspiro de forma pesada. — ¿Nunca te han dado ganas de hacerlo tú? Puedes contármelo. — Quizá si de verdad fuese sincera, se lo perdonaría mucho antes. Como digo, no soy un padre exigente; solo pido un poco de comprensión y entendimiento. — Seguro que los profesores tienen que estar muy pesados advirtiendo de que llevéis cuidado después de lo que ha pasado en el 9, y eso puede ser mucha presión. — Y es cierto, pero no es una excusa para faltar a clase; no cuando lleva haciéndolo semanas.
Jasper E. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
¿Cogido el día libre? — repito. ¿Por qué algo en esa frase me hace sentir que no encaja del todo con la figura de mi padre? — Entiendo eso de desconectar, por supuesto, pero… ¿no está un poco fuera de lugar con toda la que está cayendo? Supuse que tendrías mucho trabajo en el ministerio. — continuo, con estas dotes que me dieron de investigadora profesional, pronto terminaré por quitarle el puesto a Sherlock Holmes y me convertiré en la nueva protagonista de novelas de misterios. Eso o es que solo me parece extraño que tenga esta actitud frente al panorama nacional. Además, ¿por qué pediría mi opinión al respecto? Si hubiera querido tomarse el día libre sin ningún propósito específico, lo hubiera hecho sin consultarme, que ya es bien mayorcito, pero no, en su lugar salta con ciertas anotaciones que me hacen dudar de sus honestas intenciones.

Doy un paso más hacia el salón, en vista de que no hay peligro aparente, tratando de descubrir en su rostro bajo el periódico algún problema que no esté notando desde la distancia. ¿Que si puedo contarle qué, exactamente? — ¿Todo esto viene por mi trabajo cuidando de la hija menor de los Powell? Porque te recuerdo que fue tu idea eso de que me buscara uno, con eso de la responsabilidad… ¿ahora quieres que me tome días libres, así porque sí? — vamos, que no he escuchado a mi padre quejarse de las responsabilidades que tiene como miembro del Wizengamot en todo el tiempo que llevo de vivir con él, y de eso ya hace un tanto. No comprendo a qué viene de repente con estos comentarios, los mismos que me hacen alzar las cejas en lo que mis labios se aprisionan en una línea curva algo parecida a una mueca.

Ah, eso… — me llevo otro trozo de comida a la boca, como método para ahorrar algo de tiempo en lo que me invento una excusa. Lo malo es que es el último cacho que me queda, así que solo me queda arrugar el paquete metálico mientras mastico con demasiada calma. — Tampoco tanto, solo están preocupados por los que quedaron recluidos en el nueve, pero de nosotros… pasan bastante, nada nuevo. — bien, creo que no dije nada que no sea verdad. En el Royal no han tenido tantos problemas con eso como con el Prince, pero yo sé que el cuartel de profesores aun así se ha reunido para tratar de solucionar esos problemas. Por lo demás, todo sigue como siempre, o eso creo, hace unos cuantos días que no piso un aula como para saberlo. ¿Será eso que está sospechando? — Bueno, si eso era todo, iré a… hacer la tarea. — ósea, dormir la siesta, es lo bueno de saber magia y poder cerrar la puerta con ella.
Maeve P. Davies
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
¿De verdad es tan extraño que me coja un día libre? Vale, es cierto que generalmente llego a las tantas de la noche y que hay días que me ha encontrado tirado en el sofá, dormido rodeado de papeles, pero vaya... Quizá sí que es más extraño de lo que imaginaba. ¿En qué momento me volví un hombre obsesionado con el trabajo? Si todavía recuerdo cuando tenía su edad... — Eh... Estoy intentando relajarme; ya sabes, vivir un poco más el día a día — improviso, y me rasco la cabeza, algo nervioso porque sé que no he sonado demasiado convincente. — La vida a veces puede ser muy dura, Mae, y hay que aprovecharla un poco. — Lo cual es cierto y sé que debería empezar a aplicármelo, pero no es motivo para que ella se vaya saltando clases cada vez que quiere. — Necesitaba desconectar de todo y asimilar ciertas cosas sobre lo que ha pasado en el 9. — Y es otra verdad, pero no voy a entrar en detalles. Arianne me preocupa, igual que la situación del país, pero el motivo por el cual no he ido al trabajo es por mi hija.

No entiendo por qué lleva la conversación a su trabajo como niñera, y creo que mi cara de desconcierto lo deja bien claro. Esa es la menor de mis preocupaciones, porque al menos sé que mientras está cuidando del bebé, está haciendo algo de provecho, en vez de vete a saber qué. — ¿Qué? ¡No, no es eso! — Sueno algo irritado, pero es porque estoy empezando a cansarme de ser indirecto y de que ella tampoco se sincere. — Estoy muy orgulloso del trabajo que haces y creo que es una buena oportunidad de hacer contactos en un futuro. — Por algún sitio tendrá que empezar, ya que ni siquiera sé todavía hacia qué especialización va a querer ir una vez termine los estudios obligatorios... Yo tardé años en dedicarme a algo porque mi vida dio un cambio drástico cuando salí de los Juegos, ¿pero ella qué excusa tiene? Es una chica normal y corriente.

Al final, doblo el periódico y lo dejo a un lado del sofá. Estiro las manos hasta escuchar los nudillos crujir mientras pienso cómo decirlo de una vez, pero sé que por mucho que piense y piense, no voy a llegar a ninguna parte. Así que, lo único que puedo hacer es... — ¿Por qué te estás saltando clases, Maeve? — suelto de golpe, mirándola fijamente. — ¿Es por irte con Oliver Helmuth? Dime al menos que estás usando protección, por favor. — Es el único motivo que encuentro. Y lo que menos necesito ahora mismo es ser abuelo, de verdad. — Si quieres puedo comprarte pastillas, lo que sea. Pero lo que no voy a permitir es que te saltes las clases para irte con él o con quien sea — aclaro. No me hace gracia que vaya teniendo sexo por ahí, pero prohibirlo no va a servir de nada.
Jasper E. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Respondo a sus explicaciones con una ceja alzada, la curva de mis labios refleja que estoy cerca de ponerme a dudar sobre ellas, a pesar de que no digo nada al respecto. Me limito a asentir con la cabeza, en silencio y con la pregunta de a qué viene todo esto empezando a formularse no solo en mi cabeza, sino también en mi boca cuando la muevo con intención de hablar. — Ehrmmm… Ya. — es lo que sale en su lugar. La verdad es que no necesito una demostración de lo dura que puede llegar a ser la vida. Se me cuela una sonrisa sardónica por los labios, con un ruedo de ojos bastante evidente porque era obvio que lo único que le preocupa de mi trabajo es que pueda conseguir contactos. Como si quedara genial ser niñera de un ministro en el currículum, claro… — ¿Entonces qué es lo que pasa? — espeto al final, con un paso ya fuera del salón en mi insistencia de terminar con esta conversación de una vez.

Ah, eso es lo que pasa. Mierda. — ¿Queeeeé? ¿Pero de dónde has sacado eso..? — bien, puede que lo agudo de mi voz no ayude en lo absoluto a negar algo que ya solo por mi cara se debe ver que estoy en problemas. Más no es eso lo que me preocupa en realidad, lo hace lo que suelta a continuación y que provoca que se me caiga la mandíbula de sopetón. — ¡paPAÁ! — la verdad es que eso no me ha hecho sonar mucho más convincente que antes. Tengo que entrar en el salón, haciendo aspavientos con las manos como si con eso pudiera sacarle esas ideas que tiene en la cabeza. — ¡No me estoy acostando con el hijo de un ministro en clases si es lo que insinúas! — no en las horas de clase al menos, ¿qué incómodo sería eso? — ¿Comprarme…? ¡Por favor! Lo que haga o deje de hacer en mi intimidad no es cosa tuya, papá, y menos necesito que andes dándome lecciones de protección, precisamente tú. — auch, eso fue un punto bajo, lo reconozco. Pero vamos, que él no lo sabe, pero soy estéril, ¿qué clase de problemas iba a tener?

¿En serio cree que ando teniendo sexo por ahí con cualquiera? ¿A qué viene esta clase de acusaciones? A no ser… — Espera… ¿tú no verías…? — ni termino la frase, puedo caerme muerta si el vídeo directo del verano pasado ha terminado, de alguna manera, en sus manos. No, no, no puede ser. — ¡Ay, papá! De verdad, no me salto clases para tener sexo, no sé quién te has creído que soy… pero aunque lo hiciera, ¡no es de tu incumbencia! Llevo pirándome desde el inicio de las clases, ¿y es ahora que te preocupa? ¿Qué ocurre? ¿Son las inscripciones a candidato a padre del año y no quieres perdértelas? — suelto un ‘¡prfff!’ demasiado evidente, amigo mío… está más ciego que el gato tuerto de la vecina, ¿a quién pretende engañar? Tiene una hija licántropo desde hace casi un año y ni se ha enterado del poco tiempo que paso en casa desde hace meses, apenas responde a los cambios en mi humor que son molestos hasta para mí, ni que tengo el cuerpo destrozado después de cada transformación a causa de que todavía estoy en un proceso de adaptación. Pero claro… en el momento en el que se entera que no asisto a clases, ¡se monta la de cristo! Hipócrita. — ¡Me voy a dar una vuelta! ¡Espero que hayas recapacitado para cuando vuelva! — me doy la vuelta espero que bastante digna porque ah, sí, yo dándole lecciones a mi padre, qué oportuno.
Maeve P. Davies
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Jasper E. Davies
Miembro del Departamento de Justicia
La lista de motivos por los que puedo intuir que tiene algo con el chaval Helmuth es bastante larga, y si empiezo no acabaría en un buen rato, pero incluso así... — Veamos, Mae... Pasas mucho tiempo con él, por no hablar de las veces que le he visto en casa — explico, intentando hacer memoria de alguna situación concreta. — ¡Ah! ¿Y qué hay de aquella vez que entró en casa mientras todavía estabas durmiendo? — Que no es que me hiciera especial gracia dejarle pasar y meterse en la habitación de mi hija mientras ella estaba todavía en la cama, pero no tenía tiempo de negarme porque ya llegaba tarde al trabajo. — Creo que son motivos suficientes. — Sin embargo, su intento de negación lo único que consigue es preocuparme. — Espera, ¡¿qué?! ¿Significa eso que sí te acuestas con él fuera del horario escolar? Porque si es así, deberías pedir hora para ir al ginecólogo; hacer visitas rutinarias y... ya sabes, todo eso. — Puedo notar cómo mis mejillas se enrojecen por la incomodidad de la situación porque no es agradable hablar de estas cosas, pero sí es necesario. — No voy a prohibirte nada ni te acompañaré al médico cuando tengas que ir para esas cosas, pero solo pido un poco de confianza y, sobre todo, que me respetes. — Sé que yo no hice las mejores decisiones en mi adolescencia, pero eso no es motivo para que me recrimine que yo no utilizase protección. Si lo hubiera hecho, para empezar ella no estaría aquí, por muy joven que fuera para tener un bebé en aquel momento. Tampoco voy a permitirle que vuelva a insinuar que no he sido un buen padre, cuando ni siquiera sabía que existía hasta hace dos años.

Entre sus intentos de hacerme daño y recriminarme cosas típicas de una rabieta de adolescente, capto un mensaje que de verdad me preocupa. No entiendo a qué se refiere cuando menciona que si «vi» algo, y en un principio mi única reacción es fruncir el ceño y agachar la mirada, tratando de encontrarle sentido a esas palabras porque empiezo a imaginarme cosas que no quiero ni pensar. — ¿De qué hablas? ¿Acaso ronda algo tuyo de contenido no apto para menores? — Que ella es una menor, pero intento sonar lo más refinado posible porque me niego a utilizar la palabra «porno» o «sexual» en este caso. Desgraciadamente, mis dudas quedan en el aire porque justo cuando abro la boca para preguntarle algo más, coge y se da la vuelta. Para orgullo el mío, que me levanto de un salto, me cruzo de brazos ,y miro en su dirección con la mirada más seria que puedo poner. — ¡MAEVE PENELOPE DAVIES! — Nunca uso su nombre completo, pero creo que no hay mejor situación que esta para hacerlo. — Más te vale sentarte aquí y explicarme por qué te saltas clases. Me da igual cuánto tiempo lleves haciéndolo porque por suerte para ti, el profesorado se lo había callado hasta ahora. — Le señalo el sofá, todavía mirándole con semblante serio. Tengo pensado intercambiar un par de palabras con sus profesores para que me expliquen por qué no me han avisado hasta ahora, pero puedo imaginar que el hecho de que no sea una alumna fácil ha influido.
Jasper E. Davies
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
¿Qué mente tan retrógrada tiene que tener mi padre para que crea que un chico y una chica no pueden ser amigos sin que se les acuse de tener algo más? Por favor… — Nos llevamos bien, solo somos amigos. — aunque haya otros intereses de por medio, unos con derecho a roce, es en lo que quedamos porque no necesitamos montar drama, no como el que está montando mi padre, para variar. — Lamento decirte que tus motivos son un poco basura, papá. Oliver solo entró en casa aquella vez para tratar de convencerme de ir a la escuela, encima que se muestra como una buena influencia, te quejas, hay que ver… — ruedo los ojos en sinónimo de no entender a qué viene tanto dramatismo. Mis mejillas pronto pasan a adquirir un calor notable, el mismo que me hace mirar al suelo con los ojos cómo platos por tener que escuchar semejantes ideas. — ¿En serio quieres que vaya a un ginecólogo? Porque si eso te hará feliz y que dejes de imaginarte escenarios eróticos en tu cabeza, no tengo problema en acudir. — le miro, alzando las cejas, como si estuviera retándole a que me diga que quiere acompañarme. De ninguna manera, suficiente tengo con que haya propuesto algo como tal. — Por supuesto que te respeto… — aseguro, tan seguro como que no me destornillo de la risa en su cara porque si hay algo que no le sienta bien a mi padre, es esta repentina preocupación por mi persona.

Ahora sí que no puedo contenerme las ganas de reírme cuando usa la expresión contenido no apto para menores y, con intenciones de poner a mi padre todavía más incómodo con todo esto, doy paso a un rostro serio que da a entender que estoy hablando completamente en serio. — Pues claro, Maeve Davies, diosa del sexo oral, en sexyhotspot.com de lunes a viernes 24 horas, ¿te enteras ahora? — trato de mantener la serenidad en mi cara por todo el tiempo que me lo permite ver su reaccionar, hasta que no puedo resistirlo y acabo por soltar una risotada incrédula. Creo que eso sirve como respuesta y final de la conversación, si no fuera por que mi nombre completo sale de sus labios y tengo que girarme, extendiendo las manos en alto en sinónimo de que tiene que relajarse. — Wo, wo, quieto ahí, fiera. — no es una buena cosa el llamar a tu padre fiera, quizá sí tengo que empezar a replantearme eso de tomarlo un poco más en serio de lo que he hecho hasta ahora. Con un resoplido que me desinfla todo el aire de los pulmones, arrastro los pies hasta el sofá y me dejo caer con toda la parsimonia que me produce tener que dar explicaciones. — Vamos a calmarnos, papá, te estás poniendo rojo. — o morado, también un poco verde. — Me salto clases porque el colegio me aburre y tengo mejores cosas que hacer, que sí me van a servir para el futuro, ¿contento? — alzo las cejas, cruzando los brazos sobre mi pecho y observándole desde una posición baja al sentirme parte de un interrogatorio.
Maeve P. Davies
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