The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Todo es una burla. Los pájaros son una burla. La radio encendida es una burla. La sonrisa de Gaspard en un extraño buen humor es una burla. Aún me duele la nariz, pero han pasado días, asumo que es culpa del remordimiento más que del golpe. Me tiemblan los dedos, esos que de todos modos encuentran el modo de sostener la mochila con más fuerza de la que me creo capaz. Asomo la cabeza por la ventana de la cocina, los elfos están demasiado ocupados en el jardín, la señora Leblanc se encuentra en el ministerio, nadie sospechará de un esclavo que debe ir al mercado; incluso, está en mis tareas semanales. Paso el dorso de mi mano por debajo de mi nariz y me desvío, abro la alacena y me hago con algunas latas. La botella de agua, galletas que acaban tapando las mudas de ropa. No tengo demasiadas pertenencias, no será equipaje pesado. Me basta con recordar los anuncios de la semana para sentir que se me revuelve el estómago. Se han anunciado nombres, algunos rostros, los tributos elegidos ya se mencionan en el noticiero. Cierro la mochila con demasiada fuerza.

El inicio de septiembre es caluroso, pero la brisa nos recuerda que dentro de poco será otoño y las hojas no se encuentran tan firmes como el mes pasado. Sostengo una de las tiras grises en lo que bajo los escalones de la mansión con un andar que, espero, se vea casual, decidido a enseñar mi permiso de compras en la entrada de la isla para ser transportado al Capitolio. ¿Y de ahí? La excusa del Mercado en el doce, más permisos, un tren que tomar. No tengo idea de a dónde estoy yendo, pero es mejor de lo que dejo atrás. Probablemente esté muerto en una semana, pero no me importa. Si me quedo, no habré hecho nada.

Es el llanto de un bebé lo que me detiene. No, no llora, creo que se está riendo. ¿Los bebés se ríen tan fuerte? Volteo la cabeza, tengo que dar algunos pasos para apartar las rosas y asomar los ojos hacia lo que parece ser parte del terreno de los Powell. Hay un sombrero amarillo muy grande en un cuerpo muy pequeño, el chapoteo me indica que es día de piscina. Reconozco la cabeza rubia que cuida de la bola rosa, a la cual no le puedo ver la cara, pero que me produce una extraña sensación amarga. Debes irte, James. Date la vuelta y vete.

Creo que al destino le encanta joderme. Oigo perfectamente las ramas cuando se rompen por culpa de mi curiosidad y traspaso, sin desearlo, el límite de nuestros jardines. Estoy a varios metros de la piscina, pero puedo ver como Meerah Powell ya se ha percatado de mi presencia y tengo que alzar las manos en señal de disculpa — Lo lamento, no quería interrumpir — no, no tengo intenciones de conocer a la bebé que me ha jodido una amistad, que es la ironía de la representación de lo que he creído toda la vida. Desvío la mirada como si estuviera viendo algo grosero y me acomodo la mochila — Sigan con su día de pileta. Que tengas una buena tarde, princesa — me giro tan rápido que queda en evidencia que estoy huyendo, pero que va. No es que pertenezco aquí, de todas formas.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Ni siquiera el pensar que estamos a nada del retorno a clases hace que mi humor se opaque en el día de mi cumpleaños. Hay sol, todavía hace calor, y como Tilly es la bebé mejor portada del mundo entretenerla es una de las tareas más sencillas de la vida. Además está tan mona que aunque nunca pido nada para mis cumpleaños, en esta ocasión trataré de sugerir que me regalen una cámara. Dave podría enseñarme a utilizarla y yo podría llenar la casa de todas las hermosas expresiones que Mathilda podía hacer en todos los diferentes conjuntos con los que podía vestirla. Tal vez podría hacer eso de sacarle una foto con la misma remera todos los días y hacer un compilado para su primer o segundo cumpleaños, había visto esa tendencia y me parecía algo verdaderamente adorable. Sé que ella se dejaría, si casi no hace berrinche cuando está conmigo, y se ríe con cada cara boba que puedo ponerle.

Incluso ahora, que solo juego a generar pequeños salpicones a su alrededor se ríe como si fuese el día más feliz de su vida,¿ haciendo que al menos para mí, se convierta en uno que puede llegar al top 5 cuando menos. No creí que fuesen a gustarme tanto los bebés, o bueno, no creí que pudiera sentir tanto cariño por una bolita rosa que todavía no podía emitir ni una sola palabra. Pero lo hacía, y no es un sentimiento que vaya a cambiar pronto. No con sus cachetes inflados asomándose por debajo del ala del sombrero.

Me asusto cuando siento ruido a pocos metros de dónde nos hallamos. Es un día en el que ni Hans ni Lara se encuentran en la casa y, si bien dudo que nada pueda pasarnos, sé que hubo un incidente con una visita no autorizada hace no muchos días. Me volteo dudosa en dirección al sonido, y dejo que se me escape un suspiro cuando solo veo una mata de rulos conocida. - ¡James! - No sé de dónde viene la efusividad, pero como había dicho con anterioridad, dudaba que algo fuese a arruinarme el mal humor. - Ven, te debo unos bocadillos por la última vez y hoy tengo dulces de sobra. No hay nadie en la mansión así que dudo que Tilly diga algo al respecto. ¿O no bebé hermosa? - Su risa y sus cachetes me dicen que no tendrá problemas en guardar el secreto, así que pellizco sus mejillas y la levanto en brazos para que podamos salir de la piscina un rato. Es importante que se mantenga hidratada, y ya de por sí no pensaba estar mucho tiempo más en el agua. De verdad tenía ricos bocadillos, así que una vez afuera le hago señas a James para que se acerque. - Vamos, es mi cumpleaños. Prometo tratar de no llorar, y ni siquiera hay una pala cerca. - Le aseguro.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Puedo hacer como que no la he oído, es una buena idea. Hay ruidos naturales a nuestro alrededor, posiblemente un pájaro tiene la capacidad de cantar por encima de su voz, por clara que pueda llegar a ser. Si me detengo no es porque sigue hablando, sino porque su invitación me toma tan por sorpresa que no puedo hacer otra cosa que girarme hacia ella con mis cejas hechas una ola de confusión y la boca entreabierta. ¿Meerah Powell me está invitando unos bocadillos? ¿Dónde está la trampa? De seguro la han puesto como carnada y hay todo un escuadrón dentro de su casa esperando por sacarme una confesión, es eso. Nada les importa de lo que he podido decir hace unos días, ahora sí van a matarme, sin excusas, en silencio. La bebé gorda que se ríe también es una trampa.

Miro hacia cualquier otro lado en lo que ellas salen de la piscina, como si estuviera viendo algo prohibido porque… ¿No es ilegal que esté pasando un tiempo con las hijas de un ministro? Bueno, creo que no dice nada así de específico en la constitución, pero dice algo sobre las relaciones amistosas y ella acaba de… ¿Invitarme a su cumpleaños? — ¿No vas a hacer un festejo? — Hasta eso es sospechoso. Me doy la vuelta, el camino no está tan lejano, puedo irme ahora y no estaré perdiendo el tiempo. Pero… cinco minutos. Solo cinco minutos, algunos bocadillos que puedo meter en mi mochila, sobrevivir a la curiosidad de quien está debajo de ese sombrero amarillo. Puedo con esto. Cinco minutos.

Me volteo para ir hacia ella, bordeando su hogar justo para ver mejor la piscina, identificando que la niña estaba subida a un… — ¿Eso es un flamenco - flotador? — que presuntuoso; ni sé por qué me sorprendo, todo en esta isla lo es. Aferro mis manos a las tiras de mi mochila en cuanto llego frente a ellas, es más fuerte que yo la curiosidad de ladear el rostro cuando la bebé se mueve de manera que puedo ver sus facciones. Reconozco a Lara en sus ojos enormes y oscuros, en la pelusa morena que se asoma por debajo del sombrero, hasta en los pómulos redondos a pesar de ser dos mofletes rosados. Por alguna razón que desconozco, se sacude y suelta gorgoritos que se asemejan a una risa, lo que me hace curvar la boca hacia un lado en una sonrisa — Es adorable — se lo tengo que conceder. Me inclino vagamente hacia ella, tendiéndole un dedo índice que no tarda en tomar con sus dos manos — Hola, pelota de la discordia. Soy Jim — a pesar de que sacudo un poco nuestro agarre, aparto rápidamente la mano porque ella ha decidido que lo mejor es llevarse mi dedo a la boca y… eso sí que no.

No sé cómo mirarla, aún recuerdo las cosas que le dije a su madre cuando supe que estaba embarazada y ahora la tengo delante, siendo una persona real. Una niña que lo tendrá todo, mientras gente como Andrew son catalogados como basura. Vamos, no sabe ni hablar y tiene un flotador flamenco y un sombrero que debe valer más que toda la ropa que tengo puesta — ¿Dices que se llama Tilly? — pregunto — No sé si pueda estar aquí por mucho rato, tengo cosas que hacer. Ya sabes… mandados… y dudo mucho que esto sea algo que tu padre apruebe — y no quiero cruzarme con su madrastra, dicho sea de paso. Remuevo mis hombros con incomodidad, echándole un vistazo a la casa, a la cual no deseo entrar. Me da mala vibra, en especial cuando estoy por hacer algo que va totalmente en contra de las leyes que su dueño predica — Ah. Y feliz cumpleaños. No tengo nada para darte, además de mi espectacular presencia… — la broma me queda a medio camino, porque la sonrisa divertida se me va apagando un poco cuando me percato de una cosa — ¿Te han dejado sola haciendo de niñera en tu cumpleaños? — eso es deprimente hasta para mí.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Maniobrar con la bebé en brazos mientras trato de alcanzar la toalla se complica un poco, pero últimamente me estoy volviendo una experta en esto de ser multitarea y no tardo en pasar su peso a un costado, para estirarme y alcanzar la tela con el otro. Es chiquita, pero yo también lo soy así que me queda de lo más cómoda en lo que paso el paño primero por su rostro, y luego por el mío. - Tal vez el fin de semana, todavía no estoy segura. Es el primer cumpleaños que paso… así. - Y era decir mucho siendo que mi cumpleaños del año pasado fue confuso al estar todavía viviendo con Audrey, pero ya teniendo una relación con mi padre, y sin contar que solo días después fue el atentado en el ministerio. Así que sí, todavía no estaba segura de querer un festejo, tal vez una cena tranquila o alguna tarde con amigos. Sí, eso no sonaba mal.

- Era eso, o un sapo. Y son mucho más lindos los flamencos así qué. - Me encojo de hombros restándole importancia al asunto y colgándome la toalla sobre el hombro que tengo libre, me balanceo para alcanzar el pequeño vasito de Tilly. No toma mucho, seguramente ha tragado agua de la piscina pero bueno, ni siquiera usamos cloro para limpiarla así que no le hará mal. James se acerca y no tarda en notar lo obvio así sonrío en un principio, para luego tener que contener el impulso de golpearlo. - ¡No le digas pelota! - Como mucho era una bolita, no “pelota” así tan brusco. Incluso muffin era aceptable pese a que ya había perdido la costumbre de decirle así.

- Su nombre es Mathilda, chico ocupado. Pero sí, de cariño le decimos Tilly. - Porque era pequeña, adorable, y casi que hasta comestible. - Además, ya te dije que mi padre no está así que… - Le señalo la mesita donde están los dulces, el jugo fresco y el agua, y lo invito con un ademán a que tome lo que quiera. No era lo mismo que un postre de chocolate cuando me estaba sintiendo completamente mal, pero sabor no le faltaba, y buenas intenciones tampoco. - Gracias por los buenos deseos, aunque no esté muy segura acerca de la calidad del regalo. Creo que lo espectacular más que nada es tu ego. - Uno que alguien en sus condiciones no debería tener, pero que era refrescante en igual medida. Supongo que aprender a valorarse uno mismo cuando nadie más lo hace era la opción más sana para no hundirse en la depresión absoluta. - No suena tan malo como parece. Además de que yo me ofrecí. Es Miércoles, no es que tenga demasiadas cosas que planear a mitad de la semana. Me gusta pasar tiempo con mi hermana. - Ella solo se ríe y asiente sin tener idea de cómo es el mundo en el que le toca crecer.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Nada de decirle pelota a la pelota, entendido. Me encojo un poco con expresión de que no lo volveré a hacer, aunque trato de no reírme de ella — Mathilda. Suena a libro de época — no es un insulto, pero tampoco sé si es un halago; creo que es un nombre muy grande para una niña tan pequeña. Tal vez por eso tiene un sombrero tan inmenso, para cubrir toda la presencia que le hace falta con el cuerpo. Su apodo es un poco más acorde, me hace pensar en un pajarito o algo de menor tamaño, posiblemente con mayor simpatía. No puedo evitarlo, me pregunto internamente de dónde saca tanta sonrisa esa niña, que no recuerdo ver a sus padres ser tan joviales. Lara tiene sus momentos, no conozco a Powell lo suficiente como para decirlo pero tampoco me da esa impresión.

Y hablando del ogro, Meerah insiste en que no está y eso significa que tengo libre pase para tomar el té con la princesa en su castillito de cristal. Sigue oliendo mal para mí, no confío en los elfos chismosos y demasiado fieles a sus amos como para entregarnos si nos estamos saltando una norma o dos, ni hablar del temor a que alguno de los adultos responsables llegue antes de tiempo. Me resigno con un suspiro pesado y doy algunos pasos en dirección a la mesa, donde se lucen los bocadillos que, no puedo negarlo, se ven bastante bien — Puedo buscarte un regalo, pero nada de lo que pueda conseguir será algo que ya no tengas — tampoco puedo hacer mucho, seamos sinceros. Mis dedos revolotean sobre la comida, me decanto por algo que luce bastante empalagoso con la creencia de que necesitaré azúcar más tarde. ¿Cómo es tan delgada con todo lo que consume? — Así que esto es lo que haces en tus vacaciones. Piscina, bebé, comida… — no suena mal. Mejor que una celda es.

Me siento totalmente fuera de lugar, como algo que han sacado de su habitación para ponerlo en otra que no tiene nada que ver en su temática. Por eso me quedo quieto en lo que mastico con lentitud el dulce, el cual sospecho que me llenará los dientes de caries. No, creo que no podré robar nada sustancioso de este lugar, tendré que irme con las manos vacías. La miro, no muy seguro de qué hacer con tantas sonrisas y comentarios positivos cuando solo puedo pensar en un camino que se aleja demasiado de esto, de la realidad que no me pertenece. Trago con fuerza, solo espero que no se me note y me limpio las migajas de los labios con los dedos — Meerah…  — no puedo decirle la verdad, pero tampoco puedo quedarme aquí fingiendo que estoy disfrutando de su cumpleaños. Hago un ademán para pedir permiso y me sirvo un poco de jugo, el cual bebo con algo de ansiedad — Si pudieras pedir un deseo de cumpleaños, el que sea, ¿cuál sería? — es una duda honesta, la miro por encima de mi vaso en lo que trato de mantener los ojos en ella y no en la bebé. Bah, no puedo con eso, está ahí poniéndome caritas en lo que se entretiene mirándome fijamente y resoplo con desgano, dejando el vaso vacío sobre la mesa — ¿Puedo sostenerla? Prometo que no la dejaré caer — ¿Dije cinco minutos?
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Me toma verdaderamente por sorpresa cuando se ofrece a buscarme un regalo, más que nada porque sé que en su condición de esclavo a penas y debe tener cosas que llamar propias así que sí, puede o no que sus intenciones me hayan hecho sonreír pese a que no debería. - Creer o reventar, no soy fan de las cosas materiales a menos de que se trate de un trozo de tela así que… - Medito unos segundos y decido que sé que es lo que quiero pedirle. - ¿Sabes que me gustaría? Conocer tu apellido. En serio es muy raro que seas solo “James”. No eres un elfo o una mascota, así que debes tener un apellido ¿no? - Y tal vez no debería haber agregado lo último, pero era una concesión; pese a que todavía había un sin fín de cosas que debía pensar, analizar y meditar, ya no podía ver a los muggles como criaturas con colmillos que solo nos deseaban el mal. Eran personas y podía pensarlos como tal.

- Quemaduras de sol, pañales, indigestión… - Le aseguro ya que, por algún motivo siento que está cuestionando como elijo pasar mi tiempo. - También hago otras cosas. No es chiste el que trabajo, o al menos trato de hacerlo. Y estudio… - Porque había decidido que ser una ignorante no era algo que me gustase y que, si quiero tener en verdad una opinión debía saber justificarme, ante mí y ante otros. En casa no faltaban libros de leyes, así que puede o no que haya pasado algunas horas tratando de entenderlos dentro de la biblioteca. Sé que debería pedirle ayuda a Hans, pero todavía no sé qué le contestaría cuando cuestione mis intenciones. No sé si me creería si le digo que quiero seguir sus pasos o algo así.

Estoy tratando de alejar una masita de las manos regordetas de Tilly y así poder llevármela a la boca, pero no tengo éxito y cuando me distraigo al ver que James me llama la atención, ya se ha hecho con ella y está embarrándose la boca con la crema que tiene encima. Acabo por dejarla, después de todo la masa de la galleta es demasiado grande y crujiente como para que pueda comerla y la crema no le hará mal. - Ufff, pregunta complicada. ¿Sólo uno? Creí que eran tres. - Porque no sé si pudiese elegir solamente uno, deseaba muchas cosas, algunas más que otras. Decido tomarme unos minutos para pensar, así que me quedo con la pregunta dándome vueltas en la cabeza. - Puedes, pero debes estar sentado primero. Son las reglas. - No me importaba si había sostenido antes a un bebé o a cientos, los accidentes ocurrían y prefería minimizar riesgos si eso impedía que se lastimase. Lo bueno es que Tilly es un amor con todo el mundo, así que no tiene problemas con el cambio de brazos y eso me deja libre para esta vez sí comer algo, y tomar una de las botellas de vidrio que reposan a un costado.

- Voviendo a lo del deseo… En verdad no puedo elegir uno. Quiero cosas egoístas como el pedir que Hero esté bien, o que nada le pase a mi familia. Pero también otras mucho más generales y ambiguas como el poder saber de una vez por todas qué es lo correcto. - Tomo asiento en la reposera que está en frente y vuelvo a masticar otra de las masitas. No sé por qué era tan fácil hablar con James respecto a este tipo de temas, cuando con Lara o mi padre siento que cada cosa que sale de mi boca está mal. Tal vez sea porque a ellos los meteré en problemas mientras que James ya está en problemas solo por tener la sangre que tiene. - ¿Tú que desearías?
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
Ese es el regalo más inesperado de todos, creo que es mi principal razón para no negarme — Byrne — hace años que no hablo de mi apellido como es debido, a veces incluso me olvido que lo tengo. No poseo demasiada información sobre mi familia, he olvidado casi todo lo que pude retener y no es como si el único hermano que me queda, vaya a saber dónde, pudiera contestar esas preguntas — James Gabriel Byrne, si te interesa. Para que tu regalo sea un poco más grande — al menos, puedo bromear sobre ello, sobre la identidad que se supone que debo tener y no solo un número en las filas del mercado de esclavos. Intento no pensar en la cicatriz que me marca como un muggle desde que puedo recordar, esa que para casi todos los magos vale más que un nombre.

Me encojo de hombros para concederle la razón, no voy a ponerme a discutir cuando tengo que concentrarme en salir de aquí lo más rápido posible. Si ella dice que estudia, trabaja y mantiene un imperio, solo asentiré con la cabeza y me quedaré callado, de una vez por todas. Mala suerte para mí, es la primera vez que veo a Meerah Powell el no dar una respuesta inmediata y me encuentro con la sorpresa de que me está pidiendo que tome asiento. Maldición — ¿Es realmente necesario? — rezongo, pero acabo quitándome la mochila para ponerla en el suelo junto a la mesa, rogando que no se dé cuenta lo cargada que se encuentra. Me dejo caer en el asiento y tiendo mis manos en dirección a la bebé… que creo que es la primera niña que cargo en mi vida, así que la tomo con el cuidado de que no se me caiga y se rompa. Es más pesada de lo que parece, siento que estoy haciendo malabares hasta que puedo apoyarla contra uno de mis brazos en lo que puedo percatarme en la cantidad de crema que tiene encima. No puedo contenerme, lo encuentro lo suficientemente gracioso como para reír entre dientes. No está tan mal. De seguro ella crecerá con la ideología impuesta de que soy una basura, pero ahora mismo no entiende nada de eso. Tenemos dos brazos, dos ojos, una nariz y una boca, eso es todo.

¿Eso es egoísta? — pregunto escéptico, levantando la vista en su dirección — Egoísmo sería que pidas un pony. Voy a ser sincero, creí que querrías algo así. La hija de la ministra Leblanc amaba hablar de su yegua, incluso cuando trataba de ser amable conmigo. Eso es hipocresía pura — tal vez no debería estar mandando al frente a Ariadna, pero estoy seguro de que Meerah no dirá nada. Ahora mismo parece estar rodeada de una nube de colores cargadas de energía rosa y no sé muy bien cómo sentirme al respecto, cuando me encuentro en la vereda contraria. Se me cae la mandíbula cuando me devuelve la pregunta y me relamo, como si de esa manera pudiese encontrar las palabras — No estoy seguro. Mi cumpleaños nunca fue… bueno, no recuerdo haberlo festejado — sé que hubo celebraciones, pero son tan borrosas que no creo que cuenten como memorias reales — Pediría una casa. Una casa que sea mía y que no tuviera que limpiar. Pediría… — ¿Qué? ¿Qué mi mejor amigo no sea enviado a un espectáculo que acabará con su vida solo para contentar a los magos? ¿Que mi familia vuelva, cuando sé que es imposible? Nadie puede darme esas cosas, ni siquiera me darían bocadillos para empezar.

Salgo de mi nube personal de mala onda cuando el acomodar a la bebé en mis brazos para no soltarla acaba con sus manitos tirando de mi cabello, lo que me hace chillar tanto del tirón como por la sorpresa — ¡Que vas a dejarme calvo! — pero cuanto más la levanto en un intento de que suelte, más se va hundiendo y acabo con un bebé cubriéndome la cara, puedo deducir por la sensación de humedad que me está baboseando la cabeza. Como tengo toda su barriga tapándome la visión, tengo que ladear un poco el cuello así puedo ver a su hermana — ¿Siempre es así? Pensé que los bebés solo dormían, cagaban, lloraban, comían… y vuelve a empezar el círculo — no creí que el canibalismo fuera parte de su rutina. O tal vez la niña sabe que hay algo mal en mí e intenta evitarlo.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
James Gabriel Byrne, ¿estaba muy mal pensar que era un nombre común? Porque lo era, un nombre que podría tener cualquiera; un nombre que de tan solo escucharlo no me haría diferenciar si la persona que lo portaba tenía o no sangre mágica. - James Gabriel Byrne… - Maldición, hasta podía decir que era un nombre bonito. No como “Margareth”, que ni siquiera con el cambio de apellido lograba que tuviese rítmica o sonara imponente de alguna manera. - Es molesto, no es que no te pegue el nombre pero por tu culpa ya me acostumbré al “James”, no sé si pueda decirte “Byrne”, sería como hablar con otra persona. - No es que creyera que el saber su apellido fuese a cambiar algo, pero… Vamos a dejarlo en que fue mera curiosidad.

No voy a ponerme a explicarle todas las razones por las cuales era realmente necesario que fuese cuidadoso con mi hermana. Incluso si no fuese el causante del trágico accidente que acabó con la vida de mi puff, lo hubiese sentado de igual manera para sostenerla. Es mi hermana, una hermosa y pequeña bebé de la que era responsable en estos momentos. Y sí, podía ser cuestionable que la estuviese depositando en brazos de un esclavo. pero James me había demostrado que no era el maleducado insensible que conocí en el mercado e incluso me aventuraba a pensar que era bastante listo. O no sé si listo era la palabra, pero sí ¿comprensivo? No es que se lo fuese jamás a decir en voz alta, ya de por sí me confundía pensarlo de esa forma. - Solo ten cuidado con su cabeza. - Le aconsejo. Ya no era tan pequeña como antes y había dejado de imitar a los muñecos cabezones que se ponían en los automóviles, pero su cabeza seguía teniendo un tamaño considerable con respecto a su cuerpo y era normal que le pesara y se fuese para atrás.

Trato de no verme culpable cuando menciona un pony como regalo, porque mis pensamientos se van inmediatamente al hermoso palomino que se encuentra en el club. En más de una ocasión había considerado pedirlo como regalo, pero no me animaba a hacerlo y simplemente me limitaba a visitarlo. - No voy a mentir y decir que no hay un caballo que me gustaría tener. Pero si pienso de verdad en lo que deseo… es eso que ya te dije. - Podrían ofrecerme cien caballos como Aurum, y aún así seguiría eligiendo a mi familia. - Nunca tuve mucho trato con ella. Una vez le dí con una pelota de golf en la cabeza y tuve demasiada vergüenza como para cruzármela de nuevo. - Comento en relación a la hija de la ministra. Aquella había sido la primera y última vez en la que me había cruzado a la rubia, y esperaba que eso siguiera de la misma manera.

De todos los deseos que podía esperar que James pidiese, no me esperaba algo material. El problema es que cuando lo dice me doy cuenta que pocas cosas pueden ser tan sinceras como esa, y no sé como sentirme al respecto. No sé si sienta lástima o me compadezca de él; pero algo tan sencillo como tener una casa propia en la que poder vivir tu propia vida parecía tan simple como imposible. ¿Qué se sentiría estar en su posición? Me horrorizaba tan solo pensarlo. Lo bueno es que la interrupción de Tilly me hace distraerme lo suficiente como para que mi expresión se camufle en una de preocupación, y me levanto con rapidez antes de que James cambie de opinión y la arroje a la pileta. - Mi hermana es talentosa… y tiene demasiada fuerza en esos puñitos considerando su tamaño. Ya Tilly, suelta. - Coloco mi mano sobre la suya, tratando que se entretenga con mis dedos en lugar de con su cabello, pero no hay caso y la niña no quiere soltar. Que puedo entenderla, porque los rulos del muchacho eran condenadamente suaves para ser un esclavo. ¿Con qué demonios se lavaba la cabeza para que le quedara así? No noto que me he quedado entretenida yo también con sus cabellos hasta que la bebé tironea con fuerza al punto de hacer que James doble su cabeza, así que viendo que las tácticas normales no funcionan, me acerco hasta la mesa que contiene los aperitivos y saco otra masita llena de crema. - Mira Muffin, Aquí tienes, esto es mejor que llevarte sus rulos a la boca, ¿ves? ¡Yum! - Y creo que he conseguido distraerla lo suficiente para que su atención vaya a la masita, pero no soy lo suficientemente rápida y la bebé termina enchastrando sus puños tanto así como el pelo de James. - ¡Lo lamento! No creí que fuera a soltarla.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
No contestarle a su dilema con mi nombre se debe a que estoy muy ocupado en mirarla por encima de la cabeza de su hermana, tratando de descifrar qué es lo que ha cambiado en ella. Y no, estoy seguro que no tiene nada que ver con que su atuendo no sea el de la niña mimada de siempre porque eso es solo culpa de la piscina, debe ser que quizá jamás imaginé que a la mocosa que conocí alguna vez le importaría siquiera saber mi apellido o cómo debe llamarme. Creo que estaba más ocupada en lanzarme cosas a la cara, para variar — Psst. No es la primera bebé que sostengo, soy todo un experto — Mentira, error, peligro. Lo más parecido que sostuve alguna vez es un saco de papas y nadie me mataría si un saco de esos se me cae al suelo. Si por alguna razón algo le pasa a esta bebé y soy yo el culpable, me quedaría sin brazos y eso sería quedarse corto.

Hay algo en toda su expresión que me hace mirarla con divertida sospecha, hasta que admite que una parte de ella desea un caballo y no puedo contenerme — ¡Ja! Lo sabía. Eres la niña consentida de papi. ¿Cuánto tardarás en pedirle el pony? ¿Una semana, un mes? — hasta le pongo puchero para mofarme, no hay una verdadera pulla en mi broma, tengo suerte de que Mathilda me sirve de escudo si intenta meterse conmigo, así que la sostengo con algo más de firmeza. Lo malo es que me traiciono a mí mismo y me olvido de lo que estamos hablando cuando no puedo evitar reírme ante la imagen visual que me planta en la cabeza. Vaya… estos magos ricos… — No te pierdes de mucho. Ariadna es el clásico ejemplo de lo que es una niña bien del Capitolio, pero que se piensa que en realidad es diferente al resto — no me siento culpable al decirlo, hasta encojo mis hombros como si no tuviera otra definición para la rubia. Tengo algunas, pero no son muy educadas y creo que sería una línea un poco más complicada de cruzar con ella.

Lo bueno de que Tilly decida que es momento de sacarme la cabeza es que no tenemos que seguir patinando en sentimentalismos. No me importa si la niña tiene la fuerza de una montaña, me quedo quieto en espera de que Meerah haga algo y lo único que recibo es un cosquilleo por culpa de sus manos en mi cabeza — ¿Estás buscando si tengo piojos o qué? Porque te aseguro que estoy limpio, la ministra Leblanc se ha encargado de eso — triste, pero no estoy mintiendo a pesar del tono quejoso. Creo que gimoteo el nombre de la rubia cuando veo que se aparta dejándome con su hermana violenta, hasta que puedo darme cuenta de lo que está queriendo hacer y… demasiado tarde. El pegote lo siento a pesar del cabello — Ay, por favor — ignoro las disculpas de la Powell mayor para poder tantear con una mano, usando un brazo de apoyo para que Mathilda no caiga en lo que forcejeo con ella. Sí, estoy peleando con una bebé que no puede siquiera mantener su torso derecho. Y no sé por qué lo hago, porque cuando me suelta su rostro denota sorpresa hasta que, en efecto, se sacude con un quejido y estalla en llanto. Maldición con los niños caprichosos…

¿Cómo apagas esta cosa? — es una queja un poco estúpida. Me paso la orden de Meerah por el culo, porque lo primero que se me ocurre es ponerme de pie y mecerla un poco, aunque no sirve de nada — Ya, es tu hermana. Tú la callas — me las arreglo para poner las manos debajo de sus brazos y se la tiendo de la misma manera que sostienes a una bomba, lo cual en mi opinión no es muy diferente — Sé que quería algo de comida para el camino, pero esto no es lo que tenía en mente… — Un camino que debería haber iniciado a estas alturas y lo único que hice fue entretenerme con dos niñas que no deberían mantenerme ocupado. Es inconsciente el modo en el cual me paso una mano por el cabello, tratando de encontrar las migajas y la crema que de seguro me han dejado como un muffin glaseado. Estoy tratando de despegar dos mechones que se han vuelto pegajosos entre dulce y saliva de bebé, cuando mis ojos se centran en la rubia por un momento. ¿Se lo merece, después de todo? — Meerah… — vacilo, no muy seguro de lo que voy a decir — ¿Eres capaz de guardar un secreto? — y solo porque no sé cómo ponerlo en palabras, señalo vagamente la mochila. Es lista, no debería tardar en atar cabos.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- ¡No le voy a pedir un pony! Solo es un hermoso caballo que rescataron hace poco y lo llevaron al club. Dicen que es salvaje, pero para mí es hermoso. - No sé ni por qué trato de justificarme, pero considerando lo mucho que me esforcé en no pedir que mi padre me regale a Aurum merezco que no se me acuse de ser caprichosa cuando justamente pude resistir la tentación. Puede que tenga más dinero del que podría haber imaginado cuando era más chica, pero no por eso iba a derrocharlo. Conocía el valor de la plata, así que esperaba poder conseguir las cosas que yo quería por mis propios medios. Sí, no iba a decir que no a telas y esas cosas, pero un caballo sería un capricho, uno que en definitiva no quería pedir. - Y no soy tan nena tonta como para pedirlo. Si la hija de la ministra lo hizo, no significa que yo vaya a seguir su ejemplo.- Más aún cuando sus palabras son concisas al describir la personalidad de la rubia. Que de nuevo, no es que la hubiese tratado mucho, pero hay cosas que sé que yo misma no me hubiese permitido de tener su edad.

- ¿Por qué lo dices con ese tono? Es horrible tener piojos, Hubo épocas en las que tenía que pasarme la poción cada semana para no se me subieran a la cabeza. - Los odiaba, los piojos y los mosquitos eran una tortura en sí misma, y agradecía en todo momento que existieran cosas como las pociones o los repelentes. Claro que dudaba que la opción de Tilly como repelente de piojos fuese la ideal en este caso, pero era una bebé que no entendía de peluquería todavía. Y en un principio me río, pero luego mi hermana comienza a llorar y la tomo con urgencia ni bien Jim me la entrega.

¿Dónde está su cactus cuando una lo necesita? Esa cosa es mágica cuando se trata de hacer que la bebé se calme y funciona mucho mejor que cuando la tomo en brazos y trato de hacerla rebotar con suavidad para que se tranquilice. - ¿Comida para el camino? - Qué sí, era difícil escuchar con el llanto a un volumen ciertamente estridente, pero de alguna manera logré captar sus palabras. Tilly comienza a calmarse, y como sé que no hay mucho más que pueda hacer por ella me acerco hasta depositarla en el cochecito que tengo al lado y comienzo a mecerla allí sabiendo que la suavidad del movimiento la relaja. - Considerando que estoy guardando más de uno ahora mismo, aunque no sé a qué… Oh. - Entiendo cuando me señala la mochila y pese a que no me cuesta entender lo que está implicando, me quedo ciertamente anonadada. - ¿A dónde irás? ¿No estarás en peligro? - Mi tono me traiciona al denotar preocupación, pero apenas y han pasado un par de días desde el anuncio del Coliseo. Dudaba que Eloise no reportase un esclavo desaparecido, y si lo atrapaban no era muy difícil adivinar en dónde terminaría. - Por favor, no seas idiota. No me gustaría que la próxima vez que vuelva a verte sea a través de una pantalla de televisión. -
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
El llanto de la bebé solo hace que las palabras que salen de mi boca y que se repiten en los labios de Powell suenen como un improperio que alguien debía cubrir. No sé por qué me congelo de esta manera, con una pesadez fastidiosa en la boca de mi estómago en lo que sacudo la cabeza en un asentimiento. La sigo con la mirada, es curiosamente menuda como para poder cargar con esa niña con tanta facilidad hasta colocarla en su carrito, ahí dónde comienza a calmarse y ya no es una bola que nos vamos pasando entre los dos, sino una mera espectadora de un espectáculo que jamás pensé protagonizar. Nunca creí que Meerah fuera la persona a la cual le confiaría algo como esto, pero aquí estamos. En un jardín impoluto, en algo que parece una despedida. Y no sé cómo sentirme al respecto.

Suerte para mí, no es necesario que le explique nada, sé que es lo suficientemente lista para comprenderlo y lo hace más rápido de lo que pensé. Vuelvo a asentir, dejando caer tanto mis hombros como mi mirada, en señal de que lo ha captado. No puedo contenerme y creo que recupero un poco de mi persona al sonreír de medio lado, aunque es una mueca algo más apagada que las que ella probablemente ya conoce bien —  ¿Es “preocupación” lo que oigo, rubita? ¿La princesa Powell se está preocupando por mí? —  puede que me esté mofando, le enseño los dientes en una sonrisa que denota que, de alguna manera, eso me conmueve. Sí, así de patético. No es como si tuviera muchas personas que se preocupen por mí, para variar… y jamás podría haber dicho que ella sería una de ellas. Debe ser por eso que avanzo un paso decidido, dudoso al final, cuando sus palabras me remarcan lo que ya sé — Desde que nos conocemos te he dicho todo lo que creo de este lugar, de tu gente y todo lo que predican. ¿Qué clase de persona sería si solo me quedara sentado en lugar de hacer algo para cambiarlo, ahora que se me da la oportunidad? —  hablo en un murmullo que tiene que morir entre nosotros, no confío en la soledad que nos acompaña — No lo soporto. No puedo…

No me doy cuenta que he sostenido su muñeca con cierta desesperación por su entendimiento hasta que bajo la mirada, encontrándome con el agarre que suelto con cierto cuidado, rozando sus dedos antes de tomarlos con mayor suavidad — Mi mejor amigo fue capturado y será enviado al Coliseo. Si me quedo aquí, será sentarse a verlo morir y no podré perdonármelo jamás. Tengo que al menos intentar... No espero que lo comprendas — ella estará segura, la guerra no sucede en sitios tan bonitos como este, con flotadores en forma de aves coloridas. Las bebés como Tilly no mueren de desnutrición y las chicas como Meerah se vuelven mujeres intocables. Debe ser por eso que dejo caer su mano y le sonrío en un gesto algo forzado — Como esta será la última vez que nos veamos, supongo que te merecías una despedida. No eres tan irritable como el resto de las brujas — bromeo, cierro mi puño y le doy un suave toquecito en el mentón. No es momento para sentimentalismos, pero creo que jamás he podido despedirme propiamente de nadie y encuentro muy irónico que sea con Meerah Powell el que se me dé esta oportunidad. La vida es una jodida.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
Frunzo la expresión cuando James se burla, molesta de que se tome a broma un tema que en mi opinión es de lo más serio. Se está exponiendo al peligro por voluntad propia y no estoy del todo segura de que esté considerando todas las consecuencias que podría acarrear su decisión. - Lo negaré si alguien más lo pregunta, pero sí James, es preocupación. - No podía llamarlo amigo en voz alta ya que literalmente eso estaba prohibido por la ley, pero con el paso del tiempo, y luego de muchos encuentros desafortunados, casi que podía sentirlo como uno. Por favor, incluso sabía más de mí que mis amigos más cercanos. No iba a fingir ignorancia delante suyo cuando James era una de las pocas personas que jamás me había mentido. Sí claro, se burlaba en el proceso, me insultaba en ocasiones, y me acusaba de ser una malcriada básicamente; pero no me mentía y por más de que quisiera negarlo, gracias a él había abierto los ojos y salido de la burbuja que el resto había construido para mantenerme a salvo del mundo.

- ¿La oportunidad?... ¿Qué es lo que vas a tratar de hacer para cambiarlo? - ¿Cómo era posible que él, con tan pocos recursos y oportunidades hubiese podido encontrar una respuesta a la pregunta que vengo haciéndome desde hace meses? No era justo que hubiese obtenido esa respuesta con tanta facilidad, cuando esa incógnita es una molestia constante en mi vida. Como la picadura de un bicho que no se va, y que aumenta en tamaño de tanto rascarla. - No sé qué clase de persona serías, pero no creo que “sensata” sea el adjetivo que la describa. - Me parecía que se estaba apresurando, que no estaba pensando bien las cosas. ¿No había dicho que necesitaba comida? ¿Cómo era posible que toda su vida entrara dentro de esa mochila?

Su agarre sobre mi muñeca me toma por sorpresa, pero que luego envuelva mi mano casi que con suavidad me desconcierta aún más. Era extrañamente reconfortante su tacto para todo lo incorrecto que se suponía que debía ser. Al menos la única testigo de esto era Tilly, que incluso si no estuviese dormida, jamás podría decir nada al respecto. - Tienes razón, y no creo que pueda comprenderlo. ¿Pero qué es lo que vas a intentar? ¿Liberarlo? Eso sería completamente suicida. - Lamentaba lo de su amigo, lamentaba que el Coliseo existiese en un primer lugar, pero eso no era justificativo para arriesgar su vida sin pensar en lo que podría pasarle. Su mano suelta la mía y tengo que cerrar el puño y abrirlo nuevamente para reprimir el impulso de volver a buscar su tacto. - No parecías muy dispuesto a despedirte en primer lugar. - Le recuerdo. Después de todo, si no lo hubiese llamado desde la piscina, no me sorprendería que su cabellera fuera lo último que viese de él, sin tener ni una sola palabra de su parte. - No creo que quiera que te vayas, pero tampoco tengo forma de detenerte así que… Gracias por despedirte, supongo. Al menos no me tomará por sorpresa cuando seas el nuevo chisme de la isla. - Y sin poder evitarlo, mi mano busca la suya nuevamente, tratando de detenerlo de alguna manera pese a que mis palabras dijeran lo contrario. - Yo… ¿Necesitas más comida? O no sé… algo de abrigo. Tal vez pueda buscarte mi bolsa con el hechizo expansor, será más disimulado que cargar con todo eso.
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
No lo sé, algo… — me doy cuenta de lo ridículo y desesperado que sueno, porque ni siquiera tengo un verdadero plan y decirlo en voz alta es incluso peor que repetírmelo a mí mismo. ¿Qué puedo hacer para cambiarlo? Meerah tiene razón, no soy sensato, pero solo le hago una mueca porque antes muerto que ponerme a hablar de lo estúpido que puedo llegar a ser. Andrew ha sido capturado por mi culpa, por mi inutilidad, porque soy demasiado idiota como para hacer al menos una cosa bien. Si me muero tratando de encontrar una respuesta a la gran incógnita de cómo serle de ayuda, será mejor que quedarme el resto de mi vida encerrado y rumiando sobre lo que sucedió. Es complicado, el miedo me paraliza y al mismo tiempo me hace sentir más vivo que nunca. La idea de despertar en un sitio que no sea el mercado o la casa de un amo no suena tan mal, si nos olvidamos del contexto.

Muevo mis hombros, ni siquiera llego a encogerlos — Hay gente que lucha por la causa. Podría encontrarlos, sé que no puedo simplemente rescatarlo pero tampoco pienso quedarme y verlo morir — Drew me dijo cientos de veces que las oportunidades siempre estaban al alcance de la mano, pero que no todo el mundo está dispuesto a tomarlas y ese es el primer gran error de los cobardes. Me niego a seguir siendo parte de esas filas, aunque peque de insensato. Hago un mohín porque me siento atrapado, lo que me lleva a arrugar por un segundo la nariz — Me atrapaste. Pensaba escabullirme, pero una despedida no está mal — porque tampoco creí que a ella le importaría, para empezar. Puedo vivir en un mundo en el cual no le dijera adiós a Meerah Powell, al menos a la que yo recuerdo en mi cabeza. No la que sostiene a la hija de la que supo ser una amistad muy querida o la que se ve preocupada porque no termine muriendo en televisión. Tampoco espero ese agradecimiento o el modo que tiene de tomar mi mano.

Y sé que me está ofreciendo su ayuda, pero lo único con lo que me quedo es otra cosa — ¿Estás diciendo que vas a extrañarme? — en este caso no es una burla, sino mera sorpresa. Tengo que reponerme de ella con un meneo de la cabeza que me sacude el flequillo, el cual tengo que soplar para apartarlo de mis ojos — Estaré bien, no quiero que te preocupes por mí. Nadie sospecha de un muggle con permisos de esclavo, para cuando se fijen en que no he regresado estaré lejos. Lo único que lamento de todo esto es que… no estaba tan mal. La señora Leblanc jamás ha sido cruel conmigo y no era tan malo verte casi todos los días. Podría haber sido mucho peor… — pero no voy a ser conformista o egoísta. Hay un mundo allá afuera que no he visto y hay personas que necesitan de nosotros, en especial Drew. Si mis acciones, por pequeñas que sean, pueden hacer una diferencia, yo ya estaré conforme.

Mi pulgar acaricia sus nudillos y la sonrisa de labios apretados que le obsequio es pequeña pero sincera. No se siente mal, a pesar de que sé muy bien que los dos estaríamos en problemas si alguien pudiera vernos. Es como una ofrenda de paz antes de que toda la mierda se venga encima a la vez — Sí tomaré algunos bocadillos, si eso te parece bien — la suelto con cuidado y, para evitar que vuelva a acercarse, meto las manos en los bolsillos de mi pantalón. La mido con la mirada, tengo que obligarme a mirar hacia la mesa para acabar pasando por su lado. Con una servilleta, voy cargando mi mano de masitas en lo que le doy la espalda, hasta crearme un buen puñado que coloco en el bolsillo exterior de la mochila, esa que vuelvo a cargarme al hombro. Para cuando me giro hacia ella, el peso de la huida me cae de lleno. En verdad estoy haciendo esto. En verdad estoy bailando entre lo decidido y lo aterrado. Inflo mis mejillas y suspiro con fuerza, desviando la mirada hacia el flotador de su hermana — Tú podrías cambiar las cosas. Lo sabes, ¿verdad? — Powell me mataría si pudiese oírme ahora — Algún día, cuando tengas la edad para ocupar el lugar de tu padre en un sitio en el ministerio… el mundo necesitará gente que se preocupe por los demás. No hacer nada es justamente eso… no hacer nada. Y creo que Meerah Powell podría hacer muchas cosas — acomodo las riendas de la mochila en su lugar, sintiendo el peso en mi espalda y el cosquilleo en las manos, esas que froto entre sí, obligándome a mirarla una vez más — Gracias por no verme como basura, al menos no la mayor parte del tiempo. Me quedaré con eso y no con la niña que me tiró sus pastillas por la cabeza en el mercado — hace lo que parece una eternidad.
James G. Byrne
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M. Meerah Powell
Fugitivo
- ¿Gente que lucha por qué causa? Porque tal y como lo dices eso deja sólo un par de opciones, y creo que Kendrick Black y mi abuelo tienen puntos de vista muy diferentes. - No me enfado necesariamente, pero el solo hecho de pensar que James podría refugiarse bajo los ideales de Hermann me revolvía lo más profundo del estómago. - Solo… - Me callo, ¿qué puedo decirle?, ¿que no se aferre desesperadamente a un salvavidas si es que se lo entregaba Hermann Powell? Sería estúpido de mi parte el decirle que no cometa ese error, cuando tal vez para él fuese su última esperanza de salvar a su amigo. O más bien, sería egoísta y completamente subjetivo. - Olvídalo, de verdad espero que alguien pueda ayudarte.

Me contengo de regalarle un “lo sabía” porque casi que no se siente bien el acusarlo de nada. Tiene razón y al menos me da la oportunidad de despedirlo. Bien podría haberme ignorado y seguir su camino sin confiarme siquiera el motivo de su partida. - Es mejor que la última despedida que tuve. Al menos tú sí te explicas. - Me arrepiento ni bien las palabras salen de mi boca, no quería ser una resentida por el resto de mi vida y andar llorando por los rincones cada vez que tuviese que pensar en mi madre y sus acciones. Valía más que eso, y como si necesitara convencerme a mí misma me enderezo todo lo que puedo y por poco no inflo el pecho.

- Sé que no he sido precisamente una santa en todo este tiempo, ¿pero tan difícil es creer que voy a extrañarte? - De nuevo, no creía que pudiese decir que éramos amigos así con todas las letras, pero… No lo sé, siendo que es una de las personas que me llevó a comprender que el mundo no era tan perfecto como me lo pintaban, y que no todo era blanco o negro, bueno o malo...  Ya. - “No era tan malo” de verdad me haces pensar que valorabas mi compañía. Dejando de lado lo de la pala, y mis caprichos al estar de luto no me he portado tan mal contigo, creo… - O al menos eso esperaba, porque yo creía haber mejorado en ciertos aspectos de mi personalidad, pero no era lo mismo lo que él fuese a pensar al respecto. Vamos, que no hay mejor ejemplo que ese: me preocupaba lo que pudiera pensar al respecto.

¿Parecerme bien? Si no fuese porque temo que desaparezca si me ve dirigirme a la mansión, probablemente le traería algunas provisiones más de la cocina. Algo que de verdad pueda considerarse alimento y no un mero aperitivo que como mucho le quitaría el hambre por pocas horas. Así que no se lo ofrezco y simplemente observo como guarda las delicadas masas finas en una servilleta que no va a mantenerlas seguras por mucho tiempo. No con el clima que todavía estaba haciendo, y el estado en el que probablemente terminaría su mochila. - ¿Algún día? James, tú podrías estar muerto antes de que llegue ese momento. No quiero tener que esperar a que tal vez, si tengo suerte en algún momento logre alcanzar un potencial que hoy no puedo ni imaginar. Aunque me preocupe por tí, o por los demás en general, sigo sin saber hacer nada que no sea eso… preocuparme. ¿y de qué sirve? - En lo que a mí respecta seguía siendo una inútil cobarde que no se animaba a terminar de enfrentar a su padre. Alguien que no lograba encontrar las suficientes justificaciones que hicieran ver válido un argumento que a ojos ajenos era incorrecto. - Dices que podría hacer muchas cosas; pero ha pasado un año y medio desde que te conozco y lo único que he hecho en todo este tiempo es el tratar de convencerme a mí misma de que no tenías razón, que todas las verdades que me arrojabas a la cara eran mentira. - Estaba demasiado cómoda en lo que podía representar mi nueva familia como para querer ver más allá. - Fracasé, gracias al cielo. Pero eso no significa que no siga sin hacer absolutamente nada.- Acorto la distancia que me separa de él, y es por poco que logro mantener mis brazos pegados a mi cuerpo. - No eres basura, y voy a preocuparme de lo que te pase, así que intenta que de verdad esta no sea una despedida definitiva, ¿de acuerdo?
M. Meerah Powell
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James G. Byrne
Fugitivo
No tengo derecho a opinar sobre su madre, solo puedo torcer la boca en señal de desaprobación y guardarme los comentarios sobre un tema tan delicado. Ya lo hablamos en una ocasión, creo que puede morir allí — Sí, es difícil — ni siquiera vacilo al contestarle aquello, creo que no hemos llegado a ser tan cercanos a pesar de que hay una obvia complicidad flotando entre nosotros. Ella me cuenta sus miedos, yo abuso de su confianza para poder hablar sin limitaciones, podemos decir que somos un equipo algo peligroso para las ideas que salen de esta isla. Me muerdo el interior de la mejilla en un intento de contener la sonrisa divertida, pero es obvio que fracaso en mi tarea — Tan” mal. Tuviste tus momentos, princesa. Pero… ¿Sabes qué? Yo tampoco he sido un santo, así que estamos a mano — hay situaciones del pasado que es mejor ni mencionar, sería un poco bochornoso.

Pero existe el ahora, en el cual puedo escuchar las quejas de su boca con mi rostro sintiéndose pesado, porque estoy seguro de que ha empezado a escupir cosas que dentro de su casa no puede decir y que debe ser de lo más asfixiante. Me siento un idiota al quedarme de pie, oyendo todo lo que tiene que decir hasta que el silencio vuelve a existir entre nosotros, no despego la mirada de un rostro que me hace pensar que jamás se verá como una adulta. Al final, tomo algo de aire para empezar a hablar — No puedo hacerte esa promesa. No tengo idea a dónde iré hasta encontrar a alguien que me ayude — es la pura realidad. Hoy en día no me importa quien sea, mientras me dé la oportunidad de hacer algo — Pero Meerah… aún eres demasiado joven como para reprocharte esas cosas. Algún día necesitaremos personas que velen por nuestros derechos y eso solo sucederá si gente como tú se prepara para hacerlo. No te exijas el crecer demasiado rápido, tú sola no puedes cambiar nada. Solo… ten cuidado mientras intentas averiguar quién eres, ¿de acuerdo? — porque tal vez sea una bruja, pero hay leyes que de romperse la meterían en problemas.

Creo que no tengo más que decir y que vuelva a acercarse solo ha conseguido que dé un paso hacia atrás. Mordisqueo mi labio inferior, no muy seguro de qué viene ahora. ¿Un abrazo? ¿Un apretón de manos? Al fin de cuentas, no tengo experiencia en despedidas. Opto por lo primero que me nace y me inclino hacia adelante, haciendo una pantomima de una reverencia falsamente elegante — Ha sido un placer, princesa. Si volvemos a vernos, espero que sea en circunstancias totalmente diferentes a ésta — a pesar de que continúo inclinado, levanto la cabeza para sonreírle — Y sino lo hacemos… bueno, espero que le digas a todo el mundo que un esclavo totalmente apuesto y encantador tocó tu corazón como para que cambies de opinión — me enderezo con la broma plasmada en el rostro, pero estoy lejos de la comodidad de volver a tocarla. Doy algunos otros pasos hacia atrás, sin atreverme a girarme hasta que me obligo a hacerlo, encontrándome con la imagen de Mathilda adormecida en su carrito. Supongo que la piscina acabó por liquidarla. Le doy un suave apretoncito en una de sus mejillas regordetas a modo de despedida y paso por su lado, aunque me detengo a medio camino para volver a girarme — Oh y Meerah… — le llamo — Es solo “Jim”, creo habértelo dicho — porque de tener que mantener una memoria de mí, espero que sea esa. Bajo un apodo amistoso, con algo de carne en las mejillas y una broma siempre asomando por la comisura de la boca.
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M. Meerah Powell
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Al menos inténtalo, ¿de acuerdo? - Y es lo único que le respondo, porque no quiero empezar a discutir acerca de mi juventud, mi no juventud y las posibilidades que tengo por delante. Tanto Lara como él parecen querer remarcar que aún soy demasiado chica para actuar de alguna manera, y que tengo que disfrutar la vida en estos momentos. Yo opino diferente, pero hasta que no sepa como generar el cambio, tendré que mantenerme al margen. Con mi carácter no sería sencillo, pero me gustaban los desafíos y este era uno de los más grandes que enfrentaba hasta el momento. - ¿Crees que deba estudiar leyes para más adelante instaurar la primera democracia constitucional en décadas? - Lo digo en broma, pero no parece una mala idea si me detengo a pensarlo por unos momentos. Espero que no haya esperar a hasta que yo termine la cursada, porque faltaba más de lo que me gustaría para eso.

- ¿Apuesto y encantador? Diría que no alimentes a tu ego, pero si considero que te conocí cuando estabas en el mercado, a decir verdad sí mejoraste. - Con menos mugre, los cabellos peinados y los dientes de color blanco… Sí, bueno. Demándenme, James tenía un cierto encanto por más de que no lo vaya a decir en voz alta. Mi orgullo todavía tenía un dejo de su esencia antigua como para permitirlo.

Lo observo despedirse de Tilly a su manera, y por un instante deseo que la pequeña fuese capaz de recordar a James así como está ahora. No puedo confiar en que todo saldrá bien para él, y se siente injusto que ante cualquier cosa que pueda sucederle seamos pocos los que podremos llevarlo en la memoria. - ¿Jim? Estás generoso con los regalos el día de hoy. - Y antes de que pueda arrepentirme, doy unos cortos saltitos hasta alcanzarlo y paso mis brazos alrededor de su cuello. Es un abrazo corto, y creo que el pobre va a perder el cuello de lo mucho que he tironeado gracias a nuestra diferencia de alturas, - Te diría que me digas Meen o alguno de esos apodos adorables que se le ocurren a Hans, pero me he encariñado con eso de “princesa”. - Beso su mejilla y lo suelto casi como si quemara al darme cuenta de que me he pasado un poco. - Ojalá que todo salga bien, para tí y tu amigo.- Y mi deseo es sincero, así que espero que el mundo se ponga de su lado al menos una vez. - Buena suerte, Jim.
M. Meerah Powell
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