OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
Estoy comiendo de un tazón de helado de vainilla, chupando la cuchara de los restos cuando creo que se me cae la mandíbula de golpe y, por ende, también el utensilio. Con un movimiento bastante torpe me zafo de que no caiga al suelo, estoy a escasos centímetros de barrer el mismo con mi rostro cuando de repente siento una bola de pelo abalanzarse sobre mi cuerpo. — ¿QUÉ CARAJO? — es lo primero que atino a decir cuando me apoyo sobre mis codos y puedo contemplar el panorama completo desde una perspectiva que me deja a un sonriente Meyer a la entrada de la puerta, con una correa en la mano que, por el rabo peludo que me empieza a chocar contra la nariz, asumo que pertenece al perro. — ¿¡Compraste un perro!? — ¿es que acaso este hombre no sabe lo que son las bromas? ¿las ironías? ¿los comentarios que sirven para aflojar una situación pero que no tienen por qué significar que se está hablando en serio? ¡Como si no hubiera tenido suficiente con lo de la ropa! ¡Como para llenar la casa de pelo! Ya, ¿no me inventé que era alérgica? Tendría que haberlo hecho.
Me arrastro por el suelo para alejarme del chucho lo suficiente como para ponerme de pie y, además, echarle el vistazo que se merece. — Dime que no piensas meter a esa cosa con patas dentro de este apartamento. — insisto en la pésima idea que me parece meter a un tercer miembro en el piso, ya de por sí pequeño como para sumarle un animal que de seguro ni siquiera tiene el tamaño como para poder vivir aquí. Por no mencionar que no es más que una suma de dinero el tener que cuidar de él, porque no es como si fuera a poner galeones para pagar el alquiler. — ¿Es que acaso se te fue la cabeza? — creo que eso es algo que ya asumimos los dos hace tiempo, pero no está de mal recordárselo. Mis ojos persiguen al perro con la incredulidad plasmada, haciendo un análisis completo de su físico para caer en la cuenta de que no es un perro comprado. Está muy delgado, me fijo en que su pelo tiene algunas partes descoloradas y más largas que otras zonas, hasta sus ojos parecen chupados por el hambre y eso me hace pensar en otro punto bastante importante. — ¡Seguro que tiene pulgas! — me quejo.
La cara de asco que le muestro al perro al parecer no es recíproca, porque él me mira como si no hubiera visto nada semejante y se encarga de mover el rabo con una ansiedad que yo diagnosticaría como patológica. ¡Ya está! ¡Me trajo un perro ansioso a la casa! Voy a morir. — ¡Meyer, aparta al chucho, ahora mismo! — se me agudiza la voz cuando grito y creo que la imagen es bastante patética cuando corro a subirme a una silla para mantenerme alejada de la criatura. Me escurro lo suficiente como para quedar con las rodillas dobladas sobre el asiento y así poder apoyarme sobre las mismas con mis codos y mi barbilla sobre mis manos, observando al perro desde esa altura.
Estoy comiendo de un tazón de helado de vainilla, chupando la cuchara de los restos cuando creo que se me cae la mandíbula de golpe y, por ende, también el utensilio. Con un movimiento bastante torpe me zafo de que no caiga al suelo, estoy a escasos centímetros de barrer el mismo con mi rostro cuando de repente siento una bola de pelo abalanzarse sobre mi cuerpo. — ¿QUÉ CARAJO? — es lo primero que atino a decir cuando me apoyo sobre mis codos y puedo contemplar el panorama completo desde una perspectiva que me deja a un sonriente Meyer a la entrada de la puerta, con una correa en la mano que, por el rabo peludo que me empieza a chocar contra la nariz, asumo que pertenece al perro. — ¿¡Compraste un perro!? — ¿es que acaso este hombre no sabe lo que son las bromas? ¿las ironías? ¿los comentarios que sirven para aflojar una situación pero que no tienen por qué significar que se está hablando en serio? ¡Como si no hubiera tenido suficiente con lo de la ropa! ¡Como para llenar la casa de pelo! Ya, ¿no me inventé que era alérgica? Tendría que haberlo hecho.
Me arrastro por el suelo para alejarme del chucho lo suficiente como para ponerme de pie y, además, echarle el vistazo que se merece. — Dime que no piensas meter a esa cosa con patas dentro de este apartamento. — insisto en la pésima idea que me parece meter a un tercer miembro en el piso, ya de por sí pequeño como para sumarle un animal que de seguro ni siquiera tiene el tamaño como para poder vivir aquí. Por no mencionar que no es más que una suma de dinero el tener que cuidar de él, porque no es como si fuera a poner galeones para pagar el alquiler. — ¿Es que acaso se te fue la cabeza? — creo que eso es algo que ya asumimos los dos hace tiempo, pero no está de mal recordárselo. Mis ojos persiguen al perro con la incredulidad plasmada, haciendo un análisis completo de su físico para caer en la cuenta de que no es un perro comprado. Está muy delgado, me fijo en que su pelo tiene algunas partes descoloradas y más largas que otras zonas, hasta sus ojos parecen chupados por el hambre y eso me hace pensar en otro punto bastante importante. — ¡Seguro que tiene pulgas! — me quejo.
La cara de asco que le muestro al perro al parecer no es recíproca, porque él me mira como si no hubiera visto nada semejante y se encarga de mover el rabo con una ansiedad que yo diagnosticaría como patológica. ¡Ya está! ¡Me trajo un perro ansioso a la casa! Voy a morir. — ¡Meyer, aparta al chucho, ahora mismo! — se me agudiza la voz cuando grito y creo que la imagen es bastante patética cuando corro a subirme a una silla para mantenerme alejada de la criatura. Me escurro lo suficiente como para quedar con las rodillas dobladas sobre el asiento y así poder apoyarme sobre las mismas con mis codos y mi barbilla sobre mis manos, observando al perro desde esa altura.
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No sé como sentirme con respecto a sus palabras, no son muchas las veces que alguien proclama este tipo de sentimientos hacia mi persona. Y no es que esté proclamando nada raro, entiendo que son el tipo de cosas que nadie tendría problema en decirse unos a otros. Se supone que eso es lo que ocurre cuando te importa alguien, lo suficiente como para tener este tipo de gestos. Por eso no sé como reaccionar, lo delata mi cara de haber chupado un limón entre toda la lluvia que está cayendo, me excuso con que podría hacerse pasar perfectamente con que tengo frío. El sonido que sale por mis labios pretende ser una risa, no sé si se queda más bien en un resoplido o algo parecido, pero me sirve para arrancar en lo que pretendo decirle. — Sé que no te lo he pedido, pero es precisamente porque no sé como devolvértelo, Dave. Y sé, sé que no quieres que te lo devuelva, pero yo sí. No soy tan estirada como todo el mundo que me conoce cree que soy, ¿sabes? Pero no sé como funcionar de la manera en que tú lo haces. — explico, no de la mejor forma que existe, lo reconozco. — Las relaciones, cómo te desenvuelves con el resto, lo haces parecer muy fácil. Aunque quiera, no sé como llegar a tu nivel, nunca lo he sabido. — para él es sencillo, a todo el mundo le cae bien Dave. Incluso a mí, duh, sí, puedo hacer una o dos excepciones con él cuando se trata de hacer coladas o no quitarse los zapatos a la entrada.
Asiento con la cabeza, es lo único que nos queda por hacer, buscar al perro que es el principal motivo por el cual nos encontramos en esta posición en primer lugar, más es lo que dice lo que me hace tener la reacción contraria justo segundos después. — No. — por un momento parece que he cambiado de idea con respecto a si quedarnos o no con Moriarty, pero mi negativa no va en esa dirección. — Lo buscaremos juntos. Se supone que va a ser nuestro perro, ¿no? Porque aunque hayas dicho que lo conseguiste para mí, para que no esté sola, los dos vamos a tener que participar en... bueno, todo esto. Es lo justo para él. — digo, que así me libro de tener que decir que también puede ser un compañero para él, si así lo quiere. No tiene por qué ser un objetivo individual, sino uno conjunto, de los dos. — Vamos, puedes seguir gritando Sherlock Holmes si ves un rabo marrón entre los arbustos. — le insto a seguir mi camino en lo que vuelvo a mover mis piernas, tratando de bromear en el intento.
Asiento con la cabeza, es lo único que nos queda por hacer, buscar al perro que es el principal motivo por el cual nos encontramos en esta posición en primer lugar, más es lo que dice lo que me hace tener la reacción contraria justo segundos después. — No. — por un momento parece que he cambiado de idea con respecto a si quedarnos o no con Moriarty, pero mi negativa no va en esa dirección. — Lo buscaremos juntos. Se supone que va a ser nuestro perro, ¿no? Porque aunque hayas dicho que lo conseguiste para mí, para que no esté sola, los dos vamos a tener que participar en... bueno, todo esto. Es lo justo para él. — digo, que así me libro de tener que decir que también puede ser un compañero para él, si así lo quiere. No tiene por qué ser un objetivo individual, sino uno conjunto, de los dos. — Vamos, puedes seguir gritando Sherlock Holmes si ves un rabo marrón entre los arbustos. — le insto a seguir mi camino en lo que vuelvo a mover mis piernas, tratando de bromear en el intento.
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—No es como parece— la atajo, ¿qué carajos estoy diciendo? —No se me da tan fácil como dices—. ¿O sí? Es cierto que tengo eso de ir y hacerle conversación a las piedras, ¡lo admito! Cuando abro la boca no hay quien me pare hasta que termino de poner en voz alta todas las reflexiones que puedo hacer a partir de un segundo, pero si hay alguien se toma el trabajo de pesar mis palabras, en realidad no digo casi nada. Hablo mucho sobre todo aquello que se puede, que no tiene sentido ocultar, para que no se note que debajo de la superficie hay un mundo de cosas que no digo, porque no son del mundo que vivo en el Capitolio. Ella es parte de esta realidad y me reconozco honesto en mi deseo de poder ofrecerle mi amistad, si pudiera, si no hubiera otro mundo a un par de distritos que me hacen la persona más inadecuada para prometerle que puede contar conmigo, si así lo desea también.
—Puede que me relacione con muchas personas, muchas, en serio—. Tantas que una mitad vive como ciudadanos con derechos y la otra mitad son buscados por la ley. —Pero si estuviera solo, en medio de la nada, y solo tuviera una llamada… no creo tener un amigo a quien llamar— sacudo mis hombros, me quedo callado tratando de tragarme las palabras que terminan saliendo por sí solas. —A decir verdad, creo que te llamaría a ti. Me acostumbré a que seas quien está…— bajo la mirada y pateo a la nada con la punta de mi zapatilla mojada. —Hace tiempo que no encontraba a alguien que esté—. Sé que nada de lo que digo responde a lo que ella me plantea, o quizás sí, si lo pienso una segunda vez, sí. —Y a veces eso es todo lo que hace falta.
Parece que hemos llegado a un punto muerto en cuanto lo que cada uno es incapaz de dar, que para no obligarnos a la compañía incómoda del otro procuro tomar una salida de escape y me lo impide al decidir que tenemos que buscar entre los dos al perro, que de aquí hasta el distrito doce, es lo más lógico del mundo si estás en medio de un parque mientras llueve. Tener una mascota en común parece un gran avance respecto a nuestras posiciones hace minutos. Todo lo que se me pasa por la cabeza que pueda comentar se me hace un chiste, y todavía me pica la piel del antebrazo que me rasco con las uñas, por esa sensación de impotencia a las cosas. —Si va a ser un perro compartido se puede llamar Moriarty Holmes-Watson— es mi modo de ceder a la conversación más ligera que ella propone, y es un intento muy pobre, porque no encuentro qué más decir al ir avanzando otro par de pasos. —Si fueras un perro, ¿dónde te esconderías?— se lo pregunto, un trueno retumba a los lejos y la luz hace que los juegos que vamos dejando atrás se vean como armatostes fríos. —Tendremos que bañarlo de vuelta— pienso en voz alta con la vista puesta en los arbustos donde no creo que entre más que un puffkein. Y echarnos encima unos hechizos de limpieza para no entrar al apartamento haciendo un desastre de lodo sobre las baldosas. — Espera— la detengo, mi mirada está puesta en las raíces gruesas de un árbol que se ve sacado de una película de terror. —Yo sé dónde se esconden los zorros cuando llueve—. Camino hacia el árbol para mirar entre las raíces salientes y descubrir que el pequeño espacio entre estas es una abertura para un pozo que sirve de refugio. —Parece nuestro perro— le digo, siendo una bola marrón mojada es difícil diferenciarlo de cualquier otro bicho peludo.
—Puede que me relacione con muchas personas, muchas, en serio—. Tantas que una mitad vive como ciudadanos con derechos y la otra mitad son buscados por la ley. —Pero si estuviera solo, en medio de la nada, y solo tuviera una llamada… no creo tener un amigo a quien llamar— sacudo mis hombros, me quedo callado tratando de tragarme las palabras que terminan saliendo por sí solas. —A decir verdad, creo que te llamaría a ti. Me acostumbré a que seas quien está…— bajo la mirada y pateo a la nada con la punta de mi zapatilla mojada. —Hace tiempo que no encontraba a alguien que esté—. Sé que nada de lo que digo responde a lo que ella me plantea, o quizás sí, si lo pienso una segunda vez, sí. —Y a veces eso es todo lo que hace falta.
Parece que hemos llegado a un punto muerto en cuanto lo que cada uno es incapaz de dar, que para no obligarnos a la compañía incómoda del otro procuro tomar una salida de escape y me lo impide al decidir que tenemos que buscar entre los dos al perro, que de aquí hasta el distrito doce, es lo más lógico del mundo si estás en medio de un parque mientras llueve. Tener una mascota en común parece un gran avance respecto a nuestras posiciones hace minutos. Todo lo que se me pasa por la cabeza que pueda comentar se me hace un chiste, y todavía me pica la piel del antebrazo que me rasco con las uñas, por esa sensación de impotencia a las cosas. —Si va a ser un perro compartido se puede llamar Moriarty Holmes-Watson— es mi modo de ceder a la conversación más ligera que ella propone, y es un intento muy pobre, porque no encuentro qué más decir al ir avanzando otro par de pasos. —Si fueras un perro, ¿dónde te esconderías?— se lo pregunto, un trueno retumba a los lejos y la luz hace que los juegos que vamos dejando atrás se vean como armatostes fríos. —Tendremos que bañarlo de vuelta— pienso en voz alta con la vista puesta en los arbustos donde no creo que entre más que un puffkein. Y echarnos encima unos hechizos de limpieza para no entrar al apartamento haciendo un desastre de lodo sobre las baldosas. — Espera— la detengo, mi mirada está puesta en las raíces gruesas de un árbol que se ve sacado de una película de terror. —Yo sé dónde se esconden los zorros cuando llueve—. Camino hacia el árbol para mirar entre las raíces salientes y descubrir que el pequeño espacio entre estas es una abertura para un pozo que sirve de refugio. —Parece nuestro perro— le digo, siendo una bola marrón mojada es difícil diferenciarlo de cualquier otro bicho peludo.
No creo ser capaz a creerme que, de entre todas las personas que pueda conocer, yo sea a quién llamaría en caso de necesitar cualquier cosa. Vamos, estoy segura de que hay un sinfín de amigos que estarían dispuestos a escucharle si es que tuviera algún problema, y no es que esté diciendo que yo no haría lo mismo si se tratara de ese caso, pero no puede negarme que no he sido precisamente la mejor compañía, que normalmente me suelen catalogar como un grano en el culo más que como una confidente. Utilizo mi recurso por excelencia cuando no tengo ni la menor idea de como responder, que viene siendo el sarcasmo. — Es un poco triste que me tengas como primer número de contacto, Meyer. — me atrevo a sonreír de lado con la ironía pintada en el rostro. Y es que no lo digo por él, sino por mí misma, que no soy ni de lejos la mejor compañera que podría tener. Aun así, creo que no soy tan amargada como para no reconocer que lo dice en serio, al menos dentro de un tanto, así que suspiro, apenas ya notando que ha dejado de llover porque el estar empapados me excluye de esa tarea. — Tienes la buena suerte de que saber dónde encontrarme. — digo, esta vez con algo más de honestidad, también de confianza, esa que tanto me cuesta mostrar por costumbre, para que sepa que puedo estar, que estaré si así lo necesita.
Me río con cierta sorna por ese nombre que se saca de la manga, doble apellido incluido, y me hace rodar los ojos por la tontería, también por la que suelto. — Entonces le falta segundo nombre. — que esté participando en esto significa que ya he terminado por aceptar que Moriarty será el tercer miembro de un apartamento diseñado para que convivan dos personas, una excepción que estoy dispuesta a hacer si eso mantiene a David contento. — Al menos esta vez no tendrá pulgas que sacar, la próxima vez que vayamos a comprar, deberíamos pasar por una tienda de animales, comprar champú que sí sea apropiado. También un collar. — digo, si va a ser nuestro perro que menos que tenga un poco de clase, ya lo veo con su propia chapita en la que ponga su nombre completo con el código postal de nuestra dirección, además de un número de contacto por si las moscas. ¿Espera qué? Tengo que frenar mis pensamientos, esos que empiezan a acelerar en cuanto comienzan a aparecer numerosas tareas que hacer antes de poder darle un lugar algo digno al perro. ¡Si es que hasta podría tener su propia camita! De acuerdo, basta, primero debemos encontrar al chucho. Por suerte Meyer no tarda mucho en hacerlo, puedo comprobar de lo que está hablando al agacharme y quedar sentada sobre mis piernas, mitad en el aire también, para llamar al pobre perro mojado. — Le compraremos un abrigo para la próxima. — así si salimos con lluvia, no se mojará. Le dedico una sonrisa cómplice a Moriarty antes de pararme sobre la figura todavía más empapada de David. — Ha sido todo su culpa, Morty, ni siquiera te quería dentro de la casa, es un poquito cascarrabias. — nada que ver con lo que pasó, pero me sirve para quedar bien con el perro, que con Dave ya dejé de intentar hacer eso hace mucho tiempo.
Me río con cierta sorna por ese nombre que se saca de la manga, doble apellido incluido, y me hace rodar los ojos por la tontería, también por la que suelto. — Entonces le falta segundo nombre. — que esté participando en esto significa que ya he terminado por aceptar que Moriarty será el tercer miembro de un apartamento diseñado para que convivan dos personas, una excepción que estoy dispuesta a hacer si eso mantiene a David contento. — Al menos esta vez no tendrá pulgas que sacar, la próxima vez que vayamos a comprar, deberíamos pasar por una tienda de animales, comprar champú que sí sea apropiado. También un collar. — digo, si va a ser nuestro perro que menos que tenga un poco de clase, ya lo veo con su propia chapita en la que ponga su nombre completo con el código postal de nuestra dirección, además de un número de contacto por si las moscas. ¿Espera qué? Tengo que frenar mis pensamientos, esos que empiezan a acelerar en cuanto comienzan a aparecer numerosas tareas que hacer antes de poder darle un lugar algo digno al perro. ¡Si es que hasta podría tener su propia camita! De acuerdo, basta, primero debemos encontrar al chucho. Por suerte Meyer no tarda mucho en hacerlo, puedo comprobar de lo que está hablando al agacharme y quedar sentada sobre mis piernas, mitad en el aire también, para llamar al pobre perro mojado. — Le compraremos un abrigo para la próxima. — así si salimos con lluvia, no se mojará. Le dedico una sonrisa cómplice a Moriarty antes de pararme sobre la figura todavía más empapada de David. — Ha sido todo su culpa, Morty, ni siquiera te quería dentro de la casa, es un poquito cascarrabias. — nada que ver con lo que pasó, pero me sirve para quedar bien con el perro, que con Dave ya dejé de intentar hacer eso hace mucho tiempo.
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