The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Will you hold the line? — Benedict F.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
7 de agosto

Solo fue un diminuto haz de luz, pero el suficiente para conseguir sacarla de su letargo, aquel en el que había conseguido entrar después de horas dando vueltas en la cama, presa del nerviosismo y el calor que atenazaba su cuerpo. Al menos disfrutaba de la ligera brisa que le proporcionaba el ventilador de techo, aquel que colgaba sobre ella, y trataba de hacer las calurosas noches de verano algo más llevaderas de lo que eran realmente. Recordaba las noches de verano en el distrito cuatro, como no importaban las horas puesto que los habitantes del distrito iban de un lado para otro disfrutando del buen tiempo para trasnochar y expandir su vida social; ella, por su parte, solo prendía el aire acondicionado y se estiraba todo lo larga que era sobre la amplia cama de su habitación. Allí, en el distrito cinco, podía hacer lo mismo… salvo por las escasas comodidades que la rodeaban. Se giró, enfocando su claro mirar en el haz de luz, cegándose por algunos instantes en los que trató de ganar una batalla que estaba perdida desde un inicio. Como muchas otras.

Sabía que las noches eran más acogedoras para las personas como ellos, pero lo cierto era que prefería tenerlas para ella misma. Había actuado por instinto cuando se encontró con Alice, ¿por qué hablar con ella pero seguir rehuyendo a los demás? Hacerlo carecía de sentido. Parpadeó un par de veces, con su mirar apenas fijo en el ir y venir de las aspas. Todo había sido mucho más sencillo cuando tenía su trabajo y vida organizada, una aburrida rutina que seguir. En ocasiones incluso extrañaba a Jasper y sus intentos de sermones. Alzó la diestra para echar un rápido vistazo a su reloj. Media hora. Tenía tiempo de sobra para aparecerse en el lugar que había concertado, solo esperaba no acabar despedazándose por la ingente cantidad de cosas que pululaban por su mente. La hacían inestable en demasiados sentidos, y lo cierto es que había querido tenerlo todo bien atado y controlado antes de tener que darse aquel encuentro.

Tardó menos, mucho menos de lo esperado antes de que sus desgastadas deportivas dieran contra el polvoriento suelo de una de las casas abandonadas que había acabado merodeando durante sus paseos nocturnos. Le había dado correctamente la dirección, ¿verdad? Por un instante dudó, el tiempo suficiente como para conseguir que acabara recorriendo la vivienda de arriba abajo en apenas unos minutos. Se paró a observar las fotografías que aún colgaban de algunas de las paredes, incluso limpio un par de cristales en busca de visualizar mejor los rostros de aquellos que abandonaron su hogar dejando tantos recuerdos atrás. Podían haber sido humanos que fueron sacados arrastras de allí, magos que dejaron el pobre distrito para irse a otro o unos u otros que, simplemente, murieron. No como ella, que parecía no poder morir en paz. La impaciencia se había vuelto algo habitual, tanto que acabó por dejarse caer sobre el sillón, provocando una pequeña nube de polvo que flotó a su alrededor haciéndola toser. —Siempre acabo en sitios como este— se quejó a la par que realizaba aspavientos con las manos en aras de disipar la tenue nube.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No sé qué es lo que estoy haciendo aquí. He venido siguiendo las indicaciones de Alice, pero no fue demasiado directa y no tuve otra opción que simplemente hacerle caso; a estas alturas no reprocho demasiado las peticiones de mis compañeros, en especial porque soy uno de los que mejor se mueve por los distritos, particularmente por la ventaja que me propina la capa de invisibilidad. El único que sospecho que acabará por sobrepasarme es Kendrick, pero no me atrevo a preguntarle dónde es que se mete cuando llega con esos olores en su forma de perro. Siempre he dicho que mientras sea cuidadoso y nadie sospeche del can que se pasea por las calles, no hay por qué andar obligándolo a estar recluido entre cuatro paredes.

La llegada del verano me tiene con los pelos en punta, porque recuerdo muy bien las órdenes de Magnar Aminoff que no he cumplido y, sin embargo, aún no se juega su venganza. Hay patrullas de dementores, pero siguen siendo las mismas que antes, ni un número más ni uno menos. Sé que no se ha olvidado de nuestra charla, pero no comprendo qué es lo que está esperando. ¿O los levantamientos lo entretuvieron tanto que ganamos algo de tiempo? ¿Puedo seguir ocultando lo que ha sucedido antes de que me obliguen a confesar? ¿Qué es lo que haré cuando no tenga más marcha atrás?

Intento no pensar en ello mientras avanzo, ningún dementor va a descubrirme ni nada va a explotar; no obstante, soy incapaz de reducir la velocidad de mis pasos. La puerta se abre por sí sola, o eso pensaría cualquiera que estuviera viendo la escena desde afuera y me hago paso hasta poder colarme dentro de la casa abandonada. Vamos, incluso bajo la capa puedo sentir el polvo, el que me hace estornudar con fuerza en lo que barro la habitación con la mirada en espera de que mis ojos se acostumbren a la poca iluminación. Su aroma me llega antes que su imagen, aunque hay algo diferente y me cuesta un momento identificarla como ella. Pero cuando tironeo de la capa para dejarme al descubierto, el asombro delata mis facciones y siento que la sacudida lleva mi estómago hasta el suelo.

Ni recuerdo cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos, no he podido contar los días. Siento que fue hace toda una vida, que perdí su rastro, que no supe nada de ella y que tuve que asumir que simplemente había desaparecido. Pero Arianne está aquí, a pocos metros de mí, tan real que me cuesta caminar unos pasos y tocarla. Dejo caer la capa al suelo, entornando la mirada con cierta sospecha — Luces diferente — hay cierto recelo en mis instintos cuando doy un paso, se siente como un imán caprichoso, como si supieras que debes esquivar el canto de una sirena asesina. Abro y cierro mis dedos, nervioso — ¿Dónde estuviste todo este tiempo, Ari? — porque por el tono de mi voz, compungido y aliviado al mismo tiempo, queda en claro que la he echado de menos.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Estiró las piernas al frente, cruzándolas y moviendo los pies al ritmo de una canción que había escuchado… ¿hacía cuánto tiempo? Lo más probable era que la escuchara en casa mientras trataba de ocupar su tiempo después de dejar el Wizengmot, puede que cuando estuvo comprando o incluso que, simplemente, apareciera en su cabeza cuando estuvo en la base de seguridad. Balanceó los pies un par de veces más, acompañando éstos con aspavientos que pretendía disipar el polvo que la rodeaba. Una de las mismas se paró en seco y fue girada, quedando con la palma hacia arriba, con los dedos extendidos. Se sentía algo inútil no pudiendo crear, si quiera, una pequeña bola de fuego; no pretendía que una llamarada surgiera, solo sentir que sus horas no habían sido completamente en vano, que realmente era capaz de hacerse con ello y controlarlo como quisiera. No ser ella la contralada por los instintos que despertaba en su interior.

Cerró los ojos un instante, siendo lo suficientemente impaciente como para acabar abriendo un ojo, y luego el otro, cuando solo habían transcurrido escasos segundos desde que los cerró. Puede que fracasara por la poca paciencia que mostraba; la cual estaba más a flor de piel en aquel momento. Recorrió con la mirada todo la que la rodeaba. El distrito cinco, como todos los del norte, eran un hervidero de repudiados o traidores que trataban de sobrevivir a un régimen que los odiaba; y las viviendas abandonadas eran un obvio refugio tanto para uno como para otros. Quizás debería asegurarse de que no había nadie allí. En las ocasiones anterior se había encontrado completamente sola, pero solo hacía falta que lo necesitara un instante para verse interrumpida. Prensó los labios, recogiendo las piernas y dispuesta a levantarse cuando el suave deslizamiento de la capa por el suelo consiguió que girara el rostro en dirección a la puerta de entrada.

Aún quedaban cosas que no había cambiado en ella, y su ensimismamiento era uno de ellos. La repentina claridad, el estornudo o los pasos habían sido sonidos mucho más obvios pero que pasaron de inadvertidos para la rubia que solo entonces se giró. ¿Estaba demasiado mal sonreír? No se sentía con el derecho de hacerlo, por lo que terminó de levantarse, permaneciendo a una distancia prudente, no siendo la que acortara la distancia entre ambos. Lo recorrió con la mirada, arqueando ésta al final, acabando por esbozar una fugaz sonrisa. —Soy algo diferente— concedió sin entrar demasiado en detalles, pero entrelazando las manos frente a su cuerpo. Torció el gesto y chocó las punteras de sus deportivas. —Es algo complicado, pero he estado los últimos siete meses en el distrito once. Se podría decir que ahora vivo allí— confesó. Hablar con los demás era complicado, mucho más si se trataba de seguir un guión. —Kyle me dijo que todo estaba bien, por eso no traté de, bueno, contactar—. Su voz sonó algo más culpable de lo deseado.

Bajó la mirada, recorriendo el espacio que los separaba con los ojos. Lo cierto era que no quería saber si también podría ejercer cierta influencia en él, más bien no quería ejercerla. —De momento deberíamos mantener esta distancia— acabó por decir, alzando la mirada hasta encontrarse con la contraria.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Nada en el ambiente me recuerda a ella, Arianne parece haber sido recortada y colocada en este escenario que no le pertenece. Intento adivinarla, pero incluso con los sentidos de la licantropía me parece un enorme enigma, algo que soy incapaz de reconocer. Ella me lo confirma, hay algo que está mal y que no saca a relucir su sonrisa, esa que hago un esfuerzo por responder pero apenas me sale una mueca — ¿En el once? — repito como si fuese sordo y estúpido. ¿Por qué se volvió un fantasma? Abro la boca, preparado para el reproche, cuando la mención de su sobrino me deja por un momento estático. ¡Pues claro que Kyle lo sabía y no dijo nada! Si la gente que me rodea no hace más que tomar malas decisiones. No soy un santo ni un erudito, pero no comprendo por qué me ocultaría algo así — Bien… — digo, más para mí que para ella, masticando todas las dudas que me ponen lo suficientemente ansioso como para rascar los cabellos de mi nuca. No la conozco, repentinamente siento que es una extraña.

¿Y cuándo he podido comprender a Arianne Brawn? Creo que me he esforzado por cruzar sus barreras desde que era un niño, siempre se esforzó en colocar un velo delante de ella para hacerla intocable. Supongo que es otra de las cosas que no compartimos, tengo la manía de ser demasiado transparente para mi propio bien. Debe ser por eso que no puedo evitar la mirada confundida con su indicación — ¿Qué distancia? ¿La física o la que tú pones al haberme evitado por meses? — no puedo evitarlo, hay cierto resentimiento en el tono de mi voz y mi boca se tuerce en una mueca al notar como se me tensa la mandíbula — Creí… bueno, cuando te perdí el rastro ibas a venir con nosotros. Dijiste que vendrías conmigo — no quiero ser dramático, pero no puedo evitar apuntar a mi pecho para remarcar la dureza de mis palabras — Y desapareciste. No supe nada de ti, en este distrito aislado… Y resulta que Kyle sabía dónde te habías metido. ¿Alguna vez vas a dejar de ser tan egoísta? ¿Alguna vez te pones en el lugar de los demás para comprender que también nos preocupamos? — que se excuse si quiere, eso no eliminará que mi voz se va endureciendo hasta quebrarse vagamente.

Me rasco el cabello con la frustración de dos manos inquietas y le doy la espalda para pasearme por la habitación. No quiero ni puedo mirarla a la cara, hay algo en ella que me da escalofríos, pero a su vez siento la enorme tentación de hacerlo — He hecho lo posible por entenderte, Ari, por mucho tiempo. Así que ahora me gustaría una explicación que no me huela a excusa. Y te advierto que tengo muy buen olfato — por el modo que tengo de frenarme y cruzarme de brazos, delato que no pienso irme de aquí sin al menos algo que me conforme.
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Arianne L. Brawn
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—En el once— concordó pronunciando las mismas tres palabras que él había utilizado para preguntar. Permaneció estática, observándolo desde la distancia que los separaba a la espera de algún comentario por su parte. Lo esperaba, había sabido desde el primer instante que no bastaría con hacer acto de presencia y decir donde estaba, necesitaría explicaciones. Como siempre. La rubia se había convertido en una persona parca en palabras, cuando se vivía en un lugar como en el que ella había vivido era la opción más plausible, al contrario que él. Siempre abierto a pronunciar todo aquello que cruzara su mente, siendo en ocasiones… dolorosamente abierto. Prensó los labios y sus dedos se trenzaron, tensos. Volvió a bajar la mirada, sus ojos recorrieron en un par de ocasiones la distancia entre ellos, manteniéndola allí hasta que la alzó en su dirección, entrecerrándolos con algo de confusión a la par que sospecha.

De acuerdo, tampoco había esperado algo diferente. —La física— habló inicialmente —, la segunda estoy tratando de remediarla aunque no estés… receptivo—. ¿Receptivo? Bueno, era una palabra que odiaba que utilizaran contra ella, pero acababa de utilizar como algún estúpido tipo de recurso de última hora. Suspiró, una muequita apareció en sus labios y uno de sus pies hizo un amago de avanzar. Casi se despegó del suelo por completo, casi. Los presionó de nuevo, retirando la mirada hacia otro lado. Parecían hechos para discutir el uno con el otro. Mordisqueó el interior de su mejilla, recorriendo con la mirada algunos de los cuadros hasta que dejó ir todo el aire que hubo mantenido en los pulmones. —Tú podías cuidar de ti mismo, Ben. Kyle no. Sé que eso no convalida el hecho de que simplemente desapareciera y lo egoísta que he sido manteniéndome escondida como si hubiera muerto, pero no era lo mismo mantener el contacto con él que contigo—. Con Kyle solo se preocupaba por él, quería mantenerlo a salvo y ser responsable; pero con Ben era algo diferente, simplemente no podía reaccionar del mismo modo y sabía que acabaría en algún tipo de discusión que no podría manejar.

Quiso retroceder y dejarse caer sobre el sillón nuevamente, verse tapada por una nube de polvo que le permitiera desaparecer de nuevo, o morir ahogada que también era una opción lo suficientemente plausible. Aprovechó que le daba la espalda para rodar los ojos, incluso dejar que una risa sorda escapara de entre sus labios. —Yo puedo ser bastante persuasiva— contestó a ‘su olfato’. Aun así meneó la cabeza, estaba allí para darle alguna respuesta, no se pondría a dar rodeos. —¿Necesitaste un tiempo para ti mismo cuando te mordieron?— preguntó entonces, moviéndose hacia un lado en un intento de volver a encontrar sus ojos. —No es… propiamente lo mismo aunque sí que he necesitado un tiempo conmigo misma para hacerme con ello y sentir que soy algo menos peligrosa para mí misma y para las personas que quiero—. Al fin y al cabo era algo realmente permanente, que siempre estaba allí. —Se supone que estoy muerta. Literalmente.— Agregó como final de su excusa.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿Yo no estoy receptivo? — creo que el tono escéptico es por sí mismo traidor si tomamos en cuenta el contexto, pero no puedo evitarlo. He pasado meses sin saber de ella, sin tener una mínima pista de dónde encontrarla y, mientras el mundo a nuestro alrededor terminaba de derrumbarse para volverse un sitio oscuro y helado repleto de dementores, ella decidía que era mejor mantenerse alejada. No me considero un sabio, pero la experiencia me ha enseñado que mantenernos juntos es el mejor modo de sobrevivir — ¿Ni siquiera para explicar dónde estabas y que te encontrabas bien? Genial, me agrada ser de tanta importancia para ti — porque ya hemos pasado años sin saber del otro como para volvernos descartables, por dramático que suene de mi parte.

No estoy seguro de que pueda ver la mueca que se me escapa ante su supuesta confiable persuasión. Tengo la intención de mantener la postura de ofensivo capricho, hasta que la pregunta que revolotea en el aire me desconcierta lo suficiente como para bajar los brazos, hasta que caer pesadamente a mis costados. Con la duda en la mirada, doy un paso vacilante en su dirección, sin reconocer ese aroma. Pero sus palabras tienen sentido, en especial cuando sus ojos jamás brillaron de esa forma y su piel luce como si fuera la seda más fina de toda la nación. Mis dedos no se atreven a tocarla, la sienten como una amenaza discreta, pero mi pecho se hunde en un amargo sentimiento que no sé cómo identificar. No puedo llorarla, no cuando la tengo delante. Sí puedo lamentarme por ella y sentirme confundido al respecto, porque hay cosas que no deberían suceder… y suceden, todo el tiempo.

Eres una veela — no se lo pregunto, es una afirmación que cae pesada, como un aliento contenido. No he visto una veela hecha y derecha, mis amistades siempre tuvieron una pizca de su sangre, pero sé lo suficiente como para reconocer una. No creo que sean tan peligrosas como los hombres lobo, pero sé que pueden ser letales. Me gustaría tocarla, pero no me atrevo — ¿Cómo sucedió…? — no sé si quiero saberlo, pero es una necesidad. Puedo entender su búsqueda de aislamiento, las memorias que tengo de esos primeros días en la cama de la enfermería de Arleth no son las más felices de mi vida — Dime que no pasaste por esto sola — porque al menos, yo tenía a mi familia. Y a Seth.
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Arianne L. Brawn
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Resopló con sonoridad, no molestándose en tratar de mantener el rictus de indiferencia que había acompañado sus reacciones durante los últimos años. Siempre escondida tras una expresión de no entender nada, o de no querer hacerlo. Pues allí estaban ahora, bailando por roto su rostro, mostrando nerviosismo a la vez que exasperación. Acabó por prensar los labios, no queriendo comentar nada más sobre por qué no trató de explicar nada o por qué unos fueron ‘afortunados’ del saber y otros no. Simplemente tenía sus razones, egoístas o no allí habían estado y no podía cambiar el pasado, y tampoco lo haría de poder.

El guion solo se estaba deshaciendo poco a poco, desintegrándose en su cabeza mientras la rubia trataba de explicarse de un modo que no pareciera una simple excusa u otra decisión egoísta más. Que lo era pero, como siempre, las cosas con cierta sinceridad siempre acaban tornándose algo más comprensibles para los demás, dentro del obvio egoísmo y sobreprotección. Y aunque le molestara que fuera él la que la llamara de aquella manera. Aprovechó que postura para rasparse los labios con los incisivos, entrelazando el pulgar de la diestra con las trabillas de sus pantalones, rascándose con la libre la pierna, incluso tamborileando con los dedos de los pies dentro de sus viejos zapatos. No se podían hacer más cosas a la vez, ¿cierto? Sólo no sabía que hacer, como mantenerse o colocarse cuando volvió a girarse hacia ella. Los labios de la rubia se entreabrieron, dispuestos a volver a pronunciar la pregunta de si necesitó tiempo, pero se helaron ante sus movimientos.

Sus ojos se entrecerrados y sus pies quisieron retroceder. —No t— comenzó a pronunciar, viéndose sorprendida en ello. Por cada paso que daba en su dirección, ella quería retroceder el doble. Miedo quizás. No, miedo sin duda. Torció los labios. Todo el mundo había atado cabos mucho más rápido de lo que lo hizo ella en su momento; la frustración e incredulidad del saber que, simplemente… sus latidos se volvieron algo más fuertes, por lo que entrelazó las manos en su espalda y tomó una profunda respiración que dejó tras de sí una sonrisa triste. —Voy a solucionar lo que pasó— contestó errónea. No había forma posible de solucionar lo que era. Meneó la cabeza. —Bueno, es lo que soy ahora y no puedo suplirlo. Sé quién lo hizo y cómo, pero prefiero no traerlo a mi mente ahora mismo… contigo aquí— simplemente sentía su sangre discurrir con velocidad cuando lo pensaba. Así funcionaban las cosas, se intensificaban.

Desenlazó las manos y las dejó caer a ambos lados de su cuerpo. Al menos aquello seguía igual. —Toda mi vida y mi familia está en el cuatro, Ben— masculló. —. Alguien me tendió su mano dándome un sitio en el que estar y trató de ayudarme con una nueva perspectiva; pero la mayor parte del tiempo sí. Lo quise así porque no quiero ser esto y no… pretendía dar falsas esperanzas de seguir aquí cuando ni yo misma lo he decidido aún— vació sus pulmones. —Es verdad que estoy tratando de hacerme a ello pero es frustrante—. Porque puede que no hubiera sido totalmente feliz, pero había tenido todo lo que quería. Y ahora sentía que no había nada a lo que aferrarse. —Básicamente está pasando esto porque me choqué con Alice— confesó. Podía sentarle mal o no, pero había querido la verdad sin excusas o florituras que la hicieran más agradables al oído.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿Qué no me acerque? Levanto las manos delante de mí en señal de cautela y paz, pero no puede pretender que me mantenga lejos por mucho tiempo. Lo que recibo de su parte es un vago rechazo, ese que se siente como un frío desagradable recorriendo mi espina dorsal, muy diferente a las emociones cálidas de nuestros últimos encuentros. ¿Cuántos meses han pasado? ¿Por qué duele? ¿Por qué me siento impotente por no poder ayudar, cuando es obvio que el daño ya está hecho? Quizá porque sé que sufrió, porque lo hizo en mi ignorancia, porque la mierda jamás se acaba ni se acabará con el paso del tiempo. Al final, siempre volvemos a ser esos niños que estaban asustados hace una eternidad. Casi veinte años — ¿Quién…? — pero no completo la pregunta, en parte por lo que ella dice y en parte porque no sé si podré escucharlo sin ir en su busca. No es tan sencillo preguntar quién es tu asesino cuando, para colmo, tienes la oportunidad de responder.

Es un alivio el saber que no ha pasado por esto sola, pero me fijaré en los detalles en su salvación luego. Ahora parece que hay otros temas algo más urgentes por solucionar — Es frustrante, como todo lo irreversible — coincido, el tono de mi voz delata desgano — Pero eso no significa que podemos volver a acoplarnos. A pesar de mis quejas, agradezco seguir estando vivo — de no ser así, me habría perdido de muchas cosas. No hubiera visto a mis mejores amigos casarse y tener un hijo, no habría disfrutado de mi familia, el dolor ahorrado no reemplazaría las vivencias. El resoplido esconde una sonrisa vaga, sin una pizca de verdadera gracia — No me sorprende. ¿Le pediste que lo mantenga en secreto también? — no puedo enojarme con Alice, aún así hay cierta sensación de malestar. ¿Alguien más sabía de esto antes que yo?

Supongo que somos diferentes, siempre lo hemos sido. Las prioridades difieren, el modo de reaccionar ante el conflicto parece que también. Con movimientos cuidadosos para no ponerla en alerta, me cruzo de brazos y uso mis nudillos para rascar mi mentón, apenas sintiendo los primeros vellos de una barba que debería empezar a crecer pronto — ¿Y qué quieres que haga con esto? Porque no puedo simplemente volver a casa y fingir que no te he visto. Perteneces al norte, Arianne, con la gente como nosotros — aquellos que no tienen un lugar en la sociedad, por mucho que Aminoff se esfuerce en hacernos creer que no es así — No puedo olvidarme de ti y eliminarte de mi vida. Tal vez para algunos eso es fácil, pero sabes que yo jamás he sido bueno dejando gente atrás — si vales la pena, vales mi tiempo. Es una mala manía.
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Arianne L. Brawn
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Prefirió no pensar en el resorte que se salió de su lugar cuando le mostró las manos en señal de no tocarla. Se sentía mal, como algo que no debía ser así y tampoco quería. Sin embargo no tuvo el tiempo suficiente como para conseguir que las barreras, sí, aquellas nuevas que había reconstruido, bajaran como para darle cabida. El mero hecho de pensar en Wright anulaba buena parte de su raciocinio. Todas las personas tenían una lista de prioridades, por desgracia él ocupaba la primera en el suya; quizás no en la consciente, no en la que manejaba por sí misma, pero sí en la que su veela interior quería que ocupara. El rencor y la venganza eran algo pasajeros, algo que solo ocasionaba más dolor a las personas que les daban cabida, siempre lo había sabido y aplicado. Pero ya no era tan sencillo como dejar el agua correr como quisiera. Era su problema.

Aún existían dolorosos secretos entre ambos, y por ello no quiso asentir ni negar sus palabras, solo escucharlo. Reencontrarse con una voz conocida, una que le gustaba, era algo reconfortante. — Bueno, nunca he sido tan fuerte como tú, este solo es un ejemplo más de ello — reconoció sin problema. Se había permitido tan pocas cosas durante los últimos años que lo más mínimo que se saliera de sus costumbres ya era algo demasiado arriesgado. Quizás por ello solo se había dejado apalear mil veces sin tratar de golpear de regreso, acostumbrándose y abrazando el miedo. — Además, tú… estabas en una situación cuando pasó y seguiste en la misma, yo… tengo que hacerme a todo esto y a lo que me ha pasado — siguió —. No pretendo hacerme la víctima, lo que me pasó fue una obvia consecuencia de mi actuar, solo yo soy la culpable de ello. — suspiró, dejando que sus hombros se hundieran un poquito más y negando en relación a Alice. — Le pedí que vinieras, no es como si siguiera manteniendo esto en secreto por más tiempo, ¿no? —. Tironeó de sus entrelazados pulgares hasta que acabó por soltarlos y dejar que sus brazos se extendieran a lo largo de sus laterales.

Suspiró y bajó la mirada, volviendo a recorrer el espacio entre ambos. Él siempre había sido así, se aferraba y protegía de una manera que, a veces, dolía. — Ben — nombró —, he firmado órdenes de ejecución y las últimas se retransmitieron en directo para todo el país. ¿De verdad crees que pertenezco aquí? — preguntó directamente. Era un pensamiento recurrente. Negó con la cabeza. Cierta parte de sí quería seguir allí por las personas que quería, tratar de ocuparse de Kyle e intentar hacer las cosas bien ahora que tenía una segunda oportunidad. Pero no había encontrado la motivación para ello, no cuando sentía que había mucho más en contra. — Voy a hacerme una profesional en pedirte perdón — habló —. Pero lo siento. Siento que las cosas acabaran saliendo así y ahora tenga que poner una distancia entre nosotros — dijo en un vago intento de suplir la distancia que los separaba ya que contra la física no era capaz de hacer mucho más. —, pero no quiero influir en ti también. Puedo soportar que otros cedan por lo que soy — movió una mano en relación a lo estúpido que le resultaba aquel tipo de halo o atracción que la rodeaba por su sangre —. Es diferente — quiso puntualizar, siendo sincera en el porqué de aquel espacio que estaba manteniendo.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Soy plenamente consciente de que nuestras circunstancias son diferentes, nuestras razas lo delatan mejor que nada. Para empezar, yo pude haber muerto, pero no lo hice. Me cuidaron hasta que mejoré y adaptarme no fue sencillo, pero tuve las manos amigas necesarias para no caer. Ella ha muerto, le quitaron su cuerpo y lo transformaron en algo que es todo el tiempo, todos los días, lejos de lo que conoció la mayor parte de su vida. No puedo reprocharlo, lo delato en el modo violento que tengo de desviar la mirada en lo que prenso mis labios. Siempre se ha equivocado con respecto a que soy más fuerte, aparentarlo no significa serlo. Pero ella pidió por mí… puedo fingir un rato más.

La dejo hablar, hasta parece que estoy haciendo oídos sordos a lo que sale de su boca. No obstante, tiene toda mi atención. ¿De verdad creo que pertenece aquí? ¿Necesita pedirme disculpas? Me muerdo el interior de la mejilla, casi en un gesto nervioso. Lo que sigue a su cháchara es mi silencio, hasta que me atrevo a regresar los ojos a los suyos — Desde que somos niños ha sido igual — dejo salir — Nos hicieron creer que no pertenecíamos a ningún sitio, que había cientos de cosas mal con nosotros, que éramos monstruos cuando no tuvimos otra opción que serlo — no cuajábamos entre la gente de nuestra edad, no lo hacemos ahora como miembros de la sociedad. Jamás tendremos un espacio y, aún así, encontramos el modo de hallarnos en ese enrollo, una y otra vez — Perteneces al sitio donde estén las personas que se preocupan por ti, pero algún día debes dejar caer esa barrera — la misma que montó cuando salió de la arena, la que está elevando ahora.

Y me cago en esa barrera, en ese muro de cemento que me he esforzado en partir desde que tenía trece años, con pequeños golpes. Me recuerdo a ese niño de gorro de lana y pompones cuando descarto lo que dice y doy los pasos necesarios hacia ella, la tomo con cuidadosa brusquedad del rostro y lo alzo, obligándola a que me mire. Es insoportable, hay un cosquilleo en ella que me hace débil, pero me niego a retroceder — Sí, eres hermosa. Pero la cuestión es que siempre he creído eso de ti. Si no me quieres cerca por otras razones, puedo comprenderlo y aceptarlo. Pero no me empujes solo porque crees que es lo mejor para mí, cuando no puedo evitar… — trago algo de saliva, con cuidado dejo caer mis manos en una caricia por su cuello y sus hombros, hasta que se rinden y cuelgan a ambos lados de mi cuerpo — Hace tiempo siento muchas cosas por ti. Si es lo que quieres, puedo terminarlo. Pero no decidas por mí si lo que te manipula es el miedo. Verás… he pasado una eternidad asustado, pero ya no quiero estarlo. Es agotador — como amar, pero no podemos dejar de lado el hecho de que lo empujamos o lo abrazamos.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Nunca preguntó sobre su condición; cómo fue, qué sintió o cómo lo acogió. Eran detalles que sentía que no le pertenecían, aquel tipo de vivencias le pertenecían a uno mismo. Obviamente podían ser usadas para ayudar a sus iguales, pero seguían siendo algo lo suficientemente íntimo como para no querer ahondar en ello. O al menos ella no quería hacerlo, era demasiado pronto. Siete meses eran demasiado pronto, ni siquiera sabía cuándo se convertiría en un buen momento. Lo recorrió con la mirada, parándose de tanto en tanto, allí y allá, hasta que dejó ir el aire que había estado reteniendo inconscientemente en sus pulmones. Se sentía como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que se vieron; incluso más pesado que todos los años que habían estado sin saber absolutamente nada el uno del otro.

¿En qué momento se habían descontrolado tanto las cosas? ¿Cómo habían llegado hasta aquella situación? Si volviera la vista atrás solo se encontraría decisiones, unas tras otras en perfecto orden. Decisiones que, en su mayoría, había tomado por obligación o en un intento de huir de las que peor futuro preveía. Él había tenido suerte al encontrar un sitio al que pertenecer y al que poder regresar siempre que lo necesitara. — ¿Me divido en dos entonces? Sabía que no pertenecía al lado del gobierno pero estaba mi familia, también sé que no voy a poder encajar aquí pero estás tú. No sé si alegrarme de ya no tener que tomar esta decisión o si ponerme a llorar — reconoció aun a riesgo de poder herirlo con sus palabras. Antes había tomado la decisión de hacerlo, dejarlo todo y huir, pero no era lo mismo verse empujada; las posibilidades de una ventana de regreso habían quedado reducidas a una rendija que dudaba incluso que existiera más allá de en su mente. — Yo no he levantado esta barrera, es un cúmulo de cosas que no he sido capaz de gestionar a tiempo. Y la odio —. La Arena, su adopción, los recuerdos de su padre, las sentencias, el poder… su muerte. Todo había ido sumando hasta enterrarla por completo. Protegerse a sí misma, como si nunca hubiera pensado que lo que realmente hacía era herirse más.

Los cuadros de las paredes comenzaban a tener su encanto, al menos conseguía que sus ojos se enfocaran en otras cosas. Hasta que la sensación regresó de nuevo a ella, aquella que no la dejaba parpadear por miedo a que desapareciera en aquel breve espacio de tiempo, la que se instauró cuando la distancia entre ambos se redujo y se vió obligada a volver su mirar al contrario. Casi podía percibirse la pesadumbre en sus ojos aun cuando lo escuchaba. Se mordió la punta de la lengua, fingiendo una falsa calma que no tenía nada que ver con lo que discurría por dentro. Dejó que terminara, manteniendo en todo momento las manos pegadas a su cuerpo, apretando los pies contra el suelo. — No estoy tratando de empujarte porque crea que es lo mejor para ti o para mi, sino porque… tengo miedo de que desde ahora permanezcas aquí solo por lo que soy, por el efecto que tiene lo que soy su voz sonó baja y cansada —, porque soy esto veinticuatro horas al día, Ben — agregó chasqueando los labios, molesta. Tomó aire y no fue consciente del movimiento de su diestra hasta que se acercó hasta la de él, entrelazándose con sus dedos. — Estoy cansada de dudar de todo y todos. Trato de pensar en si esta es una segunda oportunidad para hacer las cosas o si otra nueva para empeorarlas aún más. La teoría siempre es mucho más sencilla — pronunció afianzando mejor sus dedos entre los contrarios, yendo en contra de todo lo que pensaba que debía ser pero alcanzando a encajar algo después de tantos meses.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Sentirse inútil frente a los problemas de aquellos que nos importan es una de las peores emociones que alguien puede experimentar a lo largo de su vida. Solo puedo quedarme aquí, viendo como la angustia es parte de ella y me vuelve un intruso, en lo que mi silencio se torna mi defensa en lo que me relamo los labios, buscando algo para decir, lo que sea — Eres la única que puede tirar esa barrera. Los demás solo seremos meros espectadores, como mucho podemos echarte porras — mi voz se siente tímida, como si no estuviera seguro de que este sea el mejor consejo que pueda darle. He aprendido que los demonios personales son los peores para las batallas, nadie podrá hacer nada para ayudarla al menos que ella no quiera ayudarse.

No creo que lo entienda, aún así meneo la cabeza una y otra vez en un intento de darme a entender con palabras, incluso cuando estoy tratando de callarla en lo que ella habla. Si cree que soy la clase de hombre que se daría vuelta por algo como esto se ha equivocado, siempre he estado para aquellos que lo han necesitado y sus diferencias no me han asustado. ¿No sería hipócrita de mi parte? Pero ella toma mi mano, la que tengo libre se recarga en su cuello, allí dónde puedo sentir sus latidos. Ha muerto, pero ahora se encuentra con vida, aquí conmigo — Entonces deja de pensar — es un consejo susurrante — He estado para ti desde siempre, ¿no es así? ¿Por qué cambiaría ahora? No me importa lo que eres, mientras sigas siendo Arianne. Nuestras anatomías pueden cambiar… — con cuidado, levanto la mano que me sostiene hasta colocarla en mi pecho, allí donde puede sentir los golpes de mis latidos. Más pesados que los de un humano cualquiera, pero reales, capaces de soportar una transformación total una vez al mes — … pero mientras otras cosas no cambien, estarás bien.

¿No es lo mismo que venimos hablando desde que nos conocemos? ¿El no perdernos a nosotros mismos, a pesar del miedo? No estoy pensando con claridad cuando me inclino hacia ella, buscando que la diferencia de alturas no sea un problema en lo que mis labios apenas rozan los suyos. Desde esta distancia, verme en sus ojos es peligroso, pero sencillo de conseguir — Creo que estoy enamorado de ti — murmuro en su boca, como un secreto que morirá entre estas paredes — Y estoy dispuesto a permitir que me rompas el corazón cuando vuelvas a marcharte. Solo no lo hagas por ideas erróneas — porque ya he soportado demasiado. ¿Qué me hace un poco más de dolor?
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Siempre pensó que debía hacer algo con ellas pero nunca tuvo la fuerza, ni la motivación, suficiente como para enfrentarse a las mismas. No cuando la mantenían protegida y se habían convertido en algo tan cotidiano que se sentía desnuda cuando pensaba en hacerlas desaparecer. Uno conseguía acostumbrarse incluso a las cosas malas, a aquellas que la aislaban y dañaban pero también la protegían en cierta medida. Prensó los labios, tratando de asentir, leve, con la cabeza a sus palabras. Puede que realmente tuviera que tomarse aquel punto y aparte como una nueva oportunidad, una para hacer las cosa como las sentía y no como estaban realmente aceptadas por los demás. Complicado cuando había pasado la mayor parte de su vida siguiendo la corriente, dejándose arrastrar.

Tenía el suficiente miedo como para querer aferrarse a su mano, e ignorar por completo lo que la lógica le pedía que hiciera. Aquello que había cavilado durante los últimos meses y por lo que se había escondido hasta estar totalmente segura de cómo manejar la situación. Bajó la mirada hasta su pecho cuando apoyó su mano allí, manteniendo sus ojos fijos durante unos segundos que transcurrieron con lentitud, acompasando su respirar con el latir contrario. No se había parado a pensar en su propio pulso, sabía que seguía allí porque se aceleraba con más frecuencia de la deseada, pero en muchas otras ocasiones temió que hubiera desaparecido. — Sabes que no pensar demasiado ha sido lo que me ha llevado hasta aquí, ¿verdad? — ¿Consecuencias? ¿Qué consecuencias? Habían parecido desaparecer cuando estaba cerca suya; no conseguía la misma funcionalidad y claridad estando sola que teniendo que afrontar algo relacionado con él. — Aquí sigue todo igual — habló a la par que tomaba su otra mano y la colocaba, al igual que él, contra su pecho. Muchas cosas habían cambiado, habían transmutado hasta tornarse irreconocibles, pero aquella no. Las buenas decisiones eran las más complicadas.

Aunque sus pies querían retroceder permanecieron pegados al suelo, conteniendo la respiración durante el tiempo que duró la cercanía entre ambos. Solo quería creer que era cierto, quiso convencerse de ello, cuando sonrió contra sus labios. Un acto de fe. — No puedo prometerte que nunca le haré daño — susurró. Nadie podía evitar hacerle daño a los demás; de forma activa o pasiva, el riesgo siempre estaba ahí, latente. —, pero sí darte el poder de romperme el mío — concedió. No supo si alcanzar sus labios o permanecer quieta,  porque lo cierto era que el mero contacto conseguía que se sintiera eléctrica. Algo que dudó que siguiera dentro de ella, que pensó que se habría enfriado dejando tras de sí solo un halo de lo que en algún momento alcanzó a motivarla. — ¿Por qué el mero hecho de tenerte cerca consigue que quiera abrazar esta segunda oportunidad? ¿Qué me has hecho? — acusó sonriendo entre dientes, sintiendo el ligero roce de sus labios mientras hablaba. — Me siento tentada a pedirte que te quedes conmigo hasta que crea haber recuperado estos siete meses— pronunció arqueando ambas cejas.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
 Eso espero —  porque puedo sentir sus latidos contra mi palma, ahí donde son tan rítmicos como los míos, corriendo sangre que no debería estar en movimiento dentro de su cuerpo. Y aún así se encuentra aquí, respira conmigo, tiene el calor suficiente como para desear tenerla a mi lado, con la clase de ansiedad que no recuerdo haber sufrido en mucho tiempo. Hay algo en Arianne que despierta un torbellino dentro de mi pecho, que me hace sentir inmenso y pequeño a la vez, como si tenerla fuese tan necesario como beber agua todos los días. No sé cuándo sucedió. Tal vez fue en esas noches tranquilas en el distrito cuatro. Tal vez fue cuando estuve nervioso a su lado en un baile que apenas puedo recordar. Solo sé que, a pesar de los años y las discordias, siempre volvemos a encontrarnos. Somos un equipo, cuyas piezas rotas saben funcionar juntas. Tributos, vencedores, amigos, amantes.

Reconozco un dejo de amargura que, de todas maneras, me hace sonreír — Intentaré dejarlo intacto — porque a pesar de las palabras escogidas, puedo divisar que me acepta, que toma lo que soy y lo que le ofrezco, que no soy el único que se está volviendo loco entre estas paredes. Mis dedos arrugan la tela que cobre su pecho y dejo caer la mano para tomar su cintura, acercándola a mí con la facilidad de un cuerpo mucho más grande que el suyo —  No tengo respuesta a lo primero… — murmuro — Pero sí puedo hablarte de lo segundo. Quédate conmigo — sé que suena a una locura, hasta yo me río vagamente a sabiendas de que ya se lo he pedido, no de la misma manera, pero con un concepto similar — He pasado mi vida corriendo y estoy agotado, Ari. Quiero tener al menos un sitio hacia el cual correr. Ven conmigo al departamento… o mejor, encontremos alguno desocupado en el mismo edificio, sé que hay unos cuantos. Con los hechizos de protección correspondientes, tendremos un lugar que sea nuestro. Los demás pueden visitarnos… Kyle puede visitarnos… —  muevo mis cejas y utilizo un tono jovial que busca convencerla, permitiéndome el sonreír con cierta timidez a pesar de no apartar la mirada — Tengamos una vida mientras podamos. Si se te ha dado una segunda oportunidad… ¿No quieres que al menos valga la pena? —  porque he vivido años de miseria, asumiendo que solo estoy sobreviviendo… ¿Para qué?

No puedo evitarlo. Mi boca busca la suya, como un imán al cual necesito corresponder. Mis brazos la rodean como si el espacio fuese a explotar de ocuparlo, en lo que mis labios saborean los suyos en busca de un contacto que creí haber perdido — No puedo perderte de nuevo — es lo único que me oigo decir, farfullando en su boca, en su aliento, en lo que intento no marearme por tenerla de esta manera. Siempre nos encontramos, no hay tragedia que valga.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Sonrió, leve, no deseando que un ápice de tristeza se colara en la misma, que tratara de eclipsarla. Sus pies trastabillaron cuando fue atraída hacia el cuerpo contrario, dejando a un lado el temor y aquella fuerza que luchaba por mantenerla alejada de él. Casi había olvidado lo complicadas que eran las relaciones interpersonales, tener que acercarse a los demás sin un guion previo que seguir, o al menos no pudiendo seguirlo al pie de la letra por las interacciones externas con las que se podía encontrar. Se inclinó ligeramente hacia atrás, tratando de tener una mejor visión de sus ojos, apoyando sendas manos sobre sus hombros y permaneciendo en completo silencio mientras él hablaba. Un departamento lleno de gente era lo último que había aparecido en su cabeza, no después de haber pasado más de la mitad de su vida sola; rodearse de desconocidos sí que era algo que no podría controlar, ni antes ni ahora. Mordisqueó su labio inferior y deslizó las manos por sus hombros hasta entrelazarlas sobre su nuca. — Suena bien — habló —, nunca he tenido demasiadas visitas —  bromeó dándole más importancia al hecho de tener que recibir alguien que a estar junto a él. Suspiró, irguiéndose. — No soy una persona demasiado positiva, pero lo seré cuando me necesites. Estaré ahí tanto si quieres seguir corriendo como si quieres parar. Dejar de solo sobrevivir — murmuró con sus ojos fijos en los contrarios. — Es definitivo que voy a tomar parte entonces —. Querer formar parte de su vida lo llevaba aparejado. Y puede que fuera al momento de hacerlo de una vez.

Se elevó sobre las puntas de los zapatos para alcanzar sus labios, presionando su cuerpo contra el contrario. Con necesidad. Percibiendo el latente sentimiento que se removía en el centro del estómago ante su cercanía. Respiró contra sus labios, alzando la mirada en su dirección, dejando que colgara de éstos con sonrisa culpable. — Estoy enamorada de ti — confesó sin rodeos. Sin creos o titubeos de por medio, sin más indecisión e incertidumbre. Ni siquiera se recordaba a sí misma pronunciando aquellas palabras en alguna otra ocasión. Parpadeó con timidez, bajando la mirada entonces y cerrando los ojos con fuerza. — Al principio pensé que solo… quería mantener algún tipo de vínculo con mi pasado, hasta que se escapó de control y acabé haciendo cosas que mi yo racional me reprochaba cuando no estabas cerca — siguió, arrugando los labios con un renovado nerviosismo. Había tenido el suficiente tiempo a solas como para pensar en todos; en todas las personas, opciones y situaciones a las que podría tener que enfrentarse tanto si seguía adelante como si decidía que ya no quería.

Sentía todo mucho más amplificado que antes, como si las sensaciones la traspasaran y dejaran sin aire. Y lo cierto era que quería ahogarse en las mismas. Tragó saliva abriendo los ojos y fijando la mirada en sus labios, recorriéndolos con suma lentitud, hasta dejar ir un sordo suspiro. — Eres lo único por lo que me sigo aferrando aquí — volvió a hablar en un hilo de voz. Y era lo único que no la molestaba o despertaba un temperamento del que no había tenido conocimiento.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Todo esto suena a una promesa, para nosotros, para un futuro que podemos acomodar al montón de mierda que se fue apilando hasta volverse nuestra completa rutina. ¿Qué más podemos pedir? ¿Por qué no disfrutamos de lo que tenemos, mientras podamos tenerlo? ¿Por qué no nos aferramos a las cosas buenas, que son demasiado pocas? Me doy cuenta de que deseo esto con cada fibra de mi ser, sin dudas, sin los miedos que en otra época me habrían explotado como pompas de jabón. No puedo vivir dando tumbos, ansío el sentirme firme con sus manos — No tienes idea de lo feliz que me hace oírte decir eso — confieso, dejo caer una risa muda en plena declaración cargada de sorpresa. Acercarme a ella siempre fue un trabajo fino, a veces siento que es imposible saltar sus barreras porque son cada vez más altas.

Y ahora estamos aquí, puedo escuchar cómo dice que se ha enamorado de mí y mis ojos se tornan suaves en lo que acepto esas palabras. ¿Por qué siento que ahora mismo las palabras sobran y solo deseo besarla? Respondo con las manos, clavo el agarre a su cintura como si de esa manera pudiese evitar que alguno de nosotros se pusiera a correr — Tal vez era tu lado inconsciente diciéndote que te dejes llevar. Como cuando estás borracho — sueno divertido, muevo mis cejas como si estuviera diciendo una verdad pícara. No está muy lejos de mi verdad, todo esto se siente como el haber tenido unas cuantas copas encima que se han subido a mi cerebro. Siento su mirada en mi boca, mis labios se separan entre sí, rozando los suyos en una tentativa — Aunque me halagas… — murmuro — … de verdad ansío que encuentres cientos de cosas por la cual aferrarte aquí. Y prometo ayudarte en esa búsqueda — porque a pesar de todo, esta es nuestra vida y debemos vivirla mientras el aire continúe en nuestros pulmones.

Deslizo mis manos por el contorno de su cintura, mis dedos la recorren como si fuese la primera vez, un completo descubrimiento. Subo por su vientre y su pecho, mis yemas piden permiso al tocar su clavícula hasta hundirse en su cabello, atrayéndola hacia mí con la urgencia necesaria para que nuestros labios se tropiecen, torpes en el atropello. Necesito que este momento se congele, que nos quedemos aquí para toda la eternidad, lejos de la guerra y los problemas. Aquí no hace frío, su boca se siente el sitio correcto. Sonrío en un jadeo, sin atreverme a alejarme o siquiera abrir los ojos — Si no nos vamos ahora, no podré parar y juro que no tiene nada que ver con tu estado de veela. Eres… siempre fuiste tú — después de todo, nos tropezamos una y otra vez hasta darnos cuenta de que es lo correcto — ¿Quieres ir a casa? — porque la otra opción es dejarnos llevar, mi boca vacila sobre la suya antes de volver a besarla con timidez. Me quedaré dónde me lo pida, al menos por esta jornada.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Pocas eran las personas que habían entrado en su vida durante los últimos años, muchas menos las que habían regresado del pasado. Arrasando con todo, haciendo tambalearse los cimientos de la rutinaria vida que había construido con uñas y dientes. A la que se había aferrado por temor  a ver un poco más allá, ver algo que la removiera e hiciera que todo cambiara. Pero se sentía segura con las promesas pronunciadas, con los cambios que las mismas podían provocar. Sus pies se deslizaron hasta que chocaron contra los contrarios, no queriendo que ningún tipo de espacio físico pudiera separarlos, no por más tiempo, no otra vez. Esbozó una sonrisa tenue que poco duró en sus labios antes de negar, lento, con la cabeza a sus palabras. Si se hubiera dejado llevar por aquel lado inconsciente las cosas hubieran ido mucho peor… aunque no alcanzaba a pensar algo peor que acabar siendo asesinada.

Se mordisqueo el extremo de la lengua, tragando una espesa saliva que quedó en parte atorada en su garganta. Por un instante, solo por unos minutos, casi había olvidado en lo que se había convertido. Suspiró contra sus labios. — Hace un año ni siquiera tenía una… hace unos meses sentía que aún no la tenía — reconoció con un hilo de voz, apretando la mandíbula con resignación. No pretendía engañar a nadie, estaba tratando de ser sincera en todo lo posible; incluso aunque pudiera ser decepcionante. Permaneció con la mirada fija en sus labios, arqueándola hacia los ojos contrarios tras sus caricias. Aquellas que hacían temblar cada terminación nerviosa de su cuerpo, que despertaban y atontaban todos sus sentidos a la vez. Todo lo que necesitaba estaba justo allí; estrechándola entre sus brazos, compartiendo el mismo aliento y calidez.

Respiró contra sus labios, y deslizó ambas manos hasta acabar colocándolas a sendos lados de su rostro, acercándose hasta acabar besándolo, breve, en un par de ocasiones. Recorrió con la mirada cada milímetro de su rostro, aprovechando para recorrerlo lentamente con los dedos; y esbozando una sonrisa que se extendió por su expresión. — No quiero parar, no quiero volver a separarme de ti — susurró, dejando que el pulgar de su diestra recorriera los labios contrarios, deslizándose por su mandíbula hasta acabar enredado en su cabello. Lo besó lento, saboreando cada pequeño movimiento entre ambos, el modo en el que encajaban y se acompasaban entre ellos. Trastabilló hacia atrás, tirando de él con aquel breve gesto, retrocediendo un corto paso. — ¿Eres alérgico al polvo? — preguntó despegando sus labios apenas unos milímetros, mordiendo su labio inferior antes de mirar de reojo el desvencijado sofá y luego a él. — Déjame recuperar el tiempo perdido — suspiró —, y compensarte — insinuó con un tenue brillo apoderándose de sus ojos, y encontrando nuevamente sus labios antes de recibir respuesta alguna. Dejando que la necesidad, la sed y el deseo fueran los que actuaran por cuenta propia.
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Benedict D. Franco
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Que casualidad, yo tampoco — ¿Podría separarme de ella? ¿Podría parar si lo quisiera? Debería maldecir el día en el cual volvimos a toparnos, creo que hemos caído en espiral desde ese entonces. Soy ajeno a la cordura, he cometido error tras error, me he encaprichado con la ceguera de un niño, demasiado preocupado por ella hasta terminar aquí, prendido de sus brazos, de su boca, de todo lo que ella quiera darme. Estoy ansioso por salir de este lugar e ir hacia el edificio, elegir un sitio donde quedarnos para empezar nuestra vida juntos, ese capítulo que tanto necesitamos en medio de tanta mierda. Y aún así me dejo llevar por la manera que tiene de tirar de mí, siguiéndola hasta que noto el choque contra el sofá.

Mis ojos siguen su camino y me centro en el mueble viejo, la parte más instintiva de mí es la que me obliga a sonreírle de medio lado con diversión contenida — ¿A qué polvo? — bromeo, es una tontería pero soy incapaz de contenerme. No me contengo, muerdo vagamente su boca en lo que regresa a mí y soy lo suficientemente rápido como para dejarme caer en el sillón, arrastrándola conmigo gracias a uno de mis brazos. Me acomodo, sentándola sobre mí de manera que sus piernas me rodeen y yo pueda recargarme en los almohadones, cuyo olor a humedad se cuela en mi nariz sin que le preste demasiada atención — No tienes que compensarme de nada… — susurro, haciéndome el espacio para hablar entre beso y beso, en lo que busco respirar con algo de pesadez — Quiero que estés conmigo porque me quieres y deseas como yo te quiero y te deseo. Quiero… tanto contigo — no sé cómo explicárselo, nunca fui bueno expresándome y casi siempre termino trabándome con las palabras. Espero que ella pueda comprenderme, me conoce lo suficiente como para poder seguirme.

Me silencio porque decido que mi boca tiene cosas más interesantes que hacer, como besar su piel, recorriendo un cuello que se siente tan suave y dulce como hace meses atrás, quizá más. Hay cierta urgencia en el modo en el cual mis manos la acarician, se centran en sus curvas y tironean de su blusa, la cual lanzo a un lado en lo que la abrazo para poder girarnos. Se me escapa una risa sobre su boca por culpa del crujido del viejo sofá en lo que me hago paso sobre ella, tengo que separar sus piernas para poder acomodarme más cerca de su cuerpo, de su calor, de ese pecho que sube y baja tan rápido como el mío. Intento reconocer su torso con mis labios, percatándome de lo mucho que la he extrañado, porque no te das cuenta de cómo necesitas de alguien hasta que estas cosas suceden. Hasta que tuviste tus manos vacías y puedes volver a sentir esa dicha inesperada, tan plena como pocas cosas pueden serlo estos días.

Mi palma presiona su vientre, jugueteando con el borde de su pantalón. Tomo estos segundos de vacile y permiso para despegar mi boca de su clavícula, alzo mis ojos en dirección a los suyos y relamo mis labios partidos y, ahora mismo, hinchados — No tienes idea del miedo que te tengo — confieso en un murmullo. Tengo que acomodarme para que mi rostro gravite sobre el suyo, con una sonrisa pequeña — Porque hace demasiado tiempo que no era así de feliz. No sé qué he hecho para ganármelo, pero estoy agradecido de que quieras dármelo — mis yemas acarician sus labios, recorren su contorno antes de que vuelva a buscarlos con urgente necesidad. Me bastan segundos para saber que mi alma le pertenece, mi cuerpo también, cada centímetro de piel. Que el polvo se revuelva, que sea prueba y testigo de nuestra locura, que si puedo sujetar su mano con firmeza mientras nuestros poros se reconocen, no hay de qué preocuparse.
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Arianne L. Brawn
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Porque siempre llamó casa a un mero inmueble sin importarle lo que podía aportarle. Las viviendas se sentían más cálidas, más completas, con una chimenea junto a la que refugiarse, eran las que convertían un frío espacio en otro que poder llamar hogar. Para ella él era como aquel fuego, y por eso sabía que estuviera donde estuviera tendría su hogar consigo. La calidez y seguridad que necesitaba residían justo en el mismo sitio, en la misma persona. El mundo tenía miles de sitios a los que ir, pero solo uno podía ser considerado como su lugar. Porque estando allí, junto a él, todos los malos recuerdos se disipaban y los buenos se magnificaban. Aunque sus sentimientos, a veces, se tornaran duros, complicados y difíciles de sobrellevar, siempre encontraba el resquicio por el que poder llegar hasta ellos para calmarlos; como si fuera el bálsamo que buscó, desesperada, en su momento, pero que solo llegó cuando era el momento indicado para ello.

Haber querido acallar los gritos de su interior que pretendían ayudarla la habían llevado hasta allí; hasta sus brazos, sus caricias y palabras. Hasta acortar el reducido espacio que separaba su piel de la contraria y saborear los labios a los que se había vuelto adicta sin tan siquiera darse cuenta. Sonrió contra sus labios cuando acabó sentada sobre él, deslizó las manos hasta sus hombros, siguiendo un beso que no quería que acabara, un contacto que deseaba alargar el máximo tiempo posible. — Te quiero y te deseo ahora, mañana y siempre — masculló con voz entrecortada —. Estaré contigo hasta el día que decidas que no me quieres por más tiempo junto a ti — siguió —, solo espero que ese día nunca llegue — habló dejando que sus labios resbalaran por la mandíbula contraria. Recorriéndola con suma lentitud, buscando rememorar cada milímetro de la piel que besaba, paliar la sed que provocaba su contacto.

Sus caricias se sentían como una estela de fuego quemándolo todo a su paso, estremeciendo su cuerpo, provocando escalofríos que la atravesaban. Un quejido seco escapó de entre sus labios cuando su cuerpo acabó debajo del de él, sintiendo el ceder del mueble que le inspiró de todo menos confianza. No tenía ni la menor idea de porqué siempre acababan en lugares incómodos como aquel. Todo lo que los rodeaba siempre había acabado tornándose en un escondite, un secreto que mantener bajo llave. Su respiración se disparó, sus latidos se aceleraron y sus manos se escabulleron bajo los brazos contrarios para poder recorrer su espalda hasta llegar a la parte inferior de su camiseta, aquella que la molestaba y no titubeó en apartar para dejarla caer a un lado del sofá. Dobló las rodillas, atrapando su cuerpo entre  éstas, con los dedos dejando blanquecinos caminos en sus costados; reconociéndolo como a nadie más conocía. Aprovechó su cercanía para rozar su nariz con la contraria, alejándose un poco por sus palabras; las cuales le hicieron sonreír y besar los dedos que recorrieron sus labios. — Mereces ser feliz, merecemos serlo — contestó con apenas aire —, después de todas las luchas, pérdidas y desgracias. Siempre has dado todo por los demás, déjame ser quien lo dé todo por ti — pidió buscando su boca en un pausado beso en lo que sus manos descendían hasta engarzar los pulgares en las trabillas de sus pantalones, moviéndose bajo su cuerpo para poder deshacerse de los mismo; porque cuando se encontraba a la persona indicada, aquella que te aceptaba con todos los defectos y faltas, te completaba en aspectos que tenías abandonados, sabes que no podrás alejarte de la misma, que protegerás esa conexión.
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No puedo imaginar un día en el cual la quiera lejos, cuando ahora mismo lo único que ansío es poder aferrarme a cada parte de su cuerpo y de su alma. Se lo dejo bien en claro con cada beso, con cada conexión de mi piel contra su piel, ayudado en gran parte a que ella insiste en quitarme la camiseta para quedar en igualdad de condiciones. Me atrapa, me siento capturado entre sus brazos y sus piernas y, en vez de luchar contra ello, me apego con la urgencia de que mis manos toquen cada parte de ella, presionen en sus puntos débiles y se precipiten en desabrochar sus pantalones. Me siento pleno, no recuerdo un momento más simple cuando deja en palabras lo que se cruza por mi mente. Me centro en su rostro, perdido en el modo que tiene de encandilarme, solo asiento lentamente porque puedo cederle eso, la posibilidad de hacerme feliz. Tendremos que ponernos al día, ser honestos con respecto a todo lo que ha pasado desde la última vez que nos vimos para que esto sea el vínculo que ansío, pero ya tendremos tiempo para ello. Ahora mismo, solo me lanzo sobre sus labios, los atrapo una vez más para decirle sin palabras lo atrapado que me tiene, que estoy aquí para ser su compañero, para amar cada uno de los rincones de su persona, incluso esos que no le agradan. Podemos ser sólo nosotros…

Hay algo en la desnudez que nos hace vulnerables, pero ahora mismo siento que la piel es lo único que necesitamos. El espacio reducido del sofá nos mantiene juntos, tengo la espalda sirviendo como una capa entre ella y el polvo, soy lo suficientemente grande como para que pueda estar recostada en gran parte sobre mí para no caer los dos al suelo. Mis dedos patinan por su espalda, acariciando con pereza esa zona libre de prenda alguna, en lo que mi respiración trata de volver a la normalidad. Por infantil que suene, tengo una sonrisa idiota pintada en el rostro, posiblemente enrojecido a más no poder — Ha pasado casi un año — digo repentinamente, mi voz suena como una intrusa luego de no sé cuánto tiempo en lo cual otra clase de sonidos invadieron el ambiente. Me aclaro con un carraspeo y ladeo la cabeza para poder verla mejor — De la primera vez. Fue en tu cumpleaños pasado — si mal no recuerdo, no falta mucho para ese aniversario. No entiendo cómo cambiaron tantas cosas en once meses.

Me estiro, mis labios rozan primero su frente y luego acarician su boca, en un mimo pequeño — Me gusta verte así. Te da un aire nuevo, mucho más natural y relajado — bromeo, moviendo una mano por delante de su rostro como si de esa manera pudiese abarcarla hasta reírme vagamente — ¿Crees que podríamos no esperar un año más para volver a repetirlo? Es una buena oportunidad para tener algo de normalidad — como ya dijimos, la felicidad que nos merecemos. Meto un brazo detrás de mi cabeza para usarlo de almohada y poder verla mejor, mis piernas se estiran para enroscarse con las suyas, sin intenciones de salir de aquí con prisa — Te amo — y esta vez sueno seguro, hasta sonrío con orgullo por eso.
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