The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Verano 2466

Creo que tengo un problema. — digo creo solo porque me sirve de auto convencimiento de que el problema no es tan gordo, cuando llevo la última semana desesperada al punto de que se me saltan las lágrimas por cualquier mínima cosa. Casi como se me están a punto de escapar cuando me hago pasar al lugar de Rebecca, topándome con su rostro de expresión confundida nada más verme. No es lógico que me presente de estas formas, sin avisar, cuando tenemos una relación que bien podría meternos a las dos en la cárcel de vernos demasiado tiempo juntas en amor y compañía. Nuestros encuentros no suelen ser de carácter informal, como declara mi presencia en su hogar, o como quiera llamarlo dados los recursos, aunque he de decir que los suyos son mejores que los míos. No obstante, no sabía a quién más recurrir, dado que no lo veo correcto el presentarme en donde Charles con las mismas palabras que estoy por escupirle a mi confidente de los últimos años.

Tomo asiento sin plantearme siquiera en dónde me estoy sentando, pasando la mirada nerviosa por su lugar hasta que termino por posarla sobre los ojos azules insistentes de mi compañera. Es mayor que yo, ella se supone que tiene que comprender, ¿no? Aunque tan solo sea por verse más madura. — No me baja. — declaro, como si con solo eso pudiera hacerse a la idea de lo que es el panorama completo. Digamos que no me preocuparía de retrasarse unos días, una semana incluso, ya de por sí tuve la primera bien tardía en mi adolescencia por las condiciones en las que crecí, y digamos que mi ciclo nunca ha sido el más regular de todos. La diferencia es que después de dos semanas creo que ya debo empezar a preocuparme. ¡Y claro que lo hago! Si es que es la primera vez en días que puedo estar más de dos horas sin tener que vomitar, o sin llorar por cualquier tontería, pero eso solo quiere decir que mi cuerpo está empezando a asumir algo que es obvio que mi cabeza no termina de procesar.

No tengo que decir más, estoy segura de que voy a ponerme a llorar en cualquier momento, por el modo que tiene mi labio inferior de temblar y mis manos de recorrer la piel de mi rostro en un gesto nervioso que declara que no estoy preparada para esto. Ya no es que físicamente no tengo las condiciones como para ello, siendo que estoy más delgada que un insecto palo y que tampoco hay mucho que entre por mi boca para mejorar ese aspecto, sino que en todos los sentidos no estoy lista. ¿Y cómo voy a decírselo a Charlie? Probablemente huya en cuanto haga la simple sugerencia de que estoy embarazada. ¿No lo haría cualquiera? Tal y como vivimos, la idea de criar un hijo en nuestras circunstancias escapa de la mente de cualquiera que tenga dos dedos de frente. Pero tampoco es como si tuviera otra opción, ¿abortar es siquiera una opción en el norte? No tengo el dinero para ello ni aunque conociera de alguien que los practicara. Lo único que me queda es apechugar con lo hecho.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Arrojo el libro al fondo del cajón y de un golpe lo cierro, lo que debería hacer es quemarlo. Me sostengo al borde del mueble hasta que los nudillos se me ponen blancos, espero a que las lágrimas se desborden, pero siento los ojos secos como hace un par de años cuando lloré todo lo que tenía que llorar en la primera cama en la que caí porque necesitaba de un lugar donde dormir. Tiro de mi cabello hacia atrás, esas ondas oscuras que en los días buenos llegaron a ser rizos, se van deshaciendo entre mis dedos cuando presiono los codos contra los lados de mi cara y ahogo el grito para el que ya no tengo voz. Desahogo todo mi enfado en el choque de mi palma con la madera y el eco del impacto se va perdiendo en el silencio de la habitación que me pertenece en exclusividad, mucho me costó para que así fuera. La llegada de una chica escuálida y de ojos tan azules que a veces al mirarlos parecen un espejo, es una interrupción bienvenida para sacarme del vórtice de mis pensamientos más oscuros que suelen arrastrarme a un pozo de melancolía que conozco bien, al que no quiero volver.    

No hay nada en este lugar que no sean problemas, Mae. Tendrás que ser más específica si no quieres que imagine lo peor— pido, me muevo del mueble con cajones para ir hacia un lavabo que está en un rincón, no hay mucho espacio en esta habitación como para el lujo de levantar paredes. Todo está a un par de distancia que se cruzan en nada. Abro la canilla por la que brota primero un poco de agua amarillenta, dejo que corra unos segundos y entonces meto mis manos debajo, empiezo a frotar mis palmas con un esmero frenético, procuro limpiar también mis uñas, de toda esa sensación de mugre que a veces me importuna. El agua sigue cayendo a desperdicio cuando mis manos se quedan quietas y me volteo muy lentamente hacia ella, mi cara no dice nada por un minuto.

Son mis labios los que reaccionan antes con dos palabras cuando mi mente solo registra una, la que importa. —¿Eres estúpida?— escupo, no seré la madre de esta muchacha, pero el enojo que me enerva opaca por entero a mi anterior rabieta sobre cosas que han pasado, sobre las que no se pueden volver. Sobre esto sí se puede hacer algo al respecto. —¡¿Te has estado revolcando con clientes?! ¡¿Eres idiota, Mae?! Nosotras sacamos ventaja de ellos, ¡no al revés! ¡No somos más que putas para ellos si caemos!— grito, tan alterada que la canilla sigue corriendo y siento el impulso de golpear algo más, de zarandearla a ella y estoy a un paso de hacerlo, logro contenerme al encerrar mi furia en los puños a los lados de mi cuerpo que está temblando por los nervios. —Te ayudaré a solucionar esto, pero no lo haré cada vez que andes en celo con algún miserable. No puedes ser tan ingenua, tus bastardos no le importarán a nadie. Cuídate un poco más, serás menos que basura para ellos si dejas que te usen así.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
¿Es que acaso hay algo peor que lo que estoy insinuando cuando suelto esas palabras? No puedo imaginar un lugar que sea más pésimo que el norte para criar un hijo, y ni siquiera me he hecho a la idea cuando ya creo que el mundo se me va a venir encima. No, no es que lo crea, es que lo sé. Su reacción me confirma ese pensamiento y por un momento me planteo qué tan bien hice en acudir a ella en primer lugar. Soy definitivamente lo que no tarda en llamarme, una estúpida, pero mi cara dice otra expresión cuando la miro con ojos que bien podría haber heredado de un perro abandonado. Es fruto del miedo que siento a toda esta situación, a lo desconocido de lo que espera salir de esto, que solo puedo que tragarme la saliva que empieza a acumularse en mi boca porque no soy capaz a hacer otra cosa. Si vine aquí, es precisamente porque pensé que ella comprendería, no sé de qué forma porque tampoco es como si ella tuviera el problema que a mí se me plantea, pero quizás… Bueno, solo creí que Rebecca sería una mejor opción antes que irle con la noticia a Charles.

Mis ojos cambian completamente de expresión de un segundo a otro, tenso las manos alrededor de mis rodillas y mis párpados se abren como platos. — ¿Qué? ¿Crees que he estado…? ¡No! ¡No ha sido así! — tengo intenciones de levantarme para acompañar el terror de mis palabras con el movimiento, pero temo que de hacerlo una nueva oleada de nauseas se acumule en mi garganta, por lo que mejor me mantengo donde estoy y por lo menos guardo un poco de la dignidad que me queda. Esa que ella misma se encarga de tirar por la ventana nada más abre la boca para, como no va a ser diferente, insultar mi integridad. — Por favor, ¡no me he estado acostando con clientes! Ni soy la puta de nadie. —  de acuerdo, perdí la virginidad con un tipo por dinero, pero fue cosa de una excepción y porque la situación era desesperada, jamás volvería a vender mi cuerpo de esa forma. Que me relacione con ella es producto de que no quiero volver a verme en esas circunstancias de nuevo, que lo sugiera es lo que me pone por un momento de cabeza, aunque no estoy en posición de protestarle, la verdad.

Me trago mis ganas de discutirle porque pronto se me avecinan unas ganas tremendas de llorar, mezcladas con el sentimiento nauseoso de mi garganta. Y es que creo que voy a vomitar, no sé bien si por la sugerencia de que me estoy vendiendo o por la cruda realidad de un embarazo que no sé como manejar. — Me he estado viendo con alguien por años. Es… Bueno, comenzamos siendo amigos, pero las cosas se desviaron hacia otro lado hace un tiempo. Ahora no sé ni lo que somos. — ¿qué somos, en realidad? Ninguno le ha puesto una etiqueta a lo que tenemos entre nosotros. Lo único que sé es que se siente bien, una de las pocas cosas que lo hace en un lugar donde nos rodea la basura y cada día es más difícil robar unos momentos de felicidad. Claro que no le voy a ir con el cuento del romanticismo a Rebecca, precisamente, cuando acabo de reconocer que ni siquiera sé qué cuadro estamos pintando. — Puede que… quizás solo se haya retrasado, no sería la primera vez. — reconozco, que también lo hago con las otras señales que me indican que no se trata de tiempo, sino de que soy idiota. Me paso las manos por el rostro, agotada, suspirando tan fuerte que por un momento pienso que se me van a escapar las lágrimas. — ¿Qué voy a hacer ahora, Becky? ¿Cómo soluciono esto? — ni sé por qué me tomo la molestia de acortar su nombre, cuando sé que ahora podría mandarme a la mierda sin ningún problema.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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Hombres con buenas intenciones no es lo que sobre en el norte, como para que me crea que a su confesión le sigue la noticia de que va a casarse para que su bebé tenga ¿qué? ¿un casa? ¿una familia? ¿Esas cosas siquiera existen en estos distritos de pobreza en que su bebé apenas si tendrá algo para llevarse a la boca en los días buenos? Ni hablar de los días en que todo marche mal, ni hablar si tiene la desgracia de que le nazca una niña y tenga que caminar por el mismo rumbo que anduvimos nosotras. Me cosquillea la palma de mi mano por el deseo de marcar su mejilla como castigo por haber sido irresponsable, hacia ella misma, hacia alguien más. Comemos de migajas de favores todos los días para poder subsistir y ella tiene el descuido de quedarse embarazada. —Si no es ninguno de esos desgraciados, ¿crees que este si se hará cargo? ¿Qué te ha ofrecido cuando se lo dijiste?— la reto a que me conteste, a que me diga en mi cara que, cliente o no, la usó y descartó porque eso es lo que hacen con mujeres como nosotras. En la miseria no hay lugar para algo tan ingenuo como el amor o algo así como el respeto hacia la otra persona, lo único que hay es hambre y pensar si se llegará al día siguiente, ¿qué tiene ella para ofrecerle a ese bebé? Estúpida, pobre estúpida, Mae.

Aprieto mis párpados al cerrar los ojos por lo triste de que haya buscado una compañía que a pesar de durar años, no sepa precisar. Solo porque la conozco y me ha dejado en claro que no estuvo ganando galeones extras al rebajarse como amante de algún cliente, no me burlo de que esa supuesta amistad que alude con un hombre al que todavía no le pone ningún nombre. —¿Quién es? ¿Qué hace? ¿Ya lo sabe? ¿Qué te ha dicho?— exijo saber, en una retahíla de preguntas autoritarias aunque no me corresponde, soy quien está parada delante de ella con la entereza de una mujer que ha visto puras decepciones en la vida como para creer que esto pueda terminar bien, y no sé de donde me surge esta postura cuando ninguna de las dos madres que he tenido, realmente ejerció como tal. Somos un par de mujeres huérfanas con Mae, que hablar de un embarazo entre nosotras se siente fuera de lugar, algo que no debería ser y que no puede ser. Acorto mi distancia con ella para envolver su nuca con mi mano y la atraigo hacia mi cintura para lo más cercano que puedo darle a un abrazo, acaricio suavemente su cabello al llamarme por un apodo que busca calmar mi rabia, esa que sigue latiendo por dentro. Pero en mi voz se escucha la tranquilidad de una decisión que he tomado por las dos. —Te daré algo de beber y para la noche no tendrás nada de qué preocuparte. Puedes quedarte aquí, yo te cuidaré. Te bajará la regla y lo que sea, bebé o no, será algo que nunca existió.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No contesto al instante, e incluso puede que mi silencio delate que no tengo una respuesta clara para sus insistentes preguntas. Conozco a Charlie lo suficiente como para saber que, si bien no espero una reacción propia de lo que sería esta noticia para alguien con la vida solucionada, no pienso que vaya a ser como el croquis mental que se está haciendo Rebecca en su cabeza de la situación. ¿O quizás sí? Nunca hemos hablado de estas cosas, básicamente porque en las conversaciones del norte los bebés no forman parte, a no ser que sean casos aparte en los cuales los que frecuentan los bares bajos se dedican a reírse de la pobre chica que quedó embarazada, en lugar de hacerse responsables de haber puesto la semilla. Tampoco me imaginé convertirme en esa chica, lo que me produce un terror interno que hasta me siento mal conmigo misma cuando dudo de mi propio juicio. — Todavía no… No me ha ofrecido nada, porque no se lo he dicho. — digo, completamente agazapada, que mi voz suena forzada al obligarme a escupir una respuesta honesta. Y es que es su pregunta la que me hace quedarme callada un tiempo más, mordiéndome la mejilla interna, con la mirada en algún punto del suelo, incapaz a mirarla.

¿Qué hay para ofrecer, en un lugar como este? Nada más que polvo y unas migas de pan, poco más que un techo por el que el frío entra igual por las ranuras de las ventanas o del mismo hueco bajo las puertas. No hay un sitio al que llamar hogar, ni una mesa caliente todos los días del año, ¿por qué espero algo diferente cuando sé que no lo voy a encontrar? — Se llama Charles, él hace… bueno, se le dan bien las apuestas y… participar en peleas también. — no digo ganarlas porque eso puede ir de una o dos formas dependiendo del día, pero sí me cuesta reconocerlo porque probablemente gracia le haga poca que yo misma me esté dedicando a esas cosas, ayudando a su suerte en la mano en lugar de reservar las mías propias para los negocios que ella y yo tenemos pendientes con otras figuras. Por eso ni siquiera me menciono en el cuadro, lo digo como si fuera cosa suya, a pesar de saber que suena a poco en comparación con lo que debería ser un padre. — Es un buen hombre, ya sé que no hay mucho que esperar de este lugar, tampoco mucho que recibir, y sé que soy una estúpida por haberme quedado embarazada, pero… no va a dejarme, cuando se lo diga, se hará cargo. — si lo digo tan segura, ¿por qué me tiembla la voz, además del pulso?

Es porque estoy aterrada, no solo me tartamudea la voz sino que también todo el cuerpo cuando siento su mano en mi pelo y por un momento dejo que mi cabeza repose sobre su cuerpo. Cierro los ojos porque aun estoy tratando de calmar mis propias pulsaciones cuando mi cerebro tarda unos minutos en procesar lo que dice. — ¿Qué? — mis ojos se abren para cuando separo mi cabeza de ella, la miran con extrañeza y la confusión plasmada en las cejas a pesar de haber entendido el significado de sus palabras. No han sido transparentes, pero sé leer entre líneas y lo que recibo me acelera el corazón que tanto me había costado calmar. — ¡No! — mi cuerpo reacciona antes que mi boca y me levanto antes de que la negativa ante su idea salga de mis labios en forma de bala. — ¿Cómo puedes…? ¡Ni siquiera se lo he dicho! Esa… ¿¡esa es tu forma de solucionarlo!? — me entran unas ganas horribles de llorar, de rabia y de dolor, pero lo único que consigo es sujetarme el estómago en lo que me inclino un poco hacia delante, además de taparme también la boca con la otra, no para esconder el llanto si no para no dejar salir el vómito que siento crecer en mi interior. Un poco el llanto también. Apenas entiendo mi forma de reaccionar cuando hace menos de dos días yo misma estaba pensando en una solución similar, supongo que escucharlo de boca de otra persona hace darse cuenta de lo crudo que suena. Hacer como si no fuera nada, como si no hubiera existido… es simplemente cruel. Claro que no sé cual de las dos partes es más cruel, si terminar con la vida de un bebé que apenas se ha formado o condenarle a una vida en donde no tenga nada.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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No se lo ha dicho, si ha acudido a mí antes de ese hombre, tengo la pauta de que no está tan convencida de la ayuda que pueda brindarle, tener la seguridad de un apoyo la llevaría a compartir esta incertidumbre con el hombre que es en parte responsable y culpable. ¿Y quién de todos los miserables que se arrastran por los callejones del norte puede ser? Debido a nuestros propios negocios, son muchos los hombres con los que tenemos contactos y pocas mujeres, sigue siendo un territorio de poder casi exclusivo de ellos, en el que nos fuimos haciendo un hueco para obtener ganancias que nos permitan subsistir. Si no es ninguno de los clientes que nos dan nombres para estafar, puede que esa alguno de sus jóvenes proveedores, traficantes de poca monta que ganan dos centavos por algo que luego nosotras triplicamos en precio si lo unimos un buen relato que lo convierte en una reliquia perdida de alguna noble familia mágica. Casi que deseo que sea uno de estos rateros cuando la descripción que me hace me obliga a arrugar mi semblante en desaprobación.

Así que planeas ligar tu destino al de un hombre que vive de la suerte— lo digo con todo el desprecio que se merece, —al de alguien que podría perder en una mesa lo poco que te esforzaste en conseguir, y por si fuera poco, alguien violento. ¿Eres inconsciente al querer permanecer al lado de un hombre que todo lo resuelve por los puños?— y mi rabia se acrecienta, mi preocupación es real, sostengo su barbilla para que me mire a los ojos. —¡Todos estos años trate de enseñarte a cómo sobrevivir, Mae! ¿Por qué demonios buscas a alguien que hará de ti y de ese bebé si nace, parte de su maldito vicio violento? ¡Esos hombres son así! ¿Tendré que recibirte también dentro de un tiempo con un ojo morado y que me digas que fue un accidente? ¿Atender a tu hijo porque su brazo se ha roto y decirme también, mentirme en la cara, diciéndome que fue un accidente?— alzo tanto el tono de mi voz que estoy gritando fuera de mí, es terror lo que siento al retener el rostro de Mae para que pueda repasar sus facciones, el hambre le ha dejado las mejillas hundidas y sus ojos se guardaron toda su reserva de fuerza, sigue brillando pese a su propio miedo.

Ya tomé mi decisión, la suya me resulta irrelevante, sé mejor que ella lo que le conviene y obtuve el derecho de que así sea por hacerla parte de mis modos de supervivencia, solo porque me vi reflejada en esa muchacha que vagaba desorientada, a quien su familia había abandonado. No, jamás, las mujeres como nosotras merecemos cobrarnos nuestras revanchas con el destino y se puede flaquear por errores estúpidos. —No, ¡olvídalo! He visto demasiado de esa mierda como para dejar que te juntes con un malnacido, después de que te saque de los basureros en los que te morías de hambre y me encargué de mantenerte viva— sueno un tanto desesperada, quiero reencontrar la serenidad que coloca a mi propia violencia por detrás de la línea segura al abrazarla para ofrecerle la solución que tengo, como sea impediré que haya algo que una su suerte con la de ese tipejo. Sostengo sus hombros cuando me acuclillo para quedar a su altura, tal vez presiono demasiado su piel. —Mae, mírame— ruego, no lo hago una orden, sino una petición. —Estoy tratando de ayudarte, piensa por un minuto en la locura que sería que tengas un bebé. ¡Mae, por favor! Tienes que seguir trabajando para poder vivir, con un bebé no podrías. ¿Crees que el padre de tu hijo lo permitiría también? Mae, no te obligues a elegir entre ellos o yo, estoy aquí para ayudarte, siempre lo he hecho. Somos parecidas, podemos continuar juntas en esto—, espero a que sea ella quien tome la decisión que es mejor para ambas.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
¿No vivimos de la suerte nosotras también? — la miro con la barbilla elevada, como parte de una mala contestación, porque es mi única defensa a lo que parece su primera forma de despreciar al padre de esté bebé, que muy lentamente está creciendo en mi interior. Tanto ella como yo nos dedicamos a jugar con la suerte del mismo modo que lo hacemos con los destinos de los demás. O, al menos, esa es mi tarea dentro de este trato que forjamos entre nosotras hace ya mucho tiempo. Que lo dé por algo que sostener durante mucho más es algo que, junto a la avaricia, puede acabar con ella, al igual que conmigo. Pero ella tiene otros planes con respecto al futuro que a mí me depara, lo que me produce saltar al instante. — ¡No! ¡Eso no es así! ¡Nada de lo que estás diciendo es real! ¡Ni siquiera sabes de lo que estás hablando! — son mis quejas las que se oyen por encima de su ya de por sí sonora voz, a la que le acompañan gestos de desagrado en mi cara por lo que insinúa. Sacudo la cabeza antes de que las palabras broten de mis labios como una respuesta aglotonada. — Charles jamás me pondría una mano encima, no de esa manera, ¡somos quienes tenemos que ser para sobrevivir fuera! Pero eso no significa que nos defina como personas. — que seamos unas zorras mentirosas de dentro para fuera no quiere decir que no tengamos una personalidad que mostrar para los nuestros, para los que verdaderamente importan. En el norte, esas personas son pocas, razón por la que no me demoro en defenderle. — No tienes derecho a decir que es como el resto de hombres que hay aquí, ¡no lo conoces! Yo sí, puedo asegurarte que me quiere, querrá a este bebé. — tengo que tragar saliva porque en verdad espero no estar equivocándome, que estoy lanzando promesas al aire como si estuviera en mi mano el cumplirlas, cuando sé que yo no soy la única que debe aceptarlas.

El disgusto se puede reconocer en mi cuerpo además de en mi cara, trato de apartarme lo más que puedo de ella, pero no puedo dejar de contenerme el estómago y las ganas de llorar cada vez se vuelven más pesadas e insistentes. — ¡Charles no es ningún malnacido! ¡Retíralo! — exijo, no suena muy convincente cuando de mi boca se escapa una especie de llanto que no llega a salir porque me tapo los propios labios para evitar que salga ningún sonido. Me niego a que crea que es un hombre que se dedicaría a golpear mujeres, como lo hizo mi padre con mi madre, cuando ni siquiera tiene una mínima idea de lo que significa tenerlo en mi vida. — Dentro de toda la basura de personas que hay en este lugar, él no es una de ellas. Me quiere, ha cuidado de mí, nunca me ha tocado de una manera que no haya sido… la correcta. — no necesito concretar detalles, no con ella que piensa que lo que voy a recibir son golpes por creer que no todo es supervivencia. Se encargó de mantenerme viva pero no se dio cuenta de que uno no puede sobrevivir a base de trabajo sucio, no se puede vivir en aislamiento y soledad por el resto de la existencia. Ella ha escogido ese camino, pero no tiene por qué ser el mío, y presiento que si termino por tomar su propuesta, así es como acabaré.

No se lo digo, no soy tan cruel como para espetárselo en la cara pese a tener ganas de hacerlo, y creo que en parte tengo que agradecerlo a que mi respiración es algo más calma, trato de llenar mis pulmones con más aire, incluso cuando todo lo que respiro es humedad y olor a sucio que no se va ni aunque se abra la ventana. La observo, solo porque su postura me obliga a ello y no precisamente por cumplir su petición. Siento sus manos clavarse en mi piel a pesar de que no me quejo, me cuesta suficiente el tener que mirarla después de todo lo que está diciendo, como si lo único que importara fuera lo más irrelevante. Claro que tiene razón, la mayoría de cosas que suelta coinciden con lo que me esperaría de tener este bebé, pero también es cierto que me viene dando igual lo que tiene para argumentar. — ¿Y qué hay de lo que quiero yo? ¿De lo que quiere él? ¡Ni siquiera se lo dicho! ¡Tiene derecho a saber que es su hijo el que llevo en mi interior! — como si no sonora lo suficientemente cruel dicho en voz alta, lo grito para que me escuche. — Es mi bebé, no voy a abandonarlo. Trabajaré, haré las dos cosas, conseguiré un futuro digno para él, y Charles será su padre, como tiene que ser, lo aceptará. — incluso cuando no es algo que escogimos. La vida me ha enseñado a trabajar con lo que se tiene, con lo que llega de forma inesperada, esta no es más que otra prueba de eso. Y esto es lo que escojo, no a ella, no a ellos, sino a mí y a lo que llevo dentro.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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¡Sí! ¡Maldita sea! ¡Sí se de lo que te estoy hablando!— grito, imponiéndome a su voz, extiendo mi brazo para abarcar toda esta mugrosa habitación y a mí misma, todo lo que soy. —¡No he conocido otra cosa que esto en mi vida! Así que no me pidas que crea que te irá bien y criarán un niño feliz con un tipo que te está usando para hacer un poco menos miserable su existencia en este lugar, así como tú lo usas a él. ¿Qué demonios crees que es eso, Mae? ¿Crees que se puede querer a alguien este lugar?— escupo, no voy a siquiera hablar de amor, me atragantaría con veneno antes de tener que ponerlo en mi boca. — Estamos todos y cada uno de los malditos días tratando de sobrevivir, no hay nada más que eso por aquí. ¡No se puede tener nada más!— suelto, el sentimiento más fuerte y poderoso que veo entre las personas que nos escondemos en sucios refugios de estos distritos es el hambre.

¿Cómo puede confiar su suerte a alguien más de esa manera? Me muerdo la lengua para no tener que espetarle de que si nos echaron de casa en primer lugar, si las personas que se supone que deberían cuidarte son las que te arrojaron a la calle, ¿qué demonios la hace arriesgar su confianza una vez más? Tendrá carácter, lo pude comprobar nada más conocerla, pero no le sirve si no es más que una tonta. Una tonta que va a dejar todo lo seguro y a mí por un hombre que le dará la espalda, ¡me dejará a mí que estoy aquí, sujetándola de los hombros, siendo lo que ella necesita aunque no pueda verlo! ¡Estoy tratando de hacer lo que es lo mejor para ella! Está eligiendo a un bastardo que ¿la ha cuidado? Si lo hubiera hecho no estaría cargando con un bebé que podría morir en menos de un año por cualquiera de las enfermedades que puede pillarse en estos distritos, ¿por qué se aferra a algo que solo le traerá problemas y más dolor con el tiempo?

Está cegada por su llanto, por ese enamoramiento obediente a un sujeto que la usa como todos aquí al buscar el contacto de otro cuerpo, porque el sexo sigue siendo lo más fácil que podemos conseguir antes que alcohol o la droga que necesitamos para ignorar esta realidad de mierda al menos media hora. Si piensa que puede sostener una familia sobre esta miseria, no puede estar más que equivocada. La escucho, es todo lo puedo hacer en mi asombro de tantas sartas de estupideces que salen de su boca. Abarco su rostro con mis manos, trata de limpiar las lágrimas con mis pulgares y me permito darle un poco más de mi honestidad. —Lo único que quiero es que no cometas un error del que podrías lamentarte toda la vida— murmuro, eso es un hijo, una carga para toda la vida, como si no tuviera suficientes. Acerco su cuerpo para estrecharlo en un abrazo, para que no se aparte de mí y corra a buscar a ese hombre que es una idealización de su ingenuidad, que el maldito la consiga por medio de esto. —Todo, todo lo que quiero es que puedas sobrevivir, que el norte no te mate. Vales mucho para este maldito sitio, no quiero que te hunda en su miseria— susurro cerca de su oído. —Te ayudaré, Mae. Te ayudaré en lo que sea… y si tu decisión es tener a este bebé, también te ayudaré— miento, si es lo que necesita escuchar de mí para que se calme y no me abandone.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
¡No! ¡No sabes de lo que hablas! ¡Tú no puedes…! — me callo a mí misma antes de seguir por ese camino, pues no seré la que meta el dedo en la llaga, no cuando sé que el enfado está sacando lo peor de mí y ni siquiera estoy pensando lo que sale por mi boca. Sus palabras son crueles, pero no tengo por qué utilizar el mismo mecanismo de defensa cuando es evidente que las dos tenemos una imagen diferente en la cabeza. Rebecca la de alguien que se ha mantenido sola por todo el tiempo que recuerdo de conocerla, o al menos, no soy consciente de que haya mencionado a alguien de esa manera, aunque sea de forma inconsciente. No puedo quitarle la razón que tiene al decir que el futuro que le depara a este niño no es el adecuado, conozco de la situación desesperada en que podría tener criarse porque yo la vivo cada día, la he vivido durante más años de los que pueda poner escritos en papel. Es diferente cuando solo se trata de uno mismo, cuando la supervivencia depende única y exclusivamente de ti, a veces, con ayuda de externo como lo pueden ser la mujer que tengo en frente, pero ahora, que puedo sentir en más de un aspecto que ya no soy la única en el cuadro, que llevo la vida dentro de mi cuerpo, no tengo intenciones de seguir por ese camino, por la ruta de la amargura.

No puedo describir lo que me duele que describa de esa forma lo que Charlie y yo tenemos, cómo puede despreciar algo que ni siquiera conoce. — ¿Eso es todo lo que piensas que es? ¿Así es como quieres pasar el resto de tu vida, creyendo que solo podemos aspirar a sobrevivir en esta basura de lugar? ¿Nada más? — se lo escupo devuelta cuando digiero lo que para mí es una excusa para no buscar algo más de la vida. Que soy la primera en decir que esto es todo lo que tenemos y vamos a tener, porque el destino se ha empeñado en no darnos el lugar que nos merecemos, pero no puedo hacer eso cuando cabe la posibilidad de que vaya a tener un bebé. Puede que Rebecca tenga la idea de que mi problema radica en que estoy cegada a ver la realidad de la forma que es: cruel, vil, un parásito que chupa todos los buenos momentos, uno como este es lo que debería ser. En su lugar, estoy aquí planteándome cuál es la mejor forma de que salga bien todo lo que está por venir si tomo esta decisión, cuando lo cierto es que hay muy pocas opciones de que sea así. ¿Por qué, entonces, estoy dispuesta a arriesgar lo poco que soy capaz a abarcar entre mis manos, por ello?

Soy reacia a dejarme abrazar al principio, mi cabeza se mantiene firme y mi cuello estirado, así evito que las lágrimas salgan disparadas por la piel de mis mejillas y se pierdan en algún punto del suelo. Solo cuando permito reposar en su hombro mi cabeza, relajar la tensión en mi pecho y aceptar sus brazos como lo hice una vez, probablemente más de una, sé que tengo la respuesta a mi pregunta. — Quiero tener a este bebé, Becky, incluso si tengo que pasar por más penurias todavía, si la vida decide lanzarme más piedras que esquivar, es… no puedo explicarlo, siento que es mi tarea. — apenas se escucha mi voz al principio, suena ronca y puedo sentir el movimiento en mi garganta al pasar saliva, estando apoyada contra su hombro. — Sé que estoy escogiendo la opción temeraria, sabía antes de venir que tú me aconsejarías lo contrario, y aun así lo he hecho, he venido hasta aquí, porque también creo que puedes entenderme, aunque solo sea lo suficiente como para dejar que tome esta decisión por mi cuenta. — no sé por qué la hablo como si fuera mi madre, o una figura de autoridad parecida, pero lo cierto es que no ha actuado de manera diferente a mi alrededor todos estos años. Se siente lógico que vaya a ser una de las primeras personas en las que busque un poco de apoyo. — Cambiaré, buscaré un trabajo mejor, algo que le permita tener un futuro digno, o al menos, cierta estabilidad. — explico, separándome ligeramente de ella para poder observar sus ojos. Sé que lo que estoy proponiendo influirá de alguna manera en la forma que tenemos de actuar, yo no puedo funcionar sin la ayuda de Rebecca y ella, creo que no me equivoco al decirlo, tampoco puede hacerlo sin mí. Tenemos una especie de acuerdo que nos obliga a mantener cierta unión a la hora de “trabajar”. Pero también debe comprender que no puedo seguir así si pretendo criar un hijo, y ella siempre ha querido lo que es mejor para mí, ¿no es cierto? Sabrá comprender.
Phoebe M. Powell
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No hay nada más, eso es lo que tengo que decirme cada día. La esperanza de «algo» que no llegará es nociva para quien la guarda dentro de sí. Bebí del placebo de esa espera interminable cuando la inocencia me la concedió, lo que llegó a mí en ese entonces me sumió en tal amargura, que esta «nada» es la serenidad que mi espíritu necesita. No aspiro a más, eso que ella dice tener con el hombre que será el padre de su hijo no es algo que le envidie, a la larga mis ojos que la ven llorando por esta noticia que irrumpe su vida, también la verán llorar por otras penas, el abandono de ese hombre en el mejor de los casos o el martirio de vivir con quien también está condenado a ser mugre que se junta en el norte. No hay nada más, todos los sentimientos mueren al pasar el tiempo, nuestra naturaleza nos impide ser capaces de sentir o hacer algo que pueda trascender el límite, y nosotras de por sí estamos envueltas en circunstancias tan limitantes.

Paso mis manos por sus hombros en una caricia reconfortante, la que promete que estaré con ella si necesita de un apoyo y percibo la distancia en su postura, si murmuro palabras distintas a las que quiere oír se apartará. Detengo mis dedos en una suave presión contra su carne, está decidida a ser madre a causa de esa confusión mental que algunos se refieren como instinto de protección, el mío sobre ella es mucho más fuerte y es racional, así que haré lo se tiene que hacer para sacarla del error en el que se está hundiendo. La salvé antes, también lo haré ahora. —Te entiendo, Mae. Claro que te entiendo, nadie te comprende como yo— murmuro con mis labios contra su cabello, mis ojos puestos en la pared a su espalda.

Está con los sentidos velados, incapaz de ver por sí misma lo que le depara esta decisión que está asumiendo, no puede pensar en lo que podrá ser de ella dentro de cinco o diez años, en lo arrepentida que estará si este niño muere a la primera enfermedad o si crece para ser una más de las ratas criminales que nosotras hemos llegado a conocer bien. ¿Qué más puede tener en este sitio? La mueca de sonrisa que escondo de ella se burla de su repentina inocencia al creer que podrá fundar una familia de bien, un cuadro que su imaginación define tan imposible en la realidad. Me abandonará, eso es lo que me está diciendo, se tensa mi espalda y percibo la rigidez en la mandíbula. Me abandonará por una postal feliz que solo vive en su mente. —Deja que te siga ayudando hasta entonces, colabora conmigo para que puedas tener unos ahorros de los cuales partir y cuando el bebé nazca— prometo, hilando una mentira para sus oídos similar a la que ella se cuenta a sí misma, —podrás soltar todo lo pasado, comenzar de nuevo con él— susurro, mis manos se posan en su cuello para que al separarme su rostro quede frente al mío que le sonríe. —Y pase lo que pase, yo estaré para ti. Estamos la una para la otra, ¿si? Siempre, en todo lo malo que pueda pasar, estamos juntas— no puede, no puede dejarme.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Hay tantas cosas inciertas en la vida, como lo que es que está creciendo ahora mismo en mi interior, que cuando consigo aferrarme a algo que es real, o que se siente lo suficientemente seguro como para buscar ese apoyo, no quiero soltarlo. Es extraño como el sentimiento puede ser tan contradictorio a la vez, cuando estoy dispuesta a hacer de mi vida algo que no está predestinada a ser por darle el bien a esto que viene. No, el norte no es el lugar idóneo para permitir que alguien crezca aquí, yo lo hice por la época en la que ya se tiene la memoria suficiente como para reconocer lo que es una basura de lo que no, no quiero que mi hijo o hija en el futuro tenga siquiera que recordar este lugar como parte de su vida. Es por eso que, con la aseguración en el pecho, sería capaz de remover lo que fuera, con tal de no darle las experiencias que yo he tenido que sufrir. Y aunque soy consciente de que esto no solo puede venir de mí, a pesar de no haber acudido a él en primer lugar, sé a ciencia cierta que no opinará cosa distinta a la que opino yo. ¿Espero que sea un padre perfecto? No estoy segura de que eso exista, ni siquiera para una madre, pero, siendo honesta, con tal de que no se parezca al mío creo que podría conformarme. Lo demás, lo que venga después, estoy segura de que podremos solucionarlo, no importa el modo en que se presente, es lo que llevamos haciendo toda la vida.

Como también sé que la preocupación de Rebecca es sincera, pero no es la misma que yo puedo estar sintiendo por el futuro de este bebé, porque una dice entender, cuando no conoce el sentimiento, cuando jamás lo va a poder conocer. Desgraciadamente para ella, o no, que se ha resignado a creer que la vida no es más que un juego de trueque en el que intercambiamos basura por algo de quizás un poco más valor, no puede entender lo que ahora mismo pasa por mi cabeza. Aun así, acepto su contacto, me repaso el resto de lágrimas con los dedos para apartarlas de mi rostro, a pesar de que no tardarán en llegar más y no sé si es fruto de las hormonas o de que en verdad necesitaba llorar, pero lo mismo da. — No quiero tener que renunciar a más cosas, Becca. Yo... renuncié a demasiado por la cuenta de individuos ajenos y no deseo hacer lo mismo para otros. — renuncié a mi hogar y a mi infancia, lo hice también con mi virginidad por la propia supervivencia, lo que se llevó conmigo parte de mi adolescencia y juventud, pero no pienso hacerlo con esto. Aunque no tenga voz, aunque ahora mismo no sea más que un conjunto de polvo que, más pronto que tarde, llegará a tener una forma completa. — Gracias por entenderlo, haré cuanto me pidas hasta entonces. — es una promesa que estoy dispuesta a cumplir si con eso después puedo llevarme algo mejor, una vida que no se trate solo de robar y ser robado partes de nosotros mismos.
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No conozco de otra cosa que no sean pérdidas en esta vida y de una constante renuncia necesaria a todo aquello que puede representar un instante de plenitud, pero pasa a ser una condena que cargar a la larga. El desprendimiento es obligatorio para poder avanzar, bastante se tiene con las circunstancias que pesan como cadenas. Mae no lo entenderá ahora, no creo que algún día pueda entenderlo si se lo digo, decidí sobre su voluntad porque mi edad, mis experiencias y mi aprecio hacia ella me dan la autoridad para hacerlo. Nunca lo entenderá, salvo el día en que abra sus ojos a la realidad y agradezca que su destino castigado sigue siendo exclusivo de ella, que no se lo ha compartido a una persona que no ha hecho nada para merecerlo, hemos sufrido injusticias como para extendérselas a alguien más. Sostengo la mano de Mae con las mías cuando la veo parpadear para despertar, es imposible para mí llorar, de todos los engaños que he participado en estos años, llorar es algo que nunca he fingido. Lloré demasiado a solas, ni como parte de una mentira mostraría esa vulnerabilidad ante nadie.

En cambio me muestro acongojada, mi rostro contraído por una angustia que la tiene de protagonista. —Lo siento— murmuro, mi mano acunando su mejilla para consolarla, inclino mi cuerpo sobre la camilla para rozar su frente con mis labios y acariciar su cabello con los dedos. —Lo siento tanto— repito, no tengo más que decir eso, no hace falta evocar a un bebé que nunca existió y que no va a existir, que es la nada misma, que olvidaremos dentro de unos años. Adam está fuera, dándonos la privacidad de una habitación rudimentaria para atender a sus pacientes, así puedo ser quien le da la noticia a Mae de que ha perdido a su hijo. Su semblante al sufrir el desangre no es una imagen que se me pueda ir pronto, vuelve a mí cuando la abrazo. No lo entenderá, pero hice lo mejor para ella, eso es lo que repito. Salvé a un niño de estar atado al destino de ella, de que su vida se ligue a la de un hombre que no le hará bien, me aseguré de mantenerla a mi lado, donde estará a salvo. —Estoy aquí, estoy contigo, no voy a dejarte. Estarás bien, te recuperarás. Yo voy a cuidarte— se lo prometo, es lo que hago, es lo que siempre hago.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Recuerdo no tener una minúscula idea de cómo es que ha sucedido esto. La colección de sangre que se extendió por el suelo de aquella manera, de un momento para otro, fue señal suficiente como para hacerme entrar en pánico. Porque ya me había hecho a la idea de ser madre, lo suficiente como para saber que esto era lo que quería, después de haber barajado un sinfín de posibilidades de que saliera mal. Que eran muchas en comparación con una solución de bien, no voy a mentir, pero creo que eso solo lo hace todavía más doloroso. Saber que independientemente de las circunstancias, tener un bebé con Charles era lo que quería, aceptarlo por lo que es, lo que somos, solo para terminar con la nada misma. Quizá es ahí donde radica la cuestión de todo esto. Me he pasado la vida tratando de alcanzar a rozar siquiera lo que es la estabilidad, anclarme a una superficie segura que nunca ha estado para mí. Y no, no es que creyera que tener un bebé fuera sinónimo de equilibrio o seguridad, más bien todo lo contrario, pero… tener algo, algo a lo que aferrarme, lo que sea, después de tanto tiempo, es lo que resultaba tan atrayente. Supongo que me equivoqué.

La titilante luz exterior sobre mis párpados es lo que me obliga a, poco a poco, tirar de los mismos hacia arriba con la intención de abrir los ojos. Me doy cuenta nada más hacerlo, que hubiera deseado no hacerlo, no por una eternidad, pero sí por un tiempo más, el necesario como para que el tiempo hubiera hecho lo propio y esto no fuera más que una memoria como otra cualquiera en la estrepitosa y funesta vida que se me ha otorgado. Es la voz de Rebecca a mi lado lo que provoca que se me antoje llorar, no tardo mucho en hacerlo de todas formas cuando su presencia me recuerda lo que ya sé y, como si no fuera suficiente tortura, ni sé de dónde saco las ganas para murmurar. — Por favor, dime que no… — definitivamente me estoy torturando a mí misma pidiendo estas explicaciones, cuando sé que negarlo no hará nada porque las cosas vuelvan a ser como antes. Negué muchas cosas en mi vida, y con eso aprendí que aunque uno no quiera creerlo, no significa que la tierra vaya a pararse. Por eso lloro, porque el mundo seguirá girando, que no importa mi dolor, si estoy aquí, en este lugar, es precisamente porque la indiferencia hacia mi propia existencia es lo que me condena a una vida de abandono, ya no solo del mundo, sino de mí misma también, de lo que soy y de lo que tengo. Al parecer vuelve a ser nada.
Phoebe M. Powell
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