OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Mayo
Mi espalda golpea fuertemente contra el suelo al terminar de rodar cuesta abajo y se me va el aire por un segundo, tengo que tomar una bocanada para volver a llenar mi pecho. Palpo mi ropa tratando de dar con mi varita, que en reflejo saqué momentos antes de sentir el suelo inestable bajo mis botas, y no la encuentro, ni tampoco entre las hojas húmedas que me sirvieron de colchón para amortiguar la caída. No me duele casi nada, solo la estupidez de no haberme percatado que en el sendero entre los árboles había una grieta camuflada por una alfombra de follaje. Una grieta se fue ensanchando hasta casi llevarme a la orilla seca de lo que pudo haber sido un lago alguna vez, si levanto la vista no me queda tan alto el terreno que antes pisaba. Me sacudo las hojas del uniforme al ponerme de pie y bufo, porque creo que en el trayecto de caer se me fueron quedando algunas cosas. El arco quedó enganchando justo al inicio de la grieta. La varita la encuentro entre los guijarros secos. Estudio con mi mirada si no hay un camino alternativo para volver a subir y veo unas ramas, no, las raíces gruesas de un árbol que servirán como escalera.
Trastrabillo otra vez cuando me trepo, por una razón distinta a la simple idiotez. Agacho mi cabeza para que no se me pueda ver en lo que tomo precauciones para espiar al propietario de los pasos que se escuchan, que tal vez no serían percibidos por otra persona que no fuera un cazador. Por un momento, llego a creer que podría tratarse de una bestia incluso. Pero son los reconocibles pasos humanos que no pertenecen a ninguno de mis compañeros, porque me aparté de ellos hace un rato, caminando en direcciones contrarios porque nunca se me ha dado demasiado bien trabajar con otros, si se trata de patrulleos de rutina puedo prescindir de la seguridad que da estar en compañía. Es posible que me haya salido un poco de la ruta, pero soy de opinar que encontraremos lo mismo de siempre, en las rutas de siempre.
Y aunque hayan pasado meses, tantos meses que su cara se me habría vuelto difusa si no fueran por los carteles que me la recuerdan, pero si esos carteles no existieron creo que la hubiera reconocido lo mismo, porque el tirón de odio ciego que me provoca ver siquiera el perfil de un rostro, hace posible que la reconozca como la asesina de Annie y ese es el impulso que necesito para impulsarme hacia arriba. En años no me había temblado la mano de los nervios como el momento en que levanto mi varita, porque es la única arma que tengo conmigo, para apuntar hacia la chica con más ansiedad que precisión y se nota, porque el hechizo va en cualquier dirección*, le ha servido para alertarla de mi presencia. Y a la mierda la varita, por esto prefiero las otras armas, porque cuando corro hacia ella tengo en mente la navaja que guardo en uno de los bolsillos de la chaqueta y en la revancha que sería dejar que se desangre, porque todo lo que recuerdo de Annie es ahora esa mancha infinita de rojo y olor a óxido. Se cubre mi mirada del mismo tono al arrojarme sobre la chica, ignorando por la rabia que pueda tener un arma propio para defenderse, y lo único que consigo es que caigamos ambos por esa grieta de la que acabo de salir.
*Dado fallo
Mi espalda golpea fuertemente contra el suelo al terminar de rodar cuesta abajo y se me va el aire por un segundo, tengo que tomar una bocanada para volver a llenar mi pecho. Palpo mi ropa tratando de dar con mi varita, que en reflejo saqué momentos antes de sentir el suelo inestable bajo mis botas, y no la encuentro, ni tampoco entre las hojas húmedas que me sirvieron de colchón para amortiguar la caída. No me duele casi nada, solo la estupidez de no haberme percatado que en el sendero entre los árboles había una grieta camuflada por una alfombra de follaje. Una grieta se fue ensanchando hasta casi llevarme a la orilla seca de lo que pudo haber sido un lago alguna vez, si levanto la vista no me queda tan alto el terreno que antes pisaba. Me sacudo las hojas del uniforme al ponerme de pie y bufo, porque creo que en el trayecto de caer se me fueron quedando algunas cosas. El arco quedó enganchando justo al inicio de la grieta. La varita la encuentro entre los guijarros secos. Estudio con mi mirada si no hay un camino alternativo para volver a subir y veo unas ramas, no, las raíces gruesas de un árbol que servirán como escalera.
Trastrabillo otra vez cuando me trepo, por una razón distinta a la simple idiotez. Agacho mi cabeza para que no se me pueda ver en lo que tomo precauciones para espiar al propietario de los pasos que se escuchan, que tal vez no serían percibidos por otra persona que no fuera un cazador. Por un momento, llego a creer que podría tratarse de una bestia incluso. Pero son los reconocibles pasos humanos que no pertenecen a ninguno de mis compañeros, porque me aparté de ellos hace un rato, caminando en direcciones contrarios porque nunca se me ha dado demasiado bien trabajar con otros, si se trata de patrulleos de rutina puedo prescindir de la seguridad que da estar en compañía. Es posible que me haya salido un poco de la ruta, pero soy de opinar que encontraremos lo mismo de siempre, en las rutas de siempre.
Y aunque hayan pasado meses, tantos meses que su cara se me habría vuelto difusa si no fueran por los carteles que me la recuerdan, pero si esos carteles no existieron creo que la hubiera reconocido lo mismo, porque el tirón de odio ciego que me provoca ver siquiera el perfil de un rostro, hace posible que la reconozca como la asesina de Annie y ese es el impulso que necesito para impulsarme hacia arriba. En años no me había temblado la mano de los nervios como el momento en que levanto mi varita, porque es la única arma que tengo conmigo, para apuntar hacia la chica con más ansiedad que precisión y se nota, porque el hechizo va en cualquier dirección*, le ha servido para alertarla de mi presencia. Y a la mierda la varita, por esto prefiero las otras armas, porque cuando corro hacia ella tengo en mente la navaja que guardo en uno de los bolsillos de la chaqueta y en la revancha que sería dejar que se desangre, porque todo lo que recuerdo de Annie es ahora esa mancha infinita de rojo y olor a óxido. Se cubre mi mirada del mismo tono al arrojarme sobre la chica, ignorando por la rabia que pueda tener un arma propio para defenderse, y lo único que consigo es que caigamos ambos por esa grieta de la que acabo de salir.
*Dado fallo
La lluvia de hace pocos días hace que el suelo se sienta blando debajo de mis pies, no demasiado, pero sí lo suficiente como para que el avanzar a través de los bosques del distrito once sea casi en perfecto silencio. No es común que me adentre en esta zona pero en el cinco no siempre se puede conseguir cosas frescas y, con el uso de un oportuno traslador creado por Amber, no cuesta llegar a las mejores zonas de caza de manera imperceptible y rápida. Extrañaba esto, no la caza en sí misma, pero sí el salir de un lugar que te genera encierro, a un espacio en el que puedo sentirme útil y por qué no decirlo, libre. ¿Lo malo? No había una sola presa que pudiera cazar. No gastaría mis proyectiles en aves de tamaño diminuto, o en roedores que no sabía ni qué eran; y no empecemos con el armagedón que se armaría si Bev se enteraba de que maté a una ardilla. Podría estar en un distrito completamente diferente, pero estaba segura de que si disparaba a uno de esos bichos, seguramente sería el suyo que se había escapado o algo así.
Me sobresalto cuando escucho ruidos a no tanta distancia de donde me encuentro pero no logro distinguir si se trata de un animal o de algo más. Debería dar la vuelta y dirigirme en otra dirección pero, la realidad es que incluso aunque sabía que era un riesgo no podía desperdiciar la oportunidad de ver si era algo que podría servirnos de alimento. Además, todavía le quedaba tiempo al traslador y, sea lo que fuese, no tenía una salida precisamente rápida del lugar. Veo el reflejo por la esquina de mi ojo antes de sentir como el hechizo impacta contra un árbol cercano, y pese a que llego a levantar la ballesta con rapidez, no logro divisar el ataque hasta que ya es muy tarde y al igual que su hechizo, mi flecha se pierde hacia al fondo del paisaje (*) en lo que caigo por la propia fuerza de mi atacante.
Puteo y me aferro al arma todo lo que puedo en lo que ruedo junto con el peso del cuerpo contiguo por lo que parece ser una grieta que por momentos parece infinita. No lo es, y cuando por fin la gravedad termina de hacer efecto, mis pulmones arden contra mis costillas. - ¿¡PERO QUE DEMONIOS TE PASA!? - Desperdicio mi aliento en gritarle a la persona que nos ha arrojado cuesta abajo y me cuestiono su salud mental en lo que me incorporo hasta quedar en cuclillas para retroceder lo más que puedo. Sé que mi machete está en el bolsillo de mi pantalón convenientemente hechizado, pero prefería poner distancia entre el lunático y mi cuerpo. La suficiente para no volver a fallar si es que tenía que disparar en su dirección.
(*) Fallo.
Me sobresalto cuando escucho ruidos a no tanta distancia de donde me encuentro pero no logro distinguir si se trata de un animal o de algo más. Debería dar la vuelta y dirigirme en otra dirección pero, la realidad es que incluso aunque sabía que era un riesgo no podía desperdiciar la oportunidad de ver si era algo que podría servirnos de alimento. Además, todavía le quedaba tiempo al traslador y, sea lo que fuese, no tenía una salida precisamente rápida del lugar. Veo el reflejo por la esquina de mi ojo antes de sentir como el hechizo impacta contra un árbol cercano, y pese a que llego a levantar la ballesta con rapidez, no logro divisar el ataque hasta que ya es muy tarde y al igual que su hechizo, mi flecha se pierde hacia al fondo del paisaje (*) en lo que caigo por la propia fuerza de mi atacante.
Puteo y me aferro al arma todo lo que puedo en lo que ruedo junto con el peso del cuerpo contiguo por lo que parece ser una grieta que por momentos parece infinita. No lo es, y cuando por fin la gravedad termina de hacer efecto, mis pulmones arden contra mis costillas. - ¿¡PERO QUE DEMONIOS TE PASA!? - Desperdicio mi aliento en gritarle a la persona que nos ha arrojado cuesta abajo y me cuestiono su salud mental en lo que me incorporo hasta quedar en cuclillas para retroceder lo más que puedo. Sé que mi machete está en el bolsillo de mi pantalón convenientemente hechizado, pero prefería poner distancia entre el lunático y mi cuerpo. La suficiente para no volver a fallar si es que tenía que disparar en su dirección.
(*) Fallo.
Procuro cerrar mis brazos alrededor del cuerpo de la mujer, así no puedo escaparse cuando terminamos de caer por la pendiente, pero acabo con la espalda impactando contra el suelo, quitándome lo que me quedaba de aire, y mi cabeza dándose un golpe seco contra algo. Tengo que frotarme con una mano para calmar las punzadas y muerdo los dientes para no gemir. Maldita sea. Levanto mi cuello, en una reacción lenta, para mirar a la mujer que está gritándome. Me incorporo sobre mis codos lo más veloz que puedo para tantear mi chaqueta donde sé que tengo la navaja. Estamos a una distancia que le da espacio para disparar el arma que veo en su posesión, es todo lo que puedo ver por dos segundos, porque sé lo que haré y es una estupidez más. No será la primera vez, he liado con peores decisiones de mi parte, eso me anima lo suficiente como para abalanzarme hacia ella, ciego en mi rabia, y si tiene que disparar, que lo haga.
Esta es la mujer cuyo rostro llegué a memorizar en el único segundo que tuve de un vistazo rápido hacia ella cuando disparó en la mina, los carteles fueron el mal recordatorio de que la asesina de Annie, tan buscada como cualquiera de los otros del distrito catorce, seguía escondida en alguna parte del norte que se supone que los aurores y cazadores conocemos. No me arriesgaré a perder esta oportunidad, por un minuto no pienso en nada más, en nadie más. En nadie de familia que no sea Annie. Ni siquiera pienso en Hanna cuando la tiro al suelo para tratar de inmovilizarla, porque antes de ella, el resentimiento llegó tan hondo que no me basta con algún tipo de justicia, lo que deseo y creo que todos en mi familia lo sentimos igual, es la venganza más cruda de sangre por sangre. Pero no tengo la navaja, no la encuentro y entro en desesperación. Lo que hago es tratar de forcejear para quitarle el arma de la mano y no consigo más que ponerme como blanco*. Mi mirada es furiosa sobre ella cuando le grito. —¡MATASTE A ANNIE! ¡LE DISPARASTE EN LA CARA!— grito, y este es un recuerdo al que recurrí muchas veces, a cada momento, pero no lo evoco con la claridad que me gustaría cuando tengo a su asesina tan cerca. —No voy a entregarte a ningún auror, te asesinaré aquí y si tienes suerte tus amigos te encontrarán. Sino que te coman los buitres— le deseo eso, que su cadáver quede aquí sepultado de hojas secas.
*Falloporque se puede.
Esta es la mujer cuyo rostro llegué a memorizar en el único segundo que tuve de un vistazo rápido hacia ella cuando disparó en la mina, los carteles fueron el mal recordatorio de que la asesina de Annie, tan buscada como cualquiera de los otros del distrito catorce, seguía escondida en alguna parte del norte que se supone que los aurores y cazadores conocemos. No me arriesgaré a perder esta oportunidad, por un minuto no pienso en nada más, en nadie más. En nadie de familia que no sea Annie. Ni siquiera pienso en Hanna cuando la tiro al suelo para tratar de inmovilizarla, porque antes de ella, el resentimiento llegó tan hondo que no me basta con algún tipo de justicia, lo que deseo y creo que todos en mi familia lo sentimos igual, es la venganza más cruda de sangre por sangre. Pero no tengo la navaja, no la encuentro y entro en desesperación. Lo que hago es tratar de forcejear para quitarle el arma de la mano y no consigo más que ponerme como blanco*. Mi mirada es furiosa sobre ella cuando le grito. —¡MATASTE A ANNIE! ¡LE DISPARASTE EN LA CARA!— grito, y este es un recuerdo al que recurrí muchas veces, a cada momento, pero no lo evoco con la claridad que me gustaría cuando tengo a su asesina tan cerca. —No voy a entregarte a ningún auror, te asesinaré aquí y si tienes suerte tus amigos te encontrarán. Sino que te coman los buitres— le deseo eso, que su cadáver quede aquí sepultado de hojas secas.
*Fallo
Tengo que dar gracias a los entrenamientos de Echo y a las prácticas con Ben, porque este tipo era tan armario como él y si no estuviese acostumbrada a soportar la fuerza bruta probablemente hace rato hubiera quedado sometida - ¿Quien mierda es Annie? - Mi voz sale ahogada entre lo que trato de respirar en medio del forcejeo, y debe ser que no llega oxígeno a mi cerebro porque eso no parece lo adecuado para decir en esta situación cuando lo pienso un segundo después que abandona mi boca. Al menos él parece consumido por la furia, y en esos instantes me da el tiempo justo para apuntar la ballesta y disparar una flecha que de casualidad acierta contra su pierna. No es mucho pero sirve para volver a imponer distancia entre nosotros. La suficiente para dejarme recuperar el aliento y hacer memoria hasta recordar el nombre que mencionó.
- ¿Estás llorando a Weynart? - Porque mi historial de asesinatos no era tan alto, y solo su nombre venía a mi mente cuando pensaba en qué había podido hacer para que un auror me tuviese tan atravesado. - ¡Oh claro! Porque Annie Weynart era una santa… no es como si ella hubiese degollado a Arya, sin contar que atentó contra la seguridad de un niño. - Que no era un niño tan inocente cuando uno se lo ponía a pensar, pero eso no importaba. Sí él quería abogar… o bueno, vengarse en nombre de una perra, yo haría todo lo posible para no darle la satisfacción.
Cosa que sería difícil con la cantidad de proyectiles que tenía, pero él no tenía por qué saber eso. Recargo la ballesta con rapidez y, pese a que estoy tentada sigo sin sacar el machete de mi bolsillo. No conocía las formas de pelear de este tipo y además era un mago. Necesitaba poder defenderme a distancia o tener algo preparado por si acaso. - ¿Tú no eres otro Weynart? Ese al que hechizamos aquella vez... - Me doy cuenta ya que al marcar distancia por fin pude enfocar su rostro, y no me esperaba encontrar facciones que en cierta manera se me hacían familiares, pero a su vez tenía sentido.
- ¿Estás llorando a Weynart? - Porque mi historial de asesinatos no era tan alto, y solo su nombre venía a mi mente cuando pensaba en qué había podido hacer para que un auror me tuviese tan atravesado. - ¡Oh claro! Porque Annie Weynart era una santa… no es como si ella hubiese degollado a Arya, sin contar que atentó contra la seguridad de un niño. - Que no era un niño tan inocente cuando uno se lo ponía a pensar, pero eso no importaba. Sí él quería abogar… o bueno, vengarse en nombre de una perra, yo haría todo lo posible para no darle la satisfacción.
Cosa que sería difícil con la cantidad de proyectiles que tenía, pero él no tenía por qué saber eso. Recargo la ballesta con rapidez y, pese a que estoy tentada sigo sin sacar el machete de mi bolsillo. No conocía las formas de pelear de este tipo y además era un mago. Necesitaba poder defenderme a distancia o tener algo preparado por si acaso. - ¿Tú no eres otro Weynart? Ese al que hechizamos aquella vez... - Me doy cuenta ya que al marcar distancia por fin pude enfocar su rostro, y no me esperaba encontrar facciones que en cierta manera se me hacían familiares, pero a su vez tenía sentido.
¡Ah, mierda! Siento la quemazón en la pierna, solo un poco más arriba de la rodilla, de la flecha que se hunde en mi carne a través de la tela del pantalón, manchándola de rojo sangres. Sin darme tiempo a pensarlo dos veces la retiro, es un tirón furioso que me hace romperla por la mitad con los dedos. Arrojo los pedazos hacia un lado y podría saltarle a la garganta con las manos si no estuviera a una distancia que la tiene segura. Mis ojos escupen odio cuando insulta a la memoria de mi prima. —No eres más que una asesina, ¿quién carajos te crees para hablar de ella? Annie trabajaba para la seguridad de Neopanem y tú lo único que haces es disparar armas, no hacen más que eso, son todos unos mugrosos bastardos que se dedican a matar gente. Ojalá hubieran ardido todos cuando su sucio distrito se quemó— hablo desde la repulsión más profunda que me provoca una mujer que ya está recargando su arma para volver a atacarme, y la miro a los ojos, porque sé que volverá a disparar. No espero que le tiemble el pulso.
Así que ella es una de las que perpetraron el atentado al ministerio con las bombas, el odio me arde en las entrañas. Una flecha más no hará la diferencia, claramente no estoy pensando que podría significar mi muerte, tomo impulso para abalanzarme sobre ella y la retengo contra el suelo con mi brazo cruzando sobre su garganta*, todo mi peso sirviendo para inmovilizarla mientras ejerzo presión tratando de quitarle el aire. —Mataron personas esa noche, era un maldito festival para familias y ustedes hicieron explotar bombas. ¡Y nos hicieron parte de eso! Todos y cada uno de los rebeldes que murieron esa noche, se merecían morir, que se llevan todos al infierno del catorce—. No se los perdono, fueron mis manos las que colocaron esas bombas y me asquea la sensación de haberlas tenido, aunque en mi memoria no quede un recuerdo nítido de lo ocurrido. —Eres la perra asesina que busca toda mi familia— mascullo, esto es demasiado personal como para pedir ayuda a otros cazadores y llevarla a la base de seguridad. El nombre que mencionó me suena, lo uso para sonreír en su cara. —¿La puta del distrito cinco era tu amiga? Que tengan un emotivo reencuentro—, dejo que mi brazo siga presionando su garganta hasta que el resto del aire abandone su cuerpo.
*Acierto
Así que ella es una de las que perpetraron el atentado al ministerio con las bombas, el odio me arde en las entrañas. Una flecha más no hará la diferencia, claramente no estoy pensando que podría significar mi muerte, tomo impulso para abalanzarme sobre ella y la retengo contra el suelo con mi brazo cruzando sobre su garganta*, todo mi peso sirviendo para inmovilizarla mientras ejerzo presión tratando de quitarle el aire. —Mataron personas esa noche, era un maldito festival para familias y ustedes hicieron explotar bombas. ¡Y nos hicieron parte de eso! Todos y cada uno de los rebeldes que murieron esa noche, se merecían morir, que se llevan todos al infierno del catorce—. No se los perdono, fueron mis manos las que colocaron esas bombas y me asquea la sensación de haberlas tenido, aunque en mi memoria no quede un recuerdo nítido de lo ocurrido. —Eres la perra asesina que busca toda mi familia— mascullo, esto es demasiado personal como para pedir ayuda a otros cazadores y llevarla a la base de seguridad. El nombre que mencionó me suena, lo uso para sonreír en su cara. —¿La puta del distrito cinco era tu amiga? Que tengan un emotivo reencuentro—, dejo que mi brazo siga presionando su garganta hasta que el resto del aire abandone su cuerpo.
*Acierto
- ¿NOSOTROS? - Creo que puedo sentir la bilis subir por mi garganta cuando nos acusa tan libremente de ser unos asesinos, y habla del catorce como si nada le causara más placer que el saber que nuestro distrito fue consumido por las llamas. - Hazme un favor y vuelve a nacer antes de acusarnos de nada. ¡NO LES HICIMOS UNA MIERDA! Vivíamos en paz, sin joderle la vida a nadie antes de que la loca que tenían por ministra cayese a atacarnos. - A duras penas y teníamos para vivir como correspondía, y todo el entrenamiento que recibimos fue para defensa propia. ¿Qué es lo que pensaban que hacíamos? ¿Construír bombas nucleares? ¡Teníamos granjas por el amor a todo lo que es bueno!
Su ataque me toma por sorpresa y maldigo para mis adentros al sentir que no me pasa el aire por la garganta. Trato de no desesperarme y mientras que lanza todo su discursito acerca de como ellos son los pobres desafortunados logro con extrema dificultad el sacar el machete de mi bolsillo. No tengo la fuerza ni el aire suficiente como para poder usarlo como me gustaría, pero es mi vida o la suya, así que como puedo lo hundo contra su costado* logrando que efectivamente aligere la presión contra mi garganta. Respirar duele, pero cada segundo cuenta y utilizo la mano que tengo libre para llevarla contra su cara y presionar dos dedos contra sus párpardos, empujando con fuerza hasta sacarlo como puedo de encima. Recupero el machete y trato de seguir recuperando el aire. No tengo las energías para correr, pero tampoco tengo la fuerza necesaria para poder mantenerlo inmovilizado, así que en contra de cualquier buen juicio que pueda tener, vuelvo a hablar. - No fue nuestra puta idea el poner bombas, ¿de acuerdo? Soy una de las primera en querer hacerlos mierda por todo lo que nos hicieron pasar, pero jamás pondría en riesgo la vida de inocentes, de niños por todos los cielos. No voy a caer tan bajo como ustedes, pero sí voy a defender a aquellos que me importan. -
Me incorporo como puedo, tratando de dar unos pasos tentativos lejos de él en lo que trato de ver dónde mierda quedó mi ballesta. - Tu familia me importa un carajo. Tu prima fue una perra y no me arrepiento de haberla matado. Y sí, puede que eso me haga una persona de mierda, una asesina, o lo que quieras. Pero sus manos no estaban limpias, y apuesto a que las tuyas no lo están tampoco. - Podía venir con todo el discurso moral que quisiera, pero no puede andar vanagloriándose con la desaparición de nuestro distrito, y luego acusarnos a nosotros de ser terroristas. Aunque bueno, la hipocresía parecía ser moneda corriente estos días.
* Acierto
Su ataque me toma por sorpresa y maldigo para mis adentros al sentir que no me pasa el aire por la garganta. Trato de no desesperarme y mientras que lanza todo su discursito acerca de como ellos son los pobres desafortunados logro con extrema dificultad el sacar el machete de mi bolsillo. No tengo la fuerza ni el aire suficiente como para poder usarlo como me gustaría, pero es mi vida o la suya, así que como puedo lo hundo contra su costado* logrando que efectivamente aligere la presión contra mi garganta. Respirar duele, pero cada segundo cuenta y utilizo la mano que tengo libre para llevarla contra su cara y presionar dos dedos contra sus párpardos, empujando con fuerza hasta sacarlo como puedo de encima. Recupero el machete y trato de seguir recuperando el aire. No tengo las energías para correr, pero tampoco tengo la fuerza necesaria para poder mantenerlo inmovilizado, así que en contra de cualquier buen juicio que pueda tener, vuelvo a hablar. - No fue nuestra puta idea el poner bombas, ¿de acuerdo? Soy una de las primera en querer hacerlos mierda por todo lo que nos hicieron pasar, pero jamás pondría en riesgo la vida de inocentes, de niños por todos los cielos. No voy a caer tan bajo como ustedes, pero sí voy a defender a aquellos que me importan. -
Me incorporo como puedo, tratando de dar unos pasos tentativos lejos de él en lo que trato de ver dónde mierda quedó mi ballesta. - Tu familia me importa un carajo. Tu prima fue una perra y no me arrepiento de haberla matado. Y sí, puede que eso me haga una persona de mierda, una asesina, o lo que quieras. Pero sus manos no estaban limpias, y apuesto a que las tuyas no lo están tampoco. - Podía venir con todo el discurso moral que quisiera, pero no puede andar vanagloriándose con la desaparición de nuestro distrito, y luego acusarnos a nosotros de ser terroristas. Aunque bueno, la hipocresía parecía ser moneda corriente estos días.
* Acierto
—¡Eran criminales! ¡Asesinos y traidores escondiéndose en su maldito hueco de ratas!— replico con mi voz en alto, forzando a mi garganta, no me convencerá con ese cuento romántico de que no buscaban dañar a nadie, cuando fue lo primero que hicieron una vez que salieron de sus límites y se dispersaron por el norte. ¡Tenían a un chico que podría ser un Black entre ellos! Estaban esperando el jodido momento de volver a atacar, parias, basuras. Nosotros teníamos como misión proteger a los distritos, asegurarles su paz de las conspiraciones que se iban gestando entre rebeldes, nos manipularon y atacaron a ciegas en el festival, como los salvajes que son, como lo salvaje que ella también demuestra que es cuando siento un filo hundiéndose en mi costado y aúllo del dolor. Mis dedos pierden el agarre de su garganta, me doblo hacia un lado permitiéndole escapar y maldigo por esto. Su presunción de nobleza consigue mi asco. —Trabajamos por la seguridad de Neopanem— mascullo con lentitud, —mi hermano dedicó su vida a esto, mi prima se expuso por la seguridad del resto, todos en mi familia no hemos hecho más que tratar de defender a los nuestros de ustedes— por la manera en que escupo esa palabra, no hace falta que vuelva a repetirle mi desprecio.
Palpo con desesperación las hojas secas para sujetar su tobillo cuando se aleja, hacerlo provoca una nueva punzada en el corte que sigue sangrando, presiono la palma de mi otra mano sobre la herida para anular momentáneamente el dolor. Consigo un tironeo débil de su tobillo para retenerla, daría lo que fuera por poder cobrarme cada una de las cosas que dice. —¿Quién carajos las tiene limpias?— pregunto, que me lo diga, que me hable de sus mártires, que yo también tengo los míos y podemos estar horas desanudando un cordón de nombres. —Puede que para ti sea otro crimen del que te justificas, a ti mi familia no te importa, para mí es lo más importante. Te mataría sin llevarte a los aurores porque en medio de toda esta guerra, perdí a alguien más de mi familia, la mataron— rechino mis dientes, detesto tener que caer en dar una respuesta a la excusa moral de una asesina que te justifica sobre el supuesto crimen de otro. —No tengo mis manos limpias, porque trabajo en defender a los míos. Pero no lastimo a inocentes o golpeo al débil como tú dices que tampoco haces, ¿en qué nos deja eso?— suelto su tobillo, lo hago solo para demostrar mi punto, con una sonrisa sardónica que debe ser provocada por la adrenalina del momento que no encuentra cauce. —¿Vas a matarme con tu excusa de que no tengo las manos limpias? No sabes nada de mí para decir que soy un asesino, pero yo sí te vi disparar a una persona sin preguntarte quienes estaban detrás de ella y lamentarían su perdida.
Palpo con desesperación las hojas secas para sujetar su tobillo cuando se aleja, hacerlo provoca una nueva punzada en el corte que sigue sangrando, presiono la palma de mi otra mano sobre la herida para anular momentáneamente el dolor. Consigo un tironeo débil de su tobillo para retenerla, daría lo que fuera por poder cobrarme cada una de las cosas que dice. —¿Quién carajos las tiene limpias?— pregunto, que me lo diga, que me hable de sus mártires, que yo también tengo los míos y podemos estar horas desanudando un cordón de nombres. —Puede que para ti sea otro crimen del que te justificas, a ti mi familia no te importa, para mí es lo más importante. Te mataría sin llevarte a los aurores porque en medio de toda esta guerra, perdí a alguien más de mi familia, la mataron— rechino mis dientes, detesto tener que caer en dar una respuesta a la excusa moral de una asesina que te justifica sobre el supuesto crimen de otro. —No tengo mis manos limpias, porque trabajo en defender a los míos. Pero no lastimo a inocentes o golpeo al débil como tú dices que tampoco haces, ¿en qué nos deja eso?— suelto su tobillo, lo hago solo para demostrar mi punto, con una sonrisa sardónica que debe ser provocada por la adrenalina del momento que no encuentra cauce. —¿Vas a matarme con tu excusa de que no tengo las manos limpias? No sabes nada de mí para decir que soy un asesino, pero yo sí te vi disparar a una persona sin preguntarte quienes estaban detrás de ella y lamentarían su perdida.
- ¿Y USTEDES TAMBIÉN SE PREOCUPARON POR QUIÉN ESTABA DETRÁS DE ELLA CUANDO MATARON A MI MADRE? - Creí que hace tiempo había dejado de sentir esa angustia intensa que me recorría de pies a cabeza, ese dolor opresivo que se intensificaba solo de pensar en aquel día. No necesariamente que lo había superado, no creo que jamás pueda superar el ver mi hogar arder al rojo vivo; pero estaba convencida de poder pensar en mi madre sin sentir que la rabia me iba a carcomer entera. Pues al parecer no era así, y cada palabra que dice se siente como un puñal en una herida que jamás terminó de cerrar. Y quiero gritar la angustia al aire, y escupírsela en la cara; así que en lugar de darme vuelta e irme, que es la opción más sensata me limito a patearlo para soltarme de su agarre, y a decirle cada cosa que se me pasa por la cabeza. - LLEGARON A MI DISTRITO Y MATARON A TODO AQUEL QUE NO PUDO DEFENDERSE. A MI MADRE, A MI PADRASTRO, A UNA DE MIS MEJORES AMIGAS, A LA PERSONA QUE ME ENSEÑÓ A DEFENDERME DESDE QUE TENGO MEMORIA… - Sus rostros desfilan a lo largo de mi cabeza, tratando de evocar cuando fue la última vez que los ví. ¿Qué es lo que estaban haciendo en ese entonces? - Ni siquiera noté cuando asesinaron a la hija de otra de mis amigas… estaba demasiado ocupada tratando de que Jamie Niniadis dejase de torturar al niño que vi crecer desde su primer día de vida. -
Y estoy llorando, de rabia, de impotencia, de frustración. - Me hablas de cómo tu familia es lo más importante para tí, ¿Y ADIVINA QUÉ? LA MÍA ERA LO MÁS IMPORTANTE PARA MÍ Y USTEDES SE ENCARGARON DE DESTRUIRLA. - No me importa si él fue parte del grupo que cayó al distrito, o si fue uno de los afortunados que pudo quedarse atrás, Los está defendiendo y justificando. Como si su punto de vista fuese lo único importante, lo único correcto. No llegábamos a ser ni cien personas conviviendo aislados y ni siquiera la mitad de los que ahí estaban tenían entrenamiento, ¿qué peligros le suponíamos viviendo apartados? - No voy a matarte,,. Voy a ser la estúpida que salve tu patética vida. A este paso vas a desangrarte antes de que se active mi traslador. -
No estoy segura de por qué lo hago, es un impulso. La necesidad de demostrar que no somos los monstruos que ellos dicen ser, o por ahí es el dejo de culpa que todavía tengo por haber matado a sangre fría pese a que siempre me esfuerzo en pensar que no estoy arrepentida. El punto es que me adelanto con rapidez y me tiro encima suyo, haciendo presión con mi pierna para aplicarle una llave al cuello y sacando el pequeño frasquito de díctamo que siempre llevo conmigo. - Puedes pensar lo que quieras de esto, pero me niego a que toda mi vida se base en una inútil búsqueda de venganza. Se supone que estamos peleando por un mundo mejor. - No cometeré el error de dejar otro cuerpo a mis espaldas perjudicando aquello que estamos queriendo construír, así que destapo el frasco y vierto unas gotas contra la herida que yo misma había inflingido. Solo me quedan unos minutos, segundos tal vez, así que trato de mantenerme alerta porque el detener su hemorragia significa que posiblemente me vea atacada en un par de parpadeos.
Y estoy llorando, de rabia, de impotencia, de frustración. - Me hablas de cómo tu familia es lo más importante para tí, ¿Y ADIVINA QUÉ? LA MÍA ERA LO MÁS IMPORTANTE PARA MÍ Y USTEDES SE ENCARGARON DE DESTRUIRLA. - No me importa si él fue parte del grupo que cayó al distrito, o si fue uno de los afortunados que pudo quedarse atrás, Los está defendiendo y justificando. Como si su punto de vista fuese lo único importante, lo único correcto. No llegábamos a ser ni cien personas conviviendo aislados y ni siquiera la mitad de los que ahí estaban tenían entrenamiento, ¿qué peligros le suponíamos viviendo apartados? - No voy a matarte,,. Voy a ser la estúpida que salve tu patética vida. A este paso vas a desangrarte antes de que se active mi traslador. -
No estoy segura de por qué lo hago, es un impulso. La necesidad de demostrar que no somos los monstruos que ellos dicen ser, o por ahí es el dejo de culpa que todavía tengo por haber matado a sangre fría pese a que siempre me esfuerzo en pensar que no estoy arrepentida. El punto es que me adelanto con rapidez y me tiro encima suyo, haciendo presión con mi pierna para aplicarle una llave al cuello y sacando el pequeño frasquito de díctamo que siempre llevo conmigo. - Puedes pensar lo que quieras de esto, pero me niego a que toda mi vida se base en una inútil búsqueda de venganza. Se supone que estamos peleando por un mundo mejor. - No cometeré el error de dejar otro cuerpo a mis espaldas perjudicando aquello que estamos queriendo construír, así que destapo el frasco y vierto unas gotas contra la herida que yo misma había inflingido. Solo me quedan unos minutos, segundos tal vez, así que trato de mantenerme alerta porque el detener su hemorragia significa que posiblemente me vea atacada en un par de parpadeos.
Creo que su grito se escuchó por fuera de la espesura de este bosque, a distritos tan lejanos que no alcanzamos a ver, es un grito de rabia, no, de dolor. Esos gritos son los que sacuden todo a su alrededor, eso es lo que ella quiere, lo que percibo en la manera en el suelo parece temblar bajo mis pies y los árboles contestan agitando sus ramas. He controlado a bestias antes con la ayuda de mi varita y salvo casos desesperados, traté de contenerlos con mi cuerpo, siento que ella pese a su menudo tamaño podría ser de las que rugen con una fuerza arrasadora y ni siquiera parece que tenga magia. Si hay algo que me mantiene con el cuerpo tenso, mi mirada sin apartarse de su cara, es mi propio dolor por la muerte de mi prima, que no es la primera en mi familia. Deseo poder encontrar mi voz otra vez para responderle con la misma fuerza, pero la suya se impone y la veo llorar como me hallé haciéndolo yo también a solas, escapando de tener que flaquear ante personas que no lo entenderían, esta vez sí me arden los ojos y es porque creo que estamos lamentando lo mismo.
No quiero, me niego a poder ver que somos un espejo de desgracias familiares, no es la primera que me lo grita en la cara, que hay pérdidas de ambos lados y lo que me molesta es que eso vuelva a resonar dentro de mi cabeza con tal intensidad que no puedo huir. Entre todas las pérdidas de un lado y del otro, un día mi hija entenderá que su madre murió peleando en el mismo sitio en el que yo me encontraba, ambos en posiciones opuestas. Y esta mujer se encuentra del mismo lado que Xing, gritándome que asesinaron a su madre, ella que asesinó a parte de mi familia y en vez de matarme al tener la oportunidad, lo que hace es quemar mi herida con una pócima y también grito con la garganta ronca, me remuevo inquieto pese a su intento de inmovilizarme, porque lo que no quiero es que haga esto. Si no va a matarme, que se vaya, que me deje por mi cuenta. La odio, en verdad la odio, se lo dejo saber por la manera en que la miro mientras siento las punzadas de la cicatriz que se formando hasta que desaparece, cerrado el corte que me causó. La empujo con violencia para tirarla al suelo cuando puedo hacerlo, así me la quito de encima. —¡ALÉJATE!— grito, es una orden que me sale de los labios sin que pueda entenderla del todo, es la respuesta más instintiva que me surge hacia la mujer que apuntó a la cara de mi prima para tirar a matar y a mí me ayuda.
Y sin embargo, yo no puedo moverme, no soy quién podrá poner distancia, me incorporo lo suficiente como para quedar sentado y poder mirarla a la cara otra vez, la miro demasiado tiempo, todo mi rostro contraído por mi expresión de rabia pura. Vuelvo a gritar cuando golpeo con mi puño sobre el suelo sucio de hojas, no es una palabra articulada, es mi impotencia y descargo por todas las personas muertas. Por la manera en que fuimos avasallantes sobre ellos cuando yo mismo crecí en una jodida cuidad destruida. Llevo mis puños a la frente, las venas en los brazos me saltan por culpa de la contención de un enojo que no sé hacía quién debería dirigir, no puedo perdonar la muerte de Annie, pero si tengo que verlo todo como un espejo, estoy entre los que asesinaron a la madre de mi hija, los que asesinaron a toda una comunidad y lo hago para proteger a los míos, pero que mencione la idea de un mundo mejor también me recuerda a promesas de un par de niños que las olvidaron. —¡¿Qué demonios haces?!— le espeto al desarmar mi postura, —¡¿Qué estás buscando?! ¡Qué quieres!— exijo saber, y aunque sé que me equivoco, porque nada de lo que hizo debía hacerlo, sigo: —¿Estás esperando que te perdone y te deje ir? ¡BIEN, HAZLO! No te perdono, pero vete. ¡VETE!—. No ver a lo que me perturba ayuda a que mi mente vuelva a recordar cómo deben ser las cosas. —Si crees que te debo algo por esto, que luego podrás esperar un favor de mi parte, no es así— me niego, endurezco mi semblante y eso no basta para esconder mi mirada desorientada. Me traiciono con mis palabras. —No sé si habrá un mundo mejor, vengo de un lugar que estaba en ruinas y créeme, nada crece ahí. Neopanem no está lejos de mostrar el mismo paisaje, estamos destruyéndolo todo, destruyéndonos. ¿Qué te hace creer que pelear pueda llevar a algo bueno? Se pelea para defender o para destruir, resultan ambas cosas a la vez. Pero no sé de peleas que acaben en algo bueno.
No quiero, me niego a poder ver que somos un espejo de desgracias familiares, no es la primera que me lo grita en la cara, que hay pérdidas de ambos lados y lo que me molesta es que eso vuelva a resonar dentro de mi cabeza con tal intensidad que no puedo huir. Entre todas las pérdidas de un lado y del otro, un día mi hija entenderá que su madre murió peleando en el mismo sitio en el que yo me encontraba, ambos en posiciones opuestas. Y esta mujer se encuentra del mismo lado que Xing, gritándome que asesinaron a su madre, ella que asesinó a parte de mi familia y en vez de matarme al tener la oportunidad, lo que hace es quemar mi herida con una pócima y también grito con la garganta ronca, me remuevo inquieto pese a su intento de inmovilizarme, porque lo que no quiero es que haga esto. Si no va a matarme, que se vaya, que me deje por mi cuenta. La odio, en verdad la odio, se lo dejo saber por la manera en que la miro mientras siento las punzadas de la cicatriz que se formando hasta que desaparece, cerrado el corte que me causó. La empujo con violencia para tirarla al suelo cuando puedo hacerlo, así me la quito de encima. —¡ALÉJATE!— grito, es una orden que me sale de los labios sin que pueda entenderla del todo, es la respuesta más instintiva que me surge hacia la mujer que apuntó a la cara de mi prima para tirar a matar y a mí me ayuda.
Y sin embargo, yo no puedo moverme, no soy quién podrá poner distancia, me incorporo lo suficiente como para quedar sentado y poder mirarla a la cara otra vez, la miro demasiado tiempo, todo mi rostro contraído por mi expresión de rabia pura. Vuelvo a gritar cuando golpeo con mi puño sobre el suelo sucio de hojas, no es una palabra articulada, es mi impotencia y descargo por todas las personas muertas. Por la manera en que fuimos avasallantes sobre ellos cuando yo mismo crecí en una jodida cuidad destruida. Llevo mis puños a la frente, las venas en los brazos me saltan por culpa de la contención de un enojo que no sé hacía quién debería dirigir, no puedo perdonar la muerte de Annie, pero si tengo que verlo todo como un espejo, estoy entre los que asesinaron a la madre de mi hija, los que asesinaron a toda una comunidad y lo hago para proteger a los míos, pero que mencione la idea de un mundo mejor también me recuerda a promesas de un par de niños que las olvidaron. —¡¿Qué demonios haces?!— le espeto al desarmar mi postura, —¡¿Qué estás buscando?! ¡Qué quieres!— exijo saber, y aunque sé que me equivoco, porque nada de lo que hizo debía hacerlo, sigo: —¿Estás esperando que te perdone y te deje ir? ¡BIEN, HAZLO! No te perdono, pero vete. ¡VETE!—. No ver a lo que me perturba ayuda a que mi mente vuelva a recordar cómo deben ser las cosas. —Si crees que te debo algo por esto, que luego podrás esperar un favor de mi parte, no es así— me niego, endurezco mi semblante y eso no basta para esconder mi mirada desorientada. Me traiciono con mis palabras. —No sé si habrá un mundo mejor, vengo de un lugar que estaba en ruinas y créeme, nada crece ahí. Neopanem no está lejos de mostrar el mismo paisaje, estamos destruyéndolo todo, destruyéndonos. ¿Qué te hace creer que pelear pueda llevar a algo bueno? Se pelea para defender o para destruir, resultan ambas cosas a la vez. Pero no sé de peleas que acaben en algo bueno.
El aire que ingresa a mis pulmones parece quemarme por dentro, y temo que entre tanto golpe y forcejeo me haya fracturado algo. Me estoy quedando sin las fuerzas necesarias para hacer nada, así que me aferro a la cuchara que llevo en el bolsillo a modo de traslador, esperando a que pasen los minutos necesarios para desaparecer de este lugar. No confío en Weynart, por más que me pida que me mantenga alejada en el momento en el que le muestre mi espalda me convertiré en un blanco fácil de derribar, así que no lo hago y me dedico a observar cada expresión que se dibuja en su cara. No puedo decir que sea alguien fácil de leer ya que no lo conocía, pero no había que ser un genio para descubrir que no era su persona favorita en el mundo. Su grito, tan gutural y profundo me estremece y no puedo evitar preguntarme si estuve de la misma forma hace pocos minutos. Con ese enojo tan evidente que golpeaba, con ese sufrimiento a flor de piel…
- Paz. - Cuando la palabra se escapa de mis labios en un suspiro, se siente como una verdad que por fin pudo escapar a la superficie. En el fondo, lo único que quería conseguir era paz, para mí, para mi familia, para todas las personas a las que quería. Nos lo merecíamos después de tanta mierda. - No me importa tu perdón. Ni siquiera creo merecerlo. Lo único que de verdad quiero es tener paz. No sé si pelear nos va a llevar a algo bueno, ¿pero no es esa la lógica? hay que ir a la guerra para conseguir paz. Peleo cada batalla que se me presenta porque he pasado por demasiado para darme por vencida y resignarme a mi suerte. - No voy a bajar los brazos y dejar que otros decidan por mí. Dejar que otros dispongan de vidas por simple capricho, permitir que otros acaben con la gente que me importaba por ser cobarde y no querer pelear… esa no era yo.
- No sé si al final eso acabe con todos muertos, el país en ruina, o si quiera llegaré a ver como es que acaba. Pero no voy a ser una espectadora que se queda al margen. - Además, ¿no había empezado esto por su afán de demostrar que él tenía pelea dentro suyo? Incluso la venganza era un buen aliciente en la batalla. - ¿Tú por qué peleas? ¿Es solo por tu familia o también tienes un ideal que te lleva a moverte más allá? - Y pese a que estoy esperando que el traslador se active para terminar con todo esto, por unos segundos deseo que se retrase lo suficiente como para permitirme oír esa respuesta. Después de todo, dudaba que él o yo estuviésemos en condiciones de atacar al otro. Yo no tenía la intención de hacerlo a menos de que él golpease primero.
- Paz. - Cuando la palabra se escapa de mis labios en un suspiro, se siente como una verdad que por fin pudo escapar a la superficie. En el fondo, lo único que quería conseguir era paz, para mí, para mi familia, para todas las personas a las que quería. Nos lo merecíamos después de tanta mierda. - No me importa tu perdón. Ni siquiera creo merecerlo. Lo único que de verdad quiero es tener paz. No sé si pelear nos va a llevar a algo bueno, ¿pero no es esa la lógica? hay que ir a la guerra para conseguir paz. Peleo cada batalla que se me presenta porque he pasado por demasiado para darme por vencida y resignarme a mi suerte. - No voy a bajar los brazos y dejar que otros decidan por mí. Dejar que otros dispongan de vidas por simple capricho, permitir que otros acaben con la gente que me importaba por ser cobarde y no querer pelear… esa no era yo.
- No sé si al final eso acabe con todos muertos, el país en ruina, o si quiera llegaré a ver como es que acaba. Pero no voy a ser una espectadora que se queda al margen. - Además, ¿no había empezado esto por su afán de demostrar que él tenía pelea dentro suyo? Incluso la venganza era un buen aliciente en la batalla. - ¿Tú por qué peleas? ¿Es solo por tu familia o también tienes un ideal que te lleva a moverte más allá? - Y pese a que estoy esperando que el traslador se active para terminar con todo esto, por unos segundos deseo que se retrase lo suficiente como para permitirme oír esa respuesta. Después de todo, dudaba que él o yo estuviésemos en condiciones de atacar al otro. Yo no tenía la intención de hacerlo a menos de que él golpease primero.
Toda la rabia vuelve a calentar mis entrañas y quiero gritarle por hablar de paz, si tuviera las fuerzas me arrojaría hacia ella o golpearía el suelo bajo mis puños hasta que se me pase esta impotencia por una palabra que no nos pertenece, que no encontraremos en nada de lo que hacemos. —No voy a perdonarte nunca— murmuro en eco a su voz, queda opacado por todo lo que dice después. —No hay paz después de la guerra, nunca hay paz después de ninguna guerra, es interminable. A la guerra solo sigue más guerra— mascullo furioso, frustrado por una petición que peca de ingenua en boca de una mujer que ha matado a otra. Froto mis párpados con mis puños, el grito dentro de mi garganta sale entre mis dientes apretados. Esto es lo que hacemos, peleamos, ¿quiénes somos para hablar de paz? Podemos hablar de cuidar a los nuestros u oponernos a nuestros enemigos para quitarles poder, en ningún momento se trata de querer alcanzar paz. Es una maldita palabra en desuso, queda bien en labios de unos niños, no es algo que pueda ver en la realidad que nos toca vivir.
—Por mi familia— respondo, ni siquiera lo dudo, no lo pienso, sale de mi boca como la respuesta que crecí dando. —Soy un Weynart, peleo por los Weynart— es todo, la más absoluta franqueza. Decirlo me provoca un nudo fastidioso en la garganta, mi mirada que busca la suya no puede sostenerse, tengo que apartarla, hacerla a un lado para que no se note lo difícil que se ha vuelto repetir lo que me inculcaron. Ser un Weynart está por delante de quien soy, del nombre que pueda tener, de lo que quiera para mí o para el maldito mundo. Está por delante de mi hija, de la mujer que fue su madre y todas las personas que trataron de ver en mí algo diferente a la persona que soy, hasta que se resignaron a que no hay nada más que ser un hijo Weynart, hecho para seguir la línea trazada por la familia. Levanto mis rodillas para poder recargar mi frente sobre estas. —No quiero esta guerra, ni me importa ninguna paz. Lo único que quiero es que acabe, como sea— murmuro. —Lo único que quiero es poder irme, ser libre de todo esto— reconozco, no la miro así puedo cerrar mis ojos al hecho de que estoy diciéndoselo a la mujer que mi familia más detesta en este momento. —No quiero seguir peleando— siento el cansancio sobre mis hombros al decirlo, el que ignoraré mañana cuando me toque colocarme el uniforme de cazador en la base otra vez.
—Por mi familia— respondo, ni siquiera lo dudo, no lo pienso, sale de mi boca como la respuesta que crecí dando. —Soy un Weynart, peleo por los Weynart— es todo, la más absoluta franqueza. Decirlo me provoca un nudo fastidioso en la garganta, mi mirada que busca la suya no puede sostenerse, tengo que apartarla, hacerla a un lado para que no se note lo difícil que se ha vuelto repetir lo que me inculcaron. Ser un Weynart está por delante de quien soy, del nombre que pueda tener, de lo que quiera para mí o para el maldito mundo. Está por delante de mi hija, de la mujer que fue su madre y todas las personas que trataron de ver en mí algo diferente a la persona que soy, hasta que se resignaron a que no hay nada más que ser un hijo Weynart, hecho para seguir la línea trazada por la familia. Levanto mis rodillas para poder recargar mi frente sobre estas. —No quiero esta guerra, ni me importa ninguna paz. Lo único que quiero es que acabe, como sea— murmuro. —Lo único que quiero es poder irme, ser libre de todo esto— reconozco, no la miro así puedo cerrar mis ojos al hecho de que estoy diciéndoselo a la mujer que mi familia más detesta en este momento. —No quiero seguir peleando— siento el cansancio sobre mis hombros al decirlo, el que ignoraré mañana cuando me toque colocarme el uniforme de cazador en la base otra vez.
- Pues tampoco veo que haya paz si uno no da pelea. Fueron casi dieciséis años de mantenernos al margen, de no interferir, de tratar de subsistir como podíamos sin molestar a nadie. ¿De qué sirvió eso? De nada. Así que tal vez tengas razón y la guerra no traiga la paz; pero el no hacer nada tampoco lo hace y me cansé de ver como destruyen todo lo que quiero. - Ya había jugado al jueguito de ser feliz dentro de una burbuja que irremediablemente acabó por romperse. No iba a creer que si construía otra y me encerraba dentro nada pasaría. La vida no funcionaba de esa manera y lo había aprendido de la manera difícil. - ¿Sabes por qué peleamos nosotros? No es por la guerra o la superioridad, o vaya a saber qué es lo que pasa por sus cabezas. Peleamos por la aceptación, por el saber que sin importar que algunos tengan magia y otros no, todos tenemos los mismos derechos. No es un concepto muy difícil de entender, ¿no? - Vivir en paz, aceptando que todos éramos diferentes y sin querer imponerse… no sé, nos había funcionado por quince años, ¿qué tan complicado era para ellos?
- ¿Sabes Weynart? Tal vez no seamos tan diferentes.- Las palabras se escapan de mi boca y dejan un regusto amargo a su paso, pero eran francas. - No me malinterpretes, conozco mis errores y mis pecados y ya dejaste en claro que jamás ibas a perdonarme… Pero entiendo el deseo de libertad y las ansias por darle fin a todo esto. ¿No había querido yo lo mismo? ¿No había tratado de resignarme a todo? - ¿Pero sabes? Si eres un espectador en tu vida, solo verás como la misma pasa por delante de tus ojos y tú no puedes hacer nada para evitar lo que pueda suceder a tu alrededor. Querer que todo termine, sin hacer nada para lograrlo, sin pelear… es dejarse morir. Y tengo demasiado amor propio como para hacerlo. No peleo por mi nombre, o los ideales que pueda acarrear mi apellido. Lo hago por mí y por los que quiero, siendo mi propia persona. - Ballard, Eaton, ¿acaso importaba? Los dos eran condenables en diferentes medidas y eso no le importaba a nadie. Yo respondía por mis acciones anónimamente. A nadie le importaba mi nombre, solo lo que había hecho. - No sé qué es lo que planees hacer con tu vida, pero incluso aunque luego decidas que ser Weynart vale más que todo y terminemos enfrentándonos nuevamente… No te salvé la vida para que te dejes morir.
- ¿Sabes Weynart? Tal vez no seamos tan diferentes.- Las palabras se escapan de mi boca y dejan un regusto amargo a su paso, pero eran francas. - No me malinterpretes, conozco mis errores y mis pecados y ya dejaste en claro que jamás ibas a perdonarme… Pero entiendo el deseo de libertad y las ansias por darle fin a todo esto. ¿No había querido yo lo mismo? ¿No había tratado de resignarme a todo? - ¿Pero sabes? Si eres un espectador en tu vida, solo verás como la misma pasa por delante de tus ojos y tú no puedes hacer nada para evitar lo que pueda suceder a tu alrededor. Querer que todo termine, sin hacer nada para lograrlo, sin pelear… es dejarse morir. Y tengo demasiado amor propio como para hacerlo. No peleo por mi nombre, o los ideales que pueda acarrear mi apellido. Lo hago por mí y por los que quiero, siendo mi propia persona. - Ballard, Eaton, ¿acaso importaba? Los dos eran condenables en diferentes medidas y eso no le importaba a nadie. Yo respondía por mis acciones anónimamente. A nadie le importaba mi nombre, solo lo que había hecho. - No sé qué es lo que planees hacer con tu vida, pero incluso aunque luego decidas que ser Weynart vale más que todo y terminemos enfrentándonos nuevamente… No te salvé la vida para que te dejes morir.
No se puede decir que no haya hecho nada en estos años, lo que menos hice fue quedarme sin actuar. Replantearme desde dónde actúo y por qué lo hago es lo que me hace ver estoy estancado en lo que supone que debo hacer, que choca con lo que personas como esta mujer, la misma Jess o incluso Alice me han arrojado a la cara. Hanna siendo la que nunca me ha hablado al respecto, con su sola presencia me pone en una contradicción a la que no encuentro una respuesta, porque la que parece la única posible, es la que me han enseñado toda mi vida que es la equivocada. Por eso la escucho, porque ella sí tiene claro por qué lucha y se parece un poco a lo que me había dicho Jess, sobre no ver las cosas como negras y blancas.
Hay una línea gris que estamos pisando y en mi caso, me está hundiendo. Está cavando un maldito pozo en esta tierra húmeda con cada una de sus palabras y hubiera sido preferible que me dejara con la herida, desangrándome, a que me diga todo lo que está diciéndome. Porque cuando ella se vaya, yo tendré que ponerme de pie y seguir a partir de esto. Y cada vez, cada vez se está haciendo más difícil volver a colocarme por piezas la coraza que deja todo lo que me inquieta por debajo del material y así puedo seguir mostrándome de granito. —He peleado— digo, reafirmándome en el haberlo hecho. —He peleado por los que quería— se lo repito, no puede decirme que no he hecho nada. En lo que no le llevaré la contraria es que he vivido para morir por esto, he dedicado todo a esto, que lo único que puedo decir que puedo contar como mi propia vida y prueba de que he existido es una niña de diez años, que no elegí tener, de poder elegir no lo hubiera hecho. Entonces hubiera sido nada, si es por mi cuenta no soy nada.
No siento nada en absoluto, no hay emoción alguna en mí, mastico lo último que me dice con una insensibilidad a mi propio destino, que acudo a la rabia para mi respuesta tenga algo de fuerza. Una rabia que disfrazo como que le pertenece a ella, que no le pedí que me salve la vida, ni revuelva en mis entrañas. —Si terminamos enfrentándonos nuevamente— digo, manoteo a mi alrededor para incorporarme del suelo, —espero que solo me dejes morir— lo deseo, se lo impongo, porque antes prefiero morir que traicionar a mi familia, que a fin y al cabo con todas las preguntas que ella puede hacerme o yo mismo a solas con mi consciencia, ser un Weynart es todo lo que soy. Hago lo más estúpido de la vida que es darle la espalda, mucho más estúpido es alejarme de ella, dejándola ahí, respirando, para que tome su salida de escape. Mis zancadas son largas, rotundas, distanciándome de todo lo que se supone que debo hacer, de quien o que puede ser y de una posibilidad que niego con toda mi fuerza de la voluntad, que es mucha, que espero me baste para cuando llegue el momento.
Hay una línea gris que estamos pisando y en mi caso, me está hundiendo. Está cavando un maldito pozo en esta tierra húmeda con cada una de sus palabras y hubiera sido preferible que me dejara con la herida, desangrándome, a que me diga todo lo que está diciéndome. Porque cuando ella se vaya, yo tendré que ponerme de pie y seguir a partir de esto. Y cada vez, cada vez se está haciendo más difícil volver a colocarme por piezas la coraza que deja todo lo que me inquieta por debajo del material y así puedo seguir mostrándome de granito. —He peleado— digo, reafirmándome en el haberlo hecho. —He peleado por los que quería— se lo repito, no puede decirme que no he hecho nada. En lo que no le llevaré la contraria es que he vivido para morir por esto, he dedicado todo a esto, que lo único que puedo decir que puedo contar como mi propia vida y prueba de que he existido es una niña de diez años, que no elegí tener, de poder elegir no lo hubiera hecho. Entonces hubiera sido nada, si es por mi cuenta no soy nada.
No siento nada en absoluto, no hay emoción alguna en mí, mastico lo último que me dice con una insensibilidad a mi propio destino, que acudo a la rabia para mi respuesta tenga algo de fuerza. Una rabia que disfrazo como que le pertenece a ella, que no le pedí que me salve la vida, ni revuelva en mis entrañas. —Si terminamos enfrentándonos nuevamente— digo, manoteo a mi alrededor para incorporarme del suelo, —espero que solo me dejes morir— lo deseo, se lo impongo, porque antes prefiero morir que traicionar a mi familia, que a fin y al cabo con todas las preguntas que ella puede hacerme o yo mismo a solas con mi consciencia, ser un Weynart es todo lo que soy. Hago lo más estúpido de la vida que es darle la espalda, mucho más estúpido es alejarme de ella, dejándola ahí, respirando, para que tome su salida de escape. Mis zancadas son largas, rotundas, distanciándome de todo lo que se supone que debo hacer, de quien o que puede ser y de una posibilidad que niego con toda mi fuerza de la voluntad, que es mucha, que espero me baste para cuando llegue el momento.
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