The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Abril 2446


Y ahooooora, es cuando tú dices: Lord Sidmouth, ¿le apetecería a usted tomar una taza de té? — le explico a Mirielle, balanceando la tetera de juguete que sostengo en mi mano y que vuelco un poco sobre el suelo en el proceso de demostrarle cómo funciona. Por suerte no es más que agua y me vale pasar el pie en que llevo puesto un calcetín uniformado del colegio para secar el suelo del líquido. Le tiendo el instrumento para que sea mi amiga quién lleve a cabo la siguiente petición, tomando asiento en una de las sillas solo para acomodar la figurita de juguete que le he robado a mi hermano de su habitación. De seguro se va a dar cuenta de su ausencia a pesar de haberlo reemplazado por un caramelo disecado que encontré en el cajón, pero creo que vale porque nos faltaban participantes en la fiesta del té y la pobre Pelusa no iba a tomarlo sola. Me giro hacia la coneja de peluche una vez he colocado al Lord sentado sobre los libros que amontoné en la silla, para que el pobre esté a la misma altura que el resto de acompañantes, que es muy chiquitito. — ¡Pelusa! ¿Qué manera es esa de comportarse delante de tus invitados? — le coloco la cabeza un poco más recta para que las orejas no le caigan sobre los ojos, u ojo en este caso. Bueno, quizás había una razón por la que se escondía tras sus orejas, pero yo no sé coser ojos, va a tener que aguantarse y dar la cara, aunque sea con un ojo.

Miro a mi amiga con expresión de hay que ver qué mala educación, soltando un suspiro exagerado. Me he tomado la libertad de invitar a Mirielle a casa para jugar aprovechando que hemos salido pronto del colegio, porque de otra forma hubiera sido imposible teniendo a papá en casa. Desde lo que ocurrió con mamá he aprendido que no le gusta cuando aparece gente nueva, y eso que Miri lleva viniendo a casa desde hace ya bastante tiempo, pero como no me la quiero jugar con su comportamiento, ese que me produce escalofríos y me deja aguantándome la respiración cada vez que habla, pues he tenido que optar por esta opción. Además, no tenemos niñera, así que la única pega con la que me he encontrado han sido las caras de poco interesante de mi hermano cuando le dije que arrastraría a una amiga a casa. De todas formas, cede porque creo que tiene tareas del colegio qué hacer y no le conviene tenerme dando la vara por detrás de la silla de su escritorio como lapa que se muere del aburrimiento. — Si quieres podemos robar algo de chocolate de la despensa, veo a Mister Wilkins un poco hambriento, ¿no es así, Mr. Wilkins? — le digo a Mirielle, mirando al mono de peluche sentado frente a mí. Su cara no dice mucho, la verdad, lo que me deja en la posición de ser yo quien tiene hambre en realidad.
Phoebe M. Powell
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Mirielle A. Beaumont
Fugitivo
Aunque ya soy mayor y tengo siete años, me sigue dando un poco de vergüenza ir a casa de la gente. Mamá dice que tenga cuidado, que me fije en lo que digo y lo que hago, y que siempre dé las gracias por todo. A veces siento que ir a casa de mis amigas es como un examen, aunque la verdad es que cinco minutos después de llegar se me olvida. Si mamá lo supiera me echaría la bronca, y eso hace que cada vez que me acuerde intente recordar mi papel y me sienta un poquito culpable. En casa de Phoebe es distinto, porque ya he venido un montón de veces y siempre son muy simpáticos conmigo. Los problemas aquí son otros, aunque no menos preocupantes.

Primero, Phoebs siempre quiere jugar a la hora del té, y yo no sé jugar a eso. Nunca se lo he dicho pero no entiendo el juego, ¿es que simplemente servimos té a los muñecos? Creo que sería mucho más divertido inventarnos una historia chula en la que uno de ellos es secuestrado por el dinosaurio T-rex de Hans y los demás tienen que rescatarlo. Pero ahí está el segundo problema: Hans. Cada vez que le veo asomarse por donde quiera que estemos Phoebe y yo, empiezo a hacer cosas que no tienen sentido. Aún no tengo ni idea de por qué me pasa eso, pero no puedo quedarme quieta y al final siempre acabo quedando en ridículo delante de él. Esta vez no me va a pasar, porque ya tengo siete años y soy mayor para esas cosas.

Vuelvo a la realidad cuando escucho la voz de mi amiga, prestando atención a la explicación que me da sobre lo que tengo que decir. - ¡Pero si no le apeteciera té no hubiera venido a una fiesta de té! ¿Por qué tenemos que preguntárselo a todos toooodo el rato? - Me cruzo de brazos, sintiéndome idiota por no entender el juego cuando ya he jugado un montón de veces. - ¿Y si le pedimos a tu hermano que nos deje a su T-rex y secuestra a Lord Sidmouth? Y luego todos los demás tendrán que rescatarlo, y luego el T-rex no lo soltará y tendrán que luchar contra él para que el malvado no encuentre su tesoro mágicoooo - Para cuando he acabado la historia ya me he levantado de la silla, acercándome a mi amiga y mirándola con ojos de perrito abandonado para que ceda a mis peticiones. - Tú puedes ser Pelusa - La conejita es nuestro peluche favorito, y con tal de jugar a algo más emocionante estoy dispuesta a cederle su manejo. - Será divertido, ya lo verás, será súperdivertido - Lo repito muchas veces como si así pudiera convencerla más fácilmente. - Aunque lo del chocolate podemos hacerlo de todas formas - Digo entre risas. Por ley, nunca se debe rechazar chocolate si te lo ofrecen.
Mirielle A. Beaumont
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Veo dónde está el problema en cuanto el asiento de mi escritorio gira y puedo ver algo que no sean las páginas que estoy tratando de devorar para el exámen de mañana, uno bastante complicado por cierto. Es que estoy buscando una regla en particular que no sé dónde la he metido y hay algo en el ambiente de mi dormitorio que no parece cuajar, hasta que me percato de que mi estante donde coloco las figuras de acción tiene una falla. Salto de la silla, cruzo lo que queda del dormitorio hasta asomarme por la orilla del mueble, encontrándome con un dulce que ya no sirve de nada en lugar de mi Lord favorito. ¡Que es coleccionable! ¿Dónde lo he metido? Me basta con echar un vistazo rápido alrededor para saber que no está aquí y la ficha me cae con todo el peso de la ley: Phoebe.

No es la primera vez que mi hermana se mete en mi dormitorio sin pedir permiso, pero sí sospecho que será de las últimas porque se me está agotando la paciencia. Verán, ahora que soy lo suficientemente grande como para caminar solo desde la casa a la escuela y de la escuela al campo de deportes, hacer las compras y asistir a asaltos donde mis compañeros juegan a la botellita, no tengo tiempo para los caprichos de mi hermana menor. ¿Cómo voy a jugar con ella si tengo que hacer la cena antes de que papá llegue? Además, la abuela ya no viene y mi tío apareció el otro día para ayudar con la colada de ropa, pero me di cuenta que se me da mal porque se me destiñeron varias prendas. Bueno, ese no es el punto: el punto es que no puedo seguir tolerando estas cosas y se lo voy a hacer saber, no me importa que hoy tenga visitas de esa niña que siempre me olvido cómo se llama pero que me incomoda que sea tan gritona. Da igual.

Me acomodo la gorra nueva que uso hasta dentro de casa porque he decidido que se me ve bien y todos mis compañeros lo hacen, le tiro la visera hacia atrás y salgo de mi cuarto con toda la decisión que soy capaz de tener en lo que cruzo el pasillo y entro a su cuarto sin llamar, porque ella siempre ignora mis carteles de “no pasar”  — ¡Eres una…! — ni siquiera me fijo en las niñas, ya estoy soltando un grito ahogado que suena a chirrido cuando me doy cuenta de que mi juguete está en una silla para tomar el té — ¡Lo estás contaminando con tus cosas de niña! ¡No es un muñeco cualquiera, lo dañarás y ya no será coleccionable! — ni cierro la puerta detrás de mí cuando suelto la manija y me lanzo a rescatar a Lord Sidmouth, arrebatándolo y poniéndolo seguro contra mi pecho y una mirada acusadora — ¿Por qué entraron a mi dormitorio sin permiso? ¡Ya les dije mil veces que no pueden hacerlo! Lo llenarán de mocos — bien, fue una sola vez y eran más pequeñas, pero yo no me olvido de ese invierno lleno de resfríos e invasiones.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Intento no mirar a mi amiga como si fuera boba, porque realmente el juego no tiene nada de complicado, alzando una ceja cuando empieza a quejarse, pero sacudo la cabeza enseguida como si fuera algo obvio que no necesita de explicación. — ¡Pero es que Lord Sidmouth no ha venido a una fiesta del té! Le hemos secuestrado, sssssssh, así que debemos ser amables para que no vuelva a ser la figurita aburrida en el estante de la habitación de mi hermano. — termino por explicar, poniendo una mano a la altura de mi hombro en señal de obviedad. Además, ¿por qué tanta obsesión con Hans? A veces no entiendo muy bien qué le pasa a mi amiga con él, que ya sé que tiene monos en la cara, pero en ocasiones se le queda mirando por mucho tiempo, tanto que resulta incómodo. Eso y que la última vez se le cayeron los cacharros de juguete al suelo, espero que eso no pase esta vez.

Me quedo escuchando su opción de juego, ladeando la cabeza y llevándome un dedo a la barbilla como hacen los mayores cuando piensan. — ¡Pero yo no puedo ser Pelusa! Pelusa es Pelusa. — exclamo, sacándole las faltas a su plan porque hay algunos puntos a los que no le veo el sentido, en especial la parte de ir a pedirle cosas a mi hermano. No obstante, al final, termino por acceder con un ruedo de ojos bastante exagerado, al mismo tiempo que lanzo un suspiro que me saca todo el aire de los pulmones. — Estáaaaaaaa bien, iremos a pedirle el t-rex a Hans, ¡pero que sepas que si nos echa a patadas será por tu culpa! — le digo, porque ya me la jugué cuando entramos a su dormitorio a escondidas, que me sorprende que no se haya dado cuenta ya con lo minucioso que es para estas cosas. Antes de que pueda siquiera terminar ese pensamiento, como si él mismo me lo hubiera leído, la cabeza rubia de mi hermano aparece por la ranura de la puerta sin ni siquiera llamar. ¿Dónde está la educación en esta casa? — ¡Es una fiesta del té privada! — grito en cuanto se atreve a interrumpir en el cuarto, ¿acaso no entiende esa palabra? — Pri-va-daaaaaa. — repito, casi deletreando, hasta le saco la lengua y todo.

Pego un gritito agudo cuando nos quita a Lord Sidmouth de la mesa, que me enciende rápidamente la alarma de emergencia contra secuestradores y me lanzo al suelo para agarrarme del tobillo de mi hermano y barrer el suelo con mi cuerpo solo para evitar que no se mueva del sitio. — ¡Peeeero nooooooooo! ¡Mirielle, ayúdameeeee! — me quejo en lloriqueo, agarrándome bien a su pierna por si se atreve a escapar con nuestro invitado. No pasan más de dos segundos que ya empiezo a sacarle pegas a sus comentarios. — ¿Desde cuando una fiesta del té es cosa de niñas? — bufo molesta, pero estoy bien lejos de soltarme. — ¡Para que sepas! Los príncipes y princesas celebraban fiestas del té muchísimo antes de que tú nacieras, ¡y Lord Sidmouth es un Lord! Es su derecho innatooooooo. — ¿desde cuando yo aprendí esas palabras tan pulcras y dignas de un ser erudito? Debe de ser papá con sus gritos. — Te ves muy ridículo con esa gorra, ¿lo sabías? — suelto sin más, cambiando de tema cuando me da por posar mi cabeza en el suelo mirando hacia arriba, aun sin desprenderme de su tobillo. — ¿Verdad que se ve muy ridículo, Mirielle? — giro un poco el cuello hacia mi amiga en señal de apoyo, solo espero que esta vez no se le caiga la tetera.
Phoebe M. Powell
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Mirielle A. Beaumont
Fugitivo
Bufo ante su explicación sobre el secuestro de Lord Sidmouth. ¿Ahora resulta que tengo que ser amable con él? No, definitivamente no me gusta jugar a la fiesta del té. Sin embargo, como estoy en casa de Phoebs me resigno a seguir sus órdenes sobre qué cantidad de terrones de azúcar debería ponerle a Pelusa. Me digo a mí misma que si me meto en el papel será divertido, pero mis otras ideas no paran de surgirme en la cabeza y simplemente no puedo evitar soltarlas. Mamá siempre me echa la bronca porque dice que tengo que pensar antes de hablar, pero ¿para qué? Por mucho que lo piense voy a seguir queriendo decir lo mismo, así que me ahorro el gasto innecesario de neuronas. De nuevo bufo, molesta cuando mi amiga no entiende mis geniales sugerencias. - ¡Ser Pelusa no es ser Pelusa! - Ruedo los ojos, como si la frase que acabo de decir tuviera todo el sentido del mundo. - ¡Se trata de moverla! - Replico mientras agarro suavemente a Pelusa para mostrárselo. -¿Veeees? Así - Me pongo detrás del peluche y muevo sus brazos hacia la taza, fingiendo que es el conejo quien lo hace. Si no saben lo que es ser un juguete, ¿cómo juegan en esta casa?

Mi enfado interno desaparece de golpe cuando Phoebs accede a pedirle el T-rex a Hans. - ¡Bieeeeeeeeen! - Doy pequeños saltitos para acompañar mi euforia, pero entonces comienzo a notar lo nerviosa que me pongo. Siempre me doy cuenta de cuándo voy a ponerme nerviosa porque las manos se me vuelven pegajosas. Creo que es porque me sudan, pero nunca me he parado a comprobarlo. Froto mis palmas contra el peto vaquero que me ha puesto mi madre, secándolas de esta forma. Y entonces es cuando sucede la catástrofe, ¡la catástrofe! Me quedo completamente petrificada cuando veo la alta figura de Hans aparecer por la puerta. ¡No puede ser, y yo con estas pintas! Me quito la horquilla con mariposas de colores que uso para recogerme los pelos que se me escapan de la coleta y rápidamente los peino con mi mano pegajosa hacia atrás para volver a colocarla.

Es entonces cuando el agudo grito de mi amiga me saca de mis pensamientos. Sigo petrificada en mi sitio, pero aunque no lo estuviera no me atrevería a agarrarme a la pierna de Hans Powell. - D-déjalo, jugaremos con otra cosa - Pretendo que Phoebe me escuche, pero hablo tan bajo que creo que ni siquiera me escucho yo misma. Carraspeo como si esa fuera la solución a mi inexplicable vergüenza. - ¡No necesitamos esos aburridos juguetes, Phoebs! No te arrastres, que somos señoritas - Y aunque pretendía que fuera una frase hecha, viendo cómo su vestido queda negro como si fuera una escoba, se convierte en algo mucho más literal. Me acerco a ella y tiro del borde de su vestido para darle más énfasis a mi frase, agachándome tanto para ello que cuando Phoebe se retuerce caigo al suelo. - ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay! - Pongo mi mejor puchero mientras me siento el suelo, comprobando si me he roto algo en la estrepitosa caída. ¡Podría haber muerto! Esta excusa me sirve para evitar la pregunta de Phoebe, pero no puedo evitar cambiar mi cara de puchero por una de enfado total. Frunzo el ceño y me cruzo de brazos muy muy seria. - ¡Eh! No vamos a llenar nada de mocos. ¿No ves que ya somos supermayores? - Ni siquiera sé cómo me he atrevido a dirigirme a él, pero cuando me enfado me pasan estas cosas.
Mirielle A. Beaumont
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Qué privada ni que ocho cuartos, soy el mayor y si estoy a cargo no puede ponerme límites territoriales. Tengo la infantil reacción de devolverle el gesto y sacarle la lengua, pero no me dura mucho porque mi hermana tiene la genial idea de agarrarse de mi pierna — ¡Pero saaal! — hago impulso con la que me queda libre y trato de moverme, arrastrando a Phoebe en consecuencia — ¡Él no está para tomar el té con princesas, sino que para liderar ejércitos! ¡Que no sabes nada de sus historias, Phoebe! — obvio que no, ella no se pasa horas leyendo sus historietas y consumiendo sus películas, así que no tiene idea de que está diciendo. ¿Cómo podría vencer contra la alianza revolucionaria galáctica si está ocupado metiéndose porquerías en la boca? Que juego más incoherente, tanto como sus intentos de insultar mi estilo — Todo el mundo las lleva. ¿Acaso no te fijaste? — aún así, por un breve momento de inseguridad, me acomodo el gorro para dejarlo un poco más firme.

No entiendo qué es lo que sucede y cómo lo hace, pero la niña de los dientes gigantes termina en el suelo con un sonido escandaloso y doy las gracias a que estemos solos para que nadie me eche la culpa. Aprovecho a tirar de mi pierna y dar un salto que me sirve para zafarme, pero estoy lejos de darle mi ayuda porque, al fin y al cabo, ella es la culpable — ¿Supermayores? Por favor, ni siquiera llegar a lavarse las manos sin ponerse de puntillas — me mofo con toda la maldad que soy capaz de poseer y bordeo a las niñas para que no se les ocurra volver a agarrarme, hasta que estoy del otro lado de la mesa — Les diré lo que vamos a hacer: les enseñaré que no se debe hacer a los demás lo que tú no quieres que te hagan. Así que… — con un movimiento rápido, me hago con Pelusa y la pongo debajo de mi brazo — Tendrán que tomar su té mientras piensan en lo mal que hicieron en tomar algo que no es de ustedes sin permiso. ¡Y no les ayudaré a hacer la merienda esta vez! — y para que quede bien en claro, salgo disparado con los dos juguetes hacia la puerta.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
La sacudida de su pierna no es suficiente para que me suelte, porque si algo he aprendido durante los años que me ha tocado ser la hermana menor de semejante espécimen, es a colgarme cuál mono molesto de su cuerpo. Sé que estoy barriendo el suelo con mi cuerpecito cuando Hans se desplaza con intenciones de que le suelte, pero estoy bien lejos de hacer algo parecido. No hasta que él suelte a Lord Sidmouth primero. — ¡Pero un soldado puede liderar ejércitos Y además tomar el té! ¡Lo estás privando de conocer a su futura mujeeeer! — o mono, o elefante, depende del peluche que más le atraiga, ¡pero si es que todavía no le ha dado tiempo a conocer a ninguno! Mi mirada pasa de largo hasta posarse en mi amiga, que entre el pelo que me revuelve la cara no consigo ver bien sus facciones pero me apuesto un penique a que está colorada como un tomate. Vuelvo la vista hacia mi hermano cuando su motivo me hace rebotar mis labios y lengua de forma chistosa, asemejándose al sonido que hace un caballo. — Prfffff, ¿si tus amigos van y se tiran por un puente, tú también lo harías? — bueno, eso sonó muy a comentario que haría mamá, o papá, creo que más bien el último, ¿por qué es que todo lo que suelta por la boca se me queda grabado en la mente? Podría funcionarme igual con los deberes.

Mis manos frenan el golpe que se hubiera pegado mi frente al conseguir mi hermano desprenderse de mi agarre, girando la cabeza solo para ver que no soy la única que se ha chocado contra el suelo y que la imagen se debe ver muy patética con Mirielle y conmigo tiradas cual lagartos. — ¡Eso es porque el lavabo es muy alto! Y nosotras estamos en edad de crecimiento, por eso hoy nos comeremos tus chocolates, porque tú ya estás bien grande para esas cosas, ¿no es así? — ¿alguna vez se es demasiado mayor para los dulces? Creo que no, pero me gusta picarle con que haría algo así solo para molestarle, y lo dejo bien claro cuando alzo la barbilla en su dirección y entrecierro mis párpados meneando la cabeza a modo de desafío. No obstante, me tengo que tragar mi reto cuando se coloca cerca de Pelusa, que ya siento como me cuesta pasar la saliva por la garganta, mis cejas se juntan por lo que creo que está por hacer y mis labios se transforman en un puchero gigante. — PELUSAAAAAAAAAA. — grito en desesperación cuando mi peluche es literalmente ahorcado por el brazo de Hans.

Ni siquiera espero a que mi amiga se ponga en pie, espero que me siga y sirva de apoyo para recuperar a la coneja, pero yo ya estoy persiguiendo a mi hermano hasta la puerta para que la suelte. — ¡No le hagas daño, maldito! — se me pegan los insultos del niño bobo de clase, qué se le va a hacer. — ¡Te pediremos perdón! ¡No volveremos a entrar a tu dormitorio sin permiso! Lo prometemos, ¿verdad? — miro a Miri para que acompañe mi propio asentimiento de cabeza, a pesar de que ya me estoy pegando al cuerpo de mi hermano para intentar atrapar al peluche por mi cuenta. — ¡Pelusa no ha hecho nada, solo déjala ir! — ya ni me importa la merienda, estoy dispuesta a sacrificar los bocadillos por Pelusa.
Phoebe M. Powell
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Mirielle A. Beaumont
Fugitivo
Abro la boca de forma tan exagerada que hasta me duele un poco la mandíbula al hacerlo. Acompaño este gesto con mi mano apoyada en mi pecho, tal y como hacen en las películas cuando alguien se indiga mucho. - ¡Estoy totalmente indigada! - Creo que la palabra ni siquiera se dice así, pero como no sé decirla bien sólo espero que lo entienda. - Tú también has tenido nuestra edad, listillo, y nosotras vamos a crecer mucho más que tú porque bebemos un montón de yogur líquido. Tanto que seremos mucho más altas y podremos llegar a robarte la gorra, hum - Doy la razón ami amiga con un enérgico asentimiento ante su amenaza. Mamá dice que el yogur líquido tiene calcio y que el calcio es la cosa de la que están hechos los huesos, así que cuando más yogur bebo más grandes se hacen mis huesos. Acabaré siendo tan grande que todo el mundo hará lo que yo diga porque seré superalta y me tendrán miedo. Cruzo los brazos justo antes de cae al suelo, lo que evita que sea mi cara la que impacte contra el suelo. Menos mal, porque la estropearía. Suelto un puaj cuando el argumento de Phoebe es que Lord Sidmouth no conocerá a su mujer. A ella le encanta jugar a citas pero como siempre jugamos en su casa y la norma es que la dueña e la casa decide a quién mueve, siempre se pide la chica. No me gusta llevar a chicos porque no soy un chico. Y además no los entiendo, sólo hace falta ver a Hans decir cosas sin sentido y metiéndonos miedo, como si fuera a hacer algo horrible.

Pero entonces va y lo hace ¡lo hace! Roba a Pelusa de la mesa sin ningún tipo de cuidado, ¿es que no ve que le duele? - Para PARAAAAA. ESTÁS HACIÉNDOLE DAÑO - Imito la postura suplicante de Phoebe sin ningún tipo de pudor. Prefiero arrastrarme aunque acabe de decir que soy una señorita antes de que hagan daño a Pelusa. - SÍ, lo haremos, pero suelta a Pelusa - Junto las manos en forma de ruego mientras adopto mi mejor puchero, ese que uso cuando quiero que papá me compre un juguete nuevo aunque sea un poco caro. - Al menos afloja un poco el brazo, ¡que lo vas a ahogar, bruto! - La voz se me quiebra porque de repente me entran muchas ganas de llorar al pensar que Pelusita puede estar ahogándose, pidiéndonos ayuda y nosotros no lo escuchamos. ¿Qué pasará si muere? ¡Ni siquiera nos enteraremos porque no hablamos juguete! Los demás peluches tendrán que jugar con el cadáver de su amigo y gritarán pidiendo ayuda pero nosotras nunca les escucharemos. Es esa visión la que me hace comenzar a llorar desconsolada, y así seguiré hasta que suelte a Pelusa y sepa que está bien y que sus amigos no tendrán que verlo muerto sentado en una silla tomando un té que ni siquiera puede tragar.
Mirielle A. Beaumont
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tanto dramatismo y exageración de parte de las enanas me irrita tanto como me divierte con esa satisfacción propia de la malicia inocente. Sus intentos de burlarse de mí no me afectan en lo absoluto, me conformo con restarles importancia con un movimiento de mi hombro derecho y revoleo la mirada en dirección a la no Powell del dormitorio — Es “indignada”, Miriam. Si tan mayor eres, deberías empezar a hablar bien — uso mi tono de sabelotodo que tanto fastidia a mis compañeros de clase cuando les recuerdo, muy sutilmente, que soy mejor que ellos en casi todo aspecto, al menos dentro de lo académico. Además sé que a Phoebe también le molesta, así que ahora mismo me sirve muy bien para que sea parte de mi venganza personal contra sus manos ladronas.

Es obvio, los gritos no tardan en llegar como un par de gallinas en desesperación. Me quedo con una mano en el marco de la puerta y el brazo opuesto presionando al conejo contra mi brazo, mis piernas delatan que estoy en postura de carrera y la sonrisa se me ensancha cuando me doy cuenta de que mis amenazas parecen haber surtido efecto — ¿Ah, no? ¿Dejarán de hacer travesuras y ser dos incordios que no hacen más que ensuciar mi lugar? ¿Dejarán de robar mis cosas y enojarse cuando les digo que eso está mal? ¿Serán tan grandes y maduras como dicen que son? — porque es obvio que no les creo absolutamente nada — Mmmm… Igual se merecen mi castigo. ¿Cómo van a hacerme caso si me muestro blando con ustedes? — es algo que, tristemente, aprendí de papá. No solo en casa, sino también en las largas horas que he pasado en su estudio de abogados con él.

Se me escapa una risa venenosa cuando salgo del dormitorio y me muevo por el pasillo, bordeando algunos adornos de los estantes con un brazo en alto para que las pulgas no alcancen a Pelusa y dando algunos saltitos burlones — ¡Y la bebé va a llorar! — me mofo de Mirielle, sin poder contener mi incredulidad mezclada con la diversión — Vamos, no seas una llorona. Phoebe, enséñale que no tiene que llorar porque así no va a conseguir que le dé absolutamente nada. ¡Que en la vida tienes que ganarte las cosas, no llorarlas! — y solo para molestar, sacudo el peluche sobre sus cabezas.
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Casi estoy por decirle a Mirielle que no diga nada que pueda dejarnos en ridículo, pero ahí va hablando como si tuviera cinco años de nuevo y eso me obliga a mirarla con la boca abierta y ojos acusadores, sí, con algo de indignación en la expresión. Esa misma que señalo cuando la falta de mi hermano en recordar el nombre de mi amiga pone en evidencia su poco interés en mis amigas. — Es Mi-ri-elleeeeee, ¿o es que acaso tú tampoco sabes hablar bien, cabeza de chorlito? — le chiflo, no porque sean casos parecidos, sino porque me apetece hacerlo cuando se pone en ese modo sabelotodo que me hace querer estamparle un dedo en el ojo. Digamos que ya no puedo usar esa técnica porque se consideraría agresión voluntaria, o algo de eso he escuchado de boca de papá alguna vez, pero sí tenía su efecto cuando tenía tres años.

Estoy dispuesta a hacer todas esas cosas que enuncia por salvar a Pelusa, por lo menos en lo que a esta tarde se refiere, mañana olvidaré que toda esta conversación ha tenido lugar y volveré a entrar a su cuarto para robarle qué se yo… los rotuladores de colores. — ¡Por supuesto que sí! — miro a mi amiga antes de volver la cabeza hacia mi hermano con seguridad, porque estoy segura de que podemos comportarnos como niñas maduras, después de todo ya tenemos siete años, ¿qué hay más maduro que eso? No obstante, cuando habla del posible castigo mis cejas se juntan en desacuerdo, el puchero de mis labios se ensancha y tengo que parpadear varias veces en lo que me decanto por mirar al suelo o mirarle a él. — No tienes que comportarte como papá, así te convertirás en un zopenco gritón y malhumorado, ¿es eso lo que quieres? ¿No querías salir con Karen Loren? Dudo mucho que a ella le gusten los chicos gruñones… — y mandones, pero eso ya se lo he dicho antes y no parece buen momento para mencionarlo ahora que Mirielle tiene síntomas de estar enamorada de mi hermano. Bueno, enamorada quizás no, pero sé a ciencia cierta que algo le gusta.

Me guardo ese pensamiento porque me hace poner algo de cara de asco, esa que tengo que cambiar cuando Mirielle se pone a llorar y me salta la alarma del miedo. — ¡Mirielle, no llores! ¡A papá no le gusta cuando se llora! SH, SH. — ni siquiera me hace falta el comentario de mi hermano para agacharme a su lado y frotarle el hombro, aunque mi consuelo va mas dirigido al miedo del acto en sí, ese que me hace girar la cabeza hacia las escaleras como si pudiera sentir la presencia de papá subir por ellas malhumorado, aun cuando no se encuentra en la casa. Dejo el hombro de mi amiga solo para levantarme con algo más de intención, alzando las manos en pequeños saltos que buscan alcanzar a Pelusa cuando Hans la zarandea delante. Desisto con ese gesto cuando lo que dice me hace pensar en una segunda opción, una que no me habría planteado si no fuera tan tocapelotas. — O pelearlas. — murmuro antes de empujar mi pie contra su espinilla, que no tengo la fuerza suficiente como para hacerle un daño considerable, pero sí como para que se retuerza hacia delante de un dolor que le durará unos segundos y atrapar al conejo por las orejas cuando se inclina. — ¡Por bobo! — la venganza me sabe tan bien ahora mismo que en el impulso de tirar del peluche hacia mí varias veces hasta que consigo que la suelte, me como la cómoda de atrás golpeándome parte de la cabeza contra la superficie dura.

Sé que en cualquier momento las lágrimas me van a asaltar por el repentino dolor en forma de karma instantáneo, pero es el sonido de algo hacerse añicos contra el suelo lo que me hace barrer cualquier gota de agua de mis ojos para pararme a buscar con los mismos la procedencia del estruendo. Mi boca se transforma en una o gigante de cagada monumental cuando veo una de esas placas importantes que le dan a papá en los congresos a los que acude a menudo completamente destrozada y esparcida por el suelo. Oh, oh. No quiero hacerlo, pero me obligo a mirar a mi hermano, en búsqueda de una ayuda que sé que no va a tardar en llegar en forma de escarmiento, el pánico acumulándose bajo mi piel. ¿Cuando es el mejor momento para decir que fue sin querer?
Phoebe M. Powell
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