The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Abril 2446




Me abrazo a Pelusa recogiendo mis piernas al estar sentada en las escaleras de la puerta principal del colegio, resoplando por la espera en vista de que Hans parece demorarse más en salir de su clase que el resto de días. Lo cual no me importaría en lo absoluto si fuera mamá la que viniera a recogernos a la escuela, así aprovecharía para jugar cinco minutos más con mis amigas, pero es evidente que nadie va a venir a buscarnos, ni siquiera la abuela. Estaba muy disgustada después del funeral de mamá, como si no llegara a entender cómo alguien puede estar aquí un día y no estarlo al siguiente. Yo tampoco lo entiendo del todo, y es por eso que los días que hemos pasado con ella antes del entierro he tratado de convencerla de que va a volver, que solo fue un accidente y no tiene por qué preocuparse, porque mamá nunca nos ha dejado solos, no lo hizo cuando tuve que ir al dentista hace unas semanas y lo pasé bastante mal, no es posible que sea ahora que decide hacerse invisible.

Claro que mamá nunca va a volver, Hans me lo ha dejado bastante claro, al punto de comprender por qué no debo hacer preguntas inoportunas a papá, ni soltar ningún comentario con respecto a lo que pasó aquella noche delante de algún adulto. Ambos lo vimos, como estaban discutiendo como de costumbre en los últimos meses cuando a papá se le fueron de control los gritos, por no decir la mano, haciendo que mamá tropezara y se golpeara la cabeza por culpa del empujón. Creo que nunca vi tanta sangre salir de un cuerpo en mi vida, y eso que me he caído varias veces del columpio del jardín, por lo que también creo que eso influyó en el modo en que me puse a gritar, sobre la mano de mi hermano en un intento de camuflar el sonido porque se suponía que debíamos estar durmiendo, cuando lo cierto es que lo estábamos viendo todo, escondidos detrás de la esquina.

Alzo la cabeza enseguida cuando escucho mi nombre, buscando la procedencia del mismo a pesar de que sé antes siquiera de divisar su figura que se trata de mi hermano. Apenas tardo un segundo en ir corriendo en su dirección, arrastrando mi mochila a medias por el camino en lo que me la pongo sobre los hombros y cargo con Pelusa entre mis manos, tengo la manía de llevarla a todas partes desde hace ya mucho tiempo. — ¿Por qué has tardado tanto? ¿Fuiste a la profesora Mallory otra vez? — No es que mi hermano se meta en líos, pero estos últimos días hemos tenido que hablar con adultos de la escuela en más ocasiones de las que se consideraría normal para no haber hecho absolutamente nada. Muevo los pies para emprender el camino a casa, haciendo el mismo recorrido que todos los días, aunque cuando ya llevamos un rato de caminar en silencio tiro de la manga de su camisa uniformada. — Hans... ¿podemos no ir a casa todavía? — Bueno, sé que está por ser la hora de la merienda, pero mis ganas de no estar en el mismo lugar que papá son bastante más grandes que mi deseo de comer algo.
Phoebe M. Powell
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me niego a explicar una vez más lo que ha sucedido, así que estoy cruzado de brazos y hundido en mi asiento en lo que la profesora Mallory espera, detrás de sus lentes cuadrados, que le dé una razón válida para haber hecho lo que hice. Parece que dejarle un ojo morado a un compañero de clase no está bien visto ni siquiera cuando éste se lo merece, porque vamos, Bernard Owens se lo merecía. Hace mucho tiempo vengo soportando su fastidiosa presencia como para que mi puñetazo no haya terminado en su fea cara gorda después de haberse pasado la mitad de la clase tirándome papelitos dentro de la camisa y soplándome la oreja. Obvio que mi paciencia se extinguió en cuanto balbuceó una estúpida broma sobre mi madre, recordándome que ella no vendría a buscarme ni aunque estuviese viva, así que no tuve otra opción que levantarme, girarme y golpearlo. Bueno, quizá también le salté encima y lo tiré al suelo, pero no voy a entrar en esos detalles porque creo que todos lo saben y ahora no van a ayudarme.

Por obviedad, la profesora insiste en que hable y que puedo contar con ella si necesito ayuda, pero ya estoy harto de esa actitud falsamente comprensiva y lo único que hago es preguntar, una vez más, si puedo irme. Se resigna, suspira como si fuese un caso perdido y me da el permiso a retirarme, así que tomo mi mochila y salgo dando algo más que un portazo. Obvio que Bernard está en la sala de espera, sentado contra una mujer de falso color rojo que me mira muy mal y asumo que es su madre; bueno, esa mujer debería agradecerme que su hijo se vea así, porque el ojo morado y el labio partido lo hace ver menos idiota. Jamás he sido de meterme en problemas, mi promedio siempre fue respetable y después de lo que ha pasado en casa, creo que nadie puede cuestionarme. No deseo que lo hagan, no podrían comprenderlo.

Para cuando salgo, Phoebe ya se encuentra esperando y le llamo con voz cansada, dando los pasos necesarios para llegar hasta ella — Bueno, sí, lo siento. Sucede que si llaman a papá, estaré castigado por el resto del año — no doy más explicaciones, tampoco es que me importe mucho lo que ese hombre pueda llegar a decir sobre mí. Acomodo las correas de la mochila en mis hombros y bajo los escalones restantes para emprender la marcha, quizá con un paso más apresurado del normal. Es un lindo abril, el aroma de los jazmines empieza a sentirse en las calles y los primeros días de buenas temperaturas contrastan demasiado con los ánimos helados que me tienen con pocas horas de sueño y pensamientos amargos. Me hundiría en ellos si no fuese porque mi hermana tira de mi camisa y tengo que frenarme para echarle un vistazo — Phoebs… — dudo, porque sé bien las razones por las cuales no quiere regresar. Las comparto, lo suficiente como para siempre buscar el camino más largo después de la escuela, las lecciones de tenis o las clases de piano. Miro a nuestro alrededor, pero la calle se encuentra desierta y me llevo la mano al bolsillo en busca de algunos billetes que tenía para el almuerzo de hoy y que, obviamente, no consumí — ¿A dónde quieres ir? Podemos ir al cine o al centro comercial. O tomar un helado — cuento el dinero, creo que tengo suficiente como para cualquiera de esas actividades y puedo decir que, repentinamente, me doy cuenta de que muero de hambre. Por precaución, vuelvo a guardarlo y pongo una mano sobre su hombro para incitarle a seguir caminando — Si llegamos antes de las ocho, papá no sabrá que llegamos tarde y no nos dirá nada. ¿Te parece un buen trato? — además, últimamente llega más tarde de la oficina, al punto que ha considerado el ponernos una niñera de nuevo, como cuando yo era más pequeño. Es una estupidez, porque creo que nadie podría cuidarnos mejor que nosotros mismos ahora que mamá ya no está. Y es todo su culpa.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Le miro con algo de puchero incomprendido cuando dice lo del castigo, frunciendo un poco el ceño en un intento de averiguar por mi cuenta cual sería el motivo por el cual papá se enfadaría tanto. Bueno, más que de costumbre porque en los últimos meses se ha convertido en un hombre gruñón y malhumorado que difiere mucho del que era cuando jugaba con nosotros en el jardín a la pelota los fines de semana. Ya ni siquiera me llama Bee-bee como antes y pienso que hay más de una razón por la que me llama por mi nombre completo más a menudo, aparte de la obvia que ya aprendimos hace tiempo. — ¿Te has peleado con alguien? — Me animo a preguntar cuando un vistazo a su uniforme arrugado me da la pista de que no ha estado sentado en la silla toda la mañana. — Mamá dice que no hay que pegar a nadie, incluso cuando no se portan bien con nosotros... — Recito, aunque me olvido por un momento de que estoy hablando en presente. Además, me entristece que papá haya sido el primero en incumplir esa regla, encima con con ella, que no ha hecho nada malo más que comerse el último trozo de tarta o hacernos cosquillas en los pies.

Regreso la mirada al camino de asfalto, apartando parte de mi pelo de la cara con la mano libre detrás de mis orejas, pero sigo manteniendo el mohín en mis labios. Me encojo de hombros cuando me pregunta que donde quiero ir, porque la verdad es que no me importa el lugar siempre y cuando no incluya a papá, que ya de por sí es difícil de que eso pase porque se pasa las horas en la oficina o encerrado en su despacho. Con todo esto he podido llegar a la conclusión de dos cosas, la primera siendo que echo mucho de menos a mamá, y la segunda que Hans cocina bastante mal. — ¿Podemos ir al parque que hay al lado de la laguna? El que tiene patos. Prometo no manchar los zapatos de arena para que papá no se enfade. — Asiento con la cabeza un poquito para asegurarle de que no lo haré, sé de sobra como se pone cuando ensuciamos el parqué de la casa, y eso que nunca es su trabajo el limpiarlo.

Su propuesta de ir a tomar un helado me llega con un poco más de ilusión, la suficiente como para llegar a sonreír en su dirección elevando la barbilla. No sé por qué, pero la idea de poder comer algo rico siempre parece animarme más de lo que debería. — ¡Trato! ¿Crees que tendrán de chocolate? Todavía no hace tanto calor como para tomar helados... ¿no? — Es primavera, lo cual quiere decir que ya puedo ir al colegio sin la necesidad de ponerme medias debajo y usar calcetines, que me llegan hasta las rodillas y pican, pero al menos no se me caen cada dos por tres. Me pongo en marcha nuevamente con un saltito inicial, algo más animada que antes y jugando con las orejas de Pelusa entre mis manos. — ¿Sabes qué? Tommy Brown me regaló gominolas hoy en el almuerzo, y se ofreció a llevarme los libros a la clase, dijo que su madre le había hecho hacerlo, pero que la idea había sido suya, ¿crees que debería creerle? — Los dulces fueron la parte más atrayente de todo eso, lo que me recuerda al instante el hurgar entre los bolsillos de mi jersey fino de lana para sacar algunas de las gominolas que me sobraron. — Te guardé estas, tienen forma de dinosaurio. — Supuse le gustarían porque hace tiempo le llamaban la atención, aunque ahora ha pasado más a leer libros sobre galaxias, qué sé yo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hago un movimiento desgarbado con los hombros en mi intento de encogerlos para restarle importancia a su intento de reprimenda, porque algo de lo que dice y cómo lo dice me pone más gruñón de lo que ya estoy — Bueno, mamá no está para decirme si hice algo mal, ¿no? — no quiero sonar tan brusco, pero tampoco puedo controlarlo. ¿Quién va a castigarme, papá? Dudo que le importe mucho, últimamente no le presta atención a mis notas escolares y creo que se está enfermando, porque se ve terrible. ¿Qué pasará si nuestro padre muere también? ¿Phoebe y yo terminaremos en un orfanato? ¿Seremos separados, perderemos todo lo que tenemos? ¿Cómo podremos controlar la magia ahora que mamá ya no está?  Quizá ninguno está en edad aún para ser sorteado en las cosechas, pero no me sorprendería que con nuestra suerte, los dos acabemos ahí. Muriendo en unos juegos que mi padre aplaude y sin que le importe lo que suceda con nosotros.

No me agradan los patos, me han robado la comida en más de una ocasión cuando íbamos a comer ahí y creo que lo dejo bien en claro con la cara que le pongo, pero tampoco puedo negarle muchas cosas a Phoebe estos días porque yo también necesito espacio y distracción — Siempre hay helado de chocolate. Podemos conseguirlo en camino al parque y tomarlo ahí. Además… ¿A quién le importa la temperatura si hay helado? — al menos, basta para que dejemos los temas deprimentes atrás y podamos encaminarnos libremente por un camino que, al doblar una esquina, nos aleja de la ruta a nuestra casa — ¿Quién es Tommy Brown? — la verdad es que ni siquiera me fijo en sus compañeros de clase, me parecen niños gritones con los cuales no debería perder el tiempo y si me lo ha nombrado, ya lo olvidé. En otros momentos habría molestado diciendo que se ha conseguido un novio, pero ahora no puedo evitar preguntarme si su madre no le dijo que sea amable con ella porque todos saben que mamá murió. Meto las manos en el saco del uniforme y apenas me doy cuenta de que camino un poco más rápido — Tal vez. Si te dio gominolas, solo dile que sí y pretende que te dé más mañana. ¿A quién le importa si fue su idea o no, si el resultado te favorece? — ah, sí, ahí va mi nueva mala onda dando vueltas por la atmósfera.

Me siento solo un poquito culpable porque ella me ofrece las gominolas sobrantes y las acepto en cuanto las pone en mi mano, así que me obligo a sonreír apenas — ¿Son todos herbívoros? ¿No tenían un spinosaurus aegyptiacus? — con la palma abierta, voy moviendo con la punta del dedo las gominolas en busca de dicho dinosaurio, pero alejo la decepción para meterme una en la boca — ¿Alguna vez pensaste en eso? Hace millones de años había monstruos gigantes caminando por el mismo sitio que estamos nosotros ahora. ¿Qué crees que habrá en otros millones, si el sol no explota? — no sé por qué le pregunto eso a mi hermanita, quizá es que son cosas demasiado lejanas de nuestra realidad y suenan bien, como para no tocar temas turbios. Bueno, hablar del fin del mundo también es turbio, pero otra clase de turbio. Tal vez no sea tema para tocar con una niña — Ayer, Karen Loren me dio una carta — quizá eso le interese un poco más — Pero todavía no la he abierto. ¿Qué crees que sea? — estoy seguro de que han sido un montón de tonterías amables por las noticias de los últimos días, pero Phoebe es Phoebe: lo verá todo con un tinte rosa y solo se fijará en que una niña me dio una carta y ahora, eso es lo que importa. La charla boba y el divisar el parque me ayudan a sacar el dinero en cuanto me meto sin chistar en la heladería, que por suerte se encuentra vacía — ¿Chocolate, dijiste?
Hans M. Powell
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Se me amplia el puchero de mis labios al escuchar eso sobre mamá, pero no puedo discutírselo porque lo cierto es que tiene razón, por mucho que quiera llevarle la contraria constantemente, este no es un caso en que pueda hacerlo. Eso me hace pensar en quién será el que nos enseñe todas esas cosas que no debemos hacer, o cuales sí, porque papá no parece muy dispuesto a hacerlo ahora que solo le vemos en las cenas. — ¿Vamos a tener que convivir con una niñera ahora? ¿la abuela no quiere cuidarnos tampoco? — Sé que hago demasiadas preguntas, las suficientes como para ponerle la cabeza loca a Hans de vez en cuando, pero no puedo evitar hacerlo cuando yo no tengo las respuestas a mis dudas, y mi hermano parece tener una para todo, lo dicen siempre sus profesores. Arrugo la nariz un poco asqueada de pensar que tendremos que depender de una niñera de nuevo, como aquella vez hace unos años en que contrataron a esa mujer de la tercera calle para cuidarnos. — Espero que no sea la señora Clemmons, tiene ese ojo que se le va para un lado y da bastante miedo, y huele a comida de gato. — Lo recuerdo bien a pesar de que apenas tenía cuatro o cinco años de entonces, porque ese animal apestoso también araña.

Golpeo una piedra con mi pie por el camino, corriendo un poco más adelante que Hans para poder golpearla de nuevo al moverse unos centímetros. Recojo el pedrusco con una mano para observarla con detenimiento y ver si la puedo añadir a mi colección de rocas cuando pregunta por Tommy. — Es este niño de clase rubio con rulos, me deja copiarle los deberes y siempre me guarda un lugar en el almuerzo. — Explico, dejando la piedra en el suelo cuando pierde mi interés y me dispongo a caminar marcha atrás como Pipi Calzaslargas para seguir con mi discurso sin perder de vista a Hans, aunque me ahorro el detalle de la vez que me dio un beso en la mejilla delante de toda la clase porque casi le pego. — Y… hubo esta vez que hicimos flores de papel para San Valentín en la clase, pues él me dio la suya. — En el momento me puse colorada como un tomate de la vergüenza, pero ahora sonrío con altanería al pensar que eso le dio mucha envidia a Violet Burtis, la niña que a veces me hace burla por mis dientes. Me pongo un poco pensativa por lo que dice Hans, al punto de que me voy frenando los pasos y así de paso no me golpeo contra una farola por ir de espaldas. — Supongo… — Respondo, no muy segura de ese razonamiento que hace, pero que me vale igual si mañana vuelvo a recibir gominolas.

Como estoy a unos pasos de Hans al haberme adelantado, corro hacia él para asomar mi cabeza por su mano y observar la forma de las gominolas en curiosidad, agarrándome de su antebrazo. — No sé, ¿qué es un spinosaurra agyptfcsd?  — ¿Qué? Se me traba la lengua varias veces, pero que no miento cuando digo que a veces mi hermano habla en otro idioma completamente diferente al mío. Me suelto de su brazo para echarle un vistazo al cielo con la intención de buscar el sol con mis ojos, más tengo que apartar la vista enseguida cuando el mismo me hace daño al tenerlos tan claros. — Mmmmmmm, yo creo que habrá ponys de tamaño gigante, con alas y que vuelan hasta lo más alto de las nubes, que se podrán comer porque sabrán a algodón de azúcar, y… ¡ya sé! Habrá extraterrestres que monten a los caballos, porque el presidente de Marte habrá conquistado la tierra y ponys y alienígenas convivirán en castillos de piruleta. — Bueno, de alguna manera tenía que incluir lo que le gusta a Hans en mi mundo de fantasía, ¿no? Me río de mi propia idea, a sabiendas de que no hay mucha mentira en mis palabras y realmente me gustaría que hubiera eso en el futuro. Ahora, muy a mi pesar, tengo que conformarme con lo que tenemos, eso me baja el ánimo de golpe y se me desinfla el pecho con el pensamiento que no dudo en poner en palabras. — Papá es un monstruo… ¿verdad? — Por lo que le hizo a mamá especialmente, pero también por como se está transformando en los últimos días.

Se me pasa un poco el disgusto cuando menciona a Karen, una niña bastante guapa a la que todo el colegio admira porque tiene un pelo precioso y viste de maravilla. Bueno, todos usamos uniforme, pero a ella le queda especialmente bien. Por eso mismo, abro los ojos e intento guardar la emoción que me supone el pensar que le ha escrito una carta a mi hermano mordiéndome el labio, porque eso igual significa que también puede ser mi amiga. Llevarse bien con los mayores siempre suma puntos. — ¡A lo mejor quiere invitarte a su casa a merendar! ¡o dar un paseo por el parque! Ohhhhh, qué romántico. — Mi hermano, ¡saliendo con Karen Loren! Se me escapa un salto de alegría antes de acercarme a él para agarrarme de nuevo a su brazo cuál mono.— ¿Puedo leerla? — Obvio que me refiero a la carta. Casi sin darme cuenta ya hemos llegado a la heladería, así que me apresuro a asentir con la cabeza en  confirmación al chocolate y espero pacientemente a que la señora me dé el cono de helado apoyándome del mostrador. Ni siquiera aguardo a que mi hermano pida el suyo que ya estoy hundiendo la lengua en el frío helado, solo para que se me congele el cerebro durante segundos que se me hacen eternos. — Aaaaaaaaau. — Bueno, eso me pasa por ansias, y por alguna razón soplo el helado antes de llevármelo de nuevo a la boca.
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No creo que papá quiera que la abuela venga — no después de lo que pasó con mamá, porque sus visitas han disminuido bastante desde que nuestra magia salió a la luz y el señor padre ha preferido mantener a la abuela lejos, en el distrito ocho. Mamá decía que era para evitar peleas, yo sé muy bien que es porque él no quería más gente como nosotros bajo su techo, por lo tanto las visitas eran a escondidas, esporádicas y en los períodos donde papá estaba en la oficina. En más de una ocasión, la abuela Prudence le sugirió a mamá el llevarnos a los tres al ocho, pero nunca comprendí bien las razones por las cuales ella se negaba. Jamás pude preguntarle, se supone que son conversaciones que yo no podía estar escuchando.

No tengo idea de quién me está hablando, pero sí me permite el mirarla con una sonrisa burlona — ¿No estás enana para tener novio? — es mi único pique, porque me llena de orgullo que entienda mi modo de abusar de las atenciones de alguien más. Lo qué me quita un poco esa sensación es que no sepa de qué le estoy hablando y la miro como si fuese una inculta analfabeta — ¡Es el dinosaurio depredador más grande de todos! Tenía como un ala gigante y dientes como cuchillos… Y por eso es el mejor — tiene toda la lógica. Me como las gominolas en lo que ella habla de un mundo que, a mí parecer, es demasiado rosa y el único motivo por el cual no empiezo a señalar todos sus errores naturales, es porque Phoebe ya ha tenido demasiado en estos días. Aprovecho estar masticando para mantenerme callado, pero casi se me pasa una gomita cuando me hace esa pregunta — Él no es… bueno — ¿Por qué lo defiendo? — Quizá sí, algo así — mamá no quería que tengamos esa imagen de él, pero nadie puede mentir tanto.

La verdad es que no miro tanto a las niñas. Muchas me parecen tontas, no tenemos intereses en común y la única vez que me acerqué a una con segundas intenciones, me hizo pasar una enorme vergüenza delante de todo el mundo. Eso no quiere decir que estoy ciego y me quedo sopesando las posibilidades de lo que Phoebe está diciendo, aunque con mala cara —  A Karen le gusta Daniel, todos lo saben. Así que no debe ser una carta de amor — es por eso que me hago el desentendido cuando se me cuelga y solo le revoleo los ojos, porque no pienso dejar que lea cosas tristes que amarguen nuestra tarde. Es una suerte poder distraernos pidiendo helado, pero no estoy terminando de pagar que Phoebe ya se anda congelando el cerebro — ¡Se te van a caer las neuronas si haces eso! — la reprendo, tomo mi cucurucho con firmeza y uso la mano libre para tirar de la suya en dirección al parque, como si su bobera nos estuviese poniendo en ridículo enfrente del heladero — Mira, Phoebs. Ahora las cosas serán un poquito diferente, así que necesito que me hagas caso para no ser una cachafleta. En primer lugar, límpiate la boca, te estás chorreando todo. Debes comer el helado con cuidado, porque sino te va a caer pesado y te dolerá la barriga. Y además… — piensa, piensa — deberás darme tus confites para el helado. Ya con lo que estás comiendo, te pondrás multicolor, porque es demasiado para tu tamaño — a ver si pica.
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¡Tommy Brown no es mi novio! — Le pellizco solo por insinuar algo así, apretando los labios en vergüenza porque además me estoy dando cuenta de que me estoy poniendo colorada, así que como para ocultarlo, me estampo el helado en toda la boca y me entretengo chupando el chocolate, disimulando. — Y no soy enana, soy la segunda niña más alta de la clase, para que sepas. — Bufo en replica, que solo porque él tenga las patas más largas no significa que yo tenga que ser un piojo. — ¿Se puede volar solo con un ala? — Es una pregunta boba, pero que atiende a mi interés porque lo que dice no tiene ningún sentido y me suena a tontería, mucho más que de costumbre cuando habla de estas cosas que no entiendo. Me muestro un poquito más seria cuando pasamos a hablar sobre papá de nuevo, el monstruo que no nos deja ver a la abuela y que le hizo daño a mamá. — Papá es un estúpido, un mentecato, y… ¡está defectuoso! — ¿Cuándo aprendí tantas palabrotas? No lo sé, quizás tenga que ver con que hay un niño en clase que las dice todo el tiempo y por esa misma razón siempre anda castigado. Lo que sí sé es que repentinamente me enfado por lo que ha pasado en casa estos días, mi cara demuestra ese berrinche, aunque es evidente que no voy a comportarme así delante de papá porque me cruzaría la cara.

El helado me pasa un poco el disgusto, a pesar de que es bastante sonoro el prfffff que hago resonar con mi boca al sacar la lengua y que se parece demasiado al sonido que hace un pedo. — Pues tú eres más listo que ese tal… Daniel, Karen debería poner en orden sus prioridades. — Ah, si casi sueno muy seria diciéndolo, frase que he escuchado varias veces a lo largo de mi vida de boca de mamá, o papá, ¿quién se lo decía a quién en las peleas? — ¿Qué es una neurona? — No me interesa mucho saberlo, pero suena a que puede estar insultándome y yo no me estoy enterando, aunque también está la parte técnica de la palabra que no estoy segura de haberla escuchado en clase. Igualmente, me estoy comiendo el helado con toda la tranquilidad del mundo después de esa mini congelación cerebral, que Hans ya se pone en su modo mandón y me veo obligada a salir de la heladería empujada detrás suyo en dirección al parque.

¿Cómo de diferentes? — Ni siquiera le estoy mirando porque le presto más atención al helado, apenas siendo consciente de que me lo estoy comiendo de forma algo guarra porque me chorrea por todos lados. — ¡No soy una cachafleta! — Me quejo enseguida de escuchar eso de su boca, y como no tengo una servilleta porque duh, no me dio tiempo a que la cogiera, me limpio con la manga del jersey del uniforme sin preocupación alguna de que sea una mala idea, pasándome el brazo también por la barbilla por si acaso, ahora tengo los dedos y la cara pegajosa. — ¡No! Ya te di golosinas, no es mi problema si te las comes todas de una sentada, ¡y luego te dolerá la barriga! — Uso sus propios argumentos en su contra porque se las quiere dar de inteligente conmigo para robarme los dulces, que me conozco sus tretas. — Además, ¿qué hay de malo en ponerse multicolor? — En serio, tiene que estar guay poder ver todo de color arcoíris, ¿a qué viene tanta molestia? Como para probar mi teoría, hundo un dedo en el helado y me llevo gran cantidad del congelado a la boca. Se me congela el cerebro, y pongo cara rara en lo que trato de disimularlo, pero no voy a admitir que tenía razón. En su lugar, me voy por otro lado. — Eres un mandón, ¿lo sabías? Quizás es por eso que Karen Loren no quiere salir contigo. — Bueno, el puchero con que le miro segundos después creo que deja en claro que no lo decía de verdad, cosa que me siento repentinamente mal al respecto. — Lo siento, no lo dije en serio, solo… — Estoy triste, que mi mundo no es tan multicolor como lo pinto, así que hundo mi cara de nuevo en el helado para ahogar el mohín de mis labios.
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Ni siquiera me molesto en decirle que así no se habla, porque creo que nuestro padre se lo tiene más que merecido; solo tengo que esperar que Phoebe siga siendo una persona coherente y sepa cuando callarse la boca para no meterse en problemas que no necesita ahora. Y sí, sé que soy más listo que Daniel, pero tampoco eso es algo demasiado complicado de superar. Digamos que sus únicos talentos son el fútbol y decir tonterías que la gente boba encuentra graciosa — Lo que le falta a Daniel por no ser listo. Forman parte de nuestro cerebro — no tengo idea de si así va a comprender lo que quise decirle, pero es el único modo que tengo de explicarlo.

Diferente... diferente. Ya sabes que estos días me estuve haciendo cargo de casi todo en casa y... bueno, si no hay una niñera yo seré quien te cuide ahora — eso incluye hacer la comida, chequear su tarea y que no se ponga cualquier cosa antes de salir de casa. ¿Quién tendrá el cuidado con nuestro padre ahora que mamá no está para ponerle un alto? Yo no puedo hacer nada, sigo siendo más pequeño, él no sabe que puedo hacer magia y tampoco tengo idea de quien pedirle ayuda. ¿Alguien lo haría? ¿Nos ayudarían? — ¡No hagas eso! — obvio que se pone en llorona, pero si se mancha la ropa tendré que meterla a lavar antes de que alguien se queje al respecto — La gente te miraría raro por ser multicolor — y nadie quiere ser mirado de esa forma. De alguna manera, ser aceptado siempre es de lo más importante para todo el mundo.

Pero lo que empieza a decir hace que empiece a ponerme rojo, sé que no es de vergüenza y tengo miedo de quebrar el cucurucho de lo fuerte que lo estoy sujetando — No quiero salir con ella ni con nadie. Las niñas son insoportables — me quejo, quizá agudizando un poco la voz — ¡Yo solo te digo que hacer porque siempre te metes en problemas y no quiero eso! — ¿Es tan difícil de comprender? ¿Por qué tiene que ser tan caprichosa? ¿Y por qué abro la boca para decirle cientos de cosas malas, pero me atraganto con mis palabras y no puedo soltar ninguna? Sus disculpas me sueltan un bufidito y apenas me doy cuenta de que me limpio la cara de un manotazo que busca disimular el llanto que empezó a escaparse sin que me diera cuenta. Desvío la cara y me quedo callado en lo que tomo un helado al cual no le siento demasiado sabor — Lo sé. Extrañas a mamá, quieres que las cosas sean como antes y yo no soy ella. Al menos lo intento, ¿sabes? — reprocho, pateo una piedrita con el pie y me acerco sin muchos ánimos al lago, donde algunos patos disfrutan la tarde para remojarse las plumas — Siempre podemos escaparnos. No con la abuela, a algún lugar donde papá no nos encuentre. Sé que no te gusta, pero yo te cocinaría. Podemos llevar a Pelusa. Dicen que en Europa hay magos en libertad. Es del otro lado del mar — también dicen que viven en pésimas condiciones, pero cualquier cosa puede ser mejor que esto.
Hans M. Powell
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Director del Servicio Social
No es una explicación muy extensa la que me da cuando le pregunto como van a ser las cosas a partir de ahora, pero creo que ya me he hecho a la idea los últimos días en los que papá apenas ha aparecido más que para quejarse y Hans se ha encargado de la mayoría de las cosas que hacía mamá cuando aun estaba con nosotros. Como hacerme coletas en el pelo para ir a clase, que por cierto, se le dan de pena porque a medio día ya se me ha soltado la mitad del cabello y me pega unos tirones que cualquier día voy a terminar calva. — Ya nos miran raro en el colegio. — Bufo, porque que me miren extraño por ser multicolor de seguro tiene que ser mejor que el modo en que nos observaron esta semana cada vez que entrábamos a la escuela.

Le está empezando a cambiar un poco el color de la cara a Hans cuando me digno a levantar la vista de mi helado, y sus palabras hacen que mis labios formen el puchero tan característico que me hace parecer un perro indefenso. — Pero yo soy una niña. — Lloriqueo cuando nos llama insoportables. A mí también se me ocurren un par de cosas que decir de los niños, y estoy por recalcarle algunos de esos puntos cuando vuelve a quejarse de mí. — No me meto en problemas. — Ni siquiera grito porque es más como una aceptación a que sí lo hago que una replica en sí. En el fondo sé que tiene razón, desde la vez que pinté toda la pared del salón con rotulador con tres años al día en que me pareció divertido encerar los zapatos de trabajo de papá con mantequilla. Pasando también por la semana pasada cuando le pegué un chicle en el pelo a una compañera de clase, ¡pero eso fue completamente sin querer! Bueno, quizás un poco intencionado sí que fue. — Lo siento, ¿vale? No lo hago a propósito, perdón, prometo no hacer nada más a partir de ahora, me portaré bien, y papá no tendrá nada por lo que quejarse, ¿de acuerdo? — Estoy casi a punto de llorar, tragándome el sollozo solo porque no quiero que Hans vuelva a llamarme insufrible, ¿de verdad soy tan molesta?

Me encuentro lamiendo el helado por pura distracción de las lágrimas que no quiero que salgan, hasta creo que lo consigo si no fuera porque menciona a mamá y tengo que pasarme de nuevo la manga del jersey por mi nariz al moquear. Tengo intenciones de disculparme nuevamente porque en verdad soy consciente de que mi hermano ha pasado a tener toda la responsabilidad de la casa, pero lo que dice hace que aparte la vista de los patitos y la lleve hacia él. — Pero… ¿el mar no es muy grande? ¿cómo iremos hasta allí? — Apenas acabo de dejar los manguitos y sé nadar, pero parezco más bien un perro, atravesar todo el océano suena muy cansado. — ¿Y qué pasará con la abuela? ¿y Clotisa? Quizás ella pueda guiarnos hasta Europa… — Es una tortuga a fin de cuentas, tampoco parece tan mala idea. Miro a Pelusa y la estrujo más de lo que ya la estoy estrujando al tenerla sujeta por el codo para que no se me caiga, pero estoy sopesando todavía la idea de marcharnos cuando me viene un profundo sentimiento de culpabilidad. — Hans… lamento todo lo que pasó, y también lo de ser una insoportable. — Empiezo a morder un poco el cucurucho cuando me canso del helado, tratando por todos los medios de no ponerme a lloriquear otra vez, pero no puedo dejar de pensar en como cambiaron las cosas desde el incidente, en cómo me gustaría que siguiéramos siendo la familia feliz de antes, a sabiendas de que eso es imposible ahora que no está mamá. — Pero yo también puedo ayudar, si me enseñas como hacerlo, prestaré atención, y así tú no tendrás que quemar los huevos en el desayuno, o las tostadas, podemos comer cereales con leche todos los días, y cenar sandwiches de queso. — Propongo, comer repetitivo suena mucho mejor que dejarme usar los fogones a los que ni siquiera llego salvo con una banqueta, pero siempre puedo probar.
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¿Me hace mala persona que quiera agarrar sus disculpas y darle la razón solo para hacerle sentir tan miserable cómo me siento? No es que en verdad piense que todo esto es su culpa, pero a veces no puedo evitar pensar que todo habría sido diferente si ella hubiera sabido controlar su magia. ¡Y no es su culpa, pero estoy tan enfadado! — Papá siempre encuentra algo para quejarse, olvídalo — es lo único que puedo gruñir, me trago toda la amargura como vengo haciendo estos días y me pregunto si eso hará que me duela la panza y no los dulces. Tengo que recordarme que Phoebs es más pequeña, que ella en verdad no hace nada con mala intención y que no fue su error, sino el de la persona que se supone que debería cuidarnos. Y el de todos los que dicen que ser como nosotros está mal. ¡Que se jodan, solo nos tienen envidia!

¿Qué importa? Ya encontraremos el modo — sueno caprichoso, pero siempre he creído que no importan los medios cuando tienes una idea en mente — Podemos llevarnos a la abuela y a Clotilde, no sabrá cómo hacerlo pero nos puede hacer compañía — quizá alguien nos encuentre, algún tío brujo perdido que nos lleve a un mundo mejor lejos de casa, que por lindo edificio que sea y por grande que sea el jardín, se ha vuelto pequeño y oscuro en mi cabeza. ¿Por qué nos quedaríamos, de todas formas? Estoy pasando la lengua por los costados de mi helado en un intento de que no me manche los dedos cuando Phoebe habla, mi silencio se planta entre ambos y tengo que hacer un enorme esfuerzo para despegar la mirada del lago y clavarla en ella. No respondo de inmediato, dudo antes de poner una mano sobre su hombro y le doy un suave apretoncito que intenta consolarla aunque no tenga idea de cómo hacerlo — ¿Tan mal crees que cocino? — intento bromear — Debes darme las gracias, es la primera vez en la vida que tengo que hacerlo — si no era uno de nuestros padres, era la niñera y sino, la abuela siempre fue una buena cocinera. Digamos que estos días me estuve amigando con algo que descubrí que se llama espátula.

No creo que seas insoportable… — intento encontrar mis palabras y lo hago hablando muy despacio, como si de esa manera pudiese convencerme a mí mismo de que es verdad — Pero creo… Phoebs, no podemos seguir siendo niños, ¿entiendes? Tenemos que dejar de pensar en cosas como aliens, ponys y que Pelusa cobra vida para ordenar tu dormitorio por las noches. Solo nos tenemos el uno al otro y así va a ser toda la vida. Yo te cuido y tú me cuidas — ya se lo dije, es mi trabajo como hermano mayor y ella tendrá que ser una buena hermana menor ahora que es mi única compañía; es sabido que en papá no podemos confiar. Me termino el helado, pronto me estoy arrepintiendo de no haber conseguido servilletas y mantengo los dedos en alto hasta que se me ocurre ponerme en cuclillas y lavarme las manos en el lago, frotándolas entre sí. Creo que es la primera vez que me doy cuenta de que tengo los nudillos algo enrojecidos, posiblemente por la paliza que le di a Owens — Si quieres leer la carta de Karen, está en mi mochila. Te la confío como tendrás que confiarme que te cuide. Podemos hacer una promesa de meñique si quieres — no hago una de esas desde que tenía como ocho años, pero hay que hacer sacrificios por las hermanitas de vez en cuando.
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Phoebe M. Powell
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Mis labios se transforman en una mueca algo confusa porque no quiero decirle que sí, tan mal cocina, pero a la vez, siento que quejarme por ello me pondría en la misma categoría que papá, y yo no quiero ser igual de malhumorado que él. — Bueno… las patatas fritas no se te dan taaaaaaaan mal, son mejores que las verduras, pero también me dejas desayunar bollitos con chocolate, y eso tampoco está mal. — le sonrío. Tampoco es ninguna novedad que soy una quisquillosa con la comida y que no se lo pongo nada fácil, ni con mamá llegué a probar cosas como la coliflor o los guisantes, se me da bien hacer berrinches por eso. Salvo que ahora pretendo no hacerlo porque como dice Hans, ya no debo comportarme como una niña, aunque eso en el fondo me entristece, lo suficiente como para marcarme un pucherito inocente. — Pero… es verdad que Pelusa cobra vida por las noches, ¿sino quién recoge los juguetes y limpia mi mesita? —  todos sabemos que los peluches no se muestran como son a ojos de los humanos por… bueno, en verdad no sé por qué, solo sé que lo hacen y solo interactúan cuando no podemos verlos. Aunque también tengo que reconocer que estos últimos días Pelusa ha estado más perezosa de lo normal, quizás es que la ausencia de mamá también le esté afectando. — Entiendo… ¿sólo tú y yo, entonces? El secreto club y mágico de los hermanos Powell, ¿era no? — ¿club secreto? ¿mágico club? Estoy segura de que era algo así, cambiándole un poco el orden a las palabras si acaso.

A veces admiro como Hans puede comerse la comida a tanta velocidad, cuando yo llevo chupando el helado como media hora y debe de haber más nata en las mangas del uniforme y en mi cara que en mi propio estómago. Aun así, me agacho a su lado, posando a Pelusa en el suelo para observar bien de cerca el agua donde viven las pequeñas aves. — Vas a hacer que los patitos se pongan multicolor si haces eso. — le chisto cuando mete las manos manchadas de helado en líquido que beben los patos, riéndome entre dientes por la idea que se forma en mi cabeza. Termino de chupar el helado, pero como me canso del cono se lo tiendo a Pelusa y me giro hacia mi hermano todavía de cuclillas. — Pero ahora aun podemos ser niños, ¿no es así? Ya cuando lleguemos a casa seremos grandes, y dejaré de pensar en ponys, si tu quieres. — solo cuando estemos a casa, por ahora me conformo con meter una mano en el agua y salpicar la cara de mi hermano, sin poder contener la risa traviesa que se escapa de mis labios. No sé leer muy bien, que digamos, pero me tomo su palabra como un trato que hacemos entre los dos para cuidarnos mutuamente. — No se pueden romper las promesas de meñique, es un pacto que vale para toooooda la eternidad. — le recuerdo, extendiendo mi dedo mojado en su dirección con cara seria que demuestra la solemnidad con la que hay que tratar estas cosas. — Siempre estaremos juntos, ¿verdad? Nunca te irás de mi lado. — observo sus ojos brillantes porque dicen que esos nunca mienten, confiada en que mi hermano hará todo lo posible porque esa promesa jamás se rompa y se contenga entre nosotros como una prueba de nuestra honestidad.
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No llego a reprochar nada porque pronto tengo agua de estanque en los ojos, la nariz y en la boca y me encuentro echándome hacia atrás con un sobresalto un poco ridículo — Eres una… — tengo la malicia pintada en toda la cara cuando me arremango, meto la mano en el agua con intenciones obvias de empaparla de pies a cabeza y estoy dando el envión con el brazo cuando las cosas se ponen serias en su carita y me detengo a medio accionar. Su dedito se alza delante de mí con toda la carga de una promesa que sé que es inmensa, pero en mi cabeza es demasiado sencilla de cumplir y sacudo la mano para quitarme el agua que jamás llegué a lanzarle en la cara — Obvio, para toda la eternidad, como sea. ¿No habíamos dicho que para eso están los hermanos? — sé que estamos hablando de algo serio, pero intento infundirle toda mi seguridad como si se tratase de algo menor y muy fácil de solucionar. Al fin de cuentas, necesito convencerme también a mí mismo de que estas cosas pueden funcionar, con o sin nuestros padres en la ecuación.

Mi dedo enrosca su meñique y le doy un apretoncito, creo que lo suficientemente firme como para que se tome en serio mi promesa — Prometo solemnemente que cuidaré de ti hasta que sea viejo como la abuela Prudence y a Pelusa se le caigan las dos orejas — lo cual quizá no es mucho decir porque no tiene el mejor estado de todos, pero creo que la intención es lo que cuenta. La suelto y muevo mis dedos para salpicarla con las gotas que quedaron en ellos, tomando mi pequeña venganza sin toda la potencia que tenía pensada en un primer momento — Phoebs, tienes más helado en ti que en tu panza — paso la mano por su cara en un intento de limpiarla pero es en vano, así que dejo que se haga cargo de su enchastre en lo que acomodo la mochila para alcanzar el bolsillo pequeño y así poder tenderle la carta — Solo prométeme que no le dirás a nadie lo que diga — es en parte por bochorno, en parte por privacidad ante cualquier sentimiento de lástima que ella haya sentido por mí en estos días. Es penoso, yo jamás quise que nadie tuviese lástima por mí y acá estamos.

Me levanto con una calma extraña, arreglo la posición de mi mochila para que no se me pase del otro lado y estiro mi uniforme para dar una imagen aceptable, a pesar de que no hay nadie aquí a quien impresionar. Sin más, le ofrezco la mano a mi hermana para que la tome — ¿Quieres ir por el camino largo a casa? Puedes elegir qué cenar esta noche, prometo no hacerlo tan mal — pero deberíamos llegar antes de que se haga de noche, cuando papá regresa a casa y es mejor estar ocupados lejos de su vista. Además, tengo tarea que completar y deberé ser un buen estudiante si alguna vez pienso hacerme cargo de los dos. Tendremos una linda casa, papá estará lejos y las cosas serán mejores. Al final, para eso está la familia.
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Phoebe M. Powell
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Me río cuando reacciona al agua fría y casi se cae hacia atrás por el refrescón, más tengo que ahogar un gritito cuando responde en venganza, viéndole imitar mi gesto al remangarse la manga, pero el salpicón no llega y me encuentro tapándome la cara con el brazo que tengo libre mientras con la otra mano sigo extendiendo el meñique en su dirección. — Yyyyyyy… yo prometo solemnemente que cuidaré de ti hasta que tenga que comer dulces con dientes postizos y Clotisa pase a mejor vida. — que cómo es una tortuga y según Hans viven cientos de años, me sale bastante rentable la promesa. Le devuelvo el apretoncito con mi dedo solo para arrugar la cara por las gotas de agua que de repente golpean mi piel, además de por las manos de Hans que también se pasean por mi rostro en un gesto que me hace intentar apartarlas con una mía. — Aaaay, quita, pesado. — me quejo, sacudiendo la cara para que me suelte y después pasar a deshacerme yo misma del helado derretido con las palmas de mis manos, ayudándome con las mangas del jersey. Mi nuevo interés salta cuando me tiende la carta preciada de Karen Loren, le miro como pidiendo permiso a pesar de que ya me lo está concediendo por su cuenta y la amarro entre mis dedos con miedo a que se me escape si la suelto. — Bueno, está bien, solo Pelusa la leerá conmigo, ¿de acuerdo? — le digo a modo de fidelidad, porque vamos, es un conejo de peluche, solo habla cuando no hay nadie presente que lo pueda escuchar.

De un instante a otro tengo tantas cosas en las manos que no me aclaro a cual agarrar con mas fuerza, dejando a Pelusa en el espacio de mi codo, la carta entre mis dedos y el cucurucho que aun no terminé lo hago migajas para dejárselo a los patitos. Mi cabeza se mueve en asentimiento ante la propuesta de mi hermano, sonriente además por poder ser la que elija la cena de esta noche, de modo que extiendo mi mano para atrapar la suya y que de paso me ayude a ponerme en pie. — Oooooh, ¿podemos hacer pizza? y le echamos aceitunas, y muucho queso, como las que hacía mamá. — bueno, creo que a Hans no le hacen mucha gracia las olivas, pero siempre podemos hacer mitad y mitad, o tres cuartos y cuarto, porque como le gusta recalcar a mi hermano, me lleno enseguida por mi diminuto tamaño. De camino a casa, con cuidado de no perder el envoltorio y arrastrando a Pelusa de las orejas por la calle, me dispongo a leer la carta de la compañera de mi hermano. — ¿qué es esto que pone aquí? — voy diciendo a cada poco, porque entre la letra de la niña y mi comprensión lectora, se me hace bastante difícil de entender lo que pone, creo que acabaríamos antes si Hans dejara la vergüenza a un lado y la leyese en voz alta. Pero ya dijimos que eso no era una opción, que se pone colorado.
Phoebe M. Powell
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