The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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If you’re the toast of the town · Hans
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Recuerdo del primer mensaje :

Camino a contra corriente de las caras largas que están contando los minutos que faltan para que den las seis y puedan escapar de los escritorios a cualquiera de los muchos lugares en que las botellas de champagne se están poniendo en fila para festejar el inicio de un nuevo año, que nadie presiente que sea mejor que sus antecesores, una razón más para beber hasta olvidar qué día será mañana. Tengo asuntos más urgentes en este momento que preocuparme si este es el año en que el mundo finalmente colapsará, como creo que vienen prediciendo hace medio siglo y dos veces en los últimos seis meses. Las secretarias que están obligadas a permanecer en su puesto hasta un minuto después de que su jefe se vaya, se han familiarizado con mi ir y venir ansioso y apenas prestan medio oído a las excusas que les doy. No son las mejores cómplices tampoco, porque más de una vez han molestado por una supuesta llamada importante. Pero he dejado muy clara mi postura respecto a lo que es prioridad desde esa vez en que Hans me salió con que no podía, que estaba en algo así como un juicio oral, y puede decir de mí que soy todo lo caprichosa que quiere, pero el juicio oral lo exigí yo de inmediato. Esto se ha puesto peor que en el verano, en todos los sentidos.  

Creo que me equivoqué en el cálculo de que nos alcanzarían los diez minutos antes de la hora, no sólo porque hay más ropa entre nosotros a causa del frío de la temporada y el trabajo de quitarla se hace más complicado, sino por lo incómodo que se ha vuelto encajar en ciertas posiciones en las que antes ni siquiera nos deteníamos a pensar, porque en medio del desastre era lo que más rápido mataba la ansiedad, y ahora no se puede porque hay algo en medio que todo el tiempo está haciendo que retrocedamos en nuestros movimientos, busquemos otro modo de llegar a lo mismo y me siento tan torpe que la frustración me está embargando. —Espera, no…— murmuro, interrumpiendo el beso que nos tiene respirando con falta de aire que hasta mi voz se escucha más ronca. —De acuerdo, esto no está funcionando…—. Sé que suena contradictorio que lo diga por la manera en que mi pecho sube y baja por debajo de la camiseta, que es de lo poco que me queda puesto, y el calor que arrasa mi piel de un modo en que nadie creería que estamos en pleno invierno.

Me parece muy injusto el juego de las hormonas, que en estas semanas el aumento de libido vaya acompañado de un aumento paralelo de mi vientre, y ahora sí me arrepiento de todos esos postres de chocolate que comí para sobornarlas durante los primeros síntomas y que no fueran tan crueles, porque las perras me han traicionado de la peor manera. Y esto no puede más que empeorar, porque mi vientre sigue creciendo y voy a tener que comer chocolate en las medianoches para compensar la falta de sexo. Por lo menos si Hans fuera feo, pero no, claro, no podía ser feo. Tengo que cerrar los ojos y respirar hondo para decir algo que haría caer a todos mis dioses plebeyos de sus altares, y por supuesto que tengo que tener los ojos cerrados para poder decirlo. —Lo intentaremos otra vez en la casa con el libro de Rose a mano—. Suspiro con pesadez al soltarlo del agarre de mis piernas para que estas queden colgando de su escritorio donde me encuentro sentada y aplastando un par de carpetas que en la prisa no atiné a hacer a un lado. —Después del estúpido brindis—  me quejo, en el que tendré que picar bocaditos para conformarme por unas horas y ver como el resto se vacían las botellas de licor.
Anonymous
Invitado
Invitado
Es solo un dije— concuerdo con él, escondiendo en mi sonrisa el por qué de la ironía o que no lo tome como una pieza más, de esas que podría comprar por mi cuenta en las tiendas donde suelo conseguir los artilugios mecánicos que se van acomodando en fila en mi colección privada que parece un escaparate de juguetes. —Pero te confieso que por un segundo de pánico pensé que ibas a sacar un brazalete caro y me estaba preguntando cómo demonios fingir que me gustaba— reconozco. Es gracioso que diga que ver los delicados engranajes le hizo pensar en mí, puedo asumir con alivio que he hecho las cosas bien con él si lo consideró como obsequio en vez de otras cosas más exageradas o costosas que me habrían hecho reír, pero no conmoverme por ser capaz de encontrar bajo mi piel esos lugares que están velados y llenar ciertos vacíos con piezas que compra siguiendo un presentimiento, que no creo que sea tal.

Por complejos que seamos y lo complicado que se hace entender al otro, porque su mente nunca va a comprender cómo funciona la mía y muchas de las cosas que digo no tienen un sentido claro para él, logró llegar hasta mí. Y son gestos que me dicen que todo este tiempo estuvimos moviéndonos hacia este momento, hacia el otro y que se trató de que fuera él, no alguien más. —No es algo que tengas que entender, muchas de las cosas que hacemos con una intención mueven otros mecanismos de los que no somos conscientes, que están desde antes, es…— tomo aire para encontrar una expresión más clara, menos confusa de lo puedo ser. —Las piezas se van acomodando en los lugares que deben ser, eso es lo que quiero decir. Piezas que ni siquiera sabíamos que nos hacían falta. O porque creímos que nunca habría una que pudiera encajar— entrecierro mis ojos tan cerca de los suyos, preguntándole si me sigue o puede al menos sacar en limpio lo que importa, de que por él y a través de él llegó hasta mí algo que no esperaba, que no sabía que me hiciera falta y es que no creí estar hecha para enamorarme de alguien de la manera en que me descubro amándolo. Después me preocuparé por el tipo de final reservado para un sentimiento así, después de que mi boca se canse de exigir por la suya y cuando pueda tener quietas mis manos por más que sienta en todos mis nervios como su cuerpo se va inclinando sobre el mío.

La algarabía de fin de año en las calles trata de colarse en nuestra reunión privada y lo que dice no hace más que llevarme a notar en el lugar tan distinto al que me encontraba en diciembre pasado, cuando la deuda hacia él me provocaba la sensación de que en cierto sentido nada me pertenecía y le debía incluso lo que no tenía. — Creo que ni una sola vez en esos siete años te mandé mi saludo por Año Nuevo— y si mis recuerdos nebulosos no son tan desacertados, lo que recuerdo es haber maldecido sobre ese acuerdo que se renovaba cada año en medio de mis propósitos y proyectos, lo que justificaba un poco más de alcohol y pensar en las muchas maneras en que se podría secuestrar y hacer desaparecer a cierto juez. —No tienes que disculparte, no te veía más que como un idiota que jugaba con mi suerte y si tenías el descaro de sonreírte me daba ganas de ajustar con más fuerza tu corbata— bromeo, aunque mis intenciones eran reales en ese entonces, tan distintas al presente en que tironeo de la misma prenda que evoco, pero para quitársela. —Mirábamos hacia otras personas y otras direcciones en esos años como para vernos— lo digo en un susurro que se desliza igual que su corbata al suelo y mis manos lo buscan para traerlo hacía mí en otro beso que queda pendiente, porque su promesa se impone entre ambos.

Siento bajo mi palma los latidos de su pecho a los que mis respiraciones tratan de acompasarse, como estoy tratando de que mi vida se entrelace a la suya y no sé qué nos hace tan decididos de creer que podemos tomar este momento para prometernos lo que se rebela al caos del que todos somos parte. —Me siento mal por haber venido a esta oficina buscando sexo y haberme encontrado con tus intenciones tan serias— digo como una broma que puede reconocer en mi mirada, esa que no pierde el resplandor de humor pese a que cambia por una picardía más oscura. —Supongo que es hora de hacer las cosas bien y comenzar a dar un orden a todo este lío— estoy de acuerdo, mis dedos tomando posesión de su tarea y en nada hago que su cuerpo gire con el mío para que choque su cadera con el escritorio. Presiono con mis dedos allí donde el cinturón queda abierto, indicándole que quiero que se recueste en la mesa así puedo trepar por su cuerpo y recobrar mi posición sobre él, no cubriéndolo, sino sentándome de modo que puedo ver desde lo alto todo lo que he conquistado y se me va el aliento. —O tal vez podamos permitirnos un poco más de nuestro caos antes de medianoche—. Ese que nos hace ajenos a todo lo que está pasando a fuera, a lo rápido que avanza todo, a las muchas personas que van y vienen, que llegan de improviso para sacudir lo bueno que estamos tratando de tener o que se van para no volver. En algún lugar todas las promesas son gritos de rebeldía a un universo caprichoso que nos encuentra y nos desencuentra, al que le decimos que estamos donde queremos estar, con quien queremos estar, encontrando la manera de acomodarnos con un chiste de por medio de que ya no es incómodo. Entregándonos como los estúpidos y desenfrenados que demostramos que podemos ser, a todo lo que puede acabar mal, porque creemos que lo podemos hacer bien. Y lo creo, por un momento lo creo, por culpa de mi temperamento, de que si es con él puedo hacerlo y valdrá la pena.
Anonymous
If you’re the toast of the town · Hans
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