OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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De todas las cosas que papá podría hacerle a mamá, traerle un perro a la casa creo que es de las peores. Un perro tiene, bueno, pelos. También patas, ¡patas que se pueden llenar de tierra, barro o pintura! ¡Y dejar todo el departamento hecho una mugre! Y en esta casa todo reluce en el blanco impoluto de las baldosas, las paredes y algunos muebles. Puedo decir en defensa del perro, por ende de mi padre, que al menos eligió uno con colores que combinaran con toda la decoración. —Lo siento, no podrás quedarte con nosotros…— le explico al perro, rascándole por debajo de su hocico, acuclillada frente a él. —Mamá es alérgica a los gatos— digo, como esperando que me entendiera. Como puede ofenderse si es cierto que los perros y los gatos son enemigos por naturaleza, me corrijo de inmediato. —¡No! ¡No quiero decir que seas un gato! “Gato” es la palabra que usa para referirse a todas las mascotas en general— aclaro, es la conclusión a la que llegué con casi veinte años.
—Mamá es… bueno, especial... y no en el buen sentido— murmuro, desviando la mirada de los ojos del perro que son bien delineados como los de un humano, no canicas negras como los perros en su mayoría. Por ese rasgo, entre otros, chillé de emoción nada más ver que papá trajo un border collie. Son considerados los perros mestizos más inteligentes, lo sé. Sé mucho sobre mascotas porque nunca tuve una. Poso mi vista sobre la puerta cerrada del despacho de mi padre en la casa, a través de la cual se escucha una discusión que trata de mantenerse en susurros. —Y papá a veces es… bueno, un tonto— suspiro. Pese a la baja temperatura en el exterior, el interior de la casa está ambientada por un calor artificial y puedo andar sin zapatos como acostumbro, pero con medias, que tampoco soy tan descuidada. —Y yo soy Synnove y tengo un hermano menor llamado Simon. ¿Cuál es tu nombre?— me presento, con una sonrisa acompañando a esa pregunta que sé que no me responderá, pero me gusta eso de buscar en el perro un indicio de algo que me diga cómo llamarlo.
Rasco con efusión la bufanda blanca alrededor de su garganta, ¿no es lo lindo de tener un perro peludo? Lo malo es que seguro ¡está lleno de pulgas! ¡Bichos! ¡Bacterias! Son los enemigos de mamá, en esta casa no hay parásitos, si es que a veces me pregunto si mi cabello no es tan blanco y mi piel tan pálida por esa manía suya de tener que limpiarlo todo con tres hechizos sobre la misma superficie. —¿Te quieres quedar, verdad? ¡Pobre! No creo que mi madre te eche justo cuando falta tan poco para Navidad—. Nadie que tenga corazón lo haría, y contrario a lo que pude haber pensado alguna vez, mi madre lo tiene. Tal vez lo de traer un perro sea otra manera de mi padre de ayudarla, la veo tratando de hacer las cosas mejor. De mi padre, en cambio… todavía lo veo con sus salidas sospechosas, con muchos secretos de los que acabo por enterarme de labios de otras personas y me pregunto si cambiará alguna vez. Suspiro otra vez por encima de la cabeza del perro y me pongo de pie. —Ven, ¡vamos!— golpeo la palma de mi mano contra mi muslo así tiene la indicación de seguirme. —Te mostraré la casa— miento, que aunque sea un perro y me digan que no entiendo, no le diré abiertamente que lo llevo a tomarse un baño. Chasqueo mis dedos para ir marcándole el paso desde la sala hacia el pasillo más angosto que va uniendo los dormitorios, el mío y el de Simon enfrentados, hasta la tercera puerta a la derecha que apenas entreabro. —¡Oye! ¡Voy a mostrarte el mejor lugar de esta casa! ¡Hay un montón, pero un montón de galletas y pelotitas ahí dentro!
—Mamá es… bueno, especial... y no en el buen sentido— murmuro, desviando la mirada de los ojos del perro que son bien delineados como los de un humano, no canicas negras como los perros en su mayoría. Por ese rasgo, entre otros, chillé de emoción nada más ver que papá trajo un border collie. Son considerados los perros mestizos más inteligentes, lo sé. Sé mucho sobre mascotas porque nunca tuve una. Poso mi vista sobre la puerta cerrada del despacho de mi padre en la casa, a través de la cual se escucha una discusión que trata de mantenerse en susurros. —Y papá a veces es… bueno, un tonto— suspiro. Pese a la baja temperatura en el exterior, el interior de la casa está ambientada por un calor artificial y puedo andar sin zapatos como acostumbro, pero con medias, que tampoco soy tan descuidada. —Y yo soy Synnove y tengo un hermano menor llamado Simon. ¿Cuál es tu nombre?— me presento, con una sonrisa acompañando a esa pregunta que sé que no me responderá, pero me gusta eso de buscar en el perro un indicio de algo que me diga cómo llamarlo.
Rasco con efusión la bufanda blanca alrededor de su garganta, ¿no es lo lindo de tener un perro peludo? Lo malo es que seguro ¡está lleno de pulgas! ¡Bichos! ¡Bacterias! Son los enemigos de mamá, en esta casa no hay parásitos, si es que a veces me pregunto si mi cabello no es tan blanco y mi piel tan pálida por esa manía suya de tener que limpiarlo todo con tres hechizos sobre la misma superficie. —¿Te quieres quedar, verdad? ¡Pobre! No creo que mi madre te eche justo cuando falta tan poco para Navidad—. Nadie que tenga corazón lo haría, y contrario a lo que pude haber pensado alguna vez, mi madre lo tiene. Tal vez lo de traer un perro sea otra manera de mi padre de ayudarla, la veo tratando de hacer las cosas mejor. De mi padre, en cambio… todavía lo veo con sus salidas sospechosas, con muchos secretos de los que acabo por enterarme de labios de otras personas y me pregunto si cambiará alguna vez. Suspiro otra vez por encima de la cabeza del perro y me pongo de pie. —Ven, ¡vamos!— golpeo la palma de mi mano contra mi muslo así tiene la indicación de seguirme. —Te mostraré la casa— miento, que aunque sea un perro y me digan que no entiendo, no le diré abiertamente que lo llevo a tomarse un baño. Chasqueo mis dedos para ir marcándole el paso desde la sala hacia el pasillo más angosto que va uniendo los dormitorios, el mío y el de Simon enfrentados, hasta la tercera puerta a la derecha que apenas entreabro. —¡Oye! ¡Voy a mostrarte el mejor lugar de esta casa! ¡Hay un montón, pero un montón de galletas y pelotitas ahí dentro!
Esto es taaaan humillante. Estoy seguro de que Ivar debe estar pasándola en grande discutiendo con su esposa, porque mientras eso sucede yo tengo que ser tratado como una mascota sin la capacidad de responder o tener alguna opinión al respecto sobre todo esto, ni hablemos de los mimos que vienen de una joven que ubico como su hija. No es que me queje que una chica me toque, pero esto es lo opuesto a lo que alguien de mi edad esperaría recibir con respecto al uso de esas palabras. Bien, cuando llegué estuve seguro de que todo se iría al caño en segundos, a juzgar por la reacción de la mujer colorada; soy un mal regalo de Navidad, sacado de la calle y sin tener un aspecto demasiado saludable a pesar de los medicamentos que me sacaron, al menos, la fiebre y, en consecuencia, abrieron mi apetito. Ladeo la cabeza hacia un lado cuando me llama “gato” y una de mis orejas se tuerce, es mi modo de perruno de decirle que debería tomar clases sobre animales antes de que ella misma se corrija. Si su madre es especial en un mal sentido, todo esto habrá sido en vano. Si ella se entera… ¿Podré confiar en esa mujer o terminaré entregado a las autoridades?
Mi cabeza se mueve en dirección a la puerta del despacho al oír como la conversación parece acalorarse un poco y, una vez más, tengo que tragarme las palabras sobre su padre. No puedo decirle que si es un tonto o no, me ha sacado de la calle y tampoco sería muy inteligente darle una respuesta. Sí cometo la estupidez de ladrar cuando pregunta mi nombre en una reacción involuntaria y me llevo una pata al hocico, frotándolo de lado hasta dejarla caer de nuevo. He visto ese gesto en otros perros, pero en mí es más bien un “soy un tremendo idiota”. Y ahí vienen las caricias de nuevo. Bueno, esa se siente bien, que rasque un poquito más en el centro… no, momento, que no soy una mascota de verdad, debería guardar la lengua y dejar de jadear. Aprovecho que me llama para caminar, es mi mejor excusa para retomar una postura decente y me muevo detrás de ella. ¿Que habrá por ese pasillo? Intento olfatear, pero no reconozco los aromas. El Capitolio es enorme y demasiado nuevo para mí. Todo se ve brillante, todo es lujoso, incluso cuando no lo intentan. Me produce una extraña sensación de asfixia, una que debo disimular para que mi estadía aquí no sea corta o termine en desgracia. O ambas.
Las pelotitas me importan poco y nada, pero la mención de galletas me hace mover el rabo y apenas veo la oportunidad, me abro paso empujándola un poco para usar la cabeza y entrar a la habitación. Me siento decepcionado cuando me doy cuenta de que se trata de un baño y creo que la miro sobre el hombro con la mejor expresión de perro mojado que tengo. Y sí, me encantaría darme una ducha, pero entonces reparo en que soy un jodido animal y que si ella me trajo aquí, es para…. ¡Oh, no, no, no! Como no veo un escape, hago lo único que se me ocurre: empiezo a ladrar, provocando un escándalo que rebota en las paredes mientras retrocedo. No me van a manosear para dejarme esponjoso, no señor.
Mi cabeza se mueve en dirección a la puerta del despacho al oír como la conversación parece acalorarse un poco y, una vez más, tengo que tragarme las palabras sobre su padre. No puedo decirle que si es un tonto o no, me ha sacado de la calle y tampoco sería muy inteligente darle una respuesta. Sí cometo la estupidez de ladrar cuando pregunta mi nombre en una reacción involuntaria y me llevo una pata al hocico, frotándolo de lado hasta dejarla caer de nuevo. He visto ese gesto en otros perros, pero en mí es más bien un “soy un tremendo idiota”. Y ahí vienen las caricias de nuevo. Bueno, esa se siente bien, que rasque un poquito más en el centro… no, momento, que no soy una mascota de verdad, debería guardar la lengua y dejar de jadear. Aprovecho que me llama para caminar, es mi mejor excusa para retomar una postura decente y me muevo detrás de ella. ¿Que habrá por ese pasillo? Intento olfatear, pero no reconozco los aromas. El Capitolio es enorme y demasiado nuevo para mí. Todo se ve brillante, todo es lujoso, incluso cuando no lo intentan. Me produce una extraña sensación de asfixia, una que debo disimular para que mi estadía aquí no sea corta o termine en desgracia. O ambas.
Las pelotitas me importan poco y nada, pero la mención de galletas me hace mover el rabo y apenas veo la oportunidad, me abro paso empujándola un poco para usar la cabeza y entrar a la habitación. Me siento decepcionado cuando me doy cuenta de que se trata de un baño y creo que la miro sobre el hombro con la mejor expresión de perro mojado que tengo. Y sí, me encantaría darme una ducha, pero entonces reparo en que soy un jodido animal y que si ella me trajo aquí, es para…. ¡Oh, no, no, no! Como no veo un escape, hago lo único que se me ocurre: empiezo a ladrar, provocando un escándalo que rebota en las paredes mientras retrocedo. No me van a manosear para dejarme esponjoso, no señor.
—¡NO!¡NO!— grito desesperada por encima de los ladridos del perro, estoy a punto de resbalarme en el suelo del baño por estar con medias y tengo que sacudir mis brazos para sujetarme del aire. Coloco mis brazos alrededor de su garganta peluda cuando llego hasta él, así lo retengo en el lugar. No será mi madre quien lo eche de la casa con el rabo por delante, sino el comité de vecinos de todo el edificio si sigue haciendo tanto ruido. ¿O es que sólo dentro del baño se escucha tan fuerte? ¡Eso espero! Estoy aterrada por la posibilidad de que se hayan escuchado los ladridos más allá del pasillo, si no lo calmo pronto tendré a mis padres gritándome a mí en vez de gritarse entre ellos. Si me dicen algo, les diré que el perro los tomó de ejemplo.
No, claro que jamás les diría algo así a mis padres. Yo sólo… no les grito. Pero si a mis compañeros de clase logro mandarles a callar por impertinentes, también a un perro. Le doy un golpe con mi mano sobre su hocico para pedirle silencio. —¡Quieto!— le ordeno, elevando mi voz para que sepa que no estoy jugando con él. No es un regaño de broma. —Estás sucio, seguro con pulgas y hueles muy mal— hago parte de todas sus faltas para que sea consciente de ellas, así no pone tantos reparos en que lo lleve a la ducha. Uso mis brazos alrededor de su cuerpo para tratar de arrastrarlo hasta allí a pesar de su resistencia.
—Te pondré decente para que al menos mi madre no pueda juzgarte por tu apariencia— digo, ¿quién sabe? No me hago ilusiones, pero podríamos tratar de convencerla de que el perro se quede, si es que se digna a colaborar. Tiro del pelo de su lomo quizás con demasiada fuerza para retenerlo en su lugar y como sea manoteo la ducha que cae en un chorro violento que también me moja a mí. —¡Tranquilo! ¡Quieto! ¡Solo durará unos minutos!— le prometo. Tomo el jabón en un movimiento rápido para que el perro no se me escape y me arrodillo a su altura para empezar a hacer espuma sobre su lomo, su cuello, su panza. Tiene tanto pelo que no se hace tan difícil. —También es la primera vez para mí, ¿de acuerdo? Nunca bañé a un perro— trato de tranquilizarlo usando un tono más amigable. Suelto el mechón del cual estaba sujetándolo para frotar las franjas donde se ha formado espuma y distribuirla hasta detrás de sus orejas y lo largo de su rabo, ¡si es que hasta su cola es tan peluda! De a poco se ve que el blanco amarronado por la suciedad se vuelve un blanco más lustroso.
No, claro que jamás les diría algo así a mis padres. Yo sólo… no les grito. Pero si a mis compañeros de clase logro mandarles a callar por impertinentes, también a un perro. Le doy un golpe con mi mano sobre su hocico para pedirle silencio. —¡Quieto!— le ordeno, elevando mi voz para que sepa que no estoy jugando con él. No es un regaño de broma. —Estás sucio, seguro con pulgas y hueles muy mal— hago parte de todas sus faltas para que sea consciente de ellas, así no pone tantos reparos en que lo lleve a la ducha. Uso mis brazos alrededor de su cuerpo para tratar de arrastrarlo hasta allí a pesar de su resistencia.
—Te pondré decente para que al menos mi madre no pueda juzgarte por tu apariencia— digo, ¿quién sabe? No me hago ilusiones, pero podríamos tratar de convencerla de que el perro se quede, si es que se digna a colaborar. Tiro del pelo de su lomo quizás con demasiada fuerza para retenerlo en su lugar y como sea manoteo la ducha que cae en un chorro violento que también me moja a mí. —¡Tranquilo! ¡Quieto! ¡Solo durará unos minutos!— le prometo. Tomo el jabón en un movimiento rápido para que el perro no se me escape y me arrodillo a su altura para empezar a hacer espuma sobre su lomo, su cuello, su panza. Tiene tanto pelo que no se hace tan difícil. —También es la primera vez para mí, ¿de acuerdo? Nunca bañé a un perro— trato de tranquilizarlo usando un tono más amigable. Suelto el mechón del cual estaba sujetándolo para frotar las franjas donde se ha formado espuma y distribuirla hasta detrás de sus orejas y lo largo de su rabo, ¡si es que hasta su cola es tan peluda! De a poco se ve que el blanco amarronado por la suciedad se vuelve un blanco más lustroso.
Sus gritos se mezclan con mis ladridos, me encuentro aullando como un poseso como si de esa forma pudiese dar a entender que no me gusta estar aquí, encerrado, con el solo destino de ser manoseado hasta oler a jabón sin poder decir nada al respecto. ¡No va a vencerme sin que ponga resistencia! Y ahí va, me da un golpecito y me sale un sonido lastimero, tengo que recordarme que no puedo echarle un mordisco porque estaré en problemas. ¿Y de verdad huelo tan mal? Ay, por favor, ni que ella oliera a rosas. ¿O lo hace? Maldición. El baño no es tan grande como para poder correr y pronto me veo atrapado entre sus blancos brazos, así que me echo cuerpo a tierra y trato de que mi peso muerto, junto con mis patas inquietas, le compliquen el trabajo.
¿De dónde saca la fuerza para meterme en la bañera? Siento que me tropiezo y termino con el culo para arriba, justo a tiempo para que el agua tibia me dé de lleno encima y su temperatura se siente tan deliciosa que me cuesta moverme, así que pronto estoy sintiendo como me llena de espuma y sus manos están en todas partes. ¿Ya dije que era humillante? Sé que tiene buenas intenciones, pero creo que no las tendría si supiera lo que en verdad está haciendo. Giro la cabeza y me sacudo porque me está metiendo mano en el rabo, solo espero que no se le ocurra ponerse en exquisita de la limpieza porque no toleraré que toque ciertas cosas. Me sacudo, es una advertencia que culmina en el baño salpicado de espuma y que, cuando la miro, creo que la he bañado también a ella. Sé que su cabello es muy blanco, pero reconozco la espuma cuando la veo.
¿Qué diría el señor Ivar si me viera? Bueno, tendría que solucionarlo sin seguir jodiéndola. ¿Qué es lo que la gente considera adorable en un perro? Por todos los cielos, esto va a ser patético. Me lanzo de lleno en la bañera y me coloco panza para arriba, mi cola se mueve como un plumero y me retuerzo, en un falso baile alegre que, dicho sea de paso, complica su tarea de ponerme las manos encima. Ahora solo necesito que alguien abra la puerta o ella se distraiga para encontrar el modo de salir de aquí. ¿Y si la obligo a ir a buscar una toalla? Se me escapa un estornudo, no sé si culpa de mi resfrío o la espuma que se me mete en la nariz, pero basta para ver como la sacudida y mi resoplido la vuelven a duchar. Ella empezó, lo juro.
¿De dónde saca la fuerza para meterme en la bañera? Siento que me tropiezo y termino con el culo para arriba, justo a tiempo para que el agua tibia me dé de lleno encima y su temperatura se siente tan deliciosa que me cuesta moverme, así que pronto estoy sintiendo como me llena de espuma y sus manos están en todas partes. ¿Ya dije que era humillante? Sé que tiene buenas intenciones, pero creo que no las tendría si supiera lo que en verdad está haciendo. Giro la cabeza y me sacudo porque me está metiendo mano en el rabo, solo espero que no se le ocurra ponerse en exquisita de la limpieza porque no toleraré que toque ciertas cosas. Me sacudo, es una advertencia que culmina en el baño salpicado de espuma y que, cuando la miro, creo que la he bañado también a ella. Sé que su cabello es muy blanco, pero reconozco la espuma cuando la veo.
¿Qué diría el señor Ivar si me viera? Bueno, tendría que solucionarlo sin seguir jodiéndola. ¿Qué es lo que la gente considera adorable en un perro? Por todos los cielos, esto va a ser patético. Me lanzo de lleno en la bañera y me coloco panza para arriba, mi cola se mueve como un plumero y me retuerzo, en un falso baile alegre que, dicho sea de paso, complica su tarea de ponerme las manos encima. Ahora solo necesito que alguien abra la puerta o ella se distraiga para encontrar el modo de salir de aquí. ¿Y si la obligo a ir a buscar una toalla? Se me escapa un estornudo, no sé si culpa de mi resfrío o la espuma que se me mete en la nariz, pero basta para ver como la sacudida y mi resoplido la vuelven a duchar. Ella empezó, lo juro.
Me duele un poco el sollozo que suelta, no quiero ser mala con él. Pero si un perro también vendrá a verme la cara de tonta estoy un poco para atrás en mi vida, mi madre en verdad se enorgullecía de mis participaciones en debates y había logrado convencerla de que sabía pararme firme ante los demás, dejando todas mis inseguridades de lado, al menos por cinco minutos. El perro no entenderá de argumentaciones así que me toca usar la fuerza bruta, que es poca en mis brazos delgados y no puedo moverlo cuando se tira de panza al suelo. Lo arrastro hasta la ducha como puedo, llenando mis manos de mechones negros de su pelo. El mismo que se embadurna de espuma todo lo rápido que puedo pasar de sus orejas a su rabo, agitando ese pelo abundando con mis dedos hasta sentir la piel por debajo, que no me da asco que esté lleno de bichos, alguien tiene que hacer el trabajo.
Aparto mis manos por el shock de sentir la cara llena de jabón, de la sorpresa entreabro mis labios y es una pésima idea, porque tengo que escupir un poco de espuma que me cayó en la lengua. Trato de fregarme la cara para limpiarla con mi brazo, que no puedo usar mis manos para eso. —¡Eres un… impertinente! ¡Un perro incivilizado!— me quejo, boqueando por un poco de aire y tengo casi toda la cara despejada, puedo verlo debajo de la lluvia de la ducha revolcándose en la bañera como si disfrutara de lo que para él se ha vuelto un juego, porque tengo casi toda la ropa húmeda y un poco de espuma aún me queda en las pestañas, haciendo que mis ojos se enrojezcan.
—Si quieres quedarte en esta casa, tienes que cumplir un par de reglas—. Hemos escrito como cien para la familia en estos años, puedo formular unas cuantas para este perro. —Si las cumples serás un perro decente de una casa decente. Primero, tienes que bañarte, y segundo— apunto hacia un poco más acá de su rabo, antes de que este comience y en medio de sus patas traseras, —despídete de ese par—. Es mi venganza por haberme mojado toda. Tiendo mi brazo para recoger la toalla blanca, porque en esta casa tiene que ser blanca, y la uso para secarme los brazos mientras el perro todavía está bajo el agua. —Te lo pido una última vez, quédate quieto— le indico, volviendo a la bañera para cerrar la ducha y envolverlo con la toalla en algo que es casi un abrazo para que no se sacuda. Si no hubiera tirado mi varita por ahí todo sería más rápido, lo tengo que hacer por mi cuenta cuando froto con fuerza cada parte de su cuerpo para que el agua se desprenda de sus pelos.
Aparto mis manos por el shock de sentir la cara llena de jabón, de la sorpresa entreabro mis labios y es una pésima idea, porque tengo que escupir un poco de espuma que me cayó en la lengua. Trato de fregarme la cara para limpiarla con mi brazo, que no puedo usar mis manos para eso. —¡Eres un… impertinente! ¡Un perro incivilizado!— me quejo, boqueando por un poco de aire y tengo casi toda la cara despejada, puedo verlo debajo de la lluvia de la ducha revolcándose en la bañera como si disfrutara de lo que para él se ha vuelto un juego, porque tengo casi toda la ropa húmeda y un poco de espuma aún me queda en las pestañas, haciendo que mis ojos se enrojezcan.
—Si quieres quedarte en esta casa, tienes que cumplir un par de reglas—. Hemos escrito como cien para la familia en estos años, puedo formular unas cuantas para este perro. —Si las cumples serás un perro decente de una casa decente. Primero, tienes que bañarte, y segundo— apunto hacia un poco más acá de su rabo, antes de que este comience y en medio de sus patas traseras, —despídete de ese par—. Es mi venganza por haberme mojado toda. Tiendo mi brazo para recoger la toalla blanca, porque en esta casa tiene que ser blanca, y la uso para secarme los brazos mientras el perro todavía está bajo el agua. —Te lo pido una última vez, quédate quieto— le indico, volviendo a la bañera para cerrar la ducha y envolverlo con la toalla en algo que es casi un abrazo para que no se sacuda. Si no hubiera tirado mi varita por ahí todo sería más rápido, lo tengo que hacer por mi cuenta cuando froto con fuerza cada parte de su cuerpo para que el agua se desprenda de sus pelos.
Impertinente, incivilizado; son palabras que he escuchado antes y que tampoco me voy a molestar en negar, ni siquiera con un quejido perruno. Sirve para sacármela de encima y me permite echarle un vistazo a la puerta, preguntándome si seré capaz de abrirla con las patas delanteras. No debe ser difícil, soy un animal lo suficientemente fuerte como para generar peso, aunque me pregunto en qué resultará si lleno la casa de agua y espuma. Me preocuparía más por ello si no fuese porque, repentinamente, me doy cuenta de lo que está queriendo decir. ¿Van a castrarme? ¡¿Van a castrarme?! Esto no era parte del trato, hay que ver cómo es que Ivar pensaba hacerme zafar de algo así. Antes de que pueda entrar en pánico y ahogarme en la ducha, me encuentro temblando de frío en cuanto el agua deja de correr y una toalla me rodea con fuerza. No, mis bolas son mías, que ese hombre me lo perdone.
Sé que algo ha cambiado porque siento cómo poco a poco, ocupo más espacio en la bañera y el pegote que siento es la ropa mojada a mi cuerpo y no un montón de cabello. Resoplo bajo la tela y tiro con cuidado de esta, hasta asomar mi cabeza y el flequillo mojado por debajo de la toalla. Mis ojos se fijan en ella casi con disculpa, porque no sé cómo decirle a una chica que me ha manoseado todo con inocencia que ha estado limpiándome el culo — Hola… — antes de que se ponga a chillar o algo parecido, me apresuro a taparle la boca con la mano y llevarme los dedos de la contraria a los labios para pedirle silencio con algo de urgencia, de seguro viéndome como una monja pasada por agua — ¡Lo lamento, juro, juro que tu padre sabe de esto! Pero soy solo un chico, no tienes por qué castrarme o toquetearme o… por favor… — que de seguro me habrá visto en la televisión, no sé cómo cubrir esto y me pregunto cómo podré hechizarla para que olvide los últimos dos minutos — Por favor, no me cortes las bolas. Si te suelto… No gritarás, ¿verdad? — porque esta habrá sido la visita más corta de la historia de las visitas ilegales camufladas.
Sé que algo ha cambiado porque siento cómo poco a poco, ocupo más espacio en la bañera y el pegote que siento es la ropa mojada a mi cuerpo y no un montón de cabello. Resoplo bajo la tela y tiro con cuidado de esta, hasta asomar mi cabeza y el flequillo mojado por debajo de la toalla. Mis ojos se fijan en ella casi con disculpa, porque no sé cómo decirle a una chica que me ha manoseado todo con inocencia que ha estado limpiándome el culo — Hola… — antes de que se ponga a chillar o algo parecido, me apresuro a taparle la boca con la mano y llevarme los dedos de la contraria a los labios para pedirle silencio con algo de urgencia, de seguro viéndome como una monja pasada por agua — ¡Lo lamento, juro, juro que tu padre sabe de esto! Pero soy solo un chico, no tienes por qué castrarme o toquetearme o… por favor… — que de seguro me habrá visto en la televisión, no sé cómo cubrir esto y me pregunto cómo podré hechizarla para que olvide los últimos dos minutos — Por favor, no me cortes las bolas. Si te suelto… No gritarás, ¿verdad? — porque esta habrá sido la visita más corta de la historia de las visitas ilegales camufladas.
Grito. Su mano cubre mi boca en el momento en que suelto el alarido más agudo de mis veinte años, el sonido queda atrapado contra su palma. Se termina así como empezó, dura menos de un segundo, el alarido se queda atrapado dentro del baño, entre las paredes de la ducha, en el interior de la bañera, entre el chico que apenas se cubre con una toalla y yo. Me he caído sobre mi trasero en el suelo, mojando lo que faltaba de mis pantalones, con las palmas actuando como apoyo instintivo para que no me golpee la cabeza contra el inodoro. Estoy más que pasmada, estoy estupefacta. ¡Estoy en shock! ¡MI PERRO SE TRANSFORMÓ EN UN CHICO! Nota mental para mi padre, nunca vuelvas a traer un perro que encontraste vagabundo por ahí, podría ser un chico al que tu hija manosea en un intento de darle un baño para ponerlo decente.
¡¿MI PADRE LO SABRÁ?! ¡MI PADRE LO SABE! Se me suben los colores a la cara cuando me imagino al chico acusándome de haberle tocado el rabo o qué se yo, ¡que lo amenacé con castrarlo! ¡Qué vergüenza! No, Synnove. No imagines nada. No… pienses cosas que evoquen imágenes mentales. No. NO. Es solo un chico cubierto por una toalla en tu baño, has visto modelos en tus clases de anatomía. Tomo una inspiración de aire para calmarme, asiento a su petición de silencio para que sepa que no diré nada que haga que mi padre entre de repente golpeando la puerta contra la pared. —¡¿Qué demonios?!— creo que tampoco lancé una maldición de estas alguna vez, con un siseo que mantiene mi tono furibundo un par de notas por debajo. —Yo no… ¡yo no iba a cortarte nada! ¡Lo iba a hacer el veterinario!— me explico, no sé por qué, debo estar roja desde la garganta hasta mi cabello, siento como me arde todo el rostro.
Es todo lo que está mal en esta situación, todo, que me cuesta aclarar mis ideas como para reconocer la cara que estoy mirando. —Un momento, tú… tú…— farfullo. Me pongo de pie como puedo, manoteando el aire, para apuntarle con mi dedo y separar mis labios en una mueca muda que no logra articular palabra. Hago acopio de aire para llenar mis pulmones, lo suelto todo en una oración. —Todo el país te está buscando—. Siento como el pánico me hace temblar entera, agarro manotazos de mi cabello para tranquilizarme. —¡Oh, Morgana! ¡Oh, Morgana! ¡Oh, Morgana!— comienzo la plegaria para mí misma, mi mente atropellándose en pensamientos. ¡Los aurores van a caer a la casa! ¡Se lo llevarán! ¡Mis padres irán presos! ¡Yo…! ¡Simon! —¡Todos vamos a morir!
¡¿MI PADRE LO SABRÁ?! ¡MI PADRE LO SABE! Se me suben los colores a la cara cuando me imagino al chico acusándome de haberle tocado el rabo o qué se yo, ¡que lo amenacé con castrarlo! ¡Qué vergüenza! No, Synnove. No imagines nada. No… pienses cosas que evoquen imágenes mentales. No. NO. Es solo un chico cubierto por una toalla en tu baño, has visto modelos en tus clases de anatomía. Tomo una inspiración de aire para calmarme, asiento a su petición de silencio para que sepa que no diré nada que haga que mi padre entre de repente golpeando la puerta contra la pared. —¡¿Qué demonios?!— creo que tampoco lancé una maldición de estas alguna vez, con un siseo que mantiene mi tono furibundo un par de notas por debajo. —Yo no… ¡yo no iba a cortarte nada! ¡Lo iba a hacer el veterinario!— me explico, no sé por qué, debo estar roja desde la garganta hasta mi cabello, siento como me arde todo el rostro.
Es todo lo que está mal en esta situación, todo, que me cuesta aclarar mis ideas como para reconocer la cara que estoy mirando. —Un momento, tú… tú…— farfullo. Me pongo de pie como puedo, manoteando el aire, para apuntarle con mi dedo y separar mis labios en una mueca muda que no logra articular palabra. Hago acopio de aire para llenar mis pulmones, lo suelto todo en una oración. —Todo el país te está buscando—. Siento como el pánico me hace temblar entera, agarro manotazos de mi cabello para tranquilizarme. —¡Oh, Morgana! ¡Oh, Morgana! ¡Oh, Morgana!— comienzo la plegaria para mí misma, mi mente atropellándose en pensamientos. ¡Los aurores van a caer a la casa! ¡Se lo llevarán! ¡Mis padres irán presos! ¡Yo…! ¡Simon! —¡Todos vamos a morir!
Que se ponga a chillar hace que me dé el ataque de histeria y sacudo el brazo al ritmo de mi intenso "shhhhh", porque no quiero que nadie abra la puerta y encuentre esta situación en medio de la bañera — ¡Veterinario o no, fue tu idea! — y no podía dejar que me corten una parte de mi cuerpo que apenas y le he dado uso, sea cual sea. Intento cubrirme mejor con la toalla hasta que soy un enorme enrollado blanco, presionando con fuerza el contorno de mi cráneo mientras me apoyo en el borde de la bañera en un intento de incorporarme. Me quedo a medio camino cuando me reconoce, titubeante. ¿Llamará a las autoridades? ¿Será este el fin del mal aventurado Kendrick Orion Duane? — ¡Nadie va a morir! — me incorporo lo más rápido que puedo y me veo obligado a sacudir la toalla para que no vea nada fuera de lugar, porque creo que fue... demasiado apresurado. Tengo cosas más importantes que pensar ahora que una chica me vea o no enteramente desnudo por primera vez — Soy solo yo, ¿de acuerdo? Nada de lo que dicen en la televisión es real. Bueno, casi nada... ¡El punto es que no quiero problemas! — que el resto del mundo me enchufa los problemas a mí, no al revés — Tu padre solo quería ayudarme, estaba enfermo, él tiene mi ropa y mi varita porque estaba hecho un asco y... ¡Juro que nadie va a morir! — se lo aclaro una vez más, solo por las dudas.
Lo dudo, pero pasó una pierna por el borde de la bañera e intento no romperme la madre porque el piso está resbaloso. Carajo, es más alta de lo que pensé. Me atrapo a mí mismo en mi refugio de toalla y muevo los dedos de mis pies con nerviosismo — Seré solo tu mascota, no hay por qué entrar en pánico. Tu papá dijo que eres brillante y por eso debería poder confiar en ti, ¿no es así? — que no parece una mala persona, creo que me dejó bastante reluciente — Ahora... ¿Tienes algo de ropa o...? No, momento, si salimos tu madre me verá así y... solo... ¡Bueno, tengo frío!
Lo dudo, pero pasó una pierna por el borde de la bañera e intento no romperme la madre porque el piso está resbaloso. Carajo, es más alta de lo que pensé. Me atrapo a mí mismo en mi refugio de toalla y muevo los dedos de mis pies con nerviosismo — Seré solo tu mascota, no hay por qué entrar en pánico. Tu papá dijo que eres brillante y por eso debería poder confiar en ti, ¿no es así? — que no parece una mala persona, creo que me dejó bastante reluciente — Ahora... ¿Tienes algo de ropa o...? No, momento, si salimos tu madre me verá así y... solo... ¡Bueno, tengo frío!
—¡No es mi idea! ¡No la inventé yo!— me desligo como puedo de su intento de que me haga cargo de la castración que no va a suceder, ¡por favor! Que ese es el menor de los males posibles cuando un pensamiento sigue a otro en el trabajo de procesar lo que está ocurriendo, de darle un orden y coherencia a cada cosa, para finalmente sumirnos en el pánico más hondo. Todos vamos a morir. Todos vamos a morir. Tenemos en nuestra casa a uno de los primeros en la lista de enemigos públicos que buscan los dementores para robarles el alma, ¿qué será de las nuestras? Siento que estoy hiperventilando, me está costando respirando y tengo que hacer mis ejercicios de rutina para que el aire me llegue a los pulmones. Inhala, Synnove. Exhala. Inhala, Synnove. Exhala. Todos. Vamos. A. Morir. Inhala, exhala, inhala, exhala. —¡Sólo eres tú! ¡Ese es el problema!— mi grito sale ahogado, apunto hacia él con mis manos para repasarlo de pies a cabeza, escondido como está dentro de la toalla.
¿Qué nada de lo que muestran en la televisión…? Trato de entender lo que me dice, por cosas que me ha dicho mi padre y por los comentarios crípticos de Mimi, puedo darme cuenta que no todo es como dicen que es, pero crecí mirando las pantallas que él dice que mienten, eso es todo lo que conozco. Y las noticias me han dicho que él es una amenaza para el país, pese a que su cara es la de un cachorro mojado, que no está demasiado lejos de la verdad. ¿Por eso lo acogió mi padre? ¡Ay, papá! ¿Por qué…? No tiene caso gastar pensamientos en él, mi madre se encargará de ello y por mucho que acabemos gritando en este baño, puedo despreocuparme de que mi padre irrumpa. Si mi madre no lo ha matado ya, estará en proceso de hacerlo.
—No puedo tener a un chico como mascota— me niego, y podría soltar un «¿qué dirán mis amigas?», si no fuera porque a la única que puedo ver con claridad es a Mimi riéndose si se lo cuento, creo que es una razón de peso para aceptarlo como mascota. ¡Cuándo lo sepa Mimi! —¿Dijo que era brillante o estás intentando apalabrarme?— desconfío de su intención, porque me está convenciendo de a poco, mis hombros no están tan rígidos como hace un rato y puede que mi respiración haya recobrado la normalidad. — Aguarda aquí un momento, iré a buscar ropa de mi hermano…— digo, rindiéndome a que este chico se quedará y si voy a estar conversando con un criminal, al menos pido que esté vestido. Por las dudas, cuando salgo del baño, voy a recoger primero mi varita y después a revolver el ropero de Simon hasta dar con unos short y una camiseta verde con algo que parece un redondo amarillo que sonríe y sigue a un par de fantasmitas. Se lo dejo sobre la tapa del retrete a quien debería ser mi perro. —Te ves… un poco más grande que mi hermano— lo pienso mejor, tendría que haber buscado entre las perchas de mi padre, no se me ocurrió.
¿Qué nada de lo que muestran en la televisión…? Trato de entender lo que me dice, por cosas que me ha dicho mi padre y por los comentarios crípticos de Mimi, puedo darme cuenta que no todo es como dicen que es, pero crecí mirando las pantallas que él dice que mienten, eso es todo lo que conozco. Y las noticias me han dicho que él es una amenaza para el país, pese a que su cara es la de un cachorro mojado, que no está demasiado lejos de la verdad. ¿Por eso lo acogió mi padre? ¡Ay, papá! ¿Por qué…? No tiene caso gastar pensamientos en él, mi madre se encargará de ello y por mucho que acabemos gritando en este baño, puedo despreocuparme de que mi padre irrumpa. Si mi madre no lo ha matado ya, estará en proceso de hacerlo.
—No puedo tener a un chico como mascota— me niego, y podría soltar un «¿qué dirán mis amigas?», si no fuera porque a la única que puedo ver con claridad es a Mimi riéndose si se lo cuento, creo que es una razón de peso para aceptarlo como mascota. ¡Cuándo lo sepa Mimi! —¿Dijo que era brillante o estás intentando apalabrarme?— desconfío de su intención, porque me está convenciendo de a poco, mis hombros no están tan rígidos como hace un rato y puede que mi respiración haya recobrado la normalidad. — Aguarda aquí un momento, iré a buscar ropa de mi hermano…— digo, rindiéndome a que este chico se quedará y si voy a estar conversando con un criminal, al menos pido que esté vestido. Por las dudas, cuando salgo del baño, voy a recoger primero mi varita y después a revolver el ropero de Simon hasta dar con unos short y una camiseta verde con algo que parece un redondo amarillo que sonríe y sigue a un par de fantasmitas. Se lo dejo sobre la tapa del retrete a quien debería ser mi perro. —Te ves… un poco más grande que mi hermano— lo pienso mejor, tendría que haber buscado entre las perchas de mi padre, no se me ocurrió.
Ojalá pudiese no ser yo, pero no puedo hacer nada al respecto y tiene que aguantarse. Sé lo que significa todo esto, le advertí a Ivar sobre los peligros de traerme con su familia y acá estamos, ando desnudo con su hija en el baño y posiblemente le de un ataque para el cual no conozco la maniobra de resurrección — No seré tu mascota de verdad. ¿Acaso no usas la imaginación? — que infancia más aburrida que debe haber tenido esta chica... ¡Que ese no es el punto! — Quizá... un poquito de las dos cosas — muevo la cabeza de un lado al otro con una torcedura de mis labios, porque no sé muy bien como manejarme con ella. Vamos, que ni la conozco y me ha tocado hasta la consciencia — Dijo que sus hijos eran brillantes y que sería difícil el engañarlos— al menos lo conseguí durante un rato, hasta que mis pelotas corrieron peligro. Pudo haber sido peor.
Suspiro de alivio porque al menos parece que no va a darle un patatús y accede el buscar algo de ropa, así que me quedo parado conteniendo el calor corporal bajo la toalla en lo que ella va y viene. En lo que expresa su duda yo ya estoy sacando una mano para tomar el short y mis ojos se abren de par en par al imaginarme dentro de esto — De verdad quieres castrarme...— voy a obviar todo el tema de la ropa interior para evitarnos más bochornos y le doy la espalda en un intento de pasar la prenda por debajo de la toalla. Doy algunos saltos ridículos y el chiflete en mi culo deja en claro que no estoy siendo muy disimulado, así que le lanzo un vistazo sobre el hombro —¡Date la vuelta! — me subo el pantalón con demasiado esfuerzo, pero no sirve de mucho si consideramos el factor que no me cierra y creo que estoy apretado en la prenda de alguien que parece mucho más pequeño que yo —No puedo creerlo... — yo y mi eterna mala fortuna.
Sé lo extraño que debe verse todo esto, de verdad y me recuerdo que ella no tiene la culpa. Aún así, vuelvo a mirarla como si su presencia aquí fuese la errónea y no la propia, lo que me lleva a intentar ser un poco más amable — Lamento el susto. Es que... bueno, no acostumbro a que me den baños — vacilo, pero me giro lo suficiente como para tenderle la mano en un intento de presentación formal — Soy Kendrick. ¿Podrías agrandar algo de esto con magia? Es que... — no lo pienso demasiado cuando me acomodo la entrepierna con una mano, porque vamos... no puede culparme, esto va a ahorcarme —Perdón por romperte la ilusión de una mascota — porque sí, se veía bastante entusiasmada. Ojalá las cosas fuesen tan sencillas.
Suspiro de alivio porque al menos parece que no va a darle un patatús y accede el buscar algo de ropa, así que me quedo parado conteniendo el calor corporal bajo la toalla en lo que ella va y viene. En lo que expresa su duda yo ya estoy sacando una mano para tomar el short y mis ojos se abren de par en par al imaginarme dentro de esto — De verdad quieres castrarme...— voy a obviar todo el tema de la ropa interior para evitarnos más bochornos y le doy la espalda en un intento de pasar la prenda por debajo de la toalla. Doy algunos saltos ridículos y el chiflete en mi culo deja en claro que no estoy siendo muy disimulado, así que le lanzo un vistazo sobre el hombro —¡Date la vuelta! — me subo el pantalón con demasiado esfuerzo, pero no sirve de mucho si consideramos el factor que no me cierra y creo que estoy apretado en la prenda de alguien que parece mucho más pequeño que yo —No puedo creerlo... — yo y mi eterna mala fortuna.
Sé lo extraño que debe verse todo esto, de verdad y me recuerdo que ella no tiene la culpa. Aún así, vuelvo a mirarla como si su presencia aquí fuese la errónea y no la propia, lo que me lleva a intentar ser un poco más amable — Lamento el susto. Es que... bueno, no acostumbro a que me den baños — vacilo, pero me giro lo suficiente como para tenderle la mano en un intento de presentación formal — Soy Kendrick. ¿Podrías agrandar algo de esto con magia? Es que... — no lo pienso demasiado cuando me acomodo la entrepierna con una mano, porque vamos... no puede culparme, esto va a ahorcarme —Perdón por romperte la ilusión de una mascota — porque sí, se veía bastante entusiasmada. Ojalá las cosas fuesen tan sencillas.
No hay manera de que le vaya bien apalabrándome si dice que me falta imaginación y a la vez que soy brillante, y cuando aclara de que no es que yo sea brillante, sino que mi padre dijo que sus hijos en general lo somos, que no podría engañarnos y… hola, hemos caído en las mentiras de mi padre por años. Es tan contradictorio todo lo que plantea, que entiendo por qué se ha entendido de buenas a primeras con mi padre. Ellos nacen, la vida los junta. Sacudo mis manos en el aire como para dejar ese tema atrás, que no necesito que me diga nada para hacer lo que tengo que hacer, lo principal es buscarle algo que se ponga, que las toallas tipo túnica no están de moda este invierno. ¿Mi padre se lo habrá dicho ya a mi madre? Busco lo que sea entre lo que tiene Simon para que cuando lo vea, no lo encuentre desnudo. Un perro decente es un perro bañado, un chico decente, es uno vestido. Normas de la vida civilizada en el Capitolio, de la que creo que este chico debe ser muy poco, y no se me ocurre como mi padre se le ha ocurrido cruzar medio Neopanem para traerlo hasta aquí. ¡Al ojo mismo del Ministerio!
Estaba pensando ir a buscar uno de los pantalones de papá, en todo caso podría ajustarlos con un cinturón y acortar las piernas, en cambio me defiendo a su acusación de que quiero castrarlo con una pregunta que espera enseñarle que debe mostrarse agradecido de lo que puedo traerle. —¿Quieres que te traiga uno de mis vestidos, entonces?—. No, seguro que no. Me hubiera ido del baño si me lo pedía, que no es un niño para que me encargue de que se ponga la camiseta del lado correcto, pero cuando me ordena que me dé la vuelta, lo hago de brazos cruzados y lo escucho pelearse con la prenda que le queda chica. Espero a echarle un vistazo para comprobar lo gracioso que puede verse vestido en algo que es un par de talles menos, no me olvido de la varita que tengo en el bolsillo de mi vaquero, y no la uso aún porque miro su mano extendida al presentarse muy educadamente y… lo arruina con al seguir abriendo la boca. —No voy a agrandar nada allí— replico, incluso hago una mueca de iugh.
Pero la disculpa por el susto llega, necesitaría algo más de mérito para poder confiar del todo en alguien que está en carteles de buscados, por el momento basta. —No tienes que preocuparte por eso, soy una especialista en ilusionarme. Me ilusiono con al menos cinco cosas nuevas antes de las nueve de la mañana. Es un arte que se trabaja todos los días…— bromeo, aunque no creo que lo entienda. ¿Dijo que no tenía imaginación? ¡Uf! Si no tuviera imaginado, no habría podido vivir tantos años en una casa en escala de grises. —Soy Synnove— me presento, sacando mi varita para apuntar primero a una prenda, luego a la otra, adecuándolas a un tamaño que no lo estrangulen en sus partes sensibles. —Todos me dicen Syv— añado, salvo mi hermano mayor, ese es otro cantar, que no se canta en esta casa. —Cierto, ya te lo había dicho…— recuerdo, es culpa de toda la situación extraña. —¿Quieres comer algo? Sé que eres un chico que es perro, un perro que es chico, pero sé hacer sándwich de verduras si tienes hambre— me ofrezco.
Estaba pensando ir a buscar uno de los pantalones de papá, en todo caso podría ajustarlos con un cinturón y acortar las piernas, en cambio me defiendo a su acusación de que quiero castrarlo con una pregunta que espera enseñarle que debe mostrarse agradecido de lo que puedo traerle. —¿Quieres que te traiga uno de mis vestidos, entonces?—. No, seguro que no. Me hubiera ido del baño si me lo pedía, que no es un niño para que me encargue de que se ponga la camiseta del lado correcto, pero cuando me ordena que me dé la vuelta, lo hago de brazos cruzados y lo escucho pelearse con la prenda que le queda chica. Espero a echarle un vistazo para comprobar lo gracioso que puede verse vestido en algo que es un par de talles menos, no me olvido de la varita que tengo en el bolsillo de mi vaquero, y no la uso aún porque miro su mano extendida al presentarse muy educadamente y… lo arruina con al seguir abriendo la boca. —No voy a agrandar nada allí— replico, incluso hago una mueca de iugh.
Pero la disculpa por el susto llega, necesitaría algo más de mérito para poder confiar del todo en alguien que está en carteles de buscados, por el momento basta. —No tienes que preocuparte por eso, soy una especialista en ilusionarme. Me ilusiono con al menos cinco cosas nuevas antes de las nueve de la mañana. Es un arte que se trabaja todos los días…— bromeo, aunque no creo que lo entienda. ¿Dijo que no tenía imaginación? ¡Uf! Si no tuviera imaginado, no habría podido vivir tantos años en una casa en escala de grises. —Soy Synnove— me presento, sacando mi varita para apuntar primero a una prenda, luego a la otra, adecuándolas a un tamaño que no lo estrangulen en sus partes sensibles. —Todos me dicen Syv— añado, salvo mi hermano mayor, ese es otro cantar, que no se canta en esta casa. —Cierto, ya te lo había dicho…— recuerdo, es culpa de toda la situación extraña. —¿Quieres comer algo? Sé que eres un chico que es perro, un perro que es chico, pero sé hacer sándwich de verduras si tienes hambre— me ofrezco.
Me mofo con una risa sarcástica y entrecortada cuando me ofrece uno de sus vestidos, unos que de seguro son más cómodos que estos shorts pero que dudo igualmente que me queden bien; alta o no, mi espalda sigue siendo más ancha que la suya y creo que tampoco sería una imagen agradable de ver — ¡Hablo del pantalón! — que vergüenza, si en verdad pensaba que estaba pidiendo que agrande otra cosa... No, de verdad espero que Ivar no se entere de todo esto o me pondrá de patitas en la calle por contaminar la mente de su blanca hija con mis tonterías.
Aunque en principio le sonrío por su sinceridad sobre su facilidad frente a las ilusiones, ensancho la mueca con gracia al oír como se presenta una vez más en lo que dejo la toalla sobre el mango de la ducha y me hago con la remera — Syv es más fácil de pronunciar que... ¿Syv.. Synnove dijiste? ¿Qué clase de nombre es ese? — no es con mala intención, pero suena diferente a todos los nombres que acostumbro a escuchar. Me estoy pasando la remera por la cabeza cuando siento que la tela aprieta un poco menos y puedo colocarla con comodidad, lo que me da a entender que me ha hecho caso y ya no seré castrado por un pantalón demasiado ajustado — Gracias. Y gracias por quitarme la mugre — me llevo una mano a la boca y lanzo algo de aliento; ya tendré que encargarme de eso luego. Mis preocupaciones sobre la higiene quedan en segundo plano porque no me importa lo que sea, ella habla de comida y creo que se le pinta en la cara la cantidad de hambre que traigo encima — Sí, por favor. Llevo días comiendo porquerías robadas o simplemente... sin comer — me palmeo la panza, estoy seguro de que estoy incluso más delgado que antes. Las clavículas me saludan cada vez con mayor efusividad.
Es automático, abro la puerta como si fuese mi casa y vuelvo a cerrarla cuando me percato de un detalle — No puedo salir así. ¿Qué si tu madre me ve? — hasta donde tengo entendido, ella es el mayor problema para mi estadía y salud en esta casa— Puedo ir a tu dormitorio en forma de perro y cerrar la puerta, aunque tú das las órdenes aquí. ¿O no te dejan meter chicos en tu cuarto? — quiero sonar bromista, pero sé que fallo en el intento. No quiero problemas con las normas de esta casa, no mientras viva de prestado.
Aunque en principio le sonrío por su sinceridad sobre su facilidad frente a las ilusiones, ensancho la mueca con gracia al oír como se presenta una vez más en lo que dejo la toalla sobre el mango de la ducha y me hago con la remera — Syv es más fácil de pronunciar que... ¿Syv.. Synnove dijiste? ¿Qué clase de nombre es ese? — no es con mala intención, pero suena diferente a todos los nombres que acostumbro a escuchar. Me estoy pasando la remera por la cabeza cuando siento que la tela aprieta un poco menos y puedo colocarla con comodidad, lo que me da a entender que me ha hecho caso y ya no seré castrado por un pantalón demasiado ajustado — Gracias. Y gracias por quitarme la mugre — me llevo una mano a la boca y lanzo algo de aliento; ya tendré que encargarme de eso luego. Mis preocupaciones sobre la higiene quedan en segundo plano porque no me importa lo que sea, ella habla de comida y creo que se le pinta en la cara la cantidad de hambre que traigo encima — Sí, por favor. Llevo días comiendo porquerías robadas o simplemente... sin comer — me palmeo la panza, estoy seguro de que estoy incluso más delgado que antes. Las clavículas me saludan cada vez con mayor efusividad.
Es automático, abro la puerta como si fuese mi casa y vuelvo a cerrarla cuando me percato de un detalle — No puedo salir así. ¿Qué si tu madre me ve? — hasta donde tengo entendido, ella es el mayor problema para mi estadía y salud en esta casa— Puedo ir a tu dormitorio en forma de perro y cerrar la puerta, aunque tú das las órdenes aquí. ¿O no te dejan meter chicos en tu cuarto? — quiero sonar bromista, pero sé que fallo en el intento. No quiero problemas con las normas de esta casa, no mientras viva de prestado.
—¡No hace falta que grites!— exclamo, recordándole que debe mantener el tono porque mis padres están cerca. Ni se por qué lo hacemos si a estas alturas deben estar con un griterío igual o peor como para no escuchar, que seguro han silenciado el despacho así no se oye nada por fuera de la puerta, que no haya ruido me preocupa más a que se estén tirando cosas. No, no creo, mamá está con la terapia y eso debe mantener su mal temperamento a raya, seguro que llegan a un acuerdo en el que… sí, claro, mi madre termine por aceptar que un criminal se quede en nuestra casa, suena tan factible, tan propio de ella. Sigue mintiéndote, Synnove, lo has hecho bien por años.
El enojo no es algo que me dure demasiado, tiendo fácil a caer en la amabilidad hacia otros y es el tonito que a veces le sale a este chico en la manera en que me habla, que hace que se junten mis cejas rubias en un gesto molesto. Comienzo a creer que no se da cuenta de lo impertinente que puede ser, hay otras personas que me han dicho que mi nombre es fuera de lo común, pero no me lo han preguntado así como lo hace él, un tanto irrespetuoso. —Es un nombre del norte. Pero mucho más allá del norte que seguro conoces, el verdadero norte— es como lo explico siempre. Ese lugar imagino blanco como lo es mi cabello, porque papá ha dicho alguna vez que físicamente soy igual a mi abuela, desbaratando todas mis preguntas si es que soy adoptada porque no me parezco ni a él, ni a mi madre.
Tomo su agradecimiento con la modestia que puedo, creo que con renovado color en las mejillas, porque se me entrecruzan un poco los pensamientos sobre que he bañado a este chico en su forma animal y no es algo sobre lo que quiera volver a comentar después, si es incluso más incómodo que cuando me tocó ayudar a Sami a desnudarse una vez, con él al menos tenía algo de confianza. Este chico, en cambio, toma el ofrecimiento de mi sándwich de verduras que es mi ofrenda de paz, con un abuso que me sorprende porque a la primera está preguntando si puede ir a mi cuarto. Me paro todo lo alta que soy, respondiendo con lo primero que se me pasa por la mente. —Nunca he llevado a un chico a mi cuarto a los cinco minutos de conocerlo,— me ofendo, pero salvo que le traiga el sanwich al baño y estemos todo el día atrincherados aquí, queda que lo lleve a mi pieza o a la de Simon. —Pero si prometes comportarte, dejaré que te escondas allí.
—Lo mejor es que mi madre ni te vea hasta que papá logre convencerla— pienso en voz alta. Entreabro la puerta que él cerró de sopetón para espiar el pasillo, —Puedes ir corriendo hacia cualquiera de las habitaciones que están al final del pasillo, si hay dibujos es la mía, si hay un televisor con videojuegos es de mi hermano— lo instruyo, —yo iré a buscar el sándwich—. No sé por qué actúo como si yo fuera la que tiene que andar de puntillas, pero así lo hago hasta llegar a la cocina y saco con la menor cantidad de ruidos posibles, todas las verduras de la canasta para ir armando el sándwich.
El enojo no es algo que me dure demasiado, tiendo fácil a caer en la amabilidad hacia otros y es el tonito que a veces le sale a este chico en la manera en que me habla, que hace que se junten mis cejas rubias en un gesto molesto. Comienzo a creer que no se da cuenta de lo impertinente que puede ser, hay otras personas que me han dicho que mi nombre es fuera de lo común, pero no me lo han preguntado así como lo hace él, un tanto irrespetuoso. —Es un nombre del norte. Pero mucho más allá del norte que seguro conoces, el verdadero norte— es como lo explico siempre. Ese lugar imagino blanco como lo es mi cabello, porque papá ha dicho alguna vez que físicamente soy igual a mi abuela, desbaratando todas mis preguntas si es que soy adoptada porque no me parezco ni a él, ni a mi madre.
Tomo su agradecimiento con la modestia que puedo, creo que con renovado color en las mejillas, porque se me entrecruzan un poco los pensamientos sobre que he bañado a este chico en su forma animal y no es algo sobre lo que quiera volver a comentar después, si es incluso más incómodo que cuando me tocó ayudar a Sami a desnudarse una vez, con él al menos tenía algo de confianza. Este chico, en cambio, toma el ofrecimiento de mi sándwich de verduras que es mi ofrenda de paz, con un abuso que me sorprende porque a la primera está preguntando si puede ir a mi cuarto. Me paro todo lo alta que soy, respondiendo con lo primero que se me pasa por la mente. —Nunca he llevado a un chico a mi cuarto a los cinco minutos de conocerlo,— me ofendo, pero salvo que le traiga el sanwich al baño y estemos todo el día atrincherados aquí, queda que lo lleve a mi pieza o a la de Simon. —Pero si prometes comportarte, dejaré que te escondas allí.
—Lo mejor es que mi madre ni te vea hasta que papá logre convencerla— pienso en voz alta. Entreabro la puerta que él cerró de sopetón para espiar el pasillo, —Puedes ir corriendo hacia cualquiera de las habitaciones que están al final del pasillo, si hay dibujos es la mía, si hay un televisor con videojuegos es de mi hermano— lo instruyo, —yo iré a buscar el sándwich—. No sé por qué actúo como si yo fuera la que tiene que andar de puntillas, pero así lo hago hasta llegar a la cocina y saco con la menor cantidad de ruidos posibles, todas las verduras de la canasta para ir armando el sándwich.
— ¿A qué llamas el "verdadero norte"? Yo soy del norte. ¿Te refieres a las montañas nevadas más allá del catorce? — me olvido por un momento que ella no debe tener idea de qué le estoy hablando y le pido disculpa levantando una mano con un movimiento de la cabeza. Es extraño pensar en esos paisajes, se sienten como un sueño demasiado bueno como para haber sido verdad durante casi toda mi vida — Sea como sea, jamás lo había escuchado. Es lindo — quizá si le tiro flores ya no me mirará de esa manera. Una vez papá me dijo que para calmar a una chica debería decirle cosas bonitas y no sé si este es el caso, pero al menos lo intento.
Me paro derecho como soldado y creo una aureola con mis manos sobre mi cabeza en un intento de señalar que me portaré bien — Ya verás. Seré la mejor mascota que tendrás en tu vida — prometo, soy bueno y me ahorro los chistes sobre chicos y cinco minutos. Todo su plan suena demasiado elaborado, ruedo los ojos y doy un asentimiento en lo que ella sale en puntillas hacia la cocina y yo no me voy con rodeos. Me transformo en perro y salgo del baño con el rabo en alto, notando que mi pelaje se ve mucho más blanco y suave que antes. Bien, al menos algo ha salido bien de todo esto. Asomo la cabeza por el primer dormitorio que encuentro y sí, me siento tentado ante la presencia de una consola de videojuegos. Para evitar un trago amargo, doy marcha atrás y sigo hasta el cuarto siguiente, en la cual ingreso solo para encontrarme en un cuarto algo más femenino. Asumo que es el suyo, los dibujos están a la vista y tengo que regresar a mi forma humana para poder verlos mejor.
Mis dedos apenas empujan la puerta hasta que se cierra y ni siquiera me fijo en ella, tengo los ojos puestos en las figuras que decoran las hojas con trazos que denotan dedicación. Me pregunto si será una violación a su privacidad si los miro, pero tampoco es que los tenga escondidos. Para cuando ella entra, estoy de pie sosteniendo lo que parece ser el retrato de una mujer rubia y le echo un vistazo sobre el hombro — Tú los haces, ¿no es así? — apoyo el papel con cuidado sobre el escritorio y me giro hacia ella, acomodándome la remera — Tienes talento, yo no sé hacer nada. Bueno, salvo algo de magia y meterme en problemas, pero creo que eso no es ninguna novedad — sin pedir permiso, me dejo caer en el borde de su cama, hago rebotar mi trasero y tiendo mis manos para aceptar su sándwich — ¿Qué edad tienes? ¿Sigues en la escuela? Una vez conocí a una chica del Capitolio y salimos a comer, pero no me contó sobre cómo es ir a un colegio normal. Tengo un amigo que me dio una idea, pero... — alzo un hombro — Cualquier cosa que pudieran contarme cambia mucho de panorama si lo veo desde adentro. El Capitolio es... bueno, demasiado — por no decir "asfixiante".
Me paro derecho como soldado y creo una aureola con mis manos sobre mi cabeza en un intento de señalar que me portaré bien — Ya verás. Seré la mejor mascota que tendrás en tu vida — prometo, soy bueno y me ahorro los chistes sobre chicos y cinco minutos. Todo su plan suena demasiado elaborado, ruedo los ojos y doy un asentimiento en lo que ella sale en puntillas hacia la cocina y yo no me voy con rodeos. Me transformo en perro y salgo del baño con el rabo en alto, notando que mi pelaje se ve mucho más blanco y suave que antes. Bien, al menos algo ha salido bien de todo esto. Asomo la cabeza por el primer dormitorio que encuentro y sí, me siento tentado ante la presencia de una consola de videojuegos. Para evitar un trago amargo, doy marcha atrás y sigo hasta el cuarto siguiente, en la cual ingreso solo para encontrarme en un cuarto algo más femenino. Asumo que es el suyo, los dibujos están a la vista y tengo que regresar a mi forma humana para poder verlos mejor.
Mis dedos apenas empujan la puerta hasta que se cierra y ni siquiera me fijo en ella, tengo los ojos puestos en las figuras que decoran las hojas con trazos que denotan dedicación. Me pregunto si será una violación a su privacidad si los miro, pero tampoco es que los tenga escondidos. Para cuando ella entra, estoy de pie sosteniendo lo que parece ser el retrato de una mujer rubia y le echo un vistazo sobre el hombro — Tú los haces, ¿no es así? — apoyo el papel con cuidado sobre el escritorio y me giro hacia ella, acomodándome la remera — Tienes talento, yo no sé hacer nada. Bueno, salvo algo de magia y meterme en problemas, pero creo que eso no es ninguna novedad — sin pedir permiso, me dejo caer en el borde de su cama, hago rebotar mi trasero y tiendo mis manos para aceptar su sándwich — ¿Qué edad tienes? ¿Sigues en la escuela? Una vez conocí a una chica del Capitolio y salimos a comer, pero no me contó sobre cómo es ir a un colegio normal. Tengo un amigo que me dio una idea, pero... — alzo un hombro — Cualquier cosa que pudieran contarme cambia mucho de panorama si lo veo desde adentro. El Capitolio es... bueno, demasiado — por no decir "asfixiante".
Abro y cierro mi boca varias veces, se me enrojecen un poco las mejillas como si hubiera sido pillada en una mentira, pero estoy diciendo la verdad. Somos del verdadero norte. Papá me lo dijo, Jakobe me lo confirmó. Sacudo mi mano en el aire, haciendo un gesto hacia algo invisible e inexistente que está por encima de su hombro. —Sí, sí. Dónde sea. Está más allá… más allá de lo que ves…— balbuceo. —En un lugar demasiado lejano como para que puedas conocerlo—. ¿Y si en realidad no existe? Si mi padre y mi hermano mayor vinieron para Neopanem, es posible que no haya quedado nada por fuera de sus fronteras, no es una idea delirante dentro de la mente de una chica que ha nacido, crecido y sigue viviendo en el Capitolio, en el mismo departamento toda su vida. —Es hermoso— defiendo a mi fantasía de ese país ideal con un calificativo que supera al suyo, tal vez lo hago con un poco de arrogancia, retándolo a que trate de negármelo.
No tuve otras mascotas con las que puedo compararlo y lo mismo mis expectativas son altas, porque las de mi madre serán peores. Estoy más acostumbrada que cualquiera a las manías que ella tiene, me creo capaz de conseguir de mi mascota un comportamiento impecable, el problema es que no se trata de un simple perro al que puedo tironear de la correa si se porta mal, sino de un chico que está señalado como una amenaza para el país y no sé si ese antecedente puedo pasar de largo para darle el premio al perro del año, por muy obediente que sea. —Si te sientes confiado en conseguir ese mérito, bien por ti…—, al menos sé que lo intentará y eso hará que todo sea más llevadero, no tendré que estar educándolo con indicaciones y refuerzos positivos, sino que podré dialogar con él, ¿no? No lo sé a ciencia cierta, antes de hacerme cargo de inculcarle disciplina a un chico cuya edad debe estar entre la mía y la de Simon, quizás sí me convenía adoptar un perro.
Lo bueno de todo esto es que no puso pegas para comer verduras, ¡es buen comienzo! Podría llevarnos bien, si para cuando vuelvo a la habitación no lo encuentro con las patas sucias en la cama, ¿había dicho que se transformaría en perro otra vez? Sin embargo, sigue siendo un chico cuando lo encuentro curioseando entre los bocetos que están adheridos a la pared así puedo evaluar mi técnica y mis progresos, con toda esa galería de rostros que algo significan para mí. Desde mi profesora de arte, hasta una simple esclava. Pasando por la amiga de papá que siempre viene a casa y un par de veces hablamos sobre dibujar, también la pequeña Meyer y la cara de Mimi casi en el centro mismo del mural. Mamá no está allí. Entre el montón hay una fila nueva de rostros masculinos, comenzando por el de Jakobe, al lado está un poco más borroso lo poco que puedo recordar de Sami y uno apenas empezado de Simon.
Trato de verlo con los ojos de mi nueva mascota, juzgarme a mí misma y me sorprende de buenas a primera diciéndome que no tiene ningún talento. —¡Eso no es cierto! Todos tenemos un talento, viene con cada uno, Lara me lo dijo también— sostengo con todo mi convencimiento, —¿Seguro que no lo tienes? Transformarte en un perro podría ser uno—, que si bien es un gran don, uno que yo no creo que alcance con mis conocimientos de magia, creo que no es del tipo de talento del que hablábamos, aunque podría ser indicio de uno. — Tengo casi veinte años—, siempre redondeando para arriba así me veo más adulta, más seria. —Y sí, todavía voy a la escuela, estudio Leyes— suspiro, dejando que se note que lo estoy haciendo más que nada para acabar las materias obligatorias y con toda mi inspiración puesta últimamente en las clases extras de arte. —El Capitolio no… es tan grande, ni tan genial. No cuando pasas casi veinte años aquí. ¿Cómo es el norte? Tengo una amiga que vive allí, pero no puede contarme mucho. ¿Qué hay por allá?— indago.
No tuve otras mascotas con las que puedo compararlo y lo mismo mis expectativas son altas, porque las de mi madre serán peores. Estoy más acostumbrada que cualquiera a las manías que ella tiene, me creo capaz de conseguir de mi mascota un comportamiento impecable, el problema es que no se trata de un simple perro al que puedo tironear de la correa si se porta mal, sino de un chico que está señalado como una amenaza para el país y no sé si ese antecedente puedo pasar de largo para darle el premio al perro del año, por muy obediente que sea. —Si te sientes confiado en conseguir ese mérito, bien por ti…—, al menos sé que lo intentará y eso hará que todo sea más llevadero, no tendré que estar educándolo con indicaciones y refuerzos positivos, sino que podré dialogar con él, ¿no? No lo sé a ciencia cierta, antes de hacerme cargo de inculcarle disciplina a un chico cuya edad debe estar entre la mía y la de Simon, quizás sí me convenía adoptar un perro.
Lo bueno de todo esto es que no puso pegas para comer verduras, ¡es buen comienzo! Podría llevarnos bien, si para cuando vuelvo a la habitación no lo encuentro con las patas sucias en la cama, ¿había dicho que se transformaría en perro otra vez? Sin embargo, sigue siendo un chico cuando lo encuentro curioseando entre los bocetos que están adheridos a la pared así puedo evaluar mi técnica y mis progresos, con toda esa galería de rostros que algo significan para mí. Desde mi profesora de arte, hasta una simple esclava. Pasando por la amiga de papá que siempre viene a casa y un par de veces hablamos sobre dibujar, también la pequeña Meyer y la cara de Mimi casi en el centro mismo del mural. Mamá no está allí. Entre el montón hay una fila nueva de rostros masculinos, comenzando por el de Jakobe, al lado está un poco más borroso lo poco que puedo recordar de Sami y uno apenas empezado de Simon.
Trato de verlo con los ojos de mi nueva mascota, juzgarme a mí misma y me sorprende de buenas a primera diciéndome que no tiene ningún talento. —¡Eso no es cierto! Todos tenemos un talento, viene con cada uno, Lara me lo dijo también— sostengo con todo mi convencimiento, —¿Seguro que no lo tienes? Transformarte en un perro podría ser uno—, que si bien es un gran don, uno que yo no creo que alcance con mis conocimientos de magia, creo que no es del tipo de talento del que hablábamos, aunque podría ser indicio de uno. — Tengo casi veinte años—, siempre redondeando para arriba así me veo más adulta, más seria. —Y sí, todavía voy a la escuela, estudio Leyes— suspiro, dejando que se note que lo estoy haciendo más que nada para acabar las materias obligatorias y con toda mi inspiración puesta últimamente en las clases extras de arte. —El Capitolio no… es tan grande, ni tan genial. No cuando pasas casi veinte años aquí. ¿Cómo es el norte? Tengo una amiga que vive allí, pero no puede contarme mucho. ¿Qué hay por allá?— indago.
En medio del clásico discurso motivacional de que todos somos especiales y tenemos algo con qué lucirnos, hay un nombre que me resulta familiar y me provoca mirar su decoración con algo más de atención. No me gusta sentir que hay un destino uniendo nuestros hilos y moviéndonos a todos nosotros como los personajes aburridos de un juego de ajedrez, pero siento una extraña y desagradable sensación en mi interior cuando reconozco la imagen de Lara Scott entre sus dibujos. Mis labios se prensan y apenas oigo como me cuenta de su vida común y corriente, echándole un vistazo irónico cuando menciona que estudia leyes — Y me tienes a mí en tu dormitorio… — apunto, a ver si cae en su falla como futura abogada, jueza o lo que quiera ser. Ya empezó con el pie izquierdo — ¿Hablas de Mimi? — señalo con el mentón en dirección a su retrato en lo que me hago con el sándwich y le doy un mordisco. Está en un sitio central, asumo que deben conocerse y que viva en el norte es una pista suficiente como para arriesgarme — No podré decirte mucho más que ella, he visto muy poco porque me la he pasado encerrado. Pero las casas son mucho más sucias, hay recursos escasos y muchas calles huelen para la mierda. El catorce era mucho mejor, era… bueno, verde y grande y libre… — tal vez no lo teníamos todo, pero era suficiente. Es extraño poder decir esto luego de haber querido salir de allí toda la vida.
Empujo una verdura dentro de mi boca y me relamo para hablar sin tener un trozo de comida entre los dientes — ¿Nunca saliste del Capitolio? Podría enseñarte animagia. Se me da bien, creo que sería un buen estudiante si me educase como un mago normal — en un universo paralelo, posiblemente. Sigo algo inquieto, así que no puedo callarme por mucho más tiempo — ¿De dónde conoces a todas esas personas? — pregunto, señalando primero a Eloise Leblanc y luego a la mujer morena que me metió en problemas sin tener repercusiones sobre mi propio sufrimiento — La conozco. No es una buena persona — no sé qué dijo de mí al gobierno, pero fue suficiente como para que los aurores, en especial el mastodonte de Tyler, se divirtieran de lo lindo conmigo. El recuerdo hace que me tantee el bolsillo y pueda sentir que aún tengo conmigo el anillo de mi madre. No sé por qué me molesto en conservarlo: puede que sea lo único que tengo de mis padres, pero viene ligado a un recuerdo desagradable que me gustaría enterrar. A veces el sentimentalismo nos juega malas pasadas.
Tengo hambre, pero también siento que se me ha cerrado un poco el estómago, así que miro al emparedado como si éste tuviese las respuestas a mis problemas existenciales — ¿Cómo es crecer aquí? Quiero decir, tienes una familia normal en la ciudad más grande del país. Suena bastante convencional — una palabra aprendida de los libros que consumía porque no tenía mucho entretenimiento, para variar — No entiendo cómo es que una estudiante de Leyes no esté llamando a la policía en una situación como esta, si me permites decirlo — o confía mucho en el criterio de su padre, es hipócrita o me está engañando para entregarme, quizá una mezcla de todo eso.
Empujo una verdura dentro de mi boca y me relamo para hablar sin tener un trozo de comida entre los dientes — ¿Nunca saliste del Capitolio? Podría enseñarte animagia. Se me da bien, creo que sería un buen estudiante si me educase como un mago normal — en un universo paralelo, posiblemente. Sigo algo inquieto, así que no puedo callarme por mucho más tiempo — ¿De dónde conoces a todas esas personas? — pregunto, señalando primero a Eloise Leblanc y luego a la mujer morena que me metió en problemas sin tener repercusiones sobre mi propio sufrimiento — La conozco. No es una buena persona — no sé qué dijo de mí al gobierno, pero fue suficiente como para que los aurores, en especial el mastodonte de Tyler, se divirtieran de lo lindo conmigo. El recuerdo hace que me tantee el bolsillo y pueda sentir que aún tengo conmigo el anillo de mi madre. No sé por qué me molesto en conservarlo: puede que sea lo único que tengo de mis padres, pero viene ligado a un recuerdo desagradable que me gustaría enterrar. A veces el sentimentalismo nos juega malas pasadas.
Tengo hambre, pero también siento que se me ha cerrado un poco el estómago, así que miro al emparedado como si éste tuviese las respuestas a mis problemas existenciales — ¿Cómo es crecer aquí? Quiero decir, tienes una familia normal en la ciudad más grande del país. Suena bastante convencional — una palabra aprendida de los libros que consumía porque no tenía mucho entretenimiento, para variar — No entiendo cómo es que una estudiante de Leyes no esté llamando a la policía en una situación como esta, si me permites decirlo — o confía mucho en el criterio de su padre, es hipócrita o me está engañando para entregarme, quizá una mezcla de todo eso.
—¿A qué viene eso?— pregunto por ese comentario suyo al pasar, —estaba por fin superando mi crisis de todos vamos a morir, como para que vengas otra vez a recordarme de que este es el peor lugar en el mundo para esconder a un enemigo del país— suspiro tan dramáticamente que para adornar el acto podría dejarme caer en el suelo, rodear mis rodillas con los brazos y lloriquear que es otro de mis talentos. Pero tenerlo comiendo verduras en mi dormitorio, no lo hace tan mala persona a mis ojos, si hasta parece un chico normal, de esos que veo todos los días en la escuela. El baño le ha sentado bien y con la ropa de mi hermano, parece un friki más de los muchos que hay. —¡¿Conoces a Mimi?!— exclamo, tan emocionada de esta persona que la ha visto a ella, que ahora está conmigo, que actúa casi como un contacto indirecto físico real entre nosotras. ¡Llevo años queriendo verla otra vez! Y una cosa y otra, mi miedo a dejar el Capitolio, las excusas que me pongo a mí misma, no lo hicieron posible.
También quiero preguntarle cómo está ella, con toda la seguridad reforzada en la ciudad, se han tomado otras medidas en las que percibo que hasta nuestros paseos por internet son controlados por un ojo invisible. ¿Paranoia? Quizás. Culpemos a los dementores en la vereda que no pueda confiar en que haya sitio seguro donde ser uno mismo y encontrarse con viejos amigos que viven entre rebeldes. Mis ojos para ver el mundo por el momento los tiene este muchacho, y es una vista tan triste, que se me caen los hombros de la desilusión. Su mención al catorce hace que recobre mi curiosidad por tierras que están mucho más allá de mi imaginación. — ¿Dónde estaba el catorce? ¿Había algo más cerca? ¿Otros distritos? ¿El quince? ¿El dieciséis?— insisto, con un interés casi infantil que no toma consciencia sobre que ese lugar fue su hogar y lo arrasaron a fuego, sólo puedo pensarlo como un punto más en el mapa.
—¿Yo? ¿Animagia?—. Nunca me lo planteé, mis intereses siempre estuvieron puestos en otros ambientes y para ser una estudiante con calificaciones sobresalientes en casi todo, mi dedicación a todo lo que requiera del uso de varita es casi escasa. Sí la uso como una herramienta más en mis dibujos, es lo que hace posible que algunos trazos se muevan de lugar, y sin embargo, no lo hago con los retratos. —Supongo que podría enseñarte algunas cosas si quieres…—. ¿Segura que quiero mostrarle algunos hechizos de un tipo que está entre los buscados? Tal vez. —¿Cómo aprendiste a ser animago si no fuiste a la escuela?— pregunto, dejando que siga con su inspección de mis bocetos hasta que se detiene en uno que me obliga a girar mi cabeza. — ¿Lara? Si delante de mamá dices que no te cae bien, le agradarás de inmediato. A ella tampoco le gusta…—. No sé qué tanto se le revela de los líos familiares al perro de la casa. —A mí me cae bien, a veces hablamos cuando espera a papá, ella dice que le gustan las personas que sienten pasión por algo y pide ver mis dibujos— le cuento. Si tuviera que guiarme por las personas que les agradan o desagradan a mis padres…
Puede decirle cómo es crecer aquí: solitario. Si no contesto a eso es porque una carcajada vacía se me escapa y tengo que sacarlo de su error, si será la mascota de esta familia, tengo que empezar a aclararle un par de cuestiones. —No somos una familia normal, más bien… somos bastante peculiares—. Rodeo la cama en la que está sentado comiendo el sándwich que le preparé, para sentarme en medio de las mantas y traer una almohada sobre mi regazo así puedo abrazarme a ella. Escondo mis pies enfundados en medias debajo de mi cuerpo, siento que la tela húmeda de mi ropa se adhiere un poco a mi piel y lo ignoro. —¿Por qué lo haría? ¡Metería a toda mi familia en problemas! ¡Se llevarían a papá!—, ¿a qué viene esa pregunta? Me da un cosquilleo incómodo por todo el cuerpo que tenga esa duda, ¿a eso ha venido? ¿A traernos problemas? ¿Es lo que busca? ¿Por qué pagaría así al favor que le hizo mi padre de cuidarlo y darle un hogar? Es vil, es pura maldad. No, no creo que tenga esa actitud mezquina, como yo tampoco tengo la intención de llamar a ningún auror… si bien tengo a Nate y a Jakobe entre mis contactos más inmediatos. Sólo… no haría algo que pondría en peligro a papá. —Papá ayuda a niños en problemas, ya lo sabrás. Mamá no lo sabía, yo tampoco. Por años creímos que papá tenía una familia paralela, con una amante y un hijo. Pero no…— me muerdo la lengua para contar la verdad de Simon, no, no puedo decírselo a quien será la mascota de los dos. —No es tan así… al final la mamá de Simon murió y él vino a vivir con nosotros. Ya ves, no somos una familia normal.
También quiero preguntarle cómo está ella, con toda la seguridad reforzada en la ciudad, se han tomado otras medidas en las que percibo que hasta nuestros paseos por internet son controlados por un ojo invisible. ¿Paranoia? Quizás. Culpemos a los dementores en la vereda que no pueda confiar en que haya sitio seguro donde ser uno mismo y encontrarse con viejos amigos que viven entre rebeldes. Mis ojos para ver el mundo por el momento los tiene este muchacho, y es una vista tan triste, que se me caen los hombros de la desilusión. Su mención al catorce hace que recobre mi curiosidad por tierras que están mucho más allá de mi imaginación. — ¿Dónde estaba el catorce? ¿Había algo más cerca? ¿Otros distritos? ¿El quince? ¿El dieciséis?— insisto, con un interés casi infantil que no toma consciencia sobre que ese lugar fue su hogar y lo arrasaron a fuego, sólo puedo pensarlo como un punto más en el mapa.
—¿Yo? ¿Animagia?—. Nunca me lo planteé, mis intereses siempre estuvieron puestos en otros ambientes y para ser una estudiante con calificaciones sobresalientes en casi todo, mi dedicación a todo lo que requiera del uso de varita es casi escasa. Sí la uso como una herramienta más en mis dibujos, es lo que hace posible que algunos trazos se muevan de lugar, y sin embargo, no lo hago con los retratos. —Supongo que podría enseñarte algunas cosas si quieres…—. ¿Segura que quiero mostrarle algunos hechizos de un tipo que está entre los buscados? Tal vez. —¿Cómo aprendiste a ser animago si no fuiste a la escuela?— pregunto, dejando que siga con su inspección de mis bocetos hasta que se detiene en uno que me obliga a girar mi cabeza. — ¿Lara? Si delante de mamá dices que no te cae bien, le agradarás de inmediato. A ella tampoco le gusta…—. No sé qué tanto se le revela de los líos familiares al perro de la casa. —A mí me cae bien, a veces hablamos cuando espera a papá, ella dice que le gustan las personas que sienten pasión por algo y pide ver mis dibujos— le cuento. Si tuviera que guiarme por las personas que les agradan o desagradan a mis padres…
Puede decirle cómo es crecer aquí: solitario. Si no contesto a eso es porque una carcajada vacía se me escapa y tengo que sacarlo de su error, si será la mascota de esta familia, tengo que empezar a aclararle un par de cuestiones. —No somos una familia normal, más bien… somos bastante peculiares—. Rodeo la cama en la que está sentado comiendo el sándwich que le preparé, para sentarme en medio de las mantas y traer una almohada sobre mi regazo así puedo abrazarme a ella. Escondo mis pies enfundados en medias debajo de mi cuerpo, siento que la tela húmeda de mi ropa se adhiere un poco a mi piel y lo ignoro. —¿Por qué lo haría? ¡Metería a toda mi familia en problemas! ¡Se llevarían a papá!—, ¿a qué viene esa pregunta? Me da un cosquilleo incómodo por todo el cuerpo que tenga esa duda, ¿a eso ha venido? ¿A traernos problemas? ¿Es lo que busca? ¿Por qué pagaría así al favor que le hizo mi padre de cuidarlo y darle un hogar? Es vil, es pura maldad. No, no creo que tenga esa actitud mezquina, como yo tampoco tengo la intención de llamar a ningún auror… si bien tengo a Nate y a Jakobe entre mis contactos más inmediatos. Sólo… no haría algo que pondría en peligro a papá. —Papá ayuda a niños en problemas, ya lo sabrás. Mamá no lo sabía, yo tampoco. Por años creímos que papá tenía una familia paralela, con una amante y un hijo. Pero no…— me muerdo la lengua para contar la verdad de Simon, no, no puedo decírselo a quien será la mascota de los dos. —No es tan así… al final la mamá de Simon murió y él vino a vivir con nosotros. Ya ves, no somos una familia normal.
— Si estudias leyes y ayudas a un enemigo público del estado, es contradictorio en sí mismo — me explico con un encogimiento de hombros, tal y como si estuviera hablando de algo más que obvio. Me estoy tratando de peinar el cabello mojado con la mano que tengo libre, pero el gritito que da cuando menciono a Mimi me produce el atajar el sándwich con mis diez dedos para que no se me caiga al suelo y desparrame verduras en todas direcciones — Sí, bueno, nos hemos cruzado. Compartimos techo un tiempo… — lo dejo ahí y la miro con sospecha, como si de esa manera pudiese medir qué tanto sabe y hasta qué punto puedo abrir la boca — Pero no somos amigos. Bueno, no lo sé, me agrada pero… eso es todo — no hay mucho que contar, con suerte he conseguido que me explique algo de computadoras en el poco tiempo que coincidimos en el loft. ¿Por qué se siente tan lejano?
No me esperaba un bombardeo sobre el catorce y me encuentro masticando algo más lento en lo que la miro, esperando comprender su efusión curiosa. Debe ser por la misma razón que yo me la paso preguntando por lo que desconozco, así que intento ser lo más sincero posible en lo que me tomo mi tiempo para tragar y hacer una lista de detalles en mi cabeza — No había otros distritos, pero teníamos un par de refugios perdidos por la zona. Solíamos bañarnos en grutas y en verano pasábamos las tardes en el río. Había… un claro y se podían ver las montañas. Y siempre, siempre, podías escuchar a las aves — no como aquí, que los edificios son inmensos y el verde se siente demasiado artificial. Me froto el pecho con lentitud, ahí donde siento la molestia generada por una añoranza tan grande que creí ignorarla — Era un sitio genial. Daría lo que fuese por recuperarlo — igual que a todas las personas que murieron allí, inocentes en el acto de sobrevivir otro día. Con mentiras o no, el catorce era mi hogar y mi identidad. Ahora soy solo trozos.
— Sí, quiero — tal vez sueno demasiado efusivo y determinado, pero no me demoro un segundo en contestar porque sé que necesito aprender más magia, de dónde sea y cómo sea. En vista de las circunstancias, todo conocimiento será de ayuda si hay dementores por ahí buscándome con tanta insistencia — Un amigo me enseñó y controló mi procedimiento. No fue fácil y hasta se volvió irritante, pero lo logré sin necesidad de repetir el procedimiento. Estoy bastante orgulloso de eso — creo que no tiene nada de malo admitirlo. Lo que no puedo comprender es su opinión sobre Lara, aunque tengo que admitir internamente que no se veía tan mal la primera vez que nos conocimos. Fueron las experiencias las que me llevaron a hacerme una idea sobre ella y creo que Powell me dio un muy sabio consejo al decirme que no debo confiar en extraños. Irónico que los Lackberg lo sean — Ella trabaja para el gobierno — digo con simpleza, pellizco un trozo de pan y me lo tiro dentro de la boca. No hay necesidad de contar que me han torturado de más en base a lo que contó sobre mí, ese es un asunto entre los aurores, el ministro de justicia y yo. Vamos, que ese sujeto les dio luz verde para volverme un juguete.
Me recuerdo que no me he mejorado del todo cuando tengo que cubrirme la boca con el brazo para poder toser, intentando ahogar un poco el sonido — ¿Peculiares, dices? — yo los veo bastante cordiales, no entiendo la mentalidad de su madre pero sé que no todo el mundo estará de acuerdo con tener un perro callejero en su casa. Me acomodo en lo que ella hace lo mismo, dejo mis piernas estiradas colgando por el borde de la cama y recargo la espalda en la pared, me siento mucho más relajado cuando la idea de venderme no parece estar entre sus opciones — Tu padre no parece el tipo que tendría una amante, pero no lo conozco como para saber de dónde sacaban esas ideas — tampoco me interesa meterme en sus problemas familiares. Abro la boca en forma de “ohhh” cuando me da a entender que su hermano es adoptado — Eso es más normal de lo que crees. Verás, yo me crié con un sujeto que yo sabía que no era mi padre, pero siempre lo vi como tal. Y con nosotros vivía una chica, mi mejor amiga, con quien crecí como si fuéramos hermanos porque su tío la dejó atrás para luchar con los rebeldes. No todas las familias son normales, pero eso no significa que dejen de serlo. En Navidad, todo el catorce se juntaba y solíamos hacer galletas de… — pero me silencio, casi tan de inmediato que parece que me he quedado repentinamente mudo. ¿Cómo podré pasar los días siguientes, cuando sé que será la primer Navidad de muchas en las cuales mi familia no esté? No habrá regalos ni comidas ni juegos en la nieve. Tampoco tendremos resoluciones de nuevo año ni molestaremos a una Ava resacosa el día de su cumpleaños. Ya no hay más nada, solo la estúpida lágrima que se me patina y hace que desvíe la mirada con violencia al limpiarme los ojos de un manotazo — Como sea, tu padre parece un buen hombre y este sándwich está muy bien a pesar de no tener carne — mascullo con voz estrangulada, seguro de que mi nariz se ha puesto roja en lo que la angustia me cierra la garganta. Vamos, no puedo ponerme a llorar ahora cuando todavía no tenemos la confianza.
No me esperaba un bombardeo sobre el catorce y me encuentro masticando algo más lento en lo que la miro, esperando comprender su efusión curiosa. Debe ser por la misma razón que yo me la paso preguntando por lo que desconozco, así que intento ser lo más sincero posible en lo que me tomo mi tiempo para tragar y hacer una lista de detalles en mi cabeza — No había otros distritos, pero teníamos un par de refugios perdidos por la zona. Solíamos bañarnos en grutas y en verano pasábamos las tardes en el río. Había… un claro y se podían ver las montañas. Y siempre, siempre, podías escuchar a las aves — no como aquí, que los edificios son inmensos y el verde se siente demasiado artificial. Me froto el pecho con lentitud, ahí donde siento la molestia generada por una añoranza tan grande que creí ignorarla — Era un sitio genial. Daría lo que fuese por recuperarlo — igual que a todas las personas que murieron allí, inocentes en el acto de sobrevivir otro día. Con mentiras o no, el catorce era mi hogar y mi identidad. Ahora soy solo trozos.
— Sí, quiero — tal vez sueno demasiado efusivo y determinado, pero no me demoro un segundo en contestar porque sé que necesito aprender más magia, de dónde sea y cómo sea. En vista de las circunstancias, todo conocimiento será de ayuda si hay dementores por ahí buscándome con tanta insistencia — Un amigo me enseñó y controló mi procedimiento. No fue fácil y hasta se volvió irritante, pero lo logré sin necesidad de repetir el procedimiento. Estoy bastante orgulloso de eso — creo que no tiene nada de malo admitirlo. Lo que no puedo comprender es su opinión sobre Lara, aunque tengo que admitir internamente que no se veía tan mal la primera vez que nos conocimos. Fueron las experiencias las que me llevaron a hacerme una idea sobre ella y creo que Powell me dio un muy sabio consejo al decirme que no debo confiar en extraños. Irónico que los Lackberg lo sean — Ella trabaja para el gobierno — digo con simpleza, pellizco un trozo de pan y me lo tiro dentro de la boca. No hay necesidad de contar que me han torturado de más en base a lo que contó sobre mí, ese es un asunto entre los aurores, el ministro de justicia y yo. Vamos, que ese sujeto les dio luz verde para volverme un juguete.
Me recuerdo que no me he mejorado del todo cuando tengo que cubrirme la boca con el brazo para poder toser, intentando ahogar un poco el sonido — ¿Peculiares, dices? — yo los veo bastante cordiales, no entiendo la mentalidad de su madre pero sé que no todo el mundo estará de acuerdo con tener un perro callejero en su casa. Me acomodo en lo que ella hace lo mismo, dejo mis piernas estiradas colgando por el borde de la cama y recargo la espalda en la pared, me siento mucho más relajado cuando la idea de venderme no parece estar entre sus opciones — Tu padre no parece el tipo que tendría una amante, pero no lo conozco como para saber de dónde sacaban esas ideas — tampoco me interesa meterme en sus problemas familiares. Abro la boca en forma de “ohhh” cuando me da a entender que su hermano es adoptado — Eso es más normal de lo que crees. Verás, yo me crié con un sujeto que yo sabía que no era mi padre, pero siempre lo vi como tal. Y con nosotros vivía una chica, mi mejor amiga, con quien crecí como si fuéramos hermanos porque su tío la dejó atrás para luchar con los rebeldes. No todas las familias son normales, pero eso no significa que dejen de serlo. En Navidad, todo el catorce se juntaba y solíamos hacer galletas de… — pero me silencio, casi tan de inmediato que parece que me he quedado repentinamente mudo. ¿Cómo podré pasar los días siguientes, cuando sé que será la primer Navidad de muchas en las cuales mi familia no esté? No habrá regalos ni comidas ni juegos en la nieve. Tampoco tendremos resoluciones de nuevo año ni molestaremos a una Ava resacosa el día de su cumpleaños. Ya no hay más nada, solo la estúpida lágrima que se me patina y hace que desvíe la mirada con violencia al limpiarme los ojos de un manotazo — Como sea, tu padre parece un buen hombre y este sándwich está muy bien a pesar de no tener carne — mascullo con voz estrangulada, seguro de que mi nariz se ha puesto roja en lo que la angustia me cierra la garganta. Vamos, no puedo ponerme a llorar ahora cuando todavía no tenemos la confianza.
¿Es que el perro va a venir a mí a darme cátedra de leyes? Se me cae la mandíbula de que me ponga en ese dilema que se sacó de debajo de la manga o de entre los pelos, si vamos al caso. —No me estoy formando para auror como para que tenga que esposarte y llevarte a la base de seguridad— contesto, con ese tonito un poco petulante que mis compañeros de clase han llegado a odiar, por ser esa estudiante que siempre cree que tiene todas las respuestas correctas para los profesores. —Estudio leyes para conservar las que están bien y cambiar las que están mal, creo que hay muchas cosas que se pueden mejorar. Por ejemplo, en la educación de los magos, la mismísima ministra Leblanc me iba a permitir que haga prácticas en su departamento. Pero…— me interrumpo, con todos los ajustes que hay en el ministerio, ¿quién quiere a una chica de escuela ocupando espacio? —Y… además… a veces todo esto me pone tan pesimista, que sólo quiero dejarlo y dedicarme a dibujar…— le confieso, creo que queda evidente que si mi refugio está empapelado de bocetos, es porque es lo que necesito para sentirme bien. ¿Las leyes? Cada vez son más confusas para todos.
Es poco lo que me dice de Mimi, un poco más lo que me dice del catorce. Se escucha un poco parecido al distrito nueve, donde sé que mamá creció, si bien detesta hablar de ese tiempo salvo para hacer referencia a alguna planta cultivada en ese distrito. —Yo en verano me la pasé aquí— cuento, con mi mirada abarco toda la habitación de paredes blancas, luminosas. Paso saliva al escuchar su deseo de recuperar ese lugar, creo que no necesita que nadie le diga que eso no podrá ser y como único consuelo puedo darle un par de palmaditas en la coronilla, he visto que suele hacerse eso con las mascotas, que lo será la mayor parte del día si se queda en la casa. Me sorprende, en serio me sorprende, que con la falta de una educación clásica haya podido lograr ser animago. —¿Cuántos años tienes?— pregunto, creo que todavía no lo hice.
Lo que dice de Lara me hace arquear una ceja, no entiendo su punto. — Mis padres también, la mayoría de los ciudadanos de Neopanem trabajan para el gobierno. Supongo que yo también lo haré algún día— se lo señalo. ¿Esa será otra de las contradicciones que notará? ¿Qué papá trabaja para el ministerio y aun así trae a su casa a un enemigo público? Peculiares, eso somos. Puede decirme que hay familias que se forman de otra manera, como un par de desconocidas que estrechan lazos más fuertes que la sangre, una comunidad como la que eran en el catorce, eso no quita cómo me he sentido en todos estos años en que tuve una casa, tuve unos padres, sí, pero estuve terriblemente sola en esta casa bajo su total indiferencia. Y sí, diremos que lo hacían para protegerme. Eso no quita el sentimiento de soledad. —Lo sé, papa es un buen padre para cualquiera que lo conoce. Da esa impresión y la confianza de recargarte en su hombro si necesitas ayuda— se lo dije a Kobe, estoy repitiendo esas mismas palabras. —Papá va por todos lados, se apiada de niños y los cuida. Pero nadie puede estar en dos lugares al mismo tiempo y hay demasiados niños en el mundo por salvar, a mí me han dejado aquí segura, nunca tuvieron que preocuparse por ello— no le escondo el enfado en mi tono, mis hombros están rígidos y la almohada sufriendo la presión de mis uñas.
Es poco lo que me dice de Mimi, un poco más lo que me dice del catorce. Se escucha un poco parecido al distrito nueve, donde sé que mamá creció, si bien detesta hablar de ese tiempo salvo para hacer referencia a alguna planta cultivada en ese distrito. —Yo en verano me la pasé aquí— cuento, con mi mirada abarco toda la habitación de paredes blancas, luminosas. Paso saliva al escuchar su deseo de recuperar ese lugar, creo que no necesita que nadie le diga que eso no podrá ser y como único consuelo puedo darle un par de palmaditas en la coronilla, he visto que suele hacerse eso con las mascotas, que lo será la mayor parte del día si se queda en la casa. Me sorprende, en serio me sorprende, que con la falta de una educación clásica haya podido lograr ser animago. —¿Cuántos años tienes?— pregunto, creo que todavía no lo hice.
Lo que dice de Lara me hace arquear una ceja, no entiendo su punto. — Mis padres también, la mayoría de los ciudadanos de Neopanem trabajan para el gobierno. Supongo que yo también lo haré algún día— se lo señalo. ¿Esa será otra de las contradicciones que notará? ¿Qué papá trabaja para el ministerio y aun así trae a su casa a un enemigo público? Peculiares, eso somos. Puede decirme que hay familias que se forman de otra manera, como un par de desconocidas que estrechan lazos más fuertes que la sangre, una comunidad como la que eran en el catorce, eso no quita cómo me he sentido en todos estos años en que tuve una casa, tuve unos padres, sí, pero estuve terriblemente sola en esta casa bajo su total indiferencia. Y sí, diremos que lo hacían para protegerme. Eso no quita el sentimiento de soledad. —Lo sé, papa es un buen padre para cualquiera que lo conoce. Da esa impresión y la confianza de recargarte en su hombro si necesitas ayuda— se lo dije a Kobe, estoy repitiendo esas mismas palabras. —Papá va por todos lados, se apiada de niños y los cuida. Pero nadie puede estar en dos lugares al mismo tiempo y hay demasiados niños en el mundo por salvar, a mí me han dejado aquí segura, nunca tuvieron que preocuparse por ello— no le escondo el enfado en mi tono, mis hombros están rígidos y la almohada sufriendo la presión de mis uñas.
Mis ojos se levantan en su dirección con cierto reproche, pero como estoy ocupado masticando no le digo que es un poco ridículo que me ande palmeando la cabeza de esa manera — Cumplí dieciséis en octubre — no hay manera que ella pueda saber mi apellido real en base a las fechas, así que no veo lo malo en confesarle algo como eso — Teníamos una escuelita en el catorce, cursábamos todos juntos sin importar la edad. Intentaron instruirnos en todo lo que pudieron, pero sé que no es lo mismo que sus colegios. No estaba mal — muchas de las clases me parecían más que aburridas y me la pasaba durmiendo o mirando por la ventana, pero agradezco descubrir que no soy un inculto cabeza hueca.
— No hablo del ministerio. Hablo de que ella… ya, no importa — sacudo el emparedado con algo de velocidad y se me salpican algunas verduras, pero lejos de molestarme, me pongo a juntarlas de mi regazo y me llevo una a una a la boca. No voy a decirle que la mujer que tiene dibujada en su pared hizo lo que hizo, no quiero caer en los detalles escabrosos de mis días en prisión y también siento que es un tema muy íntimo y delicado para tocar en nuestra primera conversación, por mucho que nos hayamos saltado algunas bases cuando me dio un baño. Me termino mi comida en lo que escucho cómo habla de su padre, no son sus palabras sino su postura la que me da a entender que este es un tema delicado y no estoy seguro de si merezco hablar, porque no sé cómo es estar en su lugar y tampoco nos conocemos. Carraspeo un poco, quizá buscando recuperar la compostura que he perdido con mi reprimido llanto y me chupo las migas de los dedos — No debes pensar que tu padre ha preferido cuidar a otros niños en lugar que a ti. Al fin de cuentas, siempre serás lo que más le importa. No sé — me encojo de hombros y subo mis pies descalzos a la cama, recargándome un poco más en la pared — Dicen que los padres hacen todo por sus hijos y que jamás dejan de preocuparse por ellos. Tal vez él solo tiene una vocación muy marcada… — y es todo lo que puedo decir sobre el tema.
El cuarto se siente demasiado pulcro y pequeño para la cantidad de pensamientos grises que vuelven el ambiente un poco pesado. Intento parar la oreja, escuchar si hay algún escándalo sobre el nuevo perro de la casa, pero no consigo distinguir nada — ¿Nunca quisiste ser otra cosa? Quiero decir… dices que algún día trabajarás en el ministerio, como tus padres. ¿No te parece un poco aburrido el no aspirar a otra cosa más? Sin ofender — aclaro, ladeando la cabeza para poder mirarla — Solo… bueno, la vida de todos aquí parece ir en escalones y parece que no se atreven a ver que hay otras opciones. Debe ser por eso que tienen los líderes que tienen — como si el mundo bailara solamente entre negros y blancos, esquemas perfectos a seguir paso a paso y luego estamos el resto, los que no entramos en ese plan y, aparentemente, en ninguno.
— No hablo del ministerio. Hablo de que ella… ya, no importa — sacudo el emparedado con algo de velocidad y se me salpican algunas verduras, pero lejos de molestarme, me pongo a juntarlas de mi regazo y me llevo una a una a la boca. No voy a decirle que la mujer que tiene dibujada en su pared hizo lo que hizo, no quiero caer en los detalles escabrosos de mis días en prisión y también siento que es un tema muy íntimo y delicado para tocar en nuestra primera conversación, por mucho que nos hayamos saltado algunas bases cuando me dio un baño. Me termino mi comida en lo que escucho cómo habla de su padre, no son sus palabras sino su postura la que me da a entender que este es un tema delicado y no estoy seguro de si merezco hablar, porque no sé cómo es estar en su lugar y tampoco nos conocemos. Carraspeo un poco, quizá buscando recuperar la compostura que he perdido con mi reprimido llanto y me chupo las migas de los dedos — No debes pensar que tu padre ha preferido cuidar a otros niños en lugar que a ti. Al fin de cuentas, siempre serás lo que más le importa. No sé — me encojo de hombros y subo mis pies descalzos a la cama, recargándome un poco más en la pared — Dicen que los padres hacen todo por sus hijos y que jamás dejan de preocuparse por ellos. Tal vez él solo tiene una vocación muy marcada… — y es todo lo que puedo decir sobre el tema.
El cuarto se siente demasiado pulcro y pequeño para la cantidad de pensamientos grises que vuelven el ambiente un poco pesado. Intento parar la oreja, escuchar si hay algún escándalo sobre el nuevo perro de la casa, pero no consigo distinguir nada — ¿Nunca quisiste ser otra cosa? Quiero decir… dices que algún día trabajarás en el ministerio, como tus padres. ¿No te parece un poco aburrido el no aspirar a otra cosa más? Sin ofender — aclaro, ladeando la cabeza para poder mirarla — Solo… bueno, la vida de todos aquí parece ir en escalones y parece que no se atreven a ver que hay otras opciones. Debe ser por eso que tienen los líderes que tienen — como si el mundo bailara solamente entre negros y blancos, esquemas perfectos a seguir paso a paso y luego estamos el resto, los que no entramos en ese plan y, aparentemente, en ninguno.
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