OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Una nube de vapor escapó de sus labios al exhalar y aunque tenía las manos congeladas, la punta de la nariz enrojecida y los labios secos, Zenda continuó arrastrándose a través del conducto.
No era la primera vez que visitaba la fabrica abandonada, de hecho, llevaba un par de semanas buscando planos, viejos libros y por supuesto, toqueteando todos los botones de los distintos paneles. Tenía que, o más bien quería, averiguar cómo hacer funcionar un holograma que accidentalmente había descubierto durante su primer recorrido.
Sabía muy bien que no iba a conseguirlo sin ayuda, era muy poco lo que sabía respecto a la electricidad y por esto mismo, a pesar de ni siquiera relacionarse con ella, le pidió a Lea que la viera en las viejas instalaciones.
Siguiendo las instrucciones del dibujo realizado en uno de los papeles, Zenda conectó algunos cables y luego de asegurarse dos veces de que cada enchufe estaba en el lugar correcto, se deslizó fuera del tubo y corrió hasta el enorme panel.
De nuevo presionó cada botón rojo e incluso giró algunas válvulas, sin embargo el holograma no apareció y sólo un extraño sonido llenó la sala durante un par de segundos, para posteriormente detenerse.
La niña soltó un gruñido enfadado y pateó las maquinarias. Una, dos, tres veces. —¡Funciona, maldita sea!— Gritó y entonces el ruido de alguien acercándose, le hizo voltear con la varita en mano.
El corazón le latía a mil por hora, mas al notar que era Lea la dueña de las pisadas, se calmó y bajó el brazo. —No puedes decirle a nadie sobre esto.— Pidió rascando sus mejillas con los dedos repletos de aceite. —¿Tengo tú palabra?
La niña no quería volver a pasar por lo mismo que en el distrito 14, por lo tanto, su gran idea era crear o inventar un sistema de seguridad defensivo más poderoso, mezclando magia con electricidad. Ni siquiera sabía si era posible, pero...¿Tenía que intentarlo no?
No era la primera vez que visitaba la fabrica abandonada, de hecho, llevaba un par de semanas buscando planos, viejos libros y por supuesto, toqueteando todos los botones de los distintos paneles. Tenía que, o más bien quería, averiguar cómo hacer funcionar un holograma que accidentalmente había descubierto durante su primer recorrido.
Sabía muy bien que no iba a conseguirlo sin ayuda, era muy poco lo que sabía respecto a la electricidad y por esto mismo, a pesar de ni siquiera relacionarse con ella, le pidió a Lea que la viera en las viejas instalaciones.
Siguiendo las instrucciones del dibujo realizado en uno de los papeles, Zenda conectó algunos cables y luego de asegurarse dos veces de que cada enchufe estaba en el lugar correcto, se deslizó fuera del tubo y corrió hasta el enorme panel.
De nuevo presionó cada botón rojo e incluso giró algunas válvulas, sin embargo el holograma no apareció y sólo un extraño sonido llenó la sala durante un par de segundos, para posteriormente detenerse.
La niña soltó un gruñido enfadado y pateó las maquinarias. Una, dos, tres veces. —¡Funciona, maldita sea!— Gritó y entonces el ruido de alguien acercándose, le hizo voltear con la varita en mano.
El corazón le latía a mil por hora, mas al notar que era Lea la dueña de las pisadas, se calmó y bajó el brazo. —No puedes decirle a nadie sobre esto.— Pidió rascando sus mejillas con los dedos repletos de aceite. —¿Tengo tú palabra?
La niña no quería volver a pasar por lo mismo que en el distrito 14, por lo tanto, su gran idea era crear o inventar un sistema de seguridad defensivo más poderoso, mezclando magia con electricidad. Ni siquiera sabía si era posible, pero...¿Tenía que intentarlo no?
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Solo había pasado una semana desde que tuvo que dejar su casa precipitadamente. Su vida. No podía incluir a su madre, no es que la hubiera dejado atrás aquel día, lo había hecho mucho antes. Mas el día que tuvo que huir de allí cerró por completo la puerta que la incluía como alguien de su familia, y la dejaba fuera de todo. Tiró de la manta en sentido ascendente, tapándose buena parte de la cara y dejando que solo sus dos grandes ojos marrones asomaran por el resquicio, siguiendo a Mimi de un lado para otro hasta que se decidió a abandonar la habitación. No quería estar demasiado tiempo sola, pero tampoco que su amiga estuviera encerrada allí solo por no dejarla. Se sentó en la cama, estirando los brazos al frente y mordiéndose el labio inferior con cierta insistencia hasta que acabó por levantarse de un salto. Tomó la varita con la diestra y la giró entre sus dedos. Nunca había alcanzado a odiar realmente nada, pero en la última semana demasiadas cosas se habían sumado a una lista que ni siquiera había existido antes.
La sala central estaba desierta por lo que aprovechó para cruzarla con rapidez, pretendiendo salir de allí cuando tropezó con uno de los tantos cables sueltos que cubrían buena parte del suelo. Y con ello recordó algo. La castaña se rascó la cabeza, molesta, cuando a su mente vino su ‘citación’ con una de las pequeñas del distrito catorce. Ni siquiera les prestaba atención. No antes del atentado, mucho menos después teniendo en cuenta sus propias circunstancias. Arrugó los labios apenas unos instantes antes de suspirar y tomar uno de los gorros que había sobre un sillón, enfundándoselo y saliendo cuidadosamente al exterior. La quinta fábrica de la calle. Por suerte no estaba lejos del lugar en el que se encontraban porque sus ganas de salir eran nulas. Metió las manos en sus bolsillos, caminando hasta que llegó a la puerta delantera que evitó y acabó usando la puerta trasera. —Zen— comenzó a pronunciar, caminando y encontrándose a la pequeña de lleno en mitad del pasillo.
Arqueó ambas cejas. —da— concluyó su nombre. Se permitió recorrerla con la mirada mientras se excusaba. Toda sucia llena de aceite, incluso tenía un agarrón en la rodilla derecha de su pantalón. —Según lo que estés haciendo aquí— dijo con seriedad, sacando las manos de los bolsillos de sus pantalones y mirando a su alrededor con rapidez. No iba a volver a cometer el mismo error; había escondido a Kendrick de los demás y las cosas salieron mal, no pensaba esconder algo nuevamente si era algo que les podía afectar a todos. —¿Y qué es?— preguntó. Animándola a que le dijera la razón o razones… pero, sobre todo, la razón por la que ella había sido la ‘elegida’ para estar allí.
La sala central estaba desierta por lo que aprovechó para cruzarla con rapidez, pretendiendo salir de allí cuando tropezó con uno de los tantos cables sueltos que cubrían buena parte del suelo. Y con ello recordó algo. La castaña se rascó la cabeza, molesta, cuando a su mente vino su ‘citación’ con una de las pequeñas del distrito catorce. Ni siquiera les prestaba atención. No antes del atentado, mucho menos después teniendo en cuenta sus propias circunstancias. Arrugó los labios apenas unos instantes antes de suspirar y tomar uno de los gorros que había sobre un sillón, enfundándoselo y saliendo cuidadosamente al exterior. La quinta fábrica de la calle. Por suerte no estaba lejos del lugar en el que se encontraban porque sus ganas de salir eran nulas. Metió las manos en sus bolsillos, caminando hasta que llegó a la puerta delantera que evitó y acabó usando la puerta trasera. —Zen— comenzó a pronunciar, caminando y encontrándose a la pequeña de lleno en mitad del pasillo.
Arqueó ambas cejas. —da— concluyó su nombre. Se permitió recorrerla con la mirada mientras se excusaba. Toda sucia llena de aceite, incluso tenía un agarrón en la rodilla derecha de su pantalón. —Según lo que estés haciendo aquí— dijo con seriedad, sacando las manos de los bolsillos de sus pantalones y mirando a su alrededor con rapidez. No iba a volver a cometer el mismo error; había escondido a Kendrick de los demás y las cosas salieron mal, no pensaba esconder algo nuevamente si era algo que les podía afectar a todos. —¿Y qué es?— preguntó. Animándola a que le dijera la razón o razones… pero, sobre todo, la razón por la que ella había sido la ‘elegida’ para estar allí.
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Sin apartar la mirada de la recién llegada, Zenda se acercó hasta la vieja y tambaleante mesa de madera repleta de papeles sucios, cables y herramientas oxidadas. Antes de rebuscar entre los planos, se limpió la grasa de las manos en la tela de sus pantalones y luego si, abrió el enorme pergamino hasta dejarlo a la vista de Ileana.
Se quedó en completo silencio durante un par de minutos, aún no confiaba en ella y en nadie, pero si quería avanzar con su proyecto, necesitaba su ayuda.
Al final soltó un enorme suspiro resignado y apoyó ambos codos sobre la amarillenta hoja. —Hace semanas que vengo a esta fabrica, porque la primera vez que estuve aquí, se me apareció una cosa azul llena de chispas.— Intentó explicarse, sin embargo ¿cómo podía hacerlo si ni siquiera se entendía a si misma? —Era una especie de robot que se apagó, desapareció y quiero saber cómo hacerlo funcionar de nuevo.
La rubia le permitió un momento y dando un par de pasos hacia atrás, de nuevo comenzó a toquetear los botones más grandes y llamativos distribuidos en varios paneles. Nada ocurría. —Sé que en este antiguo lugar hacían algo con cables y quiero que vuelva encenderse...Para armar una especie de escudo. Con magia y electricidad.
El frío la obligó a dar un par de saltos en el lugar y al acercarse hasta la mesa una vez más, arqueó las cejas y mantuvo la expresión seria. —No estoy bromeando, ¿Me ayudarás o no?— Presionó a la chica un poco más, no le gustaba esperar demasiado por una interrogación tan sencilla.
El sonido que envolvió la sala segundos antes de que su invitada llegara, volvió a captar la atención de Zenda. —¡Lo sabía!— Chilló con emoción y siguiendo el rastro del ruido, intentó encontrar la maquina o el panel que lo producía antes de que se volviera a apagar.
Uno de los tubos se retorcía en el lugar y sin pensarlo dos veces, Mia trepó la escalera de metal, empujó la tapadera y aprovechando el tamaño diminuto de su cuerpo, volvió a avanzar en cuatro patas dentro del conducto.
Por tercera vez los aparatos dejaron de funcionar, el silencio regresó a la fabrica y la niña perdió el rastro. —Mierda.— Gruñó y se quedó acostada dentro del caño, con la frente presionando el frío metal. Creyó que esta vez si lo tenía.
Se quedó en completo silencio durante un par de minutos, aún no confiaba en ella y en nadie, pero si quería avanzar con su proyecto, necesitaba su ayuda.
Al final soltó un enorme suspiro resignado y apoyó ambos codos sobre la amarillenta hoja. —Hace semanas que vengo a esta fabrica, porque la primera vez que estuve aquí, se me apareció una cosa azul llena de chispas.— Intentó explicarse, sin embargo ¿cómo podía hacerlo si ni siquiera se entendía a si misma? —Era una especie de robot que se apagó, desapareció y quiero saber cómo hacerlo funcionar de nuevo.
La rubia le permitió un momento y dando un par de pasos hacia atrás, de nuevo comenzó a toquetear los botones más grandes y llamativos distribuidos en varios paneles. Nada ocurría. —Sé que en este antiguo lugar hacían algo con cables y quiero que vuelva encenderse...Para armar una especie de escudo. Con magia y electricidad.
El frío la obligó a dar un par de saltos en el lugar y al acercarse hasta la mesa una vez más, arqueó las cejas y mantuvo la expresión seria. —No estoy bromeando, ¿Me ayudarás o no?— Presionó a la chica un poco más, no le gustaba esperar demasiado por una interrogación tan sencilla.
El sonido que envolvió la sala segundos antes de que su invitada llegara, volvió a captar la atención de Zenda. —¡Lo sabía!— Chilló con emoción y siguiendo el rastro del ruido, intentó encontrar la maquina o el panel que lo producía antes de que se volviera a apagar.
Uno de los tubos se retorcía en el lugar y sin pensarlo dos veces, Mia trepó la escalera de metal, empujó la tapadera y aprovechando el tamaño diminuto de su cuerpo, volvió a avanzar en cuatro patas dentro del conducto.
Por tercera vez los aparatos dejaron de funcionar, el silencio regresó a la fabrica y la niña perdió el rastro. —Mierda.— Gruñó y se quedó acostada dentro del caño, con la frente presionando el frío metal. Creyó que esta vez si lo tenía.
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La siguió con la mirada, arqueando una ceja cuando comenzó a hacer espacio en una de las mesas del lugar, la más cercana a ellas, y luego extendió sobre la misma un enorme pergamino que ocupó buena parte de la superficie. ¿Qué era? ¿Un plano del tesoro que encontró entre todas aquellas sucias cosas? Caminó hasta ella, acortando las distancias y observando de soslayo la cantidad de números, colores, líneas y dibujos que ocupaban todo el espacio posible. Hasta había apuntes en los márgenes. Torció la cabeza para leer uno de ellos, regresando la mirada hacia la rubia cuando habló e interrumpió su lectura. —¿Un holograma?— preguntó, algo cansada ante el hecho de haber ido hasta allí para que le hablaran de tecnología, ciencia y sus demás variantes. Las odiaba con toda su alma, y era un hecho que no pretendía ni quería cambiar por más tiempo que pasara sobre ella. —Los hologramas no son grandes cosas, te enseñan a codificarlos en primero de carrera. Aunque este debe ser más complejo— contestó, aun así, señalando con el dedo el pergamino.
Cruzó los brazos bajo el pecho, dejando que sus ojos vagaran por el ir y venir de líneas, retirándolas de allí cuando escuchó el golpeteó de botones. Golpeados de forma completamente aleatoria y que a saber que cosas podía activar. Quizás hasta había presionado el botón de alarma y los aurores aparecerían allí en unos minutos. Sonrió con ironía. —Ni siquiera estabas en NeoPanem cuando todo esto funcionaba, puede que ni siquiera hubiera nacido— comentó tomando un muelle y estirándolo y contrayéndolo entre sus dedos. —No deberías tocar cosas que no conoc— trató de explicar, viéndose cortada cuando salió corriendo de allí.
Sólo la siguió con la mirada mientras corría de un lado para otro y acababa trepando hasta desaparecer dentro de una tubería. Arqueó ambas cejas y, entonces, avanzó hasta el lugar desde el que había trepado. ¿Todos los niños de allí eran tan estúpidos? ¿Kamikazes? —¿Crees que correr detrás de un sonido te hará saber dónde está el error?— . Apoyó la espalda contra la fría pared, apoyando también uno de sus pies y con la mirada fija en el tubo. —No tengo ni idea de ciencia, es más, la detesto. Pero podemos hablar de la parte de magia primero si me explicas bien lo que quieres hacer. Un “escudo con electricidad y magia” es algo demasiado ambiguo—.
Cruzó los brazos bajo el pecho, dejando que sus ojos vagaran por el ir y venir de líneas, retirándolas de allí cuando escuchó el golpeteó de botones. Golpeados de forma completamente aleatoria y que a saber que cosas podía activar. Quizás hasta había presionado el botón de alarma y los aurores aparecerían allí en unos minutos. Sonrió con ironía. —Ni siquiera estabas en NeoPanem cuando todo esto funcionaba, puede que ni siquiera hubiera nacido— comentó tomando un muelle y estirándolo y contrayéndolo entre sus dedos. —No deberías tocar cosas que no conoc— trató de explicar, viéndose cortada cuando salió corriendo de allí.
Sólo la siguió con la mirada mientras corría de un lado para otro y acababa trepando hasta desaparecer dentro de una tubería. Arqueó ambas cejas y, entonces, avanzó hasta el lugar desde el que había trepado. ¿Todos los niños de allí eran tan estúpidos? ¿Kamikazes? —¿Crees que correr detrás de un sonido te hará saber dónde está el error?— . Apoyó la espalda contra la fría pared, apoyando también uno de sus pies y con la mirada fija en el tubo. —No tengo ni idea de ciencia, es más, la detesto. Pero podemos hablar de la parte de magia primero si me explicas bien lo que quieres hacer. Un “escudo con electricidad y magia” es algo demasiado ambiguo—.
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