The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Es la primera vez que se despeja en estos días, pero aún así la noche se encuentra demasiado fría y me cuesta horrores que la fogata se quede encendida, incluso cuando coloco algunas maderas para bloquear el viento y la magia debería dejarlo todo en su lugar; aún no me acostumbro al uso de varita, pero ya le agarraré la mano. El mejor regalo adelantado de Navidad es que me han llamado a unas entrevistas en el Ministerio de Magia porque, aparentemente, abrirán un nuevo departamento y necesitaban gente con diferentes experiencias para cubrir los cupos. Ser el cuñado del ministro de justicia ha bastado para que me consideren, lo cual hiere un poco mi orgullo, pero a su vez sé que él solo ha pasado mi currículum y el resto lo hice por mi cuenta. Pudo ser peor, pero al menos sé que, para cuando termine el mes, tendré un trabajo estable y un sueldo con el cual ayudar a construir un hogar. Debe ser por eso que he decidido resumir los años en los cuales Phoebe y yo nos apoyamos mutuamente en la cajita que tengo entre mis dedos nerviosos, carente de todo lujo y simplemente bordada en madera. Conociendo a Phee, es perfecta para ella y eso, creo, es lo que en verdad importa.

Con la excusa del festejo, nos hemos preparado para un fogón en la playa que tenemos a pocos metros de nuestra nueva casa, la cual es de nuestra propiedad y nadie podrá fastidiar si nos pasamos unos minutos del toque de queda. La mochila donde reposa la cena y el vino está apoyada en el tronco que usaré de asiento y tengo que acomodar un poco mi buzo cuando siento un temblor que no tiene nada que ver con el frío. Oigo a mi novia regresar, ya que había vuelto a la casa a buscar más abrigo en lo que yo terminaba de preparar el fuego y escondo la cajita en el bolsillo delantero de mi sudadera, junto con mis manos — ¿Todo en orden? ¿Ya tienes hambre o quieres esperar un poco más? — espero que no se me note que estoy hablando atropelladamente y creo que se me enredó la lengua. Necesito moverme, hacer lo que sea, así que me giro para destapar la botella de vino — Espero que tengas hambre, porque no pienso desperdiciar nada de lo que hemos traído... ¡mierda! — la torpeza de mis dedos provoca que el corcho se me vaya para abajo, así que tengo que usar la varita para sacarlo. Diablos, debería calmarme un poco.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Me froto los brazos en busca de desprenderme del frío que me recorre mientras subo las escaleras que dan al piso de arriba para encontrar un jersey un poco más gordo del que llevo puesto. A juzgar por cómo me queda cuando lo paso por mi cuello es algo grande, pero que con el tiempo que hace fuera casi hasta lo prefiero. La razón por la que nos ha dado por cenar en la playa es para celebrar que Charlie ha conseguido trabajo y eso significa que tenemos un problema menos por el que preocuparse, lo cual me produce una tranquilidad que no sabía que necesitaba hasta que he recibido la noticia. Sé que mi hermano ha tenido algo que ver de alguna manera que en verdad no me interesa averiguar, así mientras haya comida, vino y Chuck feliz de por medio, el resto me es completamente indiferente.

Para cuando vuelvo a la arena por el pequeño recorrido de la casa a la playa, cargando con un par de mantas que encontré por ahí y que para el caso sirven, el fuego ya anda encendido. Son finas, pero lo suficiente como para que hagan algo contra el viento que sopla no con demasiada fuerza después del mal tiempo que ha habido estos días. — Mi estómago habla por sí solo, así que sí, me parece que es una buena hora para comer algo, ¿por qué quieres empezar? — Así a lo bobo creo que nos hemos emocionado con la comida, en especial si se piensa que es únicamente para dos. En nuestra defensa diría que tenemos toda la noche por delante, eso si no fuera por el toque de queda que obliga a estar dentro de casa si no queremos invitar a los dementores a una cena romántica.

Ese pensamiento me saca un escalofrío acompañado por el tiempo, pero que ni se compara con el temblor que percibo en Chuck y me hace fruncir un poco el ceño mientras desdoblo una de las mantas. — ¿Estás bien? No dejas de temblar. — Pregunto en lo que se me escapa una risa por la torpeza del corcho, aunque eso no rebaja mi repentina preocupación. — Siempre podemos cenar dentro si sigues teniendo frío. — Estoy por acercarme para darle una caricia, pero siento que si lo hago va a clavarme la varita en el ojo sin quererlo, lo que me hace percatarme de que quizás no sea el frío lo que moleste y simplemente está nervioso. — ¿Es por el trabajo? Es completamente lógico, tendrías que haberme visto la primera vez que tuve que dar una clase, me quedé en blanco como cuatro veces en la misma frase, fue patético y… todo irá bien. — Aseguro, acercándome para dar un beso rápido a su mejilla, no necesita que le meta más preocupaciones en la cabeza.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Es bueno que quiera empezar a cenar, eso va a mantenerme ocupado el resto de la noche si las cosas salen mal y tengo la necesidad de desviar la atención hacia nuestros estómagos — Podemos empezar con algo tranquilo, como algunos fiambres. Creo que tengo algo de pizza en un tupper, pero me tienta algo más ligero — al menos por ahora, porque obvio que también conseguí bollos y mi cuerpo está dispuesto a aceptar grasas ahora que no he hecho más que caminar y hacer deporte para aprovechar el tiempo muerto y, de paso, desconectar con la realidad. No hablemos de que necesito despuntar el vicio, la ausencia de peleas callejeras y clandestinas en el cuatro me recuerda que no sirvo para mucho a excepción de generar problemas, así que estoy buscando sustitutos. Quizá deba conseguirme una mascota, aunque con el nuevo empleo sospecho que no tendré mucho tiempo para ello.

Me acomodo mucho más cerca de ella en el tronco para hacer uso del calor de la manta y su cuerpo, pero no respondo a su primera pregunta — Estoy bien, no hace falta. Ya entraré en calor cuando empiece a estar ebrio — es una excusa un poco pobre, pero es la mejor que tengo. Las copas de vino quedaron sobre el suelo, apoyadas en una pequeña roca que sirve de soporte para evitar que no caigan por el desnivel de la arena, así que debo estirarme para tomarlas. Mi brazo se queda en el aire por la distracción que me produce el beso en mi mejilla, le echo un vistazo de soslayo y le paso un cristal medianamente lleno — No es por el trabajo, eso me tiene solo un poco ansioso. Es que… — ¿Cómo explicarlo sin arruinarlo? Jamás fui esta clase de persona, no siento que sea mi estilo y, aún así, aquí estoy. Desvío la mirada hacia la negrura que es el mar, el cual rompe a pocos metros de nosotros en un suave canto que parece ser tranquilizador. Debo saltar y hundirme, es la única forma.

No sé cómo empezar esto, pero creo que delato que algo no anda bien cuando apoyo la botella sin necesidad de servir una copa para mí. Acomodo la manta sobre nuestros hombros en un intento de mantener el calor y no puedo evitar el impulso de preguntarme si estoy haciendo lo correcto — Es solo que he estado pensando mucho en el futuro, Phee. En lo que deseo dejar atrás y lo que quiero conservar. Y sé que todo esto ha sido extraño y no precisamente ideal, pero estamos haciendo lo que podemos con lo que tenemos y eso es lo importante, ¿no? — A pesar de las frustraciones y las ganas de tirar la toalla, hay cosas que han tenido algo más de peso. Siento la garganta seca, desvío la mirada y revuelvo dentro de mi bolsillo hasta que mis dedos rozan la cajita — Hemos sido amigos por años, amantes por otros. Eres lo mejor que tengo y lo que me atrevo a decir que no quiero perder, con todas estas locuras… — me río con nerviosismo, apenas siendo capaz de oír mi propia risa. No puede negarme que todo está torcido, el país es un desastre y nosotros acabamos viviendo juntos en la playa, mi sentido común me dice que es un delirio. Pero, sin más, saco la cajita con cuidado y la hago rodar entre los dedos de ambas manos — No es mucho. Una vez bromeamos sobre que te merecías un anillo de diamantes, pero no puedo dártelo. Quizá este tenga el fantasma de una señora llamada Berta que te persiga por las noches, pero… — la cajita antigua se abre con un temblor de mis manos y le puedo enseñar el pequeño anillo, apenas decorado con pequeñas piedras en un diseño demasiado simple y delicado que, supuse, le gustaría — ¿Quieres casarte conmigo o crees que es una locura más grande que las otras? Porque siempre puedo volver a la casa de antigüedades y cambiar esto por un reloj con forma de gato.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Cualquier cosa suena bien en realidad, así que termino por acomodarme en el tronco junto a él bajo la poca protección de las mantas, aunque mentiría si dijera que el ambiente se siente más tenso entre nosotros de un momento para otro. Lo noto porque está más serio que de costumbre, razón por la que me dedico a observarle, tratando de descubrir entre sus facciones algo que me indique el motivo por el que se encuentra de ese modo. El silencio ayuda a acompañar al rugido del mar cuando choca contra la orilla y a los grillos curiosos que suenan a nuestras espaldas, mientras la luz del fuego recorta su rostro en lo que continúo mirándole al hablar. — Irá bien, no debes preocuparte por eso ahora. — Vuelvo a reafirmar cuando admite estar ansioso por el trabajo, pero lo digo casi más para que funcione como continuación a lo que tiene por decir y que ya por sí solo está consiguiendo que me ponga nerviosa yo.

Estiro el brazo para coger la copa y solo aparto la vista de él para comprobar cómo el líquido se mueve en el interior cuando muevo el cristal en mi mano. Ni siquiera tengo opción a darle un trago al vino que siento que se me cierra la garganta de repente, Charles no ha sido nunca un hombre de palabras y siento que si las está usando ahora puede tomar dos direcciones, una muy buena o una muy mala. Al principio mi cerebro cree que va a dejarme porque la experiencia me ha dicho que siempre hay que ponerse en lo peor primero y luego ya, si eso, alegrarse porque sea un resultado diferente. En esta ocasión no iba a ser menos y seriamente pienso que se está preparando para emborracharme y dejarme tirada, en especial porque soy la única con un vaso en la mano, pero siento que no sería muy Chuck hacer algo así y mi instinto me dice que los tiros van por otro lado mientras asiento como una niña a lo que va diciendo.

En un segundo, ya no siento nada de frío, por el contrario noto como un calor que no proviene del fuego me abrasa por dentro y puedo asegurar que mis mejillas tienen parte de culpa en eso. Me obligo a despegar la mirada de sus ojos azules cuando rebusca algo en el bolsillo de su abrigo, gesto que hace que se detone una bomba en mi corazón que produce que empiece a bombear sangre con más velocidad, mucho más de la que me permite sostener el cristal sin que me tiemblen los dedos. Por eso mismo apoyo la copa en una superficie lo suficientemente plana como para que no se desparrame en la arena.  — Charlie… — Empiezo a decir cuando veo sus intenciones, aunque creo que el hecho de que me frene a mí misma delata que no me vea capaz de creer que esto está pasando. Le miro de esa misma manera también, ladeando la cabeza con ojos de cachorro indefenso para bajar la vista hacia la cajita que muestra un anillo diminuto que hace que mi pequeño corazón de enamorada se achique tan rápido que me cuesta hasta respirar, más cuando pasa a pedirme matrimonio de una manera tan él que solo puedo reírme.

Me toma unos segundos el reaccionar y me tapo un segundo la boca con algunos de mis dedos para esconder mi emoción antes de estirar la mano hacia su cuello y acariciar su mandíbula con mi pulgar, asintiendo tímidamente con la cabeza. — Claro que quiero. Quiero casarme contigo, y pasarme el resto de mis días a tu lado, que nos hagamos viejos juntos y poder seguir quejándome de que dejes todos los armarios abiertos, y de tus manías, como de abrir la ventana de par en par cada mañana como si no hiciera un frío terrible. — Creo que es un mala costumbre del once, además de una excusa para volver a buscar el calor de la cama, pero veo que va a pillarme el punto. — Quiero tener tus hijos, algún día, hacerlo bien y que hereden tus ojos y de paso tu sentido del humor, porque si tenemos que esperar a que salgan como yo podemos morirnos del aburrimiento. Y quiero… quiero hacer muchas cosas contigo, Charles, tantas que ahora no se me ocurren porque acabas de hacer que me explote la cabeza, y el corazón también, y sí, es una completa locura, pero una que estoy dispuesta a aceptar si viene contigo de por medio. — Asiento repetidas veces con la cabeza en el proceso de hablar, y me doy cuenta de que no puedo parar. — Te quiero, Chuck, más de lo que podrías imaginar porque sé que me quejo mucho y que soy muy pesada a veces, además de mis cosas raras que no entiendo como soportas y… — Estoy hablando demasiado y yéndome por las ramas así que me callo a mí misma buscando sus labios hasta que la falta de aire me obliga a separarme, evitando su mirada para bajarla hacia la cajita en lo que mis manos atrapan las suyas que la contienen. — Es mucho más de lo que podría haber pedido. — Que siendo yo no es mucho, he aprendido a conformarme con poco, a sabiendas de que esto es mucho más que eso. — Lo estás diciendo en serio, ¿verdad? ¿Quieres casarte conmigo? — Levanto la vista hacia él nuevamente, casi pudiendo ver el brillo de mis ojos reflejado en los suyos.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
Personal de Defensa
Ahí va, el modo que tiene de decir mi nombre me deja en claro en segundos que va a decir que no, que podemos irlo dejando para otro momento, cuando las cosas estén mucho más estables y nosotros estemos un poco más viejos como para tener en claro lo que queremos de la vida, aunque a estas alturas no tengo idea de qué más deberíamos saber. Se ríe, eso me hace sentir un poco menos ridículo y paso a reírme con ella, aunque es un sonido tembloroso y nervioso que delata cierto grado de impaciencia. Entonces llega, una aceptación que no esperaba obtener y que estaba anhelando, la cual me hace sonreír poco a poco hasta que las mejillas me duelen al tener que percatarme de las manías que apenas noto y que parecen no molestarle. Porque sé que sería un padre terrible pero con ella podría tomar ese riesgo en algún momento del futuro — Intenta que no explote nada de manera literal porque se volvería un poco creepy y no me gustaría acabar esto limpiando tus tripas — ¿Por qué he hecho esa broma? Sé que necesitaba calmarme un poco, pero creo que suena un poco fuera de lugar. Bah, ya no importa, porque es obvio que está aceptando ser mi mujer y sus labios buscan los míos de manera que puedo besarla con entusiasmo, tratando de opacar mi sonrisa entre beso y beso — Tú soportabas que caiga con algo roto de vez en cuando, es un empate — alcanzo a comentar con una risa,  No me parece poca cosa.

El calor de sus manos es bien recibido y mantengo la mirada fija en su perfil, ese que esquiva mis ojos y que no puede ver cuando los revoleo con algo de gracia — No, compré este anillo porque estaba aburrido y de verdad quería ver si no traía un fantasma consigo — le doy vueltita a la cajita como si estuviera decepcionado de que no viene con ánima incluída y le sonrío de costado — Claro que quiero casarme contigo. Resulta que la vida es larga y hay que elegir a alguien entretenido con quien evitar aburrirse. Además, eres la única que me soporta más de dos horas — hago una mueca como si de verdad estuviese descartando otras opciones, aunque acabo sonriendo con gracia. Muevo nuestras manos y saco el anillo, el cual se siente demasiado pequeño entre mis yemas. Tengo que tener mucho cuidado para que no se me patine cuando lo deslizo por el que creo que es el dedo correspondiente, hasta que levanto su mano con cuidado para verla a la luz del fogón — No se ve tan mal, ¿no? — pregunto — Ahora no puedes librarte de mí. Eres la futura señora de Charles Benjamin Sawyer y eso significa que en el futuro nos cambiaremos los pañales mutuamente — no suena tan mal si miro el panorama completo.
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Le miro como quién se está aguantando la risa por ese comentario que ni va ni viene y que aun así provoca que termine por salir una risotada por mis labios, a lo que se le une que sacuda la cabeza de un lado a otro sin despegar la vista de él. — Sería muy creepy, por más que decir que terminarías en la cárcel por asesinato y destripamiento intencionado a tu pareja a la que acabas de proponerle matrimonio. No sería una buena historia que contar a tus hijos, ¿no crees? — Pongo un poco cara de asquito por mi propia imagen destripada, pero la gracia del comentario me saca otra risilla entre dientes que oculto medio encogiéndome de hombros. Sabía que hacíamos una pareja extraña, que tuvimos nuestros altibajos en los cuales nos planteamos si realmente una relación era lo que nos convenía a ambos, supongo que ha terminado por funcionar a juzgar por el anillo que guarda en la cajita y que a cualquiera puede parecer tan simple que pierde cualquier significado, cuando para mí es mucho más de lo que hubiera pedido y desde luego un gasto de dinero que no merezco.

Murmuro un pequeño mmm, asintiendo con la cabeza como si ahora lo entendiera todo y hubiera descifrado sus intenciones en primer lugar. — Eso sería más tú, desde luego, pero supongo que podemos comprobarlo esta noche a ver si el espíritu de Berta se nos aparece en la habitación, y entonces será tu culpa porque habrás invitado a otra mujer a nuestra cama, y encima anciana. — Entrecierro un poco los ojos y lo señalo con el dedo de la forma más amenazante que me es posible siendo yo, aunque lo vuelvo a dejar caer sobre su regazo con una sonrisa ladina. — Ajá, ya, ya, ósea que soy la opción que escogiste porque no se te ocurrió nadie más que te soporte dos horas y porque además, según tú, soy la mar de entretenida. — Reviso sus puntos, apartando un poco la mirada hacia el propio agua por la expresión con un ruedo de ojos hasta volver a dejarlos caer sobre sus facciones. — Pues debe ser mi día de suerte entonces, porque hay una vecina que he visto te mira más de la cuenta y no tengo problema en dejarle claro que eres para mí. — Muevo mis dedos en el aire cuando tengo la joya en uno de ellos, pasando la mirada de ella a Charlie con una sonrisa suficiente. — Y ahora tengo un anillo que lo demuestra, además de Berta que estará encantada de actuar como testigo. — Me mofo, que al final la anciana va a solucionarme la vida y yo la estoy echando de mi casa como si fuera una mosca.

Por mucho que ser su futura señora es la parte interesante de lo que dice, me decanto por alzar una ceja en respuesta a su comentario final, que también me hace reír, para qué esconderlo. — ¿Cambiarnos los pañales? ¿No estaremos tan dementes que no podremos hacerlo nosotros? Porque yo estoy segura de que seré una de esas viejitas que se olvidan de todo, y tú tendrás que recordarme que me tome las pastillas para la tensión y yo a ti que le des comida al perro, que será todavía más anciano que nosotros y de por sí ya estará ciego. — Y entonces no sabrá ni donde está el cuenco de pienso y tendremos que guiarlo como mascota vieja que es, y… me estoy yendo por las ramas, otra vez. Apenas se nota que esto de casarme de repente me ha puesto muy feliz, ¿verdad? Lo que me asalta una duda que no medito en sacar a la luz, atrapando sus manos entre las mías. — ¿Y cuándo quieres casarte conmigo, Charles Benjamin Sawyer? ¡Y dónde! Porque podemos hacer la de irnos al Las Vegas de Neopanem, desaparecer del mapa sin que nadie lo sepa y volver casados y millonarios porque te hiciste rico apostando, con mi ayuda, por supuesto. — Beso sus nudillos cuando creo que me estoy saliendo de la imagen, que eso de que no me explote la cabeza tengo que seguir manteniéndolo. — En serio, ¿no podías haber esperado a terminar de cenar? Que ahora no me entra ni un pedazo de pan y solo quiero besarte. — No necesito ni demostrarlo porque vuelvo a buscar sus labios con los míos un minuto que espero se haga eterno para poder llevármelo conmigo. Me separo, elevando la mano para dar una palmadita suave a su mejilla. — Quien lo diría. — Sonrío, dejándolo simplemente en esa frase para que cada uno pueda hacerse su propia idea. Y ahora, alguien puede pasarme un trozo de pizza en serio, que llevo sin comer desde el almuerzo.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
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Claro, todo eso suena muy convincente. ¿Por qué querría casarme con alguien si no es por esos puntos, en primer lugar? — en sinceridad conmigo mismo, jamás me fijé en mis vecinos y no tengo idea de qué mujer me está hablando, pero sí me sorprende que lo traiga a colación y me le quedo mirando para ver si es solo una broma o si en verdad existe la susodicha — Que mire todo lo que quiera, al final del día estoy en la cama contigo, ¿no es así? — levanto el mentón con un movimiento burlón de la cabeza y le sonrío, sin una pizca de genuino egocentrismo — Berta va a tener mucho que declarar después de esta noche. Planeo no dejarte dormir hasta que tengas que ir a trabajar y tus alumnos te pregunten por qué tienes las ojeras del tamaño de bolsas de supermercado — me secundo con las obvias intenciones de ir a besarla, pero que ella siga hablando me complica mucho la tarea y me convierto en un asentidor profesional con tanto darle la razón para que la charla pase rápido y pueda usar su boca para otros fines — ¿No prefieres un gato? Son más independientes que los perros y no creo que estemos mucho en casa como para tener que sacarlo a pasear — ¿Y por qué nos estamos adelantando? ¡Que esa vejez está más que lejos, por todos los santos!

El calor de sus manos es más que bienvenido una vez más, pero en esta ocasión sí me tomo en serio sus palabras y abandono la idea de besuquearme con ella cuando me planea algo que jamás había pensado. Digo, lo único que tuve en mente en todo esto es si quería hacerlo y si ella iba a aceptarlo, nada más. Supuse que los detalles llegarían mucho después — Había pensado que en una estación sin tanta helada, pero… ¿No tenemos tiempo para meditarlo? Ahora solo… disfrutemos todo esto — que no es poco para procesar, al menos no para mí. Siempre tuve en claro que iba a mantenerme soltero porque esto de las bodas no son lo mío, pero tal vez con ella pueda funcionar naturalmente, como todo nuestro camino recorrido — Si esperaba hasta después de la cena, me hubiese explotado algo o habrías adivinado que algo pasaba. ¿Cuál es la gracia de todo eso?

Los besos se terminan con una palmadita que me hace reír por lo bajo y tengo el impulso de acomodar la manta sobre nosotros para cubrirnos mejor, lo cual me complica un poco la tarea de acercar la mochila para abrirla sin necesidad de desabrigarnos — ¿Por dónde dijiste que querías empezar? — pregunto, metiendo la cabeza para sacar un tupper demasiado perdido en el fondo a ver qué es lo que contiene — No sé cómo voy a contarle esto a mis hermanos, sé que no lo esperarían de mí. Y en cuanto tu familia… — lo medito un poco, trato a toda costa que no se me note la incomodidad porque aún no tengo confianza con esa gente como para sentirme parte de su manada — ¿Crees que la cena de Navidad será un buen sitio de anuncio? ¿O quieres que lo guardemos un tiempo para nosotros?
Charles B. Sawyer
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Bueno, vaaaale, puede que solo te mire la cincuentona de en frente, pero eh, estoy tomando precauciones, que cualquier día me saltas con que te gustan más mayores, ¿y entonces qué hago yo? — Me llevo una mano al pecho en un gesto más que dramático, que intento por todos los medios no reírme para darle más seriedad a mi punto. — Tendría que quedarme con Berta porque no estoy segura de que nadie más vaya a querer lidiar con mis problemas de cachorro traumado. — Que al final los dos somos animalillos heridos que buscaron apoyo mutuo por las desgracias que nos acecharon desde una temprana edad, que no creo que exista alguien que vaya a comprenderme de la forma que lo hace él y mucho menos aguantar mis miedos que permanecen en la piel por mucho que a la gente le guste decir que la misma se renueva cada pocos meses. Su sonrisa me sirve de contagio y no tardo en hacer lo mismo, curvando mis labios de forma traviesa ante lo que tiene por decir. — ¿Sólo esta noche? La pobre mujer no sabe dónde se ha metido, que aún no nos hemos recuperado del tiempo que no estuvimos juntos y pienso aprovecharme de eso. De eso y de que ahora soy tu mujer. — Le recuerdo, moviendo la barbilla un poco hacia un lado con suficiencia. Que estoy por aprovecharme de eso ahora y olvidar la cena, pero él continúa hablando y tengo que prensar los labios al pensar en las opciones que tenemos. — ¿Estás hablando de conseguirnos una mascota ahora? Porque la última vez que tuve una tenía seis años, y no mucho sentido de la responsabilidad, pero podría intentarlo con un gato. — Aunque creo que hay bastante diferencia entre un felino y una tortuga.

Intento hacerme a la idea de lo que sería una boda en estaciones frías, como otoño o invierno, y no sé si es por el repentino escalofrío que me recorre el cuerpo a causa de una pequeña ráfaga de viento, que lo descarto casi al instante y asiento con la cabeza, tanto para el punto de la helada como para el que dice después. — Tienes razón, es solo que no esperaba que harías algo así, bueno… tú y yo, ya sabes, nunca hemos sido de formalidades ni cuando estuvimos a punto de tener un bebé, creía que todavía estabas acostumbrándote a esto de vivir como pareja fuera del once. — La verdad sea dicha, pero que tampoco quiero ponerle ideas en la cabeza ahora que se me ha declarado, no vaya a ser que le dé por dar marcha atrás y salir corriendo. — Que me alegro de que sea así, de veras, quiero estar contigo, creo que es la única cosa clara que tengo en mi vida, solo… me sorprendiste. — Supongo que ahí está la gracia de este tipo de cosas, como él se asegura de remarcar cuando me quejo de no haber esperado a terminar de cenar.

Alcanzo a estirar un poco el brazo para coger la copa que dejé en el suelo y me la llevo a los labios en lo que tarda en atraer hacia sí la mochila que guarda la comida. — Ahora mismo podría comerme cualquier cosa. — Sí, ya se me pasó el achicamiento de estómago, y sí, también sé como suena eso ahora que lo digo en voz alta. Lo señalo con el dedo para darle un alta a comentarios a los que yo misma he dado pie, depositando en la roca el cristal de vuelta con mi otra mano. — Trae la pizza. — Sé que tiene que estar en uno de esos tuppers, la pregunta es cuál. Estoy colocando un poco la manta sobre nuestros hombros, que se ha resbalado un poco con el movimiento y empiezo a tener frío. — ¿Me has pedido matrimonio sin contarle antes a tus hermanos? — Creo que se me escapa una risa, además de la mirada que le lanzo. — ¿Querías ahorrarte la vergüenza por si te rechazaba? — En verdad, eso es muy Chuck, hacer las cosas sin consultarle a nadie para no tener que preocuparse por las repercusiones de después. Si es que no hace tanto de que hacía lo mismo cuando se iba a pegar puñetazos con alguien. — Podemos hacerlo juntos, si quieres, tu hermano se hará preguntas si me ve con un anillo por los pasillos del colegio. Porque sí, pienso llevarlo puesto todos los días, Berta y yo somos una a partir de ahora. — Me burlo con gracia, buscando el calor de su cuerpo ahora que empieza a refrescar con más fuerza.

Por la cara que pongo creo que queda claro que no se me había pasado por la cabeza en el momento tener que darle esta noticia a mi hermano, lo que me deja un poco tiesa en el sitio con los ojos bien abiertos, como si estuviera pensando en el mejor modo para decírselo. — Sería una carta de presentación curiosa, no te lo voy a negar. Feliz Navidad, Hans, ¿conoces a mi novio? Pues te presento a mi prometido. — Soy incapaz de aguantar la risa nerviosa que se acumula en mi garganta ante el panorama que imagino en mi cabeza. — Podemos hacerlo en la cena, cuando haya bebido un par de copas, si quieres ser tú el que dé los honores... — Le miro, pero es evidente que estoy bromeando, no creo que sea él quien quiera comentarlo, aunque este día va por sorpresas.
Phoebe M. Powell
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Charles B. Sawyer
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Hay una sensación agridulce cuando menciona al bebé que jamás llegamos a tener y comprendo lo que quiere decir, solo que no tenía intenciones de tocar el tema. Es algo del pasado, un problema que surgió y que deberíamos enterrar para poder seguir adelante. Ahora es tiempo de otras historias, posiblemente de otro hijo o más de uno, porque las cosas son muy diferentes de aquellos tiempos en los cuales no era más que un barrendero del once. Cuando estaba solo sabía que no tenía que preocuparme por mi estilo de vida y podía resignarme a ser solamente eso, pero ahora planeo tener una historia con ella. Espero que podamos hacer varias cosas juntos en los años que vendrán y sí, eso también me sorprende a mí —  Si te sirve de consuelo, tuve que meditarlo mucho con la almohada —  no le voy a contar las vueltas que di para decidirme por un anillo, eso será para otra ocasión.

La pizza, perfecto, no se me hace complicado encontrarla porque está por encima. Acomodo el tupper en mi regazo y pronto le estoy pasando una porción, casi sintiéndome culpable —  No los quería opinando o haciendo preguntas. Al final, era solamente mi decisión, ¿no crees? —  no necesitaba personas que me hicieran replantear un montón de pensamientos de por sí ya complicados, incluso cuando sé que no lo harían con una mala intención —  Pero juntos es una buena idea. No es algo que pensaba ocultarles, de todos modos. Tarde o temprano se enterarían y prefiero que lo oigan de mi boca antes de rumores escolares o suposiciones — ya puedo ver el escándalo de Eugene, lo huelo y todo. Apuesto a que me matará si no le dejo ponerle su toque a la boda, aunque sea en un detalle minúsculo.

Estoy masticando mi pizza cuando tengo la sensación de que me va a venir con una mala noticia, porque creo que ha perdido parte del color. Su risa me confirma lo que ya sé y trato, por un momento, el imaginar cómo sería el decirle al ministro de justicia que me casaré con su hermanita menor, a la cual parece tener entre paños de seda —  Sí, espera a que esté un poco alegre. ¿Que bebida le gusta? —  aún no sé si festejaremos en nuestra casa o en la suya, pero sea como sea tendré que encontrar el modo de embriagarlo aunque sea un poco. Intento que no se me pase la comida, así que mastico un poco más lento y la miro con la ironía de que me ha contado una pésima broma — Estaré para hacerte de apoyo moral, pero creo que lo tomará mejor viniendo de ti — además, debería estar un poco más acostumbrado a estas cosas, ya que hasta donde sé va a volver a ser padre. Tironeo un poco del queso, masticando con cuidado de que no se me caiga todo al suelo — ¿Alguna vez creíste que todo esto pasaría? Digo, tuvimos vidas jodidas, pero míranos. Tenemos una casa, un empleo, familia. Aún no entiendo cómo es que ha pasado —  no hace mucho era yo solo, en mi apestoso dormitorio. Me termino la porción y me chupo el queso restante del pulgar — Quizá es verdad lo que dicen y a los treinta uno empieza a estabilizarse — o solo estoy teniendo toda la suerte que no he tenido en estas tres décadas.
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Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Murmuro un agradecimiento minúsculo cuando me pasa un trozo de la pizza que ya estoy por llevarme a la boca aprovechando que es él quién está hablando, por lo que me apresuro a tragar cuando es mi turno de palabra. — Sé que no tocamos mucho el tema de festejos porque... bueno, ninguno se esperaba esto, pero si vamos a pasar Navidad con mi familia, no pretendo excluir a tus hermanos. — No conozco mucho de las vidas personales de los mismos, pero siento que si Charles está haciendo el esfuerzo de pasar las navidades conmigo y con Hans, yo debería hacerlo también con los suyos. — No sé que planes tienen ellos, pero podemos celebrar año nuevo con tu familia si a ti te parece bien, o... no lo sé. Supongo que será así a partir de ahora, ¿no? — Vamos a formar una familia, una que incluye dos partes después de un tiempo en el que ambas estuvieron rotas. A veces siento la necesidad de pellizcarme la piel en orden de saber si esto es la realidad o simplemente una creación de mi cabeza, pero el calor del fuego mezclado con el frío que se acumula en mis pies me recuerda que lejos de cualquier imaginación ficticia, estamos aquí después de todo.

Vino está bien, creo, así que asegúrate de que lleve cinco copas lo menos antes de darme la señal para soltar la bomba, ¿de acuerdo? — Me río por lo bajo, que parece que vamos a darle la noticia del siglo cuando en realidad solo me voy a casar. Claro que se hace un poco raro tener que explicarle esto a Hans como si fuera mi padre, lo que me produce una sensación amarga en el cuerpo al pensar que en una realidad paralela, esa figura sería algo más importante de lo que es ahora para mí. — Cuando le dije que me mudaría para vivir contigo se quedó blanco como un fantasma, como que se creía que lo siguiente que haría sería casarme. — Le comento con algo de gracia, poniendo una mueca divertida al pensar que al final tuvo razón, lo que me hace inclinar la cabeza hacia delante para soltar una risa. — Yo le respondí que no haría tal cosa, claro que no sabía que tú tenías planeado llevarle la contraria a mi hermano. — Me mofo, que empiezan un poco mal su relación como cuñados si van a comenzar tan pronto a proponer opiniones diferentes.

Me recompongo estirando la columna, llevándome la comida a la boca en lo que cruzo un brazo sobre mis piernas y lo dejo reposar ahí mientras termino el trozo de pizza. La noche está de cosas sentimentales, porque no esperaba que siguiera por ese camino y tengo que mirarlo como me pide, aunque sé que no va en sentido literal. Aun así, me tomo unos segundos para observar sus facciones antes de responder y paso saliva por mi garganta. — No. Siempre pensé que estaría destinada a vivir en la calle como perro al que nadie quiere. — Gracias papá, por eso. — Creo que nunca llegué a decirte esto, pero hubo momentos en los que me planteé seriamente si había alguna razón más lejos de la sangre mágica por la que mi padre hizo lo que hizo. — Pocas veces hemos hablado de mi padre, creo que los motivos son más que suficientes para no hacerlo, pero ahora que me estoy haciendo más mayor, me doy cuenta de lo mucho que deseo hablar de lo que pasó, como si lo sintiera necesario para poder sanar del todo. — No lo sé, ¿cómo podrías abandonar a tu hija en medio de la nada y despertarte al día siguiente como si no hubiera pasado nada? Como si nunca hubiera siquiera existido. — Frunzo un poco el ceño, como si estuviera yo misma tratando de comprenderlo.
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Charles B. Sawyer
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No voy a decir que no he pensado en ello es mentira, se me cruzó por la mente cuando la idea de pasar la Navidad con su familia tomó forma. Mis hermanos tenían compromisos previos con sus vidas, pero sumarlos a la festividad de Año Nuevo y hacer esto una fiesta bizarra ya se me apareció como una posibilidad, al menos que los Powell tengan otro tipo de ideas — Eugene y Jacques son solteros, estoy seguro de que querrán sumarse para tomar unas cuantas copas antes de las doce. ¿Crees que tu sobrina me acepte un poquito más si se entera que soy el hermano perdido de Jerek Grimm? — ruedo un poco los ojos con gracia, porque esa es una carta que siempre he odiado jugar. Mi hermanito lleva una vida que yo no comprendo y el fanatismo a su alrededor se me hace ridículo, pero si es feliz, allá él.

Cinco copas me parece un número acertado para que el hombre que sospecho que me detesta pueda aceptar que estoy robándole a su hermana de manera legal, lo que me hace pensar que es una ironía que se trate del ministro de justicia. ¿Y si pone alguna pega a nuestra unión y nos niega un juez para llevar a cabo la ceremonia? Nah, no sería capaz… ¿O sí? — Bueno, puede tomar como consuelo que no estamos viviendo en pecado — que sería muy irónico que se queje de eso si va a tener un bebé y encima, hasta donde yo sé, él tampoco se ha casado ni estoy seguro de que su novia sea su novia oficial; todavía no termino de entender los chismes de Phoebe, salvo que han comprado una casa aquí cerca para criar al bebé.

La nueva porción que estaba tomando se queda entre mis dedos pero jamás llega a mi boca, porque no pensaba charlar sobre su padre. Masticar sin muchos ánimos es la mejor excusa que se me presenta para no responder de inmediato y mis ojos se quedan fijos en el crepitar del fuego, algo cautivador en su danza repleta de calor — No sabremos jamás lo que le pasaba por la cabeza. Si alguna vez se arrepintió, si estaba totalmente descarrilado de mente como para hacer algo así… — ninguna de sus acciones habla de un hombre sano, pero creo que eso no es necesario que se lo aclare — Phee… sé que tu padre es la figura masculina que ha determinado tu vida y cuesta quitarse ese peso de encima. Pero creo que deberías encontrar el modo de, poco a poco, dejarlo ir. Aquí nadie es tu padre, estamos para quedarnos — busco su mano, entrelazo nuestros dedos para rozar con calma el anillo, el cual brilla por la luz del fogón — Te amo, ¿de acuerdo? Y si te he dado esto es porque planeo apoyarte y cuidarte en lo que resta de mi vida, que no pienso ser de esos tipos que se casan y divorcian mil veces como antes. Pero… no sé. ¿Jamás pensaste en ir a terapia? Te escucharé siempre que lo necesites, pero hay pensamientos que no creo poder apartar de tu mente — no soy un experto, solo soy su apoyo. Y en verdad, verdad, deseo su felicidad.
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Phoebe M. Powell
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Me alegra la idea de que sus hermanos puedan estar dispuestos a aceptar pasar la noche de Año Nuevo con nosotros, en especial porque la cena de Navidad será tan bizarra que necesitaremos de un soplo de aire fresco para no acabar las vacaciones de invierno con la cabeza aún más por explotar. — Si se entera de que eres el hermano de Jerek creo que no te dejará en paz hasta que le consigas un autógrafo o una foto. O las dos cosas. — Revoleo los ojos con gracia, elevando un poco mis mejillas. — De seguro si se lo dices en la cena de Navidad escalarás puntos enseguida en la lista de personas que le caen bien, que por cierto, dice que eres muy apuesto. — Le guiño un ojo, como para darle a entender sin palabras que no es la única que piensa de ese modo, aunque me ahorro el detalle que remarcó de que hacemos una linda pareja solo por la altura y opto por reírme por lo que dice de vivir en pecado.

Sé que me debo ver de lo más frágil cuando consigo mirarle mientras habla, demasiado concentrada en como suena su voz en lugar de atender a las palabras que dice, esas que esconden un significado que a mí misma me encantaría averiguar de poder hacerlo. No tomo a mi padre como el tipo que se arrepiente, porque de haberlo hecho, ¿no habría intentado buscarme? ¿encontrar el modo de hacerme regresar a casa? — Lo sé, y créeme he intentado dejarlo ir, desde que tengo uso de razón he tratado de borrarlo de mi vida, tal y como él hizo conmigo, pero... hay veces que no sé cómo hacerlo, siento que llevo todo este tiempo huyendo y ahora que tú estás aquí conmigo, y que Hans también, que por fin puedo decir que he encontrado algo a lo que aferrarme, siento que en cualquier momento alguien me lo va a arrebatar. — Me guardo para mí misma el decir que ese alguien tiene una cara y un nombre completo porque no quiero parecer que me estoy volviendo una paranoica, pero es que mis sueños no han dejado de cesar incluso después de la charla con Hans y ahora que estoy a punto de conseguir una estabilidad en mi vida el sentimiento de que todo tiembla es cada vez más fuerte.

Resguardo nuestras manos unidas con mi otra mano para acariciar la suya con delicadeza, en un gesto suave que hace que me lleve sus nudillos a mis labios para besarlos con lentitud y después pasar a apoyar mi mejilla en su mano, mirándole de lado. — ¿Crees que necesito ir a un psicomago? — La idea hace que frunza el ceño, no en su dirección sino a la nada misma, con la mirada perdida en su pecho mientras planteo en mi cabeza lo que propone, porque hasta donde yo conocía, mi padre era el que estaba mal de la cabeza, no yo.
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Charles B. Sawyer
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Puedo comprenderlo, pero no compartirlo. Porque he usado estos meses en que ambos construyamos una vida lejos del pasado para ser capaces de mirar hacia el futuro, uno que se ve cada vez más incierto y cargado de sombras que parecen no querer marcharse ni siquiera cuando uno enciende la luz. Sé que no puedo cambiar el pasado, sé que tampoco puedo hacer nada que le haga olvidar las cosas malas que nos formaron como personas traumadas, pero al menos puedo escuchar lo que tiene para decir y sostener su mano — Phoebe Powell, creo que está más que claro que deberían cometer un asesinato para que alguno de nosotros te abandone. Y estamos seguros, estamos construyendo un hogar, una vida. No pienses en desgracias, que es mejor mantenerlas lejos. Creí que para pesimista estaba yo — que jamás he sido un rayo de luz, pero no puedo permitirme un derrumbe justo ahora, cuando todo parece estar cobrando forma poco a poco.

Espero que no se lo tome a mal, pero al menos su manera de tocarme y quedarse resguardada en mi mano me da el permiso de acariciar su mejilla, como si de esa forma pudiese borrar las memorias crueles que patinan dentro de su cabeza — A veces viene bien el hablar de estas cosas con un experto. La gente que te rodea puede acompañarte, pero no siempre tenemos las herramientas para sacarte a flote. ¿Entiendes? — mis yemas se patinan hasta tocar sus labios, agradecido del calor de su aliento — No tiene nada de malo si lo necesitas. Tuviste la clase de vida que le afectaría a cualquiera y jamás voy a comprender cómo es que sobreviviste siendo tan joven. Muchos adultos no tenemos esa capacidad — muchos preferimos quedarnos en el fondo, pero Phoebe aprendió por su cuenta el valor de su vida. Muchas personas hablan de pasados terribles, de la mala suerte que acarrea sus vidas como un vicio, pero sé que ella tiene una de esas historias que me producen respeto.

Desciendo la mano hasta acariciar su cuello, me acerco lo suficiente como para que pueda escucharme a pesar de hablar en susurros, como un secreto que morirá entre ambos — Te admiro y te respeto, Phee, por lo que fuiste y eres. Solo quiero que seas feliz y a veces temo no ser capaz de brindarte nada de eso. Pero si tú dices que soy suficiente, no tengo otra opción que aceptarlo y creerlo. Al final del día, es lo que importa — porque si nos ponemos a repasar toda la mierda que cargamos entre los dos, no podríamos mirar jamás hacia el futuro. Y allí es dónde la quiero encontrar.
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Phoebe M. Powell
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No sé en qué momento pasamos de proponerme matrimonio a hablar de asesinatos y destripamientos como tema serio que me tiene mirándolo con el baile de las llamas reflejadas en sus ojos azules, pero supongo que tiene un sentido cuando lo relaciona con la vida que estamos tratando de formar. Asiento con la cabeza despacio, como si necesitara de ese movimiento para dejar claro que estoy convenciéndome a mí misma de sus palabras, porque yo también las creo y comparto, sino no estaría aquí esta noche, aceptando a ser su mujer con la única promesa de que estamos haciendo lo correcto por ser nosotros. — Hablas como si estuviera hundida en la más profunda miseria. — No hay ningún motivo para hacerlo, pero tiro un poco de mis mejillas para formar una sonrisa, algo triste si se analiza en profundidad. — No es así, ¿de acuerdo? Tengo todo lo que necesito, aquí y ahora, todo lo que podría hacerme feliz, pero por esa misma razón a veces es normal tener miedo a perderlo, ¿no? — Le pregunto porque parece que soy la única que piensa de ese modo, aunque acostumbrada a ir por la vida sin tenerle preocupación a que algo salga mal porque no había nada más que pudiera hacerlo, creo que es normal. — Pero lo entiendo, si alguna vez lo necesito, lo haré. — Que no me haría mucha gracia tener que contarle toda mi vida personal a un extraño, la verdad, pero si eso hace sentir mejor a Chuck podría intentarlo.

Esta vez sí me sonrío con gusto al sentir las caricias de sus dedos sobre mi piel, e incluso cierro los ojos durante el tiempo que duran, pero como me niego a hablar de la época a la que se refiere cuando tuve que salir adelante por mi propio pie, opto por bromear al respecto. Quizás un movimiento no muy inteligente ahora que estamos hablando honestamente de sentimientos. — Ah, pero sólo lo hice porque tuve una visión de un joven muy apuesto y con una muy buena mano en las cartas que me propuse conocer antes de terminar en una zanja. — Bueno, eso sonó algo oscuro y turbio al final, pero que me vale para no tener que rascar entre los recuerdos que no me apetece mucho desmantelar, menos hoy que debería ser una noche libre de mierdas del pasado. — Era muy, muy apuesto. — No sé por qué hablo como si no me estuviera refiriendo a él, lo que me hace sonreír un poco más por la tontería.

Abro los párpados un poco más que antes cuando su mano roza mi cuello, teniéndolo a una distancia tan cerca que puedo no solo escuchar su respiración, sino también sentirla golpear contra mi piel cuando habla. Se me eriza un poco el vello de la piel, aunque nada tiene que ver con el frío que no siento al estar resguardada por la manta y su propio cuerpo. Cierro los ojos cuando me animo a presionar dos segundos mis labios contra su mentón y después sus labios para hacerle callar. — Lo eres, más que suficiente. — Susurro, entreabriendo la mirada para plasmarla sobre sus ojos en un intento de que me tome en serio como nunca lo ha hecho cuando le he repetido lo mismo en más de una ocasión. — Voy a casarme contigo, me da igual el resto, como si mi hermano quiere interponerse en mitad de la boda, podemos no invitarle si vemos que eso está entre las probabilidades de que ocurra. — Me río sobre su boca, que creo que es necesario añadirle un poco de gracia al asunto y no tanto drama, parece que no me deshago de lo último en mi vida. — Y no puedo esperar a ser tu mujer, Sawyer, así que ve buscando una fecha para añadir al calendario. — Como parece ser que es lo único que hago en los últimos minutos, sonrío para después elevar la mano hacia su mejilla y acariciar su piel en lo que vuelvo a besar sus labios.
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Charles B. Sawyer
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Arqueo las cejas porque se toma con demasiada tranquilidad el chiste de acabar en una zanja, una opción que siempre es posible cuando se vive en el norte. Nos fuimos de allí para no considerarla jamás, aunque no voy a ponerme en mala onda y le pellizco el mentón para quitarle importancia a palabras que no debería escuchar, porque sé de dónde vienen — Espero que este extraño muy, muy apuesto lo valga. Tanto como para no terminar en una zanja — es una pequeña advertencia, pero acabo por sonreír aunque sea tímidamente, casi contando únicamente como una mueca — Ya, dejemos los chistes negros, por favor. No deberíamos gastar nuestro tiempo en pensamientos amargos, cuando creo que tenemos más de un motivo para celebrar — ¿Por qué pintarnos de gris, cuando las cosas parecen tomar un rumbo poco a poco? Con pequeños detalles, de una vez por todas. A pesar de la basura que nos rodea y de la que tanto intentamos escapar.

Más que suficiente, con eso me basta y sobra. Es genuina la sonrisa que me barre el rostro, se lleva cualquier rastro de preocupación y  hasta me hace desear que podamos sacar a su hermano de la lista, solo para no tener que pasar el momento bochornoso de lidiar con su familia. Obvio que no es en serio… bueno, tal vez un poco — No quiero terminar en prisión por casarme con la hermana menor de un ministro sin recibir su bendición, aunque tal vez valga la pena — mudarme al centro de NeoPanem podría haber resultado fatal, pero hasta ahora nuestra convivencia ha sido más que amena y supe entonces que había tomado una buena decisión. ¿Qué sucederá con este trabajo? No tengo idea, pero también sirve como pie a un nuevo comienzo, uno que jamás había notado que añoraba si se trataba de ella. Me dejo perder en su boca, seguro de que podemos caminar por esta ruta. Estrujo sus dedos, su cintura, nos hago pequeños en el tronco en el cual apenas cabemos para compartirlo y me olvido que el frío está helado, porque nuestra cercanía y la manta son suficiente como para pasar de ello — Ya miraremos el calendario luego — farfullo contra su boca y escondo sus manos en el bolsillo delantero de mi buzo — Tenemos todo el tiempo del mundo para prepararlo. Ahora solo quiero comer pizza, tomar vino y besar a mi futura esposa hasta que venga un dementor a ofrecer a cambiar de lugar — y ahí vamos con las bromas negras. Porque si voy a permitirme el buen humor, es esta noche. Y sólo puedo rogar que se repita por el resto de nuestras vidas.
Charles B. Sawyer
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