OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
Faltan pocos días para Navidad, las nubes grises empiezan a copar el cielo y las primeras nevadas se encuentran a la vuelta de la esquina, lo que significa que debería estar temblando de frío y no de ansiedad. Cualquiera podría decir que la cantidad de trabajo de estos días debería tenerme un poco más estresado que aquel embarazo que, poco a poco, empieza a hacerse notar. He descubierto que hay una pequeña curva en el vientre de Scott cada vez que la abrazo, especialmente por las noches, cuando mi mano busca algo de calor al rodearla y acabar posándose allí en un gesto que pretende mantenerla cerca. Saber de la existencia de un puntito minúsculo que tiene parte de mí es solo eso, un conocimiento que busca prepararte mentalmente para lo que se vendrá, pero poco a poco empieza a ser visible. Hay una pancita de casi cuatro meses asomándose cada vez que la veo vestirse o usar ropa ligera en casa, una que me recuerda que esto es real, que está creciendo y que yo debería dejar de tener este maldito tic nervioso en la pierna, porque creo que el banco donde estamos esperando se mueve por mi culpa cada vez que hago rebotar mi pie.
No es la primera consulta, pero tengo entendido que hoy podríamos llegar a tener una idea de qué podría ser y ponerle un género a un bebé lo hace todavía más tangible. Podría imaginarme si será un niño o una niña, empezar a formar los rasgos de una persona que ya lo es todo para mí y ni siquiera es visible. Como si así fuese a calmarme, agarro la mano de Scott sin importarme que la única persona en la sala de espera, una embarazada que disimuladamente lanza miradas por arriba de la revista que finge leer, pueda llegar a chismorrear algo sobre esto. Como si no dijeran ya lo suficiente en el ministerio sobre nosotros como para preocuparme por un montón de extraños — No debes estar ansiosa. Lo bueno de todo esto es que Meerah dejará de preocuparse por qué tipo de ropa confeccionar a continuación — es una broma que busca calmarla a ella, aunque sé muy bien que el que está un poco histérico soy yo. Recargo mi cabeza contra la blanca pared del ala de maternidad y le sonrío, tratando de ser un poquito más yo de lo que he sido los últimos días — ¿Algún deseo que pedir? Quizá sea ahora o calle para siempre — como si este bebé fuese a doblegarse a nuestra voluntad. ¡Por favor! Su entera existencia demuestra su rebeldía, su identidad será lo mismo.
Miro sobre la coronilla de Lara en cuanto la puerta del consultorio se abre y la voz del sanador nos llama, así que me pongo de pie mucho más rápido de ella y sujeto su mano en un intento de ayudarle, a pesar de que todavía puede moverse con normalidad. En cuanto entramos y la puerta se cierra tras nosotros, estrecho la mano del médico con una sonrisa forzada que pretende ser cordial ante el saludo amable que se intercambia en el aire — ¿Es verdad que las panzas tienen diferentes formas por culpa del sexo del bebé? — y ya escupí una estupidez. ¿Dónde puse los chicles para estos casos?
Faltan pocos días para Navidad, las nubes grises empiezan a copar el cielo y las primeras nevadas se encuentran a la vuelta de la esquina, lo que significa que debería estar temblando de frío y no de ansiedad. Cualquiera podría decir que la cantidad de trabajo de estos días debería tenerme un poco más estresado que aquel embarazo que, poco a poco, empieza a hacerse notar. He descubierto que hay una pequeña curva en el vientre de Scott cada vez que la abrazo, especialmente por las noches, cuando mi mano busca algo de calor al rodearla y acabar posándose allí en un gesto que pretende mantenerla cerca. Saber de la existencia de un puntito minúsculo que tiene parte de mí es solo eso, un conocimiento que busca prepararte mentalmente para lo que se vendrá, pero poco a poco empieza a ser visible. Hay una pancita de casi cuatro meses asomándose cada vez que la veo vestirse o usar ropa ligera en casa, una que me recuerda que esto es real, que está creciendo y que yo debería dejar de tener este maldito tic nervioso en la pierna, porque creo que el banco donde estamos esperando se mueve por mi culpa cada vez que hago rebotar mi pie.
No es la primera consulta, pero tengo entendido que hoy podríamos llegar a tener una idea de qué podría ser y ponerle un género a un bebé lo hace todavía más tangible. Podría imaginarme si será un niño o una niña, empezar a formar los rasgos de una persona que ya lo es todo para mí y ni siquiera es visible. Como si así fuese a calmarme, agarro la mano de Scott sin importarme que la única persona en la sala de espera, una embarazada que disimuladamente lanza miradas por arriba de la revista que finge leer, pueda llegar a chismorrear algo sobre esto. Como si no dijeran ya lo suficiente en el ministerio sobre nosotros como para preocuparme por un montón de extraños — No debes estar ansiosa. Lo bueno de todo esto es que Meerah dejará de preocuparse por qué tipo de ropa confeccionar a continuación — es una broma que busca calmarla a ella, aunque sé muy bien que el que está un poco histérico soy yo. Recargo mi cabeza contra la blanca pared del ala de maternidad y le sonrío, tratando de ser un poquito más yo de lo que he sido los últimos días — ¿Algún deseo que pedir? Quizá sea ahora o calle para siempre — como si este bebé fuese a doblegarse a nuestra voluntad. ¡Por favor! Su entera existencia demuestra su rebeldía, su identidad será lo mismo.
Miro sobre la coronilla de Lara en cuanto la puerta del consultorio se abre y la voz del sanador nos llama, así que me pongo de pie mucho más rápido de ella y sujeto su mano en un intento de ayudarle, a pesar de que todavía puede moverse con normalidad. En cuanto entramos y la puerta se cierra tras nosotros, estrecho la mano del médico con una sonrisa forzada que pretende ser cordial ante el saludo amable que se intercambia en el aire — ¿Es verdad que las panzas tienen diferentes formas por culpa del sexo del bebé? — y ya escupí una estupidez. ¿Dónde puse los chicles para estos casos?
Supongo que tiene lógica, dentro de lo que cabe, pero sé que no importa lo que pueda decir al respecto: Lara se coloca sobre la mesita en un obvio gesto que me deja bien en claro que será parte de la decoración del cuarto, probablemente cerca de ese rincón donde la luz le da toda la tarde y no estorbaría mientras nosotros vamos y venimos tratando de calmar a un bebé posiblemente llorón. Me resigno y asiento, ni siquiera miro el precio cuando le doy una palmadita al borde de la superficie — Tenemos cuna, tenemos mesa. ¿Qué es lo siguiente que quieres ver? — la ropa y los peluches no cuentan, estamos hablando de un dormitorio que poco a poco va tomando forma. Algo me dice que, para cuando nazca el bebé, tendremos hasta una escoba de juguete por si las dudas.
— Sé que fue una broma, pero tienes que admitir que también fue tentador — quizá tengo modos extraños de divertirme, pero ya he pasado demasiada tensión en el consultorio como para no vengarme con pequeñas tonterías. Pero no hace falta que aclare que estoy loco por ella, lo he dicho en cientos de ocasiones y lo delato con una sonrisa burlona que es un reflejo de la suya. Recuerdo haberlo mencionado en la desesperación de un departamento que no creí extrañar al menos un poco, presa de la sed que poco a poco se fue acoplando a mi cuerpo y que parece no poder ser calmada a pesar del paso de las semanas juntos. Sí, se me zafaron unos cuantos tornillos por ella y creo que los ha guardado en una cajita especial de mecánica profesional — ¿Parece que estoy tratando de ocultarlo? — respondo con simpleza al apoyarme en la silla para acabar por incorporarme, alzándome a su lado en lo que ella hace lo mismo. Sus caricias me invitan a avanzar, colocándome más cerca de ella en lo que mis dedos se levantan para recorrer el contorno de su mandíbula. Olvido que estamos en público cuando me atrapa antes de que pueda decir algo y mis pulgares presionan sus pómulos al besarla, sintiendo mi suspiro quebrarse en su boca. En definitiva, sé que quiero hacer cientos de cosas con ella, pero ocultarnos no es una de ellas. ¿Qué importa lo que Patricia Lollis pueda decir, si puedo dejar de fingir cada vez que nos cruzamos en el ministerio? Como si no nos conociéramos, como si el saludo escueto de la cabeza no fuese una burla a los besos que compartimos en la mañana en una cama que hicimos nuestra. Podemos decidirlo o dejar que el bebé lo haga por nosotros en cuanto salga llorando, pareciéndose un poquito a ambos.
Estoy muy entretenido mordisqueando su labio inferior cuando me percato de que hay alguien parado a nuestro lado, no suelto su rostro cuando muevo la cabeza con lentitud y me encuentro con Jennifer del otro lado de la sillita, con obvia expresión de no saber si interrumpir o no. Me relamo como si de esa manera pudiese borrar la sensación cálida de mi boca y fuerzo una sonrisa cuando pregunta si necesitamos algo más. Bajo las caricias por los brazos de Scott hasta tomar una de sus manos y señalo la mesa — Nos llevaremos el set, además de la cuna, la jirafa y esa ropa. ¿Me olvido de algo o quieres algo más? Podemos ver cosas como… toallas... — es lo primero que aparece en mi campo de visión cuando giro la cabeza. ¿Qué es lo más urgente cuando nace un bebé? Obviemos que todavía tenemos un aproximado de seis meses. Jennifer anuncia algo como que va a ir preparando el pedido, lo que me permite el girarme hacia Scott y tirar de su mano para que vuelva a acercarse a mí — Ahora saldrá en los titulares que me besuqueo con mi prima desconocida. ¿No ves que siempre me metes en líos? — estoy por buscar una vez más su boca, pero un chillido me sobresalta y me doy de lleno con su nariz. Ignoro el repentino dolor cuando levanto la cabeza y me percato de la niña que entró hace unos minutos, haciendo un berrinche en el suelo de tal manera que su padre no puede ponerla de pie. ¿Ven por qué nunca me gustaron los niños pequeños? — Si eso sucede, desde ya declaro que tengo derecho a silenciar a nuestro hijo con magia — le advierto, seguro de que mi expresión es de horror y desaprobación.
— Sé que fue una broma, pero tienes que admitir que también fue tentador — quizá tengo modos extraños de divertirme, pero ya he pasado demasiada tensión en el consultorio como para no vengarme con pequeñas tonterías. Pero no hace falta que aclare que estoy loco por ella, lo he dicho en cientos de ocasiones y lo delato con una sonrisa burlona que es un reflejo de la suya. Recuerdo haberlo mencionado en la desesperación de un departamento que no creí extrañar al menos un poco, presa de la sed que poco a poco se fue acoplando a mi cuerpo y que parece no poder ser calmada a pesar del paso de las semanas juntos. Sí, se me zafaron unos cuantos tornillos por ella y creo que los ha guardado en una cajita especial de mecánica profesional — ¿Parece que estoy tratando de ocultarlo? — respondo con simpleza al apoyarme en la silla para acabar por incorporarme, alzándome a su lado en lo que ella hace lo mismo. Sus caricias me invitan a avanzar, colocándome más cerca de ella en lo que mis dedos se levantan para recorrer el contorno de su mandíbula. Olvido que estamos en público cuando me atrapa antes de que pueda decir algo y mis pulgares presionan sus pómulos al besarla, sintiendo mi suspiro quebrarse en su boca. En definitiva, sé que quiero hacer cientos de cosas con ella, pero ocultarnos no es una de ellas. ¿Qué importa lo que Patricia Lollis pueda decir, si puedo dejar de fingir cada vez que nos cruzamos en el ministerio? Como si no nos conociéramos, como si el saludo escueto de la cabeza no fuese una burla a los besos que compartimos en la mañana en una cama que hicimos nuestra. Podemos decidirlo o dejar que el bebé lo haga por nosotros en cuanto salga llorando, pareciéndose un poquito a ambos.
Estoy muy entretenido mordisqueando su labio inferior cuando me percato de que hay alguien parado a nuestro lado, no suelto su rostro cuando muevo la cabeza con lentitud y me encuentro con Jennifer del otro lado de la sillita, con obvia expresión de no saber si interrumpir o no. Me relamo como si de esa manera pudiese borrar la sensación cálida de mi boca y fuerzo una sonrisa cuando pregunta si necesitamos algo más. Bajo las caricias por los brazos de Scott hasta tomar una de sus manos y señalo la mesa — Nos llevaremos el set, además de la cuna, la jirafa y esa ropa. ¿Me olvido de algo o quieres algo más? Podemos ver cosas como… toallas... — es lo primero que aparece en mi campo de visión cuando giro la cabeza. ¿Qué es lo más urgente cuando nace un bebé? Obviemos que todavía tenemos un aproximado de seis meses. Jennifer anuncia algo como que va a ir preparando el pedido, lo que me permite el girarme hacia Scott y tirar de su mano para que vuelva a acercarse a mí — Ahora saldrá en los titulares que me besuqueo con mi prima desconocida. ¿No ves que siempre me metes en líos? — estoy por buscar una vez más su boca, pero un chillido me sobresalta y me doy de lleno con su nariz. Ignoro el repentino dolor cuando levanto la cabeza y me percato de la niña que entró hace unos minutos, haciendo un berrinche en el suelo de tal manera que su padre no puede ponerla de pie. ¿Ven por qué nunca me gustaron los niños pequeños? — Si eso sucede, desde ya declaro que tengo derecho a silenciar a nuestro hijo con magia — le advierto, seguro de que mi expresión es de horror y desaprobación.
—¿Un ropero? ¿Un cambiador? ¡Ya sé! ¡Uno de esos móviles para la cuna!— exclamo, después de tomarme dos minutos para hacer un repaso de esas imágenes que me ha mandado Rose que me han dado una idea de cómo se ven los cuartos de bebés. ¿El plan era este? ¿Venir por una cuna y llevarnos muebles para las dos habitaciones que tendrá? Aprovecho que todavía estoy sentada en una mesa que será de futuras reuniones importantes, con el elefante de orejas celestes presente, para tamborilear mis dedos sobre la madera y dejar claro una cuestión. —Los muebles para la isla los pagas tú, los del cuatro los pago yo— digo y coloco una mano encima del elefante. —Y nos llevamos este, así tiene un peluche en cada cuna— agrego, aunque no sé por qué tengo el breve destello de unas manitos llevándose ambos peluches de una casa a la otra.
Casi parece que actuamos como un matrimonio separado que comparte custodia, cuando apenas si nos estamos definiendo como una pareja, que no sé si es una situación extraña, o somos nosotros que no abandonamos el asombro de encontrarnos haciendo cosas delirantes juntos, que hace un año nos hubiera servida de material de chiste entre amigos. Si entre las revanchas que buscamos sobre el otro damos lugar a confusiones, seguimos colaborando con esta incapacidad de dar precisión a lo que sea, que hace parte a los demás. ¿Qué puede pensar Jennifer de vernos? Cualquier cosa, todo, nada cómo realmente es. Un poco lo que la pasa a todos, supongo. Me queda esa duda de cómo aclarar que este bebé es suyo, de que no queden dudas de ello, que no especulen si es de alguno de mis colegas o que sus secretarias me tomen por la mujer que hizo de la entrada a su oficina una puerta giratoria durante el verano por las veces que entré y salí, pero el bebé seguro es de otro, que Jennifer no piense que estoy aquí besuqueándome con alguien que no es el padre de mi hijo y se arme toda esa novela de que somos amantes fingiendo ser primos. Porque al final del día todo eso nos da para reírnos, que no me importa lo que piensen o digan los demás, sino que sea Hans quien se mantenga consecuente con sus palabras.
Si no ha quedado claro que ninguno tiene intención de ocultar esto, creo que nuestras ganas a la vista sirven para que quienes se fijen en nosotros se hagan una idea. A Jennifer la tenemos lo suficientemente cerca como para que pueda apreciar lo fácil que un beso nos hace caer, que mis manos pican contra la piel de su garganta y tengo mi cuerpo presionándose contra el de Hans, que si no fuera por la presencia silenciosa que llegó a romper nuestro ensimismamiento, lo estaría empujando al sector de los roperos para que uno de estos nos sirva de falso punto ciego. Por el suspiro que se desliza de mis labios, cuando aún tengo mis dedos sujetándose a las solapas del traje de Hans, a la chica le debe quedar claro que lamento su interrupción, y es que eso tampoco tengo por qué esconderlo. —¡Y el elefante!— grito, señalando al peluche que es parte de la imagen de la mesa con las sillitas. ¿Toallas? ¿Toallas de qué? Me cuesta un poco más que a él encontrar la lucidez para ordenar mis pensamientos de una manera en que pueda volver a hacer foco de por qué estamos aquí y no en otro lugar. Hace que mi sonrisa se curve hacia un lado con esa intención burlona de querer decirle que supongo que así se enterará el hombre genial de que me anda besuqueando con el ministro Powell. La escena tan familiar, tan sacada de una película de terror protagonizada por familias, me distrae por un minuto y puedo vernos protagonizando ese mismo espectáculo. — No, espera… ¡no puedes… no puedes hechizar al bebé porque llore!— suelto al recomponerme al golpe torpe entre los dos. ¿Estamos a punto de ponernos a discutir por algo que faltan dos años o con suerte cuatro?
—Vamos a encargarnos de un lío a la vez— declaro, me lo llevo un poco lejos de la familia porque no quiero que la niña berrinchuda escuche, y cuando identifico las toallas ordenadas por colores así como todo el repertorio de batitas de baño, lo encierro entre esos estantes y los juguetes para bañera. Aferro su camisa con mis dedos para tirar de él y acabar con esa estúpida y débil distancia que siempre surge entre los dos. —Los titulares pueden decir lo que quieran, que incluyan fotos, que salga Jennifer dando testimonios. Porque serán lo de menos en comparación a los rumores que van a quemar esta tarde el ministerio, cuando vaya a tirar todas las carpetas de tu escritorio al piso. ¿Dijiste que también es mío, no? — pregunto rozando su mandíbula. —Iré a reclamar mi nueva posesión, y lo haré una, dos, tres veces. No saldremos de tu oficina. Te voy a mantener ocupado en algo más placentero que reformar leyes y no querrás que pare aunque te canses, nunca agobiarte en la oficina te habrá gustado tanto— es arriesgado hacer una apuesta tan elevada, qué se yo de lo que ha pasado antes o lo que pasará después en ese despacho, pero asumo el riesgo porque estoy decidida a ganar. —Te enseñaré un nuevo tipo de justicia que puedas aplicar… y yo estaré arriba— sonrío con inocencia al darle un beso rápido. —Ahora, ¿de qué colores te gustarían las toallas?
Casi parece que actuamos como un matrimonio separado que comparte custodia, cuando apenas si nos estamos definiendo como una pareja, que no sé si es una situación extraña, o somos nosotros que no abandonamos el asombro de encontrarnos haciendo cosas delirantes juntos, que hace un año nos hubiera servida de material de chiste entre amigos. Si entre las revanchas que buscamos sobre el otro damos lugar a confusiones, seguimos colaborando con esta incapacidad de dar precisión a lo que sea, que hace parte a los demás. ¿Qué puede pensar Jennifer de vernos? Cualquier cosa, todo, nada cómo realmente es. Un poco lo que la pasa a todos, supongo. Me queda esa duda de cómo aclarar que este bebé es suyo, de que no queden dudas de ello, que no especulen si es de alguno de mis colegas o que sus secretarias me tomen por la mujer que hizo de la entrada a su oficina una puerta giratoria durante el verano por las veces que entré y salí, pero el bebé seguro es de otro, que Jennifer no piense que estoy aquí besuqueándome con alguien que no es el padre de mi hijo y se arme toda esa novela de que somos amantes fingiendo ser primos. Porque al final del día todo eso nos da para reírnos, que no me importa lo que piensen o digan los demás, sino que sea Hans quien se mantenga consecuente con sus palabras.
Si no ha quedado claro que ninguno tiene intención de ocultar esto, creo que nuestras ganas a la vista sirven para que quienes se fijen en nosotros se hagan una idea. A Jennifer la tenemos lo suficientemente cerca como para que pueda apreciar lo fácil que un beso nos hace caer, que mis manos pican contra la piel de su garganta y tengo mi cuerpo presionándose contra el de Hans, que si no fuera por la presencia silenciosa que llegó a romper nuestro ensimismamiento, lo estaría empujando al sector de los roperos para que uno de estos nos sirva de falso punto ciego. Por el suspiro que se desliza de mis labios, cuando aún tengo mis dedos sujetándose a las solapas del traje de Hans, a la chica le debe quedar claro que lamento su interrupción, y es que eso tampoco tengo por qué esconderlo. —¡Y el elefante!— grito, señalando al peluche que es parte de la imagen de la mesa con las sillitas. ¿Toallas? ¿Toallas de qué? Me cuesta un poco más que a él encontrar la lucidez para ordenar mis pensamientos de una manera en que pueda volver a hacer foco de por qué estamos aquí y no en otro lugar. Hace que mi sonrisa se curve hacia un lado con esa intención burlona de querer decirle que supongo que así se enterará el hombre genial de que me anda besuqueando con el ministro Powell. La escena tan familiar, tan sacada de una película de terror protagonizada por familias, me distrae por un minuto y puedo vernos protagonizando ese mismo espectáculo. — No, espera… ¡no puedes… no puedes hechizar al bebé porque llore!— suelto al recomponerme al golpe torpe entre los dos. ¿Estamos a punto de ponernos a discutir por algo que faltan dos años o con suerte cuatro?
—Vamos a encargarnos de un lío a la vez— declaro, me lo llevo un poco lejos de la familia porque no quiero que la niña berrinchuda escuche, y cuando identifico las toallas ordenadas por colores así como todo el repertorio de batitas de baño, lo encierro entre esos estantes y los juguetes para bañera. Aferro su camisa con mis dedos para tirar de él y acabar con esa estúpida y débil distancia que siempre surge entre los dos. —Los titulares pueden decir lo que quieran, que incluyan fotos, que salga Jennifer dando testimonios. Porque serán lo de menos en comparación a los rumores que van a quemar esta tarde el ministerio, cuando vaya a tirar todas las carpetas de tu escritorio al piso. ¿Dijiste que también es mío, no? — pregunto rozando su mandíbula. —Iré a reclamar mi nueva posesión, y lo haré una, dos, tres veces. No saldremos de tu oficina. Te voy a mantener ocupado en algo más placentero que reformar leyes y no querrás que pare aunque te canses, nunca agobiarte en la oficina te habrá gustado tanto— es arriesgado hacer una apuesta tan elevada, qué se yo de lo que ha pasado antes o lo que pasará después en ese despacho, pero asumo el riesgo porque estoy decidida a ganar. —Te enseñaré un nuevo tipo de justicia que puedas aplicar… y yo estaré arriba— sonrío con inocencia al darle un beso rápido. —Ahora, ¿de qué colores te gustarían las toallas?
Y el elefante, claro. ¿Cómo dejarlo atrás cuando parece ser que va a ser el presidente de juntas de mi futuro hijo? El cual espero que tenga menos pulmones que la niña presente, porque tengo la sensación de que mis orejas van a explotar en mil pedazos y no puedo comprender cómo es que su madre solo está intentando razonar con ella, cuando en mis tiempos me habrían puesto de pie de un tirón y con un golpecito en la boca habrían solucionado todo. Tuve mis caprichos, estoy seguro de ello y puedo recordar algunos, pero no recuerdo haber realizado un escándalo de esa magnitud en un lugar público — ¡Solo un hechizo silenciador! ¿Cómo planeas soportar tanto ruido de manera seguida? O ya sabes, darle alguna poción para dormir leve cuando ande muy irritante… — ¿Es ilegal? Jamás leí nada al respecto, así que debería buscarlo.
Estoy por ponerme a enumerar todos los beneficios que tendría el hechizar a un bebé para que duerma varias horas seguidas, pero Scott se las arregla para arrastrarme y me trago un móvil colgante que me da de lleno en la cara. Tengo que tener cuidado de no tropezar con los estantes y mis ojos buscan una respuesta ante tal urgencia por algo de distancia con el resto del mundo, porque no creo que sus hormonas estén tan descontroladas como para que quiera meterme mano en un sitio tan público como este. No sé dónde poner las mías ante tanta cercanía, tengo la urgencia de mirar entre los toallones para chequear que nadie se acerca en lo que el calor va subiendo por mi cuerpo hasta que estoy seguro de que he tomado un color rosado, especialmente en los pómulos; me pregunto si al estar cerca de mi rostro ella puede sentir el cambio de temperatura — ¿Quemar al ministerio o quemarme a mí? — pregunto en un murmullo, apenas echándole un vistazo de refilón al pasar mis manos por sus hombros y bajarlas por su espalda, soy consciente de que estoy arrugando la tela de su ropa con dedos ansiosos y me obligo a estirarlos — Scott… — el tono que utilizo pretende ser de advertencia, como si cada una de sus promesas se me pegasen en el cerebro y las repitiera una y otra vez. Para cuando regresa a hablar de toallas, me doy cuenta de que tengo hasta los labios secos y la miro completamente descolocado. Al menos, su beso me hace reaccionar — Rojo… — es lo primero que me viene a la mente, pero porque estoy seguro de que es lo único que puedo ver ahora — No, espera…
Me siento demasiado atolondrado cuando empiezo a pasar las toallas en sus perchitas, corriendo una tras otra hasta dar con una de color azul marino — ¿Qué opinas de esta? Es bastante suave, aunque esta… — le enseño una turquesa — tiene capucha para que la use de batita. Yo tenía una parecida — aunque creo que era blanca con bordados azules, pero no puedo recordar los detalles. Paso mi mano nerviosa por la nuca y chequeo mi propia temperatura corporal. Le doy vuelta a la bata para chequear su acolchonado interior, pero se me patina una sonrisa ladina que espero que no pueda ver — ¿Vas a querer que volvamos a usar el muffliato o quieres que mis empleados oigan todo el espectáculo? Dudo que llegue a las oficinas, pero mis asistentes tendrían un panorama bastante acertado de lo que esté sucediendo. ¿Sabes que pueden despedirme por eso? — técnicamente no es mentira, pero para llegar a ese punto debería descuidar mi trabajo y hasta ahora, creo que he sido lo suficientemente eficiente como para que no presenten quejas — Scott, no deberías meterme esas ideas en público. Hay cosas biológicas que no se pueden controlar y el bebé va a espantarse si lo visito muy seguido — y sí, sale como una broma, pero creo que se me va un poco el calor cuando la miro con una duda preocupante pintada en el rostro — El sexo no fastidia al bebé, ¿no es así? Porque una vez escuché algo sobre cuarentena sin relaciones y… No sé si podría hacerlo si el bebé está ahí como… bueno, en el medio — si lo piensas un poco, es algo perturbador saber que estabas presente en el interior de tu madre mientras tus padres tenían sexo.
Estoy por ponerme a enumerar todos los beneficios que tendría el hechizar a un bebé para que duerma varias horas seguidas, pero Scott se las arregla para arrastrarme y me trago un móvil colgante que me da de lleno en la cara. Tengo que tener cuidado de no tropezar con los estantes y mis ojos buscan una respuesta ante tal urgencia por algo de distancia con el resto del mundo, porque no creo que sus hormonas estén tan descontroladas como para que quiera meterme mano en un sitio tan público como este. No sé dónde poner las mías ante tanta cercanía, tengo la urgencia de mirar entre los toallones para chequear que nadie se acerca en lo que el calor va subiendo por mi cuerpo hasta que estoy seguro de que he tomado un color rosado, especialmente en los pómulos; me pregunto si al estar cerca de mi rostro ella puede sentir el cambio de temperatura — ¿Quemar al ministerio o quemarme a mí? — pregunto en un murmullo, apenas echándole un vistazo de refilón al pasar mis manos por sus hombros y bajarlas por su espalda, soy consciente de que estoy arrugando la tela de su ropa con dedos ansiosos y me obligo a estirarlos — Scott… — el tono que utilizo pretende ser de advertencia, como si cada una de sus promesas se me pegasen en el cerebro y las repitiera una y otra vez. Para cuando regresa a hablar de toallas, me doy cuenta de que tengo hasta los labios secos y la miro completamente descolocado. Al menos, su beso me hace reaccionar — Rojo… — es lo primero que me viene a la mente, pero porque estoy seguro de que es lo único que puedo ver ahora — No, espera…
Me siento demasiado atolondrado cuando empiezo a pasar las toallas en sus perchitas, corriendo una tras otra hasta dar con una de color azul marino — ¿Qué opinas de esta? Es bastante suave, aunque esta… — le enseño una turquesa — tiene capucha para que la use de batita. Yo tenía una parecida — aunque creo que era blanca con bordados azules, pero no puedo recordar los detalles. Paso mi mano nerviosa por la nuca y chequeo mi propia temperatura corporal. Le doy vuelta a la bata para chequear su acolchonado interior, pero se me patina una sonrisa ladina que espero que no pueda ver — ¿Vas a querer que volvamos a usar el muffliato o quieres que mis empleados oigan todo el espectáculo? Dudo que llegue a las oficinas, pero mis asistentes tendrían un panorama bastante acertado de lo que esté sucediendo. ¿Sabes que pueden despedirme por eso? — técnicamente no es mentira, pero para llegar a ese punto debería descuidar mi trabajo y hasta ahora, creo que he sido lo suficientemente eficiente como para que no presenten quejas — Scott, no deberías meterme esas ideas en público. Hay cosas biológicas que no se pueden controlar y el bebé va a espantarse si lo visito muy seguido — y sí, sale como una broma, pero creo que se me va un poco el calor cuando la miro con una duda preocupante pintada en el rostro — El sexo no fastidia al bebé, ¿no es así? Porque una vez escuché algo sobre cuarentena sin relaciones y… No sé si podría hacerlo si el bebé está ahí como… bueno, en el medio — si lo piensas un poco, es algo perturbador saber que estabas presente en el interior de tu madre mientras tus padres tenían sexo.
—¡No voy a hechizar o a drogar con pociones al bebé!— susurro, con una voz que lo hace sonar como un grito ahogado. Doy por hecho que con eso queda cerrado el tema, de esto no hay mucho que debatir, es una de las primeras pautas que podemos tomar en esta extraña crianza compartida. Tengo el presentimiento de que tendré que replanteármela dentro de unos años, si lo callo es porque no es como si no tuviéramos otras preocupaciones más propias del presente. ¿Qué hay del escándalo que podría llegar a hacer nuestro hijo si es otro escándalo el que tengo en mente y creo que podría ser lo que necesitamos que hable por nosotros delante de los demás? Si nos andamos con cuidado, montaremos otro más en esta tienda, que las toallas no nos esconden del todo y hay niños presentes en el edificio. Pero me aprieto a su cuerpo con mi respiración haciéndose más pesada, que la sonrisa que se va deslizando por mis labios no llega hasta mi mirada, se ha oscurecido tanto por el tono de mis promesas y la imagen que me hago de cómo voy a cumplirlas. —Si tú ya estás ardiendo— contesto, coloco mi mano en un lado de su garganta para comprobar si el calor sólo lo siento yo y al oír su tono que me diga que ande con precaución, deslizo mi pulgar por toda esa extensión de piel que no puedo besar porque eso nos distraería de nuestro propósito de comprar toallas para el bebé. —¿Rojo?— repito, mordiéndome los labios para contener la risa. No verbalizo el comentario que pasa por mi mente cuando de entre la gama de colores, escoge dos que se mueven entre los azules. —La que tiene capucha, ¿no es… linda?— casi que he dicho «adorable» con ese retorcijón que todavía me asombra porque todo esto se me hace enternecedor.
Algo me dice que no siempre es así, que no todos hacen compras con tal desorden, que lo disfrutan así como una doble sorpresa por todo lo que es nuevo y que eso nuevo nos guste tanto. Si hasta puedo decir que son las hormonas abrumadas de tantas cunas y de ver al hombre que me acompaña revolviendo batitas de bebé, lo que me hace querer atraparlo en el rincón que se pueda. Pero serían excusas, estamos hablando precisamente de no ocultar ciertas cosas, y que lo deseo por qué sí, en el sitio que sea, es tan evidente. Es cosa mía, claro, que a él todavía le quedan un par de reparos. —No dejaremos que escuchen todo, por supuesto. Si no serían tres horas insoportables para la gente de tu oficina. Que sean diez minutos, de los mejores, que les baste para imaginarse todo— digo, mis dedos moviendo las perchitas del colgador. Saco una y le muestro el diseño con orejitas de conejo en la capucha. —¿Qué te parece?— pregunto, mi sonrisa es la misma y a punto de convertirse en una carcajada cuando escucho lo siguiente. Estoy a punto de mover mi mano en el aire para quitarle esa preocupación tonta, pero su carril de dudas echó a correr.
Tengo que devolver la batita en su sitio para poder colocar mis manos en mi cadera, lo miro con un interés abierto en lo que sea que esté pasando por su mente y me quiero adelantar a lo que sea que se le ocurra después. Tiro entre los dos algo mucho más peligroso que mis insinuaciones de lo que haría cuando vayamos a su oficina, porque es un hecho que iremos. Lo tengo claro pese a que doy una vuelta que podría retrasarnos un poco. —Entonces… ¿no tendrías relaciones conmigo hasta que nazca el bebé?— inquiero, apoyando una de mis manos sobre su pecho. —¿Porque no quieres incomodar al bebé o porque no te da ganas de hacerlo con una embarazada?—, si piensa que estoy en plan de presionarlo a resolver un dilema imposible por culpa de las hormonas, eso no es nada. —¿Qué harías hasta entonces? ¿Y qué tendría que hacer yo?— pregunto. No le doy demasiado tiempo para contestar con lo que sea, no tiene por qué hacerlo, le doy una salida que puede tomar si quiere. —Pues, como la alumna aplicada que soy, yo sí hice la tarea. Y todo el sexo que pueda haber en el embarazo es bien recibido, el bebé no lo percibe como sexo en sí. Son sensaciones de placer, en que sus padres…— le explico, con toda mi paciencia y mi mano ascendiendo a su cuello una vez más, —refuerzan el vínculo que los une y hace bien a todos los músculos del cuerpo que se van reacomodando al embarazo y luego al parto. Pero… si el problema eres tú, yo no sé— digo, con mi sonrisa ladeándose por la suave pulla, dejando que interiorice nuevos conocimientos. — ¿Por qué no le preguntas a Jack o a Rose? Ellos sabrán decirte y así verás que no hablo solo movida por mis intenciones— le aclaro, que no soy tan ruin.
Algo me dice que no siempre es así, que no todos hacen compras con tal desorden, que lo disfrutan así como una doble sorpresa por todo lo que es nuevo y que eso nuevo nos guste tanto. Si hasta puedo decir que son las hormonas abrumadas de tantas cunas y de ver al hombre que me acompaña revolviendo batitas de bebé, lo que me hace querer atraparlo en el rincón que se pueda. Pero serían excusas, estamos hablando precisamente de no ocultar ciertas cosas, y que lo deseo por qué sí, en el sitio que sea, es tan evidente. Es cosa mía, claro, que a él todavía le quedan un par de reparos. —No dejaremos que escuchen todo, por supuesto. Si no serían tres horas insoportables para la gente de tu oficina. Que sean diez minutos, de los mejores, que les baste para imaginarse todo— digo, mis dedos moviendo las perchitas del colgador. Saco una y le muestro el diseño con orejitas de conejo en la capucha. —¿Qué te parece?— pregunto, mi sonrisa es la misma y a punto de convertirse en una carcajada cuando escucho lo siguiente. Estoy a punto de mover mi mano en el aire para quitarle esa preocupación tonta, pero su carril de dudas echó a correr.
Tengo que devolver la batita en su sitio para poder colocar mis manos en mi cadera, lo miro con un interés abierto en lo que sea que esté pasando por su mente y me quiero adelantar a lo que sea que se le ocurra después. Tiro entre los dos algo mucho más peligroso que mis insinuaciones de lo que haría cuando vayamos a su oficina, porque es un hecho que iremos. Lo tengo claro pese a que doy una vuelta que podría retrasarnos un poco. —Entonces… ¿no tendrías relaciones conmigo hasta que nazca el bebé?— inquiero, apoyando una de mis manos sobre su pecho. —¿Porque no quieres incomodar al bebé o porque no te da ganas de hacerlo con una embarazada?—, si piensa que estoy en plan de presionarlo a resolver un dilema imposible por culpa de las hormonas, eso no es nada. —¿Qué harías hasta entonces? ¿Y qué tendría que hacer yo?— pregunto. No le doy demasiado tiempo para contestar con lo que sea, no tiene por qué hacerlo, le doy una salida que puede tomar si quiere. —Pues, como la alumna aplicada que soy, yo sí hice la tarea. Y todo el sexo que pueda haber en el embarazo es bien recibido, el bebé no lo percibe como sexo en sí. Son sensaciones de placer, en que sus padres…— le explico, con toda mi paciencia y mi mano ascendiendo a su cuello una vez más, —refuerzan el vínculo que los une y hace bien a todos los músculos del cuerpo que se van reacomodando al embarazo y luego al parto. Pero… si el problema eres tú, yo no sé— digo, con mi sonrisa ladeándose por la suave pulla, dejando que interiorice nuevos conocimientos. — ¿Por qué no le preguntas a Jack o a Rose? Ellos sabrán decirte y así verás que no hablo solo movida por mis intenciones— le aclaro, que no soy tan ruin.
— Linda, sí — es un buen modo de verlo, por alguna razón me olvido de todo nuestro debate íntimo y me sonrío por el tamaño diminuto de la prenda, en lo que cuelgo la restante para quedarnos con ésta. No tengo idea de cómo alguien puede ser tan pequeño para caber ahí y mucho menos que vaya a salir de la persona que tengo al lado, pero creo que poco a poco me voy haciendo una idea aproximada de lo que se supone que será. La inocencia de cierta ilusión se ve interrumpida y contaminada con ideas un poco más privadas, tengo que mirarla con cierta diversión cuando menciona tres horas de escándalo y le diría que está siendo un poco abusiva, cuando sé muy bien que hemos pasado noches enteras enroscados entre las sábanas, con las pausas necesarias para murmurar estupideces que muchas veces culminan en risas o en silencios extrañamente cómodos — Eres una morbosa. Lo sabías, ¿verdad? — me burlo, tomo sin necesidad de decirlo su propuesta y doy por sentado que tendré que mantenerme impasible hasta que salgamos de aquí. Suerte para mí, lleva parte de mi atención a la batita de conejo que me hace chasquear la lengua — Me recuerda a Pelusa — digo, aunque me percato de un pequeño detalle y solo hago una muequita — Mi peluche. Se lo pasé a Phoebe cuando nació y ella acabó por destruirlo de tanto jugar — detalles que no hace falta mencionar porque sería un poco bochornoso.
Hay algo en el factor de que vuelva a guarda la bata que me dice que se me viene un pequeño sermón y levanto un poco la que tengo entre las manos como si así pudiese esconderme, incluso cuando ni sirve para cubrirme toda la cabeza — ¡No, no es eso! — me apresuro a aclarar, se me dispara la voz en la primera exclamación y tengo que regularme para volver a hablar en un tono calmado — Me encanta hacerlo contigo, de veras. No tendrías que hacer nada, es solo… — no puedo ponerlo en palabras, suerte para mí ella me da una explicación que no sé si empeora o mejora mis miedos. Sé que está volviendo a acariciarme, pero yo solamente puedo mirarla como si justamente me hubiese dado un punto de razón — Entonces el bebé sí lo siente, de alguna manera — perturbador — Imagina que estás feliz en tu casita caliente y entra un pene a molestar. ¿No te parece un poco…? — bien, que esto no me importaba antes cuando su vientre estaba plano y la pelusa era solo eso, una pelusa. Ahora está empezando a tener forma de persona y a veces creo que podría darle en la cabeza si nos vamos un poco de entusiastas, incluso cuando sé que es imposible llegar hasta allí. Pero… ¡Es invasivo! — ¿De verdad quieres que le pregunte estas cosas a nuestros amigos? Es un poco… — no llego a decir más, porque las batitas se abren y tengo que mirar hacia abajo para ver como la niña caprichosa se ha acercado, posiblemente buscando también un sitio dónde esconderse de sus padres — ¡Aquí está ocupado! — le espeto y tiro de las batas una vez más para cerrar de nuevo nuestro escondite. Pfff, niños.
¿Dónde estaba? Ah, sí. Uso el espacio reducido para besar suavemente la comisura de sus labios, no seguro de hacer otra cosa que aferrarme a la batita así que coloco mi mano libre sobre la zona palpitante de su cuello — Sigo deseándote, de verdad. Y me gusta todo este ataque hormonal que estás teniendo, pero todo esto es nuevo y empieza a hacerse más visible. No quiero que mi hijo tenga traumas de vientre y me es un poco complicado olvidar que está en el medio, para ti es mucho más tangible porque es tu cuerpo el que cambia y siente y yo solo soy un espectador — a pesar de que sujeto la tela con fuerza, paso ese brazo por su cintura y la apego a mí, echando un poco su cuerpo hacia atrás para sonreírme sobre su boca — Pero en verdad, para mí sigues siendo la mujer más irresistible de todas. Incluso cuando estás tan cansada que babeas las sábanas y a veces roncas — me mofo con un beso que se quiebra en su boca, haciendo que mis labios sigan pegados a los suyos cuando me río entre dientes y sigo hablando — Solo te pido un poco de paciencia. Vas a tener que enseñarme cómo usar mi escritorio sin que la pelusa acabe con un decreto siendo recitado en sus orejitas acuáticas — y solo para escaparme, porque sé que si seguimos haciendo esto no llegaremos jamás al ministerio, me aparto al inclinarme para besar velozmente su vientre y salgo de entre las batas arreglándome la camisa como si no hubiera sucedido nada. Si sale una mano y me arrastra de nuevo hacia atrás, esa sería otra historia.
Hay algo en el factor de que vuelva a guarda la bata que me dice que se me viene un pequeño sermón y levanto un poco la que tengo entre las manos como si así pudiese esconderme, incluso cuando ni sirve para cubrirme toda la cabeza — ¡No, no es eso! — me apresuro a aclarar, se me dispara la voz en la primera exclamación y tengo que regularme para volver a hablar en un tono calmado — Me encanta hacerlo contigo, de veras. No tendrías que hacer nada, es solo… — no puedo ponerlo en palabras, suerte para mí ella me da una explicación que no sé si empeora o mejora mis miedos. Sé que está volviendo a acariciarme, pero yo solamente puedo mirarla como si justamente me hubiese dado un punto de razón — Entonces el bebé sí lo siente, de alguna manera — perturbador — Imagina que estás feliz en tu casita caliente y entra un pene a molestar. ¿No te parece un poco…? — bien, que esto no me importaba antes cuando su vientre estaba plano y la pelusa era solo eso, una pelusa. Ahora está empezando a tener forma de persona y a veces creo que podría darle en la cabeza si nos vamos un poco de entusiastas, incluso cuando sé que es imposible llegar hasta allí. Pero… ¡Es invasivo! — ¿De verdad quieres que le pregunte estas cosas a nuestros amigos? Es un poco… — no llego a decir más, porque las batitas se abren y tengo que mirar hacia abajo para ver como la niña caprichosa se ha acercado, posiblemente buscando también un sitio dónde esconderse de sus padres — ¡Aquí está ocupado! — le espeto y tiro de las batas una vez más para cerrar de nuevo nuestro escondite. Pfff, niños.
¿Dónde estaba? Ah, sí. Uso el espacio reducido para besar suavemente la comisura de sus labios, no seguro de hacer otra cosa que aferrarme a la batita así que coloco mi mano libre sobre la zona palpitante de su cuello — Sigo deseándote, de verdad. Y me gusta todo este ataque hormonal que estás teniendo, pero todo esto es nuevo y empieza a hacerse más visible. No quiero que mi hijo tenga traumas de vientre y me es un poco complicado olvidar que está en el medio, para ti es mucho más tangible porque es tu cuerpo el que cambia y siente y yo solo soy un espectador — a pesar de que sujeto la tela con fuerza, paso ese brazo por su cintura y la apego a mí, echando un poco su cuerpo hacia atrás para sonreírme sobre su boca — Pero en verdad, para mí sigues siendo la mujer más irresistible de todas. Incluso cuando estás tan cansada que babeas las sábanas y a veces roncas — me mofo con un beso que se quiebra en su boca, haciendo que mis labios sigan pegados a los suyos cuando me río entre dientes y sigo hablando — Solo te pido un poco de paciencia. Vas a tener que enseñarme cómo usar mi escritorio sin que la pelusa acabe con un decreto siendo recitado en sus orejitas acuáticas — y solo para escaparme, porque sé que si seguimos haciendo esto no llegaremos jamás al ministerio, me aparto al inclinarme para besar velozmente su vientre y salgo de entre las batas arreglándome la camisa como si no hubiera sucedido nada. Si sale una mano y me arrastra de nuevo hacia atrás, esa sería otra historia.
—¿Yo? ¿Morbosa?— pregunto, ni siquiera me molesto en mostrarme falsamente ofendida mientras paso las perchitas que son un auténtico arcoíris, que me gustan todos, no solos los azules. ¡Si es que hay un par muy graciosos! —¿Te pone tímido que diga lo que pienso... hacerte?— bromeo y ladeo mi mirada hacia él, me fijo si es que su cara recobró su color más claro, limpia del sonrojo que subió desde su garganta. —No me creo que tu mente esté libre de morbo, que debe ser peor que el mío...— lo acuso en chiste agitando una perchita en su dirección, que luego coloco donde corresponde dentro del orden de colores. ¡Y la batita con orejas de conejo! Es de color amarillo, pero es adorable. ¡Lo quiero! No podemos abusar de la compra de ropa, que si no Meerah se va a enojar, pero con esta batita haré la excepción. Llevo la prenda a mi pecho para estrujarla cuando lo miro dos veces con una expresión que mezcla ternura y diversión. —¿Se llamaba Pelusa como nuestro bebé?— se me traba un poco la lengua al decir nuestro, que cuando soy consciente del uso del plural siento que piso en falso y me da miedo trastrabillar. Para que no se note el tropiezo, paso mi pulgar por la mejilla de Hans en una caricia que se parece a la que se le dan a los niños. —Eres inesperadamente tierno a veces, me haces sentir mal— reconozco, entre las cosas por las que podría sentir culpa por ello, elijo la más reciente y de la que podemos tomar a risa:— por hacerte parte de mis pensamientos morbosos.
Es posible que estemos insistentes con el tema en el sitio más inadecuado, ¿o es el templo donde se depositan todas las dudas de padres primerizos inexpertos y desesperados? Son cuestiones que siendo honesta no me molesta poner en voz alta, que si vamos a aclarar un par de condiciones que sea ahora, entonces sabré a que sujetarme cuando llegue ese tan mencionado quinto mes. Temo por él si me aprovecho de más y todo se vuelve terriblemente incómodo, que no ha pasado hasta el momento pese a que mis viejas creencias me hacían pensar que el sexo regular se vuelve aburrido, y al derrumbarse el mito, no contemplé que fuera precisamente mi vientre en crecimiento el obstáculo entre los dos. Y no porque fuera uno real, sino por todos las inquietudes de Hans. —No llega hasta el bebé…— resoplo, golpeando mi frente con la palma de mi mano a lo que sigue una inspiración profunda de aire como acopio de paciencia. —¿Quieres que volvamos con O’Neal y planteemos todas tus dudas mientras yo me quejo de que no te gusto embarazada? ¿No? Bueno, tienes que hablar con Jack entonces — decido, —¿Por qué no hablarlo con nuestros amigos? Rose fue la que nos regaló el libro de posturas…—. ¡Y justo se le ocurre aparecer una niña, con su carita metida entre las batitas! ¡Qué susto! Tengo un segundo sobresalto por la reacción inmediata de Hans de echarla. Golpeo su hombro como reprobación por haber gritado a la niña, porque tal vez no fue la manera, lo bueno es que no devuelve la privacidad para seguir discutiendo lo que nos tiene aquí, atrapados entre ropitas con olor a bebé.
Este hombre ha enloquecido, no puede ser otra cosa. Lo peor es que creo que tengo la culpa con todos mis giros hormonales, mis planteos incoherentes y hasta los celos hacia mi propia madre. —Estás mintiendo o estás loco. No puedo creerte si me dices que me sigues deseando y luego que te gustan todos mis ataques hormonales, ¿te escuchas lo que dices?—. ¿Cómo demonios podría gustarle eso? Si es que ha desarrollado gustos particulares por las cosas más extrañas en el tiempo que lleva conmigo, ¿qué le he hecho a este pobre hombre? Sacudo mi cabeza porque no me creo que nos hayamos metido en algo que nos desbarata todos los papeles, que nos tiene arrugando nuestra ropa en una esquina de una tienda para bebés, esta vez dejo mis manos quietas delante de mi pecho aunque lo busco con mi cuerpo, porque no hay manera conocida aún en que no siga a sus labios cada vez los percibo cerca. —No eres un espectador, también eres parte… — protesto, que no quiero esta actitud suya que no sé si tomarme como que se excluye a sí mismo de la cama por sentir que sobra, menuda tontería. —Ay, Hans. ¿Qué sería de mi sin tu extraño romanticismo?— me río con una carcajada que se mezcla con su beso, que no puedo tomarme en serio nada de lo que dice, salvo su petición de paciencia, y eso me hace suspirar contra su boca de la que robo un segundo más. —Paciencia es lo que me falta y hay tantas cosas que debo enseñarte…— y muchas las tengo que aprender, que estoy tan desorientada como él, si no lo digo es porque no quiero perder mi supuesta autoridad en la materia. Se me escapa una risa cuando lo veo salir acomodándose la ropa como si hubiéramos hecho algo más que hablar y besarnos. Salgo detrás de él, adelantándome hacia el mostrador donde están nuestras compras para dar por acabada nuestra salida de compras por este día, que perderemos lo último que nos queda de cordura si nos quedamos más tiempo. Las bolsas con ropa las podemos llevar nosotros y los muebles se aparecerán donde le indiquemos. —Te acompañaré a tu oficina— anuncio con un dedo en alto, informándole que el plan no ha cambiado, salvo en algunos detalles. —Pero si no te sientes listo, ni seguro, y quieres ir lento, no haré más que besarte. ¿Bien? ¿Contento?—. Tomo una de las bolsas con mis dos manos para agitarla entre nosotros. —Y de paso le mostraré a Patricia Lollis la batita con orejitas.
Es posible que estemos insistentes con el tema en el sitio más inadecuado, ¿o es el templo donde se depositan todas las dudas de padres primerizos inexpertos y desesperados? Son cuestiones que siendo honesta no me molesta poner en voz alta, que si vamos a aclarar un par de condiciones que sea ahora, entonces sabré a que sujetarme cuando llegue ese tan mencionado quinto mes. Temo por él si me aprovecho de más y todo se vuelve terriblemente incómodo, que no ha pasado hasta el momento pese a que mis viejas creencias me hacían pensar que el sexo regular se vuelve aburrido, y al derrumbarse el mito, no contemplé que fuera precisamente mi vientre en crecimiento el obstáculo entre los dos. Y no porque fuera uno real, sino por todos las inquietudes de Hans. —No llega hasta el bebé…— resoplo, golpeando mi frente con la palma de mi mano a lo que sigue una inspiración profunda de aire como acopio de paciencia. —¿Quieres que volvamos con O’Neal y planteemos todas tus dudas mientras yo me quejo de que no te gusto embarazada? ¿No? Bueno, tienes que hablar con Jack entonces — decido, —¿Por qué no hablarlo con nuestros amigos? Rose fue la que nos regaló el libro de posturas…—. ¡Y justo se le ocurre aparecer una niña, con su carita metida entre las batitas! ¡Qué susto! Tengo un segundo sobresalto por la reacción inmediata de Hans de echarla. Golpeo su hombro como reprobación por haber gritado a la niña, porque tal vez no fue la manera, lo bueno es que no devuelve la privacidad para seguir discutiendo lo que nos tiene aquí, atrapados entre ropitas con olor a bebé.
Este hombre ha enloquecido, no puede ser otra cosa. Lo peor es que creo que tengo la culpa con todos mis giros hormonales, mis planteos incoherentes y hasta los celos hacia mi propia madre. —Estás mintiendo o estás loco. No puedo creerte si me dices que me sigues deseando y luego que te gustan todos mis ataques hormonales, ¿te escuchas lo que dices?—. ¿Cómo demonios podría gustarle eso? Si es que ha desarrollado gustos particulares por las cosas más extrañas en el tiempo que lleva conmigo, ¿qué le he hecho a este pobre hombre? Sacudo mi cabeza porque no me creo que nos hayamos metido en algo que nos desbarata todos los papeles, que nos tiene arrugando nuestra ropa en una esquina de una tienda para bebés, esta vez dejo mis manos quietas delante de mi pecho aunque lo busco con mi cuerpo, porque no hay manera conocida aún en que no siga a sus labios cada vez los percibo cerca. —No eres un espectador, también eres parte… — protesto, que no quiero esta actitud suya que no sé si tomarme como que se excluye a sí mismo de la cama por sentir que sobra, menuda tontería. —Ay, Hans. ¿Qué sería de mi sin tu extraño romanticismo?— me río con una carcajada que se mezcla con su beso, que no puedo tomarme en serio nada de lo que dice, salvo su petición de paciencia, y eso me hace suspirar contra su boca de la que robo un segundo más. —Paciencia es lo que me falta y hay tantas cosas que debo enseñarte…— y muchas las tengo que aprender, que estoy tan desorientada como él, si no lo digo es porque no quiero perder mi supuesta autoridad en la materia. Se me escapa una risa cuando lo veo salir acomodándose la ropa como si hubiéramos hecho algo más que hablar y besarnos. Salgo detrás de él, adelantándome hacia el mostrador donde están nuestras compras para dar por acabada nuestra salida de compras por este día, que perderemos lo último que nos queda de cordura si nos quedamos más tiempo. Las bolsas con ropa las podemos llevar nosotros y los muebles se aparecerán donde le indiquemos. —Te acompañaré a tu oficina— anuncio con un dedo en alto, informándole que el plan no ha cambiado, salvo en algunos detalles. —Pero si no te sientes listo, ni seguro, y quieres ir lento, no haré más que besarte. ¿Bien? ¿Contento?—. Tomo una de las bolsas con mis dos manos para agitarla entre nosotros. —Y de paso le mostraré a Patricia Lollis la batita con orejitas.
Le sonrío como si no me conociera, sacudiendo un poco la cabeza en señal de negación. Sé que no tengo una mente limpia, he disfrutado de mi intimidad desde que descubrí lo que era compartirla con alguien más y jamás me tomé la molestia de debatir mis experiencias con ella, pero tampoco le he negado absolutamente nada — No me pone tímido, me da otro tipo de calor. El morbo que no sé si comparto es que toda la oficina se entere lo que estamos haciendo… aunque quizá es un buen modo de dejar bien en claro que lo que llevas ahí adentro es mío — no me he molestado en averiguar qué es lo que la gente dice de su embarazo, aunque he visto ojitos más curiosos de lo común en mi dirección desde que ella empezó a subir de peso. Como ya he dicho, un secreto a voces. Estoy seguro de que en el ministerio asumen que el ministro Powell está con una de las mecánicas del departamento de investigación y ciencias — No tenía mucha creatividad cuando era un bebé, ¿de acuerdo? No me juzgues — que ni siquiera sé si fue cosa mía o de mis padres, pero ese conejo siempre tuvo nombre en mi memoria. Apenas siento la caricia, estoy más concentrado en lo que está diciendo y entorno los ojos en señal de desaprobación, porque no recuerdo que nadie me llame “tierno” desde los seis años — Escucha una cosa, Scott: Jamás, pero jamás, te sientas mal por incluirme en tus pensamientos morbosos — al fin y al cabo, son los que nos llevaron a estar en este lugar.
— ¡No! No es necesario que regresemos, pero no puedo comprender cómo es que te sientes tan cómoda con la idea. No es como si… bueno, no te estoy negando sexo, solo digo que es raro — creo que si sigo por ese camino, acabaré siendo rechazado por los meses que nos quedan y es mejor que me calle la boca de una buena vez. Me froto la zona donde me golpea por haber echado a la niña y le pongo la misma expresión que usaba cuando tenía ocho y debía excusarme con un “mamá, ella empezó” — Escucho lo que digo. ¿Por qué dejaría de desearte? — creo que he aceptado hacer esto con ella en un combo, a sabiendas de que no iba a ser fácil, que estamos empujando nuestros límites más allá de lo que ambos conocemos y, a pesar de ya tener a Meerah, esto es desconocido al tenerla como compañera, sobre todas las cosas. No recuerdo haber buscado estabilidad con alguien en años, los suficientes como para saber que esto es en serio y que tendré que hacerme la idea. Sé que también soy parte, pero no va a comprender cómo se ve de afuera — Nada. Jamás encontrarías a alguien tan devoto a decir tonterías sobre ti — me tiro flores con toda la seriedad que poseo antes de mezclar nuestras risas, esas que chocan entre nuestros labios que parece que jamás dejarán de buscarse mutuamente — Entonces, si debes enseñarme, sugiero que empieces a alimentar tu paciencia. Porque nos espera mucho tiempo de todo esto y soy un buen estudiante. Bastante aplicado — si no me cree, puedo darle pruebas.
Ni me molesta cuando hago el pase de tarjeta y podemos marcharnos de allí, con una mayor idea de lo que vamos a tener en casa cuando pongamos un pie en ella. Me despido de las vendedoras con una efusión fingida, pero el dedo de Scott me congela antes de poder dar un paso más y tengo la sensación de estar perdiendo la virginidad de nuevo, a juzgar por sus palabras — ¿A Lollis, de veras? ¡Esa mujer me detesta! ¿No te ha dicho ya que el bebé saldrá con escamas o algo así por ser mi hijo? — le reprocho, apretando el paso para salir del negocio a su lado y empujarle la puerta en un intento de darle el paso — Y me niego a ir lento después de todas las promesas que hiciste en las batas. ¿Dijiste tres horas? Pues te reto a cuatro. Voy a aprovechar mientras los dos podamos caber en el escritorio o debajo de éste — porque el tiempo está pasando demasiado rápido y haré mi mayor esfuerzo en disfrutar cada segundo.
— ¡No! No es necesario que regresemos, pero no puedo comprender cómo es que te sientes tan cómoda con la idea. No es como si… bueno, no te estoy negando sexo, solo digo que es raro — creo que si sigo por ese camino, acabaré siendo rechazado por los meses que nos quedan y es mejor que me calle la boca de una buena vez. Me froto la zona donde me golpea por haber echado a la niña y le pongo la misma expresión que usaba cuando tenía ocho y debía excusarme con un “mamá, ella empezó” — Escucho lo que digo. ¿Por qué dejaría de desearte? — creo que he aceptado hacer esto con ella en un combo, a sabiendas de que no iba a ser fácil, que estamos empujando nuestros límites más allá de lo que ambos conocemos y, a pesar de ya tener a Meerah, esto es desconocido al tenerla como compañera, sobre todas las cosas. No recuerdo haber buscado estabilidad con alguien en años, los suficientes como para saber que esto es en serio y que tendré que hacerme la idea. Sé que también soy parte, pero no va a comprender cómo se ve de afuera — Nada. Jamás encontrarías a alguien tan devoto a decir tonterías sobre ti — me tiro flores con toda la seriedad que poseo antes de mezclar nuestras risas, esas que chocan entre nuestros labios que parece que jamás dejarán de buscarse mutuamente — Entonces, si debes enseñarme, sugiero que empieces a alimentar tu paciencia. Porque nos espera mucho tiempo de todo esto y soy un buen estudiante. Bastante aplicado — si no me cree, puedo darle pruebas.
Ni me molesta cuando hago el pase de tarjeta y podemos marcharnos de allí, con una mayor idea de lo que vamos a tener en casa cuando pongamos un pie en ella. Me despido de las vendedoras con una efusión fingida, pero el dedo de Scott me congela antes de poder dar un paso más y tengo la sensación de estar perdiendo la virginidad de nuevo, a juzgar por sus palabras — ¿A Lollis, de veras? ¡Esa mujer me detesta! ¿No te ha dicho ya que el bebé saldrá con escamas o algo así por ser mi hijo? — le reprocho, apretando el paso para salir del negocio a su lado y empujarle la puerta en un intento de darle el paso — Y me niego a ir lento después de todas las promesas que hiciste en las batas. ¿Dijiste tres horas? Pues te reto a cuatro. Voy a aprovechar mientras los dos podamos caber en el escritorio o debajo de éste — porque el tiempo está pasando demasiado rápido y haré mi mayor esfuerzo en disfrutar cada segundo.
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