The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Estoy seguro de que el vidrio está helado a causa de que empieza a hacer frío y no por culpa de las figuras encapuchadas que recorren las calles, aunque eso último tampoco sería una sorpresa. Es tarde en la noche y puedo ver perfectamente a los dementores deambulando a la distancia, pero gracias a los hechizos protectores colocados en el departamento 14 ellos sin incapaces de vernos a nosotros. Noviembre apareció con una ola de malas noticias, las mismas que me tienen en silencio cuando se trata de proponer mis ideas sobre escapar al viejo continente porque sé que no puedo marcharme, sería egoísta. No cuando Seth y Kendrick están por ahí, posiblemente solos y las cosas se han torcido tanto que lo único que conseguiríamos al irnos es darle la espalda a los nuestros. Estoy haciendo tripas corazón y sé que voy a arrepentirme de esto, pero no veo otra alternativa.

Me volteo con un suspiro y cierro las cortinas, incluso cuando sé que da lo mismo; no sentir la luz de la calle en las nucas tiende a dar una mayor sensación de seguridad. Acomodo la chaqueta que me regala algo de calor en una noche fresca y froto mis manos, echando un vistazo al antiguo hogar de Arya que se transformó el nuestro. El monoambiente no es tan grande, el colchón matrimonial se ha ampliado mediante magia para que los cuatro entremos allí sin complicaciones y eso quiere decir que ocupa por completo uno de los extremos. Los restos de la improvisada cena de esta noche reposan en el suelo, así que tengo que pasar un pie por encima de una de las latas para poder llegar hasta el sofá y echarme con un suspiro de preocupación. Ha sido una noche de charlas banales, pero creo que mi actitud deja en claro que no voy a seguir por ese lado.

Con un carraspeo, busco llamar la atención de mis compañeras y me rasco la barbilla, mirándolas como si estuviese analizando su potencial. Sé que lo tienen, pero también soy consciente de que no es suficiente — ¿Vamos a seguir fingiendo que lo de los dementores en las calles no nos afecta? — pregunto en tono dudoso — No sé ustedes, pero yo creo que deberíamos responder a la declaración de guerra de Weynart. No podemos seguir escondiéndonos o huyendo — cuando sé que era mi plan inicial, pero hay límites que se han cruzado y no hay un punto de retorno. Ya no más.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Jugueteo con los hilos que sobresalen de la manta que envuelve mis hombros y mi torso sin mucho interés, siendo más una manera de mantener la cabeza despierta en una noche que se siente pesada como el carbón. Sentada en el suelo y apoyada contra la pared, ni siquiera tengo que levantar la mirada hacia los demás para darme cuenta de la triste imagen que damos de nosotros mismos, como animales que esperan a ir al matadero sin muchas esperanzas de seguir con vida. Y es que lo más deprimente es que cualquier ápice de valor que teníamos se ha ido disipando con el paso de las semanas, cuando una nube de malas noticias ha terminado con lo poco que nos quedaba dentro. Llevo días sin pisar otro suelo que no sea el del departamento, lo cual está empezando a alterar mi humor al punto de que me he pasado los últimos días sin apenas murmurar una palabra. No tengo ánimos para siquiera levantar la voz, porque no hay nada bueno para decir, no merece la pena que gaste saliva cuando todos lo sabemos.

¿Lo más penoso? Me he cortado el pelo. No sé cuando lo decidí ni si lo hice siquiera, tampoco es como si fuera a hacer una diferencia, mi cara sigue estando empapelada por las calles y un corte a la altura de mis hombros no va a cambiarlo, y aun así, de alguna manera, me hace sentir mejor conmigo misma. Como dije, penoso, pero he llegado a la conclusión de que si puedo hacer algo sin que mi cabeza termine separada de mis hombros, lo haré, por ridículo que suene dadas las circunstancias. Esta noche, en concreto, no hay mucho de lo que sentirse bien, así que me limito a hacer lo de siempre estos días, ocupar mi boca con comida para no tener que preocuparme demasiado en dar conversación.

Por unos largos minutos en los que el silencio envuelve el ambiente, creo firmemente que la noche ha terminado para todos, pero entonces me veo en la obligación de elevar la cabeza en dirección al sonido que interrumpe la sala. Mis ojos se van hacia la figura de Ben por ser quien ha hablado primero, y sin moverme de mi sitio agudizo mis oídos para escucharle bien después de haber permanecido en mi cabeza durante un tiempo. — ¿Responder con qué exactamente? Porque no es por deprimir al personal, pero no somos precisamente el pelotón de oro, ni siquiera tenemos un ejército, no uno que pueda dar una lucha decente, al menos. — Suspiro, apartando la mirada. Bueno, igual sí que fueron palabras deprimentes. No sueno a la misma Alice de hace unas semanas, la que estaba dispuesta a levantarse por una causa perdida. No digo que ahora no lo esté, pero me he resignado a aceptar que no hay una vía de escape para esta guerra, no una en la que salgamos respirando. Quizás sea mejor así.
Alice D. Whiteley
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Amber J. Pearson
Consejo 9 ¾
El otoño, y más bien el frío, han llegado más rápido de lo que pensaba. El frío siempre ha sido una compañía horrible teniendo en cuenta la manera en la que hemos vivido durante los últimos dieciséis años, pero ojalá solo se tratase del frío de las noches de otoño y no de todo los problemas que acarreamos. Nunca pensé que mi cara adornaría las calles de todo el país, y mucho menos imaginé que nos declararían la guerra... Y prefiero no pensar en los nuevos vigilantes que pasean por el distrito como si nada. No suelo salir demasiado por nuestra propia seguridad, pero cuando no me queda más remedio y lo hago, puedo notar el aliento gélido a calles de distancia.

Llevo tirada en el colchón desde que hemos terminado de cenar, y al final, harta del silencio que lleva rondando la estancia ya unos largos minutos, me levanto para recoger los restos de la cena que están tirados por el suelo. Necesito mantener la mente ocupada, aunque eso implique limpiar, por mucho que suela odiar hacerlo. Porque hay demasiadas cosas en las que pensar: si antes no teníamos bastante con no saber dónde estaba Seth, ahora hay que sumar que se le acusa de haber asesinado a su madre. Lo peor de todo es que hay muchas cosas en ese informativo que no me cuadran porque sí, la relación de Seth con su madre era horrible, ¿pero Hero? ¿Qué motivos tendría esa niña para hacerlo? No la conozco, pero siempre he tenido bien claro que parecía una niña de mamá y papá. Y luego está Kendrick, que por mucho que me recorra el distrito, y hasta otras zonas del norte cuando puedo, no consigo encontrarle.

Quedan un par de vasos tirados por el suelo cuando el carraspeo de Ben me hace darme la vuelta y reincorporarme en vez de recogerlos. Alzo ligeramente las cejas y me cruzo de brazos mientras le miro, a la espera de un tema de conversación que sabía que tarde o temprano iba a surgir, pero en lo que prefería no pensar... para variar. — Estoy de acuerdo, pero el problema es que no sé cómo podríamos hacerlo — digo. Vuelvo a dirigirme hacia el colchón y me dejo caer sobre él, resignada. — Alice tiene razón, no estamos capacitados para ello y la prueba es lo que pasó cuando intentamos rescatar a Seth. — Conseguimos bajas del Gobierno, sí, pero ellos se llevaron a más de los nuestros. Quizá si las cosas hubieran ido mejor, no habríamos tenido que entregar a los rehenes y al menos ahora contaríamos con esa carta para reaccionar al anuncio de la guerra. Siempre he querido luchar, demostrar que estamos hartos; el problema es que no sé cómo debemos hacerlo cuando ellos ahora cuentan incluso con dementores para hacernos frente.
Amber J. Pearson
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Y ahí van, son como la luz de esperanza que necesitaba para darme cuenta de que estoy diciendo estupideces y, sin embargo, me niego a creer que esto es todo. Que nos rendiremos, que dejaremos que nos busquen hasta que todos estemos muertos, que harán lo que quieran con los derechos de las personas y el mundo quedará para siempre dividido entre las clases sociales que ellos decidieron que eran las correctas. Inflo mi pecho, lo cargo y soplo con fuerza en un intento de armarme de paciencia. No quiero sacar la bandera del libertador, no soy idiota y sé muy bien dónde estamos parados, pero si gente como Ferdia Wallace lograron explotar el ministerio y Jamie Niniadis fue asesinada en su casa, debe haber una salida.

No lo estamos, no. No somos más que un puñado de personas que no han hecho más que vivir al margen de la ley los últimos dieciséis años — les recuerdo que al menos algo hicimos, que no estamos tan perdidos como deberíamos sentirnos. Me acomodo en el asiento para enderezar mi espalda y paso mis ojos por sus rostros, fijándome en ellas con todo el aprecio que puedo tenerles — Pero hay gente que agradeció el atentado de septiembre, gente en los distritos pobres que también se siente amenazada y atemorizada. No comparto el accionar de Wallace, pero ha encendido una llama, en más de un sentido. No todos en NeoPanem están de acuerdo con que nos quemen en plazas o nos besen dementores. Somos más que eso y debemos demostrarlo, no importa lo que perdamos en el camino. ¿De verdad quieren quedarse de brazos cruzados? — es desesperante, no sé cómo es que aún lo toleran. He usado la excusa de los trabajos de Moira para recorrer el distrito con la capa de invisibilidad, he escuchado los murmullos de aquellos que saben que hemos llegado al punto límite de retroceder o luchar. Yo sé bien cuál de esas opciones quiero.

Tenemos que dejar de creer que podremos hacer esto con las manos limpias y aceptar las normas de una guerra. Mataremos y perderemos gente, lo sé. Y cuando moramos, otros van a tomar nuestro lugar y continuar hasta que toda esta mierda se acabe. Ellos tienen las armas, pero nosotros tenemos las voces. Usemosla — por si no me entienden, trago saliva a sabiendas que van a odiarme en cuanto lo diga — Llamemos a la guerra a la gente por la radio. Que nos oigan quejarnos, que sepan que salimos a la calle a reclamar lo nuestro. Y si debemos exponer el nombre de los Black una vez más, lo haré, si es que con ello llamamos su atención. Pero aquí decidimos, ya no tenemos más con lo que escondernos. Son ellos o nosotros.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Estamos, literalmente, los cuatro de brazos cruzados, lo cual no ayuda mucho a comprender su punto, pero bueno, supongo que quiere referirse a que no nos mantengamos así por mucho tiempo más si queremos permanecer con la cabeza sobre los hombros. Sé lo que quiere decir antes de que sus palabras interrumpan el silencio, porque a fin de cuentas, aunque lleva siendo tema tabú durante todas estas semanas, es lo que todos pensamos. Podemos resignarnos a que nos encuentren, que de seguro lo harán si seguimos con el culo plantado en el suelo, o dar un poco más de guerra como lo hemos hecho durante dieciséis años como él mismo se asegura de remarcar. Levanto la cabeza en su dirección una vez más como confirmación a que le estoy escuchando, meditando unos segundos en silencio para aclarar las ideas antes de hablar.

¿Con qué promesa? — Pregunto cuando habla de llamar a la gente, que no quiero ser la que rompa su discurso porque si fuera por palabras, suena muy convincente. — Es verdad, no podemos escondernos por mucho más tiempo y llegará un momento en el que tengamos que salir a las calles, con lo que sea, pero si pretendemos avivar a la gente antes de que eso pase, necesitan un incentivo. — Para nosotros lo es el poder vivir en libertad porque es lo único que nos queda pedir, dado que no hablo por mí misma cuando digo que no tenemos nada más que perder. — Muchos querrán un cambio, ¿pero es eso realmente suficiente para que quieran luchar con nosotros? Y hablo de aquellos que están cómodos en sus casas planteándose a quién es correcto apoyar, porque hay mucha gente de esa que de seguro no tiene claro quien está jugando sucio, ¿cómo les convencemos a ellos? — Los repudiados, humanos, traidores que andan perdidos por el norte, a todos esos los tenemos de nuestra parte porque como nosotros, no les queda otra opción más que barajar, pero el que permanece dubitativo en su hogar bajo el calor del fuego sí tiene algo por el cual debatir su posición. — Se puede encender una llama con la voz, pero no se puede ganar una guerra con palabras, por desgracia. Y necesitamos a esas personas, si no es para luchar para que nos ayuden a conseguir recursos. ¿Cómo pretendéis convencerlas de que se unan a la causa? — Porque no sé si esperan que con una revolución para destronar a Magnar sea suficiente, alguien debe prometer que lo que haya después será diferente, y no vale solo con palabras tampoco.
Alice D. Whiteley
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Amber J. Pearson
Consejo 9 ¾
Si hubiéramos tenido una conversación como esta hace dos años, las cosas habrían sido completamente diferentes y no me lo tomaría con tan poco optimismo. La diferencia es que si entonces ya parecía difícil, ahora que hay hasta dementores patrullando las calles cada noche todavía es peor. Por no hablar del misterioso hijo de Jamie, cuya existencia era desconocida hasta hace semanas, y que ha aparecido de la nada para poner el país patas arriba. Como si todo no fuera difícil sin los añadidos y cambios que ha empezado a hacer desde que se ha proclamado Presidente. No sé si es todo eso lo que me hace ver las cosas con pocas esperanzas, o si quizá es el estar acercándome a la treintena que, por primera vez en mi vida, provoca que sea más madura de lo normal. Y para variar, Ben está ahí para llevarme al lado completamente contrario de la precaución.

Su discurso consigue que alce la vista de nuevo y deje de mirar el suelo desgastado del piso. Tiene la capacidad de que me plantee cualquier plan por suicida que pueda ser, y en un tema como este, cuando estamos hablando de algo por lo que he querido luchar desde hace años, no iba a ser menos. — Sí, quizá están mejor resguardados en sus casas, ¿pero durante cuánto tiempo? — le pregunto a Alice. Creo que puede intuir a qué me refiero pero, aun así, continúo: — Ahora son dementores, pero seguro que la cosa no queda así. Y aunque solo fueran dementores, dudo que muchos quieran esas cosas cerca de sus familias. — No estamos hablando de que los haya colocado únicamente por el norte, sino que lo ha hecho por todo el país. — Si a eso le sumamos que por pura estadística muchas de esas personas deben de tener algo de sangre mestiza, tener amigos que lo sean o incluso gente humana con quienes antes tenían una relación cercana... — Me encojo de hombros y dejo el comentario en el aire. Puede que nadie hable de ello, pero es imposible que todos sean tan insensibles como para dejar de lado esos lazos o esos orígenes, por mucho que hagan ver lo contrario. Si no es así, entonces ya pierdo la fe en las personas. — He oído rumores de que han ordenado un estudio de sangre y de antecedentes de los funcionarios. Si hacen eso con sus propios trabajadores, ¿qué harán con los que trabajan fuera, en negocios, por ejemplo? — Me levanto del colchón, incapaz de seguir sentada ahora mismo, y camino un poco por el espacio libre. — Es el incentivo que tenemos: la pura verdad y la incertidumbre de qué pasará si las cosas siguen así.
Amber J. Pearson
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Libertad, creo que esa es la única promesa que necesitamos — porque no hemos conocido el significado de esa palabra en años. Los Black, los Niniadis, todos fueron la misma basura con diferente séquito de fanáticos. Me quedo en silencio, permito que Alice y Amber desplieguen sus opiniones y, aunque algunos comentarios de la primera me desaniman un poco, muchos de la segunda hacen que sonría vagamente en su dirección porque creo, que en cierto modo, ha comprendido a dónde quería llegar — Los dictadores siempre acaban volviéndose sus propios enemigos. Muchos están cómodos, pero al final del día serán sólo un puñado de personas beneficiadas, contra todo un país muerto de hambre y miedo. Sé que muchos magos quieren los derechos que perdieron por siglos, pero… ¡Vamos! Hay que encontrar una solución igualitaria que deje de ponernos los unos contra los otros o acabaremos en nuestra propia extinción — que es algo contra lo que el ser humano ha luchado durante siglos, pero tampoco somos la potencia que fuimos cuando el mundo era mundo y las ciudades no habían caído.

Desvío la mirada hacia la ventana que tengo detrás, como si el frío del exterior solo fuese una mayor motivación y doy algunos golpecitos no muy rítmicos en mis rodillas — Hay una idea ridícula que Amber y yo hablamos hace tiempo, pero creo que podría ser posible: Tenemos que destruir la Isla Ministerial y llevarnos a su gente con ella — por la mueca que hago, dejo bien en claro que no es mi idea favorita, pero es la opción más obvia — Ese lugar es el corazón del gobierno y, si la gente se nos une, podremos tomarla. Sin ellos, su sistema se cae. Podemos ganar, ellos pueden hacer magia, pero muchos de los nuestros también. Si cortamos la cabeza de los problemas con la ayuda de personas que creen en un cambio… sé que suena drástico — me detengo, endureciendo un poco las facciones porque, a pesar de todo, hablo en serio — Pero esta guerra no acabará mientras Aminoff y sus ministros nos apunten con el dedo. Con el pueblo de nuestro lado y ellos muertos, veo una gran posibilidad. Solo… — alzo un dedo — Ellos destruyeron nuestras familias, pero seremos mejor que ellos. No mataremos niños. Esa es mi condición.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Bueno, supongo que si nosotros llevamos años dando palos ciegos al agua en busca de esa libertad que ahora mismo se siente como una palabra inventada, tengo que darles la razón en creer que habrá otra gente que también esté dispuesta a hacer lo mismo que nosotros. Lo que cueste alcanzarla eso ya es otra cosa, una carta que ninguno está poniendo sobre la mesa porque pienso que todos sabemos a estas alturas lo que nos jugamos, que no es mucho más de lo que nos jugamos si salimos a la calle en este preciso instante y nos cruzamos con un dementor, por lo que tampoco resulta una idea mucho más arriesgada que esa. Claro que si fuera tan simple hubiéramos acabado con esto hace ya mucho tiempo, no estaríamos debatiendo cuál es la mejor forma de asegurar esa igualdad que clama como si fuera una solución que no llevamos pensando generación tras generación. Es verdad que no podemos seguir poniéndonos en la contra, es el error en el que llevan cayendo todos los gobernantes de este país hecho trizas, pero como todos los errores, nos sentimos atraídos a repetirlos.

Para entendernos, queréis volar la Isla Ministerial, cargaros a todos los ministros con ello de paso y terminar con la dictadura que ellos empezaron. ¿Soy la única a la que esto le suena de algo? — pregunto, no a ninguno en concreto a pesar de que les dedico una mirada a todos con las cejas alzadas. — ¿No hicieron ellos lo mismo con la Isla de los Vencedores con el mismo fin en su día? — que con ello no quiero decir que en caso de hacerlo vaya a terminar igual, pero vamos, no tengo que ser la única a la que esto le pone los pelos de punta. Aunque a estas alturas, qué más da. — No me malinterpretéis, si es la única alternativa que se nos ocurre pues tendrá que hacerse, porque es cierto que no podemos seguir escondiéndonos por siempre, pero… espero que con ello no cometamos los mismos errores que en el pasado. Creo que entre nosotros al menos puede quedar claro que no somos como ellos. — explico, tratando de que no se tomen mis palabras como una muestra de cobardía porque para nada se trata de eso, yo solo estoy intentado pensar desde un punto de vista que no requiera de la destrucción que ya conocimos en su momento, tampoco creo que hayamos jugado todas nuestras variables. Aunque como siempre estando de nuestro lado, esas no son muchas. — ¿y cómo vamos a sacarlos? La mayoría de los ministros tienen hijos que viven allí. — ¿esperamos que vayan al colegio para volar a sus padres, esperando que ninguno haya decidido pirarse alguna clase o puesto enfermo de imprevisto? Suena a que hay demasiadas cosas que pueden fallar para todo lo que nos estaríamos apostando.
Alice D. Whiteley
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Amber J. Pearson
Consejo 9 ¾
Estoy segura de que debo tener un brillo en los ojos, uno esperanzador, mientras miro y escucho a Ben hablar sobre lo que deberíamos hacer. No es más que una idea que hay que trabajar, una que probablemente acabe con algunas vidas que nos importan, pero también algo necesario y que es lo más parecido posible a lo que llevo queriendo ver desde hace más de una década. — Somos el ejemplo de que esa libertad es posible — añado, alternando mi mirada entre los dos, y haciendo referencia a lo que el pelirrojo dice. ¡Por Merlín! Hemos vivido todo tipo de personas en un mismo lugar durante más de quince años y no nos ha pasado nada. Y digo personas porque eso es lo que somos al final del día, por muchas etiquetas que nos pongamos incluso nosotros mismos. Creo que no es tan difícil de entender y de comprender que no es algo imposible, por mucho que durante siglos los que mandan, sean quienes sean, hayan querido hacer ver lo contrario.

A estas alturas casi había olvidado el plan de atacar la Isla Ministerial, después del catastrófico de rescate de Seth y de cómo se torcieron las cosas del mil maneras distintas. Y es que conseguimos a algunos ministros e hicimos un intercambio, pero no rescatamos a nuestro amigo y por el camino perdimos a Kendrick y su confianza. — Matar a los ministros que se conviertan en un problema para conseguirlo — corrijo a Alice. Estoy de acuerdo con Ben en no matar a los niños, pero también considero que no es necesario matar a todos los adultos que veamos. Quizá algunos sean más abiertos de mente que el nuevo Presidente y entren en razón sin tener que derramar más sangre innecesaria. — Podríamos evacuar a los niños con trasladores — planteo la posibilidad. — Pero habría que hacer algo para llevarlos con nosotros, dormirlos o dejarlos inconscientes, lo que sea, porque ni de broma se vendrían con nosotros — continúo. Ni siquiera sé cómo podríamos hacerlo porque utilizar un hechizo de uno en uno se alargaría demasiado y nos pondría más en riesgo, pero es lo único que se me ocurre ahora mismo. — ¿Crees que Mimi podrá tirar abajo la seguridad de la Isla o no querrá participar ahora? — pregunto a Ben. Recuerdo que algo me comentó en su día, pero como al final la idea quedó descartada y nos decantamos por la de ir a por Seth en la celebración de Nimue... — Lo mejor sería tener a alguien dentro. — Lo cual es otro problema porque ahora saben qué aspecto tenemos la mayoría. Siempre se puede utilizar una poción multijugos otra vez, pero hacerlo desde dentro, infiltrar a alguien poco a poco, quizá nos lleve incluso más tiempo. — ¿Alguna idea de cómo empezar? — Hablar por hablar, por mucho que me emocione, no nos va a llevar a ninguna parte.
Amber J. Pearson
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Ava E. Ballard
Fugitivo
No es mi costumbre callar, pero no puedo evitar hacerlo mientras escucho las opiniones que van intercambiando. No estoy del todo segura de lo que pasa por mi mente en el mientras, pero últimamente llevo tanto tiempo dentro de mi cabeza que no es un sentimiento al que esté desacostumbrada. ¿Responder a la declaración de guerra? no podía decir que lo haría por los ideales correctos; sigo enojada, frustrada y consumida por toda la situación que nos toca vivir, harta del encierro constante y saltando por cualquier idiotez que me fastidie en lo más mínimo. No soy la persona más agradable con quien estar en estos momentos, así que cruzada de piernas y recostada contra el sofá, me limito a escuchar y a tratar de discernir lo que es correcto de lo que no.

Todo lo que dicen es cierto: somos pocos, no tenemos el mejor historial en lo que a toma de decisiones respecta, y aunque hayamos entrenado durante toda nuestra vida seguimos siendo un grupito de parias que vivió apartado del resto del mundo en una burbuja que explotó de la peor manera posible. Y aún así… no, en definitiva no quería quedarme de brazos cruzados. Porque incluso fastidiosa, recluida y con todas las de perder, quería pelear, con uñas y dientes si hacía falta. Pelear por los ideales que siempre creí, pelear para que en algún momento no tuviéramos que hacerlo más. - Siento que todo lo que hablan es completamente suicida y que en definitiva terminaremos muertos. Pero no aguanto más el estar escondidos sin hacer ni mierda y si tenemos que cargarnos a la isla ministerial, que así sea. - No era muy difícil encontrar la motivación para hacerlo o el ver la lógica que había detrás del plan, Amber tenía razón y éramos el ejemplo real de que las diferencias que querían marcar eran ridículas. “Una muggle, una squib, una veela y un hombre lobo entran en un bar…” y no es el inicio de un chiste malo, es una realidad.

Centro mi atención en Alice cuando habla, y pese a que en cierta forma tiene razón, no creo que sea lo mismo. - Era muy chica por aquel entonces, pero los vencedores no gobernaban ni imponían normas ridículas. No somos como ellos. - No era cuestión de imponer miedo y gobernar en base a ello. Era cosa de cortar el problema de raíz y tratar de darnos una oportunidad. Mientras que demostrásemos que lo que hacíamos era por necesidad y no por capricho… - Será más difícil el sacar a los niños en una situación puntual, que el asegurarnos de que ya estén afuera antes. ¿No tienen campamentos o alguna actividad de esas? Tal vez… No sé, ¿qué tan complicado sería infiltrarnos en el instituto y planear algo así? - Me parece un poco más prudente que el arriesgarnos a meternos en las casas y secuestrarlos. Sino… ¿cómo funcionaba la seguridad de la isla? ¿se podría implantar trasladores o pociones somníferas que funcionen a distancia? Podíamos tirar decenas de ideas, pero de verdad deberíamos investigar antes de decidir un curso de acción que podría ponernos una soga al cuello… como si no tuviésemos suficiente con la diana sobre nuestra espalda.
Ava E. Ballard
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Estuve ahí, no hace falta recordarlo — porque han pasado muchos años, pero no voy a olvidarme jamás lo que sucedió aquella noche. La isla de los vencedores fue solo un ejemplo de lo que pasaría en el catorce tanto tiempo después, con bombas y asesinatos indiscriminados a gente que no tenía la culpa de haber terminado donde lo hicieron. Yo era un niño, apenas más grande que Beverly o Zenda, me sujeté a personas que ya no existen y todo aquello parece una mala pesadilla — Una evacuación sería complicada, quizá sea cuestión solo de tomar el control y ver quienes son ejecutados y quienes no — ¿A esto hemos llegado? ¿A hablar de asesinar personas como si fuese un simple trámite, algo molesto que debemos descartar lo antes posible? Me rasco el mentón, no tengo idea de a quién podríamos meter dentro de la isla que nos sirva de chivo, pero ya encontraremos la forma; al fin de cuentas, siempre lo hacemos.

Levanto las manos para calmar un poco la avalancha de preguntas y me pongo de pie, no sé si porque siento que debo imponerme o porque ya no puedo quedarme quieto — El instituto sería meternos con niños que no tienen nada que ver. Debemos ir lento, analizar el perímetro… Han pasado años, pero todavía recuerdo una cosa o dos sobre la isla ministerial — eso es lo bueno de ser un esclavo: te metes en cualquiera de los rincones y nadie se fija en ello — Tal vez Mimi pueda ser de ayuda, sí. Y sé que algunas personas de la red estarán dispuestas a luchar con nosotros en cuanto tengamos un mejor plan de ataque. Podemos hablar hoy, pero nos tomará meses el poder hacer algo que no acabe como lo sucedido en septiembre. Solo debemos recordarnos que somos mejor que eso — mejor que los terroristas que dicen que somos, mejor que los errores que quedaron atrás y que ya no podemos remendar. Mejor que las personas que claman su poder sobre otras, mejor que cualquier futuro incierto que nos queda por delante.

Y las miro, porque son de los pocos rostros que me quedan que me causen un mínimo de confianza. He perdido la cuenta de las personas que ya no están, que pasaron por mi vida como un soplo de aire y se evaporaron; ni mi padre, ni Seth, ni siquiera la irritante presencia de Eowyn. Puedo sentarme una noche entera y hacer una lista, agradezco que sigo teniendo gente que continúe de pie para seguirme en mis ideas suicidas. Debe ser eso lo que me hace sonreír con una gracia que no debería venir a cuento en un momento como este — Será divertido morir con ustedes — bromeo. Y sé que no tenemos otra opción.
Benedict D. Franco
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