OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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FLASHBACK
Finales de junio,
días después del incendio en el Catorce
Tengo que admitir en mi fuero interno, que está búsqueda me ha causado una intriga que los viernes por la noche me tiene en vela y especulando sobre una persona que se ha desaparecido como si hubiera dejado de pertenecer a este mundo. Es esa curiosidad dañina para mi propio juicio, la que a veces me empuja a hacer preguntas cuando se presenta la oportunidad y es que no sé si quiero hallar algo en concreto, si tiene que ser algo espero que se trate de una mujer y no de un niño. Sobre el bebé es poco y nada lo que indago. No quiero presentarme los lunes de los informes sobre cómo va el rastreo de Coco con un vacío de respuestas, así que algo escarceo entre las calles del distrito cinco u once, en ocasiones el mercado del doce.
Una pérdida total de tiempo, salvo cuando ocupo mis manos en algo que me resulta familiar, como revisar la vieja motocicleta muggle de uno de los puesteros del mercado negro, la que usa para moverse con sus cosas cuando anda por los otros distritos de repudiados. Con mi varita escondida en el fondo de mi mochila, forzó a mi memoria a recordar cómo se hacen las cosas con un par de herramientas y mi excusa de que aprendí un par de trucos de mi padre. No es una mentira, es una verdad a medias. Si soy mecánica es por oficio heredado, no tengo por qué contar que tengo un taller en el distrito seis o que cumplo un horario en el ministerio. Hablamos de otras cosas con este hombre, que poco es lo que escucha de su oído izquierdo, por eso me hizo sentar a su derecha, y me aclara que la pérdida de audición es por las armas de fuego que usaba siendo joven. No pregunto sobre su antigua vocación, porque lo que está a la vista son licores que puedo reconocer en su mayoría a simple vista, y es cuando me da de probar, que mi paladar choca con un sabor desagradable que no es el esperado. Tengo que escupir y aclararme la garganta con un carraspeo grave.
Cuando le hablo de esa hermana a la que estoy buscando -y es que en las últimas semanas me inventé más familiares de los que he tenido jamás, que desde hace quince años no somos más que mi madre y yo-, me habla de una mujer que conoció hace cinco años. Como una idiota me inclino sobre la mesa que usa de puesto, con cuidado de apoyar mis palmas entre las botellas dispuestas. Me habla de una mujer que fue pupila de un mago que fue gobernante alguna vez, y como era bruja ella también, descubrió como abrir portales que la transportaban de un lugar a otro, de un mundo a otro. Pero sucedió que uno de los mundos en lo que estaba se consumió en veinticuatros horas, que cuando escapó casi quedó atrapada en el portal y eso la hizo envejecer, que desde entonces esa bruja no viaja, que se ve más anciana de lo que es y que él la cruzó hace unos años, con un niño rubio que jugaba con un reloj. Me quedo pasmada por un momento, hasta que caigo en la cuenta de que me está tomando el pelo. —¡Me estás vendiendo un cuento!— lo acuso con mi dedo índice en alto, y me indigna mucho que me haya visto la cara, porque soy yo la que cuenta historias así y un par de mentiras. —¡Te arreglé tu motocicleta porque me dijiste que sabías algo!— sigo refunfuñando, y como venganza agarro al primer cliente que se acerca. —Yo que tu no compro ese whisky de fuego, sabe a pis de puffkein.
Finales de junio,
días después del incendio en el Catorce
Tengo que admitir en mi fuero interno, que está búsqueda me ha causado una intriga que los viernes por la noche me tiene en vela y especulando sobre una persona que se ha desaparecido como si hubiera dejado de pertenecer a este mundo. Es esa curiosidad dañina para mi propio juicio, la que a veces me empuja a hacer preguntas cuando se presenta la oportunidad y es que no sé si quiero hallar algo en concreto, si tiene que ser algo espero que se trate de una mujer y no de un niño. Sobre el bebé es poco y nada lo que indago. No quiero presentarme los lunes de los informes sobre cómo va el rastreo de Coco con un vacío de respuestas, así que algo escarceo entre las calles del distrito cinco u once, en ocasiones el mercado del doce.
Una pérdida total de tiempo, salvo cuando ocupo mis manos en algo que me resulta familiar, como revisar la vieja motocicleta muggle de uno de los puesteros del mercado negro, la que usa para moverse con sus cosas cuando anda por los otros distritos de repudiados. Con mi varita escondida en el fondo de mi mochila, forzó a mi memoria a recordar cómo se hacen las cosas con un par de herramientas y mi excusa de que aprendí un par de trucos de mi padre. No es una mentira, es una verdad a medias. Si soy mecánica es por oficio heredado, no tengo por qué contar que tengo un taller en el distrito seis o que cumplo un horario en el ministerio. Hablamos de otras cosas con este hombre, que poco es lo que escucha de su oído izquierdo, por eso me hizo sentar a su derecha, y me aclara que la pérdida de audición es por las armas de fuego que usaba siendo joven. No pregunto sobre su antigua vocación, porque lo que está a la vista son licores que puedo reconocer en su mayoría a simple vista, y es cuando me da de probar, que mi paladar choca con un sabor desagradable que no es el esperado. Tengo que escupir y aclararme la garganta con un carraspeo grave.
Cuando le hablo de esa hermana a la que estoy buscando -y es que en las últimas semanas me inventé más familiares de los que he tenido jamás, que desde hace quince años no somos más que mi madre y yo-, me habla de una mujer que conoció hace cinco años. Como una idiota me inclino sobre la mesa que usa de puesto, con cuidado de apoyar mis palmas entre las botellas dispuestas. Me habla de una mujer que fue pupila de un mago que fue gobernante alguna vez, y como era bruja ella también, descubrió como abrir portales que la transportaban de un lugar a otro, de un mundo a otro. Pero sucedió que uno de los mundos en lo que estaba se consumió en veinticuatros horas, que cuando escapó casi quedó atrapada en el portal y eso la hizo envejecer, que desde entonces esa bruja no viaja, que se ve más anciana de lo que es y que él la cruzó hace unos años, con un niño rubio que jugaba con un reloj. Me quedo pasmada por un momento, hasta que caigo en la cuenta de que me está tomando el pelo. —¡Me estás vendiendo un cuento!— lo acuso con mi dedo índice en alto, y me indigna mucho que me haya visto la cara, porque soy yo la que cuenta historias así y un par de mentiras. —¡Te arreglé tu motocicleta porque me dijiste que sabías algo!— sigo refunfuñando, y como venganza agarro al primer cliente que se acerca. —Yo que tu no compro ese whisky de fuego, sabe a pis de puffkein.
El tiempo es esquivo cuando la naturaleza no me soporta. Supongo demasiadas cosas que no son y mis razonamientos rayan continuamente en la discordancia. Parezco un ente imperfecto, camuflándome a la menor oportunidad y mimetizándome con un entorno que conozco demasiado bien como para provocar la preocupación del resto o la curiosidad de indeseables que piensan que estoy muerto. Porque lo estoy, pero eso es otro tema distinto.
A ojos del gobierno actual soy un cero a la izquierda y eso me ha dado ventaja. Pocos son los días que no puedo permitirme salir de mi burbuja. La salvaprotección de Stephanie sigue siendo una prioridad desde que todo ha pasado. Y los años no pasan en balde, no cuando tienes a tu cuidado a una de las personas más codiciadas de NeoPanem. No cuando tienes entre tus brazos a la persona más peligrosa jamás vista nunca antes. No cuando vives perdido y locamente enamorado de la única persona que podría hacer temblar tu universo con una queja o una alarma cuando, en realidad, tan sólo quiere un bocado de lo que estoy comiendo.
Sonrío abiertamente en un antro donde la muchedumbre camina y pasea en busca de una jarra de cerveza fría con la que llenar el estómago. En apenas un par de minutos muchos de ellos estarán borrachos. El recuerdo de mi poca fuerza de voluntad sigue persiguiéndome desde antaño. Quizás he aprendido a manejar mis emociones, a no sentir la necesidad de enjuagar mis lágrimas en una botella de alcohol. Aunque no niego la necesidad y la reticiencia a una copa imperfecta cuando tengo la menor oportunidad. El doce es ideal para seguir pasando desapercibido. Apenas hará un par de horas que he llegado y ya siento la necesidad de buscar. De sentirme alerta en cualquier momento, y es por ello que el sobresalto inunda mi cuerpo cuando una persona que no conozco de absolutamente nada entabla conversación conmigo.
O más bien me dice lo que tengo o no que hacer.
—Algunos no tenemos otra opción —replico, encogido de hombros, con una sonrisa que intenta pasar desapercibida pues, aunque no haya precio por mi cabeza, nunca estoy convencido del todo cuando alguien verdaderamente va a ser capaz de reconocerme. Si no he visitado a Jolene en tantos años es porque todavía no hallo la mejor forma de afrontarla sin que le duela. —Además, no puede estar tan mal cuando aún así lo sigue vendiendo, ¿o es que soy demasiado conformista? —pregunto, dirigiendo una mirada al viejo Lockster—. No le creas nada —comento, con una ceja en alza—, a ratos ni se acuerda de dónde está parado —le aconsejo a la chica que, realmente se ve bastante ofuscada.
Con un gesto de mi mano, me despido sin mediar más palabras y, no sin antes tomar la botella de alcohol que el viejo Lockster me tiende, intento desaparecer en busca de provisiones que, a estas alturas, no son más necesarias por mucho que cacemos para llevarnos bocado.
A ojos del gobierno actual soy un cero a la izquierda y eso me ha dado ventaja. Pocos son los días que no puedo permitirme salir de mi burbuja. La salvaprotección de Stephanie sigue siendo una prioridad desde que todo ha pasado. Y los años no pasan en balde, no cuando tienes a tu cuidado a una de las personas más codiciadas de NeoPanem. No cuando tienes entre tus brazos a la persona más peligrosa jamás vista nunca antes. No cuando vives perdido y locamente enamorado de la única persona que podría hacer temblar tu universo con una queja o una alarma cuando, en realidad, tan sólo quiere un bocado de lo que estoy comiendo.
Sonrío abiertamente en un antro donde la muchedumbre camina y pasea en busca de una jarra de cerveza fría con la que llenar el estómago. En apenas un par de minutos muchos de ellos estarán borrachos. El recuerdo de mi poca fuerza de voluntad sigue persiguiéndome desde antaño. Quizás he aprendido a manejar mis emociones, a no sentir la necesidad de enjuagar mis lágrimas en una botella de alcohol. Aunque no niego la necesidad y la reticiencia a una copa imperfecta cuando tengo la menor oportunidad. El doce es ideal para seguir pasando desapercibido. Apenas hará un par de horas que he llegado y ya siento la necesidad de buscar. De sentirme alerta en cualquier momento, y es por ello que el sobresalto inunda mi cuerpo cuando una persona que no conozco de absolutamente nada entabla conversación conmigo.
O más bien me dice lo que tengo o no que hacer.
—Algunos no tenemos otra opción —replico, encogido de hombros, con una sonrisa que intenta pasar desapercibida pues, aunque no haya precio por mi cabeza, nunca estoy convencido del todo cuando alguien verdaderamente va a ser capaz de reconocerme. Si no he visitado a Jolene en tantos años es porque todavía no hallo la mejor forma de afrontarla sin que le duela. —Además, no puede estar tan mal cuando aún así lo sigue vendiendo, ¿o es que soy demasiado conformista? —pregunto, dirigiendo una mirada al viejo Lockster—. No le creas nada —comento, con una ceja en alza—, a ratos ni se acuerda de dónde está parado —le aconsejo a la chica que, realmente se ve bastante ofuscada.
Con un gesto de mi mano, me despido sin mediar más palabras y, no sin antes tomar la botella de alcohol que el viejo Lockster me tiende, intento desaparecer en busca de provisiones que, a estas alturas, no son más necesarias por mucho que cacemos para llevarnos bocado.
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Mi intención real no era frustrarle el negocio al viejo tramposo, con la mirada cargada de reproche que me lanza me basta para sentirme satisfecha por mi venganza infantil de hacerle mala propaganda a sus bebidas, pero que el hombre que se lleve la botella cargue con tal resignación de las cosas consigue una segunda mirada de mi parte. — Se me revolvieron las tripas cuando acepté un trago de su parte, y créeme, no soy de las que beben whisky de unicornios. Puedo decirte con conocimiento de causa que eso sabe horrible, así que eres un conformista o…— si me detengo a tiempo para no decir lo que pasa por mi mente, es porque creo que podría conseguir algo de este tipo, así que mejor no insultarlo. Parpadeo al darme cuenta que se está despidiendo, actúo por impulso al seguirlo, ni siquiera le dirijo otra palabra al anciano, mi actitud ofendida durará poco y volveré a él para escuchar otro de sus cuentos, que es lo que más me entretiene en mi vagabundeo por estos lares.
—¡Oye, señor conformista!— lo llamo, sin llegar a gritar tan alto que no me olvido donde estamos, y es que puedo ser una molestia de un metro y medio cuando quiero, que aquí parece lo más común porque todos se muestran enfadados de que alguien les haga preguntas, recelosos cuando se les ofrece una recompensa y descarados cuando no es nada de lo que en verdad quieren. —¿Qué pasaría si hay otra opción posible?— pregunto al casi chocar con su espalda. Porque este desconocido me ha marcado un par de puntos interesantes, una memoria con lagunas como la del vendedor no me sirve demasiado y alguien que tiene con conformarse con poco, quizás esté buscando algo que yo sí puedo pagar. No con mi dinero, claro, que tengo patrocinador para mis movimientos por el norte.
—Siempre hay otra opción, solo tienes que encontrarte con la persona que pueda dártela y es tu día de suerte…— suena arrogante, lo sé. Soy un problema con patas, causo pequeños alborotos donde voy, adecuados a mi tamaño. Decir que puedo traer suerte a alguien, ¡ufff! Solo en sueños. —Supongo que tienes las ideas más claras que Lockster. Si puedo darte algo a cambio, ¿me ayudarías?—. ¿Por qué presiento que viene un rechazo de pleno? Debe ser que le estoy tomando aprecio al carácter hosco, prepotente y desagradable de esta gente que vive en la hostilidad constante. —Es que mira… hay una delgada línea entre ser alguien que se conforma con lo que hay y ser un imbécil que deja pasar una oportunidad—. No pierdo nada con intentarlo.
—¡Oye, señor conformista!— lo llamo, sin llegar a gritar tan alto que no me olvido donde estamos, y es que puedo ser una molestia de un metro y medio cuando quiero, que aquí parece lo más común porque todos se muestran enfadados de que alguien les haga preguntas, recelosos cuando se les ofrece una recompensa y descarados cuando no es nada de lo que en verdad quieren. —¿Qué pasaría si hay otra opción posible?— pregunto al casi chocar con su espalda. Porque este desconocido me ha marcado un par de puntos interesantes, una memoria con lagunas como la del vendedor no me sirve demasiado y alguien que tiene con conformarse con poco, quizás esté buscando algo que yo sí puedo pagar. No con mi dinero, claro, que tengo patrocinador para mis movimientos por el norte.
—Siempre hay otra opción, solo tienes que encontrarte con la persona que pueda dártela y es tu día de suerte…— suena arrogante, lo sé. Soy un problema con patas, causo pequeños alborotos donde voy, adecuados a mi tamaño. Decir que puedo traer suerte a alguien, ¡ufff! Solo en sueños. —Supongo que tienes las ideas más claras que Lockster. Si puedo darte algo a cambio, ¿me ayudarías?—. ¿Por qué presiento que viene un rechazo de pleno? Debe ser que le estoy tomando aprecio al carácter hosco, prepotente y desagradable de esta gente que vive en la hostilidad constante. —Es que mira… hay una delgada línea entre ser alguien que se conforma con lo que hay y ser un imbécil que deja pasar una oportunidad—. No pierdo nada con intentarlo.
De lejos me llega el murmullo atropellado de la misma chica que ha intentado venderme que el whiskey del señor Lockster es lo peor que he probado. Desde hace meses, años diría, que no me preocupo de esas cosas. El gusto por inundar mis papilas gustativas con esa sustancia ha decrecido, y por ello valoro las cosas de otra forma. ¿Los habrá mejores? No lo niego, pero mi mente está convencida de que ya no es lo que más necesito para subsistir y mantenernos vivos.
En el bullicio el rostro de varios contactos, ahora conocidos, me asombra. Se suponía que muchas de las caras que estoy viendo iban a abandonar aquel mercado tan pronto como pudieran. No sé si es una maniobra, o salir del distrito está volviéndose más complicado con el paso de los días. Sin duda aquello me alarma, y el susto que recibo cuando la chica que he visto antes parece perseguirme hace que acelere el paso e intente perderme entre la muchedumbre. No puede haberme reconocido, por todos los santos que no.
Cuando creo que la he perdido, noto algo impactar contra mi espalda y el contenido de la botella se disuelve en la tierra que drena el contenido con demasiada facilidad. Mi rostro se impacienta, mis ojos se ponen en blanco y mi sonrisa desaparece para convertirse en una línea fina en la que sólo se vislumbra la seriedad. —Bueno, sería interesante saber que vas, al menos, a pagar lo que ha costado este... ¿cómo lo has llamado? Pis de puffkein —reclamo, pues nada es barato estos días. —¿Cuál es tu problema? —pregunto, escondiendo ese tono amenazante, sabiendo que no gano nada alarmándome demasiado.
—Y como dejar pasar una oportunidad como ésta me convertiría en un imbécil, ¿entonces no tengo otra opción verdad? —comento, deconstruyendo sus comentarios. No es la primera vez que me intentan entrar de esa manera. Convencerme de que estoy siendo un estúpido y proponerme algo para evitar que lo sea. Es un mecanismo demasiado rastrero para aquellos que, como yo, estamos verdaderamente necesitados. No lo reconozco abiertamente, pero me cruzo de brazos observando con detalle a la chica que ha abierto la veda a un encuentro del que espero no arrepentirme. Tiempo que pasa, tiempo que pierdo para regresar. Y los controles son menos eludibles por las noches aunque suene incoherente. —¿Qué es lo que quieres? ¿Y por qué? Ni siquiera estoy convencido de que seas alguien de fiar —Alzo una ceja, ¿acaso alguien lo era en los días que corrían? Mi carácter afable se ha visto importunado por su visita, pero qué otro remedio me espera.
En el bullicio el rostro de varios contactos, ahora conocidos, me asombra. Se suponía que muchas de las caras que estoy viendo iban a abandonar aquel mercado tan pronto como pudieran. No sé si es una maniobra, o salir del distrito está volviéndose más complicado con el paso de los días. Sin duda aquello me alarma, y el susto que recibo cuando la chica que he visto antes parece perseguirme hace que acelere el paso e intente perderme entre la muchedumbre. No puede haberme reconocido, por todos los santos que no.
Cuando creo que la he perdido, noto algo impactar contra mi espalda y el contenido de la botella se disuelve en la tierra que drena el contenido con demasiada facilidad. Mi rostro se impacienta, mis ojos se ponen en blanco y mi sonrisa desaparece para convertirse en una línea fina en la que sólo se vislumbra la seriedad. —Bueno, sería interesante saber que vas, al menos, a pagar lo que ha costado este... ¿cómo lo has llamado? Pis de puffkein —reclamo, pues nada es barato estos días. —¿Cuál es tu problema? —pregunto, escondiendo ese tono amenazante, sabiendo que no gano nada alarmándome demasiado.
—Y como dejar pasar una oportunidad como ésta me convertiría en un imbécil, ¿entonces no tengo otra opción verdad? —comento, deconstruyendo sus comentarios. No es la primera vez que me intentan entrar de esa manera. Convencerme de que estoy siendo un estúpido y proponerme algo para evitar que lo sea. Es un mecanismo demasiado rastrero para aquellos que, como yo, estamos verdaderamente necesitados. No lo reconozco abiertamente, pero me cruzo de brazos observando con detalle a la chica que ha abierto la veda a un encuentro del que espero no arrepentirme. Tiempo que pasa, tiempo que pierdo para regresar. Y los controles son menos eludibles por las noches aunque suene incoherente. —¿Qué es lo que quieres? ¿Y por qué? Ni siquiera estoy convencido de que seas alguien de fiar —Alzo una ceja, ¿acaso alguien lo era en los días que corrían? Mi carácter afable se ha visto importunado por su visita, pero qué otro remedio me espera.
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Derramar un whisky barato es el menor de mis errores a fechas recientes, así que mi respuesta a su tonito de queja es encogerme de hombros y contestarle en un dejo socarrón que me vuelve un verdadero incordio en su paseo por este mercado de mala fama. —Te compraré tres botellas de esas y un puffkein— lo resuelvo de esa manera, quizás lo del puffkein fue un poco exagerado. Con ese comentario tan banal le quito toda la importancia al derroche, que si esta gente habla brusco yo no tengo por qué mostrar mis mejores modales. Pensé que me entendería mejor con los marginados que con mis colegas del ministerio abrazados a su estatus, pero no dejo de ser una extraña en estos territorios y es que creo que se puede oler que no pertenezco a este sitio desde lejos.
—Gracias por tu interés en ayudarme, prometo que solo tomaré unos minutos de tu valioso tiempo— digo, llevándome una mano al pecho, mostrándome ligeramente conmovida por su pregunta que no se anda con vueltas para saber cuál es mi problema. No indaga si tengo uno, sino que me abre la posibilidad a explayarme y por supuesto que la tomaré. —También cabe la opción de que seas un imbécil, tomes o no esta opción, sin embargo— ni siquiera le doy un segundo a que se sienta ofendido, antes de aclararme: —hay algo en tu rostro que me dice que eres un tipo astuto, de esos que saben hallar una salida en callejones truncados. Algo en la manera que tienes de mirar, que hace creer que pasas de todo, pero en verdad has visto demasiado…— musito, moviendo mi cabeza como si buscara con mis ojos interpretar las líneas en sus iris. Palabras, palabras. Podrían ser un falso halago, si no fuera porque lo digo en serio.
Me echo hacia atrás cruzándome de brazos para darme un poquito más de altura y arqueo una de mis cejas, poniendo en entredicho de lo que me acusa. —Sería estúpido que creyeras que soy de fiar con solo verme, y ya aclaramos el tema de ser inteligente o imbécil, no volvamos a esa discusión. Yo no me fío de ti, no se trata de eso— le aclaro, me guardo el tener que decirle que lo último que espero es que cualquier persona confíe en mí, que mi madre siendo mi única familia e incluso el único amigo que he tenido en toda mi vida, desconocen los motivos por los que estoy en el norte y en realidad creen que estoy en mi distrito en este momento. —Estoy aquí, ofreciéndote algo que puede ser un poco mejor de lo que podrías conseguir por tu cuenta, porque estoy buscando a una mujer que desapareció hace quince años. No es cualquier mujer—, que fueron demasiados los repudiados que se refugiaron en estos distritos cuando Jamie Niniadis asumió.
—Gracias por tu interés en ayudarme, prometo que solo tomaré unos minutos de tu valioso tiempo— digo, llevándome una mano al pecho, mostrándome ligeramente conmovida por su pregunta que no se anda con vueltas para saber cuál es mi problema. No indaga si tengo uno, sino que me abre la posibilidad a explayarme y por supuesto que la tomaré. —También cabe la opción de que seas un imbécil, tomes o no esta opción, sin embargo— ni siquiera le doy un segundo a que se sienta ofendido, antes de aclararme: —hay algo en tu rostro que me dice que eres un tipo astuto, de esos que saben hallar una salida en callejones truncados. Algo en la manera que tienes de mirar, que hace creer que pasas de todo, pero en verdad has visto demasiado…— musito, moviendo mi cabeza como si buscara con mis ojos interpretar las líneas en sus iris. Palabras, palabras. Podrían ser un falso halago, si no fuera porque lo digo en serio.
Me echo hacia atrás cruzándome de brazos para darme un poquito más de altura y arqueo una de mis cejas, poniendo en entredicho de lo que me acusa. —Sería estúpido que creyeras que soy de fiar con solo verme, y ya aclaramos el tema de ser inteligente o imbécil, no volvamos a esa discusión. Yo no me fío de ti, no se trata de eso— le aclaro, me guardo el tener que decirle que lo último que espero es que cualquier persona confíe en mí, que mi madre siendo mi única familia e incluso el único amigo que he tenido en toda mi vida, desconocen los motivos por los que estoy en el norte y en realidad creen que estoy en mi distrito en este momento. —Estoy aquí, ofreciéndote algo que puede ser un poco mejor de lo que podrías conseguir por tu cuenta, porque estoy buscando a una mujer que desapareció hace quince años. No es cualquier mujer—, que fueron demasiados los repudiados que se refugiaron en estos distritos cuando Jamie Niniadis asumió.
Su propuesta es tentadora. En principio porque no tendría que preocuparme por buscarlas durante mucho tiempo. El puffkein puede quedárselo, suficiente tengo con el trato de Stephanie y su genio cambiante tan continuo. La sola idea me hace sonreír, es una imagen bastante divertida. Más cuando sé que bastan un par de besos y palabras para callarla.
—Estás perdiendo minutos, casi van sesenta segundos desperdiciados —tercio, llevando mi diestra a la nuca mientras que la siniestra la mantengo pegada a un costado. Evalúo, una vez más, el gesto y el semblante de mi acompañante. Allí, en medio de todo el gentío, es muy difícil pasar desapercibido. Trato de llevarla a un callejón, pero varias personas me lo impiden. Es el momento en el que siento que la tensión se acumula en mi estómago, y tras ello tiro del brazo de ella para desaparecer en medio de un grupo de adolescentes que, entre risas, exponen sus compras del mercado negro.
—Sabes demasiado de mí en poco tiempo, y eso no me genera ningún tipo de confianza —reconozco, sin dar pie a más palabras. He visto demasiado y es una carga que llevo a cuestas. El tiempo nos ha hecho darnos cuenta de que la vida nos ha jugado una mala pasada. A algunos más que otros. —Subo a cinco botellas y el puffkein puedes llevárselo a tu hermana pequeña —No sé si tiene, si no tiene, o si simplemente está jugando a encontrarme y a buscar cosas de mí mismo que nadie sabe. Pero parece tranquila, confiada en casos, y demasiado segura de sí misma.
Pero pueden ser facetas.
—Mucha gente ha desaparecido, ¿por qué una mujer puede ser tan importante? —pregunto, aunque quizás puedo llegar a hacerme una ligera idea. Pero de esa hace mucho tiempo, demasiado. —Dispara, señorita... como sea, perdemos el tiempo —sentencio, cruzándome de brazos. Necesito salir de este sitio cuanto antes.
—Estás perdiendo minutos, casi van sesenta segundos desperdiciados —tercio, llevando mi diestra a la nuca mientras que la siniestra la mantengo pegada a un costado. Evalúo, una vez más, el gesto y el semblante de mi acompañante. Allí, en medio de todo el gentío, es muy difícil pasar desapercibido. Trato de llevarla a un callejón, pero varias personas me lo impiden. Es el momento en el que siento que la tensión se acumula en mi estómago, y tras ello tiro del brazo de ella para desaparecer en medio de un grupo de adolescentes que, entre risas, exponen sus compras del mercado negro.
—Sabes demasiado de mí en poco tiempo, y eso no me genera ningún tipo de confianza —reconozco, sin dar pie a más palabras. He visto demasiado y es una carga que llevo a cuestas. El tiempo nos ha hecho darnos cuenta de que la vida nos ha jugado una mala pasada. A algunos más que otros. —Subo a cinco botellas y el puffkein puedes llevárselo a tu hermana pequeña —No sé si tiene, si no tiene, o si simplemente está jugando a encontrarme y a buscar cosas de mí mismo que nadie sabe. Pero parece tranquila, confiada en casos, y demasiado segura de sí misma.
Pero pueden ser facetas.
—Mucha gente ha desaparecido, ¿por qué una mujer puede ser tan importante? —pregunto, aunque quizás puedo llegar a hacerme una ligera idea. Pero de esa hace mucho tiempo, demasiado. —Dispara, señorita... como sea, perdemos el tiempo —sentencio, cruzándome de brazos. Necesito salir de este sitio cuanto antes.
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Puedo ver los segundos que se van, los veo como si fueran algo material, escapándose hacia ningún lugar y el tiempo está corriendo rápido con este hombre, cuando hay segundos que se alargan demasiado en otras situaciones. Me da la impresión de que él también se desvanecerá en cuanto los minutos se agoten, así que pienso en cómo se podría atrapar un segundo que me sirva de algo, no sé por qué tengo el presentimiento de que no lo lograré por muy confiada que me muestre. —Sé de ti tanto como sabes de mí, sólo lo que podemos apreciar. ¿O es que acerté demasiado para una primera impresión?—. No lo creo, presumo que es paranoia, se ha vestido de las cosas ambiguas que dije y eso me hace sonreír, un poco satisfecha de mi juicio que suele ser bastante equivocado cuando se trata de medir personas. —Trato hecho, cinco botellas—. El bicho se salva. Estoy a punto de prenderme de la excusa de que busco precisamente a mi hermana pequeña, sin embargo, no lo hago.
Para matar el tiempo en el norte casi siempre voy al mismo bar del cinco donde hacen apuestas de cosas baratas, jugar a las cartas o a los dardos con embusteros es una buena práctica para la vida misma. He entendido que todos tenemos un abanico de naipes en las manos, verdades, mentiras y secretos, cómo lo usamos puede determinar nuestro triunfo en una partida. En mi caso, estoy aprendiendo sobre esto con muchos errores, demasiadas derrotas, he cedido una pequeña fortuna en esas mesas. Todavía no he logrado aprender del todo que carta toca tirar y sigo manejándome por instinto. Pero, ¿si mi primer presentimiento sobre este tipo fue acertado por qué no seguir por ese rumbo? Las voces del mercado están a los gritos y mi voz queda opacada por las risas que se escuchan cerca. —Porque esta mujer fue parte del gobierno anterior. ¿Cuántas botellas más? ¿O qué cosa vale que puedas decirme si de todas las cosas que has visto, es posible que hayas visto a esta mujer?— pregunto, dándole margen para que me diga cuál es su precio si se ve abierto a aceptar estas maneras, antes de decirle puntualmente a quien me refiero.
Para matar el tiempo en el norte casi siempre voy al mismo bar del cinco donde hacen apuestas de cosas baratas, jugar a las cartas o a los dardos con embusteros es una buena práctica para la vida misma. He entendido que todos tenemos un abanico de naipes en las manos, verdades, mentiras y secretos, cómo lo usamos puede determinar nuestro triunfo en una partida. En mi caso, estoy aprendiendo sobre esto con muchos errores, demasiadas derrotas, he cedido una pequeña fortuna en esas mesas. Todavía no he logrado aprender del todo que carta toca tirar y sigo manejándome por instinto. Pero, ¿si mi primer presentimiento sobre este tipo fue acertado por qué no seguir por ese rumbo? Las voces del mercado están a los gritos y mi voz queda opacada por las risas que se escuchan cerca. —Porque esta mujer fue parte del gobierno anterior. ¿Cuántas botellas más? ¿O qué cosa vale que puedas decirme si de todas las cosas que has visto, es posible que hayas visto a esta mujer?— pregunto, dándole margen para que me diga cuál es su precio si se ve abierto a aceptar estas maneras, antes de decirle puntualmente a quien me refiero.
Sus preguntas se basan en una retórica que acrecenta mi desconfianza, pero hay algo de ella que me simpatiza: su forma de actuar y de originar contacto con desconocidos sin ningún problema. Quizás no todo el mundo opta por esas confianzas, o por abrirse paso a través de la gente de esa manera. Durante toda mi vida llegué a la conclusión de que, si llegué a dónde llegué, fue por mis maneras y no por mis impresiones monetarias que, de por sí, eran bastante nulas en aquelos tiempos. No me compra con sus botellas, que también. Me compra porque me recuerda a mí cuando era un simple vigilante de seguridad.
Sin embargo sus cuestiones me causan cierta polémica. ¿Por qué creo que pregunta por la persona que está preguntando? Mi cuerpo, automáticamente, se tensa. Tengo una familia que cuidar y no estoy seguro de si voy a poder perder el tiempo arriesgándome a ofrecerle más de lo que piensa.
—¿Y qué cargo ostentaba? ¿O qué cargo pensabas que ostentaba? —pregunto, tanteando el terreno, como si de esa forma yo pareciera un simple inocente más que no está seguro del camino que ella quiere tomar. —No necesito más botellas, con cinco tendré para pagar más de lo que muchos gustarían —sonrío, descabellado. No pienso llevarlas todas a casa, ¿estamos locos? —Acompáñame —comento entonces, convencido de mis posibilidades, y camino entre las calles tortuosas y siniestras del mercado negro del distrito en el que estamos.
Mi silueta pasa desapercibida, como siempre, pero ella parece desentonar. Le hago un gesto para que cubra su rostro y, cuando estoy seguro de que nadie preguntará por nosotros, cruzo la calle principal hasta llegar a uno de los bares menos abarrotados por el populismo que ha ganado el contiguo desde hace ya un par de meses. Las mesas, vacías casi en su totalidad, presentan un aspecto destartalado y las bancas no se diferencian mucho. No hay mugre, gracias al cielo, pero el ambiente es demasiado peculiar.
—Espérame aquí —indico, ¿por qué demonios estoy haciendo todo ésto? Las botellas, Yorkey. Las jodidas y condenadas botellas... sacudo la cabeza al llegar a la barra, apesadumbrado, y esbozo una sonrisa a Marie Rose, la chica que atiende la barra con su voluptuoso pecho. Ni aquello ha sido síntoma atrayente para competir con su rival. —Dos, bien cargadas, a la mesa de la señorita. Hoy te ves excepcional, Rose —halago, esperando una rebaja que no tarda en llegar a modo de sonrisa por parte de ella. Tras eso, vuelvo a la banca y, de brazos cruzados, espero tanto la bebida como a que la chica dispare.
—Tu nombre, para empezar. Y no quiero juegos —Alzo una ceja, expectante.
Sin embargo sus cuestiones me causan cierta polémica. ¿Por qué creo que pregunta por la persona que está preguntando? Mi cuerpo, automáticamente, se tensa. Tengo una familia que cuidar y no estoy seguro de si voy a poder perder el tiempo arriesgándome a ofrecerle más de lo que piensa.
—¿Y qué cargo ostentaba? ¿O qué cargo pensabas que ostentaba? —pregunto, tanteando el terreno, como si de esa forma yo pareciera un simple inocente más que no está seguro del camino que ella quiere tomar. —No necesito más botellas, con cinco tendré para pagar más de lo que muchos gustarían —sonrío, descabellado. No pienso llevarlas todas a casa, ¿estamos locos? —Acompáñame —comento entonces, convencido de mis posibilidades, y camino entre las calles tortuosas y siniestras del mercado negro del distrito en el que estamos.
Mi silueta pasa desapercibida, como siempre, pero ella parece desentonar. Le hago un gesto para que cubra su rostro y, cuando estoy seguro de que nadie preguntará por nosotros, cruzo la calle principal hasta llegar a uno de los bares menos abarrotados por el populismo que ha ganado el contiguo desde hace ya un par de meses. Las mesas, vacías casi en su totalidad, presentan un aspecto destartalado y las bancas no se diferencian mucho. No hay mugre, gracias al cielo, pero el ambiente es demasiado peculiar.
—Espérame aquí —indico, ¿por qué demonios estoy haciendo todo ésto? Las botellas, Yorkey. Las jodidas y condenadas botellas... sacudo la cabeza al llegar a la barra, apesadumbrado, y esbozo una sonrisa a Marie Rose, la chica que atiende la barra con su voluptuoso pecho. Ni aquello ha sido síntoma atrayente para competir con su rival. —Dos, bien cargadas, a la mesa de la señorita. Hoy te ves excepcional, Rose —halago, esperando una rebaja que no tarda en llegar a modo de sonrisa por parte de ella. Tras eso, vuelvo a la banca y, de brazos cruzados, espero tanto la bebida como a que la chica dispare.
—Tu nombre, para empezar. Y no quiero juegos —Alzo una ceja, expectante.
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—Uno tan importante que tuvo que huir al cambiar el gobierno, porque si no la hubieran matado— lo digo así tan simple, sé que sigue siendo ambiguo, no me pondré a dar nombres específicos en el barullo del mercado, no confío en que las risas cercanas tapen del todo mi voz. Y lo sigo, sé que de las cosas más estúpidas que se puede hacer por estos lugares, es seguir a alguien como si nada. ¿Qué es eso del sentido del peligro? No lo sé, en ocasiones creo que nací sin tenerlo, porque camino detrás de sus pasos, encontrando en las sombras de las calles una seguridad extraña, como si todo al volverse más y más oscuro me diera una cierta calma mental, en contraste con la luz del día que suele cegar los ojos y siempre me hace recelar.
Echo un vistazo a cada cosa que llama mi atención entre callejones, recibo el mismo tipo de atención por culpa de ser una forastera en estos distritos de –irónicamente- gente exiliada. Uso la capucha de mi campera para ocultar parcialmente mi rostro como él me lo indica, quedan un par de mechones oscuros rozando mi cuello y cayendo fuera, y mis ojos siguen sobresaliendo, es un rasgo que no puedo disimular, debido a esa curiosidad que me mueve de un lado al otro. Estudio el aspecto del bar al que me trae con una sonrisa complacida, de verdad no soy del tipo que se impresiona con lo que reluce como oro, cuanto más miserable se ve algo, más cómoda me siento. Debe ser esta desconfianza mía a todo, cuando lo malo está a la vista, puedo estar tranquila.
Observo con interés su intercambio con la muchacha de la barra, y se lo dejo saber con una ceja arqueada y una sonrisa que ladea mis labios, cuando regresa para esperar los tragos. Me guardo el comentario sobre lo bonito del lugar, para pasar a lo que nos trae aquí, que otros se lucen mejor en los juegos intrigantes para conseguir lo que quieren y a mí en cambio siempre me ha tocado ir de lleno con esta honestidad bruta. —Me llamo Lara, un gusto en conocerte— digo, inclinando medio cuerpo sobre la mesa, cruzo uno de mis brazos debajo de mi pecho para que me sirva de apoyo y el otro lo uso para tenderlo todo lo largo que es, mi mano extendida para que la tome en esta presentación que es casi formal. —¿Tu nombre? Es lo justo— se lo marco, sabiendo de antemano, porque lo sé bien, que me mentirá en respuesta a mi franqueza. Es lo que suele pasar. —La mujer que estoy buscando era parte de la aristocracia de los Black,— sí, se me nota el tonito burlón. —Escapó después que mataran a su prometido, creemos que estaba embarazada…— comienzo.
Echo un vistazo a cada cosa que llama mi atención entre callejones, recibo el mismo tipo de atención por culpa de ser una forastera en estos distritos de –irónicamente- gente exiliada. Uso la capucha de mi campera para ocultar parcialmente mi rostro como él me lo indica, quedan un par de mechones oscuros rozando mi cuello y cayendo fuera, y mis ojos siguen sobresaliendo, es un rasgo que no puedo disimular, debido a esa curiosidad que me mueve de un lado al otro. Estudio el aspecto del bar al que me trae con una sonrisa complacida, de verdad no soy del tipo que se impresiona con lo que reluce como oro, cuanto más miserable se ve algo, más cómoda me siento. Debe ser esta desconfianza mía a todo, cuando lo malo está a la vista, puedo estar tranquila.
Observo con interés su intercambio con la muchacha de la barra, y se lo dejo saber con una ceja arqueada y una sonrisa que ladea mis labios, cuando regresa para esperar los tragos. Me guardo el comentario sobre lo bonito del lugar, para pasar a lo que nos trae aquí, que otros se lucen mejor en los juegos intrigantes para conseguir lo que quieren y a mí en cambio siempre me ha tocado ir de lleno con esta honestidad bruta. —Me llamo Lara, un gusto en conocerte— digo, inclinando medio cuerpo sobre la mesa, cruzo uno de mis brazos debajo de mi pecho para que me sirva de apoyo y el otro lo uso para tenderlo todo lo largo que es, mi mano extendida para que la tome en esta presentación que es casi formal. —¿Tu nombre? Es lo justo— se lo marco, sabiendo de antemano, porque lo sé bien, que me mentirá en respuesta a mi franqueza. Es lo que suele pasar. —La mujer que estoy buscando era parte de la aristocracia de los Black,— sí, se me nota el tonito burlón. —Escapó después que mataran a su prometido, creemos que estaba embarazada…— comienzo.
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