OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Creo que el golpe que doy contra la puerta cuando entro en la casa deja bien en claro que no estoy de humor. No es como para estarlo después del anuncio de los últimos días, ese que ha señalado lo mal que van a ponerse las cosas ahora, incluso cuando creía que no se podía caer más bajo. Bueno, pues me equivocaba. La noticia de que la ministra de magia ha muerto no me produce ninguna pena, si vamos a ser sinceros, nunca me ha caído bien y su fama fue decayendo en los últimos años con cada pésima decisión de gobierno, pero que haya sido asesinada por sus propios hijos sí consigue despertar en mí un nuevo sentimiento de preocupación que hasta hoy no he tenido que demostrar fuera de mi cabeza. Quiero decir, gracias a que mi hermano está dentro de las paredes del ministerio he podido enterarme antes que muchos otros lo que va a pasar a continuación a gran escala en el país, pero no es hasta que he llegado a las puertas del colegio esta mañana que he podido comprobar como van a ser realmente las cosas a partir de ahora.
Jamás he visto tantos aurores juntos patrullando los pasillos del Royal, ni siquiera cuando tuvo lugar el atentado y se aumentó por unas semanas la seguridad de la escuela para proteger a los alumnos en caso de un segundo ataque. Y es que tampoco podría haber imaginado que los profesores seríamos prácticamente arrastrados a salas individuales para una entrevista personal, una charla que parece más un interrogatorio que una entrevista en sí misma. Protocolo, lo llaman. Al parecer el nuevo jefe de gobierno no se fía ni de su propia sombra y empezar por investigar de forma concisa y privada a todos los funcionarios es el primer punto en la lista de su mandato. Es por eso que me paso casi toda la mañana entera sentada en una silla, respondiendo a preguntas elaboradas sobre mi historial antes de ingresar al Royal. Y sé que el hecho de ser mestiza y haber vivido la mayor parte de mi vida en el norte no me deja en un buen lugar. Lo veo en sus caras, que no quieren tragarse ni una palabra de lo que digo, y si no es porque soy la hermana del ministro de justicia creo que me hubieran sacado a rastras para seguir la investigación como a un compañero de trabajo que percibo por el rabillo del ojo al mirar hacia el hueco que deja la puerta entre abierta.
Arrastro los pies por el pasillo hasta la entrada del salón, maldiciendo y despotricando en voz más bien alta, solo para tirar el bolso sobre la mesa y deshacerme del algodón que cubre el diminuto agujero por el que han decidido sacarme sangre. Apoyo los codos sobre la superficie dura del mueble en lo que me inclino para sujetar la frente con mis manos y al instante suelto un suspiro, ese que llena el silencio hasta que las pisadas reconocibles de Charles me obligan a levantar la mirada hacia él. Entrelazo los dedos y deposito la barbilla sobre estos antes de hablar. — Van a echarme. — No es una cuestión de debate, es una afirmación. Que no me hubiera importado una mierda hace unos meses cuando ni siquiera quería este estúpido trabajo. Ahora las cosas han cambiado, y encontrarme en la situación de despido no es precisamente lo que mejor nos conviene. Le miro un segundo, antes de volver a cubrirme la cara con las manos para resoplar con fuerza nuevamente, el sentimiento por excelencia del día.
Jamás he visto tantos aurores juntos patrullando los pasillos del Royal, ni siquiera cuando tuvo lugar el atentado y se aumentó por unas semanas la seguridad de la escuela para proteger a los alumnos en caso de un segundo ataque. Y es que tampoco podría haber imaginado que los profesores seríamos prácticamente arrastrados a salas individuales para una entrevista personal, una charla que parece más un interrogatorio que una entrevista en sí misma. Protocolo, lo llaman. Al parecer el nuevo jefe de gobierno no se fía ni de su propia sombra y empezar por investigar de forma concisa y privada a todos los funcionarios es el primer punto en la lista de su mandato. Es por eso que me paso casi toda la mañana entera sentada en una silla, respondiendo a preguntas elaboradas sobre mi historial antes de ingresar al Royal. Y sé que el hecho de ser mestiza y haber vivido la mayor parte de mi vida en el norte no me deja en un buen lugar. Lo veo en sus caras, que no quieren tragarse ni una palabra de lo que digo, y si no es porque soy la hermana del ministro de justicia creo que me hubieran sacado a rastras para seguir la investigación como a un compañero de trabajo que percibo por el rabillo del ojo al mirar hacia el hueco que deja la puerta entre abierta.
Arrastro los pies por el pasillo hasta la entrada del salón, maldiciendo y despotricando en voz más bien alta, solo para tirar el bolso sobre la mesa y deshacerme del algodón que cubre el diminuto agujero por el que han decidido sacarme sangre. Apoyo los codos sobre la superficie dura del mueble en lo que me inclino para sujetar la frente con mis manos y al instante suelto un suspiro, ese que llena el silencio hasta que las pisadas reconocibles de Charles me obligan a levantar la mirada hacia él. Entrelazo los dedos y deposito la barbilla sobre estos antes de hablar. — Van a echarme. — No es una cuestión de debate, es una afirmación. Que no me hubiera importado una mierda hace unos meses cuando ni siquiera quería este estúpido trabajo. Ahora las cosas han cambiado, y encontrarme en la situación de despido no es precisamente lo que mejor nos conviene. Le miro un segundo, antes de volver a cubrirme la cara con las manos para resoplar con fuerza nuevamente, el sentimiento por excelencia del día.
No quiero decírselo a Phoebe, pero odio esto. Odio ser parte de una sociedad que no acepta a personas como yo, cuyo vandalismo lo empujó a verse en las sombras, demasiado lejos de lo que la gente considera correcto. Estoy evitando por todos los medios el pedir referencias de mis hermanos o mi cuñado, pero conseguir empleo es casi imposible; les basta con chequear mi expediente como para saber que no me quieren entre sus filas y, una vez más, salgo de sus oficinas con la cabeza gacha y los pies arrastrados. Extraño la simpleza de mi habitación, de la gente que no me miraba como si fuese el pobre que acaba de llegar del norte sin un horizonte. No soy sordo, sé que nuestra llegada al barrio fue comentada, mi hermano no compró precisamente una propiedad modesta y una Powell apareció en ella junto a un sujeto cuyos rumores no son los mejores. Hermoso panorama.
Como si fuera poco, han empezado a patrullar dementores y aurores hasta por las dudas y he perdido la cuenta de la cantidad de veces que enseñé mi identificación esta semana. Sé que deberé dejar el orgullo de lado en algún momento y conseguir un empleo respetable para que Phee no siga cargando con la responsabilidad y mi culo se encuentre a salvo, pero sigo confiando en mis capacidades. Al menos, ahora que todo parece volverse más difícil no sé si es buena idea el ir a llorar al ministerio por un empleo. Es el ojo del huracán, pero también soy consciente de que si me quieren ahí, estaré a salvo. Demasiado a tener en cuenta, me guste o no.
Estoy afeitandome con demasiada calma solo para estirar el tiempo, cuando los pasos de Phoebe me anuncian su llegada. Acomodo la toalla en mi cintura y trato de no patinarme cuando me encamino hacia la sala, encontrándome con su mala cara que me indica que esto no está ni para bromas ni para mis quejas — ¿Qué? ¿Por qué? — intento no sonar tan exaltado, pero apuesto a que fallo en mi misión. Me quito lo que queda de espuma de afeitar con un manotazo y me acerco, dudo pero aprieto su hombro en señal de apoyo. Lo que sea que tenga para darle — No pueden despedirte por ser mestiza, eso es incluso ilegal. Deberían al menos encontrar motivos, ellos mismos lo han dicho — ¿No eran para eso los interrogatorios? ¿Ver quienes se merecen ser libres y quienes no en base a sus acciones? Dejo caer la mano, quizá con demasiada pesadez, sobre el mueble — ¿Quieres hablar de ello? — aún no me decido si empezar de cero fue la mejor o la peor idea de todas.
Como si fuera poco, han empezado a patrullar dementores y aurores hasta por las dudas y he perdido la cuenta de la cantidad de veces que enseñé mi identificación esta semana. Sé que deberé dejar el orgullo de lado en algún momento y conseguir un empleo respetable para que Phee no siga cargando con la responsabilidad y mi culo se encuentre a salvo, pero sigo confiando en mis capacidades. Al menos, ahora que todo parece volverse más difícil no sé si es buena idea el ir a llorar al ministerio por un empleo. Es el ojo del huracán, pero también soy consciente de que si me quieren ahí, estaré a salvo. Demasiado a tener en cuenta, me guste o no.
Estoy afeitandome con demasiada calma solo para estirar el tiempo, cuando los pasos de Phoebe me anuncian su llegada. Acomodo la toalla en mi cintura y trato de no patinarme cuando me encamino hacia la sala, encontrándome con su mala cara que me indica que esto no está ni para bromas ni para mis quejas — ¿Qué? ¿Por qué? — intento no sonar tan exaltado, pero apuesto a que fallo en mi misión. Me quito lo que queda de espuma de afeitar con un manotazo y me acerco, dudo pero aprieto su hombro en señal de apoyo. Lo que sea que tenga para darle — No pueden despedirte por ser mestiza, eso es incluso ilegal. Deberían al menos encontrar motivos, ellos mismos lo han dicho — ¿No eran para eso los interrogatorios? ¿Ver quienes se merecen ser libres y quienes no en base a sus acciones? Dejo caer la mano, quizá con demasiada pesadez, sobre el mueble — ¿Quieres hablar de ello? — aún no me decido si empezar de cero fue la mejor o la peor idea de todas.
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Aun no me acostumbro a la situación de estar viviendo juntos en la misma casa, como que todavía no he llegado a asimilar que hemos cogido el toro por los cuernos con la decisión de dejar atrás todo lo que conocíamos, para volver a empezar. Es evidente que ninguno de los dos sabemos realmente lo que estamos haciendo, pero me consuela el hecho de que, por lo menos, no tenemos que hacerlo por nuestra cuenta. — Están interrogando a todo el profesorado de la escuela, y no precisamente preguntas agradables, o de las que se puedan evadir con facilidad. — Explico cuando le veo aparecer en toalla. No obstante, no necesito decir que me he pasado la mañana tratando de aclarar las razones por las que terminé viviendo en el once y por qué decidí quedarme allí después de graduarme en el Prince. Tengo que decir que, ese punto en específico, no les gustó especialmente a los aurores que me entrevistaron. — Y ya no son solo interrogatorios, van a empezar a presentarse en las clases, como si no tuviera ya problemas con el poco prestigio de la materia, de seguro solo buscan una excusa para quítarsela de encima. — Me quejo. No es novedad que la adivinación siempre ha sido una asignatura que muchos consideran inservible, y no me sorprendería que quisieran deshacerse de ella ahora que el dinero es un problema.
Giro la cabeza hacia él con el apretón en mi hombro, pero vuelvo a suspirar antes de girar mi cuerpo para apoyarme sobre la mesa con mi cuerpo y cruzar los brazos sobre mi pecho, encogiéndome de hombros ante su afirmación de creer que no van a despedir a mestizos. — ¿Por qué si no estarían haciendo pruebas de sangre? — Según Hans no es más que un sondeo para registrar a todo aquel que trabaje para el gobierno, pese a que algo en su voz me hizo pensar que quizá vaya más allá de eso. — No creo que al nuevo "presidente" le interese mucho lo que es o no es ilegal, ya has visto como están las calles. — Pobre ilusa de mí que no se dignó a creer las palabras de su hermano porque en el momento le parecían una locura, ahora los dementores que patrullan las calles no son más que el ejemplo que el mundo necesitaba para darse cuenta de lo fácil que es caer en la catástrofe.
— No les he dado razones para que me despidan, pero tal y como están las cosas no me sorprendería que se encargaran de buscar ellos mismos unas cuantas. — Confieso. La realidad es que si por ellos fuera llenarían el ministerio de casta pura, el problema es que saben que no pueden porque la gente se volvería paranoica. Lo que sí pueden es dar con alguna grieta que les lleve a desconfiar de nosotros, y que en el caso de mi familia ese agujero es bastante grande. — No sé ni cómo mi hermano sigue manteniendo su puesto. — Estarán esperando a que dé un paso en falso para que puedan reemplazarlo a la primera de cambio, eso seguro. — Powell. Ni siquiera es el apellido de mi madre. — Resoplo, queriéndolo dejar ahí, pero en el último momento me giro hacia él, comprobando que ha estado afeitándose cuando necesito levantar una mano hacia su barbilla para deshacerme de un poco de espuma que aun queda impregnada en su piel, frotando con mis dedos. — Me gustas más con barba. — Es lo primero que me permito decir en el día un poco más animada, sonriendo con un ligero humor en los labios, lo siento necesario cuando el ambiente ya está de por sí cargado. Porque sé que se está esforzando por presentarse de la mejor manera posible, incluso cuando eso no debería influir a la hora de encontrar un empleo.
Giro la cabeza hacia él con el apretón en mi hombro, pero vuelvo a suspirar antes de girar mi cuerpo para apoyarme sobre la mesa con mi cuerpo y cruzar los brazos sobre mi pecho, encogiéndome de hombros ante su afirmación de creer que no van a despedir a mestizos. — ¿Por qué si no estarían haciendo pruebas de sangre? — Según Hans no es más que un sondeo para registrar a todo aquel que trabaje para el gobierno, pese a que algo en su voz me hizo pensar que quizá vaya más allá de eso. — No creo que al nuevo "presidente" le interese mucho lo que es o no es ilegal, ya has visto como están las calles. — Pobre ilusa de mí que no se dignó a creer las palabras de su hermano porque en el momento le parecían una locura, ahora los dementores que patrullan las calles no son más que el ejemplo que el mundo necesitaba para darse cuenta de lo fácil que es caer en la catástrofe.
— No les he dado razones para que me despidan, pero tal y como están las cosas no me sorprendería que se encargaran de buscar ellos mismos unas cuantas. — Confieso. La realidad es que si por ellos fuera llenarían el ministerio de casta pura, el problema es que saben que no pueden porque la gente se volvería paranoica. Lo que sí pueden es dar con alguna grieta que les lleve a desconfiar de nosotros, y que en el caso de mi familia ese agujero es bastante grande. — No sé ni cómo mi hermano sigue manteniendo su puesto. — Estarán esperando a que dé un paso en falso para que puedan reemplazarlo a la primera de cambio, eso seguro. — Powell. Ni siquiera es el apellido de mi madre. — Resoplo, queriéndolo dejar ahí, pero en el último momento me giro hacia él, comprobando que ha estado afeitándose cuando necesito levantar una mano hacia su barbilla para deshacerme de un poco de espuma que aun queda impregnada en su piel, frotando con mis dedos. — Me gustas más con barba. — Es lo primero que me permito decir en el día un poco más animada, sonriendo con un ligero humor en los labios, lo siento necesario cuando el ambiente ya está de por sí cargado. Porque sé que se está esforzando por presentarse de la mejor manera posible, incluso cuando eso no debería influir a la hora de encontrar un empleo.
No sé más que decir que un "ah" apenas audible y tengo que morderme la punta de la lengua. Me gustaría poder decirle que renuncie, pero no es el momento para hacerlo. No solo porque yo no tengo empleo y acabamos de mudarnos a un barrio para nada barato, sino también porque sería sospechoso que ella decida hacerse a un lado justo cuando aumentan la seguridad. Conozco a Phoebe, sé que no ha hecho nada malo y solo fue una víctima de las circunstancias, pero no sé qué esperar de un gobierno que ha puesto dementores en las calles — Entonces enséñales que eres una profesora decente y que no tienen razones para perder su tiempo vigilandote — sé que lo digo como si fuese pan comido, pero tampoco puedo evitarlo. Si me pongo en pesimista no ayudará en nada.
Intento recordar lo que Phee me ha contado de las explicaciones que le dio su hermano, lo que me pone en gesto dudoso y pensativo durante un momento que utilizo para apoyarme en la mesa, justo a su lado e imitar su postura de brazos cruzados — Si eres mestizo y sospechoso es más fácil de juzgar — no quiero meterme en su lógica, pero aún así... — Están haciendo esto con la excusa de la guerra. No quiero ni imaginar lo que deben ser las cosas en el norte — odio decirlo, pero creo que nos hemos retirado justo a tiempo. Algo me dice que deben ser distritos muy fríos.
— Hey... No te van a despedir, ¿de acuerdo? Deja de pensar en eso — mestizos o no, el apellido Powell se hizo su propia fama en nuestra sociedad. Ya a nadie debe importarle quién era su padre, eso debería de saberlo, pero aún así tengo la sensación de que es un fantasma que ella jamás va a dejar ir aunque pasen los años. Lo sé, conozco lo que es cargar con la idea de un padre desagradecido — ¿Jamás pensaste en cambiarlo? — no puedo tomar en serio mi propuesta cuando me está limpiando el mentón, por lo que me llevo la mano allí en un intento de espantar cualquier rastro de espuma — A ti. A ellos no — hago un chasquido con mi lengua y me separo de la mesa. Las manos que me llevo a la nuca e intentan masajearla delatan el grado de estrés, lo subrayo con el entrecejo arrugado y una boca torcida — No quiero pedir ayuda a nuestras familias, Phee, pero si siguen así las cosas no tendré otra opción. Sé que soy mestizo, pero quizá... bueno, quizá mi madre pueda ayudar. La biológica — necesito mirarla para medir su reacción. Sé que me he callado cosas, en especial las que duelen, pero ahora vivimos juntos. Hay un proyecto en unión que pide ciertas normas de honestidad — ¿Qué dirías si te digo que Eloise Leblanc es mi madre?
Intento recordar lo que Phee me ha contado de las explicaciones que le dio su hermano, lo que me pone en gesto dudoso y pensativo durante un momento que utilizo para apoyarme en la mesa, justo a su lado e imitar su postura de brazos cruzados — Si eres mestizo y sospechoso es más fácil de juzgar — no quiero meterme en su lógica, pero aún así... — Están haciendo esto con la excusa de la guerra. No quiero ni imaginar lo que deben ser las cosas en el norte — odio decirlo, pero creo que nos hemos retirado justo a tiempo. Algo me dice que deben ser distritos muy fríos.
— Hey... No te van a despedir, ¿de acuerdo? Deja de pensar en eso — mestizos o no, el apellido Powell se hizo su propia fama en nuestra sociedad. Ya a nadie debe importarle quién era su padre, eso debería de saberlo, pero aún así tengo la sensación de que es un fantasma que ella jamás va a dejar ir aunque pasen los años. Lo sé, conozco lo que es cargar con la idea de un padre desagradecido — ¿Jamás pensaste en cambiarlo? — no puedo tomar en serio mi propuesta cuando me está limpiando el mentón, por lo que me llevo la mano allí en un intento de espantar cualquier rastro de espuma — A ti. A ellos no — hago un chasquido con mi lengua y me separo de la mesa. Las manos que me llevo a la nuca e intentan masajearla delatan el grado de estrés, lo subrayo con el entrecejo arrugado y una boca torcida — No quiero pedir ayuda a nuestras familias, Phee, pero si siguen así las cosas no tendré otra opción. Sé que soy mestizo, pero quizá... bueno, quizá mi madre pueda ayudar. La biológica — necesito mirarla para medir su reacción. Sé que me he callado cosas, en especial las que duelen, pero ahora vivimos juntos. Hay un proyecto en unión que pide ciertas normas de honestidad — ¿Qué dirías si te digo que Eloise Leblanc es mi madre?
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Hago una mueca con mis labios, no muy segura de que sea tan fácil como dice, pero supongo que tendré que hacer el esfuerzo. Sabe que no me manejo bien bajo presión, mucho menos cuando están midiendo mis palabras y movimientos al milímetro, como sé perfectamente que van a hacer en cuanto tengan la oportunidad de aparecer en mi aula. Tendré que tragarme el nerviosismo que en ocasiones se exterioriza en forma de risa, porque no creo que me deje con una buena imagen de mí misma. – Y esto solo es el principio, no quiero ni imaginar lo que tienen preparado para cuando empiece la guerra de verdad. – Para entonces, estar en el norte no es una opción para nadie. Sé que lo odia, porque le conozco, que este modo de vida le abruma lo suficiente como para replantearse el momento en que tomó la decisión de marcharse. Por mi parte, solo puedo tratar de recordarle que lo que tenemos aquí es mucho mejor que lo que habría de habernos quedado en el once, pero al final, quien debe darse cuenta de eso es él mismo.
Espero que tenga razón, que lo del despido no sea más que un pensamiento negativo fruto de haber estado encerrada en una sala, que mañana la situación mejorará y que podremos reírnos juntos de lo tonta que fui al creer que se tomarían las cosas tan en serio. De verdad lo espero, incluso cuando una parte de mí sabe bien que no es una posibilidad muy grande. Niego lentamente con la cabeza, mordiéndome el labio inferior que me deja en posición pensativa durante unos segundos. – Nunca tuve la necesidad de hacerlo. Ahora, con todo lo que está ocurriendo… no parece una buena idea. – Quedaría rarísimo que de un día para otro, más después de que se hayan implantado normas tan estrictas, una Powell quiera cambiarse de nombre. – Parecería que estoy ocultando algo, y creo que no me conviene que piensen que lo hago. – No, me temo que estoy estancada con el apellido de mi familia paterna, ese que representa una estirpe de humanos que odian a los magos, lo suficiente para que mi padre camuflara la muerte de mi madre como un accidente.
Dejo caer la mano cuando se aparta, volviendo a recoger el brazo sobre mi pecho, aunque con un poco de menos presión. – Ya sabes que mi hermano está dispuesto a ayudar, la oferta sigue en pie, puedes cogerla cuando quieras. El tuyo ya nos ayudó lo suficiente. – Esta casa, en concreto, digamos que no es de las que yo denominaría modestas. Su hermano fue lo suficientemente amable como para prestarnos uno de sus hogares, siendo que a él parece sobrarle el dinero, pero ahora es nuestra tarea encargarnos de que no se vaya a pique. En este barrio de gente rica, estar sin trabajo no es una opción válida, incluso si eso significa tener que aceptar la ayuda de Hans. Nuevamente, no puedo tomar esa decisión por él. Me quedo absorta en mi propia cabeza un minuto, el tiempo necesario para que lo que dice después me haga ladear la cabeza en confusión, acompañando el gesto con mis cejas. – Tu madre, Eloise Leblanc. – Siento que me he perdido leguas fuera de la conversación, y eso que he escuchado cada palabra de lo que ha dicho. – ¿Estamos hablando de la misma Eloise LeBlanc? ¿La ministra de educación? – Creo que me está permitido mostrarme desconcertada con él, pese a ser consciente de que el tema familiar siempre ha estado en la ignorancia en nuestras conversaciones. Dejo caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo, impulsándome hacia delante para volver a depositar el peso de mi cuerpo sobre los pies y poder dar un paso, como pidiendo permiso para acercarme.
Espero que tenga razón, que lo del despido no sea más que un pensamiento negativo fruto de haber estado encerrada en una sala, que mañana la situación mejorará y que podremos reírnos juntos de lo tonta que fui al creer que se tomarían las cosas tan en serio. De verdad lo espero, incluso cuando una parte de mí sabe bien que no es una posibilidad muy grande. Niego lentamente con la cabeza, mordiéndome el labio inferior que me deja en posición pensativa durante unos segundos. – Nunca tuve la necesidad de hacerlo. Ahora, con todo lo que está ocurriendo… no parece una buena idea. – Quedaría rarísimo que de un día para otro, más después de que se hayan implantado normas tan estrictas, una Powell quiera cambiarse de nombre. – Parecería que estoy ocultando algo, y creo que no me conviene que piensen que lo hago. – No, me temo que estoy estancada con el apellido de mi familia paterna, ese que representa una estirpe de humanos que odian a los magos, lo suficiente para que mi padre camuflara la muerte de mi madre como un accidente.
Dejo caer la mano cuando se aparta, volviendo a recoger el brazo sobre mi pecho, aunque con un poco de menos presión. – Ya sabes que mi hermano está dispuesto a ayudar, la oferta sigue en pie, puedes cogerla cuando quieras. El tuyo ya nos ayudó lo suficiente. – Esta casa, en concreto, digamos que no es de las que yo denominaría modestas. Su hermano fue lo suficientemente amable como para prestarnos uno de sus hogares, siendo que a él parece sobrarle el dinero, pero ahora es nuestra tarea encargarnos de que no se vaya a pique. En este barrio de gente rica, estar sin trabajo no es una opción válida, incluso si eso significa tener que aceptar la ayuda de Hans. Nuevamente, no puedo tomar esa decisión por él. Me quedo absorta en mi propia cabeza un minuto, el tiempo necesario para que lo que dice después me haga ladear la cabeza en confusión, acompañando el gesto con mis cejas. – Tu madre, Eloise Leblanc. – Siento que me he perdido leguas fuera de la conversación, y eso que he escuchado cada palabra de lo que ha dicho. – ¿Estamos hablando de la misma Eloise LeBlanc? ¿La ministra de educación? – Creo que me está permitido mostrarme desconcertada con él, pese a ser consciente de que el tema familiar siempre ha estado en la ignorancia en nuestras conversaciones. Dejo caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo, impulsándome hacia delante para volver a depositar el peso de mi cuerpo sobre los pies y poder dar un paso, como pidiendo permiso para acercarme.
Tiene un punto. Además, mestiza o no, sigue teniendo un ala de protección en base al respeto. No importa de dónde vinieron, su hermano es quien mandó a quemar en vida a dos rebeldes acusados de volar el ministerio por los aires. No, mejor es no arriesgarse y hacer simplemente las cosas de manera correcta, evitar cualquier sospecha y mantenernos con el perfil bajo — A estas personas solo les interesa demostrar que tienen la razón, que no vas a contradecirles. Sólo… sé la buena y atractiva profesora de adivinación y todo estará bien — intento bromear al respecto, moviendo una de mis cejas hacia arriba una y otra vez. Al menos, un momento de normalidad en una charla tan deprimente.
Mis intentos de no mostrarme gruñón son efímeros, no tardo en resoplar y arrugar la nariz ante el recuerdo de lo que debo aceptar y que me condenará a ser un lamebotas de algún funcionario ministerial. No puedo imaginarme con traje y corbata, simplemente no puedo — Si en un mes no he conseguido trabajo, prometo pedirte que me dejes hablar con él. Pero no le llevaré el café ni haré ni nada por el estilo — amenazo, señalándola con el dedo como si eso fuese culpa de ella — No voy a vivir de tu hermano, espero que eso quede claro desde el primer minuto — no solo sería humillante, sino también me dejaría en deuda con su familia. No voy a decirlo en voz alta, pero realmente deseo poder ser alguien que vaya a la par de Phoebe, alguien digno para ella y no una carga simplona que le complique la vida.
En la otra mano, está mi madre. Esa que pone una expresión de desconcierto en los ojos de mi novia y hace que me encoja un poco en mi sitio, como si estuviese resignado a algo mucho más sencillo que esto — Esa misma. No recuerdo mucho de ella, pero los papeles del orfanato… — muevo mis manos en el aire como si de esa manera pudiese explicarme y las dejo caer con algo de pesadez, lo que provoca que reboten contra mí — Mis hermanos y yo no hablamos de eso y no creo que ella me reconozca, pero no es nada que un adn no pueda solucionar — uno que no sé si estoy dispuesto a realizar. Entrar en la vida de mi madre no es algo que alguna vez me haya llamado la atención, pero podría hacerlo si eso ayuda a Phoebe. Me resigno a lo faldero que soy con ella y me acerco para rodearla con mis brazos, aceptando el movimiento indefinido de su cuerpo y apoyo mi mentón sobre su frente. Me relaja sentir su calor, me conforta el pasar mis dedos por su espalda — Me pasé años .... bueno, mi padre era muggle. Ella simplemente nos dejó y jamás voy a comprender los motivos. Solo… se fue — dejó a un trío de niños atrás, uno demasiado bebé como para recordarla y los otros demasiado confundidos como para tener un recuerdo feliz. Ladeo la cabeza para poder apoyar la mejilla en su cabello, respirando de manera tal que algunos de sus mechones me hacen algo de cosquillas en la nariz — Perdona por no habértelo dicho nunca. Tú fuiste honesta conmigo y yo estaba aquí guardándome esto. Espero que puedas comprenderlo, pero yo jamás… no puedo sentirme parte de ese tipo de clase social. No estoy orgulloso de dónde provengo — si hay alguien que debería entenderme, es ella.
Mis intentos de no mostrarme gruñón son efímeros, no tardo en resoplar y arrugar la nariz ante el recuerdo de lo que debo aceptar y que me condenará a ser un lamebotas de algún funcionario ministerial. No puedo imaginarme con traje y corbata, simplemente no puedo — Si en un mes no he conseguido trabajo, prometo pedirte que me dejes hablar con él. Pero no le llevaré el café ni haré ni nada por el estilo — amenazo, señalándola con el dedo como si eso fuese culpa de ella — No voy a vivir de tu hermano, espero que eso quede claro desde el primer minuto — no solo sería humillante, sino también me dejaría en deuda con su familia. No voy a decirlo en voz alta, pero realmente deseo poder ser alguien que vaya a la par de Phoebe, alguien digno para ella y no una carga simplona que le complique la vida.
En la otra mano, está mi madre. Esa que pone una expresión de desconcierto en los ojos de mi novia y hace que me encoja un poco en mi sitio, como si estuviese resignado a algo mucho más sencillo que esto — Esa misma. No recuerdo mucho de ella, pero los papeles del orfanato… — muevo mis manos en el aire como si de esa manera pudiese explicarme y las dejo caer con algo de pesadez, lo que provoca que reboten contra mí — Mis hermanos y yo no hablamos de eso y no creo que ella me reconozca, pero no es nada que un adn no pueda solucionar — uno que no sé si estoy dispuesto a realizar. Entrar en la vida de mi madre no es algo que alguna vez me haya llamado la atención, pero podría hacerlo si eso ayuda a Phoebe. Me resigno a lo faldero que soy con ella y me acerco para rodearla con mis brazos, aceptando el movimiento indefinido de su cuerpo y apoyo mi mentón sobre su frente. Me relaja sentir su calor, me conforta el pasar mis dedos por su espalda — Me pasé años .... bueno, mi padre era muggle. Ella simplemente nos dejó y jamás voy a comprender los motivos. Solo… se fue — dejó a un trío de niños atrás, uno demasiado bebé como para recordarla y los otros demasiado confundidos como para tener un recuerdo feliz. Ladeo la cabeza para poder apoyar la mejilla en su cabello, respirando de manera tal que algunos de sus mechones me hacen algo de cosquillas en la nariz — Perdona por no habértelo dicho nunca. Tú fuiste honesta conmigo y yo estaba aquí guardándome esto. Espero que puedas comprenderlo, pero yo jamás… no puedo sentirme parte de ese tipo de clase social. No estoy orgulloso de dónde provengo — si hay alguien que debería entenderme, es ella.
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— ¿La buena y atractiva antes que la loca y desquiciada? — Coloco mis labios en forma de ah gracioso como para darle a entender que sé de lo que me habla, asintiendo con la cabeza al hacer la nota mental de guardarme el consejo. Termino por reírme por la tontería, esa que nos permite bromear sobre un estereotipo del que, desgraciadamente, todos hemos formado parte en algún momento de nuestra etapa escolar. Vamos, las profesoras de adivinación nunca fueron muy cuerdas a ojos del alumnado, solo espero que yo no me esté llevando esa fama también. Aún así, suspiro internamente, dándole la razón. Si no quiero problemas, no me va a quedar otra que actuar en relación a como se espera de mí, aunque no sé hasta que punto eso va a ser posible cuando las cosas se salgan de control.
No puedo imaginarme a Charlie siendo algo parecido a lo que es Josephine para mi hermano, idea que hace que niegue con la cabeza al instante para demostrar mi desacuerdo. — Nada de eso. — Le conozco lo suficiente como para saber que no duraría ni media semana con un empleo de ese estilo. — Además, yo tampoco voy a permitir que mi hermano mangonee a mi novio, ¿crees que le voy a dar esa satisfacción? —Bromeo, mis labios se curvan en una sonrisa ladina. Sé como le gusta a Hans tener todo a su alrededor bajo control, de trabajar para él, estoy segura de que haría lo mismo con Charles, y no estoy dispuesta a que dirija su vida como si se tratara de un monigote de feria. — Si decides hablar con él, me aseguraré de que sepa que no vas con intenciones de hacerle la pelota. — No que vaya a decírselo de esa manera pero sí, al fin y al cabo ahora son prácticamente familia.
Le doy el silencio que necesita para comenzar su relato, que escucho con los ojos posados sobre su figura en búsqueda de la explicación que no puede dar con palabras. En ningún momento le freno, ni siquiera cuando me veo envuelta en sus brazos y la posición me impide el mirar su rostro, a pesar de que tampoco lo necesito para saber que se trata de un tema delicado. — Hey… no tienes que disculparte, me da igual quién sea tu madre, o que no me lo hayas contado antes. — Elevo un poco la cabeza por encima de su cuello, como para comprobar que me está escuchando. Conozco de sobra el sentimiento de no querer saber nada de aquellos que nos perdieron de vista a la primera de cambio, no lo culpo por querer esconderlo, en el fondo eso nos hace vulnerables, y sé que eso es algo que a Chuck nunca le ha gustado sentir. Esto solo me vale como confirmación a la imagen que ya tenía de la ministra, ni me sorprende que quisiera deshacerse de cualquier relación humana, incluso si eso suponía abandonar también a sus hijos. — Haremos lo que quieras, ¿de acuerdo? Si piensas que tu madre estaría dispuesta a ayudar… encontraremos la manera de hablar con ella, solo si no nos queda otra opción. — No la necesita, eso ya ha quedado claro con los años, pero si nos vemos en un aprieto, no lo sé, preferiría ir a mi hermano antes que a ella, él por lo menos nunca dejó de buscarme, no puedo decir lo mismo de Leblanc.
— Solo quiero que seas feliz, no quiero que cambies por nadie, ni siquiera por un empleo. — Apoyo la frente en el hueco que queda en su cuello, olisqueando el aroma a jabón que escapa de su piel mientras rodeo su cuerpo con mis brazos para agarrar una de mis muñecas con los dedos contrarios, justo ahí donde empieza el corte de la toalla. — Me aseguraré de que no me despidan, no tenemos por qué buscar la ayuda de alguien que nunca quiso estar ahí desde el principio. Me enamoré de ti por una razón y no precisamente por ser el hijo de una ministra. — Murmuro. Segundos después, cuando el silencio vuelve a envolvernos, ladeo la cabeza para depositar un beso suave sobre su cuello, antes de deslizar mis labios sin despegar la nariz de su piel para volver a hacer lo mismo en el espacio de su esternón. Hacemos una pareja extraña, el resultado de una unión fruto del daño colateral que dejaron atrás familias rotas, y supongo que es ahí donde recae nuestro propio significado, que podemos ser juntos lo que separados nunca pudimos ser, queridos.
No puedo imaginarme a Charlie siendo algo parecido a lo que es Josephine para mi hermano, idea que hace que niegue con la cabeza al instante para demostrar mi desacuerdo. — Nada de eso. — Le conozco lo suficiente como para saber que no duraría ni media semana con un empleo de ese estilo. — Además, yo tampoco voy a permitir que mi hermano mangonee a mi novio, ¿crees que le voy a dar esa satisfacción? —Bromeo, mis labios se curvan en una sonrisa ladina. Sé como le gusta a Hans tener todo a su alrededor bajo control, de trabajar para él, estoy segura de que haría lo mismo con Charles, y no estoy dispuesta a que dirija su vida como si se tratara de un monigote de feria. — Si decides hablar con él, me aseguraré de que sepa que no vas con intenciones de hacerle la pelota. — No que vaya a decírselo de esa manera pero sí, al fin y al cabo ahora son prácticamente familia.
Le doy el silencio que necesita para comenzar su relato, que escucho con los ojos posados sobre su figura en búsqueda de la explicación que no puede dar con palabras. En ningún momento le freno, ni siquiera cuando me veo envuelta en sus brazos y la posición me impide el mirar su rostro, a pesar de que tampoco lo necesito para saber que se trata de un tema delicado. — Hey… no tienes que disculparte, me da igual quién sea tu madre, o que no me lo hayas contado antes. — Elevo un poco la cabeza por encima de su cuello, como para comprobar que me está escuchando. Conozco de sobra el sentimiento de no querer saber nada de aquellos que nos perdieron de vista a la primera de cambio, no lo culpo por querer esconderlo, en el fondo eso nos hace vulnerables, y sé que eso es algo que a Chuck nunca le ha gustado sentir. Esto solo me vale como confirmación a la imagen que ya tenía de la ministra, ni me sorprende que quisiera deshacerse de cualquier relación humana, incluso si eso suponía abandonar también a sus hijos. — Haremos lo que quieras, ¿de acuerdo? Si piensas que tu madre estaría dispuesta a ayudar… encontraremos la manera de hablar con ella, solo si no nos queda otra opción. — No la necesita, eso ya ha quedado claro con los años, pero si nos vemos en un aprieto, no lo sé, preferiría ir a mi hermano antes que a ella, él por lo menos nunca dejó de buscarme, no puedo decir lo mismo de Leblanc.
— Solo quiero que seas feliz, no quiero que cambies por nadie, ni siquiera por un empleo. — Apoyo la frente en el hueco que queda en su cuello, olisqueando el aroma a jabón que escapa de su piel mientras rodeo su cuerpo con mis brazos para agarrar una de mis muñecas con los dedos contrarios, justo ahí donde empieza el corte de la toalla. — Me aseguraré de que no me despidan, no tenemos por qué buscar la ayuda de alguien que nunca quiso estar ahí desde el principio. Me enamoré de ti por una razón y no precisamente por ser el hijo de una ministra. — Murmuro. Segundos después, cuando el silencio vuelve a envolvernos, ladeo la cabeza para depositar un beso suave sobre su cuello, antes de deslizar mis labios sin despegar la nariz de su piel para volver a hacer lo mismo en el espacio de su esternón. Hacemos una pareja extraña, el resultado de una unión fruto del daño colateral que dejaron atrás familias rotas, y supongo que es ahí donde recae nuestro propio significado, que podemos ser juntos lo que separados nunca pudimos ser, queridos.
A ella le da igual, pero a mí no. Hay cosas, como una cruz personal, con la cual todos siempre estamos trabajando a lo largo de nuestra vida. No sentir que tenía una familia es la mía, no por mis hermanos, sino porque no dejaba de preguntarme por qué mis padres no nos habían querido, ni siquiera a ninguno de nosotros. Fui el único de los tres que mantuvo su nombre de nacimiento luego de mi adopción y a veces siento que también fui el único que no pudo adaptarse a la realidad que nos enfrentamos con el correr de los años. A riesgo de sonar como un cobarde emocional, opto por no ocultarle mi motivo principal para no hablar con mi madre — No sé si me siento listo para ello. Siempre quise, ya sabes, saber las razones por las cuales decidió dejarnos atrás. El problema es que no sé si quiero oírlas — una verdad cruel es mejor que una mentira piadosa y a veces creo que he superado esos traumas de la niñez, pero a veces apuesto a que no soy más que un adulto resignado con su mala suerte.
No soy capaz de evitar sonreír, incluso cuando todo este asunto me tiene por el suelo. Hay algo en Phoebe que siempre fue una ayuda para mí, como una especie de apoyo incondicional en un mundo donde son pocas las personas que pueden comprenderme y hacerme sentir mejor conmigo mismo. Sus besos se sienten como una pequeña medicina sobre una piel que comienza a tener frío y la aprieto un poco más contra mí, haciendo uso de un reducido espacio a pesar de que la casa es demasiado enorme como para que la ocupemos por todos los rincones. Eso no importa cuando somos solo nosotros dos: yo me conformo con esto de que estemos cerca — Sé que eso jamás te importó, pero creí que merecías saberlo. Pienso tener el mismo nivel de sinceridad contigo del que tú tienes conmigo — si ella puede abrirse a mí, yo puedo hacer lo mismo — Si estamos encarando un proyecto de vida juntos… bueno, no tenemos que tener secretos. ¿No es así? — quizá debería decirle que una vez aposté el sándwich que era para ella porque no me quedaba nada más que apostar, peeero…. no viene a cuento.
Muevo mi cabeza para alcanzar a besar su frente, sus labios y separarme con una suave palmadita en su cintura. Tomo sus manos y las desenrosco para poder dar un paso hacia atrás, pero la sonrisa que le dedico delata que no tenía intenciones reales de estar lejos de ella — Debo vestirme. No puedo enfermarme ahora y ser además un fastidio resfriado — le explico con una gracia desanimada. Acomodo el borde de la toalla y me volteo con intenciones de regresar al dormitorio, pero antes de subir por la escalera, me detengo con una mano en el inicio barandal — ¿Te sientes segura aquí, Phee? — es una duda seria. Una que necesito solucionar porque sospecho que nada de lo que hemos hecho tendrá sentido si ella aún siente que no podemos escapar de todo lo que nos acecha — ¿Crees que estaremos bien? — es lo único que deseo, un poquito de paz.
No soy capaz de evitar sonreír, incluso cuando todo este asunto me tiene por el suelo. Hay algo en Phoebe que siempre fue una ayuda para mí, como una especie de apoyo incondicional en un mundo donde son pocas las personas que pueden comprenderme y hacerme sentir mejor conmigo mismo. Sus besos se sienten como una pequeña medicina sobre una piel que comienza a tener frío y la aprieto un poco más contra mí, haciendo uso de un reducido espacio a pesar de que la casa es demasiado enorme como para que la ocupemos por todos los rincones. Eso no importa cuando somos solo nosotros dos: yo me conformo con esto de que estemos cerca — Sé que eso jamás te importó, pero creí que merecías saberlo. Pienso tener el mismo nivel de sinceridad contigo del que tú tienes conmigo — si ella puede abrirse a mí, yo puedo hacer lo mismo — Si estamos encarando un proyecto de vida juntos… bueno, no tenemos que tener secretos. ¿No es así? — quizá debería decirle que una vez aposté el sándwich que era para ella porque no me quedaba nada más que apostar, peeero…. no viene a cuento.
Muevo mi cabeza para alcanzar a besar su frente, sus labios y separarme con una suave palmadita en su cintura. Tomo sus manos y las desenrosco para poder dar un paso hacia atrás, pero la sonrisa que le dedico delata que no tenía intenciones reales de estar lejos de ella — Debo vestirme. No puedo enfermarme ahora y ser además un fastidio resfriado — le explico con una gracia desanimada. Acomodo el borde de la toalla y me volteo con intenciones de regresar al dormitorio, pero antes de subir por la escalera, me detengo con una mano en el inicio barandal — ¿Te sientes segura aquí, Phee? — es una duda seria. Una que necesito solucionar porque sospecho que nada de lo que hemos hecho tendrá sentido si ella aún siente que no podemos escapar de todo lo que nos acecha — ¿Crees que estaremos bien? — es lo único que deseo, un poquito de paz.
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Le entiendo más de lo que cree, porque hubo una vez en que yo también me planteé la razones por las que mi padre quería a mi hermano y yo le era indiferente, hasta que comprendí que el único motivo por el cual no me deseaba como hija era porque no llevaba su sangre, no la normal, no aquella que no me convertía en un monstruo a sus ojos. Con el tiempo asumí que era algo que yo no podía cambiar, de la misma manera que me resigné a vivir en la calle. — No tienes por qué hacerlo. Llegará el día en que te sientas preparado para escucharlas, o puede que no, algunas cosas son mejores que permanezcan enterradas. — Mi padre, por ejemplo, entra dentro de esa categoría. — Lo que sea que quieras hacer sobre ello, estaré ahí, eso lo sabes, ¿verdad? — No creo que haga falta decirlo, pero como también sé que nunca está de mal recordarlo, me aseguro de que me está mirando a los ojos cuando lo hago.
Entre sus brazos no hay nada que diga que pueda hacerme sentir ignorada. Hace tiempo que considero que no existen secretos entre nosotros, porque pasamos por suficiente mierda en el pasado como para escondernos las cosas que provocan una sensación diferente a la angustia y desconsuelo de años peores. Yo, por mi parte, tengo la certeza de que no hay otra persona con la que no sienta el deber de guardarme las palabras. No necesito siquiera elevar la voz, ni asentir con la cabeza, ya sabe que mi opinión no ha cambiado desde el primer momento en que decidimos dar el salto, ese que nunca se sintió al vacío, pero que incluso con las cosas claras teníamos la posibilidad de caer profundo. Sonrío por el comentario al cambiar de tema, además de por los besos que se sienten cálidos sobre mi piel y mis labios, observándole con la mirada y con la intención de seguirle, pues siento la necesidad de cambiarme de ropa después de esta mañana, pero me quedo plantada en el sitio cuando frena sus pasos.
Me apoyo ligeramente sobre la pared, y a riesgo de sonar cursi, o quizás demasiado sincera en cuanto a confesiones de última hora, alzo la mirada hacia él al decir: — Me siento segura donde sea que estés tú, Charles. Contigo siento que tengo la estabilidad que siempre busqué en mi vida, aquí, en un cuchitril en el once, no me importa el lugar si estás a mi lado. — Lo cierto es que tengo un miedo atroz al abandono desde que soy una niña, uno que he reconocido pocas veces en voz alta y del que no soy capaz de desprenderme, porque las memorias infantiles están demasiado presentes, esas que siguen arraigadas a mi piel como huellas indelebles del pasado. Ni siquiera la protección que mi hermano lleva a las espaldas por ser quién es, ni siquiera después de encontrarnos, no es suficiente para que ese sentimiento se vaya. Con Charles, por otro lado, nos conocemos desde hace años, esos que fueron ligados a tiempos de incertidumbre y desasosiego por no saber lo que depara el mañana. Frente a eso no hay seguridad que me falte.
Me encojo un poco en el sitio, abrazada a mis codos en busca de la seguridad propia para murmurar las siguientes palabras. — Lo creo, que estaremos bien. — En el momento no me quise dar cuenta, pero ahora reconozco que el acabar perdidos en las decisiones futuras no me importaba si con eso estábamos juntos. Eso resume lo que siento en este preciso instante cuando le miro, independientemente del espacio temporal en que mantuvimos una separación necesaria, cada uno por su cuenta. — Tú… ¿tienes dudas? — Sé que esto no le gusta, que se aleja mucho de la vida que solía llevar, pero fuera de eso quizás esté obligándolo a acelerar el proceso cuando puede que él todavía no esté preparado para ello.
Entre sus brazos no hay nada que diga que pueda hacerme sentir ignorada. Hace tiempo que considero que no existen secretos entre nosotros, porque pasamos por suficiente mierda en el pasado como para escondernos las cosas que provocan una sensación diferente a la angustia y desconsuelo de años peores. Yo, por mi parte, tengo la certeza de que no hay otra persona con la que no sienta el deber de guardarme las palabras. No necesito siquiera elevar la voz, ni asentir con la cabeza, ya sabe que mi opinión no ha cambiado desde el primer momento en que decidimos dar el salto, ese que nunca se sintió al vacío, pero que incluso con las cosas claras teníamos la posibilidad de caer profundo. Sonrío por el comentario al cambiar de tema, además de por los besos que se sienten cálidos sobre mi piel y mis labios, observándole con la mirada y con la intención de seguirle, pues siento la necesidad de cambiarme de ropa después de esta mañana, pero me quedo plantada en el sitio cuando frena sus pasos.
Me apoyo ligeramente sobre la pared, y a riesgo de sonar cursi, o quizás demasiado sincera en cuanto a confesiones de última hora, alzo la mirada hacia él al decir: — Me siento segura donde sea que estés tú, Charles. Contigo siento que tengo la estabilidad que siempre busqué en mi vida, aquí, en un cuchitril en el once, no me importa el lugar si estás a mi lado. — Lo cierto es que tengo un miedo atroz al abandono desde que soy una niña, uno que he reconocido pocas veces en voz alta y del que no soy capaz de desprenderme, porque las memorias infantiles están demasiado presentes, esas que siguen arraigadas a mi piel como huellas indelebles del pasado. Ni siquiera la protección que mi hermano lleva a las espaldas por ser quién es, ni siquiera después de encontrarnos, no es suficiente para que ese sentimiento se vaya. Con Charles, por otro lado, nos conocemos desde hace años, esos que fueron ligados a tiempos de incertidumbre y desasosiego por no saber lo que depara el mañana. Frente a eso no hay seguridad que me falte.
Me encojo un poco en el sitio, abrazada a mis codos en busca de la seguridad propia para murmurar las siguientes palabras. — Lo creo, que estaremos bien. — En el momento no me quise dar cuenta, pero ahora reconozco que el acabar perdidos en las decisiones futuras no me importaba si con eso estábamos juntos. Eso resume lo que siento en este preciso instante cuando le miro, independientemente del espacio temporal en que mantuvimos una separación necesaria, cada uno por su cuenta. — Tú… ¿tienes dudas? — Sé que esto no le gusta, que se aleja mucho de la vida que solía llevar, pero fuera de eso quizás esté obligándolo a acelerar el proceso cuando puede que él todavía no esté preparado para ello.
Estabilidad. Jamás he sentido esa palabra en la piel a lo largo de mi vida. Phoebe ha ayudado, se volvió un patrón seguro al cual puedo recurrir cuando el mundo está girando demasiado rápido. No he hablado de ello con mis hermanos, no sé si lo entenderían y tampoco estoy seguro de querer oír los comentarios alegres y románticos de Jerek. Ellos me importan, claro está, pero nadie puede decir que mis hermanos fueron una constante en mi vida. Se mantuvieron fieles, pero cada quien tomó su camino. Yo me he preguntado muchas veces cuál es el mío, he llegado a creer que carezco de un norte y eso podría resumir muy bien lo que significa ser yo. Soy la resignación hecha persona, pero no con ella, al menos. Me gusta pensar que podemos ser algo más que nosotros mismos por separado, a pesar de que el mundo a nuestro alrededor se está volviendo de cabeza. Si alguien ayer me hubiera dicho que estaría viviendo en el cuatro, no lo hubiera creído — te conformas muy fácil — al menos bromeo, pero solo eso. No voy a decirle en la cara que no soy una persona estable, eso ya lo sabe. Solo estamos aquí porque nos elegimos para sobrellevar esto juntos.
Asiento porque espero que tenga razón. Podemos estar bien, pero eso incluye dar el brazo a torcer. Tal vez estoy dispuesto a hacerlo si eso nos permite quedarnos aquí, sin problemas en los cuales pensar o llegar a preocuparnos. Es su pregunta lo que me descoloca un poco y la miro como si no pudiese creerme que en verdad me está haciendo esa pregunta — ¿De este gobierno, de mi madre y la guerra en general? Sí, muchas. ¿Pero de ti? Ninguna — no sé muy bien a que se refería con mis dudas, pero por si acaso busco tapar cualquier bache legal que pueda quedar al azar — Decidí estar contigo no una, sino dos veces, con mucho tiempo de diferencia. Y lo seguiré haciendo. Solo que a veces me pregunto cómo voy a hacer esto de tener un proyecto de casa contigo, cuando tengo miedo de no poder cubrir mis propias expectativas respecto a mí mismo — no sé si puede entenderlo, pero se me dan mal las palabras. ¿Qué pasará si algún día tenemos hijos? ¿Qué haremos entonces?
Al final, busco quitarme un peso de encima y me obligo a sonreír con un suspiro que busca sacudirse los problemas — ¿Sabes? Olvidemos todo esto. Vamos a hacer algo que nos relaje a los dos — como me he duchado hace nada y bañarme de nuevo no se me antoja, descarto la idea de meternos juntos en la bañera. En su lugar, tironeo de la toalla para que caiga al suelo y le tiendo la mano — Vamos a la cama, solo a estar juntos. Podemos enroscarnos y mirar alguna película. Que el resto se joda — mis dedos se mueven en invitación, porque es lo mejor que podemos hacer. Robar un poquito de tiempo, por un día más. De eso se trata estar vivo.
Asiento porque espero que tenga razón. Podemos estar bien, pero eso incluye dar el brazo a torcer. Tal vez estoy dispuesto a hacerlo si eso nos permite quedarnos aquí, sin problemas en los cuales pensar o llegar a preocuparnos. Es su pregunta lo que me descoloca un poco y la miro como si no pudiese creerme que en verdad me está haciendo esa pregunta — ¿De este gobierno, de mi madre y la guerra en general? Sí, muchas. ¿Pero de ti? Ninguna — no sé muy bien a que se refería con mis dudas, pero por si acaso busco tapar cualquier bache legal que pueda quedar al azar — Decidí estar contigo no una, sino dos veces, con mucho tiempo de diferencia. Y lo seguiré haciendo. Solo que a veces me pregunto cómo voy a hacer esto de tener un proyecto de casa contigo, cuando tengo miedo de no poder cubrir mis propias expectativas respecto a mí mismo — no sé si puede entenderlo, pero se me dan mal las palabras. ¿Qué pasará si algún día tenemos hijos? ¿Qué haremos entonces?
Al final, busco quitarme un peso de encima y me obligo a sonreír con un suspiro que busca sacudirse los problemas — ¿Sabes? Olvidemos todo esto. Vamos a hacer algo que nos relaje a los dos — como me he duchado hace nada y bañarme de nuevo no se me antoja, descarto la idea de meternos juntos en la bañera. En su lugar, tironeo de la toalla para que caiga al suelo y le tiendo la mano — Vamos a la cama, solo a estar juntos. Podemos enroscarnos y mirar alguna película. Que el resto se joda — mis dedos se mueven en invitación, porque es lo mejor que podemos hacer. Robar un poquito de tiempo, por un día más. De eso se trata estar vivo.
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No es la primera vez que me pregunto si realmente Charles se tiene algo de estigma propia, esa que tanto me cuesta sacar a relucir porque si tiene que ser por él ni siquiera se consideraría a sí mismo como alguien válido. Y es que me revienta a veces su forma de pensar, al tiempo de plantearme si el problema viene de algo más profundo que no se atreve a mencionar u otra cosa, pero ya dijimos que no había secretos entre nosotros. — Puede, o puede que tú seas demasiado exigente contigo mismo. — Sí, no voy a negar que no soy una persona que acostumbra a quejarse o a pedir de más, pero cuando se trata de él, la palabra conformismo no es la primera que se me viene a la mente, ni de lejos. Le miro con seriedad en los ojos ahora, como si necesitara de ese cambio de humor para que me tome en serio. — Lo digo de verdad, Charlie, ¿cuándo vas a dejar de pensar que eres insuficiente? — Bufo, soltando aire por la boca que remueve algún mechón de pelo en un enfado repentino, pese a que tampoco puedo mantener el rostro tieso por mucho tiempo. — Vamos, que no necesitas un anillo de diamantes para hacerme feliz. — Digo con sorna, recurriendo a una broma del pasado como la enorme verdad que significa. Soy tan fácil que me basta con que me acaricien el pelo para sacarme una sonrisa. Bueno, quizás sí sea fácil de agradar, pero son cosas completamente diferentes.
Mantengo la mirada sobre él en espera a la respuesta hacia mi propia duda, asintiendo de forma tímida con la cabeza al mismo tiempo que empieza a hablar. Contemplo sus mismas preocupaciones como algo diario a lo que nos enfrentamos cada mañana, esto no deja de ser una situación de gran escala muy distinta a la que solíamos tener en el once, porque una cosa es vivir por tener que hacerlo y otra muy diferente por haberlo escogido. — Lo sé. — Respondo únicamente, dándome tiempo a pensar en lo que decir a continuación. — Supongo que poco a poco es la respuesta más apropiada, no tenemos por qué hacerlo todo de golpe. Sé que del once a esto hay un largo trecho, y que nos saltamos algunas piedras por el camino, pero podremos con ello, ¿no? — Esto no puede ser peor que cuando me quedé embarazada para luego acabar perdiendo al bebé… ¿o sí? Aprendimos la lección, ahora no hay marcha atrás que valga tampoco. Me repaso los labios con la lengua, pensativa por unos segundos. — Oye, Charlie… Sé lo mucho que te está costando adaptarte a este estilo de vida, todo esto de jugar a las casitas… Por eso quiero que sepas que me siento muy agradecida de tenerte aquí. — Se asoma una mínima sonrisa por mis labios. Quiero que sepa que lo valoro, porque no es un paso fácil de dar, y él lo dejó todo con solo una vez de pedírselo. No cualquiera lo haría, eso vale más que cualquier diamante que se pueda comprar con dinero.
Con mis brazos cruzados, apoyada sobre la pared, tuerzo mis labios en una curva pícara cuando deja caer la toalla, mirándole de arriba a abajo sin disimulo. — Bueno, si me lo pides así… es muy difícil declinar una propuesta como esa. — Me despego con un impulso y doy unos pasos para alcanzar su mano. — Vamos, que ya me encargo yo de que no pases frío. — La película siempre puede estar de fondo. Me apresuro a ser yo la que suba primero por las escaleras, tirando de su brazo y frenándome cuando llego a la parte superior al tiempo que a él todavía le queda un escalón, lo suficiente para que pueda darme la vuelta y abrazar sus hombros con mis brazos desde una altura parecida. — Me parece a mí, ¿o estás en cierta desventaja? — Entrecierro los ojos con picardía para mirarle de vuelta todo el cuerpo con algo de descaro, mordiéndome el labio inferior justo antes de regresar la mirada a su rostro y atrapar el suyo con mis dientes.
Mantengo la mirada sobre él en espera a la respuesta hacia mi propia duda, asintiendo de forma tímida con la cabeza al mismo tiempo que empieza a hablar. Contemplo sus mismas preocupaciones como algo diario a lo que nos enfrentamos cada mañana, esto no deja de ser una situación de gran escala muy distinta a la que solíamos tener en el once, porque una cosa es vivir por tener que hacerlo y otra muy diferente por haberlo escogido. — Lo sé. — Respondo únicamente, dándome tiempo a pensar en lo que decir a continuación. — Supongo que poco a poco es la respuesta más apropiada, no tenemos por qué hacerlo todo de golpe. Sé que del once a esto hay un largo trecho, y que nos saltamos algunas piedras por el camino, pero podremos con ello, ¿no? — Esto no puede ser peor que cuando me quedé embarazada para luego acabar perdiendo al bebé… ¿o sí? Aprendimos la lección, ahora no hay marcha atrás que valga tampoco. Me repaso los labios con la lengua, pensativa por unos segundos. — Oye, Charlie… Sé lo mucho que te está costando adaptarte a este estilo de vida, todo esto de jugar a las casitas… Por eso quiero que sepas que me siento muy agradecida de tenerte aquí. — Se asoma una mínima sonrisa por mis labios. Quiero que sepa que lo valoro, porque no es un paso fácil de dar, y él lo dejó todo con solo una vez de pedírselo. No cualquiera lo haría, eso vale más que cualquier diamante que se pueda comprar con dinero.
Con mis brazos cruzados, apoyada sobre la pared, tuerzo mis labios en una curva pícara cuando deja caer la toalla, mirándole de arriba a abajo sin disimulo. — Bueno, si me lo pides así… es muy difícil declinar una propuesta como esa. — Me despego con un impulso y doy unos pasos para alcanzar su mano. — Vamos, que ya me encargo yo de que no pases frío. — La película siempre puede estar de fondo. Me apresuro a ser yo la que suba primero por las escaleras, tirando de su brazo y frenándome cuando llego a la parte superior al tiempo que a él todavía le queda un escalón, lo suficiente para que pueda darme la vuelta y abrazar sus hombros con mis brazos desde una altura parecida. — Me parece a mí, ¿o estás en cierta desventaja? — Entrecierro los ojos con picardía para mirarle de vuelta todo el cuerpo con algo de descaro, mordiéndome el labio inferior justo antes de regresar la mirada a su rostro y atrapar el suyo con mis dientes.
Sé que no lo necesita, pero eso es ahora. ¿Qué pasará si un día deseamos tener hijos? La vida es incierta, el mejor ejemplo de ello es Jamie Niniadis y su inesperado final. Si esa mujer no estuvo segura y sus propios hijos andan sueltos por ahí siendo acusados de su asesinato, no comprendo cómo nosotros podremos estar seguros y estables. No espero que comprenda mis miedos, ella siempre ha sabido moverse por encima de ellos y sostenerme a pesar de no compartirlos. Y no solo saltamos piedras, sino que las olvidamos sin ningún problema, nos aseguramos de que no eran importantes y nos aferramos a nuestro propio ritmo, como si no necesitásemos nada más. Que lo llame “jugar a las casitas” me hace reír, aunque no con tantas ganas como me gustaría — Sabes que solo lo hice porque es contigo, ¿no es así? — pregunto, aunque siento la inmediata necesidad de explicarme — Siempre pensé que estaba destinado a morirme en el once y jamás habría considerado seriamente la opción de mudarme. Hacer esto contigo es como… ya sabes, el empujón que necesitaba para empezar de nuevo — las cosas habrían sido muy diferentes si no volvíamos a estar juntos. De seguro ya habrían encontrado una excusa para meterme en prisión.
Me siento recibido en sus manos, guardo silencio cuando ella nos guía por la escalera y procuro no tropezar con la toalla que dejo atrás, mucho más entusiasta que hace unos dos minutos. Soy obligado a una pausa a causa de que ella se detiene, río entre dientes y paso mis manos extendidas por su cintura, atrayéndola hacia mí — Depende. ¿Estás hablando de alturas o desnudez? Porque todo se soluciona demasiado fácil — no tengo que decir más, me basta con rodearla con los brazos para alzarla. Me las arreglo para que sus piernas se cierren alrededor de mi cadera y así puedo sostenerla como un koala, doy el último paso que me coloca en el piso superior y beso sus labios con suavidad — Sabes que te quiero más que a nadie… ¿No es así? — murmuro, entornando los ojos para poder enfocarla — Y no me arrepiento de haber hecho toda esta movida para que estemos a salvo. Solo tengo miedo de que las cosas salgan mal y no poder ser capaz de solucionarlo, es todo. Supongo que es normal — si no me preocupase, significaría que no me importa. Está claro que sí lo hace.
No hay necesidad de decirlo o demostrarlo, pero aún así mi boca busca el contacto con la suya, quizá con demasiada calma para lo que es el trayecto hasta el dormitorio. Me olvido de la idea de poner una película, para variar. Tengo algo mucho mejor para observar, para tocar, para entretenerme por los minutos siguientes y quizá por el resto del día. Quizá no tenga un norte, pero ella puede ser mi brújula al menos durante un tiempo. Hay cosas contra las cuales uno no puede luchar y nosotros somos una prueba de ello.
Me siento recibido en sus manos, guardo silencio cuando ella nos guía por la escalera y procuro no tropezar con la toalla que dejo atrás, mucho más entusiasta que hace unos dos minutos. Soy obligado a una pausa a causa de que ella se detiene, río entre dientes y paso mis manos extendidas por su cintura, atrayéndola hacia mí — Depende. ¿Estás hablando de alturas o desnudez? Porque todo se soluciona demasiado fácil — no tengo que decir más, me basta con rodearla con los brazos para alzarla. Me las arreglo para que sus piernas se cierren alrededor de mi cadera y así puedo sostenerla como un koala, doy el último paso que me coloca en el piso superior y beso sus labios con suavidad — Sabes que te quiero más que a nadie… ¿No es así? — murmuro, entornando los ojos para poder enfocarla — Y no me arrepiento de haber hecho toda esta movida para que estemos a salvo. Solo tengo miedo de que las cosas salgan mal y no poder ser capaz de solucionarlo, es todo. Supongo que es normal — si no me preocupase, significaría que no me importa. Está claro que sí lo hace.
No hay necesidad de decirlo o demostrarlo, pero aún así mi boca busca el contacto con la suya, quizá con demasiada calma para lo que es el trayecto hasta el dormitorio. Me olvido de la idea de poner una película, para variar. Tengo algo mucho mejor para observar, para tocar, para entretenerme por los minutos siguientes y quizá por el resto del día. Quizá no tenga un norte, pero ella puede ser mi brújula al menos durante un tiempo. Hay cosas contra las cuales uno no puede luchar y nosotros somos una prueba de ello.
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