The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Juro que yo no he sido. Solo estaba repasando que mi telescopio estuviera bien montado cuando el jarrón hizo ¡pum! Entonces se rompió y se hizo añicos. Elfo dice que él no ha sido, pero yo sé que sí ha sido porque odia que le llame así. Pero según él ha sido mi telescopio. ¡Venga ya! ¿Cómo va a romperlo mi telescopio? No es como si tuviera vida propia... Y yo tengo mucho cuidado, así que cuando lo he girado no lo he golpeado, ¡de verdad! El problema es que nadie me va a creer porque la semana pasado sí que lo rompí. O más bien fue mi varita. Solo estaba practicando unos hechizos cuando el jarrón salió volando por los aires y se estampó contra la pared. No es mi culpa que mi varita no sirva ni para hacer fuego en la chimenea y que no me obedezca...

Llevo media hora tirado en el suelo, detrás de uno de los sofás del salón, intentando montarlo. Le he pedido a Elfo que me trajera el mejor pegamento que tenemos, pero como no me ha hecho ni caso, al final se lo he tenido que pedir a Liliane. Se suponía que hoy debía de ser mi tarde, de probar el telescopio que me regalaron el otro día, pero nooooo... ¡el jarrón tenía que romperse! Y lo que es peor: el pegamento no sirve. Acabo con los dedos pringados y el pulgar y el índice pegados, y aunque estiro las manos para soltarme, lo único que consigo es hacerme daño y notar las yemas enrojecidas. — ¡Estúpido jarrón feo! — En un impulso, acabo cogiendo el trozo más grande que quedaba entero con la mano libre y esta vez sí que lo estampo contra la pared. Por un segundo me parece la mejor idea del siglo... hasta que veo los trozos volar por los aires, y lo que antes era uno grande, se ha transformado en cuatro trozos más pequeños.

Estoy tentando a dejarlo tirado, marcharme con los dedos pegados y esconderme en la playa de la Isla hasta que caiga la noche. Si desaparezco, seguramente cuando me encuentren nadie se enfadará por el jarrón y estarán aliviados de ver que estoy bien... Pero mis ideas quedan descartadas cuando el timbre de la mansión empieza a sonar. De un salto me levanto del suelo, dejo las pruebas de mi crimen tiradas detrás del sofá, y me escondo detrás de uno de los sillones. Si no salgo, no tiene por qué pasar nada, ¿no? Pero para variar, mi elfo viene a molestar, así que cuando entra gritando en el salón con esa vocetita tan aguda y molesta que Elle Weynart ha venido, no me queda más remedio que asomar la cabeza por detrás del sillón y encontrarme con la cara de mi tía adoptiva. Genial.
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Elle S. Weynart
Jefe de Área en Salud
Estaba siendo todo una locura. Elle se apresuró a andar hacia la vivienda de su hermano, con la intención de encontrar ahí un sitio en el que poder hablar y relajarse. No quería trasladar sus malas sensaciones en casa, no quería estresar a su marido ni vérselas con su hija. Emma estaba en plena adolescencia, solamente necesitaba eso ya para terminar de explotar. Los pasos de la rubia la llevaron más rápido de lo que habría esperado hasta la puerta de la mansión y llamó. Ni siquiera sabía qué iba a hacer exactamente. Solamente quería una compañía familiar más allá de un marido y una hija que no merecían aguantar tanto sus momentos.

Cuando la puerta se abrió, Elle inclinó la cabeza hacia abajo para encontrarse con un par de ojos enormes y vidriosos. Alzó ambas cejas, esperando que el elfo reconociera quién era, y para el alivio de su ego la criatura andó hacia dentro de la casa y avisó a alguien. Elle entró, para ver la cabeza de su sobrino asomar por detrás del sofá. Le llamaba sobrino, no le gustaba lo de "adoptivo". Ese niño había tenido una familia y la había perdido, y ahora Riorden y Zoey eran sus padres, y ella era su tía. Hablar sobre la sangre o los lazos biológicos le quitaba importancia a lo real: el amor y la protección que se le profesaba a Tyler en esa casa, que, a fin de cuentas, era lo importante.

Elle abrió los brazos en dirección a su sobrino, como esperando un gesto de su parte —¡Ty! ¿No le das un abrazo a tu tía?— le preguntó, con una sonrisa. Recordaba haber metido una bolsa de dulces en su bolso unos días atrás, tal vez podía regalarle alguno a Tyler —¿Estás solo en casa?— le preguntó, curiosa. No era la compañía que tenía en mente, pero siempre podía quedarse con él a merendar algo. Podían pedirle a Lily que preparara unas tortitas ahora que, con los años, ya no las quemaba. Podían ver la tele o jugar a algo... Mil opciones pasaron por la cabeza de la rubia, que empezó a ver en la compañía de Tyler una oportunidad de desconexión total.
Elle S. Weynart
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Invitado
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Una mueca exagerada se forma en mis labios cuando me pregunta por el abrazo, y mi siguiente reacción es esconder las manos, y con ellas detrás de la espalda, volver a intentar despegar los dos dedos. Con gesto inocente y angelical, me levanto del suelo, intentando mantener el equilibrio y todavía con las manos tras la espalda. Pero mi paciencia se va al garete cuando, de nuevo, únicamente consigo provocarme un ardor y escozor en los dedos. — Es que... es que... — intento explicarme, pero ni siquiera sé por dónde empezar. Con los ojos humedecidos por culpa de la impotencia, estiro la mano hacia ella para que vea lo que estoy tratando de decir, y paso la mano que tengo bien por mi nariz. — No se sueltan. — Y encima estoy empezando a cansarme del olor a pegamento, que me da ganas de estornudar, pero el estornudo nunca sale. Es odioso.

Elfo mira desde la entrada del salón con esa sonrisita tan molesta, y aprieto los labios para no soltarle cualquier insulto que alguna vez he escuchado decir a Ethan cuando vivía aquí y sus experimentos fallaban. No me dejan decirlos, pero sí él lo decía, no pasaba nada... ¡es injusto! — Papá se ha ido después del anuncio del señor ese y mamá estaba de compras. Lëia no sé dónde está — explico. Todavía se me hace raro llamar a Zoey y a Riorden así, pero es la pura realidad. Lo que más extraño se me hizo fue el cambio de apellido, sobre todo cuando muchos en clase empezaron a referirse a mí como el nuevo hijo del Ministro. — ¿Me vas a cortar los dedos? — El simple pensamiento provoca que un escalofrío recorra todo mi cuerpo y que note mi piel erizarse. No se me ocurre ninguna manera para despegarlo porque la fuerza no funciona y seguro que con tanto rato que ha pasado, ningún hechizo podría salvar mis dedos... ¡Encima me tocará aprender a usar la varita con la mano derecha! Como si no tuviera bastante usándola con la izquierda en algunos hechizos nuevos que me estaban enseñando en el colegio ahora. Y luego está el problema del jarrón, que además está incluso más roto que al principio. — Estaba intentando arreglar un jarrón cuando pasó. — Me quedaré sin dedos y encima me llevaré una bronca cuando ni siquiera lo he roto yo. O al menos no la primera vez.
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Elle S. Weynart
Jefe de Área en Salud
Elle observó a su sobrino, sin lograr entender qué le pasaba, hasta que vio los dedos que le enseñaba el pequeño. Una sonrisa tierna ocupó los labios de la medimaga que, divertida y muriendo de amor a la vez, le acarició el pelo al joven Tyler mientras se agachaba a su lado —¿Sabes? Como tía Elle es de las mejores sanadoras que hay, casi tan buena como tu madre, conseguiré despegártelos en vez de tener que cortártelos, ¿vale?— le dijo, con tono suave, tratando de animarle con unas cosquillas cariñosas en la barriga. Asimiló toda la información que salió de la boca del Weynart más reciente mientras entomaba su varita y la apuntaba con cuidado a los dedos del susodicho —No te muevas, ¿vale?— le dijo. Procedió a hacer desaparecer el pegamento, pues lo consideró más sencillo que fundirlo o tratar de despegarlo, y los dedos del niño se separaron con facilidad —¡Tachán!— exclamó, revolviéndole el pelo al pequeño.

Miró, entonces, a su alrededor, en busca del jarrón que Tyler había dicho estar intentando arreglar —¿Y el jarrón, Ty?— inquirió. Su mirada se desvió al elfo que estaba a un lado de la sala, que señaló con un dedo tembloroso el sofá tras el que se ocultaba el pequeño antes de la llegada de la rubia. Elle caminó hacia el mueble y lo apartó, para descubrir numerosos fragmentos de un jarrón que conocía bien, pues llevaba ya algún tiempo en la casa de su hermano —Vaya, vaya, Tyler... ¿Cómo ha pasado esto?— preguntó. Se agachó al lado de los restos del jarrón y le hizo un gesto para que se acercara, cariñosa, sin muestra alguna de enfado por el jarrón roto —¿Están todos los fragmentos aquí?— alzó las cejas, todavía sujetando la varita con una de sus manos —Si es así, tía Elle puede arreglarlo... Y no tenemos que decirle a nadie lo que ha pasado— le propuso, cómplice, guiñándole un ojo. Si no podía consentir a su sobrino adorable, ¿qué le quedaba? Además, un simple reparo podía solucionar aquello, no hacía falta que nadie en la morada de los Weynart se enfadara por nada.
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Estoy seguro de que mis ojos deben de brillar en exceso por la alegría que me da al escuchar que podrá arreglarlo con magia, y asiento varias veces con energía mientras va hablando. Mamá alguna vez me ha curado alguna pequeña herida, pero de verdad pensaba que, después de tanto rato con los dedos así, no quedaría más remedio que quedarme sin ellos. — ¿Cómo aprendiste esto? — pregunto, con la mirada bien lejos de mis dedos mientras hace desaparecer el pegamento literalmente por arte de magia. En el colegio solo suelen enseñarme cosas aburridas y muchas veces no nos dejan poner los hechizos en práctica. Estoy deseando hacerme mayor y que me dejen escoger una de esas cosa que los adultos llaman especializaciones. No sé cuál querré, pero alguna divertida será. — Una vez intenté curarme una herida y de mi varita acabó saliendo una chispa... — explico, y me encojo de hombros. No es algo que me hayan enseñado en clase, claro; solo traté de repetir las palabras que dos días antes había oído decir a mi madre. Para variar, Elfo se chivó y acabé castigado sin mi hoverboard volador durante cuatro días.

Antes de darme cuenta, mis dedos han vuelto a la normalidad y los muevo en el aire varias veces para comprobar que están bien antes de rodear su cintura con mis brazos como agradecimiento. Cuando me separo, la sigo hacia el escondite de mi destrozo, con la mirada hacia el suelo porque no me atrevo a mirar nada, temiendo la bronca que quizá me eche. Da igual que le explique que la culpa no ha sido mía porque seguro que no me cree; los adultos nunca creen a los niños por mucha razón que tengamos. — Estaba mirando que mi telescopio estuviera bien montado y... — Y todo se torció sin saber cómo. — ... de golpe el jarrón estaba roto. — Quiero decir que seguro que lo ha roto mi elfo doméstico, pero se que él empezaría a negarlo y yo le gritaría porque sigo enfadado con sus negaciones de antes. Sin embargo, mi tía dice algo de arreglarlo, y esta vez sí que alzo la mirada al instante hacia ella, con una amplia sonrisa. — ¡¿De verdad?! — grito, y tengo que controlarme para no empezar a saltar de un lado a otro. ¡Así no me castigarán! — ¿Cómo es el hechizo? — Debe de ser con magia porque con pegamento ya he comprobado yo que es imposible, y a mí las manualidades se me dan muy, pero que muy bien, así que la culpa no ha sido mía. Además, quizá sea la ocasión perfecta para aprender un hechizo que podré poner en práctica la próxima vez que me quede solo y sin ningún elfo cotilla y chivato...
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Elle S. Weynart
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Elle observó con ternura a su sobrino y pasó una mano por el pelo del niño una vez más, en un gesto cariñoso, antes de incorporarse —Lo aprendí estudiando mucho desde muy jóven y esforzándome muchísimo— dijo, con la seguridad propia de alguien que tiene un discurso tan interiorizado que lo suelta como si nada. Pero en Elle era cierto. Realmente llevaba desde muy temprana edad estudiando medimagia y sanación con el fin de poder ejercer y ayudar con sus conocimientos a quién lo necesitara. Enarcó las cejas al escuchar que el pequeño había intentado curarse una herida y negó con energía, preocupada —Oye, esto no puedes hacerlo, ¿vale? Podrías hacerte todavía más daño. Hay que controlar la varita y la magia para poder usarlas, o puede tener consecuencias. Consecuencias peores que unos dedos pegados— le miró a los ojos con seriedad pero con benevolencia infinita, antes de darle un beso en la frente y arrodillarse de nuevo delante de los fragmentos del jarrón.

Elle, haciendo más teatro del normal, se subió las mangas de la camisa y, con parsimonia, alzó la varita. Miró a su sobrino con una sonrisa y luego apuntó al jarrón con la punta de la vara de madera —Reparo— dijo, con el sutil movimiento que acompañaba el hechizo. El jarrón se recompuso lentamente, hasta quedar como nuevo, y Elle dirigió la mirada a su sobrino con una sonrisa traviesa —Este es el hechizo. Venga, vamos a dejar el jarrón donde estaba, nadie tiene que saber nada de esto— le dijo al niño, tomando el jarrón en brazos y dejándose guiar por él. Conocía la casa de su hermano como la palma de su mano y sabía de sobra dónde iba ese jarrón, pero quería dejar que el pequeño sintiera poder en su nueva casa. Al fin y al cabo había sido un cambio considerable para Tyler, y Elle quería ayudar, en la medida de lo posible, a que el pequeño se sintiera cómodo, se sintiera en su casa.

Eso era lo bonito de los Weynart, suponía Elle. Que, pese a tener familiares esparcidos por todo NeoPanem, porque algunos miembros de la familia eran muy de querer perpetuar el apellido y los genes, siempre tenían lugar para uno más. Para alguien con necesidad de un hogar.
Elle S. Weynart
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La palabra «estudiar» provoca una mueca exagerada en mi rostro, e inflo las mejillas todo lo que puedo para después dejar escapar todo el aire retenido en un sonoro resoplido. Genial, no tenía bastante con esas cosas que me mandan en clase, que encima todo lo interesante en el futuro seguirá siendo estudiando mucho. O quizá... — ¿Estudiar practicando o estudiar, estudiar del de verdad? Ya sabes, esos papeles enoooormes que parecen no terminar nunca — exagero, y me balanceo de un lado a otro con las manos detrás de mi espalda. Son cosas completamente diferentes porque una es divertida, mientras que la otra es una muy aburrida y que me provoca más sueño que escuchar a Ethan hablarme de cosas tecnológicas que no comprendo. Con él es más fácil porque simplemente con asentir y sonreír ya está conforme, pero aprobar no es tan fácil...

Pero hay algo que dice que sí que me preocupa, lo cual no suele pasar demasiadas veces. Frunzo el ceño, pensando qué decir porque tengo que hacerme el fuerte si de verdad quiero que dejen de pensar que no sé estas cosas aunque normalmente tengan razón. — ¿Qué consecuencias? — Se me ocurre una como las heridas con las que llegó papá Riorden de aquel secuestro, pero si quiero aprender hechizos útiles es precisamente para protegerles a todos y evitar que algo así vuelva a pasar. — ¡Pero me enfrenté a una acromántula! ¿No te lo dijeron? — No es cierto porque más bien yo me escondí detrás de papá mientras esa araña gigante intentaba comernos en el festival de Nimue, pero por intentarlo...

No sé cuánto rato estoy con la boca abierta mientras la miro arreglar el jarrón, y de vez en cuando suelto algún «alaaaaa», para después ver que lo deja como si nada hubiera pasado. Cuando termina, sonrío con todas mis fuerzas y doy una carrera hacia el sofá principal para coger mi varita, que la tiré ahí antes para ponerme con el telescopio. — ¡¿Cuándo podré aprender a hacer eso?! — Aireo la varita entre mis manos sin pronunciar nada, pero sin ser capaz de contener la emoción incluso sabiendo que seguramente me lo prohíba. Porque es lo que los adultos hacen siempre: prohibirme todo lo divertido.
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Elle S. Weynart
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La pregunta del pequeño hizo que Elle sonriera con ternura, pues le recordó tanto a ella misma cuando era más pequeña y empezaba a descubrir las maravillas de la magia. Recordaba quejarse en casa de la vieja Cassandra, que le enseñó la mayoría de sus conocimientos, cuando tocaba leer mucho y practicar poco. Y recordaba la lección que le había dado. Sintió un cosquilleo en el estómago causado por la nostalgia y por la sensación de querer transmitirle a su sobrino un mensaje que, en ella, había hecho mella desde el primer momento —Te voy a contar una cosa... Pero antes dejemos el jarrón en su sitio— le susurró, dándole un beso en la frente —. Y, ¿por qué no me cuentas mejor lo de la acromántula?— le dijo, con tono de admiración, queriendo hacer sentir bien al pequeño.

Tomó la mano de Tyler, la que no tenía ocupada por la varita (que había zarandeado de forma muy poco prudente), y empezó a caminar con él hasta la localización del jarrón. Lo dejaron en su sitio y la rubia le pasó un brazo por los hombros al pequeño, en un gesto protector, llevándole de nuevo al salón. Se sentó en el sofá e hizo que Tyler se sentara en su regazo.

Se dio cuenta de que le costaba más de lo que habría esperado hablar de eso. De que no encontraba las palabras para relatar como le gustaría su vida en Europa. Respiró hondo y le sonrió al niño —Cuando tía Elle era pequeña y vivía en Europa, tenía muchas, muchas ganas de aprender a hacer magia— empezó a relatar —. Había una señora que sabía mucho, muchísimo, ¡lo sabía todo de la magia! Y empezó a enseñarme todo lo que sabía. Y me hacía leer mucho, muchísimo, y yo lo que quería era practicar, hacer cosas de verdad. Pero esa mujer me enseñó que no puede haber una cosa sin la otra. Leer sin practicar es inútil, pero practicar sin haber leído también. Tiene que existir un equilibrio— le contó, con cierta parsimonia en su tono de voz —Y sé que ahora mismo la idea de leer y leer te parece aburrida, pero tienes que pensar que si no lees, luego te va a ser más difícil practicar. Estudiando tienes que pensar en todo lo bueno que vas a conseguir cuando lo pongas en práctica— le acarició el pelo al niño, sonriendo.

Dejó un beso suave en su mejilla y alzó las cejas, mirándole, con esa actitud traviesa que los adultos adoptan con los niños de vez en cuando para entrar en un juego común —Dicho eso... ¿Qué hechizos te sabes?— le preguntó —¿Quieres que tía Elle te enseñe alguno nuevo?— le preguntó, sonriendo. Porque sí, había que leer, pero Elle también quería ser capaz de mimar un poco al niño y enseñarle cosas.
Elle S. Weynart
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Abro y cierro varias veces la boca nada más escuchar que menciona el incidente de la acromántula porque ni siquiera sé qué decir. Tenía la esperanza de que lo ignorara para centrarse en los estudios, porque una cosa es decir algo cortito, y otra muy distinta inventarme una historia completamente diferente a lo que pasó en realidad. — Sabes que había muchos monstruos y cosas gigantes, ¿verdad? — empiezo por lo más obvio. Agarro el dedo índice de la mano izquierda entre el dedo pulgar y el índice de la derecha, y jugueteo para mantener la mente más despejada y calmar los nervios. Improvisar no se me da mal, pero hasta cierto punto... Mamá siempre dice que podría llegar a ser un buen político porque me gusta tener la última palabra. No sé muy bien a qué se refiere, pero ni por todos los galeones del mundo trabajaría de eso viendo lo aburrido que es el trabajo de papá. — Una acromántula, una así de grande — continúo, y estiro los brazos todo lo que el cuerpo me permite para dejar claro el tamaño. — nos atacó. Por suerte yo estaba ahí y pude proteger a papá antes de que ese bicho se lo comiera. — Pongo mi mejor sonrisa orgullosa para dejar claro que es lo que pasó de verdad.

Parece que es el turno de ella de contarme su historia, así que me siento en su regazo cuando me lleva hasta el sofá, y escucho con atención todo lo que me va diciendo. Me duelen las mejillas de sonreír con lo que va explicando, y tengo que controlar la emoción para no darle alguna patada sin querer por estar sentado encima de ella. Sí, vale, dice que le hacía leer y todo eso... ¡pero practicaba! Ojalá yo pudiera hacerlo sin quemar las cortinas de mi habitación. ¡Pero no es mi culpa! Los hechizos que nos enseñan en clase ya sabía hacerlos hace más de dos años; yo quiero algo más interesante y útil, no aprender a convertir una lata en ratón por enésima vez. Por suerte, ahora que he cumplido 11 años las cosas cambiarán y podré empezar a aprender hechizos algo más útiles según nos explicaron en la planificación, pero lo interesante de verdad empezará el año que viene, cuando pase a segundo curso.

Me llevo la mano a la barbilla mientras pienso los diferentes hechizos que conozco y me salen a la perfección, pero no soy capaz de recordar todos así como así. — Los que mejor se me dan son los de transformaciones, pero también los de limpiar. — No me ha quedado más remedio que perfeccionar esos últimos, si tenemos en cuenta algunos destrozos que he hecho a veces... — ¡Oh! Y una vez utilicé uno para llenar el dormitorio de los elfos domésticos de humo — recuerdo, y al instante una sonrisa pícara aparece en mis labios. — ¿Puedes enseñarme ese hechizo que has utilizado en el jarrón? Seguro que me sale muy bien. — Y seguro que me saca de más de un apuro también. — Tía Elle... ¿cuándo supiste que querías dedicarte a la medimagia? — Es una pregunta que he hecho a mamá, papá y a Ethan porque no entiendo cómo pueden saber a qué quieren dedicarse habiendo tantos trabajos diferentes. Dicen que todavía soy pequeño y que ya tendré tiempo de decidirlo, pero... no sé, ¡es complicado con tantas opciones!
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Elle S. Weynart
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El entusiasmo del pequeño despertaba en Elle una mezcla de ternura y nostalgia. Ternura porque echaba de menos tratar con niños pequeños de su familia, y le gustaba poder compartir su tiempo con Tyler y hacerle sentir en casa. Nostalgia porque, en el brillo de sus ojos, podía recordar el suyo propio cuando, en Europa, fue testigo del mundo de posibilidades y conocimiento que se abría ante ella. Y, aunque a veces se sintiera aburrida o pesada por contar una y otra vez las historias de su infancia y adolescencia en Europa, Elle sentía que era una parte de ella que siempre recordaría con nostalgia y con amor. Porque ahí había crecido su gran familia, ahí había conocido a su marido, ahí había vivido. Entre guerras, entre revoluciones, entre conflictos, pero había vivido. Y se había criado, ella y sus hermanos. Y ahora algunos ya no estaban, otros habían cambiado, la familia había crecido por unos lados mientras disminuía por otros... Era evolución pura, y Elle lo sabía, pero no podía evitar que de vez en cuando la asaltara ese sentimiento. Esa nostalgia.

Acarició el pelo de su sobrino con cariño, optando por responder primero a la pregunta que le hizo —Cuando tenía... Quince o dieciséis años— contestó, con una sonrisa —La mujer que te he contado, que se llamaba Cassandra, sabía muchísimas cosas de medicina mágica. Y el lugar donde crecí... La vida no era fácil. Se necesitaba mucho gente que supiera curar heridas, enfermedades, ayudar a las personas enfermas. Así que decidí dedicarme a ello, porque quería hacer algo que ayudara a la gente, y porque jamás en mi vida he encontrado algo que me fascinara tanto como la medicina mágica— relató, mientras dejaba leves caricias en la espalda del niño, mimándole de ese modo.

Las ganas del pequeño de aprender se transformaban en movimientos de emoción y en sus manos moviéndose con nerviosismo, y a Elle le parecía adorable y genial a partes iguales —¿Quieres aprender el hechizo del jarrón? Se llama "Reparo", y te ayuda a arreglar las cosas que se rompen— explicó, sonriendo —. Es un poco difícil, pero yo creo que un niño tan listo como tú va a poder hacerlo— le dijo, con una sonrisa traviesa. Con un gesto hizo que el pequeño saliera de encima de su regazo y, sin querer perder el contacto físico con él, le tomó la mano —Venga, va. Vamos a aprender— le guiñó el ojo. Empezó a andar con él hacia la cocina, en busca de algún plato que romper para poder practicar. Esperaba que Zoey no la matara por ello, pero realmente Elle hubiera hecho cualquier cosa por su sobrino en ese momento. Incluso romper los platos de la cocina de su hermano.
Elle S. Weynart
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