OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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— ¿Un mes? — miro la hoja de mandrágora que tengo en la palma de la mano y no sé si mi expresión es de desconfianza o asco — ¿Cómo se supone que voy a tenerla en la boca durante un mes entero? ¿Cómo voy a hacer para tragar la comida o hablar? — me saltan otras dudas, como qué pasa si me la trago mientras duermo o por accidente, pero esas que son más ridículas me las guardo para mí. Solo para chequear que no me está tomando el pelo, paso algunas páginas del libro de transformaciones que Lea me ha conseguido y regreso a la lista de procedimientos para transformarse en animago, descubriendo que, en efecto, David no me está mintiendo. Muy bien, esto es oficialmente asqueroso.
De todas las personas que pensé que podrían ayudarme en mi misión suicida y complicada de volverme uno de estos sujetos que ser transforman en animal, no habría pensado en Dave. Apenas y nos hablamos cuando yo estaba viviendo con la red y son pocas las personas que saben dónde me encuentro, así que nuestro grado de confianza jamás había sido tan alto como para que él sea una de esas personas. Pero resulta que Delilah le dijo que yo le dije que pensaba meterme en este lío y ha accedido a ayudarme, posiblemente porque mi cara de perro mojado fue muy convincente y tal vez se compadece de alguien que tiene miedo de terminar siendo mitad humano mitad chanchito toda su vida. Espero en verdad transformarme en algo mejor que eso. ¿Qué pasaría si me vuelvo un conejo o un insecto? Que deplorable. Pero hace dos días que nos enteramos que han matado a la ministra y, aunque me causó una extraña felicidad, también he sido dueño de una inmensa inquietud. ¿De verdad Seth había matado a su madre? ¿Qué pasaría ahora? Cuanto antes solucione este asuntillo de vivir escondido, mejor.
Olfateo la hoja para chequear si tendrá un mal sabor y le lanzo una mirada reprochadora, acomodando un poco mi postura de indio sobre la cama que ocupo todas las noches desde que vivo aquí — Si no me deja mal aliento y no va a molestar cuando quiera besar a alguien… — ajá, como si eso fuese a pasar — supongo que tendré que probarlo. Veamos — estoy abriendo la boca para ver cómo colocarla en un costado, cuando la televisión se enciende por segunda vez en dos días, dando a entender que las noticias son algo que ningún ciudadano puede perderse. Me quedo con la hoja a mitad de camino y la boca abierta de par en par, tratando de entender qué es lo que dice Magnar Aminoff. Poco a poco, bajo la hoja hasta que mi mano queda sobre la colcha — ¿Es en serio? — no sé cómo tomarme sus palabras, porque me suena a pura bazofia. ¿Un nuevo régimen? ¿Qué tan jodidos estamos? — ¿Sabes quién es? — he oído que dicen que es el hijo de Jamie Niniadis y no sé quién más, pero eso no me dice nada. Seth lo es y no creo que sea un psicópata.
De todas las personas que pensé que podrían ayudarme en mi misión suicida y complicada de volverme uno de estos sujetos que ser transforman en animal, no habría pensado en Dave. Apenas y nos hablamos cuando yo estaba viviendo con la red y son pocas las personas que saben dónde me encuentro, así que nuestro grado de confianza jamás había sido tan alto como para que él sea una de esas personas. Pero resulta que Delilah le dijo que yo le dije que pensaba meterme en este lío y ha accedido a ayudarme, posiblemente porque mi cara de perro mojado fue muy convincente y tal vez se compadece de alguien que tiene miedo de terminar siendo mitad humano mitad chanchito toda su vida. Espero en verdad transformarme en algo mejor que eso. ¿Qué pasaría si me vuelvo un conejo o un insecto? Que deplorable. Pero hace dos días que nos enteramos que han matado a la ministra y, aunque me causó una extraña felicidad, también he sido dueño de una inmensa inquietud. ¿De verdad Seth había matado a su madre? ¿Qué pasaría ahora? Cuanto antes solucione este asuntillo de vivir escondido, mejor.
Olfateo la hoja para chequear si tendrá un mal sabor y le lanzo una mirada reprochadora, acomodando un poco mi postura de indio sobre la cama que ocupo todas las noches desde que vivo aquí — Si no me deja mal aliento y no va a molestar cuando quiera besar a alguien… — ajá, como si eso fuese a pasar — supongo que tendré que probarlo. Veamos — estoy abriendo la boca para ver cómo colocarla en un costado, cuando la televisión se enciende por segunda vez en dos días, dando a entender que las noticias son algo que ningún ciudadano puede perderse. Me quedo con la hoja a mitad de camino y la boca abierta de par en par, tratando de entender qué es lo que dice Magnar Aminoff. Poco a poco, bajo la hoja hasta que mi mano queda sobre la colcha — ¿Es en serio? — no sé cómo tomarme sus palabras, porque me suena a pura bazofia. ¿Un nuevo régimen? ¿Qué tan jodidos estamos? — ¿Sabes quién es? — he oído que dicen que es el hijo de Jamie Niniadis y no sé quién más, pero eso no me dice nada. Seth lo es y no creo que sea un psicópata.
Presiono el puente de mi nariz con mis dedos, inspirando profundo para llenarme de paciencia. Si se tiene que meter una hoja de mandrágora en la boca, se la tiene que meter. Punto. ¡Yo no soy quien dice cómo deben hacerse las cosas! ¡Hay tratados y tratados sobre transformaciones! Y en los años que me pasé curioseando sobre el tema, porque algo me tenía que llevar para leer cuando andaba de merodeador por el norte al dejar la casa de mi familia y al empezar a colaborar con la Red, leí tantas cosas que se sorprendería de las técnicas más estúpidas que usaban algunos magos. ¿Una hoja de mandrágora? Pss… —Si otros lo han hecho antes que tú, ¿por qué no podrías?— pregunto, para demostrarle que lo difícil no es imposible.
Desde que llegaron los refugiados del catorce al loft, siento que he estado rodeado de muchos adolescentes. De por sí en la Red estaban las chicas y Moira cuenta como una adolescente más. ¡Ese loft! ¡Lo que habrá sido vivir ahí! Tengo un carácter que se mantiene bastante al margen, limito mi trato a las veces en que se necesita mi colaboración, y aunque le dije a Kennedy que no seguiría con la radio porque quiero volver con mi familia y tratar de ser un hijo decente, he dicho que sí a todo para lo que me han pedido ayuda desde entonces. Mimi y Lea nunca fueron del tipo de pedirme favores, me sorprendió que Lea me pidiera uno… bueno, que no era para ella. El enemigo número dos del gobierno está delante de mis ojos, y yo lo que veo es un crío tirado en la cama negándose a tragar una hoja. Hago centro en mí mismo para recordarme que soy más grande y debo actuar de acuerdo a eso. Como la vez que tuve que tirar esas hierbas raras de Beverly y Zenda, enseñar un oficio a Delilah, y ahora, ser el guía espiritual de Kendrick para que se encuentre con su espíritu animal.
—El truco está en mantenerla entre tus muelas— le digo, cediendo un poco porque el otro imaginario posible de esta situación soy yo obligándole a que lo haga, reteniéndolo contra la cama y haciendo que abra su boca. Y, no, no quiero llegar a eso. Estamos en casa de Lea, ella puede volver en cualquier momento, no quiero escenas incómodas que explicar. —Lo siento, hermano. Nada de besos por un mes, es realmente asqueroso— recuesto mi espalda contra la orilla de la cama, mis piernas extendidas todo lo largas que son en el piso. —Así que… tú y Lea andan en esas, ¿eh?— bromeo. El humor para hacer chistes me dura poco porque la televisión se llena de imágenes de lo que es el discurso de… el hijo de Jamie Niniadis. Salió en las noticias el otro día, se supone que la asesinó su hijo Seth, que tuvo la complicidad de la menor, Hero. Eso me hizo fruncir el ceño.
Sé, lo sé bien, que las noticias oficiales de Neopanem pueden ser mentira. Tengo un vago recuerdo de Hero y hace que me pregunte donde está ahora esa chica que lo tenía todo en la isla ministerial. —Es el bastardo de Jamie Niniadis— lo digo así con el desprecio que no usaría jamás en la mesa de mi familia, no porque crea que mis padres apoyen al régimen, sino porque no hablamos de esas cosas. —Según lo que sé…— le echo una mirada de confidencia a Kendrick. —Ese tipo se movía por el norte y no vendiendo flores precisamente. Tiene mucho polvo en los zapatos, solo que ahora puede vestir un traje caro—. Estoy jodido, porque le he dicho a mamá y a papá que iba a quedarme en casa, que no iba a volver a irme. Y tiene que pasar esto de que muere Jamie Niniadis, y cuando dices que las cosas no pueden estar peor, la vida te demuestra que sí.
Desde que llegaron los refugiados del catorce al loft, siento que he estado rodeado de muchos adolescentes. De por sí en la Red estaban las chicas y Moira cuenta como una adolescente más. ¡Ese loft! ¡Lo que habrá sido vivir ahí! Tengo un carácter que se mantiene bastante al margen, limito mi trato a las veces en que se necesita mi colaboración, y aunque le dije a Kennedy que no seguiría con la radio porque quiero volver con mi familia y tratar de ser un hijo decente, he dicho que sí a todo para lo que me han pedido ayuda desde entonces. Mimi y Lea nunca fueron del tipo de pedirme favores, me sorprendió que Lea me pidiera uno… bueno, que no era para ella. El enemigo número dos del gobierno está delante de mis ojos, y yo lo que veo es un crío tirado en la cama negándose a tragar una hoja. Hago centro en mí mismo para recordarme que soy más grande y debo actuar de acuerdo a eso. Como la vez que tuve que tirar esas hierbas raras de Beverly y Zenda, enseñar un oficio a Delilah, y ahora, ser el guía espiritual de Kendrick para que se encuentre con su espíritu animal.
—El truco está en mantenerla entre tus muelas— le digo, cediendo un poco porque el otro imaginario posible de esta situación soy yo obligándole a que lo haga, reteniéndolo contra la cama y haciendo que abra su boca. Y, no, no quiero llegar a eso. Estamos en casa de Lea, ella puede volver en cualquier momento, no quiero escenas incómodas que explicar. —Lo siento, hermano. Nada de besos por un mes, es realmente asqueroso— recuesto mi espalda contra la orilla de la cama, mis piernas extendidas todo lo largas que son en el piso. —Así que… tú y Lea andan en esas, ¿eh?— bromeo. El humor para hacer chistes me dura poco porque la televisión se llena de imágenes de lo que es el discurso de… el hijo de Jamie Niniadis. Salió en las noticias el otro día, se supone que la asesinó su hijo Seth, que tuvo la complicidad de la menor, Hero. Eso me hizo fruncir el ceño.
Sé, lo sé bien, que las noticias oficiales de Neopanem pueden ser mentira. Tengo un vago recuerdo de Hero y hace que me pregunte donde está ahora esa chica que lo tenía todo en la isla ministerial. —Es el bastardo de Jamie Niniadis— lo digo así con el desprecio que no usaría jamás en la mesa de mi familia, no porque crea que mis padres apoyen al régimen, sino porque no hablamos de esas cosas. —Según lo que sé…— le echo una mirada de confidencia a Kendrick. —Ese tipo se movía por el norte y no vendiendo flores precisamente. Tiene mucho polvo en los zapatos, solo que ahora puede vestir un traje caro—. Estoy jodido, porque le he dicho a mamá y a papá que iba a quedarme en casa, que no iba a volver a irme. Y tiene que pasar esto de que muere Jamie Niniadis, y cuando dices que las cosas no pueden estar peor, la vida te demuestra que sí.
Es un buen punto, hay gente más inútil que yo que ha podido con esto. Además, creo que es la parte menos complicada, si consideramos que después todo puede salir mal y puedo acabar convertido en cualquier mutante por el resto de mi vida. Así que tomo su consejo y toqueteo las muelas con la punta de mi lengua, hasta que el comentario sobre Lea hace que casi se me patine la hoja de la mano — ¡No! — exclamo, echándole una mirada escandalizada — No quiero decir… es atractiva y todo eso, pero nosotros nunca hicimos nada raro — además, ella me trata como un niño de cinco años con poca gracia y atractivo inexistente, así que jamás sería una opción ni siquiera para un besuqueo inocente. ¿Y por qué mierda estoy pensando en estas cosas? Hay cosas más importantes que las chicas y las hormonas, como el morir atragantado tratando de volverse animago y las noticias de la semana que parecen que van a jodernos a todos.
El bastardo de Jamie Niniadis. Sep, tiene sentido. Es lo siguiente lo que me hace fruncir un poco el ceño y me aferro un poco más a la hojita que tengo entre los dedos — ¿Eso no puede jodernos? Quiero decir, si tiene los ideales de su madre y sabe moverse por donde nosotros nos movemos… — hace dos días no teníamos idea de lo que iba a suceder con esta guerra, ahora parece ser que este tipo viene con la idea de ejercer mano dura y traer “la paz” a su gente. En cuanto el comunicado se termina, la televisión se apaga automáticamente, cosa que agradezco porque parece que la próxima novedad va a ser algo de una especie en extinción teniendo crías en el zoológico. La manera que tiene el noticiero de hacer que nos tomemos todo en serio es impresionante — Tal vez es más inexperto que Jamie y eso nos pone en ventaja — me encojo de hombros, como si quisiera restarle urgencia y preocupación a todo el asunto. Ni siquiera sé por qué hablo en plural, cuando me he alejado de los demás. Supongo que se debe al pequeño detalle de que, para ellos, estamos todos metidos en la misma bolsa. Esa estúpida lista que me mantiene encerrado tratando de encontrar un modo de salir al mundo exterior.
Me resigno y abro la boca, metiendo con cuidado la hoja en ella. La presiono contra una muela, buscando el espacio para que no sea una molestia y trato de ignorar el sabor extraño que me deja en el paladar, aunque creo que mi expresión de asco me delata — Bien, en vista de que esto sigue y parece un poquito más urgente — señalo con desgano la televisión y empujo un poco la hoja con la lengua para acomodarla — ¿Qué sigue? — me acomodo para poner el libro sobre mis piernas y uso mi dedo para poder seguir las indicaciones, volviendo a leerlas — Escupir la hoja en un frasco bañado en los rayos de la luna… De verdad, ¿quién fue el que inventó estas indicaciones? — malditos magos de antaño, tan rebuscados como para generar cientos de dolores de cabeza — ¿Tú lo conseguiste a la primera? — no lo estoy juzgando ni nada parecido, pero me sentiría un poco mejor si no lo veo tan complicado.
El bastardo de Jamie Niniadis. Sep, tiene sentido. Es lo siguiente lo que me hace fruncir un poco el ceño y me aferro un poco más a la hojita que tengo entre los dedos — ¿Eso no puede jodernos? Quiero decir, si tiene los ideales de su madre y sabe moverse por donde nosotros nos movemos… — hace dos días no teníamos idea de lo que iba a suceder con esta guerra, ahora parece ser que este tipo viene con la idea de ejercer mano dura y traer “la paz” a su gente. En cuanto el comunicado se termina, la televisión se apaga automáticamente, cosa que agradezco porque parece que la próxima novedad va a ser algo de una especie en extinción teniendo crías en el zoológico. La manera que tiene el noticiero de hacer que nos tomemos todo en serio es impresionante — Tal vez es más inexperto que Jamie y eso nos pone en ventaja — me encojo de hombros, como si quisiera restarle urgencia y preocupación a todo el asunto. Ni siquiera sé por qué hablo en plural, cuando me he alejado de los demás. Supongo que se debe al pequeño detalle de que, para ellos, estamos todos metidos en la misma bolsa. Esa estúpida lista que me mantiene encerrado tratando de encontrar un modo de salir al mundo exterior.
Me resigno y abro la boca, metiendo con cuidado la hoja en ella. La presiono contra una muela, buscando el espacio para que no sea una molestia y trato de ignorar el sabor extraño que me deja en el paladar, aunque creo que mi expresión de asco me delata — Bien, en vista de que esto sigue y parece un poquito más urgente — señalo con desgano la televisión y empujo un poco la hoja con la lengua para acomodarla — ¿Qué sigue? — me acomodo para poner el libro sobre mis piernas y uso mi dedo para poder seguir las indicaciones, volviendo a leerlas — Escupir la hoja en un frasco bañado en los rayos de la luna… De verdad, ¿quién fue el que inventó estas indicaciones? — malditos magos de antaño, tan rebuscados como para generar cientos de dolores de cabeza — ¿Tú lo conseguiste a la primera? — no lo estoy juzgando ni nada parecido, pero me sentiría un poco mejor si no lo veo tan complicado.
Una de mis cejas se arquea como para poner en duda esa negativa tan rápida. Lo hago para molestar, por supuesto. Lo hago con él, jamás lo intentaría con Lea. —No tiene nada de raro besar a una chica— insisto, uso ese tono serio como quien está dando una cátedra frente a un salón de clases, no me tiembla ni un músculo de la cara, pese a que por dentro estoy conteniendo la carcajada a causa de incomodarlo. Por culpa de tener una hermana menor, le he encontrado el gusto a incordiar a alguien más chico con bromas tontas. Nunca he logrado avergonzar a Chip al punto de hacerla sonrojar, pero sí a que tenga un estallido de rabia y quiera atacarme con toda la fuerza de sus pequeños puños. —Raro sería que beses a una banshee o a un grindylow— me encojo de hombros. —Pero, ¿qué beses a Lea? No le veo lo raro, es una chica atractiva, lo dijiste tú. Si una chica te atrae, lo normal es que quieras besarla— levanto mi rostro hacia él para mostrar la sonrisa cómica que cruza de lado a lado por mi rostro. —No con una hoja de mandrágora entre las muelas, claro— acoto.
Cruzo mi brazo en el borde del colchón, para encararme a la cama y quedar con medio cuerpo arriba de la sábana. Si tengo que contestar a la duda de Kendrick, lo voy a hacer mirándolo de frente para darle la advertencia que a mí me ha servido desde que tengo su edad, que fue cuando descubrí que tenía abuelos muggles de los que nadie nunca me había hablado, que miembros de mi familia tomaron decisiones trágicas que les llevaron lejos de casa y a hacer cosas por las que incluso personas tan buenas como lo son mis padres, no las mencionan porque no sé si el perdón está contemplado. Creo que fue cuando empecé a replantearme todo, lo conocido y lo desconocido, lo que era verdad y lo que eran mentiras, a descubrir las verdades parciales y personales. Cambió mi manera de ver el mundo. —Eso va a jodernos, muchísimo— digo, convencido de lo que podría ser un comentario al paso, pero no lo es. —Cada vez que algo cambie, cada vez que alguien muera y otra persona ocupe su puesto, cada vez que el poder cambie de manos, prepárate para lo peor—. Es mi más honesto consejo, puedo tomarlo o descartarlo, no me importa. Yo lo doy, la otra persona decide qué hacer con él. —Si pasan cosas buenas, estará bien. Pero siempre será mejor que te prepares para lo peor.
Lo pienso por un minuto antes de voltearme hacia él con una mirada interrogante. —Supongo que no juegas quidditch— digo, algo me dice que no lo tenían como pasatiempo en el catorce. —Si no sabes cómo, te enseñaré algún día. Los jugadores vuelan en escoba, así que los mejores voladores serán siempre los que han probado su velocidad en días de tormenta, no en días de calma. Hay gente que busca días apacibles para jugar. Mi padre me sacaba a jugar cada vez que llovía— esbozo una sonrisa débil, mi relación con él no será la ideal, supongo que lo he decepcionado de muchas maneras, y aun así me ha marcado un camino. No me esperaba estar convirtiendo esas experiencias en consejos para dar, puede que me esté tomando muy a pecho en esto de instruir a un muchacho que tiene la edad para estar en el colegio con profesores más cualificados, lo que claramente no sucederá porque sale a la calle y le caerá una parda de aurores encima. —Lo inventó alguien más viejo y más sabio que nosotros, así que no repliques tanto—. Necesito una batuta para darle en la coronilla cada vez que se pone rezongón. ¡Por Merlín! ¡Hasta para escupir una hoja se queja! — Por supuesto que no lo logré a la primera. Me pase un par de años sin animarme a intentarlo, solo conociendo la teoría. Me tragué la hoja de mandrágora la primera vez, y ahí fue cuando aprendí el truco de las muelas para hacer un segundo intento. Pero a ti te irá bien, lo sé…— se lo digo, seguro de mis palabras. —Porque te ha tocado un maestro genial.
Cruzo mi brazo en el borde del colchón, para encararme a la cama y quedar con medio cuerpo arriba de la sábana. Si tengo que contestar a la duda de Kendrick, lo voy a hacer mirándolo de frente para darle la advertencia que a mí me ha servido desde que tengo su edad, que fue cuando descubrí que tenía abuelos muggles de los que nadie nunca me había hablado, que miembros de mi familia tomaron decisiones trágicas que les llevaron lejos de casa y a hacer cosas por las que incluso personas tan buenas como lo son mis padres, no las mencionan porque no sé si el perdón está contemplado. Creo que fue cuando empecé a replantearme todo, lo conocido y lo desconocido, lo que era verdad y lo que eran mentiras, a descubrir las verdades parciales y personales. Cambió mi manera de ver el mundo. —Eso va a jodernos, muchísimo— digo, convencido de lo que podría ser un comentario al paso, pero no lo es. —Cada vez que algo cambie, cada vez que alguien muera y otra persona ocupe su puesto, cada vez que el poder cambie de manos, prepárate para lo peor—. Es mi más honesto consejo, puedo tomarlo o descartarlo, no me importa. Yo lo doy, la otra persona decide qué hacer con él. —Si pasan cosas buenas, estará bien. Pero siempre será mejor que te prepares para lo peor.
Lo pienso por un minuto antes de voltearme hacia él con una mirada interrogante. —Supongo que no juegas quidditch— digo, algo me dice que no lo tenían como pasatiempo en el catorce. —Si no sabes cómo, te enseñaré algún día. Los jugadores vuelan en escoba, así que los mejores voladores serán siempre los que han probado su velocidad en días de tormenta, no en días de calma. Hay gente que busca días apacibles para jugar. Mi padre me sacaba a jugar cada vez que llovía— esbozo una sonrisa débil, mi relación con él no será la ideal, supongo que lo he decepcionado de muchas maneras, y aun así me ha marcado un camino. No me esperaba estar convirtiendo esas experiencias en consejos para dar, puede que me esté tomando muy a pecho en esto de instruir a un muchacho que tiene la edad para estar en el colegio con profesores más cualificados, lo que claramente no sucederá porque sale a la calle y le caerá una parda de aurores encima. —Lo inventó alguien más viejo y más sabio que nosotros, así que no repliques tanto—. Necesito una batuta para darle en la coronilla cada vez que se pone rezongón. ¡Por Merlín! ¡Hasta para escupir una hoja se queja! — Por supuesto que no lo logré a la primera. Me pase un par de años sin animarme a intentarlo, solo conociendo la teoría. Me tragué la hoja de mandrágora la primera vez, y ahí fue cuando aprendí el truco de las muelas para hacer un segundo intento. Pero a ti te irá bien, lo sé…— se lo digo, seguro de mis palabras. —Porque te ha tocado un maestro genial.
— Sé que no tiene nada de malo — es una declaración un poco atropellada, pero intento mantenerme digno en mi postura. Quizá no tenga mucha experiencia en el tema, pero sí he fantaseado con ello. Digo… ¿Quién no? — No me atrae Lea y no la besaría ni aunque no tuviese una hoja entre las muelas — sé que lo digo con firmeza, pero la imagen que me planta en la cabeza no es taaan desagradable. Es decir, está buena y apuesto a que no debe estar mal para un revolcón, pero tampoco voy a ir a meterle mano porque estoy seguro de que me partiría los dedos a la mitad. Idea descartada, por completo; creo que mis hormonas no valen tanto como para arriesgar mi vida en el proceso de contentarlas.
Prepararse para lo peor. Bien, suena horrible. Las cosas están cambiando rápido, demasiado para mi gusto y estoy seguro de que todavía no soy capaz de adaptarme a la evolución de los hechos. Este sujeto acaba de prometer a sus ciudadanos que ordenará las cosas y que la paz volverá a caminar por las calles de NeoPanem, pero eso solo significa que van a hacer hasta lo imposible por atraparnos a todos. Sí, creo que debería prepararme para lo peor, mentirme sería un poco patético e inmaduro. Ya he vivido en la ignorancia durante mucho tiempo — No. He oído de él, pero jamás me subí a una escoba ni teníamos nada de eso — hace rato que he pasado de preocuparme por parecer un tonto al no haber probado la mayoría de las cosas que los chicos de mi edad en el país sí. Abracé que tuve una crianza diferente y aislada, así que no me molesta que se tome el tiempo de explicarme a dónde quiere ir con esa pregunta. No entiendo muy bien, pero hago mi esfuerzo — ¿Y dices que este tipo ha aprendido a jugar con tormenta? — es una duda cautelosa, pero estoy seguro de que mi mala cara demuestra que no me agrada ese detalle. Genial. Ahora estaré condenado por un loco experimentado en las peores condiciones.
— Más viejo, más sabio, más rebuscado — Hay tecnología para todo estos días. ¿No han inventado una poción que simplifique todo el procedimiento y ya? Maldito avance, nunca va hacia las cosas en verdad importantes. Me ahorro el preguntarle que tan mal se siente el tragarse esto, por suerte lo que dice me hace sonreír de manera burlona antes de soltar una risita que, como intento contenerla, sale aguda y me hace sonar como una ardila — Ya veremos. ¿Puedo acusarte si termino con una mala transformación permanente o solo serás mi profesor si las cosas salen bien? — lo pico. Me apoyo contra la cabecera de la cama y doblo una pierna para apoyar el libro en el muslo, echándole un vistazo a las ilustraciones, algunas un poco desagradables — Ojalá me convierta en algo útil. Sé que no puedo elegir el animal, pero me moriré del asco si me convierto en algo así como un grillo. Todo esto no habría servido de nada — porque vamos, nadie puede recorrer largas distancias siendo un grillo, seguro te aplastan a mitad del camino. Doy unos golpecitos con mi nudillo sobre la página y muevo mis cejas, aunque mantengo mi atención puesta en la lectura para fingir desinterés — ¿Por qué preguntabas lo de Lea? ¿Dijo algo sobre mí?
Prepararse para lo peor. Bien, suena horrible. Las cosas están cambiando rápido, demasiado para mi gusto y estoy seguro de que todavía no soy capaz de adaptarme a la evolución de los hechos. Este sujeto acaba de prometer a sus ciudadanos que ordenará las cosas y que la paz volverá a caminar por las calles de NeoPanem, pero eso solo significa que van a hacer hasta lo imposible por atraparnos a todos. Sí, creo que debería prepararme para lo peor, mentirme sería un poco patético e inmaduro. Ya he vivido en la ignorancia durante mucho tiempo — No. He oído de él, pero jamás me subí a una escoba ni teníamos nada de eso — hace rato que he pasado de preocuparme por parecer un tonto al no haber probado la mayoría de las cosas que los chicos de mi edad en el país sí. Abracé que tuve una crianza diferente y aislada, así que no me molesta que se tome el tiempo de explicarme a dónde quiere ir con esa pregunta. No entiendo muy bien, pero hago mi esfuerzo — ¿Y dices que este tipo ha aprendido a jugar con tormenta? — es una duda cautelosa, pero estoy seguro de que mi mala cara demuestra que no me agrada ese detalle. Genial. Ahora estaré condenado por un loco experimentado en las peores condiciones.
— Más viejo, más sabio, más rebuscado — Hay tecnología para todo estos días. ¿No han inventado una poción que simplifique todo el procedimiento y ya? Maldito avance, nunca va hacia las cosas en verdad importantes. Me ahorro el preguntarle que tan mal se siente el tragarse esto, por suerte lo que dice me hace sonreír de manera burlona antes de soltar una risita que, como intento contenerla, sale aguda y me hace sonar como una ardila — Ya veremos. ¿Puedo acusarte si termino con una mala transformación permanente o solo serás mi profesor si las cosas salen bien? — lo pico. Me apoyo contra la cabecera de la cama y doblo una pierna para apoyar el libro en el muslo, echándole un vistazo a las ilustraciones, algunas un poco desagradables — Ojalá me convierta en algo útil. Sé que no puedo elegir el animal, pero me moriré del asco si me convierto en algo así como un grillo. Todo esto no habría servido de nada — porque vamos, nadie puede recorrer largas distancias siendo un grillo, seguro te aplastan a mitad del camino. Doy unos golpecitos con mi nudillo sobre la página y muevo mis cejas, aunque mantengo mi atención puesta en la lectura para fingir desinterés — ¿Por qué preguntabas lo de Lea? ¿Dijo algo sobre mí?
—¿En serio?— inquiero, más no sea para seguir molestándolo con el tema de Lea, que me ha quedado claro que no tiene interés en ella y solo por eso sigo incordiando. No es que esté fomentando nada, pero el chico vive en la casa de ella, y si se da la ocasión no me molestaría recordarle algunos recaudos a tener en cuenta, que sería patético que cometan un descuido con la edad que tienen y las ganas de experimentar que yo comprendo, que no fui adolescente hace mucho, y no creo que haya superado ampliamente esa etapa tampoco. Me guardo el consejo porque si está tan negado a la idea de siquiera besar a Lea, ¿por qué preocuparme por algo más? —Yo también creo que es muy guapa, pero no me atrae como para querer besarla. No suelen gustarme chicas que son menores que yo— digo, haciendo un movimiento con mi mano para señalar a algo que está unos centímetros por debajo de mi hombro, en una conversación que no esperaba tener con Ken, pero que no me sorprende que se haya dado. —Con Mimi haría una excepción, pero no parezco su tipo— confieso, es un comentario de pasada y con una sonrisa solapada, siento un regusto agridulce por hacer una broma así. No creo que se me vaya nunca la angustia que siento por la muerte de Raven, pero supongo que en algún momento, tal vez dentro de unos años, vuelva a cruzarme con una chica que me atropelle con toda la fuerza de su carácter como para volver a sentirme atraído por alguien.
Sé que este chico es el mismo que está en el noticiero de la medianoche, enmarcado en un cartel con movimiento y que lo señala como enemigo del Estado. Sé también que su apellido por herencia sería Black. Y aquí estoy, ¿hablándole de chicas y de quidditch? —Si logras tu transformación, en lo que sea. Una mantis religiosa o un bacalao, te llevaré a las colinas del distrito once para mostrarte como se juega— prometo, con el presentimiento de que no habrá oportunidad para cumplirla, el mundo está cambiando en este preciso instante y solo dentro de esta habitación somos un par de chicos que pueden divagar en tópicos de conversación. El hombre que está acaparando la atención de todo el país con su discurso reciente, está volteando el mundo que conocemos. —No, Ken. Me refería a que tú— lo señalo con mi dedo índice, —debes aprender a volar en las tormentas— concluyo. No creo que este sujeto sea más o sea menos inexperto que Jamie Niniadis, porque enfermos de poder los hay en todos los tipos. Lo que creo es que Kendrick tiene unos largos años por delante tratando de sobrevivir, le queda encontrar la manera de fortalecerse en circunstancias adversas o caer ante el tirano de turno que ha puesto un precio sobre su cabeza.
—Tienes que tener un poco más respeto por los que estuvieron antes que tú— le señalo, con mi tono de profesor estricto a falta del puntero con el cuál darle en la coronilla. Una más y hago aparecer una con mi varita. —No esperes que las cosas se te den fácil a ti solo porque eres joven e impaciente, porque muchas cosas exigieron años o siglos de estudio por parte de otros magos. Respeta el conocimiento mágico que se te herede, recuerda estuvo oculto por milenios y lo que tú tienes servido, a otros le costó la vida—. ¿Dramático? Prefiero pensarlo como que estoy cumpliendo con creces mi función de maestro, así que inflo mi pecho con orgullo al bromear. —Sólo si las cosas salen bien. Si salen mal diré que fue culpa de impaciencia— me desligo de sus posibles errores con una sonrisa que deja en claro que no estoy hablando en serio, me conozco y si comete un error, estaré ahí para insistir. Si se convierte en un grillo, creo que hasta yo me sentiría terriblemente frustrado. Me lo comería para que nos ahorremos la vergüenza. —Eh… ¿has conjurado un patronus alguna vez?— pregunto por las dudas, y la sonrisa se me sale de la cara porque vuelve a lo de Lea. No me deja que el tema quede atrás. —¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres que le diga algo de tu parte?— me ofrezco con una expresión pícara.
Sé que este chico es el mismo que está en el noticiero de la medianoche, enmarcado en un cartel con movimiento y que lo señala como enemigo del Estado. Sé también que su apellido por herencia sería Black. Y aquí estoy, ¿hablándole de chicas y de quidditch? —Si logras tu transformación, en lo que sea. Una mantis religiosa o un bacalao, te llevaré a las colinas del distrito once para mostrarte como se juega— prometo, con el presentimiento de que no habrá oportunidad para cumplirla, el mundo está cambiando en este preciso instante y solo dentro de esta habitación somos un par de chicos que pueden divagar en tópicos de conversación. El hombre que está acaparando la atención de todo el país con su discurso reciente, está volteando el mundo que conocemos. —No, Ken. Me refería a que tú— lo señalo con mi dedo índice, —debes aprender a volar en las tormentas— concluyo. No creo que este sujeto sea más o sea menos inexperto que Jamie Niniadis, porque enfermos de poder los hay en todos los tipos. Lo que creo es que Kendrick tiene unos largos años por delante tratando de sobrevivir, le queda encontrar la manera de fortalecerse en circunstancias adversas o caer ante el tirano de turno que ha puesto un precio sobre su cabeza.
—Tienes que tener un poco más respeto por los que estuvieron antes que tú— le señalo, con mi tono de profesor estricto a falta del puntero con el cuál darle en la coronilla. Una más y hago aparecer una con mi varita. —No esperes que las cosas se te den fácil a ti solo porque eres joven e impaciente, porque muchas cosas exigieron años o siglos de estudio por parte de otros magos. Respeta el conocimiento mágico que se te herede, recuerda estuvo oculto por milenios y lo que tú tienes servido, a otros le costó la vida—. ¿Dramático? Prefiero pensarlo como que estoy cumpliendo con creces mi función de maestro, así que inflo mi pecho con orgullo al bromear. —Sólo si las cosas salen bien. Si salen mal diré que fue culpa de impaciencia— me desligo de sus posibles errores con una sonrisa que deja en claro que no estoy hablando en serio, me conozco y si comete un error, estaré ahí para insistir. Si se convierte en un grillo, creo que hasta yo me sentiría terriblemente frustrado. Me lo comería para que nos ahorremos la vergüenza. —Eh… ¿has conjurado un patronus alguna vez?— pregunto por las dudas, y la sonrisa se me sale de la cara porque vuelve a lo de Lea. No me deja que el tema quede atrás. —¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres que le diga algo de tu parte?— me ofrezco con una expresión pícara.
Decirle que creo que Mimi no está nada mal queda muy atrás en mis pensamientos, gracias a que me promete el ir a una colina a jugar Quidditch. Repentinamente, me encuentro con ganas inesperadas de que esto salga bien, pero no por las razones principales y me atrevo a sonreírle con algo más de entusiasmo — ¿De verdad? ¿Tienes escobas para jugar? ¡Verás que lo haré en un intento! — mi voz parece que está saltando conmigo mientras me acomodo en mi lugar. He oído sobre la idea de volar, pero jamás tuve la oportunidad de ponerla en práctica. Lo que me desanima un poco es que todo esto parece ser una metáfora de cómo voy a tener que sobrevivir ahora que todo se encuentra demasiado complicado e incierto, y eso basta para que se me vaya apagando la expresión hasta parecer que se me ha pinchado el globo — Entiendo — murmuro, algo rezongón. Me hubiera gustado que todo quedase solo en simples juegos de Quidditch, sería menos preocupante. Ah, sí, ignorar la realidad. La mejor forma de evitar que ésta te amargue.
No se lo digo, pero tengo la sensación de que David suena como un anciano por cinco minutos y como un adolescente a mi par los otros cinco restantes — Ya, ya, suenas como mi padre — intento restarle dramatismo a la situación con una sacudida de mis manos como si estuviese barriendo sus palabras, pero hay una punzada angustiante en mi pecho que intento disimular. No puedo dejar de pensar en Echo como la figura paterna que me ha criado, pero tengo que recordarme de vez en cuando que él no es el papá que todo el mundo asocia conmigo ahora que han escupido la verdad. Todavía no hago de Orion Black mi padre, por mucho que todo este escándalo diga lo contrario. Al menos, su semi broma hace que me olvide de ello y sonrío a medias. No es momento de ponernos depresivos y existencialistas.
Tengo que ponerme a recordar cuál es el patronus, pero el tema de Lea me distrae y jugueteo con el borde de la página entre mis dedos — No, solo me dio curiosidad — descarto cualquier lugar a bromas con rapidez y me apresuro a tomar la idea principal — ¿Hablas del conjuro para espantar dementores, no? Pues no, he oído de él — lo que me lleva a pensar… — ¿Puedes enseñarme? — no sé de dónde saco que David podría hacerlo, quizá se deba a que él siempre ha vivido dentro de esta sociedad o, al menos, lo suficiente como para haber crecido teniendo una varita. Cierro el libro y me pongo de pie, tomo la varita de mi bolsillo y aprovecho que estoy en medias para mover mis pies de manera que puedo saltar sobre la cama, la cual apenas suena bajo mi peso — Estoy listo — anuncio y, por las dudas, empujo de nuevo la hoja con la lengua porque siento que con tanto movimiento me la voy a tragar — Dime lo que debo hacer y lo haré. Será el patronus más corpóreo que has visto en tu vida.
No se lo digo, pero tengo la sensación de que David suena como un anciano por cinco minutos y como un adolescente a mi par los otros cinco restantes — Ya, ya, suenas como mi padre — intento restarle dramatismo a la situación con una sacudida de mis manos como si estuviese barriendo sus palabras, pero hay una punzada angustiante en mi pecho que intento disimular. No puedo dejar de pensar en Echo como la figura paterna que me ha criado, pero tengo que recordarme de vez en cuando que él no es el papá que todo el mundo asocia conmigo ahora que han escupido la verdad. Todavía no hago de Orion Black mi padre, por mucho que todo este escándalo diga lo contrario. Al menos, su semi broma hace que me olvide de ello y sonrío a medias. No es momento de ponernos depresivos y existencialistas.
Tengo que ponerme a recordar cuál es el patronus, pero el tema de Lea me distrae y jugueteo con el borde de la página entre mis dedos — No, solo me dio curiosidad — descarto cualquier lugar a bromas con rapidez y me apresuro a tomar la idea principal — ¿Hablas del conjuro para espantar dementores, no? Pues no, he oído de él — lo que me lleva a pensar… — ¿Puedes enseñarme? — no sé de dónde saco que David podría hacerlo, quizá se deba a que él siempre ha vivido dentro de esta sociedad o, al menos, lo suficiente como para haber crecido teniendo una varita. Cierro el libro y me pongo de pie, tomo la varita de mi bolsillo y aprovecho que estoy en medias para mover mis pies de manera que puedo saltar sobre la cama, la cual apenas suena bajo mi peso — Estoy listo — anuncio y, por las dudas, empujo de nuevo la hoja con la lengua porque siento que con tanto movimiento me la voy a tragar — Dime lo que debo hacer y lo haré. Será el patronus más corpóreo que has visto en tu vida.
—¿Qué si tengo escobas? ¡Por favor!— exclamo, eso ni siquiera puede ponerse en duda. Mis padres, nada más nacer, me pusieron una quaffle en las manos y al andar mis primeros pasos me montaron en una de las escobas de esas que no tienen magia ni chiste, para llevarme por toda la casa en un partido de quidditch que solo existía en la imaginación de ellos. Crecí con recuerdos así durante toda esa infancia en la que no podíamos decir que éramos magos, en que me dejaban salir a jugar al basketball con los otros chicos del barrio, pero en la sala entre sillones y almohadones teníamos nuestros torneos por una copa imaginaria. Cuando lo pienso así, sonrío por la nostalgia que me da esa niñez en la que mis padres hicieron de nuestra casa un universo personal que mantenía todo lo malo fuera. Tuve mucha suerte, lo sé. Mis padres son de esas personas que te hacen sentir con suerte, tiene mucho que ver con su manera despreocupada de mostrarse, que toda esta seriedad con la que cargo a veces, seguro lo heredé de mi abuelo.
Como veo que Ken se ha quedado cabizbajo por mis palabras, insisto: —Lo haremos. Si logras la transformación, iremos a jugar a quidditch…—. Estoy recordando en qué lugar de las colinas los árboles son tan altos como para servirnos de barrera natural para ocultarnos a la vista, podremos llegar ahí en nuestras formas animales. Si sale siendo un insecto, lo puedo llevar en mi cola de zorro. —¿Yo? ¿Tu padre? ¡Ni que te hubiera tenido a los cinco años!— exclamo en tono jocoso. —Y si fuera tu padre, serías más guapo— hago una broma de esto, mostrándole mi sonrisa ancha para que se ría conmigo, porque internamente estoy recordando que este chico acaba de enterarse que es el mismísimo hijo de Orion Black y eso es fuerte. Muy fuerte. No sé si preguntárselo, descarto hacerlo en esta ocasión, no quiero entrometerme en un asunto que es reciente para él y no sé si lo ha asimilado. No estoy aquí para eso tampoco, no quiero que se cierre a mí si llega a creer que mi acercamiento tiene que ver, por alguna insólita razón, con el hecho de que sea un Black. Estoy tratando de pensar lo menos posible en eso. Trato de verlo como un chico normal.
Y por eso ladeo mi sonrisa hacia un lado, en un gesto timador que solo puede ver de soslayo. Coloco los codos sobre los bordes de la cama para quedar recostado en una posición fanfarrona. —Claro que puedo enseñarte, sé muchas cosas— bromeo. Me da tanta gracia que esté en posición de guerrero ninja sobre la cama, con las medias puestas y la varita en alto, que reírme a su costa es una tentación demasiado grande. —Primero, tienes que sostener la varita con una mano y tocarte la nariz con la otra. Segundo, colocar tu pierna en cuatro…— voy dándole todas las indicaciones con un tono de autoridad a la que no puede negarse. —Y en tercer lugar gritar: ¡Jaquna Batata!
Como veo que Ken se ha quedado cabizbajo por mis palabras, insisto: —Lo haremos. Si logras la transformación, iremos a jugar a quidditch…—. Estoy recordando en qué lugar de las colinas los árboles son tan altos como para servirnos de barrera natural para ocultarnos a la vista, podremos llegar ahí en nuestras formas animales. Si sale siendo un insecto, lo puedo llevar en mi cola de zorro. —¿Yo? ¿Tu padre? ¡Ni que te hubiera tenido a los cinco años!— exclamo en tono jocoso. —Y si fuera tu padre, serías más guapo— hago una broma de esto, mostrándole mi sonrisa ancha para que se ría conmigo, porque internamente estoy recordando que este chico acaba de enterarse que es el mismísimo hijo de Orion Black y eso es fuerte. Muy fuerte. No sé si preguntárselo, descarto hacerlo en esta ocasión, no quiero entrometerme en un asunto que es reciente para él y no sé si lo ha asimilado. No estoy aquí para eso tampoco, no quiero que se cierre a mí si llega a creer que mi acercamiento tiene que ver, por alguna insólita razón, con el hecho de que sea un Black. Estoy tratando de pensar lo menos posible en eso. Trato de verlo como un chico normal.
Y por eso ladeo mi sonrisa hacia un lado, en un gesto timador que solo puede ver de soslayo. Coloco los codos sobre los bordes de la cama para quedar recostado en una posición fanfarrona. —Claro que puedo enseñarte, sé muchas cosas— bromeo. Me da tanta gracia que esté en posición de guerrero ninja sobre la cama, con las medias puestas y la varita en alto, que reírme a su costa es una tentación demasiado grande. —Primero, tienes que sostener la varita con una mano y tocarte la nariz con la otra. Segundo, colocar tu pierna en cuatro…— voy dándole todas las indicaciones con un tono de autoridad a la que no puede negarse. —Y en tercer lugar gritar: ¡Jaquna Batata!
Al menos, la idea de jugar al Quidditch es lo suficientemente emocionante como para olvidar las preocupaciones por cinco minutos. Siempre me han atrapado las experiencias nuevas, creo que esta demasiado ligado al factor de que me he criado en un sitio pequeño en el cual todo se reducía a lo que ya conocía sobre él. Ser explorador era el sueño de mi vida, lo que me llevaría lejos de mi hogar y podría jactarme de ser el mejor en mi área, el primero en pisar lugares recónditos para mi gente. Jugar al Quidditch quizá no sea tan importante, pero se le acerca bastante — Si fueses mi padre, mi boca parecería la de un juguete inflable y tendría más pómulos que cara, así que no, gracias — le devuelvo la mofa, riendo por lo bajo. Es bueno seguir siendo un adolescente idiota, para variar.
No tengo idea de si David de verdad sabe muchas cosas o es más bien un intento de pretender que lo hace, pero elijo creerlo porque es conveniente para mí. Lo que sí no entiendo son sus instrucciones, me llevo la mano a la nariz en modo automático y trato de mantener el equilibrio como me indica, pero la superficie del colchón no es muy firme y me balanceo un poco. No es hasta que dice las palabras que lo miro con el ceño fruncido y la desconfianza saliendo por los poros — ¿No se llama "encantamiento patronus" por el hechizo? Me estás tomando el pelo — le acuso. Ya verá. Alzo la varita para vengarme con algún hechizo inocente, pero he olvidado de bajar la pierna y vuelvo a tambalearme. Ese simple movimiento hace que el estruendo se oiga posiblemente en el piso de abajo, porque me voy de culo al suelo y me divido entre reír, llorar o quejarme del dolor. Al final, hago todo junto.
Tengo las piernas para arriba apoyadas en el borde de la cama mientras intento recuperarme. Me sujeto la panza entre espasmos de gracia y trato de limpiarme las lágrimas, lo cual debe ser una imagen algo penosa — Eres un idiota. Es por estas cosas que Mimi jamás te va a dar la hora — venganza infantil si las hay, pero al menos me siento mejor cuando me logro asomar por el borde de la cama y sonreírle con malicia.
No tengo idea de si David de verdad sabe muchas cosas o es más bien un intento de pretender que lo hace, pero elijo creerlo porque es conveniente para mí. Lo que sí no entiendo son sus instrucciones, me llevo la mano a la nariz en modo automático y trato de mantener el equilibrio como me indica, pero la superficie del colchón no es muy firme y me balanceo un poco. No es hasta que dice las palabras que lo miro con el ceño fruncido y la desconfianza saliendo por los poros — ¿No se llama "encantamiento patronus" por el hechizo? Me estás tomando el pelo — le acuso. Ya verá. Alzo la varita para vengarme con algún hechizo inocente, pero he olvidado de bajar la pierna y vuelvo a tambalearme. Ese simple movimiento hace que el estruendo se oiga posiblemente en el piso de abajo, porque me voy de culo al suelo y me divido entre reír, llorar o quejarme del dolor. Al final, hago todo junto.
Tengo las piernas para arriba apoyadas en el borde de la cama mientras intento recuperarme. Me sujeto la panza entre espasmos de gracia y trato de limpiarme las lágrimas, lo cual debe ser una imagen algo penosa — Eres un idiota. Es por estas cosas que Mimi jamás te va a dar la hora — venganza infantil si las hay, pero al menos me siento mejor cuando me logro asomar por el borde de la cama y sonreírle con malicia.
—¿La de un muñeco inflable, eh?— hago el amago de incorporarme para tirar de sus pies con fuerza, pero la sonrisa en mi cara se me desarma por la carcajada que me sale de la garganta, resonando en la habitación. —Ya quisieras tener esta cara, Kendrick— digo con arrogancia exagerada, paso mis dedos por la línea de mi mandíbula como enseñándole la elegancia de mis rasgos, y más se parece a que si estuviera limpiándome la espuma que queda después de afeitarme, viendo en esto otra oportunidad para burlarme de él, sigo: —Tu apenas si tienes tres pelos sobre el labio para hacer de bigote, ¡crío!—. Por estas rencillas es que no puedo madurar, que actúo con seriedad en muchas ocasiones, hasta que me sale el genio Meyer y hago de todo un chiste, una oportunidad de pelea a los pelos, como si este muchacho fuera un primo o un hermano menor al cual incordiar con permiso.
Y es que no puedo, yo solo no puedo contenerme de bromear a su costa, espero que pueda perdonarme luego y entienda que sólo estoy jugando con él. Pero me río tan fuerte que mis carcajadas también se habrán escuchado en toda la casa, opacando un poco el estruendo que hizo al caer de culo. Me estoy desarmando de la risa que me sostengo el estómago y ruedo hacia un lado, despatarrándome en el suelo. Me río tanto que todo mi pecho se sacude, mis hombros también. Giro hacia un lado y me quedo de cara al suelo, a ver si así puedo amortiguar un poco el eco de las carcajadas. ¡Ay, este crío! ¡Por Merlín! ¡Este crío no puede ser el enemigo número dos del país!
La calma llega a mí después de un minuto intenso para mi estómago que se tiene que reacomodar dentro de mi organismo, cuando pasen los espasmos de la risa. Quedo de cara al techo y suelto el aire en una exhalación corta. —¿Eso crees? ¿Qué no va a darme la hora? ¡Me va a dar la hora y los minutos, niño!— me incorporo hasta quedar sentado en el suelo, sosteniéndome con mis brazos hacia atrás y apoyando todo el peso en mis palmas. —Para cuando consigas transformarte, dentro de un mes, yo conseguiré una cita con Mimi y tú seguirás sin haber besado a Lea— lo desafío, moviendo mi barbilla hacia adelante en provocación, la sonrisa que me cruza toda la cara habla de que todo esto es una broma, pero nadie me quita el picarlo a que lo intente.
Y es que no puedo, yo solo no puedo contenerme de bromear a su costa, espero que pueda perdonarme luego y entienda que sólo estoy jugando con él. Pero me río tan fuerte que mis carcajadas también se habrán escuchado en toda la casa, opacando un poco el estruendo que hizo al caer de culo. Me estoy desarmando de la risa que me sostengo el estómago y ruedo hacia un lado, despatarrándome en el suelo. Me río tanto que todo mi pecho se sacude, mis hombros también. Giro hacia un lado y me quedo de cara al suelo, a ver si así puedo amortiguar un poco el eco de las carcajadas. ¡Ay, este crío! ¡Por Merlín! ¡Este crío no puede ser el enemigo número dos del país!
La calma llega a mí después de un minuto intenso para mi estómago que se tiene que reacomodar dentro de mi organismo, cuando pasen los espasmos de la risa. Quedo de cara al techo y suelto el aire en una exhalación corta. —¿Eso crees? ¿Qué no va a darme la hora? ¡Me va a dar la hora y los minutos, niño!— me incorporo hasta quedar sentado en el suelo, sosteniéndome con mis brazos hacia atrás y apoyando todo el peso en mis palmas. —Para cuando consigas transformarte, dentro de un mes, yo conseguiré una cita con Mimi y tú seguirás sin haber besado a Lea— lo desafío, moviendo mi barbilla hacia adelante en provocación, la sonrisa que me cruza toda la cara habla de que todo esto es una broma, pero nadie me quita el picarlo a que lo intente.
La idea de ahuyentar dementores parece sencilla frente al panorama que estamos presentando entre bromas ridículas, de esas que provocan que me ponga de pie mucho más lento de lo normal al estar ocupado riendo en voz alta, lo suficiente como para que tenga que sostenerme el estómago como si temiera que se me caigan las tripas de tanto sacudirme — Pfff. Mimi es mucha mujer para ti. La veo más con un tipo súper listo, de los que entienden todas sus cosas tecnológicas — no sé por qué, pero no la veo como una persona que perdería el tiempo en sujetos como nosotros. Le doy una pataditas amistosa en el costado, a ver si con eso se levanta — De acuerdo entonces, es un trato. Para cuando me tome la poción, alguno de nosotros tiene que haber conseguido el beso. No se vale hacer trampa — le amenazo, apuntandolo con la varita — Nada de decirle a Mimi que me mienta o algo parecido. Beso real o tendrás que tragarte las pócimas fallidas, que de seguro se me quemará algo en todo este proceso rebuscado — de verdad no entiendo por qué se vuelven animagos aquellos que no necesitan esconderse. Necesidad de complicarse la vida supongo.
Me siento en el borde de la cama y me froto un costado, haciendo una mueca frente al dolor que me ha provocado el estúpido golpe. Al menos, este tipo de cosas ayudan a que me olvide de todos los dramas externos, esos que la televisión promueve tanto para que el resto del mundo se ponga paranoico. Con un resoplido, miro la varita que tengo entre mis dedos y la muevo para llamarle la atención — Lo del patronus... ¿Lo dices por la forma animal? — pregunto, no muy seguro — ¿Qué tiene que ver exactamente con la animagia? ¿Puedes enseñarme de veras o solo era un farol? —si no sabe, siempre podemos averiguarlo juntos.
Me siento en el borde de la cama y me froto un costado, haciendo una mueca frente al dolor que me ha provocado el estúpido golpe. Al menos, este tipo de cosas ayudan a que me olvide de todos los dramas externos, esos que la televisión promueve tanto para que el resto del mundo se ponga paranoico. Con un resoplido, miro la varita que tengo entre mis dedos y la muevo para llamarle la atención — Lo del patronus... ¿Lo dices por la forma animal? — pregunto, no muy seguro — ¿Qué tiene que ver exactamente con la animagia? ¿Puedes enseñarme de veras o solo era un farol? —si no sabe, siempre podemos averiguarlo juntos.
Siendo honestos, también veo a Mimi con un chico de esos, uno que sepa matemáticas, cómo hacer que dos cables al chocarse provean de energía eléctrica a todo un edificio y que al hackear un sitio en internet pueda acceder hasta el número de talle de zapatos de los ministros de Neopanem. Ese chico no soy yo, de solo pensarlo se me sale una carcajada. Todo lo de Raven también es reciente como para que siquiera esté considerando salir con otra chica, pero la apuesta de una cita no es mala, no es más que una cita y si al final decido no hacerlo, tampoco creo que Ken tenga suerte en besar a Lea. ¡Pss! No lo hará, Lea le arrojará algo si trata de besarla. Mimi podría arrojarme algo pesado a mí si amago con una cita. ¿Un beso? ¡Alto ahí! — Espera, niño. Nadie habló de besos. Dije que yo tendría que conseguir una cita y tú tendrías que conseguir un beso— repito los términos de mi desafío.
Maldición, ni siquiera puedo planearlo con Mimi como un engaño para reírme a costa de este crío, daba por hecho que así conseguiría una cita con ella. ¿Besarla? Mimi va a golpearme. —¿Y ahora también quieres que me tome tus pócimas malas?¿Tanta confianza te tienes?— lo provoco, no puedo creer lo fácil que este chico se monta en su pony unicornio. Espero que caiga rodando del arcoíris con el culo al piso cuando lo que termine besando sea la palma de Lea en una cachetada. Estaré ahí, en primera fila, riéndome de él y apuntándolo con mi dedo índice. —Quién ríe último, ríe mejor. Ya veremos quien bebe las pociones asquerosas— digo petulante, seguro de que mi risa sonará más fuerte al final.
Por supuesto que lo del patronus no lo iba a dejar pasar, me pongo de pie mientras rasco mi nuca. —No soy profesor, Ken. Sé algo de leyes, algo de mecánico, muy poco sobre teoría mágica, más allá de lo que aprendí como alumno del Royal en los cursos básicos…— lo pienso dos veces, él ni siquiera fue a un colegio donde le enseñaran a usar su varita, supongo que algo de lo que pueda compartirle le servirá. —Tengo entendido que esas formas animales están asociadas, la del animago es incluso mucho más íntima, que a veces tu patronus se adecúa a él. Pensé que eso podía darte una pista…— reconozco, no es lo más inteligente del mundo, es apenas tantear un poco en cosas que supongo.
—¿Quieres aprender a hacer un patronus entonces? Me sorprende que te arrojes a querer ser animago, cuando hay cosas que todavía no sabes— presiono en lo alto del puente de mi nariz, porque este chico se está saltando todas las leyes básicas de magia, está arrojando libros de teoría mágica por la ventana e improvisando con su varita. ¿Hay alguna manera de que esto acabe bien? No lo sé, tendré que estar detrás de él reparando lo que rompa. —Bien, haremos esto. Para conjurar tu patronus tienes que evocar un recuerdo feliz que te sirva de protección, tiene que ser un recuerdo muy, muy feliz— especifico. —Yo pienso en mis padres cuando trajeron a mi hermanita, por ejemplo. Y lo sé, es un recuerdo muy básico. Pero mi familia es mi lugar seguro en el mundo, pienso en ellos y siento que puedo contra todo lo malo. ¿Tienes algún recuerdo así que te sirva?
Maldición, ni siquiera puedo planearlo con Mimi como un engaño para reírme a costa de este crío, daba por hecho que así conseguiría una cita con ella. ¿Besarla? Mimi va a golpearme. —¿Y ahora también quieres que me tome tus pócimas malas?¿Tanta confianza te tienes?— lo provoco, no puedo creer lo fácil que este chico se monta en su pony unicornio. Espero que caiga rodando del arcoíris con el culo al piso cuando lo que termine besando sea la palma de Lea en una cachetada. Estaré ahí, en primera fila, riéndome de él y apuntándolo con mi dedo índice. —Quién ríe último, ríe mejor. Ya veremos quien bebe las pociones asquerosas— digo petulante, seguro de que mi risa sonará más fuerte al final.
Por supuesto que lo del patronus no lo iba a dejar pasar, me pongo de pie mientras rasco mi nuca. —No soy profesor, Ken. Sé algo de leyes, algo de mecánico, muy poco sobre teoría mágica, más allá de lo que aprendí como alumno del Royal en los cursos básicos…— lo pienso dos veces, él ni siquiera fue a un colegio donde le enseñaran a usar su varita, supongo que algo de lo que pueda compartirle le servirá. —Tengo entendido que esas formas animales están asociadas, la del animago es incluso mucho más íntima, que a veces tu patronus se adecúa a él. Pensé que eso podía darte una pista…— reconozco, no es lo más inteligente del mundo, es apenas tantear un poco en cosas que supongo.
—¿Quieres aprender a hacer un patronus entonces? Me sorprende que te arrojes a querer ser animago, cuando hay cosas que todavía no sabes— presiono en lo alto del puente de mi nariz, porque este chico se está saltando todas las leyes básicas de magia, está arrojando libros de teoría mágica por la ventana e improvisando con su varita. ¿Hay alguna manera de que esto acabe bien? No lo sé, tendré que estar detrás de él reparando lo que rompa. —Bien, haremos esto. Para conjurar tu patronus tienes que evocar un recuerdo feliz que te sirva de protección, tiene que ser un recuerdo muy, muy feliz— especifico. —Yo pienso en mis padres cuando trajeron a mi hermanita, por ejemplo. Y lo sé, es un recuerdo muy básico. Pero mi familia es mi lugar seguro en el mundo, pienso en ellos y siento que puedo contra todo lo malo. ¿Tienes algún recuerdo así que te sirva?
— ¡Beso o no hay trato! Si yo voy a arriesgar a que me arranquen la cara, tú también — levanto mis manos en el aire como si esa fuera mi última oferta y le sonrío burlón porque no, no me tengo nada de confianza, pero no puede negar que será divertido. Al menos, tendremos de qué reírnos la próxima vez hasta que todo esto de la animagia acabe y ya estemos aburridos de hablar de hechizos y procedimientos tediosos que pueden salir horriblemente mal — Según estos libros, tendrás que tragarte mis pelos y mi hoja masticada, así que es mejor que la poción salga bien y vayas preparando esos labios — le fastidio, moviendo mis cejas como si fuese algo tentador. Puaj.
No voy a mentir, me desilusiona un poco cuando se califica como alguien que no puede enseñar magia. Al menos, puedo hacerme una idea de hacia a dónde quería llegar con todo esto de lo del patronus y miro mi varita como si ahí dentro tuviese la respuesta a todos mis problemas — ¿Se puede practicar sin dementores? — pregunto, no muy seguro, aunque es un hechizo y supongo que no hace falta tener a la criatura enfrente para saber si mínimamente puedo conjurarlo. Asiento con la cabeza ante su duda, quizá en un gesto demasiado seguro y automático — Tengo entendido que un patronus es magia avanzada. No he ido a una escuela como la tuya, pero me enseñaron cosas en casa. Bueno… quizá básicas, pero si pude duelear con aurores y ministros… ¿Por qué no esto? — no quiero alimentarme el ego, pero no puede decir que soy malo con la magia. Sé que no estoy a nivel de un mago experimentado y estoy seguro de que muchos podrían conmigo, pero tampoco voy tan mal. Tal vez, en un par de años pueda ser más que bueno y eso me da ánimos como para soportar toda la mierda actual.
Eso sí, la parte del recuerdo feliz hace que lo mire como si me hubiese golpeado en la cara con una sartén. ¿Una memoria alegre, justo ahora? Su ejemplo no me sirve de mucho y hago un repaso entre las escenas que saltan en mi cabeza, algunas demasiado lejanas, otras demasiado angustiantes por pertenecer a un pasado que no puedo regresar. Por alguna razón, evito mirarlo y estoy más centrado en golpetear la varita contra mi palma — No lo sé… ¿El día en el cual Delilah y yo hicimos funcionar el bote que construí? — fue hace mucho, pero no puedo negar que hubo cierta emoción especial en ello. Me niego a pensar en cosas que incluyan personas que ya no están — Había pasado meses trabajando en ello a escondidas. Quería… ya sabes, alejarme del catorce, irnos por el arroyo a buscar lugares nuevos que sirvieran a los exploradores y demostrar que podía hacerlo. Se rompió por una tormenta y unas rocas, pero aún así… — levanto los ojos en su dirección — ¿Crees que funcione? ¿Cómo lo hago?
No voy a mentir, me desilusiona un poco cuando se califica como alguien que no puede enseñar magia. Al menos, puedo hacerme una idea de hacia a dónde quería llegar con todo esto de lo del patronus y miro mi varita como si ahí dentro tuviese la respuesta a todos mis problemas — ¿Se puede practicar sin dementores? — pregunto, no muy seguro, aunque es un hechizo y supongo que no hace falta tener a la criatura enfrente para saber si mínimamente puedo conjurarlo. Asiento con la cabeza ante su duda, quizá en un gesto demasiado seguro y automático — Tengo entendido que un patronus es magia avanzada. No he ido a una escuela como la tuya, pero me enseñaron cosas en casa. Bueno… quizá básicas, pero si pude duelear con aurores y ministros… ¿Por qué no esto? — no quiero alimentarme el ego, pero no puede decir que soy malo con la magia. Sé que no estoy a nivel de un mago experimentado y estoy seguro de que muchos podrían conmigo, pero tampoco voy tan mal. Tal vez, en un par de años pueda ser más que bueno y eso me da ánimos como para soportar toda la mierda actual.
Eso sí, la parte del recuerdo feliz hace que lo mire como si me hubiese golpeado en la cara con una sartén. ¿Una memoria alegre, justo ahora? Su ejemplo no me sirve de mucho y hago un repaso entre las escenas que saltan en mi cabeza, algunas demasiado lejanas, otras demasiado angustiantes por pertenecer a un pasado que no puedo regresar. Por alguna razón, evito mirarlo y estoy más centrado en golpetear la varita contra mi palma — No lo sé… ¿El día en el cual Delilah y yo hicimos funcionar el bote que construí? — fue hace mucho, pero no puedo negar que hubo cierta emoción especial en ello. Me niego a pensar en cosas que incluyan personas que ya no están — Había pasado meses trabajando en ello a escondidas. Quería… ya sabes, alejarme del catorce, irnos por el arroyo a buscar lugares nuevos que sirvieran a los exploradores y demostrar que podía hacerlo. Se rompió por una tormenta y unas rocas, pero aún así… — levanto los ojos en su dirección — ¿Crees que funcione? ¿Cómo lo hago?
—En serio, no sé de dónde sacas el coraje para mostrarte tan insolente con un mayor— digo, enderezando mi espalda para mostrarme como alguien que no se dejará atropellar tan fácil por alguien que tiene un par de años menos y que quiere imponer sus condiciones en este desafío. A mi juicio, conseguir una cita con Mimi de por sí será algo por lo que mereceré muchos elogios si lo consigo, si se trata de un beso estaré pisando una línea muy fina para caer rodando al peligro, puede golpearme muy fuerte o peor aún, hackearme la cuenta de Wizardface y quién sabe lo que puede pasar. Sé cómo podría resolver esto y ganar el desafío, la cuestión es que no estoy seguro de querer ganar tampoco, tendré que pensarlo por un par de días. ¿Vale arriesgarse para poner a un niño en su lugar? De todos modos, a Ken le llevará tiempo o tal vez toda una vida conseguir que Lea lo bese, ¡ja! Tengo tiempo.
Froto mi mentón en un gesto que deja ver que estoy pensando en su pregunta, atrás queda lo ridículo del acuerdo que hemos pactado sin la necesidad de estrechar manos, supongo que dentro de unos días cuando nos volveremos a ver y compartiremos el avance de nuestros logros, que tal vez no sean tales. —Suele practicarse en situaciones en que somos capaces de sentir miedo, de ahí también surge la motivación de hacerlo y pruebas que tan fuerte es tu recuerdo. Si practicas a la nada… no lo sé…—. Rasco mi coronilla, así las neuronas se mueven un poco y puedo pensar en una solución. —Para practicar… podemos practicar con lo que tenemos— propongo, repasando cada mueble de esta habitación, no es un espacio grande y se escucha el silencio en el resto de la casa.
—Un momento…— pido, dándome cuenta de una coincidencia que me saca una sonrisa. —¿Hablas de Delilah… Lilah?— la llamo por el apodo que ella me sugirió, que seguro hay otras Delilah, pero solo una que viene del mismo distrito donde él se ha escondido por años. Mi sonrisa se ensancha y arqueo una ceja, mirando de pies a cabeza a Ken. —Quién te ha visto y quién te ve, niño. Así que andabas haciendo planes de una escapada romántica con Lilah hace un tiempo y ahora andas queriendo besuquear a otra— bromeo, regodeándome de él. —Pues si te sirve para conjurar tu patronus, cuando piensas en ese recuerdo feliz con Lilah, recuerda que es una chica que tiene miedo al mundo y que un patronus tuyo podría salvarla. A ella, también a otras personas que te importan y se encuentran en peligro…—. No es que quiera presionarlo, bueno, sí, eso es lo que quiero. Que sienta que es una presión que conjure su patronus, a falta de miedo real por sí mismo, puede que le sirva el miedo por otros y el deseo de protegerlos. Porque puede que haya tomado un rumbo solitario del resto, eso no quiere decir que ellos hayan dejado de importarles, ¿no?
Froto mi mentón en un gesto que deja ver que estoy pensando en su pregunta, atrás queda lo ridículo del acuerdo que hemos pactado sin la necesidad de estrechar manos, supongo que dentro de unos días cuando nos volveremos a ver y compartiremos el avance de nuestros logros, que tal vez no sean tales. —Suele practicarse en situaciones en que somos capaces de sentir miedo, de ahí también surge la motivación de hacerlo y pruebas que tan fuerte es tu recuerdo. Si practicas a la nada… no lo sé…—. Rasco mi coronilla, así las neuronas se mueven un poco y puedo pensar en una solución. —Para practicar… podemos practicar con lo que tenemos— propongo, repasando cada mueble de esta habitación, no es un espacio grande y se escucha el silencio en el resto de la casa.
—Un momento…— pido, dándome cuenta de una coincidencia que me saca una sonrisa. —¿Hablas de Delilah… Lilah?— la llamo por el apodo que ella me sugirió, que seguro hay otras Delilah, pero solo una que viene del mismo distrito donde él se ha escondido por años. Mi sonrisa se ensancha y arqueo una ceja, mirando de pies a cabeza a Ken. —Quién te ha visto y quién te ve, niño. Así que andabas haciendo planes de una escapada romántica con Lilah hace un tiempo y ahora andas queriendo besuquear a otra— bromeo, regodeándome de él. —Pues si te sirve para conjurar tu patronus, cuando piensas en ese recuerdo feliz con Lilah, recuerda que es una chica que tiene miedo al mundo y que un patronus tuyo podría salvarla. A ella, también a otras personas que te importan y se encuentran en peligro…—. No es que quiera presionarlo, bueno, sí, eso es lo que quiero. Que sienta que es una presión que conjure su patronus, a falta de miedo real por sí mismo, puede que le sirva el miedo por otros y el deseo de protegerlos. Porque puede que haya tomado un rumbo solitario del resto, eso no quiere decir que ellos hayan dejado de importarles, ¿no?
Con lo que tenemos. No puedo decir que algo en este departamento me cause algo de temor, excepto la idea de que alguien caiga de sorpresa y me encuentre paseando en calzoncillos así pancho por la casa. No me molesta que sea Lea, ya ha pasado y todo eso, mi miedo va más que nada dirigido a la madre que sé que tiene y que según ella, jamás viene por aquí. Supongo que no puedo lanzarle un patronus a la mujer si se aparece, pero quizá es lo suficientemente inesperado como para permitirme escapar como un cobarde. En fin.
Todo este drama de luchar contra criaturas chupa almas se me sale de la mente cuando dice algo que, en efecto, hace que me sonroje. Creo que no hace falta aclarar de quién hablo si consideramos que solo hay una Delilah en el grupo con el cual he llegado a la red— No es así. Con Lilah es diferente, ella... bueno, es la chica que me gustó toda la vida, ya sabes. Es otro problema — uno que he decidido dejar atrás. Me abracé a la idea de que el catorce no es lo único que existe en un mundo mucho más oscuro del que imaginé y ahora hay cosas nuevas. Llorar por si ella me mira o no es algo que ya no tiene importancia. Algo de lo que dice me desconcierta un poco y lo miro con las cejas alzadas, hasta que una se curva — ¿No se suponía que debía ser un pensamiento alegre? Porque eso no me ayuda — admito. No creo ser tan masoquista.
Aún así, él es quien fue a la escuela así que voy a callarme la boca. Alzo la varita sin mucha fe en mi mismo, tomo algo de aire y lo largo con lentitud. Intento recordar ese día, la sensación embriagante de felicidad y orgullo por haberlo conseguido. Tengo la mente puesta en ello, cuando conjuro el hechizo y nada sucede. No me sorprende, pero aún así lo miro para que me diga qué estoy haciendo mal — Tal vez no es un recuerdo muy fuerte. Quizá… — intento recordar otra cosa, quizá la primera vez que me dieron una varita y pude hacer magia como un hechicero decente. Tal vez no es mucho, pero ahora no se me viene otra cosa. Lo malo es que, cuando intento hacerlo de nuevo, exploto la lámpara y me sobresalto hacia atrás, encogiéndome con la misma expresión de alguien que se ha mandado el peor error. Con una mueca, dejo la varita sobre la cama y levanto las manos — quizá deberíamos dejarlo por hoy — otro día, con la cabeza más despejada, puede que recuerde algo que valga la pena.
Todo este drama de luchar contra criaturas chupa almas se me sale de la mente cuando dice algo que, en efecto, hace que me sonroje. Creo que no hace falta aclarar de quién hablo si consideramos que solo hay una Delilah en el grupo con el cual he llegado a la red— No es así. Con Lilah es diferente, ella... bueno, es la chica que me gustó toda la vida, ya sabes. Es otro problema — uno que he decidido dejar atrás. Me abracé a la idea de que el catorce no es lo único que existe en un mundo mucho más oscuro del que imaginé y ahora hay cosas nuevas. Llorar por si ella me mira o no es algo que ya no tiene importancia. Algo de lo que dice me desconcierta un poco y lo miro con las cejas alzadas, hasta que una se curva — ¿No se suponía que debía ser un pensamiento alegre? Porque eso no me ayuda — admito. No creo ser tan masoquista.
Aún así, él es quien fue a la escuela así que voy a callarme la boca. Alzo la varita sin mucha fe en mi mismo, tomo algo de aire y lo largo con lentitud. Intento recordar ese día, la sensación embriagante de felicidad y orgullo por haberlo conseguido. Tengo la mente puesta en ello, cuando conjuro el hechizo y nada sucede. No me sorprende, pero aún así lo miro para que me diga qué estoy haciendo mal — Tal vez no es un recuerdo muy fuerte. Quizá… — intento recordar otra cosa, quizá la primera vez que me dieron una varita y pude hacer magia como un hechicero decente. Tal vez no es mucho, pero ahora no se me viene otra cosa. Lo malo es que, cuando intento hacerlo de nuevo, exploto la lámpara y me sobresalto hacia atrás, encogiéndome con la misma expresión de alguien que se ha mandado el peor error. Con una mueca, dejo la varita sobre la cama y levanto las manos — quizá deberíamos dejarlo por hoy — otro día, con la cabeza más despejada, puede que recuerde algo que valga la pena.
-Ajá...- es todo lo que digo, con un tonito insinuador de que si se trata de la chica que le ha gustado toda la vida, eso no es algo que se pueda pasar a la ligera. No sé lo que estar enamorado tanto tiempo, que a Beck Griffin no volví a verla después de los nueve años cuando se mudó de distrito, pero algo sé sobre estar muy enamorado porque me ha pasado al menos tres veces en la vida y la última vez que sentí algo así, puedo decir que me marcará por e resto de mi vida. Hablar de ello con un chico como Ken, no creo que le haga bien ni a él, ni a mí, que el mundo de por sí suele ser bastante desalentador y no necesita de mi colaboración. Tan desalentador como sus intentos de conjurar un patronus, que a la segunda vez que procura y no sucede nada, meneo la cabeza con mis labios fruncidos en un mohín de culpa por haberle echado demasiada presión. -¿Sabes qué? Tienes razón. Pero no te acostumbres a que te de la razón siempre...- aclaro, tampoco quiero que me vea como un maestro al que puede ablandar tan fácil. -Es demasiado para un solo día, tenemos que concentrarnos en una cosa a la vez o sino la magia se dispersa hacia cualquier lado- digo, sin estar muy seguro que sea así.
Busco dónde he tirado mi mochila en toda la habitación, la encuentro a medio cubrir por la cama y tiro de uno de los agarres para sacarlo de ahí. -Te dejaré en paz por hoy-. Me pienso dos veces si salir por la puerta o por la ventana, de todas maneras si algún vecino me ve, le dirá a la madre de Lea que hay un muchacho visitando la casa, aunque el verdadero problema sea el que está escondido en su dormitorio. Y un problema en todos los sentidos, le sonrío de lado al encaminarme a la puerta. -Buena suerte con Lea, y deséame suerte a mí, iré a invitar a una chica a una cita-. Si es que no me arrepiento a medio camino y vuelvo como zorro con la cola entre las patas. -Metete la maldita hoja en las muelas- es mi última indicación de profesor severo antes de irme con un portazo.
Busco dónde he tirado mi mochila en toda la habitación, la encuentro a medio cubrir por la cama y tiro de uno de los agarres para sacarlo de ahí. -Te dejaré en paz por hoy-. Me pienso dos veces si salir por la puerta o por la ventana, de todas maneras si algún vecino me ve, le dirá a la madre de Lea que hay un muchacho visitando la casa, aunque el verdadero problema sea el que está escondido en su dormitorio. Y un problema en todos los sentidos, le sonrío de lado al encaminarme a la puerta. -Buena suerte con Lea, y deséame suerte a mí, iré a invitar a una chica a una cita-. Si es que no me arrepiento a medio camino y vuelvo como zorro con la cola entre las patas. -Metete la maldita hoja en las muelas- es mi última indicación de profesor severo antes de irme con un portazo.
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