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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Lunes 10, Octubre
Es un poco tarde en la noche cuando llego a casa de mi madre, como no tengo un tiempo estimado de cuanto puede durar una charla con una noticia como la que tengo para compartir, he pasado primero por mi departamento a recoger las cosas que debía y no creo que pueda esperar al día siguiente para hablarlo con ella. Estuve a punto de llamarla varias veces desde que salí del consultorio del sanador, debatiéndome sobre cuál era la mejor de todas las maneras de contárselo, con el impulso de venir corriendo a ella como lo he hecho en otras ocasiones, a tirarme en la alfombra de su sala a llorar como lo hice cuando Riley se peleó conmigo hace unos meses o a dejarme morir por culpa de las náuseas hace unos días por culpa del encontronazo con Benedict Franco. Después del almuerzo de ayer, en que estuve echa un manojo de nervios por la imprecisión de saber si ese test casero había funcionado y en que le eché la culpa a la comida de sus tuppers por el malestar que no me abandonaba, no tengo idea de cómo se tomará que tendré un hijo. ¡YO! ¡Su hija! ¡Lara! ¡Un bebé!
Le he mencionado a mi madre muy al pasar que estuve viendo a alguien, si ella notó algo más no lo sé. Si a ella también ha llegado el rumor de que estuve visitando la oficina del ministro de Justicia en los últimos tres meses, no sé si lo creyó. ¡Vamos! Que hay muchos rumores sobre el ministro Powell, yo sé con certeza que los míos son ciertos, no afirmo, ni niego nada, a lo demás hago oídos sordos porque no lo sé. ¿Tendré que presentarlos formalmente? No lo hablé con Hans, en realidad prefiero preguntarle a mi madre primero. ¿Necesita conocer con que ADN he mezclado mi ADN? Se lo presentaría solo para darle la tranquilidad de que hay un 50% ¡de que no herede mi carácter! ¿Qué mejor noticia que esa? Estoy tan emocionada de ese 50%, no porque crea que el carácter de Hans es el ideal, porque en serio no lo es, pero creo que a grandes rasgos lo prefiero al mío. Por favor, de todas las cosas, que este bebé si tenga noción del peligro.
Estoy dando vueltas en el umbral de la puerta de mi madre como crup siguiendo sus dos colas, hasta que se abre y veo su figura recortada a contraluz. —¿No te desperté, verdad?— pregunto con culpa. Compruebo en mi reloj que es casi medianoche y acabo de llamarla para avisarle que estaba aquí, parada, meditando en las mil maneras de empezar. Hago lo de nunca, de todas las entradas avasallantes que he tenido en su casa, en esta ocasión lo que hago es rodear su cintura en un abrazo muy fuerte, ser de casi la misma estatura ayuda a que pueda acomodar mi cabeza cómodamente en su hombro. —Mamá, me he metido en un gran, gran problema. El más grande hasta ahora— murmuro, articulo cada palabra con lentitud y lo suelto en un suspiro. —Voy a tener un bebé.
Es un poco tarde en la noche cuando llego a casa de mi madre, como no tengo un tiempo estimado de cuanto puede durar una charla con una noticia como la que tengo para compartir, he pasado primero por mi departamento a recoger las cosas que debía y no creo que pueda esperar al día siguiente para hablarlo con ella. Estuve a punto de llamarla varias veces desde que salí del consultorio del sanador, debatiéndome sobre cuál era la mejor de todas las maneras de contárselo, con el impulso de venir corriendo a ella como lo he hecho en otras ocasiones, a tirarme en la alfombra de su sala a llorar como lo hice cuando Riley se peleó conmigo hace unos meses o a dejarme morir por culpa de las náuseas hace unos días por culpa del encontronazo con Benedict Franco. Después del almuerzo de ayer, en que estuve echa un manojo de nervios por la imprecisión de saber si ese test casero había funcionado y en que le eché la culpa a la comida de sus tuppers por el malestar que no me abandonaba, no tengo idea de cómo se tomará que tendré un hijo. ¡YO! ¡Su hija! ¡Lara! ¡Un bebé!
Le he mencionado a mi madre muy al pasar que estuve viendo a alguien, si ella notó algo más no lo sé. Si a ella también ha llegado el rumor de que estuve visitando la oficina del ministro de Justicia en los últimos tres meses, no sé si lo creyó. ¡Vamos! Que hay muchos rumores sobre el ministro Powell, yo sé con certeza que los míos son ciertos, no afirmo, ni niego nada, a lo demás hago oídos sordos porque no lo sé. ¿Tendré que presentarlos formalmente? No lo hablé con Hans, en realidad prefiero preguntarle a mi madre primero. ¿Necesita conocer con que ADN he mezclado mi ADN? Se lo presentaría solo para darle la tranquilidad de que hay un 50% ¡de que no herede mi carácter! ¿Qué mejor noticia que esa? Estoy tan emocionada de ese 50%, no porque crea que el carácter de Hans es el ideal, porque en serio no lo es, pero creo que a grandes rasgos lo prefiero al mío. Por favor, de todas las cosas, que este bebé si tenga noción del peligro.
Estoy dando vueltas en el umbral de la puerta de mi madre como crup siguiendo sus dos colas, hasta que se abre y veo su figura recortada a contraluz. —¿No te desperté, verdad?— pregunto con culpa. Compruebo en mi reloj que es casi medianoche y acabo de llamarla para avisarle que estaba aquí, parada, meditando en las mil maneras de empezar. Hago lo de nunca, de todas las entradas avasallantes que he tenido en su casa, en esta ocasión lo que hago es rodear su cintura en un abrazo muy fuerte, ser de casi la misma estatura ayuda a que pueda acomodar mi cabeza cómodamente en su hombro. —Mamá, me he metido en un gran, gran problema. El más grande hasta ahora— murmuro, articulo cada palabra con lentitud y lo suelto en un suspiro. —Voy a tener un bebé.
De todas las cosas extrañas que pueden pasar, que mi hija llame en plena medianoche para decirme que va a visitarme es de lo menos raro que me puede ocurrir en la vida a estas alturas de la película. No se lo tengo en cuenta porque sé que estos últimos meses ha estado más ocupada de lo habitual, y me alegra que se acuerde de que tiene una madre vieja a la que prestar un poco de su tiempo, aunque solo sea para llorarme porque se le ha incendiado la cocina. Con Lara nunca se sabe. Por eso no sé si debería preocuparme o limitarme a esperar a que haga acto de presencia para que mis cejas hagan lo suyo y se le quite la tontería de encima de lo que sea que haya hecho para que tenga lugar esta visita exprés e inesperada.
Apenas me da tiempo a salir de la cama, zapatillas de andar por casa puestas y bata enfundada, que el timbre de la puerta resuena por todo el pasillo. Un escalofrío me recorre el cuerpo por culpa del cambio de temporada al que todavía no me he acostumbrado, de manera que me rodeo el torso con la tela de la bata en lo que camino hasta la entrada. Abro la puerta para encontrarme con la diminuta figura de mi hija, ¿esta niña cuando fue la última vez que comió? ¡Está muy delgada! — Hija mía, duermo con un ojo abierto desde que naciste, estoy curada de espanto. — Francamente, que me despierte en mitad de la noche es lo más light a lo que estoy acostumbrada tratándose de Lara. — Ya, ya, seguro que no es tan malo. — Murmuro cuando me veo envuelta en su abrazo y tengo que rodearla con mis brazos, acariciando su espalda en un gesto suave para proporcionarle la seguridad que necesita. Y sí, definitivamente está muy delgada.
Sus siguientes palabras, no obstante, hacen que abra los ojos como platos, librándome de cualquier rastro de sueño que quedaba como si se trataran de una taza de café bien cargada. — Lara Scott. Qué estás diciendo. — No hace falta que se separe para que yo misma la tome del rostro para analizarlo. No es la primera vez que Lara me gasta una broma pesada, pero normalmente suele ser en compañía de sus amigos, y cuando tenía trece años. — Para, para, para. ¿Cómo que un bebé? ¿Con quién? Pero si nO ESTÁS CASADA. — Creo que me va a dar un infarto ahí mismo, en plena crisis apoteósica por la simple idea de que mi bebé está embarazada. Ya sé que los tiempos que corren ahora son diferentes, y que la gente de hoy en día no conoce lo que es el compromiso, ni siquiera como pareja, pero esto está a otro nivel. Si Powell está metido en esto voy a matarlo. — Haz el favor de pasar y contarme esto como dios manda antes de que a tu madre le dé un espasmo porque SU HIJA ESTÁ EMBARAZADA. — Ah, sí. Calma ante todo. Mohini respira.
Apenas me da tiempo a salir de la cama, zapatillas de andar por casa puestas y bata enfundada, que el timbre de la puerta resuena por todo el pasillo. Un escalofrío me recorre el cuerpo por culpa del cambio de temporada al que todavía no me he acostumbrado, de manera que me rodeo el torso con la tela de la bata en lo que camino hasta la entrada. Abro la puerta para encontrarme con la diminuta figura de mi hija, ¿esta niña cuando fue la última vez que comió? ¡Está muy delgada! — Hija mía, duermo con un ojo abierto desde que naciste, estoy curada de espanto. — Francamente, que me despierte en mitad de la noche es lo más light a lo que estoy acostumbrada tratándose de Lara. — Ya, ya, seguro que no es tan malo. — Murmuro cuando me veo envuelta en su abrazo y tengo que rodearla con mis brazos, acariciando su espalda en un gesto suave para proporcionarle la seguridad que necesita. Y sí, definitivamente está muy delgada.
Sus siguientes palabras, no obstante, hacen que abra los ojos como platos, librándome de cualquier rastro de sueño que quedaba como si se trataran de una taza de café bien cargada. — Lara Scott. Qué estás diciendo. — No hace falta que se separe para que yo misma la tome del rostro para analizarlo. No es la primera vez que Lara me gasta una broma pesada, pero normalmente suele ser en compañía de sus amigos, y cuando tenía trece años. — Para, para, para. ¿Cómo que un bebé? ¿Con quién? Pero si nO ESTÁS CASADA. — Creo que me va a dar un infarto ahí mismo, en plena crisis apoteósica por la simple idea de que mi bebé está embarazada. Ya sé que los tiempos que corren ahora son diferentes, y que la gente de hoy en día no conoce lo que es el compromiso, ni siquiera como pareja, pero esto está a otro nivel. Si Powell está metido en esto voy a matarlo. — Haz el favor de pasar y contarme esto como dios manda antes de que a tu madre le dé un espasmo porque SU HIJA ESTÁ EMBARAZADA. — Ah, sí. Calma ante todo. Mohini respira.
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—Perdón por eso— murmuro contra su cabello. No quiero detenerme en que por mi culpa duerme con un solo ojo y en las muchas largas noches en que llegué a casa a una hora más tarde que esta, para que también me recibiera envuelta en su bata, claro que en ese entonces lo hacía con los brazos cruzados en vez de un abrazo. Lo importante es que siempre estuvo para mí a la hora que fuera. ¿Y qué hay de esas veces en la que llegué cuando se estaba yendo a trabajar, solo para mostrarme como una adolescente furiosa que golpeaba la puerta de su habitación diciendo que nadie la entendía? Ay, por favor.
Con todo lo que ha pasado conmigo, todavía me dice que no puede ser tan malo viniendo de mí. Nunca podría contarle que siendo más joven fumaba de las mismas drogas de las que Riley siguió consumiendo de adulto, que me mezclé con colegas de papá que estaban en el tráfico de artefactos del taller, que casi sufrí el repudio o algo peor, que por años estuve metida en una relación de deuda con un funcionario del gobierno por ese favor, y esto último en especial no deberá ser mencionado jamás en todo lo que obligue a mi madre a estar en una misma habitación que Hans de ahora en más. Cuando pienso en todo esto, lo del bebé me parece lo más loco, aterrador y estúpido. Y de todas las peores cosas que podrían pasar, la mejor de todas.
Es una cosita que desde una fotografía oscura que se mueve casi sin revelar nada, pero que certifica su existencia me dice «Hola, me enteré que te gustan los líos, por eso vine». Y no me animé a decirle que no. Tal vez si Hans lo sugería, podía ser. Pero yo no podía decirle que no. Lo que demuestra cuánto ha cambiado todo en tan poco tiempo, porque creo que el NO rotundo hubiera estado en mis labios si otras fueran las circunstancias. Perdón, mamá, pero lo hubiera hecho. Sé que se lamenta de haber dejado ganar a papá en la elección de mi nombre, porque le hace falta un segundo nombre para reprenderme como se debe. Puedo entender su desconcierto, no que me salga con lo de tener un bebé dentro de un matrimonio. Esas cosas, en éstas épocas… —Mamaaaá— me quejo, y me pongo seria de pronto, tomándola por los hombros. —Tengo que decirte algo. No soy virgen, tengo treinta años y buena salud. No me estaba reservando para ningún matrimonio, ¿lo sabes, verdad?
Bien, puede que no debería estar bromeando sobre esto con mi madre en el umbral de entrada, así que la sigo al interior y hago el camino que ya conozco hasta su sillón para sentarme con las piernas cruzadas bajo mi cuerpo. Tiro a un lado el bolso de mano que llevo, con la esperanza de que pase un poco desapercibido o que no llame tanto la atención de entrada. —Lo que ha pasado es… lo que ya sabes… la historia de siempre de chico conoce a chica…— me encojo de hombros, evado la mirada de mi madre, nunca le he venido con el relato de una historia de este tipo, puede que alguna vez haya hecho un comentario. —He estado viendo a una persona durante el verano, a quien por cierto, le gusta mucho como cocinas… y tal vez, no fuimos tan cuidadosos como creímos. Te juro que fuimos cuidadosos. Pero algo que nos pasó... y hablé con él, vamos a tener a este bebé.
Con todo lo que ha pasado conmigo, todavía me dice que no puede ser tan malo viniendo de mí. Nunca podría contarle que siendo más joven fumaba de las mismas drogas de las que Riley siguió consumiendo de adulto, que me mezclé con colegas de papá que estaban en el tráfico de artefactos del taller, que casi sufrí el repudio o algo peor, que por años estuve metida en una relación de deuda con un funcionario del gobierno por ese favor, y esto último en especial no deberá ser mencionado jamás en todo lo que obligue a mi madre a estar en una misma habitación que Hans de ahora en más. Cuando pienso en todo esto, lo del bebé me parece lo más loco, aterrador y estúpido. Y de todas las peores cosas que podrían pasar, la mejor de todas.
Es una cosita que desde una fotografía oscura que se mueve casi sin revelar nada, pero que certifica su existencia me dice «Hola, me enteré que te gustan los líos, por eso vine». Y no me animé a decirle que no. Tal vez si Hans lo sugería, podía ser. Pero yo no podía decirle que no. Lo que demuestra cuánto ha cambiado todo en tan poco tiempo, porque creo que el NO rotundo hubiera estado en mis labios si otras fueran las circunstancias. Perdón, mamá, pero lo hubiera hecho. Sé que se lamenta de haber dejado ganar a papá en la elección de mi nombre, porque le hace falta un segundo nombre para reprenderme como se debe. Puedo entender su desconcierto, no que me salga con lo de tener un bebé dentro de un matrimonio. Esas cosas, en éstas épocas… —Mamaaaá— me quejo, y me pongo seria de pronto, tomándola por los hombros. —Tengo que decirte algo. No soy virgen, tengo treinta años y buena salud. No me estaba reservando para ningún matrimonio, ¿lo sabes, verdad?
Bien, puede que no debería estar bromeando sobre esto con mi madre en el umbral de entrada, así que la sigo al interior y hago el camino que ya conozco hasta su sillón para sentarme con las piernas cruzadas bajo mi cuerpo. Tiro a un lado el bolso de mano que llevo, con la esperanza de que pase un poco desapercibido o que no llame tanto la atención de entrada. —Lo que ha pasado es… lo que ya sabes… la historia de siempre de chico conoce a chica…— me encojo de hombros, evado la mirada de mi madre, nunca le he venido con el relato de una historia de este tipo, puede que alguna vez haya hecho un comentario. —He estado viendo a una persona durante el verano, a quien por cierto, le gusta mucho como cocinas… y tal vez, no fuimos tan cuidadosos como creímos. Te juro que fuimos cuidadosos. Pero algo que nos pasó... y hablé con él, vamos a tener a este bebé.
Si no me desmayo en ese preciso instante es porque mi hija me toma por los hombros y me endereza lo suficiente como para que sus palabras no pasen de un agujero a otro sin comprender ni una sola cosa de lo que dice. Vale, quizás esté exagerando. Si los rumores que he escuchado por ahí en el ministerio cada cuanto tiempo son verdad, y me los hubiera creído en su momento, mi reacción hubiera sido completamente distinta. O no. Creo que hubiera sido igual, incluso peor, de pensar que alguien ha embarazado a mi bebé. — Pero tú te crees que puedes darle esta noticia así a tu pobre madre, que está vieja, por poco no me caigo al suelo del susto. — Sé que Lara nunca fue la mujer más reflexiva, pero vamos, que va a esperar un hijo y me lo ha dicho como si se tratara de una venta de papeletas. Estas cosas se toman con tranquilidad y moderación, no como una bomba de relojería que ha explotado en mi cabeza por la sorpresa.
Con un gesto de mi mano hago que una tibia luz de mesita se encienda para iluminar ligeramente el salón, y me obligo a pasear de un lado a otro frente al sillón en que se sienta Lara mientras recita su explicación para tratar de asimilar lo que cuenta. — ¿Una persona? — La miro, alzando una ceja, pero manteniendo el rostro completamente serio, como quien espera de una respuesta concreta pese a que ya la conozco. — Me estás diciendo que llevas todo el verano viéndote con el ministro de Justicia, nada más ni nada menos, ¿y que ahora vais a tener un bebé juntos? — Retiro lo dicho. Mohini no te calmes, estás en todo tu derecho de reaccionar como se merece. — Ay, Lara, tesoro mío... ¿No podías buscarte a alguien menos enrevesado? — No se lo digo, pero cada vez me recuerda más a su padre. ¡Powell! En serio, esta hija mía me va a llevar a la locura cualquier día de estos. Ese mismo pensamiento lo expreso agitando mis manos en el aire a medida que hablo, continuando con mi paseito. — Así que ahí es a dónde ha ido a parar mi comida. Por favor, estás más escuálida que un palo raquítico, y eso no puede ser. ¡Vas a tener un bebé, por el amor de los cielos! — Ah, sí, ya lo acepté.
Tomo aire. Una, dos, tres veces, creo que me pierdo en la cuenta hasta que creo haberlo asumido, o al menos hacerme una idea, moviendo mi cuerpo para sentarme a su lado algo más calmada. — Tú sabes lo mucho que te quiero, ¿verdad? — Mi mano pasa a acariciar su mejilla, tan suave como la del bebé que siempre fue para mí. No llores, Mo, no llores. — Porque puedo cortarle las pelotas si piensa que va a dejarte sola en esto. — Oh, desde luego que lo haré, sin remordimientos además. — Si de verdad esto es lo que quieres, Lara, yo siempre te voy a apoyar, no importa en cuántos líos te metas, eres mi niña, jamás voy a darte la espalda. — No me importa que sea algo inesperado y precipitado, que no conozca a este tipo personalmente, si ella lo quiere, removeré cielo y tierra para que lo tenga. Al final, no me aguanto más y tengo que rodear su cabeza con una de mis manos mientras que la otra pasa a su espalda para apoyar su perfil en mi pecho, permitiéndome el acariciar su pelo como cuando era más niña y me lloraba por tonterías. — Que voy a ser abuela. — Sí, se me escapa la lagrimita.
Con un gesto de mi mano hago que una tibia luz de mesita se encienda para iluminar ligeramente el salón, y me obligo a pasear de un lado a otro frente al sillón en que se sienta Lara mientras recita su explicación para tratar de asimilar lo que cuenta. — ¿Una persona? — La miro, alzando una ceja, pero manteniendo el rostro completamente serio, como quien espera de una respuesta concreta pese a que ya la conozco. — Me estás diciendo que llevas todo el verano viéndote con el ministro de Justicia, nada más ni nada menos, ¿y que ahora vais a tener un bebé juntos? — Retiro lo dicho. Mohini no te calmes, estás en todo tu derecho de reaccionar como se merece. — Ay, Lara, tesoro mío... ¿No podías buscarte a alguien menos enrevesado? — No se lo digo, pero cada vez me recuerda más a su padre. ¡Powell! En serio, esta hija mía me va a llevar a la locura cualquier día de estos. Ese mismo pensamiento lo expreso agitando mis manos en el aire a medida que hablo, continuando con mi paseito. — Así que ahí es a dónde ha ido a parar mi comida. Por favor, estás más escuálida que un palo raquítico, y eso no puede ser. ¡Vas a tener un bebé, por el amor de los cielos! — Ah, sí, ya lo acepté.
Tomo aire. Una, dos, tres veces, creo que me pierdo en la cuenta hasta que creo haberlo asumido, o al menos hacerme una idea, moviendo mi cuerpo para sentarme a su lado algo más calmada. — Tú sabes lo mucho que te quiero, ¿verdad? — Mi mano pasa a acariciar su mejilla, tan suave como la del bebé que siempre fue para mí. No llores, Mo, no llores. — Porque puedo cortarle las pelotas si piensa que va a dejarte sola en esto. — Oh, desde luego que lo haré, sin remordimientos además. — Si de verdad esto es lo que quieres, Lara, yo siempre te voy a apoyar, no importa en cuántos líos te metas, eres mi niña, jamás voy a darte la espalda. — No me importa que sea algo inesperado y precipitado, que no conozca a este tipo personalmente, si ella lo quiere, removeré cielo y tierra para que lo tenga. Al final, no me aguanto más y tengo que rodear su cabeza con una de mis manos mientras que la otra pasa a su espalda para apoyar su perfil en mi pecho, permitiéndome el acariciar su pelo como cuando era más niña y me lloraba por tonterías. — Que voy a ser abuela. — Sí, se me escapa la lagrimita.
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¿Hay alguna manera de dar esta noticia? ¡Es que no tengo idea! No es como si hubiera planeado esto, como para haber buscado ideas por internet de cómo contárselo a mi madre y a mis amigos. ¿Tenía que traer músicos y un elefante? ¿Cantar delante de su casa? ¿No hubiera sido un poco exagerado? ¿Tendría que haber traído a Hans? ¿Por qué de pronto imagino su cara diciéndome «Ni lo sueñes»? —¡Pero, mamaaaá…! ¡No estás vieja! No digas tonterías, eres fuerte como un roble…— «viejo», por mi integridad, esto último no lo digo. Trato de calmarla en estos primeros síntomas que manifiesta de estar a punto de sufrir un infarto por mi culpa. ¡Pero hemos pasado antes por esto! Ha sobrevivido a cada uno de esos episodios con una salud robustecida. —¡Ni una manada de nietos podría tumbarte al suelo!— digo, y no dejo que pase el minuto antes de agregar con una sonrisa ladeada. —No será más de uno, te lo aseguro— froto sus brazos con mis palmas para que no se caiga, aquí, en su puerta.
Tengo una sensación de deja vú con esta escena de estar en el sillón de la sala, ella dando vueltas frente a mi nariz, que me tomo de las manos y pongo mi espalda recta como si estuviera a punto de declarar delante de un juez. Salto en mi defensa a su primera pregunta: —¡Sólo fue una persona, lo juro! ¡No me estuve viendo con dos o tres sujetos a la vez! Mo, ¿por qué tienes que pensar tan mal de tu hija?— finjo indignación llevándome una mano al pecho en una pose dramática, afectada por esa pregunta que malinterpreté a propósito para no tener que dar un nombre por el momento, que no hace falta porque ella lo sabe. Podría preguntarle cómo se ha enterado, pero podemos saltarnos esa parte. La eficiencia de las secretarias del ministerio es admirable, ojalá también lo sean en cuanto al papeleo.
—¿No te lo esperabas, verdad? Es muy irónico que de todos los hombres posibles, sea uno que se dedica a las leyes— creo que mi voz queda de fondo porque ella sigue, tengo que morderme los labios para contener la carcajada al definir a Hans en una sola palabra, que es enrevesada en sí misma. Siento el impulso de saltar en su defensa también. —Es un hombre complicado, pero cuando lo conoces mejor… se hace querer. Lo que pasa es que tiene muchas capas, ya sabes, como una cebolla… o un pastel. Es un muy buen pastel, Mo— se lo digo en confidencia. —¿Estás decepcionada?— pregunto, creo que es lo importante aquí. La miro con mis ojos de hija que necesita aprobación porque, después de todos estos años, todavía estoy pendiente de eso y es que no he sido la mejor hija en muchas ocasiones, tantas que he querido huir para que no sufra la decepción al saberse mis faltas. —¿Hubieras preferido que fuera alguien que sí sepa matemáticas, verdad?—. O solo alguien que no esté en ojo del huracán que es la vida política en este país.
Si darme de comer es lo que le hará feliz y que me perdone más fácil… todo, no me opondré a ello. —La verdad es que tengo mucha, mucha hambre— digo, abarcando toda la habitación con mis brazos. Obviemos que hace unas horas tuve una merienda con Meerah que era como tres almuerzos. Mi estómago no tiene suficiente de postres y platos cargados a rebosar, como mi corazón de niña nunca ha tenido suficiente de las veces que Mo me ha dicho que me quiere, recargo mi mejilla buscando la palma de su mano. —Lo sé— murmuro, con mi voz cargada de todo el amor que siento por ella, que ha sido mi única familia de sangre en el mundo todos estos años y ahora somos tres, porque hay una cosita que tiene su sangre y mi sangre, mezclada con la de otra familia claro. —Y te quiero mucho por tu oferta de castrarlo si es que no piensa hacerse cargo, pero las pelotas de Hans están a salvo porque sí lo hará y, de todas formas, el trabajo está hecho, no se puede revertir— sonrío para que lo haga conmigo, que las cosas son así y hemos pasado por muchas cosas, que esto no tiene por qué ser algo malo, tal vez de todos los problemas inesperados sea el mejor, me lo repito. Acuno su rostro con mis manos cuando habla de sí misma como una abuela, tengo que limpiar su lágrima con mi pulgar y es la imagen más tierna que tengo frente a mis ojos, que no me contengo de decir en una broma exagerada: —¿Te imaginas si fueran dos? ¿O si fueran tres? ¡Te vas a llenar de nietos, Mo! Y tendrás que alimentarme mucho.
Tengo una sensación de deja vú con esta escena de estar en el sillón de la sala, ella dando vueltas frente a mi nariz, que me tomo de las manos y pongo mi espalda recta como si estuviera a punto de declarar delante de un juez. Salto en mi defensa a su primera pregunta: —¡Sólo fue una persona, lo juro! ¡No me estuve viendo con dos o tres sujetos a la vez! Mo, ¿por qué tienes que pensar tan mal de tu hija?— finjo indignación llevándome una mano al pecho en una pose dramática, afectada por esa pregunta que malinterpreté a propósito para no tener que dar un nombre por el momento, que no hace falta porque ella lo sabe. Podría preguntarle cómo se ha enterado, pero podemos saltarnos esa parte. La eficiencia de las secretarias del ministerio es admirable, ojalá también lo sean en cuanto al papeleo.
—¿No te lo esperabas, verdad? Es muy irónico que de todos los hombres posibles, sea uno que se dedica a las leyes— creo que mi voz queda de fondo porque ella sigue, tengo que morderme los labios para contener la carcajada al definir a Hans en una sola palabra, que es enrevesada en sí misma. Siento el impulso de saltar en su defensa también. —Es un hombre complicado, pero cuando lo conoces mejor… se hace querer. Lo que pasa es que tiene muchas capas, ya sabes, como una cebolla… o un pastel. Es un muy buen pastel, Mo— se lo digo en confidencia. —¿Estás decepcionada?— pregunto, creo que es lo importante aquí. La miro con mis ojos de hija que necesita aprobación porque, después de todos estos años, todavía estoy pendiente de eso y es que no he sido la mejor hija en muchas ocasiones, tantas que he querido huir para que no sufra la decepción al saberse mis faltas. —¿Hubieras preferido que fuera alguien que sí sepa matemáticas, verdad?—. O solo alguien que no esté en ojo del huracán que es la vida política en este país.
Si darme de comer es lo que le hará feliz y que me perdone más fácil… todo, no me opondré a ello. —La verdad es que tengo mucha, mucha hambre— digo, abarcando toda la habitación con mis brazos. Obviemos que hace unas horas tuve una merienda con Meerah que era como tres almuerzos. Mi estómago no tiene suficiente de postres y platos cargados a rebosar, como mi corazón de niña nunca ha tenido suficiente de las veces que Mo me ha dicho que me quiere, recargo mi mejilla buscando la palma de su mano. —Lo sé— murmuro, con mi voz cargada de todo el amor que siento por ella, que ha sido mi única familia de sangre en el mundo todos estos años y ahora somos tres, porque hay una cosita que tiene su sangre y mi sangre, mezclada con la de otra familia claro. —Y te quiero mucho por tu oferta de castrarlo si es que no piensa hacerse cargo, pero las pelotas de Hans están a salvo porque sí lo hará y, de todas formas, el trabajo está hecho, no se puede revertir— sonrío para que lo haga conmigo, que las cosas son así y hemos pasado por muchas cosas, que esto no tiene por qué ser algo malo, tal vez de todos los problemas inesperados sea el mejor, me lo repito. Acuno su rostro con mis manos cuando habla de sí misma como una abuela, tengo que limpiar su lágrima con mi pulgar y es la imagen más tierna que tengo frente a mis ojos, que no me contengo de decir en una broma exagerada: —¿Te imaginas si fueran dos? ¿O si fueran tres? ¡Te vas a llenar de nietos, Mo! Y tendrás que alimentarme mucho.
Suelto un suspiro exagerado a la par que acompaño mi actuación dramática con un gesto de mi mano que deja bien en claro que, si bien no me considero un vejestorio por el momento, mis arrugas me están saliendo, y no precisamente porque las esté obligando a salir a propósito como resultado a cualquier cosa que me haga mostrarme en desagrado. — ¡Eso díselo a mis rodillas por las mañanas! — Digo lo suficientemente seria para sonar una pizca de convincente, pese a que se me escapa una sonrisa ladina después. Esa misma que se esfuma cuando habla de una plaga de nietos, porque sí, lo dijo en plural. NIETOS. No nieto. — ¡No lo digas muy alto que luego vienen los arrepentimientos! — No que se vaya a arrepentir de tener un hijo, eso jamás voy a permitir que acuda como pensamiento a su cabeza porque, hablando de casos extremos, ella no está sola, pero la idea de tener muchos nietos cuando ni siquiera ha nacido el primero... Sólo no.
La miro como si me estuviera contando la mayor milonga de la historia, sin saber muy bien qué reacción espera de una madre a la que le ha tocado la lotería con una hija que, pese a adorar con toda mi alma, no ha sido fácil de criar, ni mucho menos. Un mono habría sido menos difícil y desde luego mucho más obediente. — ¿En serio me estás haciendo esa pregunta, Scott? — Dije que se me parecía mucho a mi marido, lo evidencio en la forma que tengo de acotar la pregunta con su apellido como hacía con él cuando se metía en un lío. — Si sólo me dieras una razón para pensar algo bueno cuando te presentas en casa a media noche... sólo UNA. Me harías la madre más feliz del mundo. — Sabe que estoy bromeando, se me escapa una risita entre dientes, más cómica que otra cosa, y la acompaño con un meneito de mi cabeza mientras la miro como si volviera a tener quince años.
Ya no es una niña, eso lo sé, no necesito la noticia que acaba de soltar para darme cuenta. Bueno, en verdad sí, pero eso es otra tema. — En especial sabiendo lo mucho que te gusta saltarte las normas. ¿Significa esto que ya has madurado y no necesitas que te explique las consecuencias de tus actos? — Con eso de que es juez y esas cosas, además de ministro... Puede que lo que mi hija necesitaba todo este tiempo para asentar la cabeza con respecto a su insubordinación para acatar las reglas, ya sea de esta casa o del propio país, era un hombre que se dedique a imponerlas. Qué interesante. — Por qué no me sorprende... ¿Cuándo tú no te metiste en algo complicado? — Si cuando no era más que un moco con patas ya era una cabezota redomada, no sé en qué momento pensé que no lo seguiría siendo cuando creciera. Me río ante el recuerdo, pero es una risa tan baja que apenas rompe en la conversación. — El problema con los pasteles, ratita, es que las capas más dulces siempre están en el exterior. No quiero que salgas lastimada de esto si es que él no tiene las cosas claras, me da igual que tan guapo sea o lo que se haga querer. — La estrujo entre mis brazos, tan fuerte que no quiero soltarla pese a que siento que la estoy ahogando. Le marco un besito en la frente antes de suspirar otra vez dramáticamente, soltándola ante su comentario. — Pues sí. Esos tienen la suerte de que siempre puedes resolverlos. — Apunto, como si los hombres no fueran más que un problema matemático que nosotras estamos en la obligación de solucionar. Hans Powell... Parece uno de esos que dan un resultado diferente cada vez que intentas descifrarlos. Por suerte para ella, soy una experta en matemáticas, y si este quiere jugar a las ecuaciones conmigo, que sepa que no acepto números negativos.
Una sonrisa enorme asoma por mis labios cuando afirma tener hambre, sintiéndome por un momento como mi abuela debía hacerlo al presentarme en su casa con el estómago vacío. Acepto en este preciso instante, que voy a ser una de esas abuelitas que ceban a sus nietos en las meriendas hasta reventar. — ¿Qué es lo que te apetece? — Cojo sus manos, mirándola a los ojos con la ilusión plasmada. Sabe que en esta casa hay siempre de todo, y si no, tardo cinco minutos en prepararle lo que quiera. Solo tiene que pedirlo, que yo se lo traeré. — Bueno, ¡por esta vez! Pero como a ese Powell se le ocurra si quiera pensarlo, me encargaré de que conozcan su apellido, ¡y no precisamente por su fama entre mujeres! — Sí, no soy tonta, escucho los rumores, aunque no todos me los crea porque ya sabemos todos como funciona, un pajarito dice una cosa y el siguiente le añade un unicornio. — ¿Entonces cuando me lo vas a presentar? — Porque espero que no piense que será cuando esté en una habitación de hospital a punto de dar a luz. — ¡Ay, calla, mujer! ¿Tú quieres que acabe hoy en una ambulancia o qué? — Me llevo una mano a la frente, agitando la cabeza. En el fondo, me gusta la idea de que voy a ser abuela, sea de uno, dos, tres o los bebés que sean.
La miro como si me estuviera contando la mayor milonga de la historia, sin saber muy bien qué reacción espera de una madre a la que le ha tocado la lotería con una hija que, pese a adorar con toda mi alma, no ha sido fácil de criar, ni mucho menos. Un mono habría sido menos difícil y desde luego mucho más obediente. — ¿En serio me estás haciendo esa pregunta, Scott? — Dije que se me parecía mucho a mi marido, lo evidencio en la forma que tengo de acotar la pregunta con su apellido como hacía con él cuando se metía en un lío. — Si sólo me dieras una razón para pensar algo bueno cuando te presentas en casa a media noche... sólo UNA. Me harías la madre más feliz del mundo. — Sabe que estoy bromeando, se me escapa una risita entre dientes, más cómica que otra cosa, y la acompaño con un meneito de mi cabeza mientras la miro como si volviera a tener quince años.
Ya no es una niña, eso lo sé, no necesito la noticia que acaba de soltar para darme cuenta. Bueno, en verdad sí, pero eso es otra tema. — En especial sabiendo lo mucho que te gusta saltarte las normas. ¿Significa esto que ya has madurado y no necesitas que te explique las consecuencias de tus actos? — Con eso de que es juez y esas cosas, además de ministro... Puede que lo que mi hija necesitaba todo este tiempo para asentar la cabeza con respecto a su insubordinación para acatar las reglas, ya sea de esta casa o del propio país, era un hombre que se dedique a imponerlas. Qué interesante. — Por qué no me sorprende... ¿Cuándo tú no te metiste en algo complicado? — Si cuando no era más que un moco con patas ya era una cabezota redomada, no sé en qué momento pensé que no lo seguiría siendo cuando creciera. Me río ante el recuerdo, pero es una risa tan baja que apenas rompe en la conversación. — El problema con los pasteles, ratita, es que las capas más dulces siempre están en el exterior. No quiero que salgas lastimada de esto si es que él no tiene las cosas claras, me da igual que tan guapo sea o lo que se haga querer. — La estrujo entre mis brazos, tan fuerte que no quiero soltarla pese a que siento que la estoy ahogando. Le marco un besito en la frente antes de suspirar otra vez dramáticamente, soltándola ante su comentario. — Pues sí. Esos tienen la suerte de que siempre puedes resolverlos. — Apunto, como si los hombres no fueran más que un problema matemático que nosotras estamos en la obligación de solucionar. Hans Powell... Parece uno de esos que dan un resultado diferente cada vez que intentas descifrarlos. Por suerte para ella, soy una experta en matemáticas, y si este quiere jugar a las ecuaciones conmigo, que sepa que no acepto números negativos.
Una sonrisa enorme asoma por mis labios cuando afirma tener hambre, sintiéndome por un momento como mi abuela debía hacerlo al presentarme en su casa con el estómago vacío. Acepto en este preciso instante, que voy a ser una de esas abuelitas que ceban a sus nietos en las meriendas hasta reventar. — ¿Qué es lo que te apetece? — Cojo sus manos, mirándola a los ojos con la ilusión plasmada. Sabe que en esta casa hay siempre de todo, y si no, tardo cinco minutos en prepararle lo que quiera. Solo tiene que pedirlo, que yo se lo traeré. — Bueno, ¡por esta vez! Pero como a ese Powell se le ocurra si quiera pensarlo, me encargaré de que conozcan su apellido, ¡y no precisamente por su fama entre mujeres! — Sí, no soy tonta, escucho los rumores, aunque no todos me los crea porque ya sabemos todos como funciona, un pajarito dice una cosa y el siguiente le añade un unicornio. — ¿Entonces cuando me lo vas a presentar? — Porque espero que no piense que será cuando esté en una habitación de hospital a punto de dar a luz. — ¡Ay, calla, mujer! ¿Tú quieres que acabe hoy en una ambulancia o qué? — Me llevo una mano a la frente, agitando la cabeza. En el fondo, me gusta la idea de que voy a ser abuela, sea de uno, dos, tres o los bebés que sean.
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—¡Arrepentimientos! ¡Mohini! ¿Cómo puedes llamar así de tus nietos imaginarios?— exagero en su mismo tono dramático, y es que me tienta mucho reírme a su costa cuando se pone a gritar al cielo como si fueran a caer todas las calamidades en forma de siete plagas. ¿Qué tanto puede cambiar el mundo que conocemos? Me he resignado a que las cosas son como son, a que no hay cambio que valga, que si algo pasa es para peor, que no hay otro mundo que este para que un bebé nazca, que tal vez pueda hacer algo bueno que dure en el tiempo. Estará mi madre para cuestionarme cada cosa que haga, marcarme lo que está mal y puede que en la mayoría de las ocasiones, siga sin hacerle caso, pero contaré con ella para que no hacer de esto un completo desastre.
Vuelvo a tener dieciocho años ante esa pregunta que pone en evidencia todo el mérito que he hecho para que mi madre ponga en entredicho mi reputación. Entrecierro un ojo, como si no quisiera ver su expresión disgustada, para evadir esa regañina que sé que vendrá. Pero la sonrisa que disimulo con un mohín de mis labios es parecida a la suya. —¡Pues si! ¡Una noche podría llegar a deshoras a contarte que gané la lotería!— improviso, que no todo tiene por qué ser una alarma de emergencia conmigo. ¡Vamos! ¡Qué me he portado bien los últimos años! Hago el cálculo mental, creo que en los últimos dos años no le he caído en la madrugada con una sorpresa desagradable, salvo esa vez que la llame porque estaba desecha sobre el inodoro con el estómago revuelto. ¡Pero estaba enferma! Lo bueno de irme a vivir sola apenas empecé a trabajar es que mi madre nunca tuvo que volver a verme destrozada por haber combinado más bebidas de las que debía y otras cosas. Desde entonces ha pasado un tiempo… —Alguna madrugada vendré a decirte que me he vuelto millonaria y que te compraré una mansión en el distrito cuatro, con hombrezuelos y juegos de azar. Que seas la madre más feliz del mundo es todo lo que quiero— le aseguro con una vehemencia a tono con sus exclamaciones.
—Yo no diría que he madurado… MADURADO con todas las letras— la atajo, poniendo mis manos por delante para que no se emocione más de la cuenta, que sus expectativas suban tanto y que me encuentre una vez demasiado lejos de alcanzarlas, me ha pasado toda la vida y no quiero volver a eso con treinta años. No me gusta que mi madre se decepcione porque tengo esa habilidad tan mía de boicotearme como nadie, de tropezarme con mis propios pies y es por eso que me costó aprender a caminar, que tenía casi dos años cuando me pude mantener sobre mis pies y andar en una línea más o menos recta, más curva que recta. Me encojo de hombros a modo de disculpa por mi gusto insano por lo complicado. —Pero, Mo…— musito, sacando como puedo mi cabeza de entre sus brazos que me estrujan con fuerza, tengo los míos tiesos contra mi cuerpo. —Es que las capas exteriores de ese pastel son muy, muy dulces. ¿Es que tú no lo has visto? No será tan guapo como el ministro Weynart y a ti tal vez te guste más el ministro Helmuth, pero no me puedes negar que el ministro Powell tiene lo suyo…— hago de esto una broma con mi tono insinuante, arqueo mis cejas con picardía, pero me guardo su consejo en el mismo bolsillo donde se esconde el miedo de que nada de esto acabe bien, estoy tratando de sobreponerme a ese temor y lo que dice mi madre me lo recuerda tan patente. — Tiene unos ojos azules… ¡dos ojos azules!— sigo con mi tonito chistoso, la risa hace que mi voz tiemble al continuar: —Y unos brazos debajo de esos trajes, Mohini, unas manos…—. Basta, que es mi madre.
Cierro mis manos sobre mi vientre al preguntarme qué quiero de comer. —No te lo vas a creer,— murmuro, sorprendida de mi misma, creo que mi rostro acompaña con una expresión confundida. —Me ha dado ganas de comer un pastel de chocolate—. ¡Culpa de la metáfora de los pasteles! No daré alas a la amenaza de castración de mi madre, ni a echaré leña al fuego sobre la fama de pasillo que tiene Hans, así que me quedo calladita y finjo que no sé de qué me habla cuando hace su siguiente pregunta. —¿A quién? Al bebé lo conoceremos dentro de nueve meses—. Si tan solo me falta que me ponga a silbar, ¿cuándo es que le tengo que presentar el padre de mi hijo a mi madre? ¿Hay un momento para eso? ¿Navidad? ¿Baby Shower? ¿El día del nacimiento? —Mamá, no te sulfures, se te va a subir la presión…— me burlo de ella y señalo a mi vientre con ambas manos. —¡Con suerte de aquí saldrá un bebé pequeño como una nuez! Con esta estatura mía, no estoy hecha para tener dos o tres. ¡Por Morgana! ¿Dónde se acomodarían todos esos bebés en mi metro y medio? ¡Olvídalo! ¡No hay manera! Ya con un bebé seré un hongo gordo dentro de nueve meses— me echo el sillón con el mismo pico de drama que usa ella.
Vuelvo a tener dieciocho años ante esa pregunta que pone en evidencia todo el mérito que he hecho para que mi madre ponga en entredicho mi reputación. Entrecierro un ojo, como si no quisiera ver su expresión disgustada, para evadir esa regañina que sé que vendrá. Pero la sonrisa que disimulo con un mohín de mis labios es parecida a la suya. —¡Pues si! ¡Una noche podría llegar a deshoras a contarte que gané la lotería!— improviso, que no todo tiene por qué ser una alarma de emergencia conmigo. ¡Vamos! ¡Qué me he portado bien los últimos años! Hago el cálculo mental, creo que en los últimos dos años no le he caído en la madrugada con una sorpresa desagradable, salvo esa vez que la llame porque estaba desecha sobre el inodoro con el estómago revuelto. ¡Pero estaba enferma! Lo bueno de irme a vivir sola apenas empecé a trabajar es que mi madre nunca tuvo que volver a verme destrozada por haber combinado más bebidas de las que debía y otras cosas. Desde entonces ha pasado un tiempo… —Alguna madrugada vendré a decirte que me he vuelto millonaria y que te compraré una mansión en el distrito cuatro, con hombrezuelos y juegos de azar. Que seas la madre más feliz del mundo es todo lo que quiero— le aseguro con una vehemencia a tono con sus exclamaciones.
—Yo no diría que he madurado… MADURADO con todas las letras— la atajo, poniendo mis manos por delante para que no se emocione más de la cuenta, que sus expectativas suban tanto y que me encuentre una vez demasiado lejos de alcanzarlas, me ha pasado toda la vida y no quiero volver a eso con treinta años. No me gusta que mi madre se decepcione porque tengo esa habilidad tan mía de boicotearme como nadie, de tropezarme con mis propios pies y es por eso que me costó aprender a caminar, que tenía casi dos años cuando me pude mantener sobre mis pies y andar en una línea más o menos recta, más curva que recta. Me encojo de hombros a modo de disculpa por mi gusto insano por lo complicado. —Pero, Mo…— musito, sacando como puedo mi cabeza de entre sus brazos que me estrujan con fuerza, tengo los míos tiesos contra mi cuerpo. —Es que las capas exteriores de ese pastel son muy, muy dulces. ¿Es que tú no lo has visto? No será tan guapo como el ministro Weynart y a ti tal vez te guste más el ministro Helmuth, pero no me puedes negar que el ministro Powell tiene lo suyo…— hago de esto una broma con mi tono insinuante, arqueo mis cejas con picardía, pero me guardo su consejo en el mismo bolsillo donde se esconde el miedo de que nada de esto acabe bien, estoy tratando de sobreponerme a ese temor y lo que dice mi madre me lo recuerda tan patente. — Tiene unos ojos azules… ¡dos ojos azules!— sigo con mi tonito chistoso, la risa hace que mi voz tiemble al continuar: —Y unos brazos debajo de esos trajes, Mohini, unas manos…—. Basta, que es mi madre.
Cierro mis manos sobre mi vientre al preguntarme qué quiero de comer. —No te lo vas a creer,— murmuro, sorprendida de mi misma, creo que mi rostro acompaña con una expresión confundida. —Me ha dado ganas de comer un pastel de chocolate—. ¡Culpa de la metáfora de los pasteles! No daré alas a la amenaza de castración de mi madre, ni a echaré leña al fuego sobre la fama de pasillo que tiene Hans, así que me quedo calladita y finjo que no sé de qué me habla cuando hace su siguiente pregunta. —¿A quién? Al bebé lo conoceremos dentro de nueve meses—. Si tan solo me falta que me ponga a silbar, ¿cuándo es que le tengo que presentar el padre de mi hijo a mi madre? ¿Hay un momento para eso? ¿Navidad? ¿Baby Shower? ¿El día del nacimiento? —Mamá, no te sulfures, se te va a subir la presión…— me burlo de ella y señalo a mi vientre con ambas manos. —¡Con suerte de aquí saldrá un bebé pequeño como una nuez! Con esta estatura mía, no estoy hecha para tener dos o tres. ¡Por Morgana! ¿Dónde se acomodarían todos esos bebés en mi metro y medio? ¡Olvídalo! ¡No hay manera! Ya con un bebé seré un hongo gordo dentro de nueve meses— me echo el sillón con el mismo pico de drama que usa ella.
– ¡A ver si es verdad! – Respondo a su broma como si de verdad me creyera que fuera a ganar la lotería, agitando las manos a ambos lados de mi cabeza con el mismo tono dramático que ella. A veces me pregunto de dónde sacó ese sentido para la dramaturgia, porque está claro que de mí no lo hizo. – Hija mía, ya soy la madre más feliz del universo desde el día en que naciste, pero con esta noticia créeme que lo soy aún más. – Sonrío, y esta vez me controlo de volver a arroparla entre mis brazos. Ahora que ya se me han pasado los calores y puedo pensar con algo más de tranquilidad, la idea de tener un nieto o una nieta a la cual mimar como hice en su momento con Lara, me llena de alegría por dentro. Y es que estos niños crecen tan rápido, que no sé en qué momento pasó que mi niña se convirtió en una mujer adulta. Si no lo veo no lo creo.
Ruedo los ojos, pero sin poder evitar que se me escape una sonrisa porque después de todo, sigue siendo la misma chica que crié. Ese culo inquieto que no podía pasar mas de dos horas seguidas sin meter el hocico en algún embrollo, por minúsculo que fuera el problema siempre tenía que estar ella en el medio. No sé por qué esperaba que un hombre fuera a cambiar eso. – Hacen falta algo más que unos buenos brazos musculosos para hacerte cambiar de parecer, ¿verdad? – En el fondo, me alegro por eso, corren tiempos donde nunca es bueno depender de nadie, aunque conociendo a Lara, sé que eso no pasará, es demasiado orgullosa como para dejar que alguien tome decisiones por ella. Ni siquiera cuando se trata de un tipo con la cara bonita y cuerpo de lienzo, ese mismo que de un momento para otro se me pone a describir como si la que tuviera sentada frente a ella no fuera su madre. Por ese mismo motivo, creo que la expresión de mi cara tiene que ser un cuadro cuando insinúa que a mí me debe gustar el ministro de salud. – ¡Lara, por favor! Sabes que yo solo tengo ojos para tu padre, ¡o los tenía al menos! – Es cierto, cuando dije que solo me había enamorado una vez y que esa misma vez sería la única, es porque lo decía en serio. – Yaaaa, ya, ya, quita, tengo suficiente con saber que el bebé es suyo, ¡no necesito que me cuentes como es en la cama también, Scott, y mucho menos imágenes mentales! – Muevo las manos, como para espantar cualquier posible imagen de mi hija con el susodicho, cerrando los ojos y poniendo entre cara de asquito y de risa. Estoy mayor para estas cosas.
Suelto un bufido gracioso cuando confiesa tener ganas de un trozo de pastel, y me ahorro el decir que por la tontería a mí tampoco me importaría comerlo, más ahora que tengo la tensión más baja que un anciano de ochenta. – No tengo pastel, pero hice un bizcocho con nueces hace unos días que por suerte para ti y para tu nuevo inquilino, creo que aun queda. – Eso me recuerda que a partir de ahora voy a tener que cuidar más de la cuenta los condimentos en mis recetas, en caso de que vaya a dañar la salud del bebé. Lo que me recuerda… – ¿Vas a seguir viviendo en el apartamento? Sobra decir que puedes volver con tu madre si el embarazo se hace muy duro de sobrellevar, ya sabes, tengo experiencia, y no fuiste precisamente un bebé dormilón, empezaste a dar patadas incluso antes de que te salieran pies. – Bromeo, si es que eso es posible. La esperan nueve meses que no van a ser fáciles, ya no solo por el esfuerzo físico que requiere crear un pequeño ser humano, sino porque el ambiente que se avecina en los próximos meses no es especialmente bueno. Además, ¿no quería hacerme la madre más feliz del mundo?
– ¿Cómo que a quién? ¿Esperas que no vaya a conocer al padre de mi nieto antes de que nazca? Como tú veas, puedo cogerlo en banda cualquier día en el ministerio… – Si ella no va a presentármelo, no tengo problema en hacer una aparición estelar en medio de su despacho con la excusa de un arreglo. No serán las mejores formas, pero si no va a dejarme otra elección… – ¡Como te gusta dramatizar, hija mía! El cuerpo de una mujer está preparado para estas cosas, te sorprenderías si te contara la cantidad de experiencias corporales raras que vas a tener en estos meses, y si son dos bebés, ¡que sean dos! ¡Si una vez sale uno el otro va lanzado! – Se me escapa la risa. Luego no hablo solo de que te crezca la barriga, que es el cambio físico más notable en una embarazada, sino otros detalles que aprenderá con el tiempo.
Ruedo los ojos, pero sin poder evitar que se me escape una sonrisa porque después de todo, sigue siendo la misma chica que crié. Ese culo inquieto que no podía pasar mas de dos horas seguidas sin meter el hocico en algún embrollo, por minúsculo que fuera el problema siempre tenía que estar ella en el medio. No sé por qué esperaba que un hombre fuera a cambiar eso. – Hacen falta algo más que unos buenos brazos musculosos para hacerte cambiar de parecer, ¿verdad? – En el fondo, me alegro por eso, corren tiempos donde nunca es bueno depender de nadie, aunque conociendo a Lara, sé que eso no pasará, es demasiado orgullosa como para dejar que alguien tome decisiones por ella. Ni siquiera cuando se trata de un tipo con la cara bonita y cuerpo de lienzo, ese mismo que de un momento para otro se me pone a describir como si la que tuviera sentada frente a ella no fuera su madre. Por ese mismo motivo, creo que la expresión de mi cara tiene que ser un cuadro cuando insinúa que a mí me debe gustar el ministro de salud. – ¡Lara, por favor! Sabes que yo solo tengo ojos para tu padre, ¡o los tenía al menos! – Es cierto, cuando dije que solo me había enamorado una vez y que esa misma vez sería la única, es porque lo decía en serio. – Yaaaa, ya, ya, quita, tengo suficiente con saber que el bebé es suyo, ¡no necesito que me cuentes como es en la cama también, Scott, y mucho menos imágenes mentales! – Muevo las manos, como para espantar cualquier posible imagen de mi hija con el susodicho, cerrando los ojos y poniendo entre cara de asquito y de risa. Estoy mayor para estas cosas.
Suelto un bufido gracioso cuando confiesa tener ganas de un trozo de pastel, y me ahorro el decir que por la tontería a mí tampoco me importaría comerlo, más ahora que tengo la tensión más baja que un anciano de ochenta. – No tengo pastel, pero hice un bizcocho con nueces hace unos días que por suerte para ti y para tu nuevo inquilino, creo que aun queda. – Eso me recuerda que a partir de ahora voy a tener que cuidar más de la cuenta los condimentos en mis recetas, en caso de que vaya a dañar la salud del bebé. Lo que me recuerda… – ¿Vas a seguir viviendo en el apartamento? Sobra decir que puedes volver con tu madre si el embarazo se hace muy duro de sobrellevar, ya sabes, tengo experiencia, y no fuiste precisamente un bebé dormilón, empezaste a dar patadas incluso antes de que te salieran pies. – Bromeo, si es que eso es posible. La esperan nueve meses que no van a ser fáciles, ya no solo por el esfuerzo físico que requiere crear un pequeño ser humano, sino porque el ambiente que se avecina en los próximos meses no es especialmente bueno. Además, ¿no quería hacerme la madre más feliz del mundo?
– ¿Cómo que a quién? ¿Esperas que no vaya a conocer al padre de mi nieto antes de que nazca? Como tú veas, puedo cogerlo en banda cualquier día en el ministerio… – Si ella no va a presentármelo, no tengo problema en hacer una aparición estelar en medio de su despacho con la excusa de un arreglo. No serán las mejores formas, pero si no va a dejarme otra elección… – ¡Como te gusta dramatizar, hija mía! El cuerpo de una mujer está preparado para estas cosas, te sorprenderías si te contara la cantidad de experiencias corporales raras que vas a tener en estos meses, y si son dos bebés, ¡que sean dos! ¡Si una vez sale uno el otro va lanzado! – Se me escapa la risa. Luego no hablo solo de que te crezca la barriga, que es el cambio físico más notable en una embarazada, sino otros detalles que aprenderá con el tiempo.
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—Ay, Mohini, ¿dices ser mi madre y no me conoces?— digo petulante, echando un brazo hacia atrás en el respaldo del sillón. —Se necesita más que un par de buenos brazos para que tu hija deje a un lado su terquedad, aunque reconozco que los tiene y se los celebro, pero no es lo que a mí me hace cambiar de parecer, que sabes que siempre le he echado un ojo a aurores y cazadores, no me impresiono tan fácil…— sigo riéndome a su costa, con estas explicaciones que como mi madre sé que no quiere conocer, que a ella le haría una lista mía y una imaginaria suya solo para escucharla chillar de la indignación, como lo hace cuando insinúo que el mayor de los ministros puede ser quien mejor se ajuste a sus gustos. Contengo las carcajadas presionando mis labios y a cambio me tiemblan los hombros. —¡MAMÁ! ¿Te estás haciendo imágenes mentales?— la acuso con un tonito fuerte de reproche, a punto de partirme de risa, —¡Qué es el padre de tu nieto! ¡Fuera! ¡Tienes prohibido imaginártelo!— me desarmo en el sillón sosteniéndome del estómago, porque no puedo contener las carcajadas, es que su expresión es lo más gracia me da y si mi madre llega a conocer a Hans, ¡ay, Morgana! ¿Qué puede salir de eso?
Tiro mis manos hacia delante para tomar su rostro y estamparle un beso en la mejilla que suena por encima de su bufidito, le echo los brazos alrededor de los hombros para atraerla hacia mí en un abrazo estrujador, de esos a los que ella me ha mal acostumbrado. —Mi nuevo inquilino te manda esto de su parte— limpio mi pulgar ahí donde la he besado, mordiendo con mis dientes la sonrisa en mis labios. Y es una suerte que estemos en un medio abrazo, en el que miro hacia el techo y hago girar mis ojos hacia un lado, sin que pueda verlo. —Sobre eso…— comienzo, sabiendo lo que se me viene. ¿Dónde he dejado mi varita para poder conjurar un hechizo que me cubra de la tormenta que se avecina? —No puedo volver contigo, soy una chica grande. Te he demostrado que puedo vivir sola y sobrevivir. Podré hacerlo también con un bebé, claro que necesitaré tu ayuda, podrás ir cuando quieras— lo digo para que no se ofenda y porque también es la verdad, si no cuento con mi madre para esto estaré más perdida que brújula rota. —Pero, tal vez por un tiempo, esté viviendo en otro lugar…— lo dejo hasta ahí.
Tomo aire para continuar, que prefiero contestar primero cuándo es que podrá conocer a Hans, ¿y quiero que lo aborde por sorpresa en el ministerio? La verdad es que lo prefiero, culpa de mi cobardía. Entonces no tendré nada que ver, no seré mediadora, no tendré que ir a decirle que mi madre quiere conocerlo y ver su cara de espanto, que no sienta que lo estoy arrastrando hasta la puerta de Mohini. —¡De acuerdo!— acepto, sabiendo que no puedo escapar de esto. —Le diré que pase a saludarte o no sé, solo dame unos días para que se lo diga— o unas semanas, que a mí el arrojo me viene de subidón y dura poco, tendrá que ser en uno de esos arrebatos, y que las hormonas colaboren. —¿Me parece a mí o hace unos minutos estabas actuando toda escandalizada por esto de tener muchos nietos, pero a la primera saltas con que quieres dos?— la acuso otra vez, aprovechando cada ocasión para distraerla de lo importante, antes de volver a ello porque de todas las personas, de mi madre no puedo huir. —Por esto del embarazo, me quedaré un tiempo con Hans en su casa. ¡Pero no estaremos conviviendo! Son algo así como unas vacaciones…— ¿en serio creo que puedo enredar a mi madre con estas mañas mías?
Tiro mis manos hacia delante para tomar su rostro y estamparle un beso en la mejilla que suena por encima de su bufidito, le echo los brazos alrededor de los hombros para atraerla hacia mí en un abrazo estrujador, de esos a los que ella me ha mal acostumbrado. —Mi nuevo inquilino te manda esto de su parte— limpio mi pulgar ahí donde la he besado, mordiendo con mis dientes la sonrisa en mis labios. Y es una suerte que estemos en un medio abrazo, en el que miro hacia el techo y hago girar mis ojos hacia un lado, sin que pueda verlo. —Sobre eso…— comienzo, sabiendo lo que se me viene. ¿Dónde he dejado mi varita para poder conjurar un hechizo que me cubra de la tormenta que se avecina? —No puedo volver contigo, soy una chica grande. Te he demostrado que puedo vivir sola y sobrevivir. Podré hacerlo también con un bebé, claro que necesitaré tu ayuda, podrás ir cuando quieras— lo digo para que no se ofenda y porque también es la verdad, si no cuento con mi madre para esto estaré más perdida que brújula rota. —Pero, tal vez por un tiempo, esté viviendo en otro lugar…— lo dejo hasta ahí.
Tomo aire para continuar, que prefiero contestar primero cuándo es que podrá conocer a Hans, ¿y quiero que lo aborde por sorpresa en el ministerio? La verdad es que lo prefiero, culpa de mi cobardía. Entonces no tendré nada que ver, no seré mediadora, no tendré que ir a decirle que mi madre quiere conocerlo y ver su cara de espanto, que no sienta que lo estoy arrastrando hasta la puerta de Mohini. —¡De acuerdo!— acepto, sabiendo que no puedo escapar de esto. —Le diré que pase a saludarte o no sé, solo dame unos días para que se lo diga— o unas semanas, que a mí el arrojo me viene de subidón y dura poco, tendrá que ser en uno de esos arrebatos, y que las hormonas colaboren. —¿Me parece a mí o hace unos minutos estabas actuando toda escandalizada por esto de tener muchos nietos, pero a la primera saltas con que quieres dos?— la acuso otra vez, aprovechando cada ocasión para distraerla de lo importante, antes de volver a ello porque de todas las personas, de mi madre no puedo huir. —Por esto del embarazo, me quedaré un tiempo con Hans en su casa. ¡Pero no estaremos conviviendo! Son algo así como unas vacaciones…— ¿en serio creo que puedo enredar a mi madre con estas mañas mías?
Chasco la lengua un par de veces cual domador de caballos al mismo tiempo que niego con la cabeza y levanto el dedo índice para hacer lo mismo con él. — Hija, te conozco porque te he parido, y por eso mismo sé que hace falta algo mucho más fuerte que un hombre para recolocarte esa cabeza terca que tienes, ¡pero nunca está demás soñar! — Vuelvo a bromear porque sé que ambas nos estamos riendo demás a costa de la poca capacidad que tiene para mantener la cabeza centrada en lo que sea que requiera de un mínimo de seriedad y discreción. Sí, en ocasiones me gustaría que Lara hubiera sido una joven con un poco más de sentido para el riesgo, no dejo de ser una madre que solo se preocupa por el bienestar de su bebé, pero sé que cuando lo tenga, desearé que vuelva a ser la niña con demasiadas ideas diseñadas a terminar en desastre. De esa manera sé que todavía me necesita para recordarle donde termina el cielo y empieza la tierra. — ¡Ni que yo hubiera empezado! ¡Que soy tu madre, mujer! — La acuso, sacudiendo la cabeza pese a que no puedo controlar la risa que se escapa por mis labios. ¿Cómo se supone que tengo que conocer a este hombre después de estos comentarios obscenos por MI propia hija? Jesús…
Así que así es lo que se siente al estar dentro de uno de mis abrazos. El estrujamiento me hace reír, más por la falta de aire tengo que obligarla a que me suelte, y rápido antes de que se vuelva a reincorporar le planto yo otro beso en la mejilla. Ya me estoy convirtiendo en esas abuelas, primero con la comida, ahora con los besos y estiramientos de mejillas. Ay, qué pronto empiezo. Poco me falta para empezar a tejer peluchitos de lana. — Bueno, bueno, eso de que puedes vivir sola… ¿tengo que recordarte la vez que me llamaste porque no sabías poner la lavadora? — Vale, fue hace tiempo, cuando recién se había mudado de casa, ha pasado mucho desde entonces, ¡pero no voy a tirar la toalla tan temprano! Mis labios se transforman en un mohín apenado, mirándola con los ojos llenos de tristeza. — Es que todavía no puedo creer que ya no me necesites, ¡dentro de unos años vas a tener que ser tú la que cuide de mí cuando tenga que empezar a usar un andador!. ¿Cómo ha pasado el tiempo tan rápido? — ¿Estoy exagerando? Para nada. Bueno, quizás un poquito, lo justo para que me dé otro abrazo de esos estrujados porque presiento que va a pasar mucho tiempo antes de que me dé otro del estilo.
Alzo una ceja curiosa a la par que mis párpados se entrecierran para analizarla cuando dice que estará viviendo en otro lugar, pero no especifica dónde. Eso me hace mirarla con todavía más desconfianza, aunque me limito a dejarlo estar porque hay otro comentario que me pasa por la cabeza y que necesito rebatir. — ¿Le diré que pase a saludarte? ¡Y de paso nos tomamos unas cervezas en el bar de la esquina! ¡En plan colegueo! — ¡Esta mujer! Si la llegan a escuchar mis padres, que necesitaron de casi un evento para que yo pudiera presentarles a mi pareja, estarán removiéndose en la tumba, los pobres. — ¿Pero tú que te crees que es esto? ¿Una presentación de amistades? ¡Qué es el padre de mi nieto! — Uso el mismo tono dramático que ella hace unos minutos, posando mis manos sobre mis caderas a modo de jarra y la miro con cara de indignación. Me niego a presentarme frente a Hans Powell como si fuera un simple colega de barrio.
La indignación se me pasa rápido, y tengo que aflojar la expresión al soltar aire por la nariz y deshinchar toda tensión en mi espalda, sonriendo por lo bajo. Esto de los nietos me está empezando a ablandar, ¡y no me gusta un pelo! — Ay, y con esta carita que tienes, ¡qué guapos van a salir! — Basta, ¿por qué estoy asumiendo que van a ser más de uno? Como si hiciera falta de una muestra, mis manos se posan sobre sus mejillas, elevando el mentón para observar mejor sus facciones, esas que conozco tan bien. Dejo caer las manos ante la siguiente confesión, e intento no darle tanta importancia al hecho de que me esté diciendo que se va a ir a vivir con él, optando por tirar lo de último. — ¿Vacaciones? ¿Irás al spa y esas cosas? Quizás tenga que dar yo un braguetazo de esos… — es obvio que esTOY BROMEANDO.
Así que así es lo que se siente al estar dentro de uno de mis abrazos. El estrujamiento me hace reír, más por la falta de aire tengo que obligarla a que me suelte, y rápido antes de que se vuelva a reincorporar le planto yo otro beso en la mejilla. Ya me estoy convirtiendo en esas abuelas, primero con la comida, ahora con los besos y estiramientos de mejillas. Ay, qué pronto empiezo. Poco me falta para empezar a tejer peluchitos de lana. — Bueno, bueno, eso de que puedes vivir sola… ¿tengo que recordarte la vez que me llamaste porque no sabías poner la lavadora? — Vale, fue hace tiempo, cuando recién se había mudado de casa, ha pasado mucho desde entonces, ¡pero no voy a tirar la toalla tan temprano! Mis labios se transforman en un mohín apenado, mirándola con los ojos llenos de tristeza. — Es que todavía no puedo creer que ya no me necesites, ¡dentro de unos años vas a tener que ser tú la que cuide de mí cuando tenga que empezar a usar un andador!. ¿Cómo ha pasado el tiempo tan rápido? — ¿Estoy exagerando? Para nada. Bueno, quizás un poquito, lo justo para que me dé otro abrazo de esos estrujados porque presiento que va a pasar mucho tiempo antes de que me dé otro del estilo.
Alzo una ceja curiosa a la par que mis párpados se entrecierran para analizarla cuando dice que estará viviendo en otro lugar, pero no especifica dónde. Eso me hace mirarla con todavía más desconfianza, aunque me limito a dejarlo estar porque hay otro comentario que me pasa por la cabeza y que necesito rebatir. — ¿Le diré que pase a saludarte? ¡Y de paso nos tomamos unas cervezas en el bar de la esquina! ¡En plan colegueo! — ¡Esta mujer! Si la llegan a escuchar mis padres, que necesitaron de casi un evento para que yo pudiera presentarles a mi pareja, estarán removiéndose en la tumba, los pobres. — ¿Pero tú que te crees que es esto? ¿Una presentación de amistades? ¡Qué es el padre de mi nieto! — Uso el mismo tono dramático que ella hace unos minutos, posando mis manos sobre mis caderas a modo de jarra y la miro con cara de indignación. Me niego a presentarme frente a Hans Powell como si fuera un simple colega de barrio.
La indignación se me pasa rápido, y tengo que aflojar la expresión al soltar aire por la nariz y deshinchar toda tensión en mi espalda, sonriendo por lo bajo. Esto de los nietos me está empezando a ablandar, ¡y no me gusta un pelo! — Ay, y con esta carita que tienes, ¡qué guapos van a salir! — Basta, ¿por qué estoy asumiendo que van a ser más de uno? Como si hiciera falta de una muestra, mis manos se posan sobre sus mejillas, elevando el mentón para observar mejor sus facciones, esas que conozco tan bien. Dejo caer las manos ante la siguiente confesión, e intento no darle tanta importancia al hecho de que me esté diciendo que se va a ir a vivir con él, optando por tirar lo de último. — ¿Vacaciones? ¿Irás al spa y esas cosas? Quizás tenga que dar yo un braguetazo de esos… — es obvio que esTOY BROMEANDO.
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¿Es que las madres llevan un pergamino escrito con tinta invisible de todas las metidas de pata de sus hijos? ¡Que todavia se acuerda lo del lavarropa! ¿Cuánto tenía entonces? ¿Veintitrés? -¡Traté de solucionarlo sola!- me defiendo de su acusación, -Desarmé todo el lavarropa y seguía sin funcionar, ¿qué iba a saber yo que no había movido la perilla a donde debía y por eso no arrancaba?-. Una auténtica ridiculez en una chica que acababa de graduarse como mecánica, y es que me había formado para trabajar con monstruos electrónicos, no con aparatos domésticos. Vivir sola se convirtió en una prueba de supervivencia, que nunca he podido adoptar los hábitos para ser una mujer de casa, que si no fuera por la comida que me reserva mi madre, seguro que me la pasaría comprando hecha en la esquina. ¡Y gracias a Merlín por los hechizos de limpieza! Que tampoco se me va a ver fregando platos y cantando a las burbujas, por Morgana. Mohini tiene sus buenas razones para creer que todavía la necesito, en especial si tengo otra vida a cargo. Sé también que la necesito. Siempre fue así, ¿no? Desde hace muchos años que hemos sido la una para la otra, que he sentido más de una vez que no la merezco y no debería cargar con el lio que puedo ser. -¿Que yo cuidaré de tí cuando seas vieja? No, Mohini, ni hablar. Lo que haré será pagar un crucero para las dos en el distrito cuatro, contrataremos un enfermero y un masajista. Y otro más para que nos abanique...- digo en chiste, que el cálculo es equivocado y para cuando llegue ese día tendré que comprar tres pasajes, que la pelusa será entonces un niño o una niña en forma.
Quiero ponerme una cacerola en la cabeza como hacia cuando era niña y quería esconderme de los retos de mi madre, que me ladra al oído por tener la cara de hacer una presentación con el padre de su nieto tan banal y a la ligera. Me hundo un poco en mi hueco en el sillón cuando procuro remediarlo. -¿Pues qué quieres? ¿Le escribirás una carta perfumada? ¿Quieres que venga y te traiga flores?-. Voy a caerme de culo si Hans llega a traerle flores de lo que sea a Mohini, es un hecho. No los veo tomándose una cerveza, pero si una copa de algo, al idiota halagando su comida y mi madre que será dura de carácter, pero él es persuasivo, ¡y entonces el desastre! Se llevarán bien, tendrán citas sin mí, harán proyectos juntos sobre el bebé, yo me iré sola en el crucero con el enfermero y el masajista, mirándolos en la orilla mientras comen sus mariscos. Basta, Lara. Deben ser estos pensamientos perturbadores los que hacen que mi mente siga inquieta, que a pesar de su halago sobre los bonitos que serían mis hijos de ojos grandes y dientes de ratita, sigo preocupada de lo que podría ser si conoce a Hans, que malinterpreto totalmente lo que dice al final. -¡Espera! ¿Qué? ¿Qué tu también qué...?- me trepo al respaldo del sillón con mis brazos echados hacia atrás, mis palmas subiendo por el tapiz a prisa. -¿Te quieres venir conmigo? ¡No, no, no! No puedes venir conmigo a casa de Hans. ¡Mamá!-. No puedo permitir que tan pronto mi madre ocupe un lugar en medio de la cama. Los nervios que me provoca todo esto hace que salte del sillón para recuperar el bolso en el que cargué las cosas que necesitaré estos días, y un poco desorientada a pesar de la prisa, busque la puerta para escapar. -Hablaré con él, lo prometo. Le diré que se ponga su mejor traje y compre un vino. Te haré una lista de nombres que no debes mencionar y guardaremos todas esas fotografías donde salgo con ese horrible corte de hongo siendo bebé-. Tanteo el picaporte de la puerta con mi mano, entonces me giro para volver hacia mi madre y abrazarla todo lo menuda que es dentro de mis brazos. -¿Te gustaria una foto de tu nieto o nieta?- pregunto, soltándola para buscar la imagen que nos obsequió el sanador este mediodía y hago una copia para ella con mi varita. Se la entrego con otro beso sonoro en su mejilla y me alejo hacia la salida. -¡No vayas a su oficina!- se lo pido o se lo advierto, como quiera tomarlo, por mi parte, sé que estamos en cuenta regresiva y si no hago la invitación como corresponde, ella lo hará a su manera.
Quiero ponerme una cacerola en la cabeza como hacia cuando era niña y quería esconderme de los retos de mi madre, que me ladra al oído por tener la cara de hacer una presentación con el padre de su nieto tan banal y a la ligera. Me hundo un poco en mi hueco en el sillón cuando procuro remediarlo. -¿Pues qué quieres? ¿Le escribirás una carta perfumada? ¿Quieres que venga y te traiga flores?-. Voy a caerme de culo si Hans llega a traerle flores de lo que sea a Mohini, es un hecho. No los veo tomándose una cerveza, pero si una copa de algo, al idiota halagando su comida y mi madre que será dura de carácter, pero él es persuasivo, ¡y entonces el desastre! Se llevarán bien, tendrán citas sin mí, harán proyectos juntos sobre el bebé, yo me iré sola en el crucero con el enfermero y el masajista, mirándolos en la orilla mientras comen sus mariscos. Basta, Lara. Deben ser estos pensamientos perturbadores los que hacen que mi mente siga inquieta, que a pesar de su halago sobre los bonitos que serían mis hijos de ojos grandes y dientes de ratita, sigo preocupada de lo que podría ser si conoce a Hans, que malinterpreto totalmente lo que dice al final. -¡Espera! ¿Qué? ¿Qué tu también qué...?- me trepo al respaldo del sillón con mis brazos echados hacia atrás, mis palmas subiendo por el tapiz a prisa. -¿Te quieres venir conmigo? ¡No, no, no! No puedes venir conmigo a casa de Hans. ¡Mamá!-. No puedo permitir que tan pronto mi madre ocupe un lugar en medio de la cama. Los nervios que me provoca todo esto hace que salte del sillón para recuperar el bolso en el que cargué las cosas que necesitaré estos días, y un poco desorientada a pesar de la prisa, busque la puerta para escapar. -Hablaré con él, lo prometo. Le diré que se ponga su mejor traje y compre un vino. Te haré una lista de nombres que no debes mencionar y guardaremos todas esas fotografías donde salgo con ese horrible corte de hongo siendo bebé-. Tanteo el picaporte de la puerta con mi mano, entonces me giro para volver hacia mi madre y abrazarla todo lo menuda que es dentro de mis brazos. -¿Te gustaria una foto de tu nieto o nieta?- pregunto, soltándola para buscar la imagen que nos obsequió el sanador este mediodía y hago una copia para ella con mi varita. Se la entrego con otro beso sonoro en su mejilla y me alejo hacia la salida. -¡No vayas a su oficina!- se lo pido o se lo advierto, como quiera tomarlo, por mi parte, sé que estamos en cuenta regresiva y si no hago la invitación como corresponde, ella lo hará a su manera.
Tengo que rodar los ojos al tiempo que me muerdo el labio inferior con mis dientes delanteros al aguantarme la risa que no llega a salir cuando todavía sigue tratando de establecer una excusa convincente con el tema de la lavadora. — ¡Qué harías sin tu madre! — Le recuerdo, creo que por enésima vez esta noche. No se da cuenta de lo mucho que me afecta que haya tomado la decisión de tener este bebé, porque sé que la Lara de años anteriores no hubiera hecho lo mismo que está por hacer. Me trago el pensamiento de que una de las razones por las que quiere seguir adelante con ello es por el rubio oscuro de ojos azules y brazos musculosos, esa y otras cuantas que no estoy segura de querer imaginarme en mi cabeza, así que me muerdo la lengua para no decir nada al respecto. — Ah, sí, así me imagino cuando vaya al otro lado, con un hombre bien fuertote abanicándome y otro preparándome un mojito. — Me atrevo a reír, aunque me parece que las bromas acerca de mi propia defunción y vejez ya son suficientes por hoy. Primero tengo que conocer a mi nieto, dar un poco más de guerra y si acaso, ya pensar en eso del crucero más adelante.
Miro a un lado pensativa, es un sentimiento fingido porque no me hace falta pensar para aclarar que, si bien unas flores sería exagerar, una buena presentación no se sale de la normalidad cuando se trata del padre de mi futuro nieto, o nieta. Por favor, que sea una niña. — Bueno, mujer, unas flores no… me basta con un buen fajo de billetes. ¡Tenemos que ahorrar para el crucero! — Le guiño el ojo para que sepa que estoy bromeando, aunque no creo que haga falta hacerlo. Para lo siguiente, sin embargo, me pongo un poquitito más seria, lo justo para que note que esta vez hablo con completa honestidad. — Una cena, comida, lo que sea, que tenga al menos tiempo para hacerme una idea de cómo es este hombre lejos de las cámaras. — Honestamente, algo tiene que tener para que mi niña se haya fijado en él fuera del pelo estirado y los trajes con corbata, si no no entiendo como esta mujer haya podido cambiar de opinión en tan solo unos meses con respecto a su persona. Vamos, que hasta antes del verano comentaba hasta de las caras serias que ponía en la televisión.
Sacudo las manos y vuelvo a poner cara de haber pisado algo asqueroso cuando alega que quiero ir a vivir con ellos, desechando cualquier rastro de esa idea de su cabeza. — No, no, no, mujer, ¡bastante tengo con las imágenes mentales gracias a ti para el resto de mi vida! ¿Yo? ¿Viviendo con vosotros? — Ni pensarlo, muchas gracias. No quiero encima tener que estar escuchando ruidos raros por las noches. De a una me quedo sentada en el sofá yo sola, observando con cara de boba estupefacta como mi hija recoge sus cosas a la misma velocidad que un relámpago. — ¡Pero si te quedaba monísimo! Con esos dientitos que tenías… — No sé por que lo digo en pasado cuando sigue teniendo los mismos incisivos que le hacen parecer una ratita hermosa. Lo de las fotografías me da una nostalgia increíble, más después de esta noticia que me recuerda, una vez más, que ya no es la niña de dientes graciosos y pies de pato. Pego un gritito agudo, después del abrazo en el que me veo envuelta, levantándome tan rápido como ella cuando se le ocurre ahora mostrarme una foto de mi nieto. — ¿Se supone que tengo que ver algo aquí? ¿Es eso un pie? — Tuerzo la cabeza, no muy segura de lo que estoy viendo, pero aun así la llevo a mi pecho con un puchero. — Es precioso. — Que se marche ya o voy a ponerme a llorar aquí mismo. — ¡Pero si no te llevas bizcocho! — Me llego a quejar antes de que salga por la puerta, mientras por mi parte me quedo observando como se estampa contra el marco. — Qué voy a hacer con ella, por dios… — Como si me sirviera de algo, miro hacia arriba antes de sacudir la cabeza resignada, y menos mal que ya no está para ver la sonrisilla que se me escapa al final. A ver cómo duerme alguien ahora.
Miro a un lado pensativa, es un sentimiento fingido porque no me hace falta pensar para aclarar que, si bien unas flores sería exagerar, una buena presentación no se sale de la normalidad cuando se trata del padre de mi futuro nieto, o nieta. Por favor, que sea una niña. — Bueno, mujer, unas flores no… me basta con un buen fajo de billetes. ¡Tenemos que ahorrar para el crucero! — Le guiño el ojo para que sepa que estoy bromeando, aunque no creo que haga falta hacerlo. Para lo siguiente, sin embargo, me pongo un poquitito más seria, lo justo para que note que esta vez hablo con completa honestidad. — Una cena, comida, lo que sea, que tenga al menos tiempo para hacerme una idea de cómo es este hombre lejos de las cámaras. — Honestamente, algo tiene que tener para que mi niña se haya fijado en él fuera del pelo estirado y los trajes con corbata, si no no entiendo como esta mujer haya podido cambiar de opinión en tan solo unos meses con respecto a su persona. Vamos, que hasta antes del verano comentaba hasta de las caras serias que ponía en la televisión.
Sacudo las manos y vuelvo a poner cara de haber pisado algo asqueroso cuando alega que quiero ir a vivir con ellos, desechando cualquier rastro de esa idea de su cabeza. — No, no, no, mujer, ¡bastante tengo con las imágenes mentales gracias a ti para el resto de mi vida! ¿Yo? ¿Viviendo con vosotros? — Ni pensarlo, muchas gracias. No quiero encima tener que estar escuchando ruidos raros por las noches. De a una me quedo sentada en el sofá yo sola, observando con cara de boba estupefacta como mi hija recoge sus cosas a la misma velocidad que un relámpago. — ¡Pero si te quedaba monísimo! Con esos dientitos que tenías… — No sé por que lo digo en pasado cuando sigue teniendo los mismos incisivos que le hacen parecer una ratita hermosa. Lo de las fotografías me da una nostalgia increíble, más después de esta noticia que me recuerda, una vez más, que ya no es la niña de dientes graciosos y pies de pato. Pego un gritito agudo, después del abrazo en el que me veo envuelta, levantándome tan rápido como ella cuando se le ocurre ahora mostrarme una foto de mi nieto. — ¿Se supone que tengo que ver algo aquí? ¿Es eso un pie? — Tuerzo la cabeza, no muy segura de lo que estoy viendo, pero aun así la llevo a mi pecho con un puchero. — Es precioso. — Que se marche ya o voy a ponerme a llorar aquí mismo. — ¡Pero si no te llevas bizcocho! — Me llego a quejar antes de que salga por la puerta, mientras por mi parte me quedo observando como se estampa contra el marco. — Qué voy a hacer con ella, por dios… — Como si me sirviera de algo, miro hacia arriba antes de sacudir la cabeza resignada, y menos mal que ya no está para ver la sonrisilla que se me escapa al final. A ver cómo duerme alguien ahora.
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