OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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~ Una semana después del intercambio de rehenes de las minas ~
A pesar de que ya ha pasado más de una semana desde que me enteré de que Alice no sólo está viva, sino que teóricamente es mi enemiga en este duelo de ideales políticos y linajes, sigo sin asumirlo del todo. Soy consciente de que, de todas las cosas que ocurrieron en esas minas, lo de Alice debería ser lo que menos me impactase, pero por desgracia estoy acostumbrada a ese tipo de situaciones. Annie Weynart murió bajo aquellos temblorosos techos, y lo primero que se me pasó por la cabeza cuando ocurrió no fue ni ella ni su asesina, sino Colin. Mientras probablemente todos estaban en shock por la sorpresa que aquello supuso en el momento, yo sólo podría pensar en cómo le afectaría a él ser testigo directo del asesinato de un miembro de su familia. En aquel instante no pude prestarle toda la atención que me hubiera gustado, pero me prometí a mí misma que no dejaría que lidiase él solo con eso, porque es algo que yo misma he vivido y, o te apoyas en alguien, o te hundes.
Es por este motivo que me encuentro en el Capitolio, lugar que hacía meses que no pisaba. Mi relación con Colin se basa en este tipo de encuentros. Ninguno de los dos es especialmente extrovertido y tampoco ninguno tiene la necesidad de llevar una amistad de lazos estrechos o visitas habituales. Simplemente contamos con la compañía el uno del otro en las escasas ocasiones en las que la queremos. La mayor parte de las veces nos limitamos a a soltar un par de frases por hora y volver a casa como si nada hubiera ocurrido. Ambos somos del pensamiento "si no vas a mejorar el silencio, no lo rompas" con lo que sé que si abre la boca es para decir algo que me va a interesar, creo que eso fue lo que en un principio me llamó la atención de él lo suficiente como para considerar que valía la pena llegar a algo más que una simple cordialidad de compañeros.
Observo a lo lejos una figura que me resulta familiar, y apenas tengo que fijarme en ella para saber que es él. Me pongo tensa al instante sin darme cuenta, porque no estoy muy segura de qué es lo que debo hacer o decir ahora mismo. No es una sorpresa el hecho de que las relaciones sociales nunca han sido lo mío, pero lo cierto es que esta situación me supera. Decido adoptar una de mis tácticas favoritas: improvisar. Cuando me he acercado lo suficiente a la figura le doy unos golpecitos en la espalda, y al darse vuelta me pongo justo en el lado contrario, frente a sus ojos. Me río levemente tras el pequeño despiste cuando finalmente me mira - Hey - La risa bromista da paso a una sonrisa un tanto apenada. - Ya sé que no estás para bromas, pero ahora soy tu superior y me temo que tu deber es hacerme la pelota - La sonrisa se ensancha lo suficiente como para dejar claro que no va en serio, al tiempo que empiezo a caminar por la calle sin ningún rumbo concreto, esperando que me siga. - ¿Cómo lo llevas? - Y lejos de ser una simple fórmula de saludo, confío en que él sabe que me refiero a lo de Annie.
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No puedo decir que alguna vez me sintiera perdido cuando vagaba y exploraba por los caminos boscosos de los distritos, pero es como me siento cuando me encuentro en una esquina del Capitolio cerca del ministerio, entre los edificios altos de la ciudad y la gente que camina por las aceras chocándose los hombros, apareciendo y desapareciendo en un chasquido de nada. Paro un minuto, con las manos guardadas en los bolsillos, antes de desaparecerme a cualquier sitio. Llevo haciendo esto más seguido que antes, tomarme un momento para observar a mi alrededor, sin ver nada, solo mirar cómo la gente pasa. Me he cansado de buscar a Hanna por el distrito cinco de una manera que no llame la atención, sé que el siguiente paso es pedir ayuda, a quien sea, no importa quién, me siento responsable de ella. Centro mis pensamientos en eso, en encontrarla, sin estar seguro de que quiero hallarla, para distraerme de la angustia que me embarga contar los días que han pasado desde la muerte de Annie. Cada día.
Quiero escapar del Capitolio porque tiene algo que me recuerda a ella, cierro mis ojos para desaparecerme, y entonces siento el toque en mi espalda que me hace reaccionar y volverme consciente de mi entorno. No encuentro a nadie al girarme, pero años de ejercicio me hacen percibir la presencia de alguien a mi lado y lentamente me giro para mirar con un gesto que trata de ser una sonrisa a Jessica, no creo que haya muchas personas que en estos días consigan de mí algo más que una palabra escueta, salvo ella que con un método diferente al que generalmente usan los demás, ha sabido interpretar mis silencios y lograr que rompa esa barrera de reserva para compartir con ella una conversación en regla o algo así, ninguno somos de hablar demasiado. — Para hacerte la pelota que lo haga otro con más talento. Pero mi arco está a tus órdenes— digo, apenas bromeando. El amago de sonrisa se desvanece en mis rasgos al aclararme la garganta y no es habitual, pero mi voz se escucha algo débil al responder a su pregunta: —Mal —. Echo a andar detrás de ella, siguiéndola por la acera, con la vista puesta en cualquier punto de la calle.—En ese momento no lo cuestioné, ahora me pregunto qué carajos hacía Annie ahí. Vuelvo muchas veces a ese momento, quisiera poder decirle que no vaya…—. Mis manos se cierran en puños en mis bolsillos para contener ese impulso de extender mis dedos hacia el aire, tratando de atrapar ese algo que se me escapó.
—No estoy conforme con los rebeldes que castigaron en el juicio, la asesina de mi prima sigue libre— se me nota el tono de odio al mencionarla, porque me ha pasado algo extraño y es que entre las caras de los rebeldes, es la cara de esa rubia que no tiene un nombre debajo del cartel por no estar en los registro de Neopanem, la que concentra casi todo mi desprecio. La suya y la de una mujer morena de ojos azules con el mismo nombre que una niña que conocí, han hecho de esto algo personal, cuando no debería ser así. —Te ha tocado estar de jefa en un tiempo de mierda, en plena guerra. ¿Estarás bien con eso?—. Sigue pareciéndome una sorpresa que Audrey Niniadis haya abandonado su puesto para correr en la misma dirección en la que huían los rebeldes.
Quiero escapar del Capitolio porque tiene algo que me recuerda a ella, cierro mis ojos para desaparecerme, y entonces siento el toque en mi espalda que me hace reaccionar y volverme consciente de mi entorno. No encuentro a nadie al girarme, pero años de ejercicio me hacen percibir la presencia de alguien a mi lado y lentamente me giro para mirar con un gesto que trata de ser una sonrisa a Jessica, no creo que haya muchas personas que en estos días consigan de mí algo más que una palabra escueta, salvo ella que con un método diferente al que generalmente usan los demás, ha sabido interpretar mis silencios y lograr que rompa esa barrera de reserva para compartir con ella una conversación en regla o algo así, ninguno somos de hablar demasiado. — Para hacerte la pelota que lo haga otro con más talento. Pero mi arco está a tus órdenes— digo, apenas bromeando. El amago de sonrisa se desvanece en mis rasgos al aclararme la garganta y no es habitual, pero mi voz se escucha algo débil al responder a su pregunta: —Mal —. Echo a andar detrás de ella, siguiéndola por la acera, con la vista puesta en cualquier punto de la calle.—En ese momento no lo cuestioné, ahora me pregunto qué carajos hacía Annie ahí. Vuelvo muchas veces a ese momento, quisiera poder decirle que no vaya…—. Mis manos se cierran en puños en mis bolsillos para contener ese impulso de extender mis dedos hacia el aire, tratando de atrapar ese algo que se me escapó.
—No estoy conforme con los rebeldes que castigaron en el juicio, la asesina de mi prima sigue libre— se me nota el tono de odio al mencionarla, porque me ha pasado algo extraño y es que entre las caras de los rebeldes, es la cara de esa rubia que no tiene un nombre debajo del cartel por no estar en los registro de Neopanem, la que concentra casi todo mi desprecio. La suya y la de una mujer morena de ojos azules con el mismo nombre que una niña que conocí, han hecho de esto algo personal, cuando no debería ser así. —Te ha tocado estar de jefa en un tiempo de mierda, en plena guerra. ¿Estarás bien con eso?—. Sigue pareciéndome una sorpresa que Audrey Niniadis haya abandonado su puesto para correr en la misma dirección en la que huían los rebeldes.
Una vez formulo la pregunta que tanto temía hacer, hago sonar las falanges de mis dedos en todas las direcciones de forma un tanto nerviosa, escuchando atentamente su respuesta. La verdad es que yo misma reconozco que no es una manía muy agradable de ver o escuchar desde fuera para las personas más aprensivas, pero es algo que tiendo a hacer de manera inconsciente cuando estoy pensativa. La razón de ese estado es sencilla: nunca se me ha dado bien consolar a la gente. En realidad no creo que lo que busque Colin al responder a mi pregunta sobre su estado actual sea un consuelo, y menos de mí. A veces únicamente necesitamos expresar en voz alta nuestros sentimientos para ser plenamente conscientes de ellos, y creo que eso es mucho más útil que un falso consuelo que sé que no puedo ofrecerle. Llegada esa conclusión me limito a escuchar con atención sus pensamientos.
No me sorprende la culpabilidad que noto en sus palabras, de hecho me consta por propia experiencia que es una reacción bastante normal ante cualquier desgracia. Siempre piensas que podrías haber hecho más, que podrías de alguna manera haberlo evitado. - Colin - Me detengo unos instantes y le miro fijamente a los ojos para añadirle más veracidad a mis palabras. - Me gustaría que tuvieras clara una cosa - Pongo mi mano sobre su hombro y lo aprieto levemente en señal de confianza - No fue culpa tuya, ¿vale? - Le digo, dando especial énfasis a cada una de las palabras que salen de mi boca, tratando de que el mensaje cale todo lo hondo que debe. Ya es duro lidiar con la muerte de alguien que quieres, pero lo es aún más cuando tu mente se autoconvence de que tuviste parte de la culpa. - Tú no sabías nada de lo que iba a pasar, no podías haber hecho nada más de lo que hiciste. Y como tu nueva jefa te ordeno que te metas eso en la cabeza - Llevo mi dedo índice a su sien, enfatizando la "orden" y sigo andando sin dale mucha más importancia para no entrar en un bucle infinito sobre el tema.
Chasco la lengua con su disconformidad ante el resultado del juicio de los rebeldes. - No puede huir toda su vida. La encontrarán y cuando lo hagan pagará por lo que hizo - Y si no la encuentran lo haré yo misma si hace falta, pero se acabará haciendo justicia. Luego no puedo evitar reír seguidamente ante su preocupación por mi bienestar con mi ascenso. - Con arcos como el tuyo a mi servicio, seguro que sí - Le guiño un ojo y hago referencia a su propia respuesta anterior a mi broma. - Siempre tuve sangre de líder, ¿sabes? Cuando era pequeña a quién crees que elegían todos como delegada de la clase - Digo en un fingido tono fanfarrón. A pesar de que no giro mi cara para ver su reacción puedo imaginármela perfectamente. - Exacto, a cualquiera menos a mí - No hace falta conocerme mucho para suponerlo.
- En serio, estaré bien. Apuesto a que el noventa por ciento de mis preocupaciones futuras no tendrán nada que ver con el trabajo - Se me ocurren tantas personas por las que estar alerta que me faltan dedos en una mano para contarlas. - ¿Quieres oír algo gracioso? - Dudo unos cuantos minutos sobre si contarle o no lo que me ronda la mente, hasta que llego a la conclusión de que si a estas alturas no puedo confiar en él ciegamente, ya no puedo fiarme de nadie. - Resulta que una de las rebeldes que estaban en la mina era una vieja conocida a la que llevaba buscando años - Recalco la palabra años y me arrepiento al segundo porque me ha hecho parecer más mayor de lo que soy. - Supongo que la vida tiene curiosas formas de devolverte lo que es tuyo - Me encojo de hombros restándole importancia y convirtiendo la confesión en una simple anécdota.
No me sorprende la culpabilidad que noto en sus palabras, de hecho me consta por propia experiencia que es una reacción bastante normal ante cualquier desgracia. Siempre piensas que podrías haber hecho más, que podrías de alguna manera haberlo evitado. - Colin - Me detengo unos instantes y le miro fijamente a los ojos para añadirle más veracidad a mis palabras. - Me gustaría que tuvieras clara una cosa - Pongo mi mano sobre su hombro y lo aprieto levemente en señal de confianza - No fue culpa tuya, ¿vale? - Le digo, dando especial énfasis a cada una de las palabras que salen de mi boca, tratando de que el mensaje cale todo lo hondo que debe. Ya es duro lidiar con la muerte de alguien que quieres, pero lo es aún más cuando tu mente se autoconvence de que tuviste parte de la culpa. - Tú no sabías nada de lo que iba a pasar, no podías haber hecho nada más de lo que hiciste. Y como tu nueva jefa te ordeno que te metas eso en la cabeza - Llevo mi dedo índice a su sien, enfatizando la "orden" y sigo andando sin dale mucha más importancia para no entrar en un bucle infinito sobre el tema.
Chasco la lengua con su disconformidad ante el resultado del juicio de los rebeldes. - No puede huir toda su vida. La encontrarán y cuando lo hagan pagará por lo que hizo - Y si no la encuentran lo haré yo misma si hace falta, pero se acabará haciendo justicia. Luego no puedo evitar reír seguidamente ante su preocupación por mi bienestar con mi ascenso. - Con arcos como el tuyo a mi servicio, seguro que sí - Le guiño un ojo y hago referencia a su propia respuesta anterior a mi broma. - Siempre tuve sangre de líder, ¿sabes? Cuando era pequeña a quién crees que elegían todos como delegada de la clase - Digo en un fingido tono fanfarrón. A pesar de que no giro mi cara para ver su reacción puedo imaginármela perfectamente. - Exacto, a cualquiera menos a mí - No hace falta conocerme mucho para suponerlo.
- En serio, estaré bien. Apuesto a que el noventa por ciento de mis preocupaciones futuras no tendrán nada que ver con el trabajo - Se me ocurren tantas personas por las que estar alerta que me faltan dedos en una mano para contarlas. - ¿Quieres oír algo gracioso? - Dudo unos cuantos minutos sobre si contarle o no lo que me ronda la mente, hasta que llego a la conclusión de que si a estas alturas no puedo confiar en él ciegamente, ya no puedo fiarme de nadie. - Resulta que una de las rebeldes que estaban en la mina era una vieja conocida a la que llevaba buscando años - Recalco la palabra años y me arrepiento al segundo porque me ha hecho parecer más mayor de lo que soy. - Supongo que la vida tiene curiosas formas de devolverte lo que es tuyo - Me encojo de hombros restándole importancia y convirtiendo la confesión en una simple anécdota.
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Me encuentro con los ojos castaños de Jessica, no puedo parpadear al estar pendiente de sus palabras que llegan a mí como si me diera un empujón en el pecho, en el centro mismo donde noto un hueco que me ha quedado vacío por la ausencia de mi prima. Lo que me dice se queda ocupando ese sitio. No fue mi culpa. Tendré que hacer carne de ese pensamiento para que no duela tanto, para que ese momento que revivo en mi memoria una y otra vez se vaya convirtiendo en un recuerdo que pueda dejar atrás. No creo olvidarlo jamás, no creo que pueda evocarlo sin sentir la sacudida de la pérdida, lo que espero es poder dejar de buscar a Annie, de buscar maneras en las que eso se podría haber evitado y asumir que simplemente ocurrió. Fijo la «orden» en mi mente, allí donde hace presión con su dedo índice. —Gracias— suelto ese susurro escueto, cruza por mi boca una sonrisa que desaparece un segundo después y se queda en mi mirada que la sigue al caminar.
—Ten por seguro que lo hará, que pagará por lo que hizo— asevero. No necesito mirar los carteles de buscado para poder describir cada uno de los rasgos de esa mujer, he memorizado su cara en los segundos que siguieron al disparo que surgió de su arma. —Y si la encuentro yo, lo pagará con creces— digo, no tiene caso que le oculte a mi jefa de escuadrón que estoy en ese acecho personal, ¿alguien puede impedírmelo? Sé que mi hermano Riorden también está a la espera de echarle las manos encima a la asesina de Annie. El orden de los enemigos se ha definido de acuerdo a un criterio general, pero los Weynart tenemos a enemiga aislada del resto. Los demás… son solo criminales que buscar y entregar, los menores apenas unos adolescentes que atacaron a los ministros en una operación kamikaze, y entre todos, Alice. Me distraigo en lo que me dice Jessica para no volver a ella. —Lo harás bien— le aseguro, tuve expediciones con ella para ver cómo trabaja y por algo me agrada. —Hace falta más gente que haga las cosas y se deje de tanta palabrería —. Puede que esa sea mi crítica más recurrente a jefes y ministros, siempre tan inestables en sus puestos.
Arqueo mi ceja cuando se ofrece a contarme algo gracioso, ¿qué puede haber en toda esta situación? Saberlo hace que deje pasar lo que ha dicho antes, de que sus preocupaciones tendrán poco que ver con el trabajo, lo preguntaré después. —¿Qué puede ser?— pregunto, y me sorprende tanto lo que me dice, que me he quedado parpadeando por un minuto sin articular palabra. Lo que hago después es mirar a los lados, a los transeúntes de la vereda opuesta. Me acerco a Jessica hasta quedar a una distancia menor que la de un brazo, hablar de cierta familiaridad con los rebeldes no es algo que podamos hablar a viva voz en la calle. Pero lo que me extraña es que me ha pasado lo mismo y puedo confiar en ella como para contárselo, por eso me aproximo, para que lo que diga quede entre nosotros. —¿Cuál de las rebeldes?— inquiero, todos han sido identificados para que sus rostros empapelen las calles. —Yo conocí a una, hace muchos años, cuando mi familia estaba exiliada en Europa y ella también se encontraba allí…— cuento. —Tienes razón, la vida tiene sus giros inesperados… y el pasado siempre termina encontrándonos—. Esa es mi manera de ver las cosas, difiere un poco de la suya.
—Ten por seguro que lo hará, que pagará por lo que hizo— asevero. No necesito mirar los carteles de buscado para poder describir cada uno de los rasgos de esa mujer, he memorizado su cara en los segundos que siguieron al disparo que surgió de su arma. —Y si la encuentro yo, lo pagará con creces— digo, no tiene caso que le oculte a mi jefa de escuadrón que estoy en ese acecho personal, ¿alguien puede impedírmelo? Sé que mi hermano Riorden también está a la espera de echarle las manos encima a la asesina de Annie. El orden de los enemigos se ha definido de acuerdo a un criterio general, pero los Weynart tenemos a enemiga aislada del resto. Los demás… son solo criminales que buscar y entregar, los menores apenas unos adolescentes que atacaron a los ministros en una operación kamikaze, y entre todos, Alice. Me distraigo en lo que me dice Jessica para no volver a ella. —Lo harás bien— le aseguro, tuve expediciones con ella para ver cómo trabaja y por algo me agrada. —Hace falta más gente que haga las cosas y se deje de tanta palabrería —. Puede que esa sea mi crítica más recurrente a jefes y ministros, siempre tan inestables en sus puestos.
Arqueo mi ceja cuando se ofrece a contarme algo gracioso, ¿qué puede haber en toda esta situación? Saberlo hace que deje pasar lo que ha dicho antes, de que sus preocupaciones tendrán poco que ver con el trabajo, lo preguntaré después. —¿Qué puede ser?— pregunto, y me sorprende tanto lo que me dice, que me he quedado parpadeando por un minuto sin articular palabra. Lo que hago después es mirar a los lados, a los transeúntes de la vereda opuesta. Me acerco a Jessica hasta quedar a una distancia menor que la de un brazo, hablar de cierta familiaridad con los rebeldes no es algo que podamos hablar a viva voz en la calle. Pero lo que me extraña es que me ha pasado lo mismo y puedo confiar en ella como para contárselo, por eso me aproximo, para que lo que diga quede entre nosotros. —¿Cuál de las rebeldes?— inquiero, todos han sido identificados para que sus rostros empapelen las calles. —Yo conocí a una, hace muchos años, cuando mi familia estaba exiliada en Europa y ella también se encontraba allí…— cuento. —Tienes razón, la vida tiene sus giros inesperados… y el pasado siempre termina encontrándonos—. Esa es mi manera de ver las cosas, difiere un poco de la suya.
Antes incluso de que acabe de pronunciar su agradecimiento ante mis palabras sé que lo va a hacer y le interrumpo con rapidez. - Ni se te ocurra darme las gracias - Frunzo el ceño y vuelvo a fijar mi mirada en la suya. - Todo esto ya lo sabías en el fondo de ti, sólo te hacía falta que alguien te lo dijera en voz alta para sacarlo de ahí - En el fondo de nosotros siempre hay dos versiones de la historia: en la que somos los culpables o en la que lo son los demás. Hay personas que tienen más facilidad para tomar como la versión correcta la segunda, pero no es mi caso y al parecer tampoco el de Colin. Por suerte sí que tengo facilidad para sacar esa versión en los demás aunque no lo haga en mí misma, cosa que me hace sentir útil por unos instantes. Justo después me parece ver un esbozo de sonrisa en su cara, como un espejismo de apenas unos pocos segundos, lo que me hace pararme en seco en medio de la calle de forma probablemente demasiado exagerada.
- Espera, espera, ¿eso ha sido... una sonrisa? - Alzo una ceja fingiendo mayor sorpresa de que la en realidad tengo. - ¿Colin Weynart ha sonreído? ¿Te encuentras bien? ¡Un medimago, por favor!- Me aseguro de que nadie está alrededor y no tome en serio mi tono de urgencia, pero no he acabado mi actuación y ya me estoy riendo a carcajadas. Sigo caminando mientras sacudo la cabeza y le doy un golpecito con el puño en el brazo, aclarando innecesariamente el tono satírico de mis palabras. En realidad he tenido la suerte de ver unas cuantas de las fugaces sonrisas de Colin, cosa de la que me siento orgullosa al tiempo que halagada. Hubo una época en la que yo también era así, y tan sólo contadas personas conseguían que mi inquebrantable muro cayera aunque fuese por unas horas. Ahora no es tan extremo, pero sigue siendo cierto que mi personalidad cambia de forma radical cuando la persona con la que interactúo es conocida o desconocida y el nivel de confianza que tenga con ella.
El tono de la conversación cambia tan rápido que apenas me doy cuenta, pero me estremece en cierto modo la seguridad que noto en las palabras sentenciosas de mi amigo asegurando que la rebelde que acabó con la vida de su prima lo pagará. Suspiro y aunque me encantaría decirle que la venganza no sirve de nada excepto para atormentarnos y obsesionarnos, o que el perdón es el mejor camino para la paz interior, no creo que sea cierto. Además, tampoco soy la persona más adecuada del mundo para hablar de perdón y ausencia de sed de venganza, así que no comento nada al respecto y me limito a bajar la mirada hacia el suelo y dejar que el siguiente tema de conversación sobre mi nueva vida laboral difumine el anterior. Sonrío cuando dice que lo haré bien. - Gracias - Esta vez soy yo quien le agradece sus palabras, porque es algo que también necesitaba escuchar. No es que esté insegura sobre mis capacidades, pero es algo relativamente nuevo para mí y no sé hasta qué punto daré la talla. Escuchar eso de la boca de alguien cuya forma de trabajar respeto y admiro me tranquiliza.
Me sorprende casi tanto como esa fugaz sonrisa, aunque esta vez de verdad, la forma en la que reacciona ante lo que yo consideraba una mera anécdota. En cuanto se acerca a mí comprendo enseguida que lo que quiere decirme no es algo que pueda escuchar todo el mundo, por lo que me apresuro a imitar su proximidad de una forma natural, que no llame mucho la atención. Me aseguro de que nadie nos presta atención y escucho su pregunta sobre el nombre de la rebelde a la que me he referido, aunque no la respondo hasta haber escuchado su experiencia personal con una en Europa. Un escalofrío recorre mi cuerpo en cuanto lo escucho. Alice estuvo en Europa. - ¿Cuál era su nombre? - Antes de darle la oportunidad de responder lo pronuncio yo misma. - ¿Alice Whiteley? - Mi pregunta suena en un susurro apenas perceptible, y los segundos que preceden a la respuesta se me hacen eternos.
- Espera, espera, ¿eso ha sido... una sonrisa? - Alzo una ceja fingiendo mayor sorpresa de que la en realidad tengo. - ¿Colin Weynart ha sonreído? ¿Te encuentras bien? ¡Un medimago, por favor!- Me aseguro de que nadie está alrededor y no tome en serio mi tono de urgencia, pero no he acabado mi actuación y ya me estoy riendo a carcajadas. Sigo caminando mientras sacudo la cabeza y le doy un golpecito con el puño en el brazo, aclarando innecesariamente el tono satírico de mis palabras. En realidad he tenido la suerte de ver unas cuantas de las fugaces sonrisas de Colin, cosa de la que me siento orgullosa al tiempo que halagada. Hubo una época en la que yo también era así, y tan sólo contadas personas conseguían que mi inquebrantable muro cayera aunque fuese por unas horas. Ahora no es tan extremo, pero sigue siendo cierto que mi personalidad cambia de forma radical cuando la persona con la que interactúo es conocida o desconocida y el nivel de confianza que tenga con ella.
El tono de la conversación cambia tan rápido que apenas me doy cuenta, pero me estremece en cierto modo la seguridad que noto en las palabras sentenciosas de mi amigo asegurando que la rebelde que acabó con la vida de su prima lo pagará. Suspiro y aunque me encantaría decirle que la venganza no sirve de nada excepto para atormentarnos y obsesionarnos, o que el perdón es el mejor camino para la paz interior, no creo que sea cierto. Además, tampoco soy la persona más adecuada del mundo para hablar de perdón y ausencia de sed de venganza, así que no comento nada al respecto y me limito a bajar la mirada hacia el suelo y dejar que el siguiente tema de conversación sobre mi nueva vida laboral difumine el anterior. Sonrío cuando dice que lo haré bien. - Gracias - Esta vez soy yo quien le agradece sus palabras, porque es algo que también necesitaba escuchar. No es que esté insegura sobre mis capacidades, pero es algo relativamente nuevo para mí y no sé hasta qué punto daré la talla. Escuchar eso de la boca de alguien cuya forma de trabajar respeto y admiro me tranquiliza.
Me sorprende casi tanto como esa fugaz sonrisa, aunque esta vez de verdad, la forma en la que reacciona ante lo que yo consideraba una mera anécdota. En cuanto se acerca a mí comprendo enseguida que lo que quiere decirme no es algo que pueda escuchar todo el mundo, por lo que me apresuro a imitar su proximidad de una forma natural, que no llame mucho la atención. Me aseguro de que nadie nos presta atención y escucho su pregunta sobre el nombre de la rebelde a la que me he referido, aunque no la respondo hasta haber escuchado su experiencia personal con una en Europa. Un escalofrío recorre mi cuerpo en cuanto lo escucho. Alice estuvo en Europa. - ¿Cuál era su nombre? - Antes de darle la oportunidad de responder lo pronuncio yo misma. - ¿Alice Whiteley? - Mi pregunta suena en un susurro apenas perceptible, y los segundos que preceden a la respuesta se me hacen eternos.
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¿En el fondo lo sabía? No estoy seguro, la mayor parte del tiempo me la paso a solas con mis pensamientos y evocar a mi prima no hacía más que sumirme en arrepentimientos, porque era mi familia, la perdí delante de mis ojos y no pude hacer nada por evitarlo. Puedo identificar por cara a la verdadera culpable de su muerte y eso quizás es lo que me ayuda a poder tomar las palabras de Jess, a desprenderme de la culpa residual que queda por la impotencia de no haber hecho nada, como si me sacara un traje mojado que me pesaba en los hombros. Su reacción a mi sonrisa vaga hace que el gesto vuelva, que se ensanche en mi rostro. Bajo mi mirada a las baldosas del suelo para que mi cara quede un poco escondida, lo que me tardo en recuperarme, no puedo caminar de ese modo así que tengo que volver a alzar mi mentón y la sonrisa sigue allí. —No hagas un escándalo en la calle o serán los aurores quienes vengan— me quejo, no tan firme como puedo sonar, mirándola una segunda vez por haber logrado que más allá de dejar la culpa de lado, también me hizo reír en plena acera, cuando no somos los más propensos a este tipo de expresiones.
Sin embargo, puedo decir que confío en ella como en pocos, que por eso puedo acercarme a ella buscando un espacio de confidencialidad, pese a que estamos en un sitio tan transitado, para decirle que reconozco a una de las rebeldes buscadas, cuando hace nada he afirmado que de tener la oportunidad me cobraría con la vida de la rebelde que asesinó a mi prima. Esa contradicción entre quien es el enemigo y quien es un viejo rostro amigo del pasado, no me agrada nada. Porque una vez que regresé con mi familia, todo lo que tenía que ver con Europa quedó en el continente, aquí jamás diría en voz alta que siendo niño encontré en una humana una amiga con la que podía entenderme y hacer promesas que ninguno podría llegar a cumplir. Parpadeo al escuchar de labios de Jess el nombre que no pensaba dar. —¿La conoces?— pregunto a bocajarro, ligeramente impactado y tratando de recobrar el aliento. — ¿Es la rebelde que estabas buscando?—. Esto me sorprende más que la coincidencia en sí, frunzo mi entrecejo por el esfuerzo de comprender y no la estoy juzgando, curiosamente no la estoy juzgando, porque siento que estamos en las mismas. Mi voz baja varios tonos porque no quiero que nadie, en serio, nos escuche. —¿Por qué la buscarías?—. ¿Para entregarla? ¿Por otro crimen? No sé por qué, pero me revuelve un poco pensar que en serio esa mujer puede estar muy lejos de la imagen que guardé de ella siendo niña.
Sin embargo, puedo decir que confío en ella como en pocos, que por eso puedo acercarme a ella buscando un espacio de confidencialidad, pese a que estamos en un sitio tan transitado, para decirle que reconozco a una de las rebeldes buscadas, cuando hace nada he afirmado que de tener la oportunidad me cobraría con la vida de la rebelde que asesinó a mi prima. Esa contradicción entre quien es el enemigo y quien es un viejo rostro amigo del pasado, no me agrada nada. Porque una vez que regresé con mi familia, todo lo que tenía que ver con Europa quedó en el continente, aquí jamás diría en voz alta que siendo niño encontré en una humana una amiga con la que podía entenderme y hacer promesas que ninguno podría llegar a cumplir. Parpadeo al escuchar de labios de Jess el nombre que no pensaba dar. —¿La conoces?— pregunto a bocajarro, ligeramente impactado y tratando de recobrar el aliento. — ¿Es la rebelde que estabas buscando?—. Esto me sorprende más que la coincidencia en sí, frunzo mi entrecejo por el esfuerzo de comprender y no la estoy juzgando, curiosamente no la estoy juzgando, porque siento que estamos en las mismas. Mi voz baja varios tonos porque no quiero que nadie, en serio, nos escuche. —¿Por qué la buscarías?—. ¿Para entregarla? ¿Por otro crimen? No sé por qué, pero me revuelve un poco pensar que en serio esa mujer puede estar muy lejos de la imagen que guardé de ella siendo niña.
No sé si me fío mucho de que el tema sobre su sentimiento de culpabilidad en la muerte de Annie esté zanjado al cien por cien dentro de él, pero decido no darle muchas más vueltas o acabaré consiguiendo que se obsesione más de lo que probablemente ya esté. Por el momento confío, al menos, en haber conseguido que la culpa se concentre en una persona: la asesina. No es que me encante la idea de saber y contribuir a que odie con tal intensidad a alguien, pero si eso evita que se odie a sí mismo bienvenido sea, a pesar de que seguro que no es lo más recomendado a nivel psicológico. Sé que el tema no está acabado, y que más adelante acabará explotando y saliendo a la luz todo lo que no salga ahora, pero también sé que en ese momento intentaré estar ahí y ayudar en lo que pueda. Ahora no es el momento, así que lo dejo correr, algo que resulta fácil cuando veo en su rostro algo que no es un ceño fruncido.
Su reacción me hace reír casi más que la mía propia, sobretodo en el momento en el que esa sonrisa se ensancha en algo que por un momento me ha parecido un intento de risa. Me percato de que eso sí que es algo que pocas veces he escuchado de Colin, con que lo convierto en mi nuevo reto personal. Las personas frías y distantes siempre me han llamado mucho más la atención que las personas extrovertidas. Creo que es porque considero su cariño como una especie de reto, algo mucho más difícil de conseguir que el aprecio de alguien cuyo corazón está abierto de par en par. Es por ello que en cuanto me topo con alguien a quien no puedo llegar con facilidad, me obsesiono con ayudarlo de la forma que sea porque sé que cuando una persona es así es porque ha sufrido tanto que se auto-protege creando esa barrera emocional tan complicada de disipar. - Por suerte ser demasiado graciosa nunca ha sido un delito - Alego con un exagerado tono prepotente que no me pega nada.
Tengo que centrarme en el cambio de tercio de la situación, cambiando la sonrisa residual que quedaba en mis labios por una mueca preocupada. No deberíamos hablar de esto en la calle, pero no puedo evitar apresurarme a aclarar lo que está pasando. - Sí - Me limito a responder cuando ha formulado sus dos primeras preguntas. Sí, la conozco y sí, es la rebelde que llevo más de una década buscando, aún cuando ni sabía que era una rebelde y pensaba que había muerto hace años. Es justo cuando hace la tercera pregunta que en mi mente aparece un pensamiento que me eriza el vello de detrás de la nuca. Colin ahora mismo odia a los rebeldes, su ideología política dista abismalmente de la mía. Si le digo la razón real por la que la busco temo que no la comprenda y temo lo que intente. Confío en él, es mi amigo y le aprecio, pero no sé hasta qué punto su sentido común se ha visto nublado por los recientes acontecimientos. - Colin, yo... - Balbuceo palabras aleatorias que no tienen ningún sentido mientras me debato entre la confianza que le tengo y el miedo que me da la reacción que pueda tener. - Era sólo una anécdota ¿vale? No tiene la menor importancia - Doy un paso a atrás para hacer desaparecer la proximidad que había entre nosotros y frunzo el ceño inevitablemente, mirando hacia el suelo para romper el contacto visual con él mientras echo a andar de nuevo por la calle esperando que me siga y deje el tema. No quiero poner en peligro a nadie.
Su reacción me hace reír casi más que la mía propia, sobretodo en el momento en el que esa sonrisa se ensancha en algo que por un momento me ha parecido un intento de risa. Me percato de que eso sí que es algo que pocas veces he escuchado de Colin, con que lo convierto en mi nuevo reto personal. Las personas frías y distantes siempre me han llamado mucho más la atención que las personas extrovertidas. Creo que es porque considero su cariño como una especie de reto, algo mucho más difícil de conseguir que el aprecio de alguien cuyo corazón está abierto de par en par. Es por ello que en cuanto me topo con alguien a quien no puedo llegar con facilidad, me obsesiono con ayudarlo de la forma que sea porque sé que cuando una persona es así es porque ha sufrido tanto que se auto-protege creando esa barrera emocional tan complicada de disipar. - Por suerte ser demasiado graciosa nunca ha sido un delito - Alego con un exagerado tono prepotente que no me pega nada.
Tengo que centrarme en el cambio de tercio de la situación, cambiando la sonrisa residual que quedaba en mis labios por una mueca preocupada. No deberíamos hablar de esto en la calle, pero no puedo evitar apresurarme a aclarar lo que está pasando. - Sí - Me limito a responder cuando ha formulado sus dos primeras preguntas. Sí, la conozco y sí, es la rebelde que llevo más de una década buscando, aún cuando ni sabía que era una rebelde y pensaba que había muerto hace años. Es justo cuando hace la tercera pregunta que en mi mente aparece un pensamiento que me eriza el vello de detrás de la nuca. Colin ahora mismo odia a los rebeldes, su ideología política dista abismalmente de la mía. Si le digo la razón real por la que la busco temo que no la comprenda y temo lo que intente. Confío en él, es mi amigo y le aprecio, pero no sé hasta qué punto su sentido común se ha visto nublado por los recientes acontecimientos. - Colin, yo... - Balbuceo palabras aleatorias que no tienen ningún sentido mientras me debato entre la confianza que le tengo y el miedo que me da la reacción que pueda tener. - Era sólo una anécdota ¿vale? No tiene la menor importancia - Doy un paso a atrás para hacer desaparecer la proximidad que había entre nosotros y frunzo el ceño inevitablemente, mirando hacia el suelo para romper el contacto visual con él mientras echo a andar de nuevo por la calle esperando que me siga y deje el tema. No quiero poner en peligro a nadie.
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No puede dejarme así, eso es lo que pienso cuando la vea retomar el andar en una dirección distinta a la que veíamos, no sé si para alejarnos de una acera muy transitada o para huir del tema de conversación que ella ha traído. Se trata de la misma Alice Whiteley, me niego a abandonar esta cuestión con una ausencia de respuestas de su parte, más no sea por pura terquedad. Ese nombre se me ha fijado en la mente, que si sigo dándole vueltas, añadiéndole el desconocimiento de lo que tendrá en común con Jessica, va a importunarme a todas las horas del día, tomándome con la guardia baja cada vez que tenga oportunidad y tengo otras cosas de las que preocuparme también, que todavía no pude resolver. Posiblemente la respuesta que obtenga no me guste, tal vez me hable de un crimen por el que no pueda perdonar a Alice, y no sé porque es eso en lo que pienso cuando tengo que barajar qué sería lo peor. Suelto un resoplido cargado de frustración cuando me volteo hacia Jess para seguirla, tirando de su codo con suavidad para que se detenga y me planto de pie ante ella. —Si es solo una anécdota, quiero saberlo— digo quitándole todo el hierro que podría tener, y sospechando que es mucho más que un relato casual, agrego: —Y si es mucho más que una anécdota, también quiero saberlo.
Tomo consciencia de todos los ruidos que nos rodean, del murmullo de otras personas, como cazadores estamos acostumbrados a usar nuestros sentidos para ubicarnos y cerciorarnos que el ambiente colabora con nosotros. Es descuidado de nuestra parte hablar de aquí, arriesgado silenciarnos a oído de los demás con un hechizo, quizás yo hablé un poco más de la cuenta de por sí. Con mi mano aun tomándola del codo, cierro mis dedos para hacernos desaparecer. Cuando vuelvo a abrir mis ojos, estamos a unos pasos de una orilla sucia de la ciudad, debajo de uno de los puentes que cruzan de un barrio a otro, pilares de ladrillo negro manchados de musgo y humedad. —Fuimos amigos con Alice, quisiera poder ignorar ese recuerdo y actuar como si fuera una desconocida, pero si rechazo ese recuerdo estaría negando otros que... no quiero—. Porque a veces en esta ciudad donde todas las luces brillan para los magos, donde podría hacer abuso de mi apellido para un cargo o una propiedad de lujo, no puedo sentir la nostalgia de lo que fue mi hogar de la infancia, y no importa que haya sido una casa entre las ruinas, es el hogar es el hogar. Y está demasiado lejos. —No hablaste de ella como yo hablé de la asesina de Annie, así que no creo que sea algo similar… ¿qué es, Jess?—. Y porque hay algo tirando de mi por lo bajo, me escucho diciendo: —Puedes confiar en mí.
Tomo consciencia de todos los ruidos que nos rodean, del murmullo de otras personas, como cazadores estamos acostumbrados a usar nuestros sentidos para ubicarnos y cerciorarnos que el ambiente colabora con nosotros. Es descuidado de nuestra parte hablar de aquí, arriesgado silenciarnos a oído de los demás con un hechizo, quizás yo hablé un poco más de la cuenta de por sí. Con mi mano aun tomándola del codo, cierro mis dedos para hacernos desaparecer. Cuando vuelvo a abrir mis ojos, estamos a unos pasos de una orilla sucia de la ciudad, debajo de uno de los puentes que cruzan de un barrio a otro, pilares de ladrillo negro manchados de musgo y humedad. —Fuimos amigos con Alice, quisiera poder ignorar ese recuerdo y actuar como si fuera una desconocida, pero si rechazo ese recuerdo estaría negando otros que... no quiero—. Porque a veces en esta ciudad donde todas las luces brillan para los magos, donde podría hacer abuso de mi apellido para un cargo o una propiedad de lujo, no puedo sentir la nostalgia de lo que fue mi hogar de la infancia, y no importa que haya sido una casa entre las ruinas, es el hogar es el hogar. Y está demasiado lejos. —No hablaste de ella como yo hablé de la asesina de Annie, así que no creo que sea algo similar… ¿qué es, Jess?—. Y porque hay algo tirando de mi por lo bajo, me escucho diciendo: —Puedes confiar en mí.
Desde el momento en el que lo mencioné no hago más que repetirme a mí misma lo estúpida que he sido, sacando un tema que no era para nada necesario y que ahora puede que me meta en algún lío. Sé que Colin es de ideales firmes, y sé que con lo que pasó en las minas es muy probable que éstos se hayan afirmado aún más. Su odio, aunque se concentra en la asesina de su prima, casi seguro que se extiende a todos los que son afines a su causa, pues al fin y al cabo fue la razón de que estuviéramos todos allí y por tanto la razón principal de la desgracia. No creo para nada que sea una persona cruel, ni creo tampoco que sea malo en ningún aspecto, pero toma como correctas cosas en las que yo misma en ocasiones puedo discrepar. No sé cuál sería su reacción si supiese algunas de las cosas que he hecho en el pasado y que no guardan fidelidad al gobierno actual, como tampoco sé cuál sería su reacción de saber la verdadera razón por la que he buscado durante más de una década a Alice Whiteley.
Es justo en lo que pienso cuando tomo la decisión de dar por zanjado el tema, alejándome en la dirección contraria a la de él como si eso pudiera alejar también sus intenciones de profundizar en la duda que acabo de sembrar en su mente. Le conozco lo suficiente como para saber que no lo va a dejar ahí, y es por ello que no me sorprende lo más mínimo escuchar el sonido de sus pasos apresurados tras de mí, y posteriormente su mano aferrando mi brazo con la suficiente suavidad como para no ser un gesto brusco pero también con la suficiente firmeza como para hacer que me detenga, volteándome hacia él con el cuerpo pero sin reunir el valor suficiente como para mirarle a la cara mientras casi exige unas explicaciones que no puedo darle. Es evidente que sabe que hay algo más, porque de lo contrario lo dejaría estar. Intento pensar en alguna forma de salir de esta cuando noto una falta de gravedad repentina que sé lo que significa.
Cuando vuelvo a abrir los ojos me encuentro mirando a lo que debería ser un río pero parece más bien por su pésimo aspecto un cauce de aguas fecales. Aún no llevo demasiado bien las apariciones, siempre me acaban mareando los primeros minutos, a pesar de llevar ya años con la licencia. - Podrías haber avisado, Weynart - Uso su apellido en un intento de fingir reproche, mientras hago una mueca de desagrado cuando intento apoyarme en el puente bajo el que nos encontramos para conseguir algo de estabilidad y noto un húmedo musgo cuya textura me da más náuseas aún que el propio mareo. Asumo que no estamos para jaranas en cuanto me topo con su impenetrable mirada y sé por su lenguaje verbal que va a comenzar a hablar. Lo que escucho me sorprende tanto que ni siquiera intento ocultarlo, frunciendo el ceño a medida que va explicándome cuál fue su relación con Alice.
Me enternece tanto imaginar su amistad y el hecho de que Colin y yo la hayamos tenido a ella en común durante todo este tiempo sin haberlo sabido, que la hostilidad infranqueable de mi rostro desaparece en cuestión de segundos, y tres palabras acaban con ella definitivamente. "Puedes confiar en mí". Hacía mucho tiempo que no escuchaba esas palabras de alguien en quien de verdad pudiese confiar, y no tardo mucho en creérmelo hasta el punto de abrirme por fin. - Conocí a Alice cuando salí de los juegos. Allí perdí algo que acababa de encontrar y ella me ayudó a recuperarlo - Sé que todos sabían que Kayla y yo éramos gemelas, pues el parecido físico lo evidenciaba, pero lo que no sé es hasta qué punto el espectador era consciente de que nos conocimos una vez en la Arena, descubriendo ambas que la tributo enemiga era nuestra propia hermana. Tampoco sé si Colin vio esos juegos, y no he hablado con él sobre el tema porque no suelo hablarlo con nadie, pero si los vio doy por hecho que sabe a lo que me refiero. - Era mi vecina, mi mejor amiga y durante años fue como mi hermana pequeña. Si no hubiera sido por ella estoy segura de que jamás hubiese salido de la oscuridad en la que estaba, hizo que todo cambiase y que de repente tuviera alguien por quien levantarme cada día - Sonrío, llena de tristeza y melancolía. - Supe que era humana y traté de protegerla, pero salía con un capullo que la vendió en cuanto se enteró de la sangre que corría por sus venas y tuvo que huir - Recordar esa traición aún me llena de rabia - Desde entonces no sabía nada de ella, llevaba años buscándola por todo Neopanem. Creía que habría muerto, hasta que... Bueno, hasta ahora - Me encojo de hombros y doy por finalizada mi historia, como si de verdad hubiera sido sólo una anécdota, cuando para mí ha significado años de mi vida.
Es justo en lo que pienso cuando tomo la decisión de dar por zanjado el tema, alejándome en la dirección contraria a la de él como si eso pudiera alejar también sus intenciones de profundizar en la duda que acabo de sembrar en su mente. Le conozco lo suficiente como para saber que no lo va a dejar ahí, y es por ello que no me sorprende lo más mínimo escuchar el sonido de sus pasos apresurados tras de mí, y posteriormente su mano aferrando mi brazo con la suficiente suavidad como para no ser un gesto brusco pero también con la suficiente firmeza como para hacer que me detenga, volteándome hacia él con el cuerpo pero sin reunir el valor suficiente como para mirarle a la cara mientras casi exige unas explicaciones que no puedo darle. Es evidente que sabe que hay algo más, porque de lo contrario lo dejaría estar. Intento pensar en alguna forma de salir de esta cuando noto una falta de gravedad repentina que sé lo que significa.
Cuando vuelvo a abrir los ojos me encuentro mirando a lo que debería ser un río pero parece más bien por su pésimo aspecto un cauce de aguas fecales. Aún no llevo demasiado bien las apariciones, siempre me acaban mareando los primeros minutos, a pesar de llevar ya años con la licencia. - Podrías haber avisado, Weynart - Uso su apellido en un intento de fingir reproche, mientras hago una mueca de desagrado cuando intento apoyarme en el puente bajo el que nos encontramos para conseguir algo de estabilidad y noto un húmedo musgo cuya textura me da más náuseas aún que el propio mareo. Asumo que no estamos para jaranas en cuanto me topo con su impenetrable mirada y sé por su lenguaje verbal que va a comenzar a hablar. Lo que escucho me sorprende tanto que ni siquiera intento ocultarlo, frunciendo el ceño a medida que va explicándome cuál fue su relación con Alice.
Me enternece tanto imaginar su amistad y el hecho de que Colin y yo la hayamos tenido a ella en común durante todo este tiempo sin haberlo sabido, que la hostilidad infranqueable de mi rostro desaparece en cuestión de segundos, y tres palabras acaban con ella definitivamente. "Puedes confiar en mí". Hacía mucho tiempo que no escuchaba esas palabras de alguien en quien de verdad pudiese confiar, y no tardo mucho en creérmelo hasta el punto de abrirme por fin. - Conocí a Alice cuando salí de los juegos. Allí perdí algo que acababa de encontrar y ella me ayudó a recuperarlo - Sé que todos sabían que Kayla y yo éramos gemelas, pues el parecido físico lo evidenciaba, pero lo que no sé es hasta qué punto el espectador era consciente de que nos conocimos una vez en la Arena, descubriendo ambas que la tributo enemiga era nuestra propia hermana. Tampoco sé si Colin vio esos juegos, y no he hablado con él sobre el tema porque no suelo hablarlo con nadie, pero si los vio doy por hecho que sabe a lo que me refiero. - Era mi vecina, mi mejor amiga y durante años fue como mi hermana pequeña. Si no hubiera sido por ella estoy segura de que jamás hubiese salido de la oscuridad en la que estaba, hizo que todo cambiase y que de repente tuviera alguien por quien levantarme cada día - Sonrío, llena de tristeza y melancolía. - Supe que era humana y traté de protegerla, pero salía con un capullo que la vendió en cuanto se enteró de la sangre que corría por sus venas y tuvo que huir - Recordar esa traición aún me llena de rabia - Desde entonces no sabía nada de ella, llevaba años buscándola por todo Neopanem. Creía que habría muerto, hasta que... Bueno, hasta ahora - Me encojo de hombros y doy por finalizada mi historia, como si de verdad hubiera sido sólo una anécdota, cuando para mí ha significado años de mi vida.
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—Lo siento— murmuro una disculpa que no daría a otra persona para excusarme de una aparición brusca, lo hago porque se trata de ella y retengo su codo lo que se tarda en estabilizarse sobre sus pies, en este suelo que desprende un olor todavía ligero a la basura que parece acumularse cerca, y que podría volverse insoportable de pasarnos un largo rato aquí. Sin embargo, creo que nuestra conversación sobre una rebelde en común no se extenderá más de la cuenta. La explicación que me ofrece es concreta, es la información que necesito para hacerme una idea y comparar el vínculo que cada uno construyó con Alice, que pese al paso del tiempo, a la creencia de que eso es algo que también puede derruirse con los años, nos sigue sujetando a ella por una nostalgia a las cosas buenas que compartimos en ese entonces.
Tengo que cerrar con fuerza mis ojos por los recuerdos que sus palabras hacen surgir, porque también se lo que se siente que un día sea solo un día más que dejar correr y que la aparición de una niña haga que todo se vea distinto, que una ciudad destruida se convierta en un campo de juegos, que no cuenten los atardeceres sobre ruinas, sino la espera a que despunte un nuevo día para vivir aventuras. Tendemos a olvidar todas estas cosas al crecer, poner distancia con esos lugares también ayuda a que los recuerdos se diluyan, y sin embargo, puedo evocar con nitidez todos los sentimientos del niño que fui, que cuando tomó consciencia de que había un mundo alrededor del que era parte, lo vio hecho pedazos y ese es un paisaje que nunca se borró de mi retina, lo peor de todo, es que el lugar que echo de menos.
Cubro mis ojos con la palma de mi mano, me trago una maldición al saber que el regreso de Alice que se dio antes que el mío, derivó en una traición que la expuso como humana. Nunca volví a pensar en ella cuando vine, o mejor dicho, nunca quise pensar en ella. Sabiendo que era humana, dándome cuenta de lo mucho que había cambiado todo con Niniadis a la cabeza, mi hermano Riorden a su lado, la dejé como un fantasma de Europa. No tendría que haberla visto de nuevo, no una, sino varias veces. Y lo que hago es suspirar tan hondo, hasta vaciar mi pecho, que cuando vuelvo a hablar mi voz perdió mucha de su fuerza. —No se lo contaré a nadie, te lo prometo…— musito, todavía con media cara cubierta por mi mano que se desliza por mis facciones para limpiar mi expresión. —Y si quieres volver a verla, te ayudaré. Era en serio cuando te decía que puedes contar con mi arco. Eres mi jefa y también mi amiga.
Tengo que cerrar con fuerza mis ojos por los recuerdos que sus palabras hacen surgir, porque también se lo que se siente que un día sea solo un día más que dejar correr y que la aparición de una niña haga que todo se vea distinto, que una ciudad destruida se convierta en un campo de juegos, que no cuenten los atardeceres sobre ruinas, sino la espera a que despunte un nuevo día para vivir aventuras. Tendemos a olvidar todas estas cosas al crecer, poner distancia con esos lugares también ayuda a que los recuerdos se diluyan, y sin embargo, puedo evocar con nitidez todos los sentimientos del niño que fui, que cuando tomó consciencia de que había un mundo alrededor del que era parte, lo vio hecho pedazos y ese es un paisaje que nunca se borró de mi retina, lo peor de todo, es que el lugar que echo de menos.
Cubro mis ojos con la palma de mi mano, me trago una maldición al saber que el regreso de Alice que se dio antes que el mío, derivó en una traición que la expuso como humana. Nunca volví a pensar en ella cuando vine, o mejor dicho, nunca quise pensar en ella. Sabiendo que era humana, dándome cuenta de lo mucho que había cambiado todo con Niniadis a la cabeza, mi hermano Riorden a su lado, la dejé como un fantasma de Europa. No tendría que haberla visto de nuevo, no una, sino varias veces. Y lo que hago es suspirar tan hondo, hasta vaciar mi pecho, que cuando vuelvo a hablar mi voz perdió mucha de su fuerza. —No se lo contaré a nadie, te lo prometo…— musito, todavía con media cara cubierta por mi mano que se desliza por mis facciones para limpiar mi expresión. —Y si quieres volver a verla, te ayudaré. Era en serio cuando te decía que puedes contar con mi arco. Eres mi jefa y también mi amiga.
Escucho su disculpa de forma entrecortada por el mareo que aún me acecha, pero no le doy menor importancia, pues ahora mismo todo lo que ocupa mis pensamientos es la forma en la que explicar cómo una pequeña adolescente a la que apenas conoces puede salvarte la vida sin ni siquiera tocarte. Explicar cómo alguien desconocido puede llegar a convertirse en tu familia, en tu amiga, en tu hermana, en tu madre, en todo por lo que te obliga a despertar cada día y en todo lo que tienes. Yo nunca he sido una persona familiar. Con una madre drogadicta, un padre desaparecido y una hermana desconocida, todo lo que tuve siempre y en lo que me apoyé fueron los pocos amigos que pude hacer en el seis, al tiempo que vigilaba que la morflina quedase fuera del alcance de mi madre y que el dinero que tanto me costaba ganar mientras trataba de estudiar sirviese para comer y nada más que eso.
Toda la familia que tuve siempre fueron mis escasos amigos, pero en el momento en el que fui elegida tributo y conocí allí a mi hermana, enterándome por tanto de que mi padre no sólo no estaba muerto si no que jamás se había ni intentado poner en contacto conmigo, me di cuenta de que mi familia había estado ahí siempre, sólo que yo nunca la había visto. Y tardé tan poco en perderlos a todos que casi pareció como un espejismo. Alice se convirtió en todo lo que perdí, pues en ella veía a Kayla en sus gestos y sus confidencias, a una madre en su afán de protegerme aún siendo más pequeña y a una mejor amiga en la que podía apoyarme y confiar. Al principio creo que es imposible explicarle a Colin todo esto, así que lo hago por encima hasta el punto de que creo que ni siquiera he llegado a explicarme del todo bien para alguien que no conoce los detalles de mi vida, pero en cuanto voy viendo la evolución de sus expresiones al escuchar mi historia, cambio de opinión.
Parece entender de alguna forma todo lo que estoy diciendo, y puedo ver un amago de nostalgia en sus ojos que doy por hecho que se debe a la misma persona por la que también lo tienen los míos. Ver su desasosiego al enterarse de rebote de la historia de Alice me produce una ternura que me hace aproximarme a él y agarrar su mano, pasando mi pulgar suavemente por el dorso un par de veces, como si eso pudiera aliviar la impotencia que seguramente esté sintiendo. - Gracias - Musito cuando me promete discreción. Mi voz suena trémula por el nudo en la garganta que se ha creado al tratar de retener unas lágrimas que llevan años luchando por salir, y que de alguna forma logro controlar cuando otra sensación me aborda. Con urgencia me apresuro a quitarle a Colin la idea de ayudarme de la cabeza. - No - Le miro directamente a los ojos - No quiero que te pongas en peligro - Intentar dar con ella y traerla sería exponerse a un riesgo que sólo me pertenece a mí. Nunca dejaría que alguien a quien aprecio se pusiera en peligro por mi causa. - Ya bastante has hecho, Colin, no tienes por qué hacer nada más ¿entendido? - Alzo una ceja, esperando su promesa de que no hará nada. Una promesa que sé que no va a llegar, pues lo conozco lo suficiente como para saber que no lo va a dejar estar.
Toda la familia que tuve siempre fueron mis escasos amigos, pero en el momento en el que fui elegida tributo y conocí allí a mi hermana, enterándome por tanto de que mi padre no sólo no estaba muerto si no que jamás se había ni intentado poner en contacto conmigo, me di cuenta de que mi familia había estado ahí siempre, sólo que yo nunca la había visto. Y tardé tan poco en perderlos a todos que casi pareció como un espejismo. Alice se convirtió en todo lo que perdí, pues en ella veía a Kayla en sus gestos y sus confidencias, a una madre en su afán de protegerme aún siendo más pequeña y a una mejor amiga en la que podía apoyarme y confiar. Al principio creo que es imposible explicarle a Colin todo esto, así que lo hago por encima hasta el punto de que creo que ni siquiera he llegado a explicarme del todo bien para alguien que no conoce los detalles de mi vida, pero en cuanto voy viendo la evolución de sus expresiones al escuchar mi historia, cambio de opinión.
Parece entender de alguna forma todo lo que estoy diciendo, y puedo ver un amago de nostalgia en sus ojos que doy por hecho que se debe a la misma persona por la que también lo tienen los míos. Ver su desasosiego al enterarse de rebote de la historia de Alice me produce una ternura que me hace aproximarme a él y agarrar su mano, pasando mi pulgar suavemente por el dorso un par de veces, como si eso pudiera aliviar la impotencia que seguramente esté sintiendo. - Gracias - Musito cuando me promete discreción. Mi voz suena trémula por el nudo en la garganta que se ha creado al tratar de retener unas lágrimas que llevan años luchando por salir, y que de alguna forma logro controlar cuando otra sensación me aborda. Con urgencia me apresuro a quitarle a Colin la idea de ayudarme de la cabeza. - No - Le miro directamente a los ojos - No quiero que te pongas en peligro - Intentar dar con ella y traerla sería exponerse a un riesgo que sólo me pertenece a mí. Nunca dejaría que alguien a quien aprecio se pusiera en peligro por mi causa. - Ya bastante has hecho, Colin, no tienes por qué hacer nada más ¿entendido? - Alzo una ceja, esperando su promesa de que no hará nada. Una promesa que sé que no va a llegar, pues lo conozco lo suficiente como para saber que no lo va a dejar estar.
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Pese al tono desganado, mi promesa se sostiene en la familiar firmeza de mi carácter. El vacío que me ha embargado por la muerte de mi prima, ese que le ha quitado el sentido a muchas de las cosas que hago cada día, se va llenando por una renovada determinación hacia algo que me hace mirar de cara al horizonte, en vez de dar mi espalda a todo lo que está sucediendo, y si lo hago así, tal vez pueda alcanzar a ver algo del resplandor del pasado. Con el sentimiento de pérdida tan reciente, me confieso a mí mismo que estoy tratando de reemplazarlo por un anhelo que bien podría ser imposible, con tal de cambiar una cosa por otra. El contacto de la mano de Jess no lo siento en un principio, sino cuando me llega el temblor del llanto en su voz y mis dedos se cierran alrededor de los suyos en un agarre que le haga sentir que estoy a su lado. Si se ha preocupado por mí y lo que podría haberme afectado lo de Annie, cuando me he hecho la fama de que no hay nada que me cause más que una herida superficial en la piel, no podría mostrarme indiferente con ella. —No tienes que agradecerme nada— contesto, recordando que hace unos minutos era quien se oponía a escuchar esa palabra. —Yo no te daré las gracias, si tú tampoco lo haces. Somos amigos, no hace falta decirlo…— decido por los dos.
Porque lo somos, no puede pedirme que prometa que no me pondría en peligro por ella. ¿Siquiera hay algo que pueda decir a eso que no se mueva entre una mentira evidente y una verdad que no le dará la tranquilidad que busca? —No buscaré a Alice…— musito. Eso puedo decirlo, que me reservo el tener que actuar como un cazador del ministerio que sigue el rastro de un criminal o que interferiré de alguna manera en la búsqueda que ella emprendió, de la que no quiere hacerme parte, pero si me he encontrado con Alice en un par de ocasiones puedo confiar en que sucederá otra vez. —Pero si me lo cruzo, no la dejaré pasar—. No creo que pueda, de todas formas.
Tengo un pensamiento fijo en mi mente, puedo centrar todos mis esfuerzos en hallar algo que también perdí alguna vez, y no es Alice, ella no va a devolvérmelo tampoco, pero el ir detrás de ese algo aunque no lo halle al final del recorrido, es lo que tiene en verdad un significado. Uno que no me dará ninguna respuesta, sino que abrirá preguntas, de las que no me dejarán volver sobre mis pasos, no me quedará de otra que avanzar. Y si tengo que hacerlo con alguien, me alegro que sea con quien puedo confiar incluso a oscuras. —No, Jess. No he hecho nada. Y esta vez sí quiero hacerlo— murmuro. —Quiero ayudarte—. Me aparto un poco para mirar hacia el agua estancada que se revuelve por el movimiento casi imperceptible de lo que creo que podría ser criatura que está bajo su superficie y no es más que un viejo contenedor que emerge, este sitio es horrible para pasar el rato. —Tal vez deberíamos volver— propongo, dejando que sea ella quien esta vez nos desaparezca.
Porque lo somos, no puede pedirme que prometa que no me pondría en peligro por ella. ¿Siquiera hay algo que pueda decir a eso que no se mueva entre una mentira evidente y una verdad que no le dará la tranquilidad que busca? —No buscaré a Alice…— musito. Eso puedo decirlo, que me reservo el tener que actuar como un cazador del ministerio que sigue el rastro de un criminal o que interferiré de alguna manera en la búsqueda que ella emprendió, de la que no quiere hacerme parte, pero si me he encontrado con Alice en un par de ocasiones puedo confiar en que sucederá otra vez. —Pero si me lo cruzo, no la dejaré pasar—. No creo que pueda, de todas formas.
Tengo un pensamiento fijo en mi mente, puedo centrar todos mis esfuerzos en hallar algo que también perdí alguna vez, y no es Alice, ella no va a devolvérmelo tampoco, pero el ir detrás de ese algo aunque no lo halle al final del recorrido, es lo que tiene en verdad un significado. Uno que no me dará ninguna respuesta, sino que abrirá preguntas, de las que no me dejarán volver sobre mis pasos, no me quedará de otra que avanzar. Y si tengo que hacerlo con alguien, me alegro que sea con quien puedo confiar incluso a oscuras. —No, Jess. No he hecho nada. Y esta vez sí quiero hacerlo— murmuro. —Quiero ayudarte—. Me aparto un poco para mirar hacia el agua estancada que se revuelve por el movimiento casi imperceptible de lo que creo que podría ser criatura que está bajo su superficie y no es más que un viejo contenedor que emerge, este sitio es horrible para pasar el rato. —Tal vez deberíamos volver— propongo, dejando que sea ella quien esta vez nos desaparezca.
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