The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Bad idea · Hans
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Invitado
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Echo una mirada por debajo de la baranda de metal sobre la que estoy apoyada con mis brazos doblados, el agua se ve sucia y oscura pese a la iluminación de la hilera de farolas que bordea la pasarela. Estoy del lado más feo del distrito, en vez de sus playas con arenas blancas y una marea azul en la que se puede nadar con la seguridad de que no voy a salir con la piel embadurnada por desechos industriales y basura de pescadores. El ajetreo en el muelle es menor con la caída de la noche, que se demoró por ser el último día de primavera. Estuve mirando un sol moribundo por casi media hora contando las horas que me faltaban para volver a casa y dormir. Siento que no duermo desde el jueves. El viernes, la ansiedad me tuvo levantada a la madrugada y ¿para qué postergarlo más? Me puse a ordenarlo todo para emprender mi excursión de fin de semana que acabó con un funeral. Por suerte, los dos hechos no estaban relacionados. Tengo que empezar a moderar mi manía de adelantarme a todo y llegar una hora antes a los lugares, porque me estoy aburriendo de muerte esperando a Hans y con todo el cansancio encima que se me cierran los párpados.

Busco entre los botes amarrados alguno donde pueda pasar el rato y encuentro uno con un menú de mariscos y la promesa de que son mejores de los que se prueban en el Capitolio. No lo sé, no estoy segura. Allí a la comida le rocían perfume y le ponen tocados elegantes. Posiblemente los mariscos interpretan un show antes de que los ministros se los lleven a sus gargantas. Casi lo olvido y envío un mensaje a Hans diciéndole donde estoy. Guardo mi teléfono para no tener que ver ni responder a lo que pueda decirme. No, en realidad estaba ignorando el tener que hacerlo solo para que pierda sus buenos minutos en el muelle. Lo veo a la distancia desde mi cómoda posición en una mesa cerca del barandal del bote, justo al mismo tiempo que llega mi plato. Los mariscos que me traen son tan normales que me siento feliz, me perturbaría bastante y no creo tener corazón para comérmelos si demuestran algún talento musical. Espero a tenerlo lo suficientemente cerca como para que pueda oírme y le señalo la silla enfrentada a la mía. —Tienes un buen sentido de la oportunidad, acabo de comenzar mi cena— lo saludo de este modo. —Si quieres pedir algo, adelante. Yo te invito. Estoy haciendo un trabajo y todavía me queda de lo que me dio mi jefe para los gastos extras del viaje—. Tomo un sorbo de mi vaso de agua para disimular un poco mi sonrisa burlona.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Hay una razón por la cual mi agenda se ha atrasado: fue un día de locos. Por alguna razón, he visto demasiado movimiento en los pasillos y cuando le pregunté a Josephine si estaba enterada de lo que sucedía, ella se encogió de hombros. Para mal, Reynald está de vacaciones y eso significa que no tuve a nadie para que me explique en detalle la razón por la cual movieron un par de escuadrones de aurores, así que estoy en ascuas. Y para variar, cuando estaba saliendo del ministerio con un montón de problemas en la cabeza, me cruzo con Kirke, quien parecía un poco pasado de copas y me vomitó todo el traje. En resumen, fue un día de mierda y eso me llevó a desviar mi ruta para pasar primero por mi casa, darme una ducha veloz y, con ropas más cómodas y sin olor a porquería, me aparezco en el cuatro apestando a jabón y todavía chorreando gotas del pelo. No, no es mi mejor imagen, pero la noche está tan calurosa que quizá Kirke me haya hecho un favor.

Siento el teléfono vibrar en mi bolsillo y lo rebusco en gesto distraído, arrugando la nariz ante el olor del puerto. Tengo que apartarme del camino de un tipo que pasa lleno de redes y casi me las estampa en la cara, por lo que me demoro unos segundos más en leer el mensaje de Scott. Suspiro. No he sabido de ella desde esa escenita ridícula después de mis órdenes y, en parte, agradezco que así haya sido. Esta semana ha sido una locura, con procedimientos que aún no sé cómo llevar a cabo porque es un tema demasiado delicado como para querer entrometerme entre Jamie Niniadis y sus deseos. Estaré a cargo de las leyes de este país, pero hay cosas que no tienen nada que ver con la constitución. Alzo la vista como si de esa manera pudiese encontrar el bote que me ha indicado y mi preocupación obvia me lleva a chequear la marea, la cual se sacude un poco y eso me obliga a refunfuñar. Como sea. Me lanzo a caminar con paso veloz hasta ubicarme, levantando los ojos en su dirección en cuanto la oigo, casi burlona encima de la embarcación culinaria. Se me sale el contestarle con una sonrisa vaga, metiendo una mano en el bolsillo de mi pantalón junto con el celular que vuelvo a guardar — Estoy seguro de que tu jefe ha sido de lo más simpático y generoso. ¿Tuviste un buen viaje? — me mofo en respuesta, subiendo de inmediato. Empujo cuidadosamente la silla hacia atrás para tomar asiento, tratando de ignorar el sonido del agua que arrulla el ambiente al chocar contra el muelle y provocar el ligero balanceo que me hace hundir mi cuerpo en la silla como si de esa forma me pudiese mantener firme en el suelo.

No sé de dónde sale, pero estoy seguro de que puedo oír un grillo provenir de algún lado del muelle, sonando más fuerte incluso que la vaga música jazz de algún bote vecino. Sin preámbulos, me estiro y le quito un marisco del plato, llevándomelo a la boca — ¿Tienes algo para mí? — pregunto, tratando de entretenerme con el bocadillo, el cual está más crujiente de lo que esperaba; nada mal — Espero que hayas tenido mejor suerte que yo. ¿Quieres un vino? — me giro para llamar a quien sea que la haya atendido. No podré hacer esto sin al menos una copa y, a pesar de la ducha, sé que lo necesito.
Hans M. Powell
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Bad idea · Hans LNG2q2T
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Invitado
Invitado
Con su simpatía y su generosidad compensa otros defectos más graves de su carácter. Me siento inclinada a perdonar su total falta de modestia, por ejemplo— contesto y ruedo mis ojos. Por comentarios así creo que carga consigo a todos lados, además de su varita, un espejo de mano para apreciarse a sí mismo. Le echo un vistazo, percatándome de que luce tan fresco como una tarde verano, y yo que no veo la hora de cerrar mis ojos por al menos doce horas. Una esperanza imposible porque mañana temprano deberé presentarme a trabajar otra vez, a no ser que una enfermedad a deshoras que me tenga en la encrucijada de la vida y la muerte sea la justificación válida para que me permitan, aunque fuera, llegar después del mediodía. —Fue un buen viaje. Disfruté especialmente de la copa de champagne que me servían en cada escala, pero creo que lo de la alfombra roja fue un poco exagerado— arrugo mi nariz, como si tanto lujo imaginario me abrumara.

Sí que fue rápido en robar de mi plato, le lanzo una mirada indignada bien merecida. —Ese marisco se me acababa de caer al suelo— me recupero lo suficiente como para señalar esto, si se atraganta me daré por satisfecha. Se inmediatamente a qué se refiere con su pregunta, darle un informe sobre mi fin de semana en tierras hostiles es la razón por la que quedamos en encontrarnos este lunes. Recompongo la seriedad en mi expresión y suspiro con desgano, muevo la cabeza de un lado al otro. No es lo mismo vagar por el norte, que estar buscando algo específico. La gente se vuelve más recelosa cuando lo percibe. Porque sé que esto no es un capricho de Hans para hacerme perder el tiempo, quiero comprometerme en ello como lo hago con mi trabajo habitual, pero supongo que mis habilidades de rastreo no son tan buenas y es que nunca me interesó ser auror. —No, gracias. No tomo los lunes. Si quieres, pídelo— digo.

Acerco uno de los mariscos a mi boca y lo miro como si acabara de recordar algo. —¿Te referías a un souvenir?— inquiero. Le había dicho en broma que traería un recuerdo, pero los sitios por los que caminé no eran peatonales comerciales, siendo honesta. Sé que no se refería a esto, de todas formas, sigo:— Encontré un pulóver muy bonito, lo tenían en tonos azules o verdes, pero no en rojo que es tu color favorito, así que preferí no traerlo— narro mi relato ficticio. Muerdo el marisco, lo que me da tiempo a pensar y dejar la bobería atrás. Desvío mi mirada hacia el agua, a la inmensidad negra que nos rodea y nos mece. Estamos muy lejos de la comodidad, y aun así siempre existirán sitios peores, que los dos hemos visto. —Tengo una pregunta para hacerte— me giro hacia él. —Sobre leyes, necesito que hagas un repaso conmigo— añado, me reacomodo para hincar los codos en la mesa, inclinándome un poco y empujando el plato de mariscos entre los dos. —Si una repudiada tiene un hijo, ¿cuáles son las opciones de este bebé? ¿Y qué derechos le reconoce el gobierno de NeoPanem a este bebé?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Demasiado sarcasmo, algo que no me tomo mínimamente en serio. No solía ver demasiado a Scott en el pasado, nos cruzábamos en los pasillos o simplemente nos reuníamos para algún que otro intercambio en vista de nuestro trato. Puedo decir que, en las últimas semanas, me estoy acostumbrando un poco más a su humor. Eso me lleva a chasquear la lengua en señal de desaprobación y niego vagamente con la cabeza, cruzándome de brazos sobre el pecho como si lo que dice fuese en verdad preocupante — Estos viajes a la periferia. Siempre tan glamorosos, que rozan lo absurdo — continúo. Mejor bromear ahora que luego, cuando la conversación nos lleve a puntos que no hacen ni una pizca de gracia.

El comentario del marisco es respondido por mi sonrisa ensanchada y de dientes expuestos, esos que enseño hasta que me meto lo que queda del bocado en la boca en señal de que me da básicamente igual — El polvo le dio el toque — asumo que lo ha dicho porque he metido la mano en su plato y, si no, ya me lo comí así que no puedo hacer nada. Tampoco es como si tuviese mal sabor y dudo mucho morirme por ello. Muevo las cejas en el segundo que me niega la botella, pero opto por hacer el pedido de todas formas en cuanto un mozo se acerca, murmurándole el deseo de un buen vino blanco y un plato de camarones con salsa. En cuanto se aleja, tomo una bocanada de aire y la largo con mucha lentitud, regresando el rostro en dirección a mi compañía y golpeteando el borde de la mesa con algo de ansiedad. Tengo que soltar un “¿Mmm?” en su dirección a causa de mi breve distracción, hasta que recuerdo todo eso del souvenir y me rasco el pecho — Una pena. Me moría de ganas de parecer Santa Claus la próxima que fuese a trabajar — a pesar de la broma, es un comentario desganado, volviendo a echar un vistazo al muelle en busca de ese grito al cual le lanzaría un bombarda si no se calla. Malditos insectos. Maldito bote que no deja de moverse.

Parece que la charla por fin va por una ruta más seria y abro mis ojos de esa manera que uso para indicar que estoy prestando toda mi atención, pero su pregunta me descoloca un poco. Frunzo los labios en meditación, interrumpido por una botella y la copa que acaban sobre la mesa. En cuanto el mozo llena el cristal, se marcha con mi agradecimiento y mis dedos tocan la base de la copa, dándole un suave golpeteo con las yemas — Depende del repudiado. Hay miles de variantes — me explico. Acomodo mi cuerpo para enderezarme un poco y así apoyarme en la mesa, estando un poco más cerca de ella — El hijo de alguien que ha sido rebajado por ser hombre lobo no tendrá el mismo trato que el hijo de un squib. Si es hijo de una criatura será fichado por toda su vida, pero si es un niño que ha nacido sin ninguna maldición y con magia… depende del status de sus padres. Por eso es tan importante llevar un conteo, un registro de muestras de magia y genética para poder controlar a la población. Niño que nace, niño que debe ser registrado — por eso estoy seguro que aquel que buscamos, jamás fue anotado como ciudadano — A veces, el orfanato se hace cargo. Pero todo está en las estadísticas — me encojo de hombros, no muy seguro de a dónde quiere llegar. El aroma del plato me pasa por delante de la nariz y me revuelve un poco el estómago, ese que gruñe por el hambre de estar vacío, pero aún así observo mi pedido como si dudase de haber tomado una decisión correcta. Con un bufido, me resigno y tomo el cubierto — ¿Por qué lo preguntas? ¿Has encontrado algo o es solo un dato informativo? — me llevo dos camarones pequeños a la boca y los saboreo. Están bien, pero aún así me froto la frente con la mano libre y me obligo a dar un trago.
Hans M. Powell
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Bad idea · Hans LNG2q2T
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Invitado
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Vacaciones de ensueño— murmuro. —No sabes lo mucho que las necesitaba—. El único problema con esas vacaciones impuestas era que tenía un itinerario que seguir y un propósito que cumplir. Al terminar el domingo lejos de sentirme relajada, estaba frustrada y revolviendo ropa oscura para ir a despedirme de un sujeto que ni siquiera me simpatizaba. Con el cansancio, mi humor se acentúa y solo por eso dejo pasar el hurto a mi plato como si fuera un crimen menor. La llegada del camarero sabotea mi intención de decir que el piso no parece haber sido limpiado hace poco, y que ese polvo debe de estar cargado de medio millón de bacterias. Me guardo el tono jocoso durante el momento de seriedad, y vuelve a aflorar al hablar del souvenir. Pese a que habla con una evidente falta de ánimo, mi tono sí lo demuestra. —Lo tendré en cuenta para tu cumpleaños— prometo, comprometiéndome con su manifiesto deseo fallido de parecerse a Santa Claus.

Si las opciones se abren en un abanico tan amplio, tengo el tiempo para continuar con mi cena mientras me describe cuáles son todas estas. Tomo nota mental de algunas variables que me arroja, lo que quiero entender es cómo este adolescente pasó desapercibido para un gobierno que se ha tomado la tarea de llevar un registro de los nacidos desde aquel día hace quince años. No creo que lo hayan hecho con tal precisión de fechas, quizá comenzaron con el registro un poco después, la burocracia tiende a tener su propio tiempo, insoportablemente lento. Doy un golpecito a mi labio mientras pienso. —Existe una fe inquebrantable en las estadísticas por su precisión, y a pesar de ello, en muchas ocasiones fallan— lo sé, en mi área también se trabaja con éstas y los accidentes ocurren, se dan alteraciones imprevistas, porque un solo dato equivocado o faltante provoca graves cambios.  

Lo miro por encima del borde de mi vaso que tengo cerca de mis labios para aclararme la garganta una vez más, no le estoy ocultando información sobre nada y mi semblante está limpio como pocas veces. Esta vez, en serio, no estoy escondiendo nada. —Estoy preguntándome cómo se burla a un sistema que lo controla todo y tiene ojos puestos en cada distrito. Dónde están los puntos ciegos…— aclaro el por qué necesito repasar leyes, y resulta más sencillo hacerlo desde el nacimiento de un niño en los meses del cambio de gobierno, a tener que hallar a una mujer entre otras mil que fueron repudiadas y marginadas. —En el taller tenemos unos maniquíes horrorosos, las miradas de éstos realizan un escaneo constante del ambiente para tareas de reconocimiento. Pero tienen un punto ciego en su mirada, si te colocas en cierto ángulo, escapas de su escaneo— describo para explicarme, tal vez no hacía falta.  

Todo esto del registro de nacidos que posibilita a su vez identificar las manifestaciones de magia y así llevar una vigilancia, debe ser la primera fuente a la que acudieron al enterarse que existía un heredero de los Black. Volver sobre eso no tiene caso, el chico que buscan no lo habrán encontrado de manera tan sencilla, con un final feliz resuelto para los Niniadis. Si la madre tenía toda la intención de protegerlo, y contaba con las aptitudes para hacerlo según lo pude confirmar en su ficha, evadir el registro habrá requerido de algunos pocos trucos. Hay quienes, sí quieren esconderse, no son hallados a menos que así lo quieran. —Existe el relato de un rey al que unos adivinos anunciaron el nacimiento de un niño que sería un rey de reyes, y el día en que éste debía nacer, el rey envió a todos sus soldados a asesinar a los bebés recién nacidos. El bebé de la profecía se salvó porque nació en la frontera y su familia logró escapar al enterarse de la masacre— narro como diciéndolo al aire y jugando con los mariscos de mi plato que atraje hacia mí cuando la botella de vino y otro plato se sumaron a la mesa. —¿Lo conocías? Se me vino a la memoria.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Ni me lo digas — sé que no podemos confiar en los números. Si vamos al caso, hemos estado confiados de nuestra suerte hasta que notaron que la información de Cordelia Collingwood se había perdido entre todo el papelerío y solo porque ella no era tan importante como para prestarle atención. Las fallas están, en todos lados, no solo en este caso. Si no existieran, no tendríamos un montón de aurores desaparecidos y rebeldes saliendo hasta por debajo de las rocas. Exactamente, en los puntos ciegos, tal y como ella dice. No necesito de la explicación, pero aún así la escucho porque siento que si abro la boca, me quejaré de lo alta que se encuentra la marea y no de lo que se supone que estamos hablando. Así que asiento, apretando los labios y con el resto ligeramente crispado, silencioso como una tumba. Tampoco me sorprende que saque un relato de la manga, ese que me obliga a levantar un dedo para pedirle un momento y reprimo algo que parece que es un eructo, aunque estoy seguro de que se trata de otra cosa. Pasar algo de vino me ayuda a recomponer un poco la compostura, por extraño que parezca — Creo haber oído una historia de esas alguna vez, probablemente cuando era niño — mi madre amaba la hora de los cuentos. No voy a admitirlo, pero a mí también me fascinaban — Lo que dices es que este bebé nació lejos del foco de los Niniadis, que no puede estar en NeoPanem. Sé que sabes que ya hemos considerado esa opción, pero siempre cabe la idea de que se hayan falsificado sus registros. Collingwood no era idiota, por algo tenía el puesto que poseía dentro de los Juegos Mágicos — era una de sus vigilantes estrella, un cerebro de la informática del distrito tres. Si ella deseaba ocultar a su bastardo, lo habría conseguido.

Mi rostro inexpresivo se queda prendado de mi plato, preguntándome si no es demasiado. Incluso meto el tenedor entre los camarones y lo paseo como un niño que está tratando de ganar tiempo antes de comer algo que detesta, a pesar de estar pendiente de la conversación que intento continuar — He preguntado en el orfanato. Mi hermana es profesora en el Royal, pude conseguir una lista de alumnos de entre los dieciséis y quince años. Niños y niñas, mestizos. Collingwood era squib, así que… — por mi modo de hablar, deduzco que ella misma se da cuenta de que no he tenido éxito. Por un momento, había tenido la esperanza que meterme entre un montón de niños a quienes nadie le presta atención serviría de algo, pero no fue más que una pérdida de mi tiempo — Nadie sospechoso, al menos de momento. He mandado a rastrear algunos nombres, pero no ha habido coincidencias — tampoco es que quiero levantar demasiado las sospechas. Para ser una tarea secreta, mover altos cargos de registros civiles podría ser un poco cuestionado, incluso cuando sé que tengo el respaldo suficiente como para no deberle cuentas a nadie. La preocupación recide en que, si los rumores comienzan, podrían caer en orejas equivocadas.

La otra opción es que el niño haya nacido en el exterior. Jamie apuesta todo por que se encuentra en el bendito catorce, pero no es secreto que se encuentra un poco obsesionada con ese lugar desde hace quince años — precisamente, desde que su hijo se marchó. Detengo la revuelta de mi plato cuando me percato del detalle legal que he tenido estos días, con un prisionero de esa zona en los calabozos, pero opto por no decirle nada. Esa información puedo quedármela un poco más, en especial porque no sé qué planean hacer los Niniadis con él — Salir del país es peligroso, es zona prácticamente salvaje. Prefiero que no tomes ese riesgo — si grupos enteros de aurores calificados pagan las consecuencias, a ella se la comerían viva. Sin probar bocado, dejo el tenedor y doy otro trago de vino, bajando la copa con rapidez — Asumo entonces que no encontraste nada. Está bien, no esperaba que lo hicieras a la primera. ¿Tienes un registro de los lugares que visitaste para tacharlos del mapa? — le hago más caso a mi hambre que a mi razón al meterme otro bocado en la boca y estiro una mano sobre la mesa con la palma hacia arriba, moviendo los dedos en espera de algún papel — ¿Oíste hablar de la Red NeoPanem? — asumo que no, porque no es algo de nuestros ciudadanos mínimamente respetables — Hay una radio, no sabemos dónde, que se encarga de dar noticias entre los rebeldes. Es uno de los datos que he recolectado en mis paseos. ¿Crees que puedas encontrarlos y averiguar si saben algo sobre la gente del exterior? Los medios de comunicación siempre guardan información, incluso los clandestinos — no ignoro el sudor frío que me estremece al resbalar por mi nuca, por lo que empujo con suavidad el plato hacia ella como si fuese mi mejor excusa — ¿Quieres probar?
Hans M. Powell
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Bad idea · Hans LNG2q2T
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Invitado
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No digo que eso sea lo que sucedió con este niño, solo me lo recordó toda esta situación— murmuro, mis palabras quedan relegadas a las suyas que proponen pensar en registros falsos para engañar a la vigilancia y también es una opción válida. Si así como Cordelia tienes el talento para hacerlo, ¿por qué no lo harías? Era una mujer inteligente, tenía más de una opción para agotar procurando su supervivencia y la de hijo. Y si sobrevivir implicaba separarse, el que lo dejara en un orfanato o a un matrimonio que lo protegiera, conociendo o no su verdadera identidad, a mí me parece una buena elección. Sería una ironía que raya en lo absurdo, que este niño creciera en un entorno de elite y cercano a los Niniadis, pero la vida está llena de ironías. Yo hablaba de puntos ciegos, de escapar del control de una mirada, y hay quienes creen que la mejor manera de esconder algo es colocarlo delante de la nariz del enemigo temido. —Tanta curiosidad de tu parte hará pensar que estás buscando a un hijo perdido…— opino al pasar, disfrutando lo que queda de mis mariscos, a diferencia de él que no tuvo la misma suerte y parece estar masticando pescado crudo. —Podría montar ese acto en los distritos del Norte— pienso en voz alta—, el de una madre que está buscando al hijo que tuvo de adolescente y la desgracia los separó— le doy un tinte dramático a mi voz. —Los quince son una edad complicada.

Salgo de ese paréntesis para retomar la seriedad que exige la charla y trato de seguir el hilo de posibilidades que me presenta. Si está en NeoPanem con registros falsos, si está creciendo en la miseria que viven los repudiados o en las comodidades del Royal, también puede estar a salvo en tierra inhóspita o en el más importante punto ciego que tiene este gobierno: el distrito catorce. —Si sabes de un lugar que está ahí, y al que no puedes acceder, no importa qué, con todo tu poder y tu fuerza, obsesionarse es irremediable—. Este niño, ahora chico, puede estar en cualquier lugar y en ninguno. Sé un poco de esto por mi trabajo y lo medito, tratando de encontrarle la relación que me explique cómo pueden las teorías que conozco, encajar con esto que no tiene nada que ver con la mecánica o si es posible usarla. Casi me pierdo el que diga que no iré por fuera de NeoPanem. —No me importaría tener que hacerlo— mi respuesta es tan inmediata que soy la primera en sorprenderme. —Pero, antes de hacerlo, agotemos el terreno conocido— me recompongo. Saco del bolsillo trasero de mi vaquero un papel que coloco sobre su palma abierta y cierro sus dedos sobre la hoja doblada, empujo su mano para que pueda guardarla, al menos esa parte de mi tarea la cumplí.  

Pongo mi atención en el cambio de tema y procuro no pestañear cuando me habla de la radio. Un pensamiento se prende y lo apago en mi mente en una fracción de segundo. —No, no sabía nada de eso. Quizá tenga que volver a suscribirme a las gacetillas de los rebeldes, pero si lo prefieres, pediré que me agreguen a su circuito de radio—. Al decirlo, agradezco que de todos los lugares posibles, estemos en una embarcación del distrito cuatro en el que solo se reúnen pescadores a hacer catarsis de su día en la barra con un par de botellas de cerveza. Nuestra conversación no debería atraer la atención de nadie, que solo somos un par cenando y todas las mal interpretaciones son bienvenidas para enmascarar la verdad. Frunzo mi entrecejo, encuentro raro que me ofrezca su plato, pero por lo tenso que se veía cada vez que se llevaba el tenedor a los labios, sospecho que algo está mal. —¿Qué pasa? ¿Tan mal está? —. Cambio de lugar nuestros platos y pruebo un bocado del suyo. Paladeo uno de los camarones para calificar su sabor, y mi única conclusión es una mirada reprobadora a Hans.—No seas tan delicado. No estará a la altura de tus cenas cocinadas por un chef, pero no es incomible—. Como lo más probable es que esté cayendo en el prejuicio, estudio su rostro.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Si quiere jugar al teatro, que lo haga, no tengo ningún problema mientras le ayude a cumplir su tarea: además, de seguro a ella, que no la conocen, le creen mucho más la búsqueda desesperada de un bebé. Le juega en contra no saber ni su género, pero ese es un detalle que puede camuflarse con alguna historia trágica sobre robo de niños, de esas que he escuchado tanto con el correr de los años y de los casos que pasaban por mi escritorio en los primeros tiempos de mi carrera. — No la culpo por su obsesión — declaro en un calmo tono de respeto — Solo no comparto su modus operandi — NeoPanem tiene cientos de problemas a solucionar y echarle la culpa a un mismo objetivo nunca es algo que ayude a avanzar, sino a retroceder. ¿Que el catorce es un grano en el culo? Pues claro. ¿Que debemos desperdiciar millones de galeones en su búsqueda? No, ni hablar, menos después de dos grupos de aurores desaparecidos y uno de ellos encontrados en forma de cadáveres. Un paso a la vez. Al menos, Scott me entrega el papel que exijo y, relamiéndome los dientes, lo abro para echarle un vistazo — No irás al exterior — como tengo los ojos puestos en el papel, ni me molesto en mirarla cuando hablo en tono determinante, similar al de un padre que no piensa dar el brazo a torcer frente a un capricho adolescente. Vuelvo a doblar el papel con cuidado y lo meto en mi bolsillo, dándole un asentimiento — No me importa cómo, pero hazlo — es una demanda de las clásicas, esas que suenan como siempre ha sido nuestro trato. Yo exijo, ella obedece. Algunas cosas no tienen por qué cambiar.

No, no está mal… — aunque intento sonar seguro, mi voz sale un poco más aguda que de costumbre y carraspeo en un intento de recobrar la compostura y no sentir que estoy sonando como un niño castrado. Me pellizco el puente de la nariz y estiro los dedos para masajearme la sien, dejando que ella deguste un plato que aparentemente es de su agrado y, a decir verdad, también lo es del mío, salvo por un detalle. Con el codo apoyado en la mesa, paso a masajear toda mi frente al sacudir la cabeza, tratando de ignorar como la marea produce que el bote se menee y choque suavemente en un simple y clásico golpe contra el muelle contra el cual está amarrado. Tras un momento de silencio, me inclino hacia la opción de ser sincero — Es mi estómago. No puedo soportar… — el nuevo vaivén hace que cierre los ojos con fuerza, tome algo de aire y lo largue con lentitud — No me molesta cuando el mar está calmo, pero ese jodido movimiento puede conmigo. Es como las escobas. Simplemente… — aunque abro los ojos para mirarla, he torcido los labios en una mueca que demuestra mi desaprobación y las náuseas en una expresión algo deplorable. Como noto que me he hundido de más en el asiento, hasta al menos tocar sus pies con los propios, apoyo las manos en los bordes de la silla y me impulso un poco hacia arriba — … no me gusta cuando la superficie donde me encuentro se mueve — creo que es un modo muy simple de describirlo. ¿Volar como animago? Me fascina. ¿No tener el control sobre el objeto que me sacude en el aire o en el mar? No, solamente no.

La punta de mi lengua toca mi labio superior y se queda ahí un momento, en espera de que termine de chequear si puedo seguir con esto o no. Al final, el revoltijo que empieza a sacudirme las tripas es el que me empuja de la silla como un resorte y apenas llego a murmurar una disculpa cuando me lanzo sobre el barandal, doblo todo mi torso hacia delante y dejo salir todo lo que se ha acumulado en mi estómago. El espasmo me estremece y las arcadas empeoran el sudor, oyendo las exclamaciones de asco de algunos de los borrachos del lugar. Incluso creo que puedo escuchar alguna que otra risa furtiva, como si yo fuese simplemente un blando. No es hasta que creo que puedo respirar con normalidad y no boquear como un pez que me sujeto más fuerte, me limpio con el dorso de la mano y, sintiendo el torso como un flan, ladeo la cabeza en dirección a mi acompañante — Ni una palabra — me cuesta hablarle, así que es un murmullo ronco. Si empieza a burlarse de mí, la tiro por la borda.
Hans M. Powell
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Si no tuviera la vista puesta en el papel, repasando los nombres apuntados, si no hubiera modulado sus palabras con descuido, podría caer en el error de creer que acaba de darme una orden sobre a donde puedo o no ir, y pese a que se bien que estamos en un tipo de acuerdo donde sigo el camino que me marca para cumplir sus objetivos particulares, eso no lo salva de mi mirada abrasadora. No me gusta cuando me trazan líneas de hasta dónde puedo llegar y creo que esa faceta de mi carácter es de sobra conocida por los dos. —Ya dije que no lo haría, no hacía falta que lo reafirmes— apunto, moderando mi respuesta. Hinco los codos en la mesa y entrelazo los dedos de mis manos, froto mi pulgar en círculos alrededor de mi palma. —Me provocas ideas raras de montar un campamento en la frontera, probar la vida salvaje de lunes a viernes y saltar la cerca a tus distritos durante el fin de semana. Y ninguno de los dos queremos eso—. Claro que si algo me ocurre, pierdo más yo que él. Las personas al final de cuenta somos reemplazables, pero no la vida. Aunque a veces no lo parezca, soy apegada a esta necesidad de respirar y vivir. Me lo pensaría dos veces el dar un paseo fuera de la civilización. Y si me quedan tareas pendientes en el norte, ¿por qué desviarme de mi rumbo?

Es posible que haya desarrollado un paladar capaz de subsistir a las situaciones adversas que ocurren diariamente en la cocina de mi casa, y por eso los bocados que tomo de su plato no me provocan rechazo, sí un regusto amargo que puede tener mucho que ver con la expresión que pone y poco con el plato en sí. Hago a un lado el tenedor y me acerco por encima de la mesa para escuchar lo que murmura con esa postura de pesadumbre. Tengo un segundo de preocupación auténtica por su estado, pero no puedo retener la curva de mis labios que asciende en una sonrisa socarrona. —No estás hablando en serio— susurro, me muerdo los labios para contener la carcajada, porque su rostro se torna más pálido. ¿Qué clase de mago no vuela en escoba? —Podríamos explicar desde la psicomagia tu rechazo a las estructuras inestables, pero…— trago mis ganas de reírme y rasco con mis uñas la piel de mi garganta que me cosquillea, creo que por el mismo esfuerzo que hago de que las risas no asciendan hasta mis labios —no es el momento. Te ves mal…— lo reconozco, y solo una persona ruin encontraría toda esta situación como un motivo de burla.

Parte de mi nobleza se va por la borda como lo hace el contenido de su estómago, cuando en unos pocos movimientos veloces está doblándose para aliviar su malestar y yo estoy de pie a su lado, carcajeándome de la manera más contenida que puedo, entre dientes, y dándole palmadas en la espalda. La risa solitaria de un borracho casi flaquea mi contención, me tienta unirme a él. No alcanzo a esconder en mi mirada la expresión de regodeo, tengo una sonrisa cruzando mi rostro y para que no se dude de mi solidaridad, me inclino hacia él: —Descuida, ¿cuánto le he contado a alguien tus sucios secretos?—. Ni que conociera tantos. —¿Te sientes mejor ahora? Porque todavía me queda probar el postre, me han dicho que aquí hacen unas trufas de chocolate muy buenas— señalo por encima de mi hombro hacia la mesa que recién ocupábamos, donde creo que nos espera el camarero que nos atendió, para verificar que nadie muera de intoxicación en sus dominios. Si aún no lo han hecho, no quiero que Hans acapare atención con su cara de ministro y alguna de las revistas de chismes pague al muchacho para que relate el episodio. Porque la mala reputación de un lugar, también contribuye a su fama. Froto con una mano el espacio entre sus hombros para ayudar a calmar la sensación de nausea, no sé si funciona pero tengo muchas anécdotas de este tipo en que me vino bien ese consuelo. Me aparto para volver a la mesa a pagar la cuenta. —Nos vamos— digo, y lo dejo sosteniéndose a la baranda si es que necesita algo que calme su sensación de mareo. Converso rápidamente con el chico y, tal como dije que lo haría, uso parte del dinero extra para pagar nuestra cena inconclusa. Cuando vuelvo a su lado me quejo en voz baja: —Es la última vez que te invito a un lugar tan malo, un bicho me está comiendo la piel— le muestro mi garganta para que vea lo que creo que será una zona rojiza por mis rasguños. Piso fuerte y con rapidez para que salgamos de la embarcación y cuando siento la madera del muelle bajo mis pies, volteo para ver si es capaz de caminar erguido ahora que volvimos a tierra firme o casi. —¿En serio no vuelas en escoba?— tengo que preguntarlo. —¿Dónde ha quedado tu juventud?
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Hans M. Powell
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No es momento para ponerme a analizar con psicología las razones por las cuales no puedo contener el contenido de mi hígado, pero sí lo es para lanzarle una mirada que intenta ser fulminante por esas risitas que no pienso perdonarle, incluso cuando los dos sabemos que yo tendría la misma reacción de estar en su lugar. Esto es el karma, posiblemente jodiéndome por algo en lo que ni he reparado aún — Más te vale que nunca — le gruño en un tono que pretende ser amenazante aunque parece más un gemido de angustia. No sabe mucho de mí, pero hay algunos puntos que preferiría que no diga en voz alta. Igual no viene al caso, porque en ese aspecto se ha ganado mi confianza. La simple mención de trufas de chocolate hace que me queje y mueva la cabeza hasta que la frente sudada se presiona contra el frío de la baranda, sintiendo ese mareo insoportable que parece mecerse con el bote. Tengo que recordarme que son solo unos minutos, que no tengo por qué arruinar algo tan simple como una cena laboral y entonces ella soluciona todo anunciando que nos marchamos — No, no, termina tu cena — no tiene sentido, porque cuando giro la cabeza ella ya está pagando y, muy a mi pesar, tengo que declarar que eso me da cierto alivio. Al menos voy a bajarme de esta cosa infernal.

Intento enderezarme como si nada hubiera pasado y voy tras ella, notando los pasos un poco cautelosos y mi boca sabiendo a porquería, por lo que le doy un rápido trago a la copa de vino antes de bajar. Ya sé, ya sé, debería haber sido agua pero era lo que estaba a mano — Quizá es un mosquito. Es la época — tengo un andar un poco desgarbado al bajar y estoy por hacerle un chiste sobre una próxima cena, cuando su pregunta hace que me detenga con el pie a punto de posarse sobre el muelle — Desde que me hice animago y no necesito una para volar — le digo como si nada. No es una gran revelación, pero tampoco es algo de lo que voy alardeando por todos lados. Con un carraspeo que pretende eliminar el ardor de mi garganta, pongo mis pies en el muelle y me inclino, apoyando las manos en mis rodillas y respirando con lentitud — Además… — agrego, cerrando los ojos en un intento de calmarme. Uno, dos, tres… — Intenta tú sentarte sobre un palo que al frenar te puede golpear las bolas. No tienes idea de lo incómodo que es eso — Reynald tiene la anécdota exacta de una carrera en nuestro último año en el Royal que podría justificar todos mis dichos, pero si ella se enterase los detalles las burlas no terminarían en una eternidad. Largo un rápido suspiro y vuelvo a enderezar la espalda, extendiendo las manos como si estuviese chequeando mi equilibrio — Ya. Lo lamento. ¿Aún tienes hambre? — mi estómago está resentido, pero confieso que es mi culpa que el mozo se esté llevando los platos aún con comida y, quizá, podamos terminar nuestra conversación en un lugar donde pueda pensar con claridad — Hay un par de restaurantes por la zona que están bastante bien. Solo… que no se muevan — podemos alejarnos del puerto, para variar. Eso nunca es una mala idea, en especial por el olor a pescado. Nada que ver con el muelle pulcro y paradisiaco de la isla.

Me llevo una mano al abdomen y chequeo que nada vaya a salir de ahí. Bien, creo que puedo hacerlo. Llevo la contraria a su cintura para darle un empujoncito que la invita a caminar y trato de empezar la marcha, aunque un rápido vistazo a su cuello me hace entornar los ojos — ¿Qué clase de mosquito te picó? — me tomo el descaro de tomar su mentón y levantarlo para chequear la zona rojiza de su piel, tratando de no acercarme demasiado por si tengo aún un aliento desagradable — Si vas a rascarte así, deberías cortarte las uñas, Scott.
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Nunca usé su nombre en mis charlas con otras personas, como para que alguien pudiera creer en mi palabra si hago comidilla de él en un medio sensacionalista. Ese detalle de no mencionarlo creo que es prueba suficiente de mi falta de intención de revelar lo que descubrí de su carácter a partir de nuestros encuentros. Sin embargo, recuerdo mi cena con Meerah, lo abierta que estaba a contestar los interrogantes que tenía y puede que haya hablado un poco más de la cuenta. Ella no es prensa amarillista, es su hija. ¿Eso sirve de algo? Y no haré promesas sobre la palabra «nunca», esa medida de tiempo es imposible respetar, no sé en qué circunstancias me encontraré algún día. ¿Acaso no estoy ahora en una en la que tengo que reunirme con él los lunes para detallarle lo que pueda o no descubrir sobre otra gente? No creo tener vocación para esto, pero lo estoy haciendo. ¿Es extraño? Sí. Pero darle palmaditas en la espalda lo es todavía más. —No voy a continuar con mi cena escuchándote vomitar de fondo, ¡iugh!— digo con un dejo de asco al alejarme y frunzo mi nariz en un mohín. Una sonrisa animada tuerce mi boca, la escondo de su vista al girarme para pagar al muchacho y abandonar de una buena vez la embarcación.

La picazón en mi garganta es una sensación relegada en mi mente, la cual halla su disfrute en seguir bromeando a su costa. De modo inconsciente tengo mis uñas recorriendo los mismos surcos sin que pueda encontrar alivio, mi parte consciente está asimilando que es animago y de esta manera puede volar. —¿Ah, sí? ¿Y en qué ave te transformas? — pregunto con una curiosidad que pone las palabras en mi boca por su propia cuenta. Mi prejuicio de que su forma animal sea un zorro se cae. Hasta donde sé, éstos no vuelan. Lo que resta es apegarme a la vieja creencia de que por su profesión le corresponde ser un cuervo. Estudio los rasgos de su expresión para identificar entre las líneas, el contorno de un animal posible y mi examen se interrumpe con una carcajada. —¿Preocupado por tu descendencia?— me mofo de él y revoleo los ojos, reanudo mi andar con la vista de vuelta al muelle. —No tengo tanta hambre, comí lo suficiente de mi plato. ¿Qué hay de ti? ¿Te sientes mejor como para una segunda ronda?—. Me tienta poco la idea de buscar otro lugar donde cenar, después de haber dejado la mitad de mi plato en otro. Y si es restaurante de su elección, es posible que exijan atuendos de etiqueta. No lo seguiré ciegamente a una trampa.

»No creo que sea un mosquito— lo corrijo, —debe ser un bicho que cayó dentro de mi ropa—. El ardor se extiende a otras fracciones de piel desde la clavícula y por debajo de la camisa, planeo darme un largo baño cuando llegue finalmente a casa para sacarme todo el agotamiento y el polvo de estos días, y también esta picazón inoportuna. No me agrada lo último que dice, me hace sentir como una niña salvaje que merece un llamado de atención, así que cierro mis dedos alrededor de la muñeca de la mano que sostiene mi barbilla y hundo mis uñas en su carne mientras sostengo su mirada con la mía. —Las tengo cortas— digo, dejando que examine por sí mismo si han quedado marcas superficiales. —No podría trabajar si las tuviera largas y con una manicura impecable— le explico lo que es obvio. Froto el largo de mi garganta con una mano para aliviar la irritación que también percibo en su interior, me cuesta pasar saliva y tengo que carraspear para aclararme.
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Hans M. Powell
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No sé por qué la escruto con la mirada, pero tampoco veo lo malo en contarle algo tan simple como esto. No es como si fuese un secreto, sino más bien algo que solo comento si es necesario o si, como ahora, sale en la conversación — Halcón — paso de las demostraciones, no me gustan, no tengo ánimos y sé que a ella tampoco le interesa. Lo que me agrada de su presencia debe ser eso: que al contrario de otras personas, ella no necesita ni busca lamerme las botas. Su burla se gana una expresión que busca ningunear el comentario, sin embargo, tengo que hacer un esfuerzo por no mínimamente sonreír — Lo que menos me preocupa es el tener más descendencia. Digamos que me interesa más el ahorrarme el dolor. No tienes idea de lo humillante que puede ser el quedar tirado en medio de un campo de Quidditch — va, que lo termino soltando de todas maneras, pero ya qué. Me ahorro los detalles de cómo todos se reunieron alrededor y terminé en la enfermería del Royal con Reynald riéndose en toda mi cara, haciendo imitaciones que no puedo recordar sin perder un cuarto de mi decencia. Por otro lado, segunda ronda, ni hablar. Me limito a levantar una mano y sacudir la cabeza para negar su sugerencia, porque si me voy a llevar algo a la boca, será un vaso de agua y un cepillo de dientes bien cargado de dentífrico.

¿Y como habría caído un bicho en tu comida sin que te dieras cuenta? — intento sonar lógico, pero me distrae el modo que tiene de hincarme las uñas en la piel. Me quejo por lo bajo y aparto la mano, alzándole una ceja en un gesto rápido y distante — Si querías ponerte en ánimos de andar clavando tus dedos, me hubieras citado en otra parte — me froto las pequeñas marcas con los dedos contrarios, seguro de que desaparecerán en segundos, pero continúo con mi expresión a la distancia. Parece más una irritación que una simple picazón y, aunque me gustaría revisar mejor, no me atrevo a volver a tocarla. El oírla carraspear es lo que se lleva el premio a la atención, de modo que levanto un dedo para pedirle un segundo y me alejo lo suficiente como para ir hacia uno de los pocos puestos que quedan abiertos en el puerto, a tan solo unos metros de distancia. En instantes, estoy sujetando una botella de agua que se ve de lo más apetitosa para mi estómago, pero que de todos modos le entrego a ella con el desgano de poner primero sus necesidades antes que las mías — Puedo llevarte a una guardia de salud. Eso no tiene buena pinta — ¿No nos habíamos reunido para debatir problemas de trabajo? ¿Cómo es posible que, repentinamente, esté considerando el llevarla al hospital? Las cosas han cambiado entre nosotros en el último tiempo, lo confieso, pero hay límites que no hemos cruzado. Hay situaciones que no pasas con cualquier colega o empleado: un hospital entra en esa lista, junto con los almuerzos familiares y las bebidas en el sofá. Y siempre nos las arreglamos para esquivar las normas básicas que deberíamos haber impuesto con mayor ímpetu.

Ni siquiera lo pienso demasiado ni vuelvo a consultarlo. Tomo su mano con la desenvoltura de la desfachatez y nos desaparezco, apareciendo en la salita de urgencias del distrito cuatro, cuyas luces iluminan una calle poco transitada. La suelto como si su mano estuviera sobrecargada y paso la mía por mi torso, en un intento de quitarme la sensación del agarre — Una crema o una poción deberían bastar si ha sido un insecto. Ya luego puedes irte a casa. ¿O también necesitas que te lleve y te arrope? — como ahora es mi turno, la miro con gesto burlón e inicio el camino hacia la sala, donde paso primero entre las puertas automáticas. Cuanto más rápido salgamos, más rápido podemos seguir nuestro camino por separado.
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Interesante— es todo lo que digo con un asentimiento de cabeza y un gesto meditabundo que hace coincidir mis cejas. Doy por hecho que la forma animal de un mago habla mucho de su carácter y no tengo jodida idea de qué relación hay entre los halcones y Hans. No quiero que me lo explique, ni que me lo ilustre. Mi curiosidad se limitaba a recibir una respuesta a la que puedo dar vueltas después. Si se le ocurre hacer una demostración en el muelle, me daría mucha vergüenza. No pregunté porque quisiera ver el show, estamos en un espacio público y hay ojos mirando desde las embarcaciones ancladas, en lo posible quiero que pasemos desapercibidos. Que nos veamos como dos personas conversando, solo eso. Y yo, con un par de carcajadas sacudiendo mis hombros, por la imagen que me hago de su caída en la cancha. ¿Cómo no hacerlo? Hay fanfarronería en mi risa, no desaprovecho la ocasión que se presta para regodearme en un área en la que mis habilidades se pueden decir que superan a las suyas, ampliamente. —Lo que tenías que hacer era subir a tu escoba otra vez, al minuto siguiente— señalo. Es un poco tarde para dar un consejo y lo mismo lo hago. —Si te caes de un caballo o una bicicleta, no importa lo que duela, no debes postergar el volver a intentarlo. Sobre todo si se trata de caballos o escobas, son muy sensitivos, pueden percibir tu miedo. Porque detrás de evitar el dolor o la humillación, ¿no es miedo lo que hay? —. Sí, puede que también haga esta pregunta por lo divertido que es marcarle esta posible debilidad. Oh, tan divertido.

Así como a él le gusta atraparme en preguntas aparentemente simples. —¿Será porque estaba prestando atención a lo que me decías? Increíble, pero real. Escuché cada cosa que me dijiste. Tan concentrada estaba que no me di cuenta del insecto del tamaño de una mota de polvo que cayó en mi ropa— al decirlo le dirijo una mirada larga. Hablo de un insecto, no de un puffkein. Estos bichos se meten por todos lados sin que una se dé cuenta, la picazón es la señal de su presencia y para entonces tengo la piel ardida. Pongo los ojos en blanco desestimando su comentario burlón al presionar mis uñas en su muñeca. —Mantén tus fantasías a raya, eso no sucederá hoy— sonrío al negar con mi mentón de un lado al otro y estoy haciendo el intento de esclarecer mi voz para que no suene áspera. Cuando se va y vuelve con una botella de agua, estoy contando respiraciones, porque mi garganta se cierra y esto me está poniendo nerviosa. Descargo el contenido de la botella en mi boca y la aparto un poco para relamer mis labios, los noto un poco entumecidos. Escucho a medias lo que me dice, estoy delineando mi labio inferior con el pulgar. —¿No estás exagerando?— murmuro. Puedo volver a casa, tratar de entender lo que me pasa, echarme a dormir y si mañana despierto sintiéndome igual, entonces consideraré ir con un sanador.

Parte de mí sabe que esto es algo que no puedo resolver por mi cuenta y es la que no se resiste a que me arrastre en una desaparición que sacude mi cuerpo, y por suerte dura un segundo, el aire está errando su camino por mis pulmones. Es como si el maldito insecto se hubiera metido en mi garganta. Su descaro para burlarse de mí delante de una sala de urgencias, hace que le responda. Ni siquiera el día que tenga una cuota reducida de oxígeno en mi sistema, me contendré ante sus provocaciones. Gastaré mi oxígeno en quedarme con la última palabra, entonces moriré y no podrá discutirme porque ya estaré muerta. Bonitos pensamientos reconfortantes. —No me quejaría si además me preparas un poco de sopa. ¿Es que no has escuchado que eres responsable de la vida que salvas? Hazte cargo— procuro que el hilo de mi voz se escuche amenazante. Obviamente me refiero a lo que sucedió hace unos años, lo de hoy no puede ser más que la picazón de un estúpido bicho. Al cruzar las puertas es que me doy cuenta que lo más raro de entrar no es la irritación rojiza en mi piel que sube y es visible en mi garganta, sino su presencia a mi lado. Lo detengo por el codo antes de que siga avanzando. —Podrías esperar aquí, ¿no crees?— y le señalo con la barbilla un asiento vacío, vecino al de una bruja que tiene en su regazo a un niño con todo el rostro rojo por una congestión. Podría tocarle peores compañías teniendo en cuenta que aquí la gente viene por emergencias.
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Intento por todos los medios no mostrar exasperación y me muerdo la lengua para ahorrarme más detalles de una situación hipotética con sus insectos invisibles, lo que provoca que infle un poco mi mejilla por un momento —Hoy— hago énfasis en esa palabra con un gesto burlesco y disparando las cejas brevemente hacia arriba, pero mi expresión pronto se suaviza a sabiendas de que no puede tomárselo en serio, tanto como yo no puedo ver con seriedad toda la situación que estamos atravesando. Hace cinco minutos yo estaba doblado sobre la baranda de un bote para devolver toda mi cena y ahora ella está empezando a parecer un morrón irritado. Que me disculpe si bromeo, incluso en tonos no apropiados — Scott… ¿Alguna vez exagero? — que no conteste.

No sé que me da más gracia: si que se tome la molestia en contestarme o la imagen que me planta en la cabeza — Es una lástima que no tenga conmigo el masajeador de pies que me regalaste. Vendría muy bien mientras esperas a que la sopa esté lista — es la luz blanca de la sala lo que me da una mejor visión de su estado cuando volteo el rostro hacia ella y soy consciente del modo que tengo de echar la cabeza hacia atrás, demostrando repentina sorpresa — Te ves horrible — ni siquiera reparo en mi bruta sinceridad, más centrado en las ronchas que han aparecido por la piel de su cuello. No sé qué es lo que se ha tragado, pero parece que su cuerpo no lo está tolerando demasiado bien — No serás alérgica a los insectos invisibles, ¿no? — intento usar la lógica, a la par que vuelvo a inclinarme en su dirección y arrugo el rostro en una mueca de desagrado. No, no se ve bien, pero estoy seguro de que debe sentirse aún peor.

Tiene que detenerme antes de que pueda acercarme a la recepción y giro para chequear el sitio donde me señala, apenas fijándome en la bruja con el niño — ¿Te da vergüenza que te vean conmigo o tienes miedo de que te inyecten en el culo y me burle de eso por el resto del año? — que no estoy seguro de que lo haría, pero… momento, sí, sí lo haría. No llego a decir más porque una mujer joven y uniformada de blanco aparece por la esquina para acercarse a la recepción, percatándose de nuestra presencia. Antes de que Scott pueda decir algo, doy el paso hacia delante para responder por ella la pregunta sobre qué necesitamos — Buenas noches. Mi amiga se tragó un insecto invisible y creo que su cuerpo no está reaccionando muy bien — el modo de arrastrar las palabras deja en evidencia que estoy gozando esto, a pesar de que hago un mohín y un chasquido de lengua como si estuviese compadeciéndome de ella y de mi propia preocupación — Si alguien pudiera verla y darle algo para calmar su molestia… — no toma mucho que la muchacha se gire hacia la morena y busque tomar sus datos, así que solo me quedo de pie en silencio, mordisqueando mis labios en un intento de no reír y fingiendo estar muy interesado en la televisión encendida. Dibujos animados, para variar.

En los minutos en los cuales nos piden que aguardemos, ladeo mi rostro hacia Scott con una expresión de total inocencia, hasta que me inclino hacia ella y busco susurrar cerca de su oreja — Esto es por decirle a mi hija que te acostaste conmigo — apenas me separo para mostrarle la leve sonrisa burlona, justo a tiempo de que oigo que hacen llamado de su apellido. Levanto un dedo en señal de que es nuestro turno y avanzo antes que ella con cierto descaro — Veamos si te pinchan o no. Prometo que sujetaré tu mano y te compraré un chupachups.
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Te tocará ir a tu casa a buscarlo— contesto, mi voz tan ronca. ¿En serio estoy discutiendo por una sopa y un guante? La luz intensa que llena el pasillo hace posible que yo también pueda ver los cambios en su semblante, todo en su mirada se altera. Daría lo que fuera porque sea otra de sus exageraciones, porque si tengo que juzgar mi aspecto a partir de su expresión… No hace falta, me lo confirma con palabras. Me veo tan mal como me siento y suelto muy bajo un gemido de pena. Solo quiero algo, un hechizo, una pomada, que me libre de la maldición del bicho de la cena. El dichoso insecto invisible. La mirada incrédula que le lanzo espero que responda a su pregunta y lo detengo con una mano en su hombro para que no se acerque demasiado, ¿y si la maldita cosa es contagiosa?

Me preocupa que me vean contigo— puedo responderle sin pensarlo una segunda vez, me exaspera estar condicionada a elegir entre dos alternativas posibles también en esta ocasión. En un impulso inconsciente, quizá en busca de desahogo, vuelvo a arañar mi piel irritada con mis uñas y no hallo alivio al ardor, ha pasado a ser doloroso siquiera tocarla. Hubiera dicho que me daba vergüenza para ver si eso le ofendía, es tarde para volver sobre mis palabras o agregar algo sobre mi supuesto miedo a ser motivo de su risa durante un año, una mujer nos alcanza para conocer el motivo de nuestra urgencia y lo escucho tomar el control de la situación para burlarse doblemente de mí. ¿Así que su amiga? Curvo una de mis cejas poniendo en entredicho lo que acaba de decir y me volteo hacia la joven para que pueda rellenar la ficha con los datos que necesita. Le doy la espalda a Hans y así continuo cuando quedamos solos por un segundo que creí que podrían ser largos minutos, el servicio en este sitio funciona rápido, no termino de entender lo que me dice y darme cuenta que Meerah fue a contarle a su padre lo que hablamos en nuestra última cena, cuando me llaman. —Se dio cuenta por sí sola— aclaro. Y, bien, no me gusta que convierta esto en una situación de revancha. No es como si hubiera estado comentándole a medio NeoPanem que nos acostamos, revelando lo que sobreentendía que era un secreto. A la única que se lo dije fue a Meerah y creí que era una cosa de las dos. Si va a actuar tan digno, juzgándome y castigándome, voy a tener que sacudirlo de esa posición.

De acuerdo— acepto los dos ofrecimientos que me hace, porque si era puro sarcasmo, lo acabo de convertir en un compromiso. Está inusualmente generoso en consideración a mi estado y tomaré todo como en una mañana navideña si puedo hacerlo, por más que sean dichos al aire. Nos atiende un hombre que me indica una camilla en la cual sentarme mientras examina las ronchas mi piel, pero por su mirada al verme entrar, bastante parecida a la de Hans cuando entramos a la guardia, supongo que ya tiene mi diagnóstico. —Debe ser que rocé algo a lo que soy sensible y eso causó la urticaria— digo, ladeando mi garganta para que pueda examinar las manchas. —Vaya a saberse cuántas cosas ensuciaron las sábanas de ese motel. ¿No te parecieron que estaban un poco sucias, Hans? Bueno, es que en la prisa en lo último que pensamos fue en revisar las sábanas…— evito la mirada de Hans y busco la del otro hombre para hacerlo parte de lo que debería ser un secreto entre los tres. Soy una estúpida por estar forzando mi garganta en esto. Como no puede ser otra cosa que una reacción alérgica, y en tanto se determine el causante, tengo que resignarme a que se cumpla la predicción de un inyectable. Desprendo los botones de mi vaquero y hago una aclaración innecesaria dirigiéndome al medimago: —¿Mi amigo puede quedarse, verdad? No se preocupe, me ha visto con menos ropa—. Me recuesto en la camilla para que pueda colocar la inyección en el muslo y antes de que lo haga, cruzo un brazo por debajo de mi mentón y extiendo el otro hacia Hans con la palma hacia arriba. —¿Qué estás esperando? Lo prometiste— no fue tan así, pero eso no importa.
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Hans M. Powell
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¿Por qué habría de preocuparte? No es como si aquí alguien te conociera — si vamos por el lado de guardar las apariencias, el que tendría que estar preocupado soy yo. Pero es una sala de hospital, una guardia donde nadie tiene motivos para creer que entre ella y yo no existe más que una relación cordial o simplemente amistosa, al menos que eso también sea un problema para ella. Si estoy arruinando su reputación de persona que frunce el ceño a los políticos, debería haberlo pensado antes de salir a la calle conmigo. Es una discusión un poco infantil, tanto como mis intentos de venganza sobre un tema que he estado tratando de obviar en los últimos días, en especial porque no tuve oportunidad de dedicarle mis pensamientos a un asunto como este — Podrías haberlo negado — susurro cuando me detengo para dejarla pasar, dando por sentada mi postura en este tema. Una niña de doce años no tiene por qué andar indagando en la vida íntima de las personas, mucho menos de sus padres.

El consultorio es tan blanco como el vestíbulo, aunque mucho más pequeño. Mi saludo al sanador es casual y rápido, dejando que la conversación fluya entre ellos mientras yo me limito a cruzar mis brazos y apoyarme de lado contra la pared, cerca de la puerta, decidido a admirar el espectáculo. Lo que no me espero es que use su garganta irritada para hablar y decir un montón de idioteces que tomo como un regreso de mis burlas, haciendo que mis cejas se levanten ante el atrevimiento y mi lengua empuje el interior de mi mejilla, dejando que mastique un par de comentarios no muy amigables — Solo un poco… — respondo, en idea de no perder la contienda. Mi venganza indirecta llega con el anuncio de la inyección, lo que suma al nuevo comentario de Scott para que se me patine una sonrisa forzada y amplia, clavando mis ojos en ella al modular un “te odio” que espero que pueda ver, a pesar de mover mi cabeza como si estuviese diciendo todo lo contrario. Lejos de resignarme, su petición es algo que me hace reaccionar con gusto y me descruzo de brazos para acercarme, apoyándome en la camilla al sujetar su mano — Es que llora como bebé cuando ve agujas — me explico con el sanador, tratando de excusar un comportamiento infantil. El hombre me echa un rápido vistazo, pero continúa con su trabajo y tengo la esperanza de que no me tenga muy presente como para ignorar quién soy. Al menos, no tener la ropa de la oficina debería ayudar.

Lo que sí, tengo el decoro suficiente como para no observar el procedimiento y levanto la vista hacia uno de los carteles clásicos de consultorio, esos que hablan sobre prevenir enfermedades que cuelgan justo a la altura como para tenerlo casi en la cara. Como era obvio, nada de esto dura demasiado y para cuando me quiero dar cuenta, el sanador anuncia que solo aguardemos a que la medicina haga efecto mientras él va en busca de no-sé-qué. En cuanto estamos solos, me inclino delante de ella y suelto el agarre de su mano — ¿Tenías que elegir un motel? — en fastidio a su espacio personal, ladeo la cabeza y tiro de su ropa hacia arriba, como si buscara vestirla por mi cuenta — Ya sé que te mueres por revolcarte conmigo, pero tampoco lo hagas tan público — a pesar del tipo de comentarios, no puedo evitar chequear con la mirada el estado de su cuello. El avance tecnológico y mágico ayuda a que los efectos sea veloces, lo que me permite ver cómo las ronchas pronto empiezan a desaparecer — ¿Te sientes mejor? — le doy un pique para que se mueva un poco y tomo asiento en el borde de la camilla, mirándola como si de esa manera pudiese descubrir qué fue lo que ocasionó la alergia. No tengo idea de si ahora le harán algún estudio para determinarlo o simplemente la dejarán ir a casa, pero aún así hago un repaso mental de lo que se llevó a la boca — Tal vez, alguno de los ingredientes de lo que comiste te hizo esto. Ya tenemos otra excusa para no regresar — como si tuviera ganas de hacerlo, para variar.

El sonido del movimiento hospitalario apenas nos llega desde el otro lado de la puerta, pero aún así chequeo que nadie entre antes de volver a mirarla, a pesar de que esta vez muestro una expresión vagamente divertida — Meerah llegó borracha a mi casa el otro día. No sabía si matarla a ella por ebria o a ti por bocona — confieso, bajando un poco la voz. Me ahorro los detalles extra de la situación — Creo que fue algo que se le escapó y no que quisiera decir en serio. Pero, como sea, ella no tiene por qué pedir esas explicaciones y tú no tienes por qué dárselas — como quien no quiere la cosa, le doy una suave palmada en el brazo y enderezo un poco mi espalda cuando el sanador regresa, posiblemente dispuesto a dejarnos ir.
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Te conocen a ti— aclaro, viéndome en la necesidad de hacerlo por mucho que me cueste articular palabras cuando tengo la garganta en llamas. Mi preocupación está puesta en que se nos reconozca en un ambiente que no es el ministerio, que siempre nos da la excusa de que el trabajo exige para las relaciones más dispares, y la que nos queda en esta ocasión es… ¿soy su acto de caridad del día? ¿Me vio en la calle, en mi estado y me trajo al hospital? Denle una medalla, por favor. Estoy barajando situaciones hipotéticas sobre ser vista con un ministro, armando excusas que nunca necesité, porque jamás me relacioné con personas que estuvieran en el ojo público y eso me preocupa. Calma este sentimiento el que la mujer complete mi ficha sin preguntas y sin miradas curiosas. Ser su “amiga” es algo que me queda dando vueltas y lo de Meerah me recuerda que siempre se puede estar peor, porque de todas las cosas que nos vinculan y que no me gustaría que se sepan, este debía de ser un secreto que termina en el olvido. Por eso no suelo hablar de estas cosas con nadie… si te callas, simplemente se olvidan. Si hablas de ellas, les das vida. ¿Y cómo puedo esperar que Meerah no le cuente a otras personas aparte de su padre? Ya perdió mi confianza y no hay nada que pueda exigirle. No soy igual de amable con su padre.

A su sonrisa forzada contesto con una parecida, mucho más auténtica, a pesar de la posición en la que me encuentro sobre la camilla y su intención de hacer de esto un recuerdo incómodo para mí, no pienso cederle toda la diversión del encuentro. Mi expresión es de plena satisfacción cuando interpreto lo que sus labios modulan y puedo darme por complacida. Su pulla final no llega a afectarme, pero tomo nota mental de no rechistar cuando la aguja pinche mi piel y lo logro, quizá apreté su mano con un poco más de fuerza, lo que es un detalle menor. Al retirarse el medimago de la habitación, mi mano resbala de la suya y muerdo mi labio para no reírme cuando colabora con el proceso de vestirme y suelta lo del motel. Me incorporo en la camilla para terminar de acomodarme la ropa y coloco mis piernas en cruz por debajo de mi cuerpo. —Podría haber sido peor— le advierto, tomo ese comentario que pretende azuzarme para responder con todo el humor que puedo inclinándome hacia él. —Le hubiera dicho que la alergia sucedió porque tenemos la costumbre de revolcarnos sin mirar donde, que tal vez fue en el baño sucio de ese lugar donde cenamos o en el primer rincón oscuro del muelle que encontramos. Y que es una mala idea dejarnos aquí solos unos minutos, ya sabes, la prisa y esto de que no nos importe dónde... — susurro, dándole unos palmadas amistosas en el pecho. Tengo las risas a control en mi garganta, que no se siente tan ardida como hace unos momentos. — Ya me siento mejor — confirmo, y hago un repaso mental de todo lo consumí para poder precisar qué me trajo a la guardia. —¿No volveremos?— sonrío de lado. —Antes de que esto se vuelva una maratón de cenas desastrosas y lugares a los que nunca regresaremos, ¿podrías pasar el próximo lunes por mi taller y resolver lo del informe ahí? — propongo. Mi espalda choca contra la pared cuando echo mi cabeza hacia atrás y espero su consentimiento. — Todo funcionaba mejor cuando no salíamos de ese lugar — murmuro.

La mención de Meerah es oportuna, mis pensamientos estaban gravitando alrededor de esa cuestión. —Ella lo sabía. Me hizo una pregunta de dos opciones, asi como las tuyas. Y ambas daban por hecho que nos acostamos, ella solo queria saber si fue algo ocasional o es regular. Si lo hubiera negado, habría quedado como una mentirosa. ¿Por qué hacerlo? — me defiendo, retomando lo que me dijo en el pasillo. — Y no le estaba dando explicaciones, solo conversamos —. Me arrepiento de hablarlo con Meerah, reconocerlo no hará que me retracte delante de Hans. Por encima de esto, hay algo más importante: — ¿Y cómo es eso de que Meerah estaba borracha? — alzo mi tono con autoridad. El regreso del medimago nos interrumpe y estamos fuera del consultorio en dos minutos. No hará falta una segunda dosis, lo único que me queda por hacer es prometer que volveré a la sala o me acercaré al hospital central para hacerme unos estudios que me digan con precisión a qué soy alérgica. Tengo la recomendación de volver a mi casa y doy las gracias por ello. Estamos en el pasillo cuando veo la oportunidad de acercarme y hablarle por lo bajo, antes de que se me escape. — Sabes.. Cuando dijiste eso de llevarme a casa, arroparme y prepararme un poco de sopa, no me quedó claro si disfrazabas de broma tu preocupación por mí o tu intención de querer acostarte conmigo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Lejos de alejarme, mi torso se mantiene calmo, aceptando su repentina pero leve cercanía. Son sus palabras, no obstante, las que captan mi atención, provocando que muerda mis labios al reír con suavidad — Jamás lo hice en una camilla — confieso con toda la parsimonia, utilizando un tono que simula que recién he caído en la cuenta de ese detalle — Y los dos sabemos que te encanta la idea, pero no creo que seamos tan rápidos — ni pienso cuando me paso la diestra por el pecho, frotando la zona tal y como si quisiera borrar la sensación de sus palmaditas. Lo bueno de toda esta estupidez es que parece que se siente mejor, lo que nos ahorrará el continuar con las ridiculeces de la noche, aunque no quiero cantar victoria tan rápido. La resolución que saca de la galera me hace reír con algo más de soltura, bajando un instante los ojos al modo que tiene el largo de mis piernas el balancearse en el aire — Pisando en terreno conocido. Me parece bien. Ninguno de los dos quiere que esto termine en desgracia— conozco su taller, ella conoce mi oficina. Ninguno es un sitio de riesgo, al menos si no contamos los detalles personales de nuestros últimos encuentros en dichos sitios. Eso es un tema aparte.

¿Por qué hacerlo? Intento no mostrarme demasiado indignado, pero algo me dice que mi rostro me traiciona de inmediato — Porque es mi hija y no quiero que esté al tanto de con quién me acuesto o no — creí que era obvio, sin contar el hecho de su corta edad. No sé qué hice para que mi genética esté tan presente en ella, pero parece que estoy pagando las consecuencias. Y antes de que Scott pueda seguir, levanto dos dedos en busca de su silencio — Alguien hizo correr alcohol en el cumpleaños de Hero Niniadis y, como fue en la isla, Meerah decidió venir a casa porque se sentía mal. Hice lo que pude con ella — básicamente, darle algo para la cabeza y meterla en la cama — Yo jamás hubiera...— pero no termino de dar mis explicaciones sobre mis opiniones parentales al respecto, porque debemos marcharnos y me quedo con la conversación sin importancia en la boca. Al fin de cuentas, el informe médico es algo más urgente y, ahora que lo pienso, no tengo razones para excusarme con esta mujer. Mejor dejar los detalles de esa noche a un lado.

Salir detrás de ella no es cuestión de caballería, sino que me retraso dos segundos en pedir un pastilla de menta al medimago, quien para mi suerte tiene una; el sabor ya no es lo que fue en el muelle, pero la sensación no se quita del todo. Es por eso que ando jugueteando con el refresco entre mi lengua y los dientes cuando aprieto el paso para irnos de aquí, hasta que su comentario hace que casi me la trague y frene muy de lleno delante de la puerta de entrada. La miro, dudoso de dónde salió esa pregunta, apenas fijándome de que la guardia parece un poco más llena. Al menos, la señora con el niño ya han sido atendidos, a juzgar por su ausencia — La primera opción, por supuesto — murmuro con toda la dignidad que me queda — Aunque no lo creas, tengo mis límites. Que terminemos en una guardia de hospital mata un poco la idea de llevarte a la cama — le enseño la pastilla apretada entre mis dientes al estirar una sonrisa hacia ella y deshago la expresión casi de inmediato, para luego dar el paso que abre las puertas y nos deja salir al exterior.

No sé cuánto tiempo hemos estado ahí dentro, pero al ser tratados de urgencia pienso que solo han sido unos minutos. Afuera, por otro lado, la noche parece más oscura, más calurosa y más densa. Me detengo a solo unos metros de la salida, girandome hacia ella con la calma de la poca iluminación callejera, enganchando los dedos en los bolsillos de mi pantalón — ¿A qué vino esa pregunta? — la miro con una sospecha cuasi divertida, curvando una de mis cejas — Quizá deba recordarte que la última vez que contemplamos la idea de una cena en tu casa, me fui sin comprender tu actitud. Aunque si quieres una sopa, puedo fingir que me he olvidado de ello — no me incomodo cuando doy un paso hacia ella, acomodando mi peso en dos pies firmes. Mastico un poco la menta, haciendo que se parta entre mis dientes y la trago sin esfuerzo— Al menos que quieras que yo quiera acostarme contigo. En ese caso podemos olvidarnos de la sopa y ver si eres alérgica a algo más — me sonrío ante la broma en alusión a sus pasados comentarios, pero detengo la conversación cuando una pareja sale del hospital y pasa cerca de nosotros, provocando que desvíe el rostro y me frote los labios con los nudillos. Les permito alejarse, hasta que volvemos a ser ella y yo en la calle, en una soledad mucho más segura. Al final, se me escapa un suspiro de resignación y alzo uno de mis hombros — Si quieres que te acompañe, lo haré. Si quieres que me quede, también lo haré. Lo mismo si deseas que me marche. Aunque apuesto a lo último, porque eres demasiado obstinada como para admitir que te gusta mi compañía porque te pasan cosas conmigo — le hago un ruidito con la lengua que suena como pequeños chasquidos burlones, a la par que muevo mis cejas en actitud segura. De qué cosas estoy hablando, no tengo una idea exacta. Solo estoy seguro de que algunas se han desequilibrado y hay que encontrar un balance.
Hans M. Powell
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Siempre lo haces parecer cosa mía— sonrío hacia él y muevo la cabeza en resignación. Usa mis palabras como piezas que forman fila en mi contra, las voltea para hacer que las encare y no puedo retroceder. —¿Y si lo fuéramos?— pregunto y alzo mis cejas con sugestión, me entretiene poder jugar con algo que no va a pasar. —Pero nunca lo sabremos, tendremos que aprender a vivir con esa duda— me burlo. Creo que desviarnos a esta escena posible es parte de lo delirante que se ha tornado la noche, desde la cena hasta la alergia y pasando por las náuseas de Hans. ¿Por qué rechacé esa copa de vino? Puede que la esté necesitando. Para ser lunes estoy necesitando de algo más fuerte que vino, en tanto no colabore con hacerlo todo aún más extraño. Nos metemos en problemas evitables por mérito propio, como para seguir echándole la culpa al alcohol y otras circunstancias. —Nadie quiere que esto acabe en desgracia— repito con una determinación más marcada, hablar de «una desgracia» es tan acertado por el estremecimiento que causa ese término y no pienso en el por qué de esa reacción. Y para impedir ese desenlace de hechos, no necesitamos involucrar a Meerah en todo esto. Podemos discutir sobre qué cosas los padres deben resguardar de sus hijos y qué cosas descubren por sí solas, niñas tan perspicaces como Meerah. Eso nos llevaría un tiempo que no tenemos, porque el medimago vuelve cuando estoy a media explicación de que la chica llegara a casa de Hans es un estado que es incomprensible tratándose de ella.

No vuelvo sobre ello cuando estamos en el pasillo, porque no creo que discutir cosas sobre Meerah sea algo que nos lleve por buen camino. Se nota que tengo que empezar a poner distancia con ella… y también con su padre. Mi intención de encerrarlo en una pregunta de dos únicas opciones como siempre lo hace conmigo, no me da la satisfacción que esperaba cuando dice que lo hacía por preocupación. ¿Por qué demonios cumpliría con todas las tareas de un enfermero y se iría a casa? No se lo pregunto porque no quiero que empiece a cuestionarme. Si hubiera dicho que lo hacía para poder tener un poco de sexo al acabar con esas tareas, habríamos caminado sobre lo conocido y las mismas bromas. Meneo mi cabeza para despejarla y rechazo ir por otro rumbo. —Es amable de tu parte— se lo digo con un tono pomposo, le quito importancia a la pregunta con una risa. No la tendré tan fácil. Si no lo interrogo yo, lo hace él. No es solo eso, trae a cuenta un par de cuestiones que no me había percatado de que seguían abiertas. ¿Se tomará a mal si le digo que no tengo idea de que me está hablando para salir de esta?

Coloco las manos en mi cadera y la calle frente a la guardia es un buen lugar como cualquier otro para aclarar algunas cosas, ¿qué nos falta de delirante para tachar en la lista esta noche? —¿Hay algún tipo de resentimiento que me guardes por aquella ocasión que tengas que olvidarlo y portarte tan magnánimo conmigo, Hans?— escruto su mirada cuando lo tengo un paso más cerca y me saca una sonrisa con el descaro de su comentario siguiente, con eso puedo tratar. La pareja que sale me distrae y aprieto mis labios para respetar su silencio, echo una mirada a la noche que se cierra sobre nosotros, he perdido la noción de las horas y el cansancio en el cuerpo se hizo parte de mí que ya no me pesa.  Espero a que estemos solos otra vez para continuar con la conversación, tomarlo todo como un chiste es una estrategia que no funcionará si asume una actitud en la que tengo que ser quien tome decisiones. —¿Esto es algo así como un hechizo? ¿No volverás a casa a menos que te libere?— gano un poco de tiempo a mi favor con estas preguntas. Se quiebra mi sonrisa burlona y suspiro tal como lo hizo él, cierro mis ojos por los cinco segundos que me lleva contarlos. Cuando los vuelvo a abrir camino hacia él y apoyo mi mano en un lado de su garganta. —Soy demasiado obstinada— reconozco, —como para tener que ser quien le pida a alguien que se quede conmigo. No sé de qué cosas me hablas, y a menos que quieras explicarme cuáles son, no creo que tenga que ver con esto. No importa que sienta o que no, si me gusta una compañía o no—. Su mirada queda por encima de la mía cuando acorto la distancia y busco en sus ojos la chispa de que logra entender un poco de lo que digo. No tengo una respuesta honesta en base a las tres elecciones posibles que abre para mí, y tomo la que al menos parece ser la correcta. —No sucederá hoy. Puedes volver a casa, Hans— rompo el contacto y me aparto. —Yo volveré a la mía.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Acaso a ti no te gusta tener las cuentas claras? — la calma en mi voz deja bien en claro que no existe resentimiento alguno, pero sí dudas que se asoman de vez en cuando solo para fastidiar. Jamás he estado a favor de los silencios y las complicaciones, mucho menos de huir como cuando era mucho más joven e idiota que ahora. La pareja se aleja y nos permite un momento de paz, en el cual acepto y tomo esa sonrisa que, a estas alturas, ya conozco bien — Es un poco menos complicado que un hechizo. ¿O jamás te trataron con el respeto suficiente como para dejarte elegir? — me parece la actitud obvia y correcta, pero no conozco su historia de vida ni sus experiencias como para tener una idea de cómo es que se maneja, más allá de lo poco que me ha contado. No comprendo cómo es que aún no ve que jamás pasaré la línea que esté dispuesta a pintarme, es una especie de norma autoimpuesta. Una de esas cosas que aprendí de vivir una infancia con el peor ejemplo de matrimonio que podría haber tenido.

Una vez más, su tacto me toma con la guardia baja, pero esta vez respondo con el suave apoyo de los dedos de mi izquierda en la curva de su cintura. Es apenas un contacto, que ni sé si puede sentirlo. La expresión guasona es un poco más delicada que la usual, pero aún así hace su aparición a pesar de que estiro un poco los morros en un intento de relajar las facciones — Algún día, el orgullo hará que te comas la lengua y te jugará una mala pasada — es una premonición que podría asegurar como una apuesta — Cosas — suelto nomas — Esperaba que tú me las expliques, porque no estoy en tu cabeza. Pero si no te pasara nada, no traerías a colación la idea de acostarnos, cuando lo único que hice fue ofrecerte mi ayuda en base a tu urgencia médica — no puede negarlo, lo explícito del asunto fue todo cosa de ella. Incluso la pequeña sonrisa triunfante la reta a que me discuta.

Que deje de tocarme sirve como pie para que yo deje caer la mano, adoptando una postura que se siente correcta y lejana, a pesar de que aún nos encontramos relativamente cerca. No conozco el motivo, pero de alguna manera me termino riendo entre dientes y me muevo en mi sitio, echando una ojeada alrededor como si aquello sirviera para encontrar respuestas revoloteando en el aire. — De acuerdo, pero tú eres la que se pierde de mis talentos culinarios con los caldos — con el descaro de la confianza ganada con los años, me inclino hacia delante, buscando nuevamente el contacto con sus ojos en una invasión a su espacio personal. Me relamo, aguardando en silencio por un breve momento — Estoy siendo amable porque he vomitado y no te haré pasar por la mala sensación de besar a alguien luego de eso. Así que supongo que simplemente nos veremos en el trabajo, Scott — porque para rodeos, tengo cientos de casos archivados en mi escritorio.
Hans M. Powell
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