OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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¿Por dónde se supone que…?
Giro las anotaciones que la elfina doméstica de la señora Leblanc me hizo de buena fe porque nadie me explicó cómo llegar a la tintorería, pero o estoy quedándome ciego o su pulso es una basura. Además, todavía no me acostumbro a la inmensidad del Capitolio. Es todo demasiado… demasiado. Los edificios parecen tocar el techo, la gente se viste con colores estridentes y el ruido de las calles parece un montón de chatarra estallando una y otra vez. Lo peor de todo son las personas, para variar. Como dignos magos de la alta sociedad, pasan por mi lado como si fuese una sombra y muchos de ellos se toman la metáfora muy literal porque no tienen reparo en llevarme puesto. Esto de llevar las ropas apagadas que me identifican como un esclavo me vuelven una basura a los ojos de cualquiera, así que no puedo decir que lo mío sea un paseo de placer.
Volteo la hoja una vez más y me resigno. Como nadie va a responderme si pregunto, me tiro a la sospecha de que esa curva indicada es la esquina de la calle principal y empiezo a caminar con paso apurado, buscando no ser arrastrado por la marea de la gente que ha salido temprano del trabajo. Cualquiera diría que a media tarde las calles deberían estar un poco más despejadas, pero es una vil mentira. Tengo que esquivar a una señora muy gorda que, para colmo, es seguida de un esclavo alto y escuálido que carga cientos de cajas, así que me agacho para pasar por debajo de ellas sin llevármelas puestas. Es en mi alboroto que tropiezo y choco de lleno con alguien, cuyo cuerpo intento alejar por inercia cuando mis manos se agitan en el aire y se apoyan en el torso contrario — ¡Lo siento, lo lamento mucho! Yo… — siempre me han dicho que no mire a los ojos a los magos que no me lo han permitido, pero en mi accidente me es imposible no reconocer los orbes con los cuales he chocado — ¡Lara! — mi corazón da un vuelco, calentándose por la sorpresa de, por fin, ver un rostro amigo en las últimas semanas. Y yo que me quejaba por haber tenido que salir de la isla.
Sé que no puedo abrazarla, aunque sea mi primer instinto, porque se vería sospechoso, así que pego el papel a mi pecho y lo aprieto con dedos ansiosos, mirándola de pies a cabeza como si de esta forma pudiese adivinar de dónde viene — ¿Qué haces aquí? De verdad, aquí— intento no sonar tan maleducado y automáticamente miro alrededor. Por suerte, el resto anda tan ocupado en ir y venir que ni se fijan en nosotros — ¡Creí que no te vería de nuevo! — que me comprasen y perder el contacto siempre ha sido uno de mis miedos. Hasta ahora y para con todos mis amigos, se ha cumplido.
Giro las anotaciones que la elfina doméstica de la señora Leblanc me hizo de buena fe porque nadie me explicó cómo llegar a la tintorería, pero o estoy quedándome ciego o su pulso es una basura. Además, todavía no me acostumbro a la inmensidad del Capitolio. Es todo demasiado… demasiado. Los edificios parecen tocar el techo, la gente se viste con colores estridentes y el ruido de las calles parece un montón de chatarra estallando una y otra vez. Lo peor de todo son las personas, para variar. Como dignos magos de la alta sociedad, pasan por mi lado como si fuese una sombra y muchos de ellos se toman la metáfora muy literal porque no tienen reparo en llevarme puesto. Esto de llevar las ropas apagadas que me identifican como un esclavo me vuelven una basura a los ojos de cualquiera, así que no puedo decir que lo mío sea un paseo de placer.
Volteo la hoja una vez más y me resigno. Como nadie va a responderme si pregunto, me tiro a la sospecha de que esa curva indicada es la esquina de la calle principal y empiezo a caminar con paso apurado, buscando no ser arrastrado por la marea de la gente que ha salido temprano del trabajo. Cualquiera diría que a media tarde las calles deberían estar un poco más despejadas, pero es una vil mentira. Tengo que esquivar a una señora muy gorda que, para colmo, es seguida de un esclavo alto y escuálido que carga cientos de cajas, así que me agacho para pasar por debajo de ellas sin llevármelas puestas. Es en mi alboroto que tropiezo y choco de lleno con alguien, cuyo cuerpo intento alejar por inercia cuando mis manos se agitan en el aire y se apoyan en el torso contrario — ¡Lo siento, lo lamento mucho! Yo… — siempre me han dicho que no mire a los ojos a los magos que no me lo han permitido, pero en mi accidente me es imposible no reconocer los orbes con los cuales he chocado — ¡Lara! — mi corazón da un vuelco, calentándose por la sorpresa de, por fin, ver un rostro amigo en las últimas semanas. Y yo que me quejaba por haber tenido que salir de la isla.
Sé que no puedo abrazarla, aunque sea mi primer instinto, porque se vería sospechoso, así que pego el papel a mi pecho y lo aprieto con dedos ansiosos, mirándola de pies a cabeza como si de esta forma pudiese adivinar de dónde viene — ¿Qué haces aquí? De verdad, aquí— intento no sonar tan maleducado y automáticamente miro alrededor. Por suerte, el resto anda tan ocupado en ir y venir que ni se fijan en nosotros — ¡Creí que no te vería de nuevo! — que me comprasen y perder el contacto siempre ha sido uno de mis miedos. Hasta ahora y para con todos mis amigos, se ha cumplido.
Mi hábito de casi todos los días de ir del ministerio a mi distrito me hará envejecer demasiado pronto, y Morgana me salve de que esos sesenta años de más que me pesan en la espalda por el cansancio del día, que me hará despertarme con canas a la mañana siguiente. La rutina así como el envejecimiento prematuro no es provechoso en mi trabajo, por eso cuando alguien me codea en el taller para recomendarme que visite una tienda puntual que montaron unos chicos de mi distrito con sortilegios que toman la simpática forma de animales mecánicos, me paseo por el lugar como si fuera una juguetería y para cuando acabo mi compra, tengo que admitir que a las neuronas les hace bien pensar por fuera de las paredes y respirar un poco a la gente.
El centro del Capitolio es el mejor escenario donde se puede apreciar la moda más ostentosa, la tecnología siendo parte del paisaje y en manos de los magos que se unen a la marea en dos direcciones que choca constantemente, de lo que ni siquiera son conscientes. Como tengo la vista puesta en todo lo que me rodea, estudiando la expresión de los rostros y también identificando cada elemento en posesión de estas personas que fue patentado dentro de nuestro departamento. Un profesor del Royal solía decirnos que nuestras carreras definirían nuestra manera de ver el mundo. Un dibujante siempre observaría el arte en las calles, una diseñadora de moda miraría atuendos y no caras al caminar por una acera, y en el caso de los mecánicos… tampoco nos fijaríamos en las caras, sino en los artefactos en nuestro camino. Una opinión muy reduccionista. Porque logro ver una cara entre el montón que reconozco y como estamos en el sitio más público posible, para no cometer la bajeza de ignorar deliberadamente a James, lo que hago es aprovechar el próximo choque de las mareas contrarias de gente para desviar mis pasos y quedar justo en su camino.
Me reafirmo en mis pies para no caer por el impacto y contengo una sonrisa al ver su expresión sorprendida, pero alegre. —Tampoco esperaba verte aquí— mi voz se escucha en susurros, demuestra la misma incredulidad que él por el encuentro casual. —¿Estás…?— puedo comenzar muchas preguntas con esa sola palabra para saber qué fue de su vida estos últimos meses. De todos los distritos, ¿está viviendo en el Capitolio? Escrutinio su atuendo, el supuesto uniforme que llevan los esclavos para ser reconocidos por la calle, un poco similar al mío que no varía mucho de ser vaqueros y una camisa del mismo tejido pesado en su tono más oscuro. Un choque no llama la atención de nadie, pero una conversación entre una bruja y un esclavo que se prolongue demasiado sí. Incluso entre amos y esclavos la charla es mínima, con éstos últimos caminando por detrás. —¿Estás solo? — murmuro.
En un roce rápido y que espero pase desapercibido a miradas ajenas, lo guio por su codo para que reemprenda el andar. —Ven— modulo con mis labios antes de darme la vuelta y caminar a un paso firme, un poco a prisa, para salirme de la aglomeración de personas hacia uno de los lados y entro en la primera abertura entre dos edificios que encuentro donde cabe una persona. No compruebo por encima de mi hombro si me sigue porque ese es un gesto que delata. Me siento cómodamente en el peldaño de una puerta cerrada y marcada por líneas de aerosol que no parece que fuera a abrirse, y espero a que Jim llegue.
El centro del Capitolio es el mejor escenario donde se puede apreciar la moda más ostentosa, la tecnología siendo parte del paisaje y en manos de los magos que se unen a la marea en dos direcciones que choca constantemente, de lo que ni siquiera son conscientes. Como tengo la vista puesta en todo lo que me rodea, estudiando la expresión de los rostros y también identificando cada elemento en posesión de estas personas que fue patentado dentro de nuestro departamento. Un profesor del Royal solía decirnos que nuestras carreras definirían nuestra manera de ver el mundo. Un dibujante siempre observaría el arte en las calles, una diseñadora de moda miraría atuendos y no caras al caminar por una acera, y en el caso de los mecánicos… tampoco nos fijaríamos en las caras, sino en los artefactos en nuestro camino. Una opinión muy reduccionista. Porque logro ver una cara entre el montón que reconozco y como estamos en el sitio más público posible, para no cometer la bajeza de ignorar deliberadamente a James, lo que hago es aprovechar el próximo choque de las mareas contrarias de gente para desviar mis pasos y quedar justo en su camino.
Me reafirmo en mis pies para no caer por el impacto y contengo una sonrisa al ver su expresión sorprendida, pero alegre. —Tampoco esperaba verte aquí— mi voz se escucha en susurros, demuestra la misma incredulidad que él por el encuentro casual. —¿Estás…?— puedo comenzar muchas preguntas con esa sola palabra para saber qué fue de su vida estos últimos meses. De todos los distritos, ¿está viviendo en el Capitolio? Escrutinio su atuendo, el supuesto uniforme que llevan los esclavos para ser reconocidos por la calle, un poco similar al mío que no varía mucho de ser vaqueros y una camisa del mismo tejido pesado en su tono más oscuro. Un choque no llama la atención de nadie, pero una conversación entre una bruja y un esclavo que se prolongue demasiado sí. Incluso entre amos y esclavos la charla es mínima, con éstos últimos caminando por detrás. —¿Estás solo? — murmuro.
En un roce rápido y que espero pase desapercibido a miradas ajenas, lo guio por su codo para que reemprenda el andar. —Ven— modulo con mis labios antes de darme la vuelta y caminar a un paso firme, un poco a prisa, para salirme de la aglomeración de personas hacia uno de los lados y entro en la primera abertura entre dos edificios que encuentro donde cabe una persona. No compruebo por encima de mi hombro si me sigue porque ese es un gesto que delata. Me siento cómodamente en el peldaño de una puerta cerrada y marcada por líneas de aerosol que no parece que fuera a abrirse, y espero a que Jim llegue.
No puedo culparla; en su lugar, yo tampoco esperaría tener noticias mías en un sitio como este, tan diferente a toda mi persona. Me doy cuenta de que me analiza con la mirada, de que la idea se forma en su cabeza casi como si su cráneo fuese transparente y no sé muy bien cómo sentirme. ¿Avergonzado? No, esto no es mi culpa. ¿Incómodo? Quizá un poco, pero no por las razones correctas. Ser un esclavo es humillante, pero no tuve otra opción. Nacer me condicionó por el resto de mi existencia, lejos de los que se ven favorecidos por los Niniadis. Este uniforme es solo culpa del azar y ella lo entiende, así que trato de quitarme esa idea de la cabeza — Me enviaron a hacer recados — contesto simplemente. Queda implícito que sí, estoy solo y podremos conversar al menos un rato, hasta que todo esto se vuelva demasiado sospechoso como para poder disimularlo.
Su suave toque hace que estire el cuello con disimulo para echar una ojeada alrededor antes de ir tras sus pasos, caminando con el mismo ritmo de una persona que se mueve en soledad y no con compañía. Por un momento temo el perderla de vista, pero entonces reparo en que se ha colado en un espacio demasiado reducido y no puedo evitar sonreírme, divertido ante la idea de que siempre nos andemos escondiendo en sitios cargados de secretismo. Sé que no puede ser de otra forma, pero de alguna manera trato de que me haga gracia y no me amargue en su lugar. Aprieto un poco el paso hasta que entro un poco después que ella, hasta que la ubico sentada en una zona que es fácil de perder en el paisaje. No, nadie va a encontrarnos o buscarnos aquí — ¡No tienes idea de todo lo que tengo para contarte! — la última distancia la recorro un poco más entusiasmado y la imito, sentándome con atropello a su lado, aunque hago uso del suelo y no del peldaño para poder acomodar mis piernas como indio — Me compró la ministra psicópata. La de cara de gacela estirada — cruzo una mano por encima de la otra en un intento de imitar la postura de alguien completamente refinado y acabo haciendo el gesto de una copa de vino, con el meñique levantado — Así que soy parte de la alta sociedad. Irónico, ¿no crees? A que jamás hubieses pensado que llegaría tan lejos — ah, dulce sarcasmo, ¿qué haría sin ti?
Le doy un golpe amistoso en la rodilla que tengo más cerca en un intento de gesto suplantador de un abrazo, mostrándole la sonrisa más ancha que he dejado salir en días — ¡Y serví en la fiesta de Hero Niniadis! Un cumpleaños lleno de mocosos, para variar. Casi me atraganto accidentalmente con un camarón — sé que si sigo hablando voy a tener que detenerme para no hacer todo esto sobre mí, así que me obligo a desviar la atención — No hagamos esto un monólogo de James Byrne. ¿Qué ha sido de ti? ¡Creí que te habías fugado y te habías olvidado del pobre de mí! — sé que jamás lo haría, pero de todos modos doblo los labios en un puchero que pretende dar pena.
Su suave toque hace que estire el cuello con disimulo para echar una ojeada alrededor antes de ir tras sus pasos, caminando con el mismo ritmo de una persona que se mueve en soledad y no con compañía. Por un momento temo el perderla de vista, pero entonces reparo en que se ha colado en un espacio demasiado reducido y no puedo evitar sonreírme, divertido ante la idea de que siempre nos andemos escondiendo en sitios cargados de secretismo. Sé que no puede ser de otra forma, pero de alguna manera trato de que me haga gracia y no me amargue en su lugar. Aprieto un poco el paso hasta que entro un poco después que ella, hasta que la ubico sentada en una zona que es fácil de perder en el paisaje. No, nadie va a encontrarnos o buscarnos aquí — ¡No tienes idea de todo lo que tengo para contarte! — la última distancia la recorro un poco más entusiasmado y la imito, sentándome con atropello a su lado, aunque hago uso del suelo y no del peldaño para poder acomodar mis piernas como indio — Me compró la ministra psicópata. La de cara de gacela estirada — cruzo una mano por encima de la otra en un intento de imitar la postura de alguien completamente refinado y acabo haciendo el gesto de una copa de vino, con el meñique levantado — Así que soy parte de la alta sociedad. Irónico, ¿no crees? A que jamás hubieses pensado que llegaría tan lejos — ah, dulce sarcasmo, ¿qué haría sin ti?
Le doy un golpe amistoso en la rodilla que tengo más cerca en un intento de gesto suplantador de un abrazo, mostrándole la sonrisa más ancha que he dejado salir en días — ¡Y serví en la fiesta de Hero Niniadis! Un cumpleaños lleno de mocosos, para variar. Casi me atraganto accidentalmente con un camarón — sé que si sigo hablando voy a tener que detenerme para no hacer todo esto sobre mí, así que me obligo a desviar la atención — No hagamos esto un monólogo de James Byrne. ¿Qué ha sido de ti? ¡Creí que te habías fugado y te habías olvidado del pobre de mí! — sé que jamás lo haría, pero de todos modos doblo los labios en un puchero que pretende dar pena.
La manera en que mis labios se tuercen en una sonrisa que no cabe en mi cara, expresan lo contenta que me siento de tener un espacio por atípico que sea, donde poder compartir unos minutos de charla con James. Si no estuviera sentada lo estrecharía en un abrazo cuando me contagia su emoción por las novedades que trae, me conformo con despeinar su cabello enrulado cuando lo tengo sentado a mi lado. Puedo olvidar por completo el mundo que está girando por fuera de este estrecho callejón, a la multitud que nos rodea por fuera de estas paredes y que al acorralarnos no nos dejarían escape. Pero el humor del chico para relatar los cambios en su vida, me llena el pecho de aire fresco y limpio como el que no suelo percibir en ningún otro ambiente, porque en mi distrito está enrarecido y en el ministerio es casi tóxico.
Todo el desparpajo de Jim me hace reír con naturalidad. —No sé si puedo ser tu amiga si ahora vives en una casa donde usan tres tenedores— me mofo. Si lo compró una ministra, debe vivir en la mismísima isla. Oh, vaya. —¿Te refieres a una rubia guapísima? ¿Leblanc?— y no, la asociación no la hago por la descripción de que se asemeja a una gacela estirada. Bien, lo admito, eso me dio una pista. Lo de psicópata no tengo pruebas que me aseguren que así sea. —¿Cómo te trata? Que digas que es una psicópata no me da muchas esperanzas…—. Tengo que coincidir con él en algo más. —Es tan irónico, de todos los distritos posibles… ¿la isla? ¿Es en serio? Te tocó la mierda más elegante, pero puede que la peor. ¿Quieres un abrazo de consuelo?— le ofrezco abriendo mis brazos para poder formalizar el gesto. Siendo honesta, no sé si sentirme contenta por el lujo que ahora lo rodea, porque no sé cómo será el trato de la elite mágica hacia sus esclavos más jóvenes. ¿Y si son la peor calaña?
Sin embargo, Jim trata de tomarlo con gracia y no quiero arruinarle el cuento con mi amargura a causa de los reparos que tengo con esta gente. —¿Estuviste en el cumpleaños de Hero Niniadis? ¿La realeza de cerca se ve tan intocable como lo parece? — sonrío con una mueca. La vida social de mi amigo acaba de dar un giro como no le ocurre a muchas personas en Neopanem, delirante teniendo en cuenta en especial su condición de esclavo, porque pasó de un mercado donde podrían dejarlo morir de hambre por desquite a casi atragantarse con un camarón en una fiesta dada por una Niniadis. —Cuéntame todo el morbo de la realeza, por favor— lo animo a hacerlo, así nos podemos reír de ellos. De más está decir que, por muy bruja que sea, siempre estuve por fuera del trato con esa círculo exclusivo de magos. Prefiero que sea él quien hable a tener que hacerlo yo, porque muevo los labios para contestar y no logro articular palabra. —No, todavía no lo hice. Y me alegro, si estarás dando vueltas por los comercios del Capitolio un par de veces a la semana, podemos ver de coincidir más seguido de lo que era posible en el mercado— propongo. Claro que… no tan seguido, sino se tornaría sospechoso. Al menos unas cuantas veces al mes, que sería un cambio respecto a las contadas ocasiones en el año en que podía ir al mercado con la mentira de que buscaba un esclavo para no comprar ninguno.
Todo el desparpajo de Jim me hace reír con naturalidad. —No sé si puedo ser tu amiga si ahora vives en una casa donde usan tres tenedores— me mofo. Si lo compró una ministra, debe vivir en la mismísima isla. Oh, vaya. —¿Te refieres a una rubia guapísima? ¿Leblanc?— y no, la asociación no la hago por la descripción de que se asemeja a una gacela estirada. Bien, lo admito, eso me dio una pista. Lo de psicópata no tengo pruebas que me aseguren que así sea. —¿Cómo te trata? Que digas que es una psicópata no me da muchas esperanzas…—. Tengo que coincidir con él en algo más. —Es tan irónico, de todos los distritos posibles… ¿la isla? ¿Es en serio? Te tocó la mierda más elegante, pero puede que la peor. ¿Quieres un abrazo de consuelo?— le ofrezco abriendo mis brazos para poder formalizar el gesto. Siendo honesta, no sé si sentirme contenta por el lujo que ahora lo rodea, porque no sé cómo será el trato de la elite mágica hacia sus esclavos más jóvenes. ¿Y si son la peor calaña?
Sin embargo, Jim trata de tomarlo con gracia y no quiero arruinarle el cuento con mi amargura a causa de los reparos que tengo con esta gente. —¿Estuviste en el cumpleaños de Hero Niniadis? ¿La realeza de cerca se ve tan intocable como lo parece? — sonrío con una mueca. La vida social de mi amigo acaba de dar un giro como no le ocurre a muchas personas en Neopanem, delirante teniendo en cuenta en especial su condición de esclavo, porque pasó de un mercado donde podrían dejarlo morir de hambre por desquite a casi atragantarse con un camarón en una fiesta dada por una Niniadis. —Cuéntame todo el morbo de la realeza, por favor— lo animo a hacerlo, así nos podemos reír de ellos. De más está decir que, por muy bruja que sea, siempre estuve por fuera del trato con esa círculo exclusivo de magos. Prefiero que sea él quien hable a tener que hacerlo yo, porque muevo los labios para contestar y no logro articular palabra. —No, todavía no lo hice. Y me alegro, si estarás dando vueltas por los comercios del Capitolio un par de veces a la semana, podemos ver de coincidir más seguido de lo que era posible en el mercado— propongo. Claro que… no tan seguido, sino se tornaría sospechoso. Al menos unas cuantas veces al mes, que sería un cambio respecto a las contadas ocasiones en el año en que podía ir al mercado con la mentira de que buscaba un esclavo para no comprar ninguno.
— Si tú quieres decirle “guapísima”… — pongo los ojos en blanco dos segundos, asintiendo ante la mención del apellido de mi ama. No es una mujer fea, pero como no acaba por agradarme no pienso decir nada positivo sobre ella si tengo la oportunidad de faltarle el respeto, aunque sea a sus espaldas y lejos del alcance de su varita mágica. Como no sé muy bien cómo responder a eso, me doy unos golpecitos en el mentón con los dedos, sin mucho ritmo que digamos — Es una obsesiva del régimen, como todos los políticos. Es estricta, pero podría ser peor. Al menos me alimento bien y puedo reírme de la cantidad de alcohol que consume durante el día. Quiero decir… podría haber terminado trabajando para los Niniadis y eso no me tienta en lo absoluto — Jamie Niniadis no tiene la mejor fama entre los esclavos, obviamente. Y sí, todo esto es tan irónico que acepto ese abrazo, riéndome ante el abuso que me otorgo al estrecharla con algo más de atropello de lo normal. La presiono con las dos manos en su espalda, hasta soltarla efusivamente — Vas a tener que guardarte los mejores abrazos para cuando me meta en verdaderos problemas.
Dudas de la realeza. Muevo una mano de un lado al otro para dar una respuesta indefinida y arrugo la nariz en un gesto desdeñoso — Creo que su mayor morbo es el exceso. Todo tiene que ser mejor, más grande, más brillante. La mayoría de los invitados eran niños y sus ropas seguramente valían más de lo que gana alguien que ha trabajado toda su vida. Es como… un enorme derroche — no le veo lo justo ni lo válido, pero debe ser porque no recuerdo qué se siente tener algo propio. Es bueno saber que aún existe gente como Lara, que se conforma con lo que es necesario y no ostenta absolutamente nada que sea una estupidez superficial.
Estoy por contarle sobre el niño Patrick y su estupidez para reírnos de ello, cuando hace una sugerencia que me abre los ojos a causa de la emoción — No sé cómo podríamos coordinar algo así, pero… ¿Por qué no? Haríamos esto mucho más disfrutable — no sé su rutina, pero la mía tiende a ser una mierda. No hace falta el preguntarle si se tomaría ese riesgo por mí porque sé que es así, ya lo ha demostrado en otras ocasiones. No es como si fuese legal que yo tenga algún artefacto como para hablar con ella, así que supongo que será cuestión de que nos arreglemos con el ingenio — ¿Alguna idea de cómo burlar la seguridad? — bajo mi voz como si estuviese planeando una fuga secreta, haciendo gala de una muy baja seriedad.
— En otras noticias… — alzo una ceja, después la otra y, por último, las dos, en un intento de parecer más interesante de lo que soy. Muevo un poco mi culo para sentarme algo más cerca de ella, buscando complicidad — He conocido a una chica. Trabaja para los Niniadis y, ya sé, sería jodido si alguien lo descubre. No ha pasado nada aún, pero puedo apostar a que le gusto. Quiero decir… si coquetean contigo, te tocan el pelo y te hacen masajes… Le gustas, ¿verdad? — ¿O estaba coqueteando solo y haciendo el ridículo? Descarto de inmediato esa opción y apoyo despreocupadamente la espalda contra la pared — He tenido que soportar niñitas molestas, pero al menos esto hace que valga la pena.
Dudas de la realeza. Muevo una mano de un lado al otro para dar una respuesta indefinida y arrugo la nariz en un gesto desdeñoso — Creo que su mayor morbo es el exceso. Todo tiene que ser mejor, más grande, más brillante. La mayoría de los invitados eran niños y sus ropas seguramente valían más de lo que gana alguien que ha trabajado toda su vida. Es como… un enorme derroche — no le veo lo justo ni lo válido, pero debe ser porque no recuerdo qué se siente tener algo propio. Es bueno saber que aún existe gente como Lara, que se conforma con lo que es necesario y no ostenta absolutamente nada que sea una estupidez superficial.
Estoy por contarle sobre el niño Patrick y su estupidez para reírnos de ello, cuando hace una sugerencia que me abre los ojos a causa de la emoción — No sé cómo podríamos coordinar algo así, pero… ¿Por qué no? Haríamos esto mucho más disfrutable — no sé su rutina, pero la mía tiende a ser una mierda. No hace falta el preguntarle si se tomaría ese riesgo por mí porque sé que es así, ya lo ha demostrado en otras ocasiones. No es como si fuese legal que yo tenga algún artefacto como para hablar con ella, así que supongo que será cuestión de que nos arreglemos con el ingenio — ¿Alguna idea de cómo burlar la seguridad? — bajo mi voz como si estuviese planeando una fuga secreta, haciendo gala de una muy baja seriedad.
— En otras noticias… — alzo una ceja, después la otra y, por último, las dos, en un intento de parecer más interesante de lo que soy. Muevo un poco mi culo para sentarme algo más cerca de ella, buscando complicidad — He conocido a una chica. Trabaja para los Niniadis y, ya sé, sería jodido si alguien lo descubre. No ha pasado nada aún, pero puedo apostar a que le gusto. Quiero decir… si coquetean contigo, te tocan el pelo y te hacen masajes… Le gustas, ¿verdad? — ¿O estaba coqueteando solo y haciendo el ridículo? Descarto de inmediato esa opción y apoyo despreocupadamente la espalda contra la pared — He tenido que soportar niñitas molestas, pero al menos esto hace que valga la pena.
No alcanzo a hacerme una idea de cómo es el trato de la ministra a partir de lo que me describe, es ambiguo con la impresión que me da. Me habla de ella, no de cómo lo trata. Para la edad que tiene, siendo tan joven, naturaliza los malos tratos que reciben los esclavos, no espero escuchar una queja de su boca si cometieron un abuso físico luego de todo lo que tuvo que pasar en el mercado. Por más que un abuso, pequeño o no, sigue siéndolo. Pero le inculcaron que las cosas son así y no pueden ser de otra manera. Esto es verdad, no puede ser de otra forma en el régimen actual. Hago una mueca cuando menciona a los Niniadis. —He llegado a pensar que hay personas peores a los tiranos y esos son sus fanáticos— comparto, porque en todo este diminuto mundo que es el Capitolio, no hay nadie más a quien pueda decírselo. —Ten cuidado con tu obsesiva del régimen— lo prevengo porque no quiero que le ocurra algo malo, más allá de lo que de por sí no puedo evitar que suceda. Lo estrecho en mi abrazo y sostengo su rostro con mis manos cuando se aparta, acaricio sus mejillas con mis pulgares, hasta que lo dejo ir que no es un niño pequeño y no quiero avergonzarlo. —Los tendré en reserva— prometo. Es inútil pedir que no se meta en problemas, estamos en uno en este momento.
Procuro que su percepción de la ostentación que hacen los hijos de la elite coincida un poco con lo que conozco de mi tiempo en el Royal, cuando estuve lo más cerca que estaré nunca de gente que se mueve en esferas inalcanzables para mí y que sinceramente no me interesa alcanzar. Por supuesto que conozco de nombre a la heredera de nuestra actual jefa suprema, pero es la segunda vez que me la mencionan en una conversación y pienso inmediatamente en Meerah que al referirse a ella lo hizo con emoción. Meerah es una Niniadis. Solo que… criada en un ambiente diferente al de ellos. Apuesto a que todos en esa fiesta tenían ropa carísima, pero ella era la más elegante por talento propio. —Lo lamento por esos chicos— murmuro, claro que los que se merecen verdadera consideración son los que crecen en orfanatos o en el mercado. —Es como ser incubados en un frasco. Espero que desarrollen carácter de una u otra manera. Los sacarán del frasco más temprano que tarde y serán arrojados al juego donde se gana pisando cabezas y las reglas cambian todo el tiempo—. No olvido con quien estoy y que él puede opinar que la magia nos hace ganadores por nacimiento. —Porque, Jim, también en la cima de la pirámide los fuertes y vencedores se devoran entre sí—. Me encojo de hombros, puedo hablar sobre esto desde mi cómoda posición como ciudadana promedio.
—Busquemos una tienda que no sea tan concurrida y con ventas del tipo que haga que su dueño sea poco charlatán con los aurores— sugiero, es lo que se me ocurre al pensar que Riley debe conseguir sus suministros de algún lugar, que yo sepa no concurre a los distritos apartados porque no puede alejarse demasiado de su laboratorio. Así que donde sea que compra lo que necesita, lo hace cerca del trabajo. —Fijamos un día a la semana, podrían ser los jueves. Esperamos diez minutos, si el otro no llega nos vamos. Algunas veces coincidiremos, otras no. Dejaremos un margen al azar porque si lo planeamos demasiado podrá ser un patrón fácil de identificar— opino. Sé que no podré estar todos los jueves, pero sabré que cada semana estará abierta la posibilidad. Y él también lo sabrá. Estoy pensando en cómo hacer esto sin que quede una marca delatadora en nuestras rutinas, así como en las medidas para prevenir que la seguridad del Capitolio nos pille. Ah, genial. Me distraigo por unos segundos de este plan debido a la expectativa que crea sobre novedades que todavía se guarda.
Ok, no pondré reparos sobre que sea la persona con quien elige comentar lo de esta chica, puede que no tenga otras opciones y como su amiga también puedo darle una opinión al respecto, por más que no sea la mejor en este campo. Muerdo mis labios para contener una sonrisa que se me escapa de todas formas, y mi interés se vuelve palpable, me provoca una punzada de emoción que Jim a pesar de todo, ofrezca un espacio de sus pensamientos a esta chica. —Yo diría que sí, pero no estoy segura. ¿Es así solo contigo o con otras personas también? — una vez que comencé con las preguntas nada va a detenerme. —¿Cómo es ella? ¿Cuántos años tiene?— sigo. —Y no soy quien para decirte que te apartes de ella si supone un riesgo, ese consejo no lo escucharás de mí. Si los dos corremos un riesgo por estás aquí sentados, vamos, ¿por qué no lo harías por una chica que te importa?—. Contengo un poco el entusiasmo en mi sonrisa e hinco mi dedo índice en su hombro. —Así que otras niñas te molestan, ¿eh? Puede que sea porque eres lindo, James — le lanzo una mirada invitándolo a que me dé la razón.
Procuro que su percepción de la ostentación que hacen los hijos de la elite coincida un poco con lo que conozco de mi tiempo en el Royal, cuando estuve lo más cerca que estaré nunca de gente que se mueve en esferas inalcanzables para mí y que sinceramente no me interesa alcanzar. Por supuesto que conozco de nombre a la heredera de nuestra actual jefa suprema, pero es la segunda vez que me la mencionan en una conversación y pienso inmediatamente en Meerah que al referirse a ella lo hizo con emoción. Meerah es una Niniadis. Solo que… criada en un ambiente diferente al de ellos. Apuesto a que todos en esa fiesta tenían ropa carísima, pero ella era la más elegante por talento propio. —Lo lamento por esos chicos— murmuro, claro que los que se merecen verdadera consideración son los que crecen en orfanatos o en el mercado. —Es como ser incubados en un frasco. Espero que desarrollen carácter de una u otra manera. Los sacarán del frasco más temprano que tarde y serán arrojados al juego donde se gana pisando cabezas y las reglas cambian todo el tiempo—. No olvido con quien estoy y que él puede opinar que la magia nos hace ganadores por nacimiento. —Porque, Jim, también en la cima de la pirámide los fuertes y vencedores se devoran entre sí—. Me encojo de hombros, puedo hablar sobre esto desde mi cómoda posición como ciudadana promedio.
—Busquemos una tienda que no sea tan concurrida y con ventas del tipo que haga que su dueño sea poco charlatán con los aurores— sugiero, es lo que se me ocurre al pensar que Riley debe conseguir sus suministros de algún lugar, que yo sepa no concurre a los distritos apartados porque no puede alejarse demasiado de su laboratorio. Así que donde sea que compra lo que necesita, lo hace cerca del trabajo. —Fijamos un día a la semana, podrían ser los jueves. Esperamos diez minutos, si el otro no llega nos vamos. Algunas veces coincidiremos, otras no. Dejaremos un margen al azar porque si lo planeamos demasiado podrá ser un patrón fácil de identificar— opino. Sé que no podré estar todos los jueves, pero sabré que cada semana estará abierta la posibilidad. Y él también lo sabrá. Estoy pensando en cómo hacer esto sin que quede una marca delatadora en nuestras rutinas, así como en las medidas para prevenir que la seguridad del Capitolio nos pille. Ah, genial. Me distraigo por unos segundos de este plan debido a la expectativa que crea sobre novedades que todavía se guarda.
Ok, no pondré reparos sobre que sea la persona con quien elige comentar lo de esta chica, puede que no tenga otras opciones y como su amiga también puedo darle una opinión al respecto, por más que no sea la mejor en este campo. Muerdo mis labios para contener una sonrisa que se me escapa de todas formas, y mi interés se vuelve palpable, me provoca una punzada de emoción que Jim a pesar de todo, ofrezca un espacio de sus pensamientos a esta chica. —Yo diría que sí, pero no estoy segura. ¿Es así solo contigo o con otras personas también? — una vez que comencé con las preguntas nada va a detenerme. —¿Cómo es ella? ¿Cuántos años tiene?— sigo. —Y no soy quien para decirte que te apartes de ella si supone un riesgo, ese consejo no lo escucharás de mí. Si los dos corremos un riesgo por estás aquí sentados, vamos, ¿por qué no lo harías por una chica que te importa?—. Contengo un poco el entusiasmo en mi sonrisa e hinco mi dedo índice en su hombro. —Así que otras niñas te molestan, ¿eh? Puede que sea porque eres lindo, James — le lanzo una mirada invitándolo a que me dé la razón.
No puedo entender qué tanto pueden sufrir unos niños que lo tienen todo servido para el resto de su vida, además de lamentarse por las neuronas perdidas — ¿Qué? ¿Andan viendo quien tiene más grande la… varita? — asumo que ella me entiende. Jamás pensé que el mundo de los ricos y poderosos fuese un lecho de rosas, pero siempre tuve en claro que sufren menos que nosotros. Ellos todavía son dueños de sus destinos y pensamientos, mientras gente como yo lo ha perdido todo, incluyendo la vida que estaban destinados a tener. Quiero decir, yo tenía una familia numerosa que se vio extinta solo porque los culparon de los crímenes que otros hicieron. Nadie puede negarme que el régimen actual no se encargó de purificar la nación, porque es la base de su estúpido ideal.
Lo pienso, entre entusiasmado y algo dudoso. No depende de mí el saber cuando puedo o no puedo ir de compras, pero lo que me plantea es una idea que me gusta por demás. No siempre tendremos suerte, pero es mejor esto que nada; toda mi vida se basa en esa idea, la de estar agradecido con lo poco que puedo tener, a pesar de lo mucho que puedo desear — ¿Se te ocurre alguna tienda? Siempre nos quedan las calles menos concurridas, un poco alejadas del centro. Si no es un negocio, puede ser una esquina, algo que quede “de paso” por mera “casualidad” — en ambas ocasiones, uso las comillas en el aire para remarcar que todo esto es un arreglo, pero bah, que ella lo sabe. Igual me entusiasma. Un poco de adrenalina nunca viene mal y cagarme en las reglas de los magos jamás fue algo que me cueste demasiado.
No sé muy bien qué es lo que hago hablando de chicas, pero tampoco puedo decir que tengo mucho más para contar y, además, en sí es toda una novedad. Pasé mi vida encerrado en un mercado, donde las pocas personas que he besado fueron debido a un intercambio de favores para conseguir cosas como comida extra o cigarrillos. El interés genuino es algo que no ha existido jamás en mi vida — No la he visto mucho con otras personas, pero tampoco la vi tocarlos de esa manera. Además, los masajes fueron una recompensa porque aprendí a cocinar algo que me enseñó — y porque la tenía al lado cuidando que no queme la cocina, pero eso es un extra que no viene al caso — Veintidós. Y es simpática y… bueno, más hermosa que las personas del mercado. No creí que en la isla habría algo digno de admirar visualmente — las mansiones son majestuosas, pero a mí me resultan algo insultantes. La playa no está mal, lo admito, pero me es mucho más entretenido echarle una ojeada a Celestine cuando me la cruzo. Bueno, la hija de la señora Leblanc tampoco está mal cuando toma sol en el jardín junto a la piscina, pero ese es un territorio que no pienso tocar — No sé si me “importa”. Quiero decir, me interesa. Sabes que yo jamás… bueno, mi nivel de intimidad con las personas es un cero. Hasta Drew me ofreció sexo con tal de que haga algo con alguien — ruedo los ojos, haciendo alusión con gracia a mi antiguo compañero de celda en el mercado y una de las personas que mejor me ha cuidado en los últimos años — Obvio que me negué — aclaro rápidamente — A lo que voy, es que no sé cómo manejar estas cosas y tampoco es tan fácil. No es como si pudiese hacer más que hablar unos minutos cuando me ayuda con la cocina o nos cruzamos en las calles antes de ir a nuestras casas. Y estoy sonando como un niño ridículo, ¿no es así? — me río, notando que prefiero preocuparme por estas cosas que el pensar todo lo que tendré que hacer cuando llegue a casa.
Intento ahogar la carcajada pero no me sale muy bien, así que es un sonido que me hace vibrar los labios y me obliga a aferrarme la panza antes de pasarme una mano por el cabello, echarlo hacia atrás y falsear unos cuantos aires de egocentrismo — Lo sé. Las chicas se mueren por los flacuchos muertos de hambre y los pómulos hundidos — bromeo, haciendo un amague con la mano para apartarle el dedo juguetonamente — No es esa clase de “molestar”. Tuve que atender a niñas malcriadas en esa fiesta y, antes de que me compren, tuve una pelea con una mocosa en el mercado. Asumo que jamás le dijo a nadie lo que pasó, porque creo que si ella hubiese abierto la boca, yo no estaría aquí hablando contigo — puedo decir que he tenido suerte o la rubia es más considerada de lo que pensaba. Me tiro a lo primero, porque sospecho que una niña como ella jamás aceptaría que fue insultada y tocada por un esclavo — ¿Sabes por que me comí un camarón? Porque en el cumpleaños de Niniadis me la crucé y, como no quería que me reconozca, me quise cubrir con la bandeja y casi me atraganto. Ya sabes, porque además de ser tan inteligente de pelearme con niñas de la alta sociedad, también me como su comida accidentalmente.
Lo pienso, entre entusiasmado y algo dudoso. No depende de mí el saber cuando puedo o no puedo ir de compras, pero lo que me plantea es una idea que me gusta por demás. No siempre tendremos suerte, pero es mejor esto que nada; toda mi vida se basa en esa idea, la de estar agradecido con lo poco que puedo tener, a pesar de lo mucho que puedo desear — ¿Se te ocurre alguna tienda? Siempre nos quedan las calles menos concurridas, un poco alejadas del centro. Si no es un negocio, puede ser una esquina, algo que quede “de paso” por mera “casualidad” — en ambas ocasiones, uso las comillas en el aire para remarcar que todo esto es un arreglo, pero bah, que ella lo sabe. Igual me entusiasma. Un poco de adrenalina nunca viene mal y cagarme en las reglas de los magos jamás fue algo que me cueste demasiado.
No sé muy bien qué es lo que hago hablando de chicas, pero tampoco puedo decir que tengo mucho más para contar y, además, en sí es toda una novedad. Pasé mi vida encerrado en un mercado, donde las pocas personas que he besado fueron debido a un intercambio de favores para conseguir cosas como comida extra o cigarrillos. El interés genuino es algo que no ha existido jamás en mi vida — No la he visto mucho con otras personas, pero tampoco la vi tocarlos de esa manera. Además, los masajes fueron una recompensa porque aprendí a cocinar algo que me enseñó — y porque la tenía al lado cuidando que no queme la cocina, pero eso es un extra que no viene al caso — Veintidós. Y es simpática y… bueno, más hermosa que las personas del mercado. No creí que en la isla habría algo digno de admirar visualmente — las mansiones son majestuosas, pero a mí me resultan algo insultantes. La playa no está mal, lo admito, pero me es mucho más entretenido echarle una ojeada a Celestine cuando me la cruzo. Bueno, la hija de la señora Leblanc tampoco está mal cuando toma sol en el jardín junto a la piscina, pero ese es un territorio que no pienso tocar — No sé si me “importa”. Quiero decir, me interesa. Sabes que yo jamás… bueno, mi nivel de intimidad con las personas es un cero. Hasta Drew me ofreció sexo con tal de que haga algo con alguien — ruedo los ojos, haciendo alusión con gracia a mi antiguo compañero de celda en el mercado y una de las personas que mejor me ha cuidado en los últimos años — Obvio que me negué — aclaro rápidamente — A lo que voy, es que no sé cómo manejar estas cosas y tampoco es tan fácil. No es como si pudiese hacer más que hablar unos minutos cuando me ayuda con la cocina o nos cruzamos en las calles antes de ir a nuestras casas. Y estoy sonando como un niño ridículo, ¿no es así? — me río, notando que prefiero preocuparme por estas cosas que el pensar todo lo que tendré que hacer cuando llegue a casa.
Intento ahogar la carcajada pero no me sale muy bien, así que es un sonido que me hace vibrar los labios y me obliga a aferrarme la panza antes de pasarme una mano por el cabello, echarlo hacia atrás y falsear unos cuantos aires de egocentrismo — Lo sé. Las chicas se mueren por los flacuchos muertos de hambre y los pómulos hundidos — bromeo, haciendo un amague con la mano para apartarle el dedo juguetonamente — No es esa clase de “molestar”. Tuve que atender a niñas malcriadas en esa fiesta y, antes de que me compren, tuve una pelea con una mocosa en el mercado. Asumo que jamás le dijo a nadie lo que pasó, porque creo que si ella hubiese abierto la boca, yo no estaría aquí hablando contigo — puedo decir que he tenido suerte o la rubia es más considerada de lo que pensaba. Me tiro a lo primero, porque sospecho que una niña como ella jamás aceptaría que fue insultada y tocada por un esclavo — ¿Sabes por que me comí un camarón? Porque en el cumpleaños de Niniadis me la crucé y, como no quería que me reconozca, me quise cubrir con la bandeja y casi me atraganto. Ya sabes, porque además de ser tan inteligente de pelearme con niñas de la alta sociedad, también me como su comida accidentalmente.
Hago rodar mis ojos y respondo a su impertinencia hacia los magos con un dejo de humor: —No puedo asegurarte con certeza que así sea— tuerzo mi sonrisa. —Al menos, nunca me han invitado a una de esas competencias— me encojo de hombros, apelando a una ignorancia que es parcial, no necesité ir a ninguna competencia de ese tipo para poder tirar veredictos por mi cuenta. Información que no creo que sea necesaria dársela a James, porque no viene el caso. Estábamos hablando del ambiente en el que le toca sobrevivir de ahora en más, uno que excluye a muchísimos magos y brujas como es mi caso, así que lo pueda contarme él será más cercano a la realidad de lo que pueda suponer yo. ¿Y cómo deben ser esos niños? No puedo dedicarles un segundo pensamiento, no son mi responsabilidad. También sobre Meerah tengo una influencia escasa, más bien nula. Me limitaré a ver cómo crecen y se convierten en reemplazos de sus padres en los asientos más cómodos del ministerio.
—No puede ser un sitio que quede por fuera de tu recorrido habitual— señalo, esbozando nuestro plan para próximos encuentros. —Los de seguridad tendrán oportunidad de molestarte si te ven fuera de la ruta de la mayoría o te encuentran solo— pienso en voz alta, es lo que no quiero que ocurra, que se vuelva un blanco para los aurores porque conociendo el carácter de Jim que es similar al mío, un cruce con estos agentes puede desencadenar en algo mayor. —Puede ser un callejón como este, un poco más ancho— continuo con sugerencias. —Hay una herboristería…— trato de hacer memoria en la dirección del lugar. Tengo la mitad de mis neuronas pensando en formas mágicas de escondernos a la vista de los demás, se me ocurre un par y en muy pocas puedo hacer partícipe a un muggle.
Lo escrudiño con la mirada y me froto la barbilla, como si estuviera analizando su caso. Me describe una situación de complicidad entre los dos de la que no sé si es plenamente consciente, sigue siendo poco material para que por mi lado pueda aseverar que hay un interés real o no de esa chica, y como tampoco creo que eso sea lo que realmente espera de mí, lo que hago es escucharlo. —¿No lo hay?— pregunto, pero nunca entraría en el juego peligroso de insinuarle que se acercara a una bruja, valoro su vida como para conducirlo a ese mal irremediable. —Tienen un puerto bellísimo— digo. Pongo toda mi atención en él cuando me corrige y contengo mi sonrisa, si le interesa más que importarle hace de todo esto una exploración con la que estoy más familiarizada por mi propia experiencia. La cosa es que no sé cuántas opciones tendrá James entre las que pueda elegir, a diferencia de las que estaban a mi alcance desde que deje de sentirme una niña. Y en esto puedo decir que mi experiencia abandonó el estado cero cuando tenía muchos menos años de los que tiene Jim. Me quedo con un comentario en los labios cuando atraviesa mis pensamientos la mención de un nombre y, más importante, lo que dice después. —¿Drew? — vacilo. Debe haber muchos esclavos con ese nombre como para que me ponga a especular. —Si lo hubieras querido, no habría tenido nada de malo que aceptaras— le aclaro, por lo rápido que se apresuró en decir que se negó a esa invitación. —No me gusta la parte en que te lo hacía como un favor, a cambio de que hicieras algo, pero si te hubiera gustado intentar…— lo dejo sin concluir. ¿Qué habría tenido de malo? Por un momento, no entiendo a qué se refiere con que esto no es fácil. Hasta que comprendo que las complicaciones tienen que ver con tiempo y espacio, en poder coincidir con esta chica y tener el tiempo para intentar un avance. —Busca la manera, Jim. Así como lo hacemos nosotros para vernos. Si ella te interesa, y quizás tú a ella, será posible encontrar la manera. Muéstrale el camino y si le interesas, ella te seguirá— comento.
Le sonrío de costado antes de contradecirlo. —Las chicas encontramos el atractivo de un chico en los rasgos más insospechados— aseguro y con un gesto más curvo y amplio que elevan mis labios, agrego: —Chicas, chicos. Verás que a lo largo de tu vida no faltará quien te moleste por ese atractivo que traes a flor de piel y que no controlas del todo— digo. Paso una mano por encima de su cabello, revolviendo los mechones ondulados que quieren caer sobre su frente. También espero que esas atenciones no hagan de su vida un martirio diferente, del que he oído rumores. El abuso de amos a esclavos es real, por más que estas relaciones sean castigadas por ley. Existen, son parte de nuestras injusticias cotidianas. La anécdota de la niña molestosa espanta estas ideas y vuelvo a reírme con el episodio del camarón. —¿Esa niña logró asustarte tanto que quisiste esconderte de ella? ¿Hablas en serio? Pensé que eras del tipo que no se amedrentaba ante nadie, pero hay una niña que tiene atragantándote con camarones al tratar de escapar— meneo la cabeza. —¿Cuántos años tiene? — me doy cuenta que es la misma pregunta que hice hace un rato, por una razón diferente.
—No puede ser un sitio que quede por fuera de tu recorrido habitual— señalo, esbozando nuestro plan para próximos encuentros. —Los de seguridad tendrán oportunidad de molestarte si te ven fuera de la ruta de la mayoría o te encuentran solo— pienso en voz alta, es lo que no quiero que ocurra, que se vuelva un blanco para los aurores porque conociendo el carácter de Jim que es similar al mío, un cruce con estos agentes puede desencadenar en algo mayor. —Puede ser un callejón como este, un poco más ancho— continuo con sugerencias. —Hay una herboristería…— trato de hacer memoria en la dirección del lugar. Tengo la mitad de mis neuronas pensando en formas mágicas de escondernos a la vista de los demás, se me ocurre un par y en muy pocas puedo hacer partícipe a un muggle.
Lo escrudiño con la mirada y me froto la barbilla, como si estuviera analizando su caso. Me describe una situación de complicidad entre los dos de la que no sé si es plenamente consciente, sigue siendo poco material para que por mi lado pueda aseverar que hay un interés real o no de esa chica, y como tampoco creo que eso sea lo que realmente espera de mí, lo que hago es escucharlo. —¿No lo hay?— pregunto, pero nunca entraría en el juego peligroso de insinuarle que se acercara a una bruja, valoro su vida como para conducirlo a ese mal irremediable. —Tienen un puerto bellísimo— digo. Pongo toda mi atención en él cuando me corrige y contengo mi sonrisa, si le interesa más que importarle hace de todo esto una exploración con la que estoy más familiarizada por mi propia experiencia. La cosa es que no sé cuántas opciones tendrá James entre las que pueda elegir, a diferencia de las que estaban a mi alcance desde que deje de sentirme una niña. Y en esto puedo decir que mi experiencia abandonó el estado cero cuando tenía muchos menos años de los que tiene Jim. Me quedo con un comentario en los labios cuando atraviesa mis pensamientos la mención de un nombre y, más importante, lo que dice después. —¿Drew? — vacilo. Debe haber muchos esclavos con ese nombre como para que me ponga a especular. —Si lo hubieras querido, no habría tenido nada de malo que aceptaras— le aclaro, por lo rápido que se apresuró en decir que se negó a esa invitación. —No me gusta la parte en que te lo hacía como un favor, a cambio de que hicieras algo, pero si te hubiera gustado intentar…— lo dejo sin concluir. ¿Qué habría tenido de malo? Por un momento, no entiendo a qué se refiere con que esto no es fácil. Hasta que comprendo que las complicaciones tienen que ver con tiempo y espacio, en poder coincidir con esta chica y tener el tiempo para intentar un avance. —Busca la manera, Jim. Así como lo hacemos nosotros para vernos. Si ella te interesa, y quizás tú a ella, será posible encontrar la manera. Muéstrale el camino y si le interesas, ella te seguirá— comento.
Le sonrío de costado antes de contradecirlo. —Las chicas encontramos el atractivo de un chico en los rasgos más insospechados— aseguro y con un gesto más curvo y amplio que elevan mis labios, agrego: —Chicas, chicos. Verás que a lo largo de tu vida no faltará quien te moleste por ese atractivo que traes a flor de piel y que no controlas del todo— digo. Paso una mano por encima de su cabello, revolviendo los mechones ondulados que quieren caer sobre su frente. También espero que esas atenciones no hagan de su vida un martirio diferente, del que he oído rumores. El abuso de amos a esclavos es real, por más que estas relaciones sean castigadas por ley. Existen, son parte de nuestras injusticias cotidianas. La anécdota de la niña molestosa espanta estas ideas y vuelvo a reírme con el episodio del camarón. —¿Esa niña logró asustarte tanto que quisiste esconderte de ella? ¿Hablas en serio? Pensé que eras del tipo que no se amedrentaba ante nadie, pero hay una niña que tiene atragantándote con camarones al tratar de escapar— meneo la cabeza. —¿Cuántos años tiene? — me doy cuenta que es la misma pregunta que hice hace un rato, por una razón diferente.
Cualquier oportunidad, para mí está bien. Cualquier riesgo, siempre será bienvenido. Considero lo de ser obvio, así que tengo que darle la razón. No conozco mucho el Capitolio como para saber dónde hay callejones o pasadizos, así que eso se lo concedo a ella, seguro de que es una experta en moverse por esta ciudad — Quizá lo de la herbolaria esté bien para empezar. ¿Dónde queda? — le tiendo el papelito que llevo conmigo, dispuesto a darle un sitio dónde dibujar, aunque no sé si lleva consigo un lápiz o algo para anotar. Yo, obviamente, no lo hago — ¿En dos semanas te parece bien?
La miro un momento confundido cuando me habla del puerto de la isla ministerial, torciendo un poco las cejas — ¿Y tú cómo lo sabes? — le pregunto con diversión, porque creo que no hay sitio en este país que pudiese asociar menos con Lara que la isla donde los ricos y poderosos juegan a ser dioses — Si alguna vez viste una foto o algo así, estoy seguro de que no le hace justicia — lindos paisajes, horribles razones para admirarlos. Hablar de lo que pasó con Drew me pinta una sonrisa algo nostálgica, porque si hay algo que sí extraño del mercado, son los pocos amigos que tenía en él. Sacudo la cabeza, tratando de explicarme mejor — No quería acostarme con un amigo solo porque éste opina que debería perder la virginidad de una vez — ruedo un poco los ojos, porque no creo que mi situación esté mal, en especial si consideramos el ambiente donde he crecido. Los esclavos no estamos hechos para tener una vida privada y emocional — ¿Debo dejarle notitas secretas para tener encuentros clandestinos? — bromeo, usando un tonito arrastrado que imita a uno meloso — Luego puedes escribir una novela basada en hechos reales y generar polémica — con una temática así, sería hasta ilegal.
Intento no reírme demasiado sobre el atractivo que ella profesa que tengo y yo no veo, pero fallo en el proceso. Aún así, cierro los ojos en respuesta a las caricias en mi pelo, curvando mis labios hacia un lado — Si tú lo dices, tendré que creerte. Aunque no sé en qué podría serme útil el controlarlo del todo — coquetear con amos es algo de Andrew, no mío. Yo prefiero quedarme en mi sitio, al menos de momento, que arriesgarme a un castigo por culpa de un capricho hormonal. Lo bueno es que podemos cambiar de tema con una risa, haciendo que abra los ojos para mirarla con un divertido reproche — ¡También te escaparías en mi lugar! — exclamo, dándome cuenta de que debo bajar la voz y encogiéndome en el proceso — No lo recuerdo, si es que lo dijo. Tengo cosas más importantes en las cuales ocupar mi memoria — bostezo solo porque sí, posiblemente culpa de mis intentos de recordar un poco — Digamos que la insulté a ella y a todo el régimen que defiende cuando se perdió en el mercado, hasta la soborné para que me dé comida. Y tal vez podemos decir también que la agarré del brazo… — cosa totalmente ilegal, así que la miro con mi mejor cara angelical — Los esclavos dicen que es la sobrina de Hero Niniadis y ella misma me amenazó con que su padre es el ministro Powell ese, así que por ahora vengo teniendo suerte. Si ella no habla, significa que no van a matarme por inconsciente. ¡Pero juro que ella se lo buscó! — con lo desagradable que fue, no tendría problema en volver a sacudirla un poco.
La miro un momento confundido cuando me habla del puerto de la isla ministerial, torciendo un poco las cejas — ¿Y tú cómo lo sabes? — le pregunto con diversión, porque creo que no hay sitio en este país que pudiese asociar menos con Lara que la isla donde los ricos y poderosos juegan a ser dioses — Si alguna vez viste una foto o algo así, estoy seguro de que no le hace justicia — lindos paisajes, horribles razones para admirarlos. Hablar de lo que pasó con Drew me pinta una sonrisa algo nostálgica, porque si hay algo que sí extraño del mercado, son los pocos amigos que tenía en él. Sacudo la cabeza, tratando de explicarme mejor — No quería acostarme con un amigo solo porque éste opina que debería perder la virginidad de una vez — ruedo un poco los ojos, porque no creo que mi situación esté mal, en especial si consideramos el ambiente donde he crecido. Los esclavos no estamos hechos para tener una vida privada y emocional — ¿Debo dejarle notitas secretas para tener encuentros clandestinos? — bromeo, usando un tonito arrastrado que imita a uno meloso — Luego puedes escribir una novela basada en hechos reales y generar polémica — con una temática así, sería hasta ilegal.
Intento no reírme demasiado sobre el atractivo que ella profesa que tengo y yo no veo, pero fallo en el proceso. Aún así, cierro los ojos en respuesta a las caricias en mi pelo, curvando mis labios hacia un lado — Si tú lo dices, tendré que creerte. Aunque no sé en qué podría serme útil el controlarlo del todo — coquetear con amos es algo de Andrew, no mío. Yo prefiero quedarme en mi sitio, al menos de momento, que arriesgarme a un castigo por culpa de un capricho hormonal. Lo bueno es que podemos cambiar de tema con una risa, haciendo que abra los ojos para mirarla con un divertido reproche — ¡También te escaparías en mi lugar! — exclamo, dándome cuenta de que debo bajar la voz y encogiéndome en el proceso — No lo recuerdo, si es que lo dijo. Tengo cosas más importantes en las cuales ocupar mi memoria — bostezo solo porque sí, posiblemente culpa de mis intentos de recordar un poco — Digamos que la insulté a ella y a todo el régimen que defiende cuando se perdió en el mercado, hasta la soborné para que me dé comida. Y tal vez podemos decir también que la agarré del brazo… — cosa totalmente ilegal, así que la miro con mi mejor cara angelical — Los esclavos dicen que es la sobrina de Hero Niniadis y ella misma me amenazó con que su padre es el ministro Powell ese, así que por ahora vengo teniendo suerte. Si ella no habla, significa que no van a matarme por inconsciente. ¡Pero juro que ella se lo buscó! — con lo desagradable que fue, no tendría problema en volver a sacudirla un poco.
Sujeto entre mis dedos el papel que me extiende y dudo al sacar mi varita para usarla al trazar unas líneas que van tomando la forma de la cuadra por fuera de este callejón, otras cuadras más, las avenidas que las cortan y los callejones que sirven para acortar caminos. Marco el sitio donde se encuentra la herbolaria y otros cuidados que creo que debe tener para llegar hasta el lugar. —Dos semanas me parecen bien— acuerdo. Eso nos da un tiempo prudencial para poner entre este encuentro y el próximo, tendrá que ser así. Traeré conmigo algo más que suerte cuando nos veamos otra vez, algo que nos alerte si estamos a punto de ser pillados, como en este momento que estamos a una puerta de ser descubiertos por alguien o si una persona se asoma a la abertura del callejón, notará el color de la ropas de Jim y juzgará lo sospechoso como incorrecto. Aprovecho cada minuto de impunidad que se nos otorga para una charla rápida con la que podamos ponernos al día.
No se siente bien mentirle a James con algo menor, así que le digo la verdad: —Fui una vez—. Es bajo usar la opción que me ofrece de decir que lo vi en una fotografía, pero tampoco amplío detalles de mi única visita a la isla. Supongo que quedará allí, no hay nada interesante que agregar sobre ese sitio. Lo que me cuenta de su amigo Drew da más material del que cortar y tengo mi opinión sobre eso que señala: —Tampoco creo que funcione así. No cuando se trata de un amigo—. Las autorreferencias no son buenas, por eso vacilo en dar la mía. Me aclaro un poco la garganta, me sorprende estar en la posición de adulta que comparte sus experiencias para iluminar el camino de un joven que recién se inicia, pero no sé qué de bueno pueda sacar de la percepción que tenía mi yo del pasado de ciertas cosas. —Yo sí me acosté con alguien solo porque creí que debía perder la virginidad de una vez. Había un chico a quien le importaba y supongo que podría haberle pedido a él, en cambio fui a una fiesta y me acosté con alguien más. No quería que esa primera vez fuera con expectativas, a partir de ahí todo se hizo más fácil, mejoró— me encojo de hombros, para no extenderme no le cuento que fue entonces cuando preferí salir con otras chicas, los chicos seguían siendo algo torpes. Puede que esté haciendo de sus encuentros posibles con esta chica una novela romántica, y le doy un empujón cuando me recomienda escribir un libro. —No es que quiera apurarte, pero está demostrado que los vírgenes con más de 20 años tienden a la histeria— bromeo. —Ten cuidado.
Peino su cabello hacia atrás y bajo mi mano. —En que podrás poner algunas reglas de cómo deben tratarte—. Me parece más peligroso que no sea consciente de su atractivo, no sabrá interpretar las miradas de magos y brujas que se posarán en él y lo meterán en problemas, aun sabiendo de los riesgos con la ley que implica relacionarse con un esclavo, la gente tórrida encuentra la manera de atormentar al objeto de su frustrado deseo sexual. Detesto pensar en esto, pero no es un niño y no lo verán como tal. —Cuando estamos metidos en un juego en el que no importa qué, la balanza siempre se inclinará hacía otros, es bueno reconocer con qué contamos a nuestro favor porque serán nuestras únicas armas y nos pueden dar una ventaja— explico. Al menos una ventaja para sobrevivir un día más. Hablar con James siempre me inspira a compartirle todos esos consejos que no sabía que guardaba dentro de mí, porque no tengo hermanos a los que ofrecerle guía, y de los chicos que conozco… no puedo creer en la coincidencia de que ambos conozcamos a Meerah, con impresiones distintas de la chica. Si no fuera porque el apellido Niniadis y Powell está puesto entre nosotros, no aceptaría que se trata de ella. Todo mi semblante muto a una expresión de desconcierto. —¿Tocaste a Meerah?— de todas las emociones, creo que por encima de la reprobación, está la más abierta sorpresa. —Meerah es…— estoy dividida entre defenderla a ella y entre solidarizarme con James, porque al final de cuentas, estos dos chicos son importantes para mí y no esperaba que lo que siento por cada uno entrara en conflicto alguna vez. —Puede ser muy directa en su manera de decir las cosas. Tiene doce años y la capacidad de poner en jaque todas nuestras palabras— recalco su edad para que no se tome muy a pecho lo que fuera que le dijo. Tengo miedo de preguntar, y a pesar de ello, lo hago: —Solo me has dicho que fuiste tú quien insultó y la tocó, pero no me has dicho cómo se lo buscó. ¿Qué te dijo?
No se siente bien mentirle a James con algo menor, así que le digo la verdad: —Fui una vez—. Es bajo usar la opción que me ofrece de decir que lo vi en una fotografía, pero tampoco amplío detalles de mi única visita a la isla. Supongo que quedará allí, no hay nada interesante que agregar sobre ese sitio. Lo que me cuenta de su amigo Drew da más material del que cortar y tengo mi opinión sobre eso que señala: —Tampoco creo que funcione así. No cuando se trata de un amigo—. Las autorreferencias no son buenas, por eso vacilo en dar la mía. Me aclaro un poco la garganta, me sorprende estar en la posición de adulta que comparte sus experiencias para iluminar el camino de un joven que recién se inicia, pero no sé qué de bueno pueda sacar de la percepción que tenía mi yo del pasado de ciertas cosas. —Yo sí me acosté con alguien solo porque creí que debía perder la virginidad de una vez. Había un chico a quien le importaba y supongo que podría haberle pedido a él, en cambio fui a una fiesta y me acosté con alguien más. No quería que esa primera vez fuera con expectativas, a partir de ahí todo se hizo más fácil, mejoró— me encojo de hombros, para no extenderme no le cuento que fue entonces cuando preferí salir con otras chicas, los chicos seguían siendo algo torpes. Puede que esté haciendo de sus encuentros posibles con esta chica una novela romántica, y le doy un empujón cuando me recomienda escribir un libro. —No es que quiera apurarte, pero está demostrado que los vírgenes con más de 20 años tienden a la histeria— bromeo. —Ten cuidado.
Peino su cabello hacia atrás y bajo mi mano. —En que podrás poner algunas reglas de cómo deben tratarte—. Me parece más peligroso que no sea consciente de su atractivo, no sabrá interpretar las miradas de magos y brujas que se posarán en él y lo meterán en problemas, aun sabiendo de los riesgos con la ley que implica relacionarse con un esclavo, la gente tórrida encuentra la manera de atormentar al objeto de su frustrado deseo sexual. Detesto pensar en esto, pero no es un niño y no lo verán como tal. —Cuando estamos metidos en un juego en el que no importa qué, la balanza siempre se inclinará hacía otros, es bueno reconocer con qué contamos a nuestro favor porque serán nuestras únicas armas y nos pueden dar una ventaja— explico. Al menos una ventaja para sobrevivir un día más. Hablar con James siempre me inspira a compartirle todos esos consejos que no sabía que guardaba dentro de mí, porque no tengo hermanos a los que ofrecerle guía, y de los chicos que conozco… no puedo creer en la coincidencia de que ambos conozcamos a Meerah, con impresiones distintas de la chica. Si no fuera porque el apellido Niniadis y Powell está puesto entre nosotros, no aceptaría que se trata de ella. Todo mi semblante muto a una expresión de desconcierto. —¿Tocaste a Meerah?— de todas las emociones, creo que por encima de la reprobación, está la más abierta sorpresa. —Meerah es…— estoy dividida entre defenderla a ella y entre solidarizarme con James, porque al final de cuentas, estos dos chicos son importantes para mí y no esperaba que lo que siento por cada uno entrara en conflicto alguna vez. —Puede ser muy directa en su manera de decir las cosas. Tiene doce años y la capacidad de poner en jaque todas nuestras palabras— recalco su edad para que no se tome muy a pecho lo que fuera que le dijo. Tengo miedo de preguntar, y a pesar de ello, lo hago: —Solo me has dicho que fuiste tú quien insultó y la tocó, pero no me has dicho cómo se lo buscó. ¿Qué te dijo?
La sorpresa que destila mi rostro viene obviamente de que jamás pensé que alguien como ella habría pisado alguna vez la isla ministerial, pero no se lo reprocho. Al menos me da la razón con lo de Andrew y me hace sentir menos ridículo. No voy a juzgar su experiencia, en parte porque no soy quien para hacerlo y por otra porque cada quien hace de su cuerpo lo que quiere, así que me limito a escucharla. Jamás le he dado importancia al tema, posiblemente porque no es la preocupación inicial de alguien que ha crecido en un mercado de esclavos. Los adolescentes normales pueden salir, embriagarse y hacer lo que deseen, pero yo no he tenido esa parte en mi vida. Su empujón, por otro lado, hace que quiebre mi silencio con una risa — Lo siento, voy a procurar el comprar condones cuando esté de regreso — le contesto con divertido sarcasmo.
— Puedo frenar a quien se propasa conmigo, créeme — es lo único que diré, dejando que acomode mi pelo como quiera. Marcar derecho de piso en el mercado me ha enseñado muchas cosas — Y jamás tuve problemas cuando se trató de… bueno, conseguir cosas — sé que no quiere escuchar esas historias, yo no querría hacerlo. No estoy muy orgulloso de ellas, para variar. Que el tema se vaya a la situación con Meerah Niniadis Powell me ayuda a no pensar en eso, así que por un momento no reparo en que el nombre salió de su boca y no de la mía — No la toqué como si… Espera. ¿La conoces? — quizá la vio en la televisión, es lo más lógico, pero igual la miro con una mezcla de sorpresa y sospecha. Pero no, el modo en el cual habla de ella me deja bien en claro que sí la conoce y eso solo hace que apoye las manos en el suelo para incorporarme de un salto torpe — En jaque mis pelotas. Terminó lloriqueando y chillando como un bebé porque no podía hacer más que discutir y todas esas chiquilinadas que dicen las nenas malcriadas — no me interesa mucho que la conozca, porque eso no cambiará la opinión que tengo sobre ella — Veamos, veamos. Me trató de asqueroso, maleducado y escoria. Me amenazó con que su padre se metería conmigo si supiera que le he discutido sus leyes, me revoleó unas pastillas por la cabeza… — voy enumerando con ayuda de mis dedos, caminando en un pequeño ida y vuelta delante de ella — ¡Yo solo le dije unas cuantas verdades! Y sé que me sobrepasé al agarrarla del brazo, pero es que… me quitó la paciencia — lo digo como si fuese la mayor excusa de todas.
Me detengo delante de ella con un resoplido que me sacude un rizo. Sé que no va a juzgarme, pero no puedo asegurar que no me tire una reprimenda. Para evitarme ese trago, le paso la bola a ella — ¿Y tú cómo es que te relacionas con gente así? Pensé que tenías mejor gusto cuando se trata de compañías. Quiero decir… mírame a mí — señalo mi pecho como si fuese el ejemplo glorioso de la genialidad y le sonrío, tratando de volver a los chistes que se alejan de mis quejas.
— Puedo frenar a quien se propasa conmigo, créeme — es lo único que diré, dejando que acomode mi pelo como quiera. Marcar derecho de piso en el mercado me ha enseñado muchas cosas — Y jamás tuve problemas cuando se trató de… bueno, conseguir cosas — sé que no quiere escuchar esas historias, yo no querría hacerlo. No estoy muy orgulloso de ellas, para variar. Que el tema se vaya a la situación con Meerah Niniadis Powell me ayuda a no pensar en eso, así que por un momento no reparo en que el nombre salió de su boca y no de la mía — No la toqué como si… Espera. ¿La conoces? — quizá la vio en la televisión, es lo más lógico, pero igual la miro con una mezcla de sorpresa y sospecha. Pero no, el modo en el cual habla de ella me deja bien en claro que sí la conoce y eso solo hace que apoye las manos en el suelo para incorporarme de un salto torpe — En jaque mis pelotas. Terminó lloriqueando y chillando como un bebé porque no podía hacer más que discutir y todas esas chiquilinadas que dicen las nenas malcriadas — no me interesa mucho que la conozca, porque eso no cambiará la opinión que tengo sobre ella — Veamos, veamos. Me trató de asqueroso, maleducado y escoria. Me amenazó con que su padre se metería conmigo si supiera que le he discutido sus leyes, me revoleó unas pastillas por la cabeza… — voy enumerando con ayuda de mis dedos, caminando en un pequeño ida y vuelta delante de ella — ¡Yo solo le dije unas cuantas verdades! Y sé que me sobrepasé al agarrarla del brazo, pero es que… me quitó la paciencia — lo digo como si fuese la mayor excusa de todas.
Me detengo delante de ella con un resoplido que me sacude un rizo. Sé que no va a juzgarme, pero no puedo asegurar que no me tire una reprimenda. Para evitarme ese trago, le paso la bola a ella — ¿Y tú cómo es que te relacionas con gente así? Pensé que tenías mejor gusto cuando se trata de compañías. Quiero decir… mírame a mí — señalo mi pecho como si fuese el ejemplo glorioso de la genialidad y le sonrío, tratando de volver a los chistes que se alejan de mis quejas.
Termino de acomodar sus mechones con mis dedos cuando estos vuelven a caer en desorden, puedo ver en él algunos de los rasgos que me recuerdan al chico que conocí. Me cuesta abarcar todo el tiempo que transcurrió desde aquellos días en una fracción de segundos al enfrentarme a su rostro joven, creció y lo hizo también en maneras de procurarse aquello que resguarda un poco su orgullo. Eso que me molesta en otras personas -cuando el orgullo es más bien presunción de una posición para la que no hicieron mérito sino que les correspondió por nacimiento- me alegra ver en James. No creo que el orgullo sea algo malo. Ayuda al espíritu a sostenerse ante el sometimiento en ocasiones. Doy por hecho que esa actitud le traerá más problemas que un comportamiento complaciente, y me muerdo la lengua para no abundar en recomendaciones de que se cuide. Lo viene haciendo bien hasta ahora, ¿no? Acaricio su pómulo con mi pulgar antes de romper el contacto y prefiero no indagar en las situaciones a las que hace mención.
Colocar a Meerah en medio de la conversación me pone recelosa de lo que pueda decirse, y si lo pienso bien, se ha colado en varias de mis charlas con otras personas últimamente, debido a la habilidad que tiene de marcar su presencia. —Sí, la conozco— no quiero negar a Meerah, ni tampoco mentirle a James. Si giro esta situación como si se tratara de un tablero, y me encontrara en situación de ser interrogada por Meerah sobre sí conozco a James, dudo de cuál sería mi respuesta. Si lo negaría, si no me importaría mentirle a ella. Que se conozcan me coloca en una posición impensada, y si bien las coincidencias abundan en el Capitolio, no puedo tomar distancia como lo hice con Audrey y Hans que son adultos y tienen un control sobre las circunstancias de sus vidas, estos chicos… a veces solo parecen estar siendo sacudidos por un huracán que los rodea especialmente a ellos.
Pese a que ambos tienen más gestos de madurez, de los que yo tuve hasta los veinticinco años. Mis ojos me hacen ver desorientada cuando me cuenta que Meerah acabó llorando como niña en ese encuentro. No puedo creer que me esté mintiendo sobre su reacción, pero sí suena a una chica distinta a la que conozco. Lo demás… me hace suspirar. —Por lo que puedo entender, los dos acabaron con los nervios del otro. Eso explicaría porque Meerah terminó llorando…— opino y si bien puedo decir que no le ocurrió nada a James a partir de lo que veo y a juzgar por lo que me dijo, de que ella guardó el secreto, lo mismo pregunto: —¿En el mercado lo notaron? ¿Se ensañaron contigo?—. Lo miro de soslayo, sopeso cuánto de lo que sé puedo compartir porque las coincidencias no valen como excusa para hablar más de la cuenta sobre vidas ajenas. Si fuera por mí, una esfera de mi vida jamás rozaría a otra. Las personas que me importan no chocarían con otras. —Espero que Meerah no diga nada, porque no es otra niña rica y malcriada a la que sus padres ignoran. A su padre le importa— murmuro y fijo mis ojos en su cara. —Como vives en la isla, estarás rodeado de familias de ministros, y no es lo mismo ofender a un amo del distrito 3 o 6… a cometer un agravio contra los que sientan en los principales sillones del ministerio—. Que lo diga yo es un sinsentido, Jim debe saberlo mejor.
»¿Vas a jugar conmigo al “dime con quién andas y te diré quien eres”? — hago una mueca profunda al bromear sobre mis compañías, en lugar de contestar sobre cómo terminé vinculada a personas que no podrían tener menos en común y que ojalá sigan caminando por rumbos que nunca llegarán a cruzarse. El problema es que el maldito mundo es redondo, así que al final nos encontramos todos. —Si te sorprende saber que conozco a Meerah — evito pisar el territorio escabroso de sus padres al no mencionarlos—, tengo que decirte que creo que conozco a tu amigo Drew — lo llevo hacia un terreno más seguro para los dos, donde podremos relajarnos. Extiendo mis brazos hacia adelante y entrelazo las manos para aliviar la tensión de mi postura. —Conocí a un Andrew, está en casa de mi mejor amigo. Atractivo, muy muy alto, ojos azules creo, pasó los treinta…— menciono algunos rasgos al azar, es una descripción ambigua que creo que podría ajustarse a muchos hombres y trato de pensar en algo que sirva para tener la certeza de que es el mismo, pero como no lo conozco lo suficiente, no se me ocurre qué.
Colocar a Meerah en medio de la conversación me pone recelosa de lo que pueda decirse, y si lo pienso bien, se ha colado en varias de mis charlas con otras personas últimamente, debido a la habilidad que tiene de marcar su presencia. —Sí, la conozco— no quiero negar a Meerah, ni tampoco mentirle a James. Si giro esta situación como si se tratara de un tablero, y me encontrara en situación de ser interrogada por Meerah sobre sí conozco a James, dudo de cuál sería mi respuesta. Si lo negaría, si no me importaría mentirle a ella. Que se conozcan me coloca en una posición impensada, y si bien las coincidencias abundan en el Capitolio, no puedo tomar distancia como lo hice con Audrey y Hans que son adultos y tienen un control sobre las circunstancias de sus vidas, estos chicos… a veces solo parecen estar siendo sacudidos por un huracán que los rodea especialmente a ellos.
Pese a que ambos tienen más gestos de madurez, de los que yo tuve hasta los veinticinco años. Mis ojos me hacen ver desorientada cuando me cuenta que Meerah acabó llorando como niña en ese encuentro. No puedo creer que me esté mintiendo sobre su reacción, pero sí suena a una chica distinta a la que conozco. Lo demás… me hace suspirar. —Por lo que puedo entender, los dos acabaron con los nervios del otro. Eso explicaría porque Meerah terminó llorando…— opino y si bien puedo decir que no le ocurrió nada a James a partir de lo que veo y a juzgar por lo que me dijo, de que ella guardó el secreto, lo mismo pregunto: —¿En el mercado lo notaron? ¿Se ensañaron contigo?—. Lo miro de soslayo, sopeso cuánto de lo que sé puedo compartir porque las coincidencias no valen como excusa para hablar más de la cuenta sobre vidas ajenas. Si fuera por mí, una esfera de mi vida jamás rozaría a otra. Las personas que me importan no chocarían con otras. —Espero que Meerah no diga nada, porque no es otra niña rica y malcriada a la que sus padres ignoran. A su padre le importa— murmuro y fijo mis ojos en su cara. —Como vives en la isla, estarás rodeado de familias de ministros, y no es lo mismo ofender a un amo del distrito 3 o 6… a cometer un agravio contra los que sientan en los principales sillones del ministerio—. Que lo diga yo es un sinsentido, Jim debe saberlo mejor.
»¿Vas a jugar conmigo al “dime con quién andas y te diré quien eres”? — hago una mueca profunda al bromear sobre mis compañías, en lugar de contestar sobre cómo terminé vinculada a personas que no podrían tener menos en común y que ojalá sigan caminando por rumbos que nunca llegarán a cruzarse. El problema es que el maldito mundo es redondo, así que al final nos encontramos todos. —Si te sorprende saber que conozco a Meerah — evito pisar el territorio escabroso de sus padres al no mencionarlos—, tengo que decirte que creo que conozco a tu amigo Drew — lo llevo hacia un terreno más seguro para los dos, donde podremos relajarnos. Extiendo mis brazos hacia adelante y entrelazo las manos para aliviar la tensión de mi postura. —Conocí a un Andrew, está en casa de mi mejor amigo. Atractivo, muy muy alto, ojos azules creo, pasó los treinta…— menciono algunos rasgos al azar, es una descripción ambigua que creo que podría ajustarse a muchos hombres y trato de pensar en algo que sirva para tener la certeza de que es el mismo, pero como no lo conozco lo suficiente, no se me ocurre qué.
Claro, ahora yo tengo la culpa de que una malcriada pierda los nervios porque no le gusta que le digan la verdad, que ironía. Suelto un “pfff” que hace temblar mi labio inferior y miro alrededor como si me estuviese tratando de idiota, balanceando un poco mi larguirucho cuerpo como un péndulo — Claro que no. No me habría comportado así si alguien estaba mirando — he crecido en ese lugar, conozco sus trucos y cuando debo parecer más manso de lo que jamás voy a ser. Tengo la mala suerte de poseer un carácter de mierda y una posición social que choca con ello, así que no me ha quedado de otra que entrenarme a mí mismo con el correr de los años y de los castigos. Es su consejo, por extraño que suene, lo que me hace cambiar un poco la expresión y tornarla en una seria, masticando la punta de mi lengua hasta que me permite meter un pequeño bocado — Eso depende. ¿Te sientas a tomar el té con los ministros y sus hijos? — no puedo juzgarla como juzgaría a otras personas porque la conozco, pero tampoco puedo imaginar cómo es que se relaciona con esa gente. Trabaja en el ministerio, sí, pero dudo que Meerah ande visitando a los empleados así porque sí, no me dio ese tipo de impresión — Ahora entiendo por qué fuiste a la isla. Quizá la próxima vez, yo te lleve la bandeja — es una broma, sí, pero tiene un dejo de amargura. Nada señalaría más nuestras diferencias que una escena como esa. Siempre supimos que ella estaba en mucha mejor posición que yo, pero no necesito de una demostración gráfica.
Que vuelva sobre Drew hace que mis ojos se abran hasta alcanzar una dimensión exagerada porque eso sí que no me lo espero. Bueno, lo otro tampoco, pero ya me entienden. Hay miles de Andrews y estoy seguro de que no debe ser el único mastodonte de ojos azules, pero ya hemos tenido demasiadas coincidencias por un día como para dejarlo pasar — ¿Tiene la voz así? — pongo un tono mucho más grueso que el propio, obligándome a que mi boca parezca una bocina de corneta por dos segundos — ¿Y tiene una actitud descarada sin remedio? Porque te digo que, si es él, tu amigo debe tener cuidado — intento recordar si me ha dicho su nombre en alguna ocasión, pero soy un asco con recordar los nombres de aquellos a quienes jamás he conocido — Andrew tiene una pésima fama con sus amos. Ha vuelto al mercado en más de una ocasión por provocar um… muchas traiciones a la raza — no puedo contenerme y se me escapa la sonrisa divertida, sacudiendo la cabeza como si fuese un niño pequeño e irremediable.
Sé que quizá estoy diciendo cosas que no lo dejan muy bien parado, así que me obligo a ponerme un poco más serio — Es un excelente tipo — aclaro, aunque en un tono que parece más bien una confesión — Cuidó de mí cuando nadie más lo hizo y jamás tuvo problema en ser el amigo o el hermano que necesitaba, incluso en la enfermedad. Si tu amigo le cae bien, estará en buenas manos, por muchas bromas pasadas de mambo que pueda llegar a hacer — puede ser un desastre, pero dudo mucho el estar vivo si no fuese porque él se tomó la molestia de mantenerme así.
Que vuelva sobre Drew hace que mis ojos se abran hasta alcanzar una dimensión exagerada porque eso sí que no me lo espero. Bueno, lo otro tampoco, pero ya me entienden. Hay miles de Andrews y estoy seguro de que no debe ser el único mastodonte de ojos azules, pero ya hemos tenido demasiadas coincidencias por un día como para dejarlo pasar — ¿Tiene la voz así? — pongo un tono mucho más grueso que el propio, obligándome a que mi boca parezca una bocina de corneta por dos segundos — ¿Y tiene una actitud descarada sin remedio? Porque te digo que, si es él, tu amigo debe tener cuidado — intento recordar si me ha dicho su nombre en alguna ocasión, pero soy un asco con recordar los nombres de aquellos a quienes jamás he conocido — Andrew tiene una pésima fama con sus amos. Ha vuelto al mercado en más de una ocasión por provocar um… muchas traiciones a la raza — no puedo contenerme y se me escapa la sonrisa divertida, sacudiendo la cabeza como si fuese un niño pequeño e irremediable.
Sé que quizá estoy diciendo cosas que no lo dejan muy bien parado, así que me obligo a ponerme un poco más serio — Es un excelente tipo — aclaro, aunque en un tono que parece más bien una confesión — Cuidó de mí cuando nadie más lo hizo y jamás tuvo problema en ser el amigo o el hermano que necesitaba, incluso en la enfermedad. Si tu amigo le cae bien, estará en buenas manos, por muchas bromas pasadas de mambo que pueda llegar a hacer — puede ser un desastre, pero dudo mucho el estar vivo si no fuese porque él se tomó la molestia de mantenerme así.
Me conforta saber que no le trajo problemas el episodio con Meerah que, en otro contexto, fuera del juego de posiciones en el que se encuentran, bien podría haber sido una discusión de adolescentes, pero los insultos que podrían haber intercambiado fueron de otro calibre y eso me hace notar cómo está cambiando la mente de los jóvenes, de acuerdo de una nueva estructura jerárquica que viene fortaleciéndose hace más de una década. Me apena que Meerah vea en un chico como James a alguien inferior que tiene derecho a humillar, pero mi simpatía con ella no llega al punto de tener una influencia sobre su visión de las cosas. Ni siquiera lo intento con Jim con quien puedo ser un poco más honesta… o tal vez no. Su pregunta me desestabiliza, sentarme a una mesa con un ministro y su hija es un recuerdo sobre el que todavía no se juntó polvo. Muevo mis dedos entrelazados en lo que pretende ser un gesto vago, sin significado, estoy concentrando mi tensión en ese punto, mi mirada buscando cualquier punto en mi entorno donde pueda fijarla. -Puedo asegurarte que merienda en la Isla Ministerial no está en mi agenda como una cita de todos los jueves- digo, no sé cómo logro articular algo que suena entre una broma y una afirmación seria. No tengo que explicarle el por qué de mi visita a la isla, no es como si eso pudiera servir para esclarecer lo que sea, en todo lo volvería más raro. Y mi respuesta mordaz para cualquiera de que soy libre para andar por donde se me plazca, sería muy cruel hacia Jim. Me trago el comentario y me sabe amargo. -Si sirve de algo, no tengo planeado poner un pie en ese lugar otra vez. No encajo con el paisaje y su puerto no vale el cambio- chasqueo la lengua en reprobación a esa posibilidad. No sé que me impulsa a prometerle algo así, a menos que sea para mi propia tranquilidad.
Procuro que la conversación gire hacia Andrew y creo que lo consigo, el clima se distiende un poco para mí cuando sus señales para saber si hablamos del mismo esclavo me sacan una carcajada. -No estoy segura de que así suene su voz…- apunto en broma. Lo otro me hace pensar y revisar mi conversación con Drew en la cocina de Riley para determinar desde ese único encuentro si puedo calificarlo como descarado. -Y de eso tampoco estoy segura… ¿debería juzgar a partir de si fue descarado conmigo o cómo?-. Puede que su consejo de que es mi amigo quien corre riesgo responde mi pregunta. Sonrío de soslayo, esto me provoca la gracia de un chiste negro. No debo, pero lo hallo entretenido. -Tengo que admitir que tenía la expectativa de encontrar algún día en casa de Riley a un atractivo y descarado hombre, aunque en circunstancias distintas. La vida tiene extrañas maneras de cumplir nuestros deseos- musito. No puedo del todo alegrarme que un hombre así pase a ser parte de la vida de Riley, si eso se vuelve una posibilidad de pena de muerte para mi mejor amigo. -No, no hay razón para preocuparme por él. No es del tipo que sea fácil de tentar… si lo sabré...- me convenzo a mí misma. -Es del tipo racional, la atracción mental es importante-. Pero sigue siendo un mortal voluble a lo atractivo que se pueda presentar ante su vista, todos los somos al final de cuentas.
Si estamos hablando del mismo Andrew, el sujeto que conozco mejora en mi apreciación al saber todo lo que hizo por James en el mercado. Da la talla para ser la persona que me gustaría que cuidara de Riley si yo no estoy. Mi amigo tendría sus objeciones sobre ese punto, somos tan arraigadamente individualistas que nuestra amistad es una dependencia que de cortarse podría hacernos más mal que bien. Por mucho tiempo sentimos que el otro era la única persona que nos comprendía, el único contacto real, y curiosamente no era algo físico, sino mental. Pero si llegara a cortarse necesitamos de cosas físicas, reales, a las que sujetarnos. Me gustaría que él lo tuviera. -Espero que estemos hablando del mismo Drew- digo con auténtica esperanza de que así sea. -Riley es una buena persona, muy buena persona… teniendo en cuenta su suerte de nacimiento. Nunca hizo piel de la educación que le dieron. Tiene una conducta limpia de toda esa basura- comparto. Puedo dar fe sobre sus acciones, respecto a sus pensamientos no. Nuestro grado de confianza sigue dejando una reserva de pensamientos por fuera de las charlas. -Andrew también está en buenas manos con él- lo miro de reojo. Se escucha… raro hablar así de ellos.
Procuro que la conversación gire hacia Andrew y creo que lo consigo, el clima se distiende un poco para mí cuando sus señales para saber si hablamos del mismo esclavo me sacan una carcajada. -No estoy segura de que así suene su voz…- apunto en broma. Lo otro me hace pensar y revisar mi conversación con Drew en la cocina de Riley para determinar desde ese único encuentro si puedo calificarlo como descarado. -Y de eso tampoco estoy segura… ¿debería juzgar a partir de si fue descarado conmigo o cómo?-. Puede que su consejo de que es mi amigo quien corre riesgo responde mi pregunta. Sonrío de soslayo, esto me provoca la gracia de un chiste negro. No debo, pero lo hallo entretenido. -Tengo que admitir que tenía la expectativa de encontrar algún día en casa de Riley a un atractivo y descarado hombre, aunque en circunstancias distintas. La vida tiene extrañas maneras de cumplir nuestros deseos- musito. No puedo del todo alegrarme que un hombre así pase a ser parte de la vida de Riley, si eso se vuelve una posibilidad de pena de muerte para mi mejor amigo. -No, no hay razón para preocuparme por él. No es del tipo que sea fácil de tentar… si lo sabré...- me convenzo a mí misma. -Es del tipo racional, la atracción mental es importante-. Pero sigue siendo un mortal voluble a lo atractivo que se pueda presentar ante su vista, todos los somos al final de cuentas.
Si estamos hablando del mismo Andrew, el sujeto que conozco mejora en mi apreciación al saber todo lo que hizo por James en el mercado. Da la talla para ser la persona que me gustaría que cuidara de Riley si yo no estoy. Mi amigo tendría sus objeciones sobre ese punto, somos tan arraigadamente individualistas que nuestra amistad es una dependencia que de cortarse podría hacernos más mal que bien. Por mucho tiempo sentimos que el otro era la única persona que nos comprendía, el único contacto real, y curiosamente no era algo físico, sino mental. Pero si llegara a cortarse necesitamos de cosas físicas, reales, a las que sujetarnos. Me gustaría que él lo tuviera. -Espero que estemos hablando del mismo Drew- digo con auténtica esperanza de que así sea. -Riley es una buena persona, muy buena persona… teniendo en cuenta su suerte de nacimiento. Nunca hizo piel de la educación que le dieron. Tiene una conducta limpia de toda esa basura- comparto. Puedo dar fe sobre sus acciones, respecto a sus pensamientos no. Nuestro grado de confianza sigue dejando una reserva de pensamientos por fuera de las charlas. -Andrew también está en buenas manos con él- lo miro de reojo. Se escucha… raro hablar así de ellos.
No, yo tampoco estoy seguro de que así suene su voz, pero como soy un pésimo imitador solo me río y me encojo de hombros como si esa fuese toda mi excusa — Tienes que mostrarte agradecida de que no lo hayas encontrado de la forma que esperabas. Con Andrew, eso podría ser un problema — supongo que ella jamás lo delataría, pero todos sabemos lo que pasa con los magos que se involucran con los muggles. Nosotros lo tenemos bien presente, en especial si consideramos que la base de nuestra amistad es el miedo a que alguno de los dos quede delatado, especialmente ella. Yo soy solo una paria, pero una bruja que traicione a los suyos sería severamente castigada. La miro con un toque de incredulidad, debatiéndome entre reírme o no — Por favor. Todos caemos ante alguien que nos parece que está bueno a pesar de lo racional, no me lo niegues — hay que tener nervios de acero para no hacerlo y ser un esclavo de toda la vida no me ha privado de tener algo de conocimiento en el área.
Por lo que dice, también espero que estemos hablando de la misma persona. No conozco a Riley, pero si es amigo de Lara, no debe ser un mal tipo. Quiero decir, estamos hablando de la mujer que arriesga su propio cuello en ser amiga de un esclavo y jamás se ha enfurecido conmigo por ponerla en riesgo — Si estamos en lo cierto, los dos podrían haberla tenido peor y eso es bueno — me encojo de hombros y tanteo mis bolsillos como si llevase conmigo algún reloj, pero solo encuentro el papel de las compras. Sé que no tenemos tanto tiempo, así que miro hacia la entrada del callejón. Nadie se ha fijado en nosotros, al menos no aún y eso es algo que tomo como positivo. Podemos decir que tenemos algo de suerte entre toda nuestra porquería.
Saco el papel para echarle un vistazo y muevo mis labios en diferentes muequitas, hasta que alzo la vista en su dirección — Creo que es un poco obvio el que no deberías decirle a Meerah que me conoces. No sería bueno para ti — yo estoy a salvo, al menos de momento. No hemos vuelto a cruzarnos y, si no abrió la boca hasta ahora, puedo ir zafando del castigo. Aprieto el papel entre mis dedos, obligándome a una sonrisa — ¿Jueves en dos semanas?
Por lo que dice, también espero que estemos hablando de la misma persona. No conozco a Riley, pero si es amigo de Lara, no debe ser un mal tipo. Quiero decir, estamos hablando de la mujer que arriesga su propio cuello en ser amiga de un esclavo y jamás se ha enfurecido conmigo por ponerla en riesgo — Si estamos en lo cierto, los dos podrían haberla tenido peor y eso es bueno — me encojo de hombros y tanteo mis bolsillos como si llevase conmigo algún reloj, pero solo encuentro el papel de las compras. Sé que no tenemos tanto tiempo, así que miro hacia la entrada del callejón. Nadie se ha fijado en nosotros, al menos no aún y eso es algo que tomo como positivo. Podemos decir que tenemos algo de suerte entre toda nuestra porquería.
Saco el papel para echarle un vistazo y muevo mis labios en diferentes muequitas, hasta que alzo la vista en su dirección — Creo que es un poco obvio el que no deberías decirle a Meerah que me conoces. No sería bueno para ti — yo estoy a salvo, al menos de momento. No hemos vuelto a cruzarnos y, si no abrió la boca hasta ahora, puedo ir zafando del castigo. Aprieto el papel entre mis dedos, obligándome a una sonrisa — ¿Jueves en dos semanas?
—Lo sé— asiento, agradezco el haberme encontrado con una escena inocente en casa de Riley en la que solo había un hombre limpiando la cocina, en vez de una situación que se ajustara más a mis ridículas expectativas. Claro que por mi amigo no habría dicho nada, si me lo planteo como una posibilidad, sé que lo encubriría en cualquier situación que lo expusiera a un castigo. También tengo presente que en un acto de suma hipocresía, evitaría a toda costa que se involucrara en algo así y le hablaría de las consecuencias fatales. Tomaré nota mental de repasar la constitución con Riley y puede que mis visitas a su casa se vuelvan más frecuentes, no confío enteramente en lo que acabo de decir. James consigue que tenga que aceptarlo en voz alta. —Muchas veces nuestra mente ni siquiera entra en el juego, escapa de su comprensión— reconozco. —Pero cuando hay un par de luces rojas de alarma encendidas, créeme que lo racional se impone y se vuelve un incordio. De ahí que lo obviemos…— corre a cuenta de cada quien. —¿Qué sería de nosotros sin un par de malas elecciones que se vuelven un placer culposo?— le doy la razón y me encojo de hombros, en verdad lo intento, pero no puede mantenerme en la línea recta de las decisiones acertadas de cada día. Cargo con mis arrepentimientos como cualquiera, y también con la certeza de que en mi lucha con el tiempo, si volviera al pasado tomaría todas las mismas malas decisiones, otra vez.
La ironía de todo esto, es que soy quien se ha vinculado con un esclavo de la peor manera, con un aprecio sincero. Le echo una mirada de reojo, si este chico no fuera un esclavo, podría hacer girar al mundo en reversa. Si bien no tiene magia, tiene una chispa de la que muchos magos carecen. Una chispa de algo que quiero proteger, por más que me haya dado muestras de que es capaz de cuidar de sí mismo y a medida que pasen los años se haga más difícil mantener estos encuentros, si es que las circunstancias en las que vivimos se prolongan. Busco un pedazo de cielo por encima de los edificios, que con sus sombras nos refugian en este callejón. Los cambios han tardado siglos en darse, la libertad no es algo que hayan reconquistado los primeros esclavos y pueden pasar muchas épocas hasta que un chico similar a Jim, nacido en su misma suerte, sea declarado libre. Agradezco silenciosamente su amabilidad al ser quien me pide que no le hable de él a Meerah, me salva de la culpa de callar por mi propia cobardía. —Si vuelves a tener un encuentro desagradable con ella, quiero que me lo digas. Meerah no me lo dirá— le pido, es lo menos que puedo hacer a cambio. —Y encontraré la manera de interceder antes de que su madre o su padre actúen desde la rabia por sentirse ofendidos— prometo, sabiendo que puede tomar con recelo mis palabras. Vuelvo a acariciar el pelo sobre su frente con mis dedos, como si no fuera algo real, como si fuera algo que se desvanecerá de un momento a otro, inevitablemente sucederá. —Jueves en dos semanas— confirmo.
La ironía de todo esto, es que soy quien se ha vinculado con un esclavo de la peor manera, con un aprecio sincero. Le echo una mirada de reojo, si este chico no fuera un esclavo, podría hacer girar al mundo en reversa. Si bien no tiene magia, tiene una chispa de la que muchos magos carecen. Una chispa de algo que quiero proteger, por más que me haya dado muestras de que es capaz de cuidar de sí mismo y a medida que pasen los años se haga más difícil mantener estos encuentros, si es que las circunstancias en las que vivimos se prolongan. Busco un pedazo de cielo por encima de los edificios, que con sus sombras nos refugian en este callejón. Los cambios han tardado siglos en darse, la libertad no es algo que hayan reconquistado los primeros esclavos y pueden pasar muchas épocas hasta que un chico similar a Jim, nacido en su misma suerte, sea declarado libre. Agradezco silenciosamente su amabilidad al ser quien me pide que no le hable de él a Meerah, me salva de la culpa de callar por mi propia cobardía. —Si vuelves a tener un encuentro desagradable con ella, quiero que me lo digas. Meerah no me lo dirá— le pido, es lo menos que puedo hacer a cambio. —Y encontraré la manera de interceder antes de que su madre o su padre actúen desde la rabia por sentirse ofendidos— prometo, sabiendo que puede tomar con recelo mis palabras. Vuelvo a acariciar el pelo sobre su frente con mis dedos, como si no fuera algo real, como si fuera algo que se desvanecerá de un momento a otro, inevitablemente sucederá. —Jueves en dos semanas— confirmo.
La cara que le pongo es la de un adolescente idiota que ha encontrado el modo de fastidiar a alguien con la cosa más inmadura que se le ha cruzado por la mente — Parece que sabes sobre placeres culposos — me burlo con un dejo infantil y picarón, moviendo los hombros como un subibaja hasta reírme de mí mismo. No puede ser que tenga veinte años y siga fastidiando con este tipo de cosas, pero también he aprendido que no tengo mucho más con qué divertirme. Ser yo te hace ver el lado simple de la vida, por mucho de lo que puedas quejarte de él. Puedo quejarme de mi existencia, pero tener la capacidad de seguir bromeando es algo que siempre admiré y agradecí en mi propia persona. Muchos esclavos se dejan morir, hundiéndose en su depresión y desgracia, y después estoy yo.
Intento pensar las razones por las cuales mi camino podría volver a cruzarse con el de Meerah Powell Niniadis y el solo imaginarlo con ese nombre me pone la cara de alguien que está teniendo constipación emocional. Las opciones no son alentadoras, porque van desde una acusación a un mal encuentro en la isla si consideramos que tiene pase por portación de genética, así que opto por pensar que lo mío es mala suerte y necesidad de mantener un perfil más bajo que el de costumbre — ¿Así que debo decirte si una niñita me está acosando? Eso es vergonzoso hasta para mí y eso que no me queda mucha dignidad en el cuerpo — intento no sonar demasiado serio, pero sé muy bien por qué lo dice. Niñas como Meerah son un peligro para personas como yo, en especial si les caemos mal. Por un berrinche, pueden costarte un par de torturas o dedos de las manos, a veces algo peor. Una vez oí sobre un esclavo que fue ejecutado por una mentira causada por un niño pequeño y caprichoso que lo acusaba de ser ladrón solo porque él gastaba demasiado dinero en tonterías y debía encontrar un chivo expiatorio: exagerar el relato con falsos maltratos fue la frutilla del postre que cerró el destino del pobre muggle. Intento no pensar en eso a pesar de que me estremezco, agradeciendo una caricia que me devuelve al mundo real y presente, donde todavía nadie puede lastimarme — Gracias, aunque de verdad espero que ninguno de ellos quiera perder el tiempo con alguien como yo — es una ilusión tonta, si consideramos la mezcla de apellidos que tiene, pero vale soñar.
La confirmación le vale una sonrisa y me separo con intenciones de seguir mi camino. ¿Cuánto tiempo nos hemos demorado? ¿Me retarán por esto o todavía puedo encontrar una excusa? Con el cuerpo enderezado, doy un par de saltos en mi sitio y vuelvo a chequear la entrada del callejón — Entonces, será hasta dentro de dos semanas. Debo irme antes de moverme demasiado de mi horario — ruedo los ojos como si estuviese quejándome de un padre demasiado estricto y le tiendo la mano, con intenciones de tomar la suya y darle un apretón cariñoso a modo de saludo — No me falles, Lara. Esto de poder ver a alguien es un milagro — no creí que nos volveríamos a encontrar, así que no voy a desperdiciar la oportunidad — Esta vez seré yo quien salga primero. Solo cuídate, ¿sí? — sé que va a hacerlo, como siempre. Le dedico una última sonrisa antes de darle la espalda, avanzando con paso casual hasta pisar una vez más la calle, rogando que estas dos semanas pasen volando y que nada se interponga entre nosotros, tal y como siempre ha sucedido. Un poquito de esperanza.
Intento pensar las razones por las cuales mi camino podría volver a cruzarse con el de Meerah Powell Niniadis y el solo imaginarlo con ese nombre me pone la cara de alguien que está teniendo constipación emocional. Las opciones no son alentadoras, porque van desde una acusación a un mal encuentro en la isla si consideramos que tiene pase por portación de genética, así que opto por pensar que lo mío es mala suerte y necesidad de mantener un perfil más bajo que el de costumbre — ¿Así que debo decirte si una niñita me está acosando? Eso es vergonzoso hasta para mí y eso que no me queda mucha dignidad en el cuerpo — intento no sonar demasiado serio, pero sé muy bien por qué lo dice. Niñas como Meerah son un peligro para personas como yo, en especial si les caemos mal. Por un berrinche, pueden costarte un par de torturas o dedos de las manos, a veces algo peor. Una vez oí sobre un esclavo que fue ejecutado por una mentira causada por un niño pequeño y caprichoso que lo acusaba de ser ladrón solo porque él gastaba demasiado dinero en tonterías y debía encontrar un chivo expiatorio: exagerar el relato con falsos maltratos fue la frutilla del postre que cerró el destino del pobre muggle. Intento no pensar en eso a pesar de que me estremezco, agradeciendo una caricia que me devuelve al mundo real y presente, donde todavía nadie puede lastimarme — Gracias, aunque de verdad espero que ninguno de ellos quiera perder el tiempo con alguien como yo — es una ilusión tonta, si consideramos la mezcla de apellidos que tiene, pero vale soñar.
La confirmación le vale una sonrisa y me separo con intenciones de seguir mi camino. ¿Cuánto tiempo nos hemos demorado? ¿Me retarán por esto o todavía puedo encontrar una excusa? Con el cuerpo enderezado, doy un par de saltos en mi sitio y vuelvo a chequear la entrada del callejón — Entonces, será hasta dentro de dos semanas. Debo irme antes de moverme demasiado de mi horario — ruedo los ojos como si estuviese quejándome de un padre demasiado estricto y le tiendo la mano, con intenciones de tomar la suya y darle un apretón cariñoso a modo de saludo — No me falles, Lara. Esto de poder ver a alguien es un milagro — no creí que nos volveríamos a encontrar, así que no voy a desperdiciar la oportunidad — Esta vez seré yo quien salga primero. Solo cuídate, ¿sí? — sé que va a hacerlo, como siempre. Le dedico una última sonrisa antes de darle la espalda, avanzando con paso casual hasta pisar una vez más la calle, rogando que estas dos semanas pasen volando y que nada se interponga entre nosotros, tal y como siempre ha sucedido. Un poquito de esperanza.
—Sí, tienes que hacerlo— lo digo como si esto no estuviera sujeto a debate, por un momento hasta sueno como mi madre con imposiciones que me hacía cuando era adolescente. «Porque lo digo yo», era la razón irrefutable. Me masajeo la frente con una mano porque la consciencia de mi vejez anticipada me tiene cometiendo actos impensados, a veces no reconozco las palabras que salen de mi boca. Sonó más cautelosa de lo que suelo serlo sobre mis propias acciones. — Tienes que decirme si una niña de la familia Niniadis e hija del ministro de Justicia te molesta. No la subestimaría, la conozco como para saber que en la palma de su mano concentra más poder del que nosotros gozamos— digo en una octava un poco alta, estoy abriendo un espacio para que James indague que tanto conozco a Meerah, así que no me niego a la despedida cuando se da, porque hablar de la niña y su familia es todavía complicado como para comentárselo a alguien más que no sea mi genio invisible en algunas noches de desvelo en el trabajo.
Suspiro. —Yo también espero que estén demasiado pendientes de sus propios asuntos como para que ese episodio pase a mayores—. Por lo que sé, Audrey y Hans tienen bastante en sus oficinas del ministerio, además de algunos dilemas personales como para que Meerah encuentre el momento de presentar su queja. Tampoco lo creo imposible, ella sabría hallar el tiempo. Si no lo ha hecho, es porque no quiere. Me extraña, pero no indagaré sobre ello cuando tenga la ocasión de hablar con la chica. Porque James sigue siendo mi secreto y los secretos solo funcionan si no pasa de involucrar a dos personas, las mismas a quienes atañe la cuestión. Así podremos hacer posible los encuentros futuros, esos que no hacen daño a nadie, pero que son un crimen. Estoy asumiendo una cita que a la larga solo tiene un final predecible, y me resigno a este, no me imagino otro posible. Pero una fuerza me empuja a encarar el siguiente encuentro como la posibilidad de que haya otros, muchos otros. Tomaré los recaudos que hagan falta.
Me sujeto de su mano y respondo con el mismo cariño a su gesto. —Tú cuidate— contesto. Retengo su mano lo que puedo hasta que tengo que soltarlo para que se vaya, si algo le pasara creo que la última de mis ilusiones acabaría por quebrarse. Deslizo mi mirada hacia la pared de enfrente, ascendiendo hasta donde se recorta la figura del edificio contra el cielo. Los minutos que espero a que James ponga distancia pasan lento, pero cada segundo retumba en mis oídos. A veces tengo muy presente el ritmo del tiempo, está avanzando a un paso de caminante, lo que da una impresión de calma a todo lo que está ocurriendo, una sensación de que estamos seguros y protegidos, de que hoy no será el día en que todo acabe. Mis pies por sí solos abandonan el callejón y cuando me acoplo al andar del resto de los transeúntes, deambulo media hora más cargando con mis compras. Esquivar miradas lo hago con la facilidad de la práctica y soy una más del montón con mi bajo perfil, mientras lo sea no podrán reconocer mi traición.
Suspiro. —Yo también espero que estén demasiado pendientes de sus propios asuntos como para que ese episodio pase a mayores—. Por lo que sé, Audrey y Hans tienen bastante en sus oficinas del ministerio, además de algunos dilemas personales como para que Meerah encuentre el momento de presentar su queja. Tampoco lo creo imposible, ella sabría hallar el tiempo. Si no lo ha hecho, es porque no quiere. Me extraña, pero no indagaré sobre ello cuando tenga la ocasión de hablar con la chica. Porque James sigue siendo mi secreto y los secretos solo funcionan si no pasa de involucrar a dos personas, las mismas a quienes atañe la cuestión. Así podremos hacer posible los encuentros futuros, esos que no hacen daño a nadie, pero que son un crimen. Estoy asumiendo una cita que a la larga solo tiene un final predecible, y me resigno a este, no me imagino otro posible. Pero una fuerza me empuja a encarar el siguiente encuentro como la posibilidad de que haya otros, muchos otros. Tomaré los recaudos que hagan falta.
Me sujeto de su mano y respondo con el mismo cariño a su gesto. —Tú cuidate— contesto. Retengo su mano lo que puedo hasta que tengo que soltarlo para que se vaya, si algo le pasara creo que la última de mis ilusiones acabaría por quebrarse. Deslizo mi mirada hacia la pared de enfrente, ascendiendo hasta donde se recorta la figura del edificio contra el cielo. Los minutos que espero a que James ponga distancia pasan lento, pero cada segundo retumba en mis oídos. A veces tengo muy presente el ritmo del tiempo, está avanzando a un paso de caminante, lo que da una impresión de calma a todo lo que está ocurriendo, una sensación de que estamos seguros y protegidos, de que hoy no será el día en que todo acabe. Mis pies por sí solos abandonan el callejón y cuando me acoplo al andar del resto de los transeúntes, deambulo media hora más cargando con mis compras. Esquivar miradas lo hago con la facilidad de la práctica y soy una más del montón con mi bajo perfil, mientras lo sea no podrán reconocer mi traición.
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