The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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You and I walk a fragile line ✘ Lara
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me encantan los sábados, porque eso significa que puedo dormir un poco más que de costumbre si decido no asomar la nariz por el ministerio. No haber bajado la persiana anoche es la razón por la cual, a pesar de no oír el despertador, hago una mueca de disgusto y mi mano pesada hace un amague de cubrirme los ojos. La dejo caer, quizá con demasiado énfasis en mi pereza, obviando que mi brazo no cae en línea recta como todos los días. Pero no, se curva sobre un cuerpo ajeno, algo que mis neuronas deciden ignorar por solo dos segundos. Esos que bastan para que me remueva y sienta mi nariz rozar una piel no tan desconocida, acabando por arrugarse ante la sensación de picor. Cabello. La arrugo otra vez, en una suave mueca. Asumo por su longitud que se trata de Josephine, pero son solo suposiciones de alguien que no ha despertado del todo. Josephine jamás duerme conmigo. Y yo jamás despierto abrazando a alguien…

Acabo por despertarme solo por la alarma que grita en mi cerebro como si se tratase de la sirena de seguridad del trabajo, esa que solo oí en situaciones de simulacro. Me cuesta separar los párpados, descubriendo que tengo el rostro escondido de manera tal que mi nariz está demasiado cerca del oído de una persona que no debería estar aquí, lo cual explica la sensación del cabello. No reparo ni calculo la posición de mi cuerpo cuando mi primera reacción es el echarme hacia atrás, consiguiendo que mi coronilla golpee contra la cabecera de la cama con un ruido sordo y mis ojos se ponen bizcos ante el latigazo de dolor, ese que me obliga a maldecir en mil lenguas diferentes con un gruñido áspero que se muere en mi garganta y acaba en una ridícula mímica. Puedo sacudir solo un brazo, ese que se desprende de su cintura, porque el otro ha quedado atrapado debajo de su cabeza. Y no, no reparo en delicadezas cuando tiro con algo de brusquedad para volver a ser dueño de todas las extremidades de mi cuerpo, incluso a sabiendas de que eso probablemente la despierte.

Me llevo en reacción una mano a la zona golpeada, frotando como si eso sirviese de algo e intento moverme, pero patéticamente me encuentro tratando de desenroscar mis pies de las sábanas. Con un suspiro más largo de lo normal, tomo asiento lentamente y apoyo los codos sobre mis rodillas, consiguiendo así una mayor facilidad al momento de frotarme los párpados con las manos. Me toma solo dos segundos el agradecer que no tengo resaca a sabiendas de que no he bebido tanto, pero hay algo diferente que tiene mi estómago algo revuelto. Me basta con dejar caer los brazos y girar la cabeza, seguro de mi expresión adormilada y el cabello revuelto, para mirar a quien tengo al lado — Creo que tenemos una situación algo problemática — mi voz de la mañana es cualquier cosa menos respetable, pero opto por un tono clásico, seguro de que puede oírme. Con un resoplido, me dejo caer de espaldas sobre el colchón y mantengo la vista en el techo — ¿Soy yo o podemos decir que nos estamos acostando? — creo que no parpadeo cuando mis cejas se mueven con seriedad. Dos veces no matan a nadie, al menos que anoche no cuente solo como una. Pero elimina automáticamente la excusa de “fue solo una vez” y esa es la primera norma de todas. Voy a necesitar mucho café.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
El sueño pesado se va desvaneciendo por los movimientos en la cama que no pasan desapercibidos, es un primer aviso de que no estoy sola. No es lo ideal, pero a veces ocurre. Es poco probable que sea un ligue del que no recordaré su nombre en una semana, y estoy casi segura de que no se trata de Riley, por una cuestión de piel puedo decir que no es él. Puesto que estamos absolutamente desnudos, la piel sabe. Tengo uno o dos minutos en lo que tardan en separarse mis párpados, para poder enfocar mi mirada que no logra reconocer las paredes y la ventana de luz que echa claridad a mi entorno. Es un paréntesis de agradable confusión entre el sueño y el despertar, en el que no hace falta responder a los interrogantes de dónde estoy y con quien. Es el brazo que cruza por mi cintura que me pone en alerta, contengo el aire por un segundo y entonces escucho la maldición dicha por una voz que escuché demasiadas veces en la noche y en la madrugada como para no reconocerla. Lo que siento es un inesperado alivio al saber de la identidad de mi acompañante y de que mi mente sea capaz de recordarlo todo, porque eso le da un sentido al por qué estoy en una cama que no es la mía. Me cuestiono por un instante si lo tiene: un sentido. Rendirnos al sueño por quedar exhaustos lo tiene, no así buscar la posesión en ese estado de somnolencia, hallar esa primitiva sensación de resguardo en brazos que envuelven mi cintura y acomodarme en la inconciencia para afianzar este abrazo.

Mi mejilla encuentra agradable la textura de una almohada que no tiene mi olor y no necesité de ninguna sábana durante el amanecer que suele traer una baja de la temperatura, por un cuerpo a mi espalda que compensó el cambio. Suele ser incómodo permanecer en una cama después del sexo, soy torpe en decir lo que la otra persona espera escuchar y demasiado brusca en celar por espacio personal. Me equivoqué un par de veces en cómo manejar estas situaciones. Hay líneas que no pueden traspasarse y es más conveniente apartarse antes de que eso ocurra. ¿Un poco tarde para pensar en esto? Tal vez. Se me concede poco tiempo para plantearme posibilidades de cómo salir de esta cama sin que parezca que inicio el camino de la vergüenza, la humillante huida que le corresponde a los invitados que demoraron demasiado su partida. La brusquedad en su movimiento para apartarse indica que es momento de abrir los ojos y abandonar mi falsa de que sigo dormida. Suelto un suspiro quedo, pese a que insisto en mostrarle mi espalda y no darme la vuelta. Si no lo miro puedo meditar sobre lo que tendrá que ser mi discurso de “el día después”.

¿Por qué? — pregunto. Rodeo a la almohada con ambos brazos y esta posición me coloca boca abajo, con mi pecho contra la sábana. Hablo contra la tela en la que se hunde mi nariz, mi voz se escucha clara a pesar de ello. —¿Es un problema para ti? — continuo. Creo que prefiero que sea quien dé respuestas, antes de tener que elaborar las mías. Giro mi rostro para poder quedar de perfil a él y un atisbo de gravedad se insinúa en mi semblante. Podríamos tener esta charla como personas maduras, poner un nombre a las cosas, porque todas las necesitan para reafirmar su existencia. No haré caso de lo que mi entendimiento me dice que es lo que se debe hacer. —Podríamos haberlo hecho de pie, pero lo dijiste en broma, no como una proposición seria— recuerdo. —No habría hecho falta que nos acostáramos—. De esta manera puedo controlar la pulsación de pánico que alborota mi sangre cuando tengo ante mi vista todo el desastre que causamos en una noche, de la que estamos obligados a decir que no sucederá una vez más y en esta ocasión no pienso decirlo yo porque mi palabra empezará a perder fuerza. —“Nos acostamos”, “dormimos juntos”, todos esos eufemismos los cumplimos. Pero no hicimos nada que no haga la mayoría de la gente, ¿verdad? — procuro sonar conciliadora, con él y con mi propia conciencia. —No inventamos la pólvora— ah, sí, tan acertada la elección del término. Me debato en cuanto postergar lo inevitable, no quiero ser quien lo diga y trato de unir nuestras miradas para poder leer sus pensamientos sabiendo que es una cruzada imposible.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No identifico la sensación que me embriaga el escuchar su voz, sintiéndola moverse a mi lado como si la cama no fuese lo suficientemente grande como para ser capaz de no hacerlo. ¿Es un problema para mí? Aún no lo sé. Hay cosas que suelen ser muy simples, pero con ella no parecen serlo. Es su broma la que me arrebata de mi momento de filosofía interna y puedo encontrar una risa perezosa, esa que delata mi estado de somnolencia. La combato con un bostezo y frotándome un párpado con los nudillos, en un gesto tan natural que resulta un poco extraño en su presencia — Podríamos haberlo hecho, pero dudo que hubiésemos aguantado toda la noche de pie — es un murmullo que incita a una complicidad traviesa, atreviéndome a ladear apenas la cabeza para poder verla entre la tela de la almohada que estoy aplastando con mi cráneo. Su perfil me es visible, recordándome como un golpe varias imágenes de anoche que me gustaría evaporar por un momento para poder pensar claramente.

Su consuelo me hace sentir un poco descolocado, torciendo mi boca de un lado al otro con un mohín. Son solo dos segundos de silencio, hasta que con un “mmm” apenas audible muevo mi cuerpo en un gesto rápido, colocándome de costado para poder apoyar el peso de mi cabeza sobre una mano sostenida por un codo extrañamente firme — Bueno, no hicimos nada que se salga de lo normal, eso es verdad — obviemos el abrazo. Olvidemos que he pasado horas acurrucado a su cuerpo como si fuese lo más natural del universo porque no pienso tocar ese tema. Mi orgullo me lo prohíbe — No eres la primera mujer del ministerio con la que me acuesto y estoy seguro de que no serás la última; apuesto que es lo mismo para ti. Pero sí puedo decir que eres la primera a la que he juzgado y ha terminado en mi cama — eso pone a la ironía en perspectiva. No puedo evitar arrugar un poco las cejas y la frente como si recién me percatase del otro detalle — Ah… y no dejemos de lado que nos acostamos con la misma persona. ¿No crees que todo esto es algo bizarro? — ¿Por qué siento que mi hija se haría un festín con todo esto? ¿Y por qué mierda estoy pensando en ella en una situación como esta? Esa pulga me alteró las neuronas con nuestro almuerzo de ayer, de eso estoy seguro.

Mi instinto me obliga a eliminar al menos una porción de mi desnudez y me muevo por la cama, seguro de que mi ropa interior no debe estar lejos. En efecto, la encuentro arrugada entre las sábanas y la madera del mueble, por lo que me coloco la prenda con rapidez estando aún acostado, resoplando ante un cansancio que no sé muy bien de dónde viene. Puede ser tanto físico como mental. Pueden ser las horas que me he pasado jugando con ella y la pesadez de mi lógica avergonzándome por mera diversión. Si se tratase de otra mujer, sé que me tomaría la libertad de acercarme, buscar un dejo de lo que fingimos anoche por simple comodidad. Pero sigo en guardia, dudoso de si levantarme o quedarme cinco minutos más con su extraña compañía — Tal vez solo estamos siendo excesivamente orgullosos — me arriesgo de un modo que evidencia mi falta de seguridad, echándole una mirada de soslayo en busca de alguna reacción — Los dos lo deseábamos. Podemos vivir con eso — no lo pensaré con el título de amantes, porque estoy seguro de que no lo somos. Es otra cosa.

Por alguna razón, me abrazo a la almohada y le doy la espalda, clavando los ojos cansados en un reloj que indica que son las once y media de la mañana. No sé bien el motivo, pero contengo una sonrisa, posiblemente culpa de la gracia provocada por un horario inusual — Arruinaste mi mañana de golf… — bromeo en un murmullo falsamente acusatorio y le echo un veloz vistazo por encima de mi hombro — Eres algo inusual. Lo sabes, ¿no, Scott? — mi mejilla se presiona contra la almohada al acomodarme por culpa de la flojera, esa que me obliga a cerrar momentáneamente los ojos. Además, espero que de esta manera pueda pensar con calma al menos por cinco minutos.
Hans M. Powell
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Invitado
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Qué débiles somos— susurro en respuesta, burlándome de nosotros, y con un dejo poco perceptible de seriedad debido a que nuestra debilidad quedó en evidencia de otras maneras, formas que pudimos abarcar en dos noches. A la luz de la mañana todo adquiere otro cariz, la brecha entre los dos que atraviesa la mitad de la cama está allí como un límite más definido, mejor dibujado. Si me abrazo a la almohada es para mantenerme a salvo en mi lado de la cama, para respetar el vacío que se hace inmenso, cuando horas antes no había lados, ni había bandos, éramos un solo desastre arrasando cada centímetro de estas sábanas. Las facciones de su rostro se ven distintas en la mañana, su cabello un poco más claro, y su mirada me inquieta, porque no sé qué puede ver él de diferente en mí.

Sonrío con una mueca cuando coincide conmigo. —El sexo se viene practicando desde los inicios de los tiempos, no hay nada que sea más normal en nuestra especie— expongo, porque el hecho de que yo diga que esto lo fue, que él también lo diga, cuestiona un poco a qué llamamos «normal». No sé si estamos hablando del mismo tipo de normalidad. Mi gesto recobra un humor más auténtico cuando se aclara, ser colocada por fuera de la posición de una primera y una última me devuelve el ánimo, por extraño que sea. Toda esta situación está perdiendo su gravedad. Me siento más liviana y mi sonrisa se ensancha contra la almohada, solo falta que diga que esto no volverá a pasar, entonces yo diré que estoy de acuerdo, juntaré mi ropa y me iré. Pero tiene que traer a Audrey en el tema nuevamente, modificando un poco la conclusión que me esperaba. —Si Audrey fuera cualquier otra mujer, te diría que estas cosas pasan. Neopanem no es tan grande, no creo que ella sea la primera y última persona que tengamos en común— saboreo el poder usar sus mis palabras. —La realidad de que no es cualquier mujer, sí, hace que esto sea un tanto incómodo. Pero…— no dejaré que este hombre ponga en dilemas a mi conciencia, necesito estar en paz para continuar como hasta el día de hoy. —Somos adultos, no hicimos ningún juramente inquebrantable con nadie y con quien nos acostamos es una cuestión de cada uno.

»Lo que sí considero un poco bizarro…— digo, en tanto lo veo deslizarse por la cama para recuperar un poco de ropa, pese a que no tengo reparos de continuar desnuda lo que dure esta conversación porque a mi manera me cubro de otras barreras que necesito con más urgencia que un trozo de tela. —Es que teníamos un acuerdo entre los dos, en el que trabajaba para ti para pagar una deuda, y acabé de todas formas en tu cama. No me estoy incluyendo en tu lista de empleadas que se acuestan contigo, ni te voy a incluir en mi lista de jefes con los que cumplí la fantasía— replico antes de que me malinterprete, tengo un punto al que quiero llegar: —A lo que voy, es que incluir al sexo entre las cosas que pides y que yo doy, lo vuelve algo raro. Si mal no recuerdo habías dicho algo sobre eso, sobre que no usarías tu autoridad para favores sexuales…— antes de que todo este desafío estúpido para presionar nuestros instintos se materializara. —¿Crees que puedas mantenerlo separado? ¿No te parece que desdibuja las líneas? Y… — mi voz va cayendo en varios tonos, me obligo a mantener mi mirada limpia y firme porque quiero clavar esta espina con fría precisión —¿qué sucedería si soy yo quien lo hace? ¿Si estoy tratando de robarte un poco de la autoridad que tienes sobre mí?

Es puro orgullo, lo admito, me declaro culpable. Es mi mayor defecto, él lo sabe. Jamás lo diría en voz alta, no asumiré que es el orgullo el que me lleva a inventar nuevas mentiras, a marcar distancias y a empujarlo si hace falta. Con la vista puesta en su espalda, medito en las consecuencias que puede traer lo que digo y si lo que quiero es retornar a la situación que teníamos unas semanas antes, dando por hecho de que el día trajo consigo la lucidez que necesitábamos para ser capaces de ver que somos personas de realidades diferentes. De que estoy invadiendo su espacio, de que no dejaré que invada el mío. Pero postergo mi partida unos minutos más, sigo robando tiempo a su reloj. —Podría hacer un chiste malo sobre golf y hoyos, pero me lo guardaré— murmuro. Mis ojos se fijan intensamente en su nuca, tardándome en contestarle. —No lo digas una tercera vez o empezarás a creertelo— le recomiendo en un susurro igual de bajo que el anterior. —¿Y sabes que sucederá entonces? Tu piel me va a sentir si estamos en una misma habitación, aunque no me veas— sonrío como si fuera una broma más.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Somos débiles, eso lo sé. También sé que no hemos roto las leyes de la naturaleza ni hemos atentado contra la constitución; al menos, yo nunca lo he hecho. Pero esto quiebra un poco nuestra rutina, transforma algo cotidiano en algo nuevo. Como una regla que hemos torcido en base de un placer culposo. Al menos lo que plantea me da la gracia suficiente como para sonreír con todos los dientes expuestos, tratando de imaginarme la idea — ¿Quieres empezar a arrojar nombres a ver dónde más coincidimos? — bromeo — pero te concedo eso — porque jamás le di explicaciones a nadie, ni siquiera a mí mismo. Acostarme con quien desee no es un crimen y soy perfectamente consciente de mis actos. Dudo mucho que a mi ex esto le afectase de todos modos, a pesar de la extrañeza de la situación.

En un punto, podemos estar de acuerdo. Nuestro trato no tenía nada que ver con la intimidad y, no obstante, aquí estamos. Con más piel que ropa y en la comodidad de mi colchón — ¿Tenías fantasías conmigo? — es una interrupción inocente, algo bromista, como si ese comentario hubiera sido halagador y no un simple motivo de pique. Es lo siguiente lo que me ensombrece un poco, cuidadoso de la expresión de mi rostro, buscando mantener un semblante neutral — Yo no te pedí por sexo como un favor — señalo con un murmullo sereno. Las cosas simplemente sucedieron. Es lo último que dice lo que pone mis labios en una delgada línea, enfriando la mirada con cierta dureza. No le respondo, no de inmediato.

Al menos, aunque ella no pueda verme, su chiste sobre el golf me hace reír. Tampoco respondo. Y no, no voy a creérmelo, no soy tan idiota — Ya quisieras — me mofo por su última declaración, demasiado seguro de mí mismo como para siquiera considerar que ese resultado sea posible. Abro los ojos al girar mi torso, quedando boca arriba a pesar de mantener un brazo bajo la almohada. Son segundos de silencio, hasta que paso la lengua por mis dientes y hago un chasquido — Nunca podrías robar mi autoridad sobre ti — es una declaración tardía, pero segura, delatando los minutos que me he tomado en formular un pensamiento firme al respecto — No pienso en ti como una empleada cuando tengo sexo contigo. Eres solo un cuerpo como el mío. Pero sé que, cuando pasamos al otro lado, las cosas siguen estando en su lugar. Sigues trabajando para mí. Sigues debiéndome la vida. Es así de simple — mi cuerpo gira con cierta lentitud cuando me acerco a ella, con un aire seductor poco utilizado con las mujeres, sí con las figuras de poder que he buscado convencer de que yo era la mejor opción para el trabajo — Puedes quitarme muchas cosas, Scott. Desde la paciencia, el orgullo y hasta la ropa. Pero jamás vas a tener más poder que yo en este juego — estoy lo suficientemente cerca como para tomarme la completa libertad de acariciar sus labios con mi pulgar, presionando el inferior hasta darle un suave toque en la comisura — Me gusta este lunar — señalo en un susurro. No es un simple halago, sino la reafirmación de que puedo tocarla y salir airoso de ello. Lo subrayo con la rápida sonrisa que le regalo fugazmente antes de un beso suave, breve y casi burlón sobre sus labios, antes de apoyarme con la mano en el colchón para impulsarme, en segundos estoy de pie como si nada hubiese ocurrido.

Ni siquiera cierro la puerta detrás de mí cuando paso al baño en suite, donde me lavo la cara y hago buches con intenciones de aclararme un poco. No me demoro nada en regresar, apoyándome en el marco de la puerta con una bata fina color añil en las manos. Sin más preámbulos, se la lanzo sobre la cama, regalándole la oportunidad de cubrirse sin la incomodidad de la ropa del trabajo — ¿Podemos desayunar o vas a acusarme otra vez con tus ideas de matrimonio por culpa de simple cordialidad? — cuestiono, arqueando una de mis cejas — ¿O eres incapaz de mantener las cosas en un tono casual? — porque es así de simple. Luego cada uno seguirá su rumbo y será hasta la próxima vez que nos crucemos, sea cual sea la intención. Ya no pongo en riesgo mi integridad diciendo que solo será para trabajar, no pienso volver a masticar mis propias palabras.
Hans M. Powell
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No me sorprendería que tengamos más de un nombre en común en nuestras listas, porque desde la adolescencia lo mío ha sido experimentar todo lo que estuviera a mi alcance, porque siempre fui una persona más de la practica que la teoria y para entender cómo funcionan algunas cosas necesito probarlas. -Eso sería de canallas- contesto, aplastando el monte de la almohada con una mano para reacomodar mi cabeza. -No expongo la identidad de mis amantes y no comenzaré una competencia contigo de quien tiene más muecas en su cama- la sonrisa que está colgando en mis labios le quitan un poco de solemnidad a mi declaración arrogante. Miro a cualquier punto en la habitación que no sea él, al agregar: -Y no es algo que en realidad importe-. No tenemos por qué compartir ese tipo de cosas, incluso lo que tiene que ver con Audrey, es solamente algo que no le compete a él.

¿Por qué de todo lo que digo se prende de algo que ni siquiera lo dije con esa intención? Ruedo los ojos, este hombre. -¿Quieres que te las cuente?- no puedo responderle de otro modo que no sea este, la interrupción es tan breve y por reacción inconsciente le contesto a la altura de su provocación, porque no me amedrento. Porque todo se está cargando de pesadez, mi ánimo me incita ir al frente y a la ofensiva a pesar de que guardo la distancia con la intención de reacomodar límites que pretendo hacer respetar de ahora en más. Sino despertaré otro día, en cualquier otra cama, con todas mis guardias burladas porque de a poco fui cediendo con las reglas que me tenían segura. Tengo sus palabras para usarlas y voltearlas si reúno la suficiente malicia, que me falla a última instancia porque no quiero hacerlo. -Es cierto, no lo pediste como un favor. Sonó un poco más como un ruego desesperado- exagerado, para hacer burla de él que todavía me da la espalda. Así acabo mi acto, cuánta debilidad.

Entonces retoma mis palabras, me da una nueva oportunidad de ir al ataque. Coloco una palma bajo mi mejilla, nuestros perfiles quedan enfrentados una vez más y mentiría si dijera que salgo ilesa de su declaración. La pauta de por vida de nuestro trato no llega a impactarme tanto como la confirmación de que por fuera de esta cama, todas las cosas están acomodadas en el lugar que corresponden, tan complicado de entender si hubo por unas horas una fuerza capaz de sacudirnos enteros. Paciencia, orgullo y ropa. Su poder sobre mí se lo guarda bajo llave. Su lista me saca una sonrisa, una que se ensombrece a su proximidad y temo, no suelo sentir miedo en ninguna cama, pero experimento una punzada. Frunzo un gesto con la boca y cuando me besa tan rápido que no llego a sentir más que el roce, algo en mi pecho se sacude y puedo volver a respirar con normalidad. Tengo renovadas intenciones de lograr mi expulsión de estas sábanas. -No te lo voy a quitar, me lo vas a dar. Me darás lo que sea que te pida-. Cierro mis ojos y suspiro con una satisfacción anticipada de todo lo que podría ser. -Y no trates de negarlo. Basta una vez para saber que de los dos, eres el que más fácil se rinde de los dos.

Dijo que le quité su orgullo, pero no me lo creo. Nada de lo que supone que le arrebaté lo tengo. Ni tampoco creo que llegue el día en que me haga con su poder, debe ser que mi ambición no llega a esas alturas. El silencio que queda en la cama al hallarme sola me da el tiempo que necesito para recomponerme, giro mi cuerpo para sacar mis piernas y colocar mis pies en el suelo, cuando su regreso me hace notar lo lentos que son movimientos. La bata aterriza cerca y apenas le lanzo una mirada. Me pongo de pie y con lentitud camino alrededor de la cama para reunir las prendas que arrojamos sin cuidado. De todas estas, paso las mangas de la camisa por mis brazos. Escucho su ofrecimiento y niego con la cabeza. -Pasaré del desayuno- digo. Y su acusación me pica en la piel, porque es posible que mi prisa en irme tenga de transfondo mi imposibilidad de seguir manteniendo esto casual. -¿Quieres darme un tour por tu casa? ¿Es eso?- evado la cuestión. -¿Tienes habitaciones secretas que quieres mostrarme?- me muerdo los labios para contener la risa y acabo de abotonar mi camisa.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No sé qué es lo que me hace reír más: si su respuesta a la cantidad de amantes compartidos o la que me da cuando pregunto sobre sus fantasías — ¿Quieres contármelas? — le devuelvo la jugada, seguro de que no obtendré una verdadera respuesta. Es típico de nosotros, el tirar de la cuerda a ver quien se quema primero, pero la verdad es que llega un punto que me entretiene mucho más el juego que la meta de ganar. Hay cierta diversión para mí en su intento de contradecirme, sabiendo que siempre encuentro el modo de retrucar su movimiento. Ruedo los ojos, torciendo un poco los labios — Puedo meter la cabeza entre tus piernas, pero jamás la bajaré hasta tus pies — refuto con algo de descaro. ¿Para qué fingir decoro a estas alturas?

Su seguridad no me sorprende. Es más, me halaga; no esperaba que se someta con facilidad y la mirada que le lanzo basta como respuesta. Es una sonrisa mordaz, acompañada de una risa que apenas se escucha en la habitación en mi camino al baño. No, ni me molesto en hablar, porque mi expresión lo dice todo. Que ella jamás tendrá lo que me pida, que yo nunca voy a doblarme sobre los deseos de alguien a quien sé que puedo manejar con un solo capricho, porque no voy a cederle un centímetro de poder. Mi risa es una burla, una confirmación de que no tiene caso que intente mostrarse segura, porque parece que no sabe con quién está hablando — De entre todas las personas… — suelto simplemente, porque en un mundo de gente repleta con la que he bailado, no va a ser ella la que tenga el mando del paso. Yo llevo la batuta, siempre fue así. Pero admiro su actitud. No tiene gracia ganar una guerra sin jugar una batalla.

No me toma por sorpresa que rechace la bata y no puedo hacer otra cosa que suspirar con resignación, a pesar de mostrarme algo divertido con la situación. Era obvio que no iba a querer desayunar, pero eso no significa que yo tenga que morirme de hambre. Me encojo de hombros y paso por delante de ella, sin siquiera mirarla — ¿Para qué me molestaría, si no es que tenga la necesidad de impresionarte? Además, como si eso funcionara contigo — no creo que pueda ver mi sonrisa al estar dándole la espalda, ocupado en abrir la doble puerta del vestidor y dando un par de pasos en su interior— Jamás voy a entender por qué las mujeres quieren perder el tiempo con tours… — no digo que lo hagan todas, pero muchas han hecho esa petición y no encuentro lo atractivo en seducir a alguien con las habitaciones de una casa; se supone que lo entretenido está en lo que puedes hacer dentro o fuera de ellas — Nah. Solo quería tomar un café, comer lo que sea que haya disponible. No es como si hubiésemos cenado anoche — mis manos revolotean hasta dar con un jean y me lo coloco con rapidez, manteniendo el equilibrio al echarle un vistazo sobre el hombro — Pero parece que estar conmigo te abre el apetito de una huelga de hambre — me burlo, subiendo la cremallera y abrochando el botón. Sí, me permito el sonreírle por esa broma y desvío la mirada para poder meterme dentro de la primera remera que encuentro — Eres un poco pasivo agresiva, Scott.

Ya vestido y sin molestarme en usar calzado, salgo del vestidor y cierro las puertas detrás de mí, consciente de que debe ser la primera vez que me ve de entre casa. No hay traje, no hay papeles y el pelo ni siquiera está en su lugar. Los hombros no se tensan con una camisa y el cuello no se levanta en ayuda de una corbata. Al percatarme de un detalle en su procedimiento de vestimenta, meto las manos en los bolsillos y mis cejas se mueven en compañía de unos ojos que se expanden — ¿Dejarás el sostén de souvenir? No me quejo, pero no creí que fuese tu estilo — señalo, recordándole que no he visto que se lo ponga antes de calzarse la camisa. La media sonrisa indica que no hablo en serio y doy las zancadas necesarias para abrir la puerta del dormitorio, oyendo nada más que silencio. De todos modos, cuando salgo al pasillo me detengo y le echo un vistazo — Ya sabes dónde está la puerta de salida, así que no debería acompañarte, ¿no? — le recuerdo, aunque con mi mano le hago un gesto que la invita a pasar delante de mí — Pero puedo hacerte el bendito tour si me dejas llenar mi estómago primero. ¿Le pones leche a tu café o prefieres el té?
Hans M. Powell
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¿Solo las tuyas? ¿O también las que tengo con Annie? ¿Con Dmitri?— lo digo porque me insiste con ese punto, si callo es como si me retirara del juego. Son los primeros nombres que acuden a mi mente, los jefes más inmediatos que tengo en mi departamento. Annie es increíblemente atractiva, Dmitri no es mi tipo, ni tampoco soy su tipo. No quiero invocar otros nombres, porque no estoy en plan de contarle ninguna fantasía que sea verdadera. Cierro mis ojos contra la almohada, me reacomodo, lo que intento es evitar el contacto visual. —Será en otra ocasión, abusamos del tiempo por hoy como para continuar con relatos de detalles morbosos— murmuro. A todo esto, ¿qué hora es? El tiempo que llevo en esta cama, conversando con él, me da la impresión de una charla interminable. Si durara dos minutos también sería una conversación entre sábanas demasiado larga para lo que estoy acostumbrada. Todos mis sentidos me dicen que tengo que salir de aquí, porque por instinto saben de la noción de peligro, y entre la tela enredada en mis piernas y sus palabras, estoy en una jodida telaraña. Cada movimiento que hago, me retiene aquí un poco más.

Su contestación tan vulgar para marcar una posición inamovible de autoridad, lo hace centro de mi peor mirada. Es cómo lo dice, no lo que dice. Me quema el fuego en la garganta para contestarle, jurarle que habrá un hecho real y puntual que hará de sus palabras puro aire desperdiciado, su desaparición fuera de mi vista lo absuelve de lo que podría ser un exabrupto furioso y a mí me da unos minutos para masticar mi rabia, repensar los modos de cobrarme una revancha tardía. Mi rabia continúa latiendo por debajo de mi piel, apelo a la indiferencia para ignorar el ofrecimiento de la bata y del desayuno. Con el humor también puedo escudarme, continúo con mi tarea de vestirme mientras él hace lo mismo, hablando sobre tours y desayunos que escucho con un solo oído porque es verdad que no me interesa ver la colección de cuadros que debe tener y contar cuantos baños tiene por piso. Por favor. —Si todas las mujeres que conoces te piden un tour por tu mansión, empieza a preguntarte con qué tipo de mujeres te relacionas— lo digo como un consejo al pasar y peino mi cabello con los dedos, echándolo hacia atrás primero y después sacudiéndolo. Me rio con una carcajada seca, incapaz de reprimirla por su comparación de mi apetito con una huelga de hambre. —Por trillado que suene, con lo que comí toda la noche estoy más que saciada— replico con una dulzura intencional. Acabo por arremangar mi camisa, cuando lo miro con sorna por su acusación. —También puedo ser activo agresiva, dame tiempo a que me espabile un poco el sueño.

Lo único que me falta para irme son los zapatos que quedaron en la sala, y con casi toda mi ropa puesta, es como si volviera a un momento antes de que comenzara todo y fuera de nuevo esa persona. En contraste con él que parece una persona diferente en sábado. Renunciaría a pelear contra su burla si no fuera porque hizo mérito en unos pocos minutos para que no le conceda nada. Mi procedimiento siempre ha sido el mismo, vestirme al acabar con lo que tenga a mano y el resto que sea un montón desordenado en mis brazos al irme, que nunca me ha importado si hay vecinos chismosos. Lo que hago esta vez es recoger el sostén del suelo y arrojarlo sobre la cama. —No es un souvenir, es una bandera. Significa que estuve aquí y conquisté este territorio— al decirlo con una sonrisa victoriosa, estoy a punto de quebrar la distancia entre los dos por una cuestión instintiva de buscar el contacto para rematar la burla. Pero me detengo a tiempo, es una mala idea.

Controlo a fuerza de voluntad la expresión en mi rostro para la despedida predecible y estoy a punto de decirle que recuerdo la salida, me descoloca volver sobre lo del desayuno. Tengo prohibido insinuar lo que tenga que ver con matrimonio, y no, hasta a mí me incomoda hacer de esto algo más serio. Tengo que reducirlo a algo que pueda manejar. Lo examino como si tratara de descifrar sus intenciones, con una ceja arqueada y el rostro ladeado. —¿Sientes curiosidad por saber mis fantasías? ¿Por eso quieres que me quede un rato más?— si él puede presuponer cosas, yo también. Aunque acabe pronto con su ilusión de que quiero un tour: —Hans, la única habitación de tu casa que pudiera interesarme ya la conozco. Si pido un tour suele ser para encontrar la habitación con la cama. Nos saltamos eso y lo agradezco, suele ser muy tedioso ver baños y cuartos de lavado y fingir emoción—. Paso por delante de él hacia el pasillo, donde también doy gracias de que no hay nadie porque no estoy como para tratar con otra criatura viva en este momento. —Y comeré una fruta— accedo, no puedo elegir entre sus opciones y tampoco irme. —Pero no lo compliques, lo único que quiero es una manzana.
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No necesito preguntármelo. Son la clase de mujeres que les importa solo lo superficial y eso significa que estoy seguro de que no pasará a otro nivel. Me ahorra los dramas — es fácil cuando todo se mantiene en un plano tan simple como los dormitorios y los trofeos, lo digo tan simple como si fuese un adolescente con la clave del éxito dentro del sexo femenino. Suerte para mí, no tengo por que dar más explicaciones, centrado en un comentario que no me esperaba y que me hace mirarla en lo que parece ser un gesto que baila entre la desconfianza y la gracia. Da igual — activo agresiva. Lo tomaré en cuenta — dejo caer. No hay planes de volver a verla durante la mañana, aunque uno nunca sabe lo que puede ser un encuentro inesperado en los pasillos del ministerio un lunes a primera hora.

No controlo a mis ojos cuando hacen la seguidilla del sostén por el aire hasta caer sobre la cama, dejándome en mi sitio a pesar de que vuelven en su dirección de soslayo al oírla hablar. Siento el tirón en las comisuras, pero trato de alguna manera el mantener un rostro tranquilo a pesar de mi propio genio — Si te hace feliz tener esa idea… — murmuro como quien no quiere la cosa, desviando la vista del sostén — Aunque no sé que tan válida sea tu conquista si consideramos que no durará demasiado bajo tu dominio. No creo que seas una buena emperatriz — no me voy a poner político a estas horas, lo juro, pero el fastidiar a gente como ella es uno de mis tantos talentos. Que nadie me lo reproche.

No tengo que esperar demasiado. Aunque es obvio que se trata de un modo de quitarle seriedad al asunto, tomo su primer comentario como una aceptación — Eso depende. No tengo intención de imaginar fantasías que incluyan a Vólkov. No es que nos llevemos muy bien… — el modo que tengo de cruzarme de brazos deja en evidencia la poca relevancia que le doy al asunto. Que se haya tomado en serio, al menos en parte, mi ofrecimiento del tour es lo que me hace quebrar la postura, dejando caer los brazos a los costados con más pesadez de la usual — Gracias a Merlín. No hay nada peor que hablar sobre algo por obligación cuando sabes que a ninguno de los dos le interesa — sin dar más vueltas, me adelanto algunos pasos y empiezo a marcar el camino, el cual anoche hicimos a oscuras y con mucha más torpeza de la habitual. El solo recordarlo me hace agradecer que la conversación siga — Una manzana. ¿Siempre eres tan aburrida para desayunar o es mi culpa? — bromeo, echándole una veloz mirada al llegar a las escaleras — Lo que la emperatriz desee. Y si te interesa saber: quiero que te quedes un rato más porque de ese modo es mucho más fácil el saber que podemos tomarnos todo esto como algo de lo que no debemos preocuparnos.

Ni siquiera la espero. Solo bajo los escalones de dos en dos, marcando un ritmo animado para un fin de semana que, según parece, será extremadamente soleado a juzgar por la luz que se desprende de las paredes. Cruzar el vestíbulo y el amplio pasillo hacia la cocina no nos lleva demasiado y, agradecido, olfateo de inmediato el aroma a bollos recién horneados y café. No puedo quejarme, porque tengo la servidumbre necesaria como para que mi desayuno siempre espere a mi antojo, disponible para cumplir mis caprichos. Bordeo la amplia isla que decora el centro de la cocina y tomo la manzana más grande del cesto de frutas, la cual le lanzó con intenciones de que la atrape — ¿Puedo hacerte una pregunta, Scott? — le doy la espalda para ser libre de tomar una taza, llenarla de café y hacerme con uno de los bollos. Para cuando vuelvo a mirarla, apoyo mi infusión sobre la isla que sirve de desayunador y le doy un mordisco al bocadillo. Siendo lo primero sólido que ingiero en horas, se siente de maravilla — Si tanto me desprecias… ¿Por qué te acuestas conmigo? ¿Es uno de tus conflictos de persona activo agresiva? — me relamo al tragar, observándola entre el humo que destila la taza que levanto frente a mí — A veces siento que no puedes ni mirarme y, otras, todo lo contrario. ¿Me equivoco? — tal vez lo haga, pero algo me dice que no es así. Doy un sorbo lento a espera de una respuesta, seguro de que esta no es la clase de entrevista a la que estamos acostumbrados. Al menos, el escenario ha cambiado demasiado.
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Te daré un punto por eso—. Su lógica para elegir compañías es coherente con todo lo que promulga, también tengo que reconocer que se ve que le ha funcionado hasta ahora. No puedo entender por qué tomamos del otro lo que podría ser irrelevante y lo convertimos en un nuevo juego de tira y afloje. Sea pasivo agresiva o “activa” agresiva, cuando caigo en cuenta de que en serio estoy amoldándome a una actitud combativa ante lo mínimo esta mañana, me inclino a querer aclararle que tampoco me muevo entre esos extremos que no salen de la agresividad. Pero no digo nada, parecería un intento de querer que tenga una mejor opinión de mí. Eso es lo que pretende la gente cuando suma una virtud después de hablar de un defecto. El caso es que busco precisamente todo lo contrario, si colocamos todos nuestros defectos en fila puede que sirvan como una barrera.

Me río con auténtico humor cuando acompaña a su concesión de mi dominio posible sobre su cama con la advertencia de que mi reinado reciente está a punto de caer. —El poder, siempre tan inestable— murmuro y se me escapa otra carcajada, porque no logra asustarme su aviso, como todas las cosas que dice que le arrebato, esta es otra sobre la que me reafirmo triunfante y tampoco me pertenece. Lo sé bien, por eso puedo sonreírme y aun encontrar diversión en la situación. —Puedo entender que habrá otras después de mí de paso por tu cama— ese punto me queda claro. —Pero, ¿qué quieres decir con que yo no sería una buena emperatriz?—. Vamos, lo admito, sería un fracaso en el trabajo de asumir un compromiso sobre algo y mantenerme constante en ello, cuando tengo otras tareas que me mantienen ocupada durante la semana. No plantas, no mascotas. Definitivamente no una cama. Pero la manera en que lo dijo me sonó a acertijo y no logro descifrarlo de inmediato.

Tampoco es que pueda darle más vueltas, mi permanencia o no en su casa es una decisión a tomar y estoy cediendo a quedarme. —Debía suponerlo, te van las fantasías lésbicas. Te estás volviendo predecible para mí— esto es mentira, pero me sirve para bromear a su costa, porque variamos entre los tonos de burla y los de gravedad todo el tiempo. Especificar algunas condiciones es suficiente para que lo siga fuera de su habitación en dirección a la cocina. Tengo que mirar su espalda mientras avanzamos por el camino que él conoce, esta vez que lo recorro por mis propios pies, y por eso no puede ver que pongo los ojos en blanco al persistir en su mofa de llamarme emperatriz. Sí, sí, qué bonito. Lo que dice después anula toda intención de comentar alguna tontería, de pronto el momento se torna serio. —Ahora me siento presionada, como si fuera a rendir un examen de estudiante en el Royal— digo, siguiendo por la escalera con la misma prisa que él muestra. —¿Con qué calificación se aprueba? Mejor dicho, ¿cómo se aprueba esto? — me corrijo, porque no tengo idea, puedo hacer suposiciones. —¿Solo charla y nada de roce? Perdona mi ignorancia sobre cómo lidiar con estas situaciones, es que para mí que cada quien vuelva a su vida al acabar suele ser la mejor manera de dejar claro que no es algo por lo que tengamos que preocuparnos—. No estoy tomándole el pelo, estoy siendo franca.

Al acabar la escalera dejo que se adelante para que me muestre el camino, quedar rezagada me da la oportunidad si quiero de echar un vistazo a mi entorno, pero la curiosidad que pude haber sentido en su oficina la vez anterior, no surge en la mansión. Es grande, sí, y se siente como un cascarón bonito. Todo es tan bonito, perfecto incluso, que hay comida hecha cuando llegamos a la cocina. Oh, el tercer cielo exclusivo de los ricos. Tira de mis labios una sonrisa y tomo con dos manos la manzana que me arroja. Alzo una palma cuando anticipa que hará una pregunta, y la hará de todas formas, así que tengo que aclarar un punto antes. —Sobre comer fruta… No es tu culpa, no todo se trata de ti, ¿sabes? — digo. — Fruta es lo más seguro para comer a cualquier hora del día, con la prisa y las ocupaciones. Sino es arriesgarme a hacer tostadas y me frustro cuando salen quemadas. Fruta, es siempre una apuesta segura— explico, claro que mi lógica es un poco más cuestionable que aquella que él tenía sobre las mujeres superficiales. —Ahora sí, pregunta lo que quieras—. Dejo mi manzana sobre la mesada y busco el lavado de la cocina. Como todas las preguntas que son adelantadas por otra, presiento que esta será de esas que exigen un grado de concentración y me ocupo de mojar mi rostro para acabar con los residuos del sueño. Necesitaré un poco más de eso al saber por dónde va su interés, y tanteo en la alacena para encontrar un vaso y cargarlo de agua para beber. Me giro hacia él y recargo mi peso contra el lavado, por mi expresión sabrá que estoy pensando muy seriamente en lo que plantea.

Bebo el agua en tres sorbos espaciados que me dan tiempo para meditar en esto que parece una pregunta sencilla, pero cuando le doy una contestación en mi mente, surge un segundo interrogante que lo complica todo. Llevo el vaso vacío conmigo hasta el desayunador, donde me siento delante de él y recupero la manzana que dejé. —¿Es una respuesta de sí o no? Debes saber que no se puede contestar con un «no» o un «sí», es más complejo que eso— lo cuestiono, recuesto mis brazos sobre la mesa y lo miro buscando sus ojos. —¿Por qué te gustan tanto los interrogante de dos opciones? Estás condicionando a la otra persona a hacer una elección entre dos opciones que tú elegiste, y en este caso, estás tratando de decirme qué siento. ¿Desprecio o no desprecio? De entre todo lo que podrías creer que siento, ¿por qué eliges el desprecio? — no aguardo una respuesta, son de esas preguntas que sirven para que surjan nuevas. —¿Y sabes qué estás haciendo? Estás haciendo que hable de sentimientos en este desayuno, cuando ni siquiera he dado la primera mordida a mi manzana— me fijo en la fruta que tengo en una mano y la giro entre los dedos antes de llevarla a mi boca. —No te desprecio— respondo y en lo que tardo en masticar el primer bocado de manzana, encuentro la otra respuesta. —Y me acuesto contigo por una cuestión de piel, por electricidad.
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Alguien que conquista un territorio debería ser capaz de mantenerlo para ser considerado un buen gobernante — me explico con la simpleza de una clase de historia, aunque la sonrisa delata que encuentro todo esto tan divertido como su carcajada me lo dejó en claro — Los dos sabemos que esta no será la situación para que eso ocurra, así que ya sabes. Gobierno inestable, mala emperatriz — no puedo creer que estoy haciendo esta clase de bromas, por todos los cielos. Al menos la charla sigue tan poco seria que mi expresión de fingida ofensa e indignación no parece tan fuera de lugar — ¿De verdad crees que soy tan básico con mis fantasías? Me ofendes de sobremanera. Tienes que admitirme que Annie es mucho mejor material que Vólkov — me ahorro el detalle de que no necesito fantasear con Weynart, porque eso es un tema aparte que no viene a colación.  

Que compare todo esto como un examen para el colegio más prestigioso del país me hace reír un poco más fuerte de lo que hubiera deseado — No la pienses demasiado, es fin de semana. Pero si siento que te escapas de mí… ¿Por qué lo tomaría como algo tranquilo? — acomodo un cuadro al pasar, tomando la actitud más relajada de la que soy capaz — No te estoy evaluando, Scott, pero niegas y rechazas todo lo que te ofrezco, incluso cuando es de buena fe. Si no es algo de qué preocuparnos... ¿Por qué eres tan… — le doy vuelta a la definición un momento, tratando de encontrar la palabra adecuada — … distante? Más bien, como que estás negada a dos minutos de cordialidad — no suelo pasar tiempo con las mujeres con quienes me acuesto sin saber mucho de sus vidas, pero ninguna parece tan desesperada por desaparecer en cuanto terminamos nuestro breve acuerdo.

Paso de largo el pequeño momento donde, con otras palabras, me llama un egocéntrico, porque hay un dato que capta más mi atención y me hace reír entre dientes — ¿Se te complica hacer tostadas? Vamos, hasta yo puedo hacerlas y eso que no cocino nunca — es una burla tan simple que, por un momento, estoy seguro de que sueno como lo hago con mis pocos amigos. Me ahorro el ofrecerle agua fresca de la heladera, porque ella misma se pone a tomar su propio y poco consistente desayuno, así que paso. Además, eso me permite hacer mi pregunta a mis anchas. Se toma su tiempo a contestar y lo primero que me sale es apoyar la taza sobre el mueble para ser libre de alzar un dedo en su dirección — Yo jamás dije que sea una pregunta de “sí” o “no”. Puedes explayarte lo que quieras — me aclaro, aunque lo siguiente me deja un poco pensativo sobre mis propias palabras. ¿Por qué elegí “desprecio?” — Porque siempre sentí que eso era lo que te causaba — lo digo lento, delatando que lo voy soltando mientras me percato de ello. Reconocía el respeto de las personas que no tienen otra opción que dártelo si saben lo que les conviene, pero en su hostilidad siempre me perfilé como alguien no digno de su devoción. Por suerte dice algo que me obliga a sonreír — No son sentimientos demasiado complicados, Scott, tú lo complicas — señalo en un murmullo que delata mi regodeo. Hay diferentes niveles de sentimientos, creo yo. Puedo decir que me gusta mi café y eso no será tan complicado como decir que me gusta una persona. Hablar de si le caigo mal o no, no debería ser tan difícil.

No me desprecia, lo que me vale un rápido mohín y un trago silencioso al café. Los segundos de silencio en los que me demoro en contestar me hacen notar, a lo lejos, el sonido de la regadera automática del jardín, cuyo verde puede notarse perfectamente por las ventanas y la puerta de vidrio que da al exterior — Electricidad — repito. Tiene sentido. Doy otro mordisco a mi bollo y, cuando trago, me paso los dedos por los labios en un intento de eliminar el rastro de migajas — Tiene sentido — me meto lo que queda de mi bocado en la boca, bebo un poco más y desvío la mirada al exterior, tratando de encontrar qué decir a continuación — Admito que es una cuestión de piel. Jamás me involucro con gente como tú. Ya sabes, clientes, mucho menos con un pacto como el nuestro. No es algo que entre dentro de mi ética laboral — cuando ya conozco a quienes piden de mis servicios como asesor legal, es otro tema. Pero ella y yo nos conocimos por su urgencia y necesidad. Esa era la base de nuestra relación hasta hace unos días — Pero disfruto de tu compañía y de tu enorme talento de contradecir todo lo que te digo sin siquiera escucharme — agrego con cierta diversión, regresando la vista hacia ella y aferrando la mano a mi taza. Eso hace que arquee brevemente una de mis cejas — ¿Estás segura de que no quieres café? Tu desayuno me deprime y me hace pensar en iniciar una petición para elevar el presupuesto para los niños que mueren de hambre.
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Entiendo— murmuro, sopesando seriamente su explicación en términos metafóricos sobre que sea una mala emperatriz. —Entonces no será por mi culpa, por mi falta de méritos. Sino porque la circunstancia es mala, porque este territorio es y pretende seguir siendo salvaje— opino con solemnidad, alzando mis palmas para indicar que esto escapa en absoluto de mi control y de mi supuesto poder. Sonrío para suavizar la broma. —De todos modos, admito que me falta capacidad para gobernar sobre algo, comenzando por la intención de hacerlo— me encojo de hombros y lo dejo ahí, porque juré hace un rato de la boca para afuera que terminaría por quitarle el poder y eso entra en contradicción con mi poca ambición recién admitida. —Atesora este momento, porque coincidiré contigo en que Annie es mejor material— lo miro con suspicacia. — En serio, no hagamos una lista para saber si nos acostamos con las mismas personas. Empiezo a creer que sí tenemos algo en común en nuestros gustos y justo donde menos lo pensábamos— digo.

Casi doy un paso en falso en la escalera cuando de hablar de que el desayuno es una prueba para saber si podemos comportarnos en presencia del otro, compararlo con una evaluación de mérito en el Royal, pasa a decir que actúo manera distante con él. Espera, ¿qué? ¿Por qué siempre me sale por la tangente? El resto del descenso lo hago sosteniéndome del pasamano. —¿Cómo llegaste a la conclusión de que ser distante, querer irme y rechazar tu invitación a desayunar es algo por lo que tengamos que preocuparnos?— lo digo como si sonara totalmente desconcertada al respecto, confundida por tal planteamiento incoherente, como si no le viera asociación posible. Según mi criterio, irme haría que las cosas no se volvieran del tipo que debamos preocuparnos e insisto en ello. —¿Sirve en mi defensa decir que me niego a la cordialidad de la mayoría? Y antes de profundizar en esto, en problemas de autoestima, te recuerdo que la charla de psicoanálisis ya la tuvimos. El cliché de niña herida, Hans, recuerda— lo digo tan a la ligera que trato de que pase como un chiste, así no lo volvemos trascendente.  

Este hombre con sus salidas inesperadas me tiene alerta e improvisando contestaciones todo el tiempo, que en la prisa son bromas. —Es mi más oscuro secreto y espero que no lo divulgues, sino tendré que enviarte a mis matones— me refiero a las tostadas. El humor es como la suerte, burbujea en el cuerpo y estalla de repente, desvaneciéndose. Puede estar o no estar en una fracción de segundo, es tan fácil que simplemente desaparezca. Es temprano para una charla sobre mis intenciones en esta casa, con más precisión en su cama, pero si es necesario que pongamos un par de cosas sobre la mesa, habrá que hacerlo. Puedo asumir la responsabilidad de mis actos, decir por qué lo hago. Pese a que al final mi respuesta no tiene nada de racional. —Lo sé, lo complico todo demasiado cuando se trata de sentimientos y no ayuda que sea recelosa de cualquier muestra de amabilidad. Debe ser por eso que no tengo este tipo de charlas— le soy honesta. Ruedo la manzana entre mis dedos para otra mordida y espero a que asimile el que seamos resultado de una inexplicable reacción eléctrica.

Sonrío con suficiencia cuando me da la razón y asiento con mi barbilla. —Así que… ¿aprobé el examen? No es que quiera presumir, pero tenía buenas calificaciones en el Royal en casi todas las materias— sigo sonriendo al comer el resto de la manzana, puedo hacerlo porque él se explaya sobre cuestiones que no puedo opinar hasta que acabe y saber a qué conclusión llega. —Eres masoquista por disfrutar de mi compañía— me río, me resulta imposible no interrumpirlo en este punto y sí, lo contradigo sin siquiera escucharlo, le cuestiono todo sin siquiera dejar que termine de hablar. Y ahí está, otra vez ofreciéndome algo y yo negando con un movimiento de cabeza antes de que acabe la oración. —No quiero nada más, estaré bien así— le aseguro, superponiendo mi voz a la suya. Suspiro porque tengo demasiados gestos que repito por costumbre y había dejado de cuestionármelos.

»Por cierto, me irritas, me fastidias y no me gusta estar en deuda contigo. Pero no me provocas desprecio, no has hecho algo que me haga aborrecerte al punto de no poder sentarme aquí contigo ni dejar que me toques. Si fuera un abuso, por ejemplo… si acostarme contigo fuera una obligación, y ya te aclaré que no es así, fue una elección— divago. Tengo los ojos puestos en la manzana que hago girar con mis dedos sujetando el palillo. —Hay momentos sí, en que te detesto muy profundamente. Cuando estás parado sobre una zona segura y yo solo me derrumbo… Lo hago complicado, ¿no? No creo que tenga caso tratar de darle un sentido— renuncio y curvo mis labios, lanzándole una mirada que vuelve a ser brillante. —Tendría que hacer a un lado tanta negatividad en las cosas y solo admitir que me agrada tu humor arrogante. ¿Quieres intentar hacerlo más simple para mí? — lo invito a que trate de encontrar palabras más concretas para explicarme.
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Intento pensarlo de un modo que sea simple y lo comprenda, aunque dudo mucho que podamos coincidir en un punto como este — Si quieres irte con rapidez, es porque quieres escaparte de algo — es mi mera respuesta, sin desear abarcar demasiado dentro del tema. Y si deseamos mantener esto todo como si no fuese un conflicto, es mejor ser simples — No te preocupes. El cliché de niña herida no me ofende — y tampoco planeo sentarme a ser su terapeuta. No creo que sea algo que se me dé bien y ninguno de los dos quiere entrar en ese terreno, incluso después de la charla que tuvimos anoche. Quitando la broma de las tostadas y los matones, esa que me regala una risa breve, la conversación sobre la honestidad me deja momentáneamente fijo en ella, hasta que solo hago un gesto afirmativo con la cabeza. Escapar a las charlas honestas es algo que conozco bien.

Supongo que aprobaste. Aunque, tengo que decirlo, yo era el primero de mi clase — añado como si fuese un dato de sutil importancia, alegando a un ego clásico de dandy que finjo por dos segundos hasta reírme suavemente de mí mismo. Uno de mis hombros se alza en gesto de poca importancia a pesar de que estoy obviamente entretenido ante su observación, paseando mis ojos por sus facciones hasta chocarme con los suyos — Ser masoquista es parte de la vida. La zona de confort es de lo más aburrida cuando dejas atrás los veintis — le aseguro, como si se tratase de un consejo a alguien mucho más joven que yo — He salido y coqueteado con muchas mujeres que son muy parecidas entre sí. Es bueno chocar con una variante — estoy seguro de que es eso, esa es la electricidad de la que ella está hablando. Hay algo nuevo, diferente y exótico, peligroso y tan tangible que sería una pena no estirar la mano y tomarlo. Como una edición limitada de algo que está mal y bien al mismo tiempo.

Que rechace mi desayuno sin que termine de hablar es mi excusa para acomodarme mejor en el asiento, apoyar los brazos sobre el desayunador y hacer uso de mi codo para que mi mentón se recargue en mi mano, con los dedos cerrados y los nudillos cubriendo mi boca. Es la postura del pensador, de aquel que analiza y escucha con atención, sabiendo que no esperaba que se explaye. Mi nariz se crispa en un segundo ante la mención de un supuesto abuso, porque creo que he dejado bien en claro que no soy esa clase de hombre y agradezco que lo sepa. Al menos, mi posición me permite esconder un poco la leve sonrisa — De entre todas las cosas que podrían agradarte de mí, elijes el humor arrogante. Me gusta — dejo caer la mano hacia delante, usando los nudillos para golpetear vagamente el mármol de la isla — No soy bueno comprendiéndote, al menos en este terreno, pero sospecho que te agrado más de lo que dices — uso la otra mano para terminar mi taza de café y, ya satisfecho, saboreo el gusto que quedó en mi paladar en el instante que me tomo para meditar un poco lo que voy a decir a continuación — Esto debe ser peor para ti que para mí porque, como tú dices, yo soy el que está a salvo, incluso cuando te conté buena parte de mi vida privada anoche. Y, sin embargo, estás aquí. Comiéndote una manzana sin sostén — es una observación que intenta quitarle seriedad al asunto, así que le sonrío en señal de buena fe — Pero déjame aventurarme un poco…

Me tomo el atrevimiento de apoyar el peso de mi torso en los brazos y me estiro sobre la isla, haciendo uso del largo de mi torso para inclinarme en su dirección, como si de ese modo pudiese inspeccionarla mejor — Quizá ahí está el secreto. Que alguien te agrada porque, justamente, una persona como esa no debería agradarte ni un poco. Las cosas malas a nuestros ojos son las que crean la adrenalina y de ahí proviene la electricidad. Es la atracción inevitable entre dos puntos que deberían repelerse y, sin embargo, aquí estamos — sin pedir permiso, arrebato cuidadosamente la manzana de sus manos y le doy un firme mordisco, sintiendo el jugo entre mis dientes antes de volver a tendérsela con total libertad. Me demoro solo un instante en tragar — Te agrado porque una parte de ti piensa que no te agrado en lo absoluto y no puedes explicar por qué la otra parte se treparía al desayunador para besarme. Es una especie de crisis, ya sabes… — ahí se va, la sonrisa burlona pero honesta — pasivo agresiva.
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Los masoquistas siempre justifican su masoquismo, que sigue siendo la búsqueda intencional de algo que les provoque dolor porque eso les genera placer. ¿Y me juzgas a mí por mis tendencias escapistas ante los actos amables?— inquiero, alzo una ceja que lo cuestiona. En realidad no me esperaba que estuviera de acuerdo con lo que era un chiste de mi parte, esto se ha tornado un poco oscuro. —Se trata de eso mismo— señalo de pronto, acaba de decir algo de lo que puedo sujetarme. —No de que sea una variante, sino del choque— me sonrío contra la manzana que tengo a medio acabar. —¿Te refieres a que has salido con mujeres que son iguales entre sí… o iguales a ti?—. Esta vez tampoco espero una contestación, todavía no cambio de parecer sobre no hacer listas de nada. —Se trata del choque con algo que es diferente a ti— es mi manera de entenderlo. Este ejercicio me está costando esfuerzo, aclararme a mí misma requiere de un esmero colosal de poner nombres a lo que estaría fuera de interrogación de haberme ido en la madrugada.

Me estás dando la razón en todo, creo que obtendré un excelente en este examen— bromeo, porque me “aprueba” que de todas sus muchas y variadas virtudes, que de sobra conocemos los dos y toda la sociedad, elija su humor. Es la única en la que atino a pensar, no es hasta después de decirlo que trato de encontrar en él lo que ven las demás personas y le dedican halagos. Mi lista de una sola virtud es tan pobre al lado de la lista que puedo armar a partir de todo lo que oigo de él y sigo aferrada a la mía, por más que diga que me agrada más de lo que admito. ¿Eso abarcaría mi reconocimiento hacia otras de sus virtudes? Si tengo que ser honesta, siempre me han atraído más los defectos y por eso hablé de la arrogancia en su humor. Tal vez, si hay otras cosas que me agraden de él sean defectos, entonces no iría tan equivocada en mi rumbo al señalar solo lo malo entre los dos. Puede que sea una jodida masoquista también. —Es posible que me agrades un poco más— le concedo. Y luego se me escapa una carcajada, me muestro perpleja otra vez. Saltar de nuestra conversación de anoche a mi estado esta mañana… —En serio, ¿cómo funciona tu mente para hacer esas asociaciones?

Retrocedo al silencio ante su avance, la anticipación de que compartirá el secreto que explica cómo me siento y quizá hacerlo un poco más simple, me tiene inmovilizada. También puede que sea esa fuerza de la que habla, que nos mantiene pendientes del otro cuando debería repelernos, pensarlo así me hace sonreír con diversión. Creo firmemente en que somos de esas cosas del universo, tan distintas, tan imposibles de encajar, que hizo falta una circunstancia para que nuestros trayectos se torcieran y fuera posible la coincidencia, de lo contrario seguiríamos vagando errantes por ahí. Somos un accidente, algo que salió mal, un desajuste. Y por eso es caótico. —No simplificaste nada— digo. Mi sonrisa se ensancha y recupero mi manzana a la que muerdo donde estuvieron sus dientes. —Dimos una vuelta muy larga para llegar a este punto— acomodo mis codos sobre la mesada y me recargo hacia adelante, dijo algo sobre mi supuesto deseo de querer saltar esta barrera. —¿Lo que quieres es besarme? — pregunto, todo mi rostro se contagia de mi sonrisa y tengo que apartar un mechón que cae sobre mis ojos para poder mirarlo. — Según tu teoría, la atracción se da entre dos cuerpos que se repelen, digamos que estos cuerpos tienen comportamientos similares, así que… ¿también en parte no te agrado y en parte quieres besarme encima de esta mesa? — indago.

Me inclino un poco más, hasta que tengo mi pecho presionado contra el mueble y susurro para acentuar la sensación de intimidad pese a lo grande que es la cocina. —¿Por qué me estás incitando a que lo haga? — y lo sé, él lo acaba de decir, solo tengo que volver sobre sus palabras… y algunas de mi propia cosecha. —Es porque me resisto, porque soy pasivo agresiva y porque tiene que ser una elección mía—. Ese chispazo de entendimiento me tiene sujeta en mi sitio y me tardo un segundo en reaccionar, en bajar mi mirada a la superficie del desayunador. —¿Ves por qué se complica todo cuando tratamos de poner en palabras algo que nuestros instintos sabían entender mejor?— lo señalo como un problema. No resolvimos nada, a cada minuto esto se vuelve más complejo y estoy un par de pasos por detrás para comprender cómo lidiar con algo así. —Hagamos una prueba muy básica— propongo, regresando mi mirada a su rostro y sujetándola a la suya —Olvida lo que crees saber de mí y si quieres besarme, solo inténtalo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Honestamente, lo medito, dándole parte de la razón. Las mujeres con las que tiendo a juntarme se mueven en mi círculo, manejan mi estilo de vida y tienden a aceptar mis caprichos porque van de la mano con los suyos. Ella es un reflejo de lo que tiendo a rechazar, el opuesto a mi vida ordenada bajo un régimen al cual respeto. Es alguien que ha pecado sobre las leyes que predico, que me discute si desea hacerlo y que no me regala sonrisas condescendientes. He ahí la tentación de lo desconocido, de lo nefasto, de ese placer culposo que me grita que puede costarme caro, pero que de todos modos ignoro por el simple gusto de salir a jugar. Un capricho más en mi lista. Su diversión es un reflejo de la mía, ensanchando la sonrisa cuando me concede la razón sobre agradarle más de lo que admite, aunque es lo siguiente lo que me hace bromear como si fuésemos simplemente dos amigos compartiendo comida — Soy abogado. Mi mente funciona en base a asociaciones — me excuso sin un ápice de seriedad a pesar de la verdad de mis palabras.

No, puede que no haya simplificado nada, pero al menos expuse mi punto. No entiendo cómo hacer simple algo que ya lo es, pero que nos esforzamos en volver complicado por el pequeño hecho de que es más cómodo así. Quiero decirle que dimos vueltas porque es la salida fácil, pero lo siguiente me hace abrir los ojos de par en par antes de soltar la carcajada que me obliga a dejar caer la cabeza hacia delante — ¿Por qué siempre encuentras el modo de tomar mis palabras y ponerlas en mi contra? — le pregunto, casi que con admiración y levanto la vista nuevamente en su dirección — Jamás he negado que me agradas, incluso cuando no te lo mereces — personas como ella no son santas de mi devoción y, aún así, aquí estamos — Te lo dije hace semanas. Me agrada tu espíritu — es irónico, pero esa conversación parece sumamente lejana y solo nos hemos visto un par de veces más después de eso. No entiendo cómo es que todo se ha descarrilado tan rápido.

Su acercamiento me deja quieto en mi lugar, firme en que no retrocederé por algo tan simple como esto. Parece que la sonrisa guasona se ha pintado en mi cara como un tatuaje, silenciosa a sus palabras y permitiendo que se exprese todo lo que desee. Incluso siento la garganta seca cuando ella termina de hablar, así que tengo que pasar algo de saliva — Primero que nada, no te estoy incitando. Si tú quieres verlo de esa forma, solo me hace ver que tengo razón y quieres hacerlo — agradezco lo largo de mi cuerpo al moverme un poco más cerca de ella, sintiendo como el borde del desayunador se me clava en el cuerpo y, aún así, me las arreglo para ignorarlo — Si dices que lo complicamos con palabras… ¿Qué te dice tu instinto ahora? — sé muy bien lo que dice el mío. Me sonrío cerca de su boca pero no cierro los ojos, fijándolos en lo negro de los suyos al rozar la punta de su nariz con la propia — Te olvidas de que ya te he besado arriba esta mañana. Besarte no me aterra. Pero por alguna razón es una tarea que me dejas a mí, por mucho que quieras hacerlo — porque apuesto que, en algún lado de su mente, lo desea. A pesar de los comentarios orgullosos y de las distancias impuestas, esto es pura piel.

Se lo demuestro al ladear un poco la cabeza y entornar la mirada, retándola en silencio a que se atreva a contradecirme, a alejarse. Solo es un segundo antes de que me burle de ella con una sonrisita que enseña vagamente mis dientes delanteros y que acabo apagando al dejar ganar a la gravedad, besando su boca con pura tranquilidad. El estar apoyado sobre mis brazos hace que solo levante una mano, tocando el pómulo de su izquierda en una caricia que me lleva a sujetar su rostro con cierto cuidado. El suspiro se me quiebra en un susurro, tratando de no reírme contra ella — Increíble. Pudimos besarnos sin que explote el mundo ni se caiga la ropa — bromeo con un asombro caricaturesco, a pesar del tono bajo de mi voz. Silencio mi risa con un nuevo beso, algo más rápido que el anterior y me aparto, dejando caer la mano sobre el desayunador. Relamo el sabor de sus labios en los míos y ladeo un poco la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo — Solo es esto, Scott. Los dos lo disfrutamos y está bien. Hay cosas que no se pueden contener y no es la muerte de nadie. Nuestros cuerpos se llevan mejor que nuestras mentes, eso es todo — obviemos el desastre que podríamos ocasionar, eso es tema para otro día.
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Un abogado de asociaciones insólitas. ¿Te imaginas si fueras matemático? Pondrías patas para arriba algunas leyes del universo que ya nadie cuestiona— bromeo, moviendo mis manos en el aire como si hubiera millones de cuerpos minúsculos e invisibles a nuestro alrededor que no puedo abarcar. Tengo una sonrisa cruzándome la cara en este arrebato de humor y dura tan poco, sabemos que es tan improbable que fuera matemático como el sol suba por el horizonte a las nueve de la noche o que yo despierte algún domingo en su cama otra vez, por ejemplo. Algunas cosas son como deben ser y nunca podrán ser de otra manera, así como hay otras que sencillamente no están destinadas a ser. Me agrada su explicación científica, tengo que reconocerlo. Toda esa explicación sobre cuerpos que se repelen y se atraen, traducida a una realidad próxima como la nuestra en la que se supone que estoy tratando de entablar una conversación sin contacto con él y arroja sobre la mesa las reglas de un nuevo juego en el que me veo desafiada a participar. Lo que queda en medio es un beso, que no es nada si lo tenemos que comparar con las horas de la madrugada que dejamos atrás. Supongo que todo es parte de esa demostración que tenemos que hacer para nosotros mismos de que no tenemos nada de qué preocuparnos, y confieso en mi fuero interno que estaba aterrada minutos antes en su cama de que abrazara y me besara, porque toda la escena se parecía demasiado a cosas que sí me preocupan, muchísimo.

¿Cuándo no me lo merezco?— repito sus palabras con diversión, lo tomaré como su revancha por haberle dicho que yo tenía mis momentos de detestarlo, que sonó mucho más rudo a mis oídos. Mis ojos lo buscan al oír lo siguiente, no hay nada ahí de lo que pueda burlarme, hallar como excusa para enfadarme o siquiera hacer un comentario fuera de lugar, provocarlo a que me diga por qué le agrada un caso perdido, ¿por su vocación de abogado? Suelto aire lentamente en un suspiro, y lo que sea que me provocan sus palabras, lo identifico con algo similar a la compasión. Lamento mucho cuando a alguien le agrada mi espíritu, sé que seré un problema después. —¿En qué sentido te agrada?— pregunto en un impulso. —Las personas tienen distintas maneras de comportarse ante aquello que les gusta, en especial si se trata de espíritus. Algunos lo admiran de lejos, a otros les complace poseerlos y esconderlos, y nunca falta los que encuentran placer en quebrantarlos y lograr dominarlos de esta manera, lo que siempre me ha parecido la peor opción. ¿Cómo es posible encontrar placer en romper lo que tanto te gusta?— comparto con él. Arrugo un poco mi entrecejo, un pensamiento me tiene ensimisma por un segundo. —Pero supongo que yo también lo hago a veces— susurro.

¿Que de todas las cosas estoy rompiendo ahora mismo? No lo sé. En primer lugar la norma autoimpuesta de no contacto en su cocina, si bien no obedezco a lo que creo que es una incitación de su parte, le dejo margen para que lo intente y en verdad lo hace. A esto me refería, no importa cuánto sepamos de los reparos del otro, cuando bajamos las barreras siquiera un poco, vamos a por ello como si hubiéramos estado esperando el momento y lo que me sorprende es que asuma la responsabilidad del primer movimiento, como si no tuviera nada de trascendental. Ahí está el problema, uno de los dos está seguro de lo que hace y no tiene nada de qué preocuparse, y no soy yo. —El instinto no usa palabras para decir nada— le respondo, su rostro sobre el mío y mi respiración haciéndose más pausada.  

Creo que la manzana cae en alguna parte de la mesada y alzo mis manos para sujetar su rostro. Deslizo mis pulgares por su sien, mis dedos hundiéndose en su cabello a medida que se acerca y por incomodo que sea con el mueble entre ambos, respiro de sus labios como si me estuviera ahogando, como si la última maldita media hora la hubiera pasado conteniendo el aire. Su suspiro choca con el mío al separarnos apenas y encuentro mi voz para responderle. —Creo que esperábamos resultados diferentes de la prueba que mencioné— murmuro. Me sostengo de sus labios para mantener el equilibrio y cuando se aparta, es caer en la realidad así como regresar a mi sitio. Lo observo detenidamente al dar su conclusión, curvo mis labios en la mueca de una sonrisa. —A eso me refería con simplificarlo, logramos resolver la ecuación— digo, mi tono es vivaz, pero no logro que el brillo llegue a mis ojos. —Sigo teniendo un mal presentimiento sobre esto— confieso. Recojo lo que quedó de mi manzana y busco el sitio en esta lujosa cocina donde se guarda un tacho de basura, corro algunas puertas hasta hallarlo y mientras me muevo puedo seguir hablando. —Cuando mente, emoción e instinto se cruzan es complicado, son fuerzas que todo el tiempo están en contradicción. Por eso mi mente y mi pasión las concentro en el trabajo, así las mantengo ocupadas— bromeo, y lavo mis manos nuevamente para quitar la sensación pegajosa de mi pobre desayuno. Volteo y me inclino hacia atrás, mi cadera contra el lavado como apoyo. —Lo que nos queda entonces es instinto, piel y descargas eléctricas. ¿Nada de que preocuparnos?— espero a que me lo confirme, parece ser quien mejor lo sabe.
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¿Tengo que recordarte cómo nos conocimos? — a pesar de la seriedad del tema, le Quito importancia con la sonrisa jovial que me decora. La actitud que la llevó a conocerme es la que no la hace merecedora, pero no voy a ponerme en análisis. Su duda me llama mucho más la atención, así que levanto una mano para pedirle un momento e intento pensar una respuesta, aunque pronto descubro que no la tengo. No sé en qué sentido me agrada, solo sé que lo hace — Siempre he respetado un espíritu vivo. Me exaspera la gente sin actitud — creo que es una respuesta demasiado simplona, lo que me explico con gracia — Piensas demasiado sobre cosas que no deberían pensarse tanto.

La contestación me regala un momento de triunfo, algo que no respondo con palabras porque el instinto se basa en juntarnos como si solo hubiera estado esperando el momento adecuado. Ella corresponde, obvio que lo hace. Con un agarre que me relaja y enciende casi al mismo tiempo. Es un beso en la cocina, nada de qué preocuparse. No es la muerte de nadie. Me inclino hacia un lado por esa primera frase, observándola entre párpados entornados — ¿Qué resultados esperabas? Puedo ponerte un 10 si quieres — bromeo en la tranquilidad de mi voz.

Acomodo mi cuerpo por completo en mi asiento para seguir su recorrido por la cocina, tratando de señalarle el tacho en cuanto reparo en sus intenciones pero haciéndolo demasiado tarde, porque los restos de la manzana desaparecen — Creo que tus presentimientos solo están siendo pesimistas — intento comprenderlo, de veras, pero no lo hago. Hay algo en su modo de pensar que no funciona como el mío. Me pongo de pie para meter la taza en el lavabo, estirando el brazo sobre ella para poder apoyarla con cuidado — No entiendo muy bien cuál es el problema. Quiero decir, sé que todo esto es extraño, pero no creo que sea algo de lo que debamos preocuparnos — sí, me tomo ese descaro. El de pasar un brazo por su cintura para acercarla a mí, recargandome en la mesada, para plantar la mano en su cintura que me permite mirarla mejor — ¿Qué es lo que te preocupa con exactitud? Porque parece que estás haciendo una bola de un montoncito de polvo y vas a terminar por enroscarte por tu propia mano — si los dos sabemos nuestro lugar, no deberían existir preocupaciones, por mucho que salgamos de nuestra zona de confort. Un poco de riesgo no le hace mal a nadie.
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No, no necesito que me lo recuerdes— impido que ese tema sea incluido en nuestra conversación, si bien lo tenemos presente en todo momento aunque no lo mencionemos en detalle casi nunca. —Me da gracia que digas que te agrado cuando no me lo merezco. Es una contradicción graciosa— explico el por qué tengo la risa raspando mi garganta y si no rompo en carcajadas es porque atrae la atención de mis oídos hacia algo más. He cruzado cierta línea con Hans como para compartirle parte de mis reflexiones personales, claro que cuando me distraigo puedo terminar hablando de la vida y del universo con algún extraño de un bar, solo que esto es una opinión que apela otra vez a mis miedos y en la que también exijo saber qué piensa al respecto. —Sí, lo sé. Paso demasiado tiempo dentro de mi cabeza— se lo reconozco. —Desde siempre busqué cosas que me sacaran de allí—. Sobre todo cuando era adolescente, pero no le hablaré de mis experimentos con Riley y mucho menos de cómo congeniamos con Audrey en esa época. Lo miro, el sexo es otro escape por excelencia.

Por un minuto vuelve a ocurrir, esa era la prueba de la que le hablaba, porque cuando anulamos toda la información que hay en nuestra mente para interpretar la realidad y a los demás, nuestros instintos saben bien qué movimientos hacer, no hay nada equivocado en besarlo porque es lo natural y todo lo que he dicho desde que nos despertamos para marcar una distancia con él son palabras que se evaporan. —No me gusta cuando me dejas ganar— le recuerdo, rechazando su calificación sobresaliente. Me alejo del desayunador, de ese presentimiento que le digo que tengo y desestima como pesimista. Espero que acuda al rescate de la situación una vez, que diga que todo estará bien y no hay nada que deba quitarnos la tranquilidad en esto, lo que sea, que esté sucediendo.

Lo que no me esperaba era que se colocara a mi lado y ladeo mi mirada hacia él, es la imagen misma de toda la despreocupación que predica. Y yo empiezo a hacer una lista mental de cada cosa que me inquieta, hasta que encuentro la expresión que lo abarca todo. —Me preocupa que perdamos el control de esto— digo. Me giro para inclinarme hacia él y me sujeto a su nuca con una mano así quedamos en un medio abrazo. —Lo sé, lo pienso demasiado. Estoy haciendo un mundo de nada—. Rozo con mi nariz su cuello, suspiro al ascender a sus labios y cuando estoy a una inhalación de distancia de tomarlos, regreso a su garganta para apoyar mi cabeza en la curva que va hasta su hombro. —Quiero creer que tenemos algo de voluntad para controlarlo y que podemos pararlo cuando así lo queramos— digo, mi mirada puesta en la piel que queda por encima del cuello de su camiseta y afortunadamente a salvo de hacer contacto con sus ojos. —¿Puedes pararlo cuando así lo quieras?— pregunto.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Siempre creí que pensar demasiado es un problema para el cual no tengo tiempo ni paciencia. Pensar nos trae problemas inexistentes hasta que nosotros los creamos y nos vuelve vulnerables, demasiado para mí gusto. Hace mucho que prefiero usar mis pensamientos en cuestiones de urgencia real y apagar la lógica cuando se trata de amantes, eso me ha ayudado a evitar el apego o la preocupación. No veo por qué con ella debería ser diferente, a pesar de lo distinta que es nuestra situación. Mi consejo es que no lo haga, pero no se lo digo con palabras, me conformo con una mirada de significativo reproche. Que solo no complique las cosas, que no me arrastre con ella a la duda. Vacilar es lo peor que podemos hacer con esto. Por otro lado, recuerdo sus mismas palabras de anoche, robando una risa — Que te contradiga hace las cosas más parecidas a la realidad. ¿No? — inquiero, anotando mentalmente el no dejar que gane a pesar de no tener motivos para no hacerlo. Mi profesión me ha llevado por años a discutir y debatir, pero también he aprendido a no gastar saliva cuando no hay razones para hacerlo.

Perder el control. Creía que todo el asunto de acostarse con alguien se jactaba de perder el control. Sé que no lo dice en el mismo sentido, pero de igual manera se gana una mirada escrutadora. Me dejo sujetar por ella y lo tomo como una invitación, me acerco un poco más, dándome el lujo. — Deberías solo dejarlo ir. Cuando las cosas fluyen solas, es cuando mejor salen. ¿O no la pasamos mejor cuando no hay de qué preocuparse? — la oficina, la cama, son dos ejemplos de que podemos dejarnos ser sin complicarnos la vida. Su presencia en mi cuello es suficiente como para girar el rostro en su dirección, inclinándome levemente al sentir un movimiento que solo queda en amague. Me sonrío, optando por secundar su posición al apoyar con cuidado la barbilla sobre su pelo. — ¿No es siempre así? — mis dedos se estiran y acarician con calma su espalda, en un toque que pretende ser relajante — Jamás es algo que no pueda pararse. Es tan sencillo como solo pasar a vernos cuando sea en verdad necesario. No eres dependiente de mí y yo tampoco lo soy de ti. Eso es lo bueno de ser como nosotros — yo no me ato, no me apego. Ella tiene un muro infinito y no me interesa el saltarlo. Estaremos más que bien, porque confío en quienes somos. ¿Por qué habría de ser diferente en esta ocasión?

Me lo pregunto mientras acomodo mi agarre y mi cuerpo para relajarme en el apoyo contra la mesada, bajando la cabeza para dejar un beso en su cuello en un gesto pacífico — Al menos que... — mi nariz remarca la curva de su piel y vuelvo a presionar mis labios, esta vez contra su mandíbula — ... te preocupes porque sabes que no puedes controlarlo y confías en que yo pueda hacerlo— por primera vez, no tengo intenciones de que suene como una burla — No solo te agrado más de lo que dices, Scott: te gusto y eso no te gusta ni un poco — bueno, puede ser que sí se me vaya la muequita guasona, pero como estoy besándola por debajo del oído, no puede verme — Y te asusta porque todo esto no es más que un nuevo vicio del cual no quieres volverte dependiente, pero tampoco puedes dejarlo. Que difícil es cuando se piensa o siente demasiado — ya, quizá ahora sí se me nota el tono vagamente bromista. No puedo esconder la sonrisita cuando me separo un poco, buscando sus ojos con un apretón vago en su cintura — Y tú preocupación es esa: sentir demasiado. ¿Ahora sí te lo aclaré mejor o seguimos en el mismo punto? — le quitó algo de credibilidad al asunto al robar un veloz beso de sus labios, aprovechando a rodearla con ambos brazos. Quizá me equivoque, pero no veo otra razón por la cuál debería preocuparse. Hay cosas que no son tan difíciles, ¿o sí?
Hans M. Powell
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Es cierto, lo hace más real— concuerdo a medias. —Y también porque me gusta ganarme las cosas por mi esfuerzo— añado, esa es la razón por la que rechazo lo que se da fácil, recelo de lo que se me ofrece con mano amable, podemos incluir al acuerdo de trabajar con él por salvarme de la pena capital porque no me gusta aceptar favores. Solo que ese era un favor necesario para estar aquí, contando el cuento. Estoy obligada por mis principios a compensar ese gesto solidario que tuvo hacia mí, sus intereses puestos en ello no son de mi incumbencia, y si acaso equilibran la balanza para que no hubiera hecho de esa deuda algo personal, sino algo que se podía mantener casi en una esfera laboral. Hasta hoy, esta mañana, al despertar. —Lo hace más satisfactorio, supongo— termino.  

A medida que aclaro algunos puntos, reafirmo otros. Puedo insistir hasta el cansancio para quien me escucha sobre esa cuestión del control, que se me escapa muchísimas veces, que retengo con ambos manos en otras ocasiones. No es algo que sepa todavía como asegurarlo en mi posesión, cuando perderlo puede llegar a ser placentero a su manera. Sin embargo, persisto en mis reparos. —Nunca me han pedido hasta ahora que arme un vehículo que no tenga frenos. ¿Para qué crees que sirven? Son necesarios para las curvas peligrosas—. Si no lo beso es porque quiero demostrarme a mí misma que puedo decirle a mi cuerpo qué hacer y que no ceda a la fuerza que me tiene gravitando sobre su boca cuando nos acercamos. Y que se conforme con recargarme en él, con su caricia que recorre mi espalda calmando mis nervios.

Casi lo logra, su discurso es el adecuado para que mis preocupaciones sean disipadas de mi mente, es esa voz que se impone a las otras que van perdiendo fuerza. Al decir que es bueno “ser como nosotros”, disimulo mi sonrisa contra su cuello. Este hombre podría llegar a convencerme de que el lunes por la mañana seremos los mismos de hace unas semanas. —Dijiste…— retomo una idea que casi dejé pasar inadvertida. —Que no nos veamos a menos de que sea necesario... cuando requieras que haga un trabajo para ti— no lo planteo con un tono interrogante, pero es una pregunta abierta para saber si entendí lo que dijo. —Esa es la única necesidad real que hay entre nosotros— apunto. Así lo venimos llevando hasta ahora, en el ministerio nunca actuamos como si nos conociéramos salvo mis últimas visitas a su oficina, y como nuestras reuniones eran ocasionales, el resto de los días podíamos olvidarnos de la existencia del otro. Como lo hacía en esas ocasiones, puedo despedirme de él cuando me vaya de su casa sin tener idea de cuando volveré a verlo y estaré bien con eso. Su tacto y su voz calman mi inquietud y puedo relajarme al avance de sus labios por la piel de mi garganta.

No lo hagas— ruego, oponiéndome a sus tres palabras que anticipan que dirá algo que no quiero oír. Hace estragos en mi mente con su voz que logra llegar a cada recoveco, incitando a los mismos miedos que acababa de serenar, y no entiendo por qué lo hace, ni cómo lo hace, porque no deja de tocarme y no quiero que deje de hacerlo, mientras desliza en mí esas palabras que pueden ser tan dañinas como una toxina para mis neuronas. Pareciera que pretende que lo refute, sabiendo que mi primera reacción es siempre apartarme, y lo hace convencido de que no me iré, porque no puedo. Porque me prendo de sus labios en un beso que es una nueva tentativa, mis brazos se cierran alrededor de su cuello. —Si así fuera, sería un problema mío— contesto, asumiendo que tengo una naturaleza emocional. —Me alivia saber que no es algo que a ti pueda inquietarte, el «sentir demasiado». Eso lo hace más fácil— lo digo con simplicidad, mi mirada un poco más limpia que hace un rato, un nuevo tipo de serenidad me embarga. —Porque entonces no debo preocuparte por ti. No se trata de mí, que yo se lidiar con mis emociones. Es bueno saber que no debo preocuparme por las tuyas— digo y acaricio su nuca, envuelvo los mechones castaños entre mis dedos y miro por encima de su hombro a la nada. —Yo sé que puedo arreglarme a mí misma las veces que haga falta después de que algo me sacuda, porque lo hice otras veces. Me preocupo más por los demás…— deslizo una mano hasta colocarla sobre su pecho. Lo miro, trato de encontrar en sus rasgos la misma certeza que tuve al conocerlo. —Por ti no, nunca. Supongo que lo supe siempre. Esto no va a afectarte y por eso es posible— murmuro.
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