OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
Cierre de Temas
The Mighty Fall
Registro General
Erik Haywood
It's a matter of blood [0.4]
Laurence B. Dickens
The Langdons [0.2]
Phoenix D. Langdon
Band of Blood [2.4]
Phoenix D. Langdon
Family with no name — 0-4
Birdie É. Barlowe
Little bróðir — 0.1
Syver A. Nygaard
Williams, Ezra Avery
The Mighty Fall
Gallagher, Cillian Brennan
The Mighty Fall
ÚLTIMOS
TEMAS
TEMAS
Muggles & Squibs
5000 G
5000 G
Extranjeros
4000 G
4000 G
Miembros de Defensa
5000 G
5000 G
Estudiantes
4000 G
4000 G
Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
01.09¿Quieren crearse un nuevo personaje? Aquí pueden encontrar las búsquedas de nuestros usuarios.
31.03No olviden revisar sus MP y pasar por el boletín oficial para ponerse al día con los sucesos de Neopanem.
31.03¡Hay nuevas habilidades disponibles! Podrán leer más sobre ellas aquí.
31.03Estudiantes, ¡los estamos buscando! Pasen a revisar nuestra nueva búsqueda Aquí.
2 participantes
Tenía que admitir que, si dejaba de lado la desastrosa y fatídica tarde de la ducha y el postre de chocolate, no podía decir que algo hubiese cambiado. Incluso las pocas tareas extra que tenía como ‘castigo’ eran sencillas y fáciles de hacer, y me encontraba con más tiempo libre en las manos del que estaba acostumbrado a tener. Bueno, libre como quien dice libre… no, pero podía demorar más en algunas cosas, y no tenía las constantes órdenes de Hero en el oído porque últimamente había decidido que era mejor no estar cerca mío bajo ningún tipo de circunstancia.
La única rutina que venía siguiendo sin faltar una vez, era la del libro de cocina con las mil recetas. Sin importar qué tuviese en el medio, a media tarde trataba de estar libre para poder elegir un nuevo postre que preparar, y así dejarlo listo para cuando mi dueña llegase. Claro que desde hace unos días venía haciendo que lo llevase un elfo doméstico, pero el postre estaba sin falta y, aunque no me gustase presumir, me quedaban bastante bien. Hasta hoy. Era la segunda vez que trataba de hacer la masa del pan con nueces y no importaba qué hiciera, no lograba que el engrudo levara. No me había equivocado, estaba seguro de haber seguido la receta de pies a cabeza, pero no había caso… La masa seguía teniendo el mismo tamaño y contextura que tenía hace quince minutos, y yo estaba empezando a desesperarme. Lo peor es que a estas horas solo había una persona con los conocimientos de cocina suficientes para poder darme una mano y, llámenme cobarde, pero no quería acudir como un idiota a pedir consejo a Celestine. No había nada más encantador que mostrarte ante la chica que te gusta como un completo inútil que no sabe hacer algo tan sencillo como cocinar un poco de pan.
No quería, de verdad no quería acudir a ella; pero al ver la masa amorfa y plana descansar sobre el mármol templado, decidí que no tenía más opción que tragarme mi orgullo y rogar que no se me enreden las palabras en la lengua como si tuviese trece años. Suspirando desde el fondo de mis pulmones, dejo el palo de amasar que tenía en las manos y me sacudo las mismas contra el delantal para sacarme el rastro de harina que queda en ellas antes de dirigirme al cuarto contiguo. No tenemos puertas aquí en las cocinas, así que simplemente golpeo contra la pared y me aclaro la garganta al verla en la habitación. - Hola Celestine, disculpa que te interrumpa pero… - Mierda, ¿podía no sonar como un nene de doce años? - Eh… Estoy con una receta y no puedo hacer que haga lo que quiero. ¿Podría pedirte una mano? ¿Has hecho pan con nueces antes, no? - Bien, no había caso, un elfo doméstico tenía más habilidad social que yo, claramente.
La única rutina que venía siguiendo sin faltar una vez, era la del libro de cocina con las mil recetas. Sin importar qué tuviese en el medio, a media tarde trataba de estar libre para poder elegir un nuevo postre que preparar, y así dejarlo listo para cuando mi dueña llegase. Claro que desde hace unos días venía haciendo que lo llevase un elfo doméstico, pero el postre estaba sin falta y, aunque no me gustase presumir, me quedaban bastante bien. Hasta hoy. Era la segunda vez que trataba de hacer la masa del pan con nueces y no importaba qué hiciera, no lograba que el engrudo levara. No me había equivocado, estaba seguro de haber seguido la receta de pies a cabeza, pero no había caso… La masa seguía teniendo el mismo tamaño y contextura que tenía hace quince minutos, y yo estaba empezando a desesperarme. Lo peor es que a estas horas solo había una persona con los conocimientos de cocina suficientes para poder darme una mano y, llámenme cobarde, pero no quería acudir como un idiota a pedir consejo a Celestine. No había nada más encantador que mostrarte ante la chica que te gusta como un completo inútil que no sabe hacer algo tan sencillo como cocinar un poco de pan.
No quería, de verdad no quería acudir a ella; pero al ver la masa amorfa y plana descansar sobre el mármol templado, decidí que no tenía más opción que tragarme mi orgullo y rogar que no se me enreden las palabras en la lengua como si tuviese trece años. Suspirando desde el fondo de mis pulmones, dejo el palo de amasar que tenía en las manos y me sacudo las mismas contra el delantal para sacarme el rastro de harina que queda en ellas antes de dirigirme al cuarto contiguo. No tenemos puertas aquí en las cocinas, así que simplemente golpeo contra la pared y me aclaro la garganta al verla en la habitación. - Hola Celestine, disculpa que te interrumpa pero… - Mierda, ¿podía no sonar como un nene de doce años? - Eh… Estoy con una receta y no puedo hacer que haga lo que quiero. ¿Podría pedirte una mano? ¿Has hecho pan con nueces antes, no? - Bien, no había caso, un elfo doméstico tenía más habilidad social que yo, claramente.
Las tardes solían ser más tranquilas, habiendo transcurrido el almuerzo y ya hechas las compras en la mañana solían ser un espacio de pseudo descanso para los que sabían administrar su tiempo. Si bien Celestine no era del tipo de esclavos holgazán sí gustaba de disponer su propio tiempo para sí misma, era uno de los momentos más agradables del día y le gustaba tararear y soñar mientras las manecillas del reloj la iban devolviendo a la realidad; pero en lo que demoraban en llegar el aire invadía sus pensamientos e imaginaba cosas como lo bonito que sería saber tocar un instrumento musical… O tener la habilidad de hacerlos sonar por sí solos, como los magos.
Ser una bruja no solía estar entre sus fantasías, en principio porque no le gustaba la sensación que la embargaba tras la idea y, en segundo, porque prefería soñar con posibilidades, las cosas imposibles no le hacen bien al corazón. Sin embargo sí que soñaba con la música porque de todas las cosas que no tenía, era eso lo único que Celestine se atrevía a admitir desear. Solo un poco de música.
Y por eso, mientras estaba sola en las cocinas, tarareaba.
Con cuidado ataba en un ramo el último obsequio de su pasado amor para colgarlo junto a las demás especias en el armario de la cocina. El olor de las fresias de primavera sin dudas sería un hermoso detalle para su ropa y, a día de hoy, podía decir que eso era lo mejor que le dejaban sus romances. No era nada original, por supuesto, eso de regalar flores, pero eran una de las cosas que simplemente le hacían feliz y al secalras todavía podía conservar el aroma de las flores para perfumar sus prendas. Incluso sabiendo exactamente a qué jardín habían pertenecido esas fresias le gustaba pensar que al menos por el breve instante que duraran sus vidas le pertenecían a ella y solo a ella.
En eso se encontraba cuando escuchó los golpecitos, un gesto tan dulce como el joven que acababa de ingresar a la pequeña sala que usaban como alacena: su santuario. Era el lugar más tranquilo en toda la casa, atiborrado de suministros para elaborar o servir en cada una de las comidas y era su deber mantenerlo aseado y abastecido apropiadamente. El olor a especias enloquecía los sentidos en cada rincón y aunque no estaba del todo bien iluminado tenía cierto encanto hogareño que no poseía el resto de habitaciones lujosas de la residencia.
Saludó al joven con una sonrisa y no lo interrumpió hasta que hubo terminado lo que sea que iba a pedirle, ¿no era él verdaderamente dulce? Le parecía una excelente opción como esclavo, era joven y de buen ver, atento y muy amable, todo lo que podía pedirse para la compañía de una pequeña bruja.
—¿Qué es lo que quieres que haga el pobre pan, Sage? ¿Que baile y cante? —Bromeó y, con delicadeza, dejó el ramo de fresias colgado junto al laurel—. ¿Las nueces se te asientan en el fondo y no consigues darle una consistencia más integrada? Solía pasarme eso al inicio… —Caminó hacia el chico con una sonrisa y lo tomó del brazo—. Preséntame a tu pan de nuez, seguro que tiene solución —y luego de un instante añadió—, ¿disfrutas de la cocina o hay alguna otra razón para querer hacerlo personalmente?
Había visto su esmero en preparar toda clase de cosas cada tarde y jamás había tenido oportunidad de indagar aunque en las cocinas circulaban algunas teorías y apuestas al respecto. El chisme era el principal pasatiempo del esclavo y aunque no es que sobrara tiempo para aburrirse siempre había suficiente para la curiosidad.
Ser una bruja no solía estar entre sus fantasías, en principio porque no le gustaba la sensación que la embargaba tras la idea y, en segundo, porque prefería soñar con posibilidades, las cosas imposibles no le hacen bien al corazón. Sin embargo sí que soñaba con la música porque de todas las cosas que no tenía, era eso lo único que Celestine se atrevía a admitir desear. Solo un poco de música.
Y por eso, mientras estaba sola en las cocinas, tarareaba.
Con cuidado ataba en un ramo el último obsequio de su pasado amor para colgarlo junto a las demás especias en el armario de la cocina. El olor de las fresias de primavera sin dudas sería un hermoso detalle para su ropa y, a día de hoy, podía decir que eso era lo mejor que le dejaban sus romances. No era nada original, por supuesto, eso de regalar flores, pero eran una de las cosas que simplemente le hacían feliz y al secalras todavía podía conservar el aroma de las flores para perfumar sus prendas. Incluso sabiendo exactamente a qué jardín habían pertenecido esas fresias le gustaba pensar que al menos por el breve instante que duraran sus vidas le pertenecían a ella y solo a ella.
En eso se encontraba cuando escuchó los golpecitos, un gesto tan dulce como el joven que acababa de ingresar a la pequeña sala que usaban como alacena: su santuario. Era el lugar más tranquilo en toda la casa, atiborrado de suministros para elaborar o servir en cada una de las comidas y era su deber mantenerlo aseado y abastecido apropiadamente. El olor a especias enloquecía los sentidos en cada rincón y aunque no estaba del todo bien iluminado tenía cierto encanto hogareño que no poseía el resto de habitaciones lujosas de la residencia.
Saludó al joven con una sonrisa y no lo interrumpió hasta que hubo terminado lo que sea que iba a pedirle, ¿no era él verdaderamente dulce? Le parecía una excelente opción como esclavo, era joven y de buen ver, atento y muy amable, todo lo que podía pedirse para la compañía de una pequeña bruja.
—¿Qué es lo que quieres que haga el pobre pan, Sage? ¿Que baile y cante? —Bromeó y, con delicadeza, dejó el ramo de fresias colgado junto al laurel—. ¿Las nueces se te asientan en el fondo y no consigues darle una consistencia más integrada? Solía pasarme eso al inicio… —Caminó hacia el chico con una sonrisa y lo tomó del brazo—. Preséntame a tu pan de nuez, seguro que tiene solución —y luego de un instante añadió—, ¿disfrutas de la cocina o hay alguna otra razón para querer hacerlo personalmente?
Había visto su esmero en preparar toda clase de cosas cada tarde y jamás había tenido oportunidad de indagar aunque en las cocinas circulaban algunas teorías y apuestas al respecto. El chisme era el principal pasatiempo del esclavo y aunque no es que sobrara tiempo para aburrirse siempre había suficiente para la curiosidad.
Icono :
¿Que baile y cante? No era justo que además de sonreírme, bromeara conmigo; no tenía los nervios suficientes para comportarme de manera coherente ante sus expresiones y terminaba por estrujar el borde de mi delantal solo para hacer algo con las manos y no soltar alguna estupidez que me dejase en completo ridículo. - ¿Eso puede pasar? - Me distrae su comentario. - Todavía no he tratado de hornearlo, estoy siguiendo la receta y dice que debo dejarlo reposar por diez minutos para que leve, pero el muy obstinado se niega y sigue teniendo el mismo tamaño de siempre. - Al menos la comida es un tema seguro, y puedo hablar sin que se me enrede la lengua… y casi sin que mi vista vaya a sus piernas.
Oh, vamos; no era ningún santo. Pero una cosa era mirarle las kilométricas piernas a la vecina, sabiendo que no podría jamás ni hablar media palabra delante de ella sin su consentimiento; y otra diferente era mirárselas a Celestine, quien me gustaba por más que su cara bonita. Ella era una de esas personas que no le podían caer mal a nadie, siempre con una palabra amable y un gesto tranquilo. Jamás en mis tres años de trabajar en esta casa me había tratado de mala manera, y eso era más de lo que podía decir de cualquiera. Claro que también estaba el detalle de que podía contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que habíamos hablado por más de tres minutos consecutivos, pero ese no era el punto.
Tratando de no sonrojarme cuando me toma del brazo, doy media vuelta y me encamino con ella hacia la mesada donde descansa la masa del pan mientras pienso por unos segundos en su pregunta. - No sé si disfruto de la cocina en sí. Se me da bien, y me relaja. Pero lo que más me gusta es tener algo que hacer, supongo. - No estaba seguro de que hubiese algo que me gustase hacer de verdad, además de comer, y tampoco perdía el sueño por eso. - Fue cosa de Hero. - Me excuso sin darme cuenta de que he llamado a la hija de la Ministra por su nombre de pila.
Menos mal que no había nadie más que ella cerca, porque no sería nada bueno que me escuchasen llamar a la pelirroja de otra forma que no fuese “joven Niniadis”, “ama”, “dueña” o alguno de los tantos honoríficos que podía tener una muchacha de su clase social. Si Jamie Niniadis me escuchaba, tendría que considerarme afortunado si mi destino era el mercado de esclavos siquiera.
- Aquí lo tienes. Una causa perdida ya lo ves. - le señalo la masa con la mano que tengo libre y una expresión divertida en el rostro. No creo que sea una causa completamente perdida, no si Celestine logra descubrir lo que hice mal. - ¿Tu diagnóstico? Y sí, me aseguré de ponerle levadura esta vez. - Lo había chequeado dos veces incluso, antes de dejar la masa reposando.
Me aparto unos pasos al costado para que revise tranquila, y aprovecho esos momentos para rearmar el gorro improvisado que he armado con uno de los pañuelos de cocina. - ¿Y tú? Siempre te veo tarareando o sonriendo cuando estás en la cocina. ¿Tú sí disfrutas de esto? - Consulto. Porque es una duda válida, tiene tanta buena energía a veces, que no me sorprendería si me dijese que no le gusta cocinar pero busca esmerarse de todas formas, o algo así. - No es que sean muchas las veces que pueda probar lo que haces, pero déjame decirte… cocinas muy bien. - Y sí, he sonado nuevamente como un niño de doce, pero no podía mentir en ese aspecto. Eran pocas las veces en las que nos dejaban probar las sobras, pero cuando lo hacíamos… ufff. No me sorprendía que la muchacha llevase tanto tiempo aquí.
Oh, vamos; no era ningún santo. Pero una cosa era mirarle las kilométricas piernas a la vecina, sabiendo que no podría jamás ni hablar media palabra delante de ella sin su consentimiento; y otra diferente era mirárselas a Celestine, quien me gustaba por más que su cara bonita. Ella era una de esas personas que no le podían caer mal a nadie, siempre con una palabra amable y un gesto tranquilo. Jamás en mis tres años de trabajar en esta casa me había tratado de mala manera, y eso era más de lo que podía decir de cualquiera. Claro que también estaba el detalle de que podía contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que habíamos hablado por más de tres minutos consecutivos, pero ese no era el punto.
Tratando de no sonrojarme cuando me toma del brazo, doy media vuelta y me encamino con ella hacia la mesada donde descansa la masa del pan mientras pienso por unos segundos en su pregunta. - No sé si disfruto de la cocina en sí. Se me da bien, y me relaja. Pero lo que más me gusta es tener algo que hacer, supongo. - No estaba seguro de que hubiese algo que me gustase hacer de verdad, además de comer, y tampoco perdía el sueño por eso. - Fue cosa de Hero. - Me excuso sin darme cuenta de que he llamado a la hija de la Ministra por su nombre de pila.
Menos mal que no había nadie más que ella cerca, porque no sería nada bueno que me escuchasen llamar a la pelirroja de otra forma que no fuese “joven Niniadis”, “ama”, “dueña” o alguno de los tantos honoríficos que podía tener una muchacha de su clase social. Si Jamie Niniadis me escuchaba, tendría que considerarme afortunado si mi destino era el mercado de esclavos siquiera.
- Aquí lo tienes. Una causa perdida ya lo ves. - le señalo la masa con la mano que tengo libre y una expresión divertida en el rostro. No creo que sea una causa completamente perdida, no si Celestine logra descubrir lo que hice mal. - ¿Tu diagnóstico? Y sí, me aseguré de ponerle levadura esta vez. - Lo había chequeado dos veces incluso, antes de dejar la masa reposando.
Me aparto unos pasos al costado para que revise tranquila, y aprovecho esos momentos para rearmar el gorro improvisado que he armado con uno de los pañuelos de cocina. - ¿Y tú? Siempre te veo tarareando o sonriendo cuando estás en la cocina. ¿Tú sí disfrutas de esto? - Consulto. Porque es una duda válida, tiene tanta buena energía a veces, que no me sorprendería si me dijese que no le gusta cocinar pero busca esmerarse de todas formas, o algo así. - No es que sean muchas las veces que pueda probar lo que haces, pero déjame decirte… cocinas muy bien. - Y sí, he sonado nuevamente como un niño de doce, pero no podía mentir en ese aspecto. Eran pocas las veces en las que nos dejaban probar las sobras, pero cuando lo hacíamos… ufff. No me sorprendía que la muchacha llevase tanto tiempo aquí.
Sonríe indulgente ante la pregunta del joven sin darle una respuesta apresurada o jactarse de la ignorancia del otro y mucho menos de su propio conocimiento. En cambio se deja guiar por él hasta su lugar de trabajo mientras disfruta de la conversación casual a la cual sin dudas pone más interés que al susodicho pan.
Escucha con atención las palabras del otro sin interrumpirlo y sin que su rostro transmitiera ninguna impresión acerca de lo que sucedía dentro de su cabeza. Desde luego no pasó inadvertida la forma tan personal en la cual el esclavo se refirió a su ama así que por un momento tuvo que admitir que aquellos que apostaban por un enamoramiento tenían ciertos puntos a favor. Tampoco pasaba desapercibida la cercanía con que dueña y esclavo se trataban y aunque los chismes tendían a exagerar nunca salían completamente de la nada.
Finalmente sus pensamientos acerca de relaciones indiscretas y prohibidas cesaron cuando vio la masa informe del proyecto de pan. Una fina arruga se manifestó en la frente de la joven esclava que deslizó su agarre del brazo del otro para inspeccionar la masa, primero con la vista y luego con el tacto.
—No es una causa perdida. Me parece que necesita un poco más de harina y volver a amasar. ¿Qué tanta levadura usaste? —No le parecía que la masa estuviera mal, solo un poco pegajosa, así que sonrió y le dio unos golpecitos en la espalda para animarlo—. ¿Quieres que sea tu asistente?
Se deslizó por la cocina mientras escuchaba cómo Sage le devolvía su propia pregunta. Apreciaba que el chico fuera sensato y, al igual que ella, pareciera de alguna manera estar conforme con su propia existencia allí. Removió en la despensa y regresó con un recipiente lleno de harina en la mano.
—Oh, qué lindo eres, aprecio ese cumplido —dejó la harina a su alcance y la sonrisa volvió a instalarse en sus labios—. Me parece entretenido y saber que se me da bien hace que lo disfrute mucho más —por supuesto no mencionó lo rápidas que pasaban las horas en la cocina y la poca interacción que tenía con los amos en aquel santuario propio—. Pero ya que lo preguntas —añadió en un tono confidencial—, lo que hace verdaderamente divertida la cocina sin duda es la música.
Tras decir eso Celestine comenzó a tararear una melodía que creía haber inventado pero que posiblemente hubiera distorsionado de algo que había escuchado alguna vez. Le gustaba sostener esa imagen de felicidad aunque hubieran días complicados donde solo pudiera conformarse con que fuera solo una imagen.
Escucha con atención las palabras del otro sin interrumpirlo y sin que su rostro transmitiera ninguna impresión acerca de lo que sucedía dentro de su cabeza. Desde luego no pasó inadvertida la forma tan personal en la cual el esclavo se refirió a su ama así que por un momento tuvo que admitir que aquellos que apostaban por un enamoramiento tenían ciertos puntos a favor. Tampoco pasaba desapercibida la cercanía con que dueña y esclavo se trataban y aunque los chismes tendían a exagerar nunca salían completamente de la nada.
Finalmente sus pensamientos acerca de relaciones indiscretas y prohibidas cesaron cuando vio la masa informe del proyecto de pan. Una fina arruga se manifestó en la frente de la joven esclava que deslizó su agarre del brazo del otro para inspeccionar la masa, primero con la vista y luego con el tacto.
—No es una causa perdida. Me parece que necesita un poco más de harina y volver a amasar. ¿Qué tanta levadura usaste? —No le parecía que la masa estuviera mal, solo un poco pegajosa, así que sonrió y le dio unos golpecitos en la espalda para animarlo—. ¿Quieres que sea tu asistente?
Se deslizó por la cocina mientras escuchaba cómo Sage le devolvía su propia pregunta. Apreciaba que el chico fuera sensato y, al igual que ella, pareciera de alguna manera estar conforme con su propia existencia allí. Removió en la despensa y regresó con un recipiente lleno de harina en la mano.
—Oh, qué lindo eres, aprecio ese cumplido —dejó la harina a su alcance y la sonrisa volvió a instalarse en sus labios—. Me parece entretenido y saber que se me da bien hace que lo disfrute mucho más —por supuesto no mencionó lo rápidas que pasaban las horas en la cocina y la poca interacción que tenía con los amos en aquel santuario propio—. Pero ya que lo preguntas —añadió en un tono confidencial—, lo que hace verdaderamente divertida la cocina sin duda es la música.
Tras decir eso Celestine comenzó a tararear una melodía que creía haber inventado pero que posiblemente hubiera distorsionado de algo que había escuchado alguna vez. Le gustaba sostener esa imagen de felicidad aunque hubieran días complicados donde solo pudiera conformarse con que fuera solo una imagen.
Icono :
- Mmm… lo que dice la receta. - Contesto dudoso, más que nada porque su pregunta me hace dudar. Como si una alarma en mi cabeza sonara queriéndome advertir de algo, pero no estoy seguro de qué. Había medido todo con suma cautela. Siendo que era la segunda vez que trataba de hacer el pan, y reparando que la primera vez era la falta de levadura lo que me había llevado al fracaso, esta vez había revisado al menos dos veces que no le falta… ohhhh. - Creo que está la posibilidad de que sea el doble de lo que dice la receta. - Siento como el rubor sube a mis mejillas y me llevo la mano a la nuca, rascando allí con un gesto nervioso pero familiar.
Las palmadas que me propina en la espalda tienen el efecto contrario al que creo que quiere brindar, y termino sintiendo el peso de mi inutilidad en cada golpecito, como si de patas de elefante se tratasen. Era obvio que solamente yo era capaz de equivocarme una vez, para luego equivocarme de la manera más estúpida al tratar de enmendar mi error inicial. - No, no hace falta, digo… No quiero molestarte, seguro tienes otras cosas que hacer. Si me dices que con un poco más de harina se soluciona. - Pa-té-ti-co. Era completamente patético.
Claro que no me hace caso y, para mi mortificación, ni siquiera salen las palabras de mi boca para detenerla cuando en cuestión de segundos ya aparece con un recipiente cargado de harina. - Yo… gracias. - Y no me molestaría dejar de balbucear en algún momento, eh. No parecer un idiota, ¿tal vez? Pero como la vida, y al parecer Celestine también, tiene un sentido de la tortura casi macabro, decide que el momento en el que agarro el recipiente para poder espolvorear un poco del polvo sobre el pan, es el momento adecuado para decirme “lindo”. Tengo que hacer un esfuerzo monumental para que la harina no se vierta por completo sobre la mesada y, malabares aparte, esta vez no hay forma de disimular el rubor de mi cara. ¿Si prendo el horno tal vez? Hacía falta precalentarlo, ¿no? Miro hacia el cacharro de metal y la pequeña luz roja indica que efectivamente, está encendido. ¡Genial! Tenía una excusa al menos.
- Como dije, siempre te escuché tararear, pero creí que era algo más bien inconsciente… No sabía que te gustase tanto. - Yo solo sabía fragmentos de canciones que cantaban por el mercado de esclavos, y no me gustaba cantar para otros. Más cuando no estaba seguro de que fueran las palabras correctas, ya que algunas de las canciones estaban en otros idiomas.
Me dejo llevar por el leve ritmo de lo que sea que está tarareando, sin darme cuenta que me he quedado a medio camino, taza de harina en mano, y masa pegajosa en la otra. Cuando lo noto, sin embargo, espolvoreo lo que considero es una cantidad adecuada y me pongo a amasar, casi haciendo bailar el engrudo al compás de la canción de Celestine. - ¿Siempre te gustó la música? En el mercado una de las niñas vivía cantando una canción de cuna que le había cantado su madre cuando era bebé… - Yo por mi parte, no tenía recuerdo alguno de canciones de cuna… o de mis padres si iba al caso. - Lo lamento, no tienes que responder si es un tema delicado o algo así. Hablé sin pensar.
Las palmadas que me propina en la espalda tienen el efecto contrario al que creo que quiere brindar, y termino sintiendo el peso de mi inutilidad en cada golpecito, como si de patas de elefante se tratasen. Era obvio que solamente yo era capaz de equivocarme una vez, para luego equivocarme de la manera más estúpida al tratar de enmendar mi error inicial. - No, no hace falta, digo… No quiero molestarte, seguro tienes otras cosas que hacer. Si me dices que con un poco más de harina se soluciona. - Pa-té-ti-co. Era completamente patético.
Claro que no me hace caso y, para mi mortificación, ni siquiera salen las palabras de mi boca para detenerla cuando en cuestión de segundos ya aparece con un recipiente cargado de harina. - Yo… gracias. - Y no me molestaría dejar de balbucear en algún momento, eh. No parecer un idiota, ¿tal vez? Pero como la vida, y al parecer Celestine también, tiene un sentido de la tortura casi macabro, decide que el momento en el que agarro el recipiente para poder espolvorear un poco del polvo sobre el pan, es el momento adecuado para decirme “lindo”. Tengo que hacer un esfuerzo monumental para que la harina no se vierta por completo sobre la mesada y, malabares aparte, esta vez no hay forma de disimular el rubor de mi cara. ¿Si prendo el horno tal vez? Hacía falta precalentarlo, ¿no? Miro hacia el cacharro de metal y la pequeña luz roja indica que efectivamente, está encendido. ¡Genial! Tenía una excusa al menos.
- Como dije, siempre te escuché tararear, pero creí que era algo más bien inconsciente… No sabía que te gustase tanto. - Yo solo sabía fragmentos de canciones que cantaban por el mercado de esclavos, y no me gustaba cantar para otros. Más cuando no estaba seguro de que fueran las palabras correctas, ya que algunas de las canciones estaban en otros idiomas.
Me dejo llevar por el leve ritmo de lo que sea que está tarareando, sin darme cuenta que me he quedado a medio camino, taza de harina en mano, y masa pegajosa en la otra. Cuando lo noto, sin embargo, espolvoreo lo que considero es una cantidad adecuada y me pongo a amasar, casi haciendo bailar el engrudo al compás de la canción de Celestine. - ¿Siempre te gustó la música? En el mercado una de las niñas vivía cantando una canción de cuna que le había cantado su madre cuando era bebé… - Yo por mi parte, no tenía recuerdo alguno de canciones de cuna… o de mis padres si iba al caso. - Lo lamento, no tienes que responder si es un tema delicado o algo así. Hablé sin pensar.
No es que no hubiera escuchado la protesta del otro pero Celestine sabía que más que negarse era solo una cuestión de orgullo varonil o tal vez solo estaba siendo amable, en cualquier caso, si realmente quisiera hacer el postre por sí mismo confiaba en que se lo haría saber. Tal y como esperaba, no lo hizo y, en cambio, permitió que lo ayudara, dándole la oportunidad de saber más acerca del chisme sobre él y Hero Niniadis que circulaba entre los esclavos hacía poco tiempo.
Todo en la actitud de Sage le hacía pensar en un cachorro rescatado, casi como si tuviera miedo a la vida; su actitud sumisa, incluso con ella que estaba en el mismo estrato social, a veces la desconcertaba. ¿Tal vez le daba miedo? ¿Qué chismes circularían sobre ella que pudiera desconocer? Sabía que aparte de ser buena en las cocinas y algún que otro romance ocasional casi que no había nada más que contar acerca de ella... ¿o sí?
La mente de la chica se pierde en estas cavilaciones mientras observa el movimiento de las manos del joven esclavo. Si sus pensamientos la preocupan o solo la entretienen sería difícil saberlo solo con mirarla. Finalmente las palabras del otro ponen fin a sus divagaciones y su mirada se desvía desde sus manos a su rostro por puro reflejo.
—¿Por qué sería un tema delicado la música? —Inquiere, regalándole un guiño—. A mí me gustaría saber tocar un instrumento, aunque no decido cuál de todos me gusta más... —Comenta, volviendo a desiar la mirada—. A veces, cuando escucho una canción nueva me gusta intentar separar los sonidos y adivinar qué instrumentos están tocando.
Sonríe, más para sí misma que para su compañero, no se preguntaba si alguna vez aprenderá a usar una guitarra o una flauta, tampoco desea tener una para sí misma, solo se conformaba con tener ese sueño y deleitarse con su gusto por la música. Con frecuencia solo eso basta para hacerla sentir lo suficientemente feliz.
De pronto suspira y hunde dos de sus dedos en la masa para luego asentir, bastante conforme con el producto, tal y como dijo, no era un asunto perdido. Entonces recordó el rumor que le interesa y humedece sus labios antes de intentar indagar.
—El trato entre tú y tu ama ha cambiado un poco, ¿no? —Comienza a decir, volviendo a clavar su mirada en el otro—. No me sorprende, con lo dulce que eres seguro le ablandaste el corazón... —Aventura con una sonrisa—. ¿O es por otra razón?
Todo en la actitud de Sage le hacía pensar en un cachorro rescatado, casi como si tuviera miedo a la vida; su actitud sumisa, incluso con ella que estaba en el mismo estrato social, a veces la desconcertaba. ¿Tal vez le daba miedo? ¿Qué chismes circularían sobre ella que pudiera desconocer? Sabía que aparte de ser buena en las cocinas y algún que otro romance ocasional casi que no había nada más que contar acerca de ella... ¿o sí?
La mente de la chica se pierde en estas cavilaciones mientras observa el movimiento de las manos del joven esclavo. Si sus pensamientos la preocupan o solo la entretienen sería difícil saberlo solo con mirarla. Finalmente las palabras del otro ponen fin a sus divagaciones y su mirada se desvía desde sus manos a su rostro por puro reflejo.
—¿Por qué sería un tema delicado la música? —Inquiere, regalándole un guiño—. A mí me gustaría saber tocar un instrumento, aunque no decido cuál de todos me gusta más... —Comenta, volviendo a desiar la mirada—. A veces, cuando escucho una canción nueva me gusta intentar separar los sonidos y adivinar qué instrumentos están tocando.
Sonríe, más para sí misma que para su compañero, no se preguntaba si alguna vez aprenderá a usar una guitarra o una flauta, tampoco desea tener una para sí misma, solo se conformaba con tener ese sueño y deleitarse con su gusto por la música. Con frecuencia solo eso basta para hacerla sentir lo suficientemente feliz.
De pronto suspira y hunde dos de sus dedos en la masa para luego asentir, bastante conforme con el producto, tal y como dijo, no era un asunto perdido. Entonces recordó el rumor que le interesa y humedece sus labios antes de intentar indagar.
—El trato entre tú y tu ama ha cambiado un poco, ¿no? —Comienza a decir, volviendo a clavar su mirada en el otro—. No me sorprende, con lo dulce que eres seguro le ablandaste el corazón... —Aventura con una sonrisa—. ¿O es por otra razón?
Icono :
Me encojo de hombros y sigo amasando en cuanto me pregunta, no sé que responderle. No es que la música en sí sea un tema delicado, pero no es que fuera un excelente conversador. - No sé si delicado. Pero por ahí tienes tus reservas… - trato de explicar, bastante vago mientras em concentro en estirar, juntar y maniobrar la masa del pan que quería realizar. Admito que esta vez se asemeja un poco más a los panes que he hecho con anterioridad, y me alivia el saber que, pese a mi idiotez, no tendré que hacer todo de nuevo. Tendría que ver como le agradecía a Celestine.
¿Separar los sonidos? Nunca lo había pensado de esa forma. - No sabía que se podía analizar tanto la música, o al menos, nunca lo había intentado. De entre todas las cosas que había encontrado como hobbies dentro de esta vida limitada, la música en sí no había sido uno de ellos. Prefería la historia detrás de las canciones, las palabras en sí mismas, los posibles idiomas… Tal vez podría encontrar el sentido de ello. - Algún día tendrás que enseñarme a hacerlo. Se diferenciar el piano de la guitarra, no mucho más que eso. - Le pido como favor. Cuantas más cosas uno descubra para pasar el día, mejor.
Dejo la masa quieta y, cuando la muchacha da el visto bueno con un leve asentimiento de cabeza, busco cómo taparla con cuidado para ver si esta vez sí logra levar como corresponde. En el mientras, recuerdo la mermelada que he dejado en la heladera y me apresuro a buscarla para que vaya ganando algo de temperatura. Si el pan va a estar caliente, no tiene sentido que la mermelada esté helada.
- ¿Qué le ablandé qué? - Tengo que sostener el frasco con las dos manos para que no se estrelle contra el piso con la sorpresiva pregunta de Celestine, aunque poco me falta para caerme yo al piso de la impresión. - ¿De dónde sacas esas ideas? ¿Acaso conoces a Hero? - aunque el llamarla por su nombre de pila no ayudaba a mi caso, no podía evitarlo al estar en shock. La pelirroja seguía estando igual de demandante y tan quisquillosa como siempre, no entendía de dónde sacaba eso de que… porque, no era cierto. ¿No? ¿o sí?, en parte tenía que admitir que ya no tenía que evitar rodar los ojos cada dos por tres al tratar con ella, pero no es que nuestro trato hubiese cambiado. - ¿A qué te refieres con otra cosa?- Busco que me aclare la duda mientras trato de no analizar cada una de las últimas interacciones que hemos tenido. Sí claro, podía ser que hubiese jugado con una idea aquella fatídica tarde del postre, pero había sido solo una idea absurda al pasar. ¿No?
¿Separar los sonidos? Nunca lo había pensado de esa forma. - No sabía que se podía analizar tanto la música, o al menos, nunca lo había intentado. De entre todas las cosas que había encontrado como hobbies dentro de esta vida limitada, la música en sí no había sido uno de ellos. Prefería la historia detrás de las canciones, las palabras en sí mismas, los posibles idiomas… Tal vez podría encontrar el sentido de ello. - Algún día tendrás que enseñarme a hacerlo. Se diferenciar el piano de la guitarra, no mucho más que eso. - Le pido como favor. Cuantas más cosas uno descubra para pasar el día, mejor.
Dejo la masa quieta y, cuando la muchacha da el visto bueno con un leve asentimiento de cabeza, busco cómo taparla con cuidado para ver si esta vez sí logra levar como corresponde. En el mientras, recuerdo la mermelada que he dejado en la heladera y me apresuro a buscarla para que vaya ganando algo de temperatura. Si el pan va a estar caliente, no tiene sentido que la mermelada esté helada.
- ¿Qué le ablandé qué? - Tengo que sostener el frasco con las dos manos para que no se estrelle contra el piso con la sorpresiva pregunta de Celestine, aunque poco me falta para caerme yo al piso de la impresión. - ¿De dónde sacas esas ideas? ¿Acaso conoces a Hero? - aunque el llamarla por su nombre de pila no ayudaba a mi caso, no podía evitarlo al estar en shock. La pelirroja seguía estando igual de demandante y tan quisquillosa como siempre, no entendía de dónde sacaba eso de que… porque, no era cierto. ¿No? ¿o sí?, en parte tenía que admitir que ya no tenía que evitar rodar los ojos cada dos por tres al tratar con ella, pero no es que nuestro trato hubiese cambiado. - ¿A qué te refieres con otra cosa?- Busco que me aclare la duda mientras trato de no analizar cada una de las últimas interacciones que hemos tenido. Sí claro, podía ser que hubiese jugado con una idea aquella fatídica tarde del postre, pero había sido solo una idea absurda al pasar. ¿No?
2 participantes
No puedes responder a temas en este foro.