OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Recuerdo del primer mensaje :
Estúpido estómago, estúpido alcohol, estúpida mi mala suerte. Esta noche he tenido una reunión de negocios con un grupo de ejecutivos del distrito uno cuyas barrigas y botones tirantes siempre dejan bien en claro que salir con ellos es el equivalente a comer y beber como condenados, así que he llegado a mi casa con un mareo importante que provocó que me tropiece con la mitad de las cosas de mi sala de estar, a eso de la una de la madrugada. ¿Qué debatimos? Muchas cosas, pero ahora mismo la mitad de ellas se encuentran en una nebulosa y la verdad es que no podían importarme menos si consideramos como me da vueltas la cabeza. Lo peor empieza cuando me dejo caer, aún en traje, sobre mi cama. Un error garrafal.
Lo siguiente que sé es que estoy encogido sobre el inodoro de mi baño en suite y vomitando hasta las tripas, con el sonido de mi garganta haciendo eco entre el mármol. Es como si mis intestinos se hubiesen transformado en víboras y me tambaleo en cuclillas, notando el sudor helado pasar por mi nuca y frente. ¿Qué demonios he comido que me ha caído de esta manera? ¿O ha sido la mezcla con el alcohol excesivo? Estar ebrio no es algo que alguna vez me haya afectado, así que esto es terreno desconocido para mí. Al menos puedo agradecer que es esto y no me ha dado un ataque de diarrea.
No sé cuando me he quitado la corbata, pero la pateo cuando consigo ponerme de pie tambaleándome de un lado al otro hasta llegar al lavabo, donde escupo algunos restos junto a su desagradable sabor. El vistazo al espejo me da la imagen de un rostro pálido, ojeroso y un cabello despeinado, lo cual debe ser algo completamente penoso si lo combinamos con mi torso encogido hacia delante. Voy a matar al señor Kirke la próxima vez que me haga probar esa extraña mezcla de licores, lo juro. Abro y cierro los ojos en un intento de aclarar mi mente, ayudándome con el agua fría para mojarme la cara, la nuca y el pelo y paso a cepillarme con rapidez los dientes en un intento de sacarme el asqueroso gusto de la boca. Salgo del baño abrazado a mi abdomen y respiro con lentitud, tratando de encontrar una solución en un cerebro que no tiene idea ni de cómo me llamo ahora mismo. ¿Llamar a mis empleados? Hacer que salgan de su vivienda en los terrenos me da cierto repelús, especialmente porque creo que jamás he llegado así y no deseo que mi figura se vaya al tacho. ¿Qué otra opción tengo? Podría llamar a Josephine, pero soy su jefe y… no. ¿Phoebe? ¿Reynald? ¿Alguien? ¿Quién podría darme algo para calmar la conga de mi estómago? ¿Y qué es? ¿Mezcla o una infección estomacal?
No estoy seguro de qué estoy haciendo, pero en un abrir y cerrar de ojos he desaparecido de mi habitación y me tambaleo al aparecer en el porche de entrada de la mansión Leblanc. Toco el timbre con la frente apoyada en el marco de la puerta y ruego que algún elfo esté despierto para abrirme la puerta, aunque dudo que Eloise sea de aquellas que permiten que la servidumbre se quede después de la cena. Al final, abre la persona que no esperaba que lo hiciera y la que, en realidad, he venido a ver — Señorita Tremblay — mi voz es temblorosa y floja, muy diferente a su tono habitual, ese que intento imitar sin éxito alguno — Perdón la hora, pero me gustaría saber si tienes cinco minutos de tu tiempo. Es que… — ahí se fue mi dignidad. En ese mismo momento en el cual no puedo terminar de hablar porque me doblo sobre mí mismo y vomito a sus pies lo poco que ha quedado dentro de mi cuerpo, ignorando por completo lo largo de sus piernas en pijama. Que desperdicio.
Estúpido estómago, estúpido alcohol, estúpida mi mala suerte. Esta noche he tenido una reunión de negocios con un grupo de ejecutivos del distrito uno cuyas barrigas y botones tirantes siempre dejan bien en claro que salir con ellos es el equivalente a comer y beber como condenados, así que he llegado a mi casa con un mareo importante que provocó que me tropiece con la mitad de las cosas de mi sala de estar, a eso de la una de la madrugada. ¿Qué debatimos? Muchas cosas, pero ahora mismo la mitad de ellas se encuentran en una nebulosa y la verdad es que no podían importarme menos si consideramos como me da vueltas la cabeza. Lo peor empieza cuando me dejo caer, aún en traje, sobre mi cama. Un error garrafal.
Lo siguiente que sé es que estoy encogido sobre el inodoro de mi baño en suite y vomitando hasta las tripas, con el sonido de mi garganta haciendo eco entre el mármol. Es como si mis intestinos se hubiesen transformado en víboras y me tambaleo en cuclillas, notando el sudor helado pasar por mi nuca y frente. ¿Qué demonios he comido que me ha caído de esta manera? ¿O ha sido la mezcla con el alcohol excesivo? Estar ebrio no es algo que alguna vez me haya afectado, así que esto es terreno desconocido para mí. Al menos puedo agradecer que es esto y no me ha dado un ataque de diarrea.
No sé cuando me he quitado la corbata, pero la pateo cuando consigo ponerme de pie tambaleándome de un lado al otro hasta llegar al lavabo, donde escupo algunos restos junto a su desagradable sabor. El vistazo al espejo me da la imagen de un rostro pálido, ojeroso y un cabello despeinado, lo cual debe ser algo completamente penoso si lo combinamos con mi torso encogido hacia delante. Voy a matar al señor Kirke la próxima vez que me haga probar esa extraña mezcla de licores, lo juro. Abro y cierro los ojos en un intento de aclarar mi mente, ayudándome con el agua fría para mojarme la cara, la nuca y el pelo y paso a cepillarme con rapidez los dientes en un intento de sacarme el asqueroso gusto de la boca. Salgo del baño abrazado a mi abdomen y respiro con lentitud, tratando de encontrar una solución en un cerebro que no tiene idea ni de cómo me llamo ahora mismo. ¿Llamar a mis empleados? Hacer que salgan de su vivienda en los terrenos me da cierto repelús, especialmente porque creo que jamás he llegado así y no deseo que mi figura se vaya al tacho. ¿Qué otra opción tengo? Podría llamar a Josephine, pero soy su jefe y… no. ¿Phoebe? ¿Reynald? ¿Alguien? ¿Quién podría darme algo para calmar la conga de mi estómago? ¿Y qué es? ¿Mezcla o una infección estomacal?
No estoy seguro de qué estoy haciendo, pero en un abrir y cerrar de ojos he desaparecido de mi habitación y me tambaleo al aparecer en el porche de entrada de la mansión Leblanc. Toco el timbre con la frente apoyada en el marco de la puerta y ruego que algún elfo esté despierto para abrirme la puerta, aunque dudo que Eloise sea de aquellas que permiten que la servidumbre se quede después de la cena. Al final, abre la persona que no esperaba que lo hiciera y la que, en realidad, he venido a ver — Señorita Tremblay — mi voz es temblorosa y floja, muy diferente a su tono habitual, ese que intento imitar sin éxito alguno — Perdón la hora, pero me gustaría saber si tienes cinco minutos de tu tiempo. Es que… — ahí se fue mi dignidad. En ese mismo momento en el cual no puedo terminar de hablar porque me doblo sobre mí mismo y vomito a sus pies lo poco que ha quedado dentro de mi cuerpo, ignorando por completo lo largo de sus piernas en pijama. Que desperdicio.
Está bien, ahora sí que no sé que cara ponerle y creo que me vence la risa porque, si mantengo una expresión seria, me iré por las ramas — Eso hablaría muy mal de tu ética laboral — le contesto simplemente. Podría seguir con alguna otra broma, pero me recuerdo con quien estoy hablando y creo que es una suerte que traiga a su madre a colación, lo cual me hace debatir internamente en cómo sería su reacción — No sé si a ti, pero a mí siempre me ha escuchado sin problemas. Tengo suerte de que tu madre me respete lo suficiente como para confiar en mi palabra — y si yo digo que no le he puesto un dedo encima a su hija, es porque es verdad. No soy un mentiroso, aunque muchos crean lo contrario. El problema es que ellos toman el “manipular y maquillar la verdad” como si fuese una mentira. Amateurs.
No sé por qué se tarda tanto en hablar. Tal vez eso significa que no debería tener un momento de ebria filosofía con ella, pero cuando giro un poco la cabeza para chequear si se ha dormido, ella vuelve a dar su opinión. Lo bueno de todo esto, es que sé que está siendo franca. Es increíble, pero tomo lo que me dice, o al menos lo hago hasta que siento la patadita que me hace reír y devolverle el gesto por inercia, aunque un poco más suave — Lo disfruto, créeme — si no, no tendrían razones para empezar los rumores en primer lugar.
¿En qué momento la luz se volvió más tenue? ¿Se está preparando para dormir conmigo? Ahora sí. Creo que frunzo el entrecejo a pesar de que mis ojos parecen querer quedarse abiertos en momento de shock, tratando de recordar cuando fue la última vez que dormí con una mujer sin que pasara nada. Y… no, no lo recuerdo. — Si me lo preguntas, no. Me gusta la vida que llevo. No hay ataduras, no hay planteos ni peleas. Es mucho más simple y cómodo que cualquier relación estable… y mucho más excitante, si puedo ser sincero — no sé cómo es ella con sus relaciones, pero yo no tengo problema en ser honesto a pesar de que alguien más “conservador” pudiese tratarme de inmoral. Y ni hablemos del resto de los factores que hacen de mí la persona que soy. El político con dinero, respeto y poder, con el cual la gente sabe que no debe jugar. Es una reputación, sí, y cuesta llevarla. Me llevo un puño a la boca para carraspear — Pero es bueno saber que al menos alguien no me considera tan terrible — sé que, aunque no me esté viendo, puede descifrar mi sonrisa en el tono de mi voz.
Me obligo a cerrar los ojos, pero no puedo contenerme y abro uno para observarla de reojo — Ariadna. ¿Vas a dormir conmigo? — pregunto en un murmullo — Porque hace mucho no hago esto, así que debo advertirte que, si me despatarro y te pateo, es pura costumbre — solo por las dudas, hago lo que siempre opto por hacer cuando comparto cama, a pesar de la enorme diferencia de situación. Me acomodo bien lejos de ella, casi en el borde, y vuelvo a tratar de relajarme. De verdad, espero que Eloise no entre.
No sé por qué se tarda tanto en hablar. Tal vez eso significa que no debería tener un momento de ebria filosofía con ella, pero cuando giro un poco la cabeza para chequear si se ha dormido, ella vuelve a dar su opinión. Lo bueno de todo esto, es que sé que está siendo franca. Es increíble, pero tomo lo que me dice, o al menos lo hago hasta que siento la patadita que me hace reír y devolverle el gesto por inercia, aunque un poco más suave — Lo disfruto, créeme — si no, no tendrían razones para empezar los rumores en primer lugar.
¿En qué momento la luz se volvió más tenue? ¿Se está preparando para dormir conmigo? Ahora sí. Creo que frunzo el entrecejo a pesar de que mis ojos parecen querer quedarse abiertos en momento de shock, tratando de recordar cuando fue la última vez que dormí con una mujer sin que pasara nada. Y… no, no lo recuerdo. — Si me lo preguntas, no. Me gusta la vida que llevo. No hay ataduras, no hay planteos ni peleas. Es mucho más simple y cómodo que cualquier relación estable… y mucho más excitante, si puedo ser sincero — no sé cómo es ella con sus relaciones, pero yo no tengo problema en ser honesto a pesar de que alguien más “conservador” pudiese tratarme de inmoral. Y ni hablemos del resto de los factores que hacen de mí la persona que soy. El político con dinero, respeto y poder, con el cual la gente sabe que no debe jugar. Es una reputación, sí, y cuesta llevarla. Me llevo un puño a la boca para carraspear — Pero es bueno saber que al menos alguien no me considera tan terrible — sé que, aunque no me esté viendo, puede descifrar mi sonrisa en el tono de mi voz.
Me obligo a cerrar los ojos, pero no puedo contenerme y abro uno para observarla de reojo — Ariadna. ¿Vas a dormir conmigo? — pregunto en un murmullo — Porque hace mucho no hago esto, así que debo advertirte que, si me despatarro y te pateo, es pura costumbre — solo por las dudas, hago lo que siempre opto por hacer cuando comparto cama, a pesar de la enorme diferencia de situación. Me acomodo bien lejos de ella, casi en el borde, y vuelvo a tratar de relajarme. De verdad, espero que Eloise no entre.
La risa poco a poco se fue apagando, hasta terminar en un suave suspiro. Había arruinado el momento de diversión con aquel comentario y esperaba que Hans no notara cuanto le había afectado ¿Es así cómo era su madre con los demás? Ariadna estaba acostumbrada a su forma de ser, no conocía otra cosa, pero el saber que Eloise escuchaba y le tenías más respeto a su vecino que a su propia hija, algo la hería. —Mi ética laboral es perfecta, no sé si usted podrías decir lo mismo.— Decidió atacar por ese lado y dejar en el pasado lo demás.
No iba a pedirle mucho espacio al ministro, por lo cual acomodó las sábanas entre sus piernas, para que una quedara flexionada por encima de la otra. Así, sin quitarse si quiera la bata, volvió a intentar aplastar la almohada para conseguir la altura y forma deseada.
Si decir nada, murmuró una palabra en voz baja y la luz del velador se extingió, dejando a ambos en completa obscuridad. —No tienes ataduras, ni peleas, pero al final del día o cuando está enfermo y necesita que alguien le de una sopa, está solo.— Susurró, no de manera agresiva o reclamando, mas bien con una sonrisa sentida. Ella no tenía una vida perfecta, pero al menos podía conversar con su madre en la cena. —Y no señor Powell, los elfos en este caso no cuentan.— Bromeó para aligerar el ambiente.
—No se sienta tan bien, por la mañana el hechizo desaparecerá y volveré a creer que es un cerdo terrible con complejos de Don Juan.— La rubia, ya medio dormida, río y cubrió su boca antes de soltar un nuevo bostezo. Dios, en menos de 3 horas le esperaba un largo día dentro del hospital.
La nueva pregunta la toma por sorpresa y está segura de que él podría ver sus ojos abiertos a través de la noche. —No se preocupes, no le va a pasar nada, está a salvo conmigo.— Susurró y las comisuras de sus labios se elevaron un poco. —Lo siento, es que estoy muy cansada. En unos minutos me iré.— Prometió.
Notó como el peso del colchón se movía e hizo lo mismo pero hacia el otro lado. —Yo no lo hago, pero no te conviene iniciar una pelea de patadas conmigo, Hans.— De nuevo se sintió raro decir su nombre en voz alta. —Sólo...Por favor no me vomites encima de nuevo, prefiero que me despiertes y te paso la cubeta.— Y volvió a cerrar los ojos.
No iba a pedirle mucho espacio al ministro, por lo cual acomodó las sábanas entre sus piernas, para que una quedara flexionada por encima de la otra. Así, sin quitarse si quiera la bata, volvió a intentar aplastar la almohada para conseguir la altura y forma deseada.
Si decir nada, murmuró una palabra en voz baja y la luz del velador se extingió, dejando a ambos en completa obscuridad. —No tienes ataduras, ni peleas, pero al final del día o cuando está enfermo y necesita que alguien le de una sopa, está solo.— Susurró, no de manera agresiva o reclamando, mas bien con una sonrisa sentida. Ella no tenía una vida perfecta, pero al menos podía conversar con su madre en la cena. —Y no señor Powell, los elfos en este caso no cuentan.— Bromeó para aligerar el ambiente.
—No se sienta tan bien, por la mañana el hechizo desaparecerá y volveré a creer que es un cerdo terrible con complejos de Don Juan.— La rubia, ya medio dormida, río y cubrió su boca antes de soltar un nuevo bostezo. Dios, en menos de 3 horas le esperaba un largo día dentro del hospital.
La nueva pregunta la toma por sorpresa y está segura de que él podría ver sus ojos abiertos a través de la noche. —No se preocupes, no le va a pasar nada, está a salvo conmigo.— Susurró y las comisuras de sus labios se elevaron un poco. —Lo siento, es que estoy muy cansada. En unos minutos me iré.— Prometió.
Notó como el peso del colchón se movía e hizo lo mismo pero hacia el otro lado. —Yo no lo hago, pero no te conviene iniciar una pelea de patadas conmigo, Hans.— De nuevo se sintió raro decir su nombre en voz alta. —Sólo...Por favor no me vomites encima de nuevo, prefiero que me despiertes y te paso la cubeta.— Y volvió a cerrar los ojos.
Icono :
— Yo no acoso sexualmente a mis clientes, señorita Tremblay. Al menos que me lo pidan, lo cual no sería acoso — tampoco es que lo haya hecho muchas veces. Creo que puedo pecar más de haberme acostado con gente del ministerio que otra cosa, pero creo que no está en la misma línea. Tampoco es un debate que me importe mucho, porque en poco tiempo ya está hablando de mi soledad y no sé qué cara se supone que debería poner — Si cuenta de algo, los elfos hacen sopas espectaculares — a pesar de que estoy bromeando, me tomo la molestia de aclarar tras un instante de silencio — Y tengo amigos, no estoy solo — ¿Cuántos? Sé que puedo contarlos con la palma de la mano, porque sé que el resto son o colegas o amantes. Pero tengo a Phoebe… ¿No? Y se supone que ahora a Meerah también. Bueno, no podía tener una vida de éxito si seguía a mis amigos de la juventud a todas sus noches de fiesta. Ahora ellos están casados, con hijos y yo soy el que la pasa bien. No estoy tan mal porque no tengo quien me cuide cuando me enfermo.
— Cerdo terrible con complejos de Don Juan. Ni tú te la crees. Sé que piensas que soy encantador — creo que hubiera sonado más convincente si no se me hubiese escapado una risa en el proceso. Estar en la repentina oscuridad me salva de tener que verla, aunque creo que mi silencio deja bien en claro que no le creo nada que se vaya a ir. No mientras se ande acomodando, tal y como puedo sentir que hace. Al final, amago a darle una patada a modo de broma pero se queda solo en un movimiento que roza las sábanas — Creo que estoy mejor — aún siento el estómago flojo y resentido, pero dudo vomitarle encima sin tener la posibilidad de llegar a la cubeta antes — No necesito que me hagas mimitos y me pongas paños por el resto de la noche — no sé por qué, pero repentinamente siento que tengo otra vez seis años y me encuentro a disposición de unas manos cuidadoras, aunque enfermarme en esos tiempos era algo completamente diferente. Es raro pensar que alguna vez fui un niño que gustaba de enfermarse para tener la excusa de faltar al colegio y que abusaba de los caprichos que le podían ser concedidos. Muy pocas veces me reconozco en ese mocoso, porque siento que somos dos personas completamente diferentes.
No me doy cuenta de que tengo los ojos abiertos y fijos en la nada ante el recuerdo, hasta que parpadeo y me obligo a cerrarlos — No te preocupes por mí, Ariadna. Si tienes que dormir, solo duerme. Puedo pasarme la cubeta solo. Prometo no roncar tanto — digo simplemente. Mejor esto que nada.
— Cerdo terrible con complejos de Don Juan. Ni tú te la crees. Sé que piensas que soy encantador — creo que hubiera sonado más convincente si no se me hubiese escapado una risa en el proceso. Estar en la repentina oscuridad me salva de tener que verla, aunque creo que mi silencio deja bien en claro que no le creo nada que se vaya a ir. No mientras se ande acomodando, tal y como puedo sentir que hace. Al final, amago a darle una patada a modo de broma pero se queda solo en un movimiento que roza las sábanas — Creo que estoy mejor — aún siento el estómago flojo y resentido, pero dudo vomitarle encima sin tener la posibilidad de llegar a la cubeta antes — No necesito que me hagas mimitos y me pongas paños por el resto de la noche — no sé por qué, pero repentinamente siento que tengo otra vez seis años y me encuentro a disposición de unas manos cuidadoras, aunque enfermarme en esos tiempos era algo completamente diferente. Es raro pensar que alguna vez fui un niño que gustaba de enfermarse para tener la excusa de faltar al colegio y que abusaba de los caprichos que le podían ser concedidos. Muy pocas veces me reconozco en ese mocoso, porque siento que somos dos personas completamente diferentes.
No me doy cuenta de que tengo los ojos abiertos y fijos en la nada ante el recuerdo, hasta que parpadeo y me obligo a cerrarlos — No te preocupes por mí, Ariadna. Si tienes que dormir, solo duerme. Puedo pasarme la cubeta solo. Prometo no roncar tanto — digo simplemente. Mejor esto que nada.
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