OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Está comenzando a helar, y tengo que subirme la bufanda color gris asqueroso hasta la nariz, aunque eso no me permite olfatear las verduras que se supone que tengo que estar comprando para la cena de ésta noche. En realidad, por lo general me encuentro siempre cerca de Seth cuando se trata de hacer mi trabajo, pero el día de hoy, justamente cuando el cielo se está cubriendo de nubes grises que amenazan con una fuerte tormenta, han decidido que es mejor que ande haciendo compras en lugar de encontrarme a salvo en la habitación; bueno, la M que me han marcado en la piel deja bien en claro que no tengo poder como para reprochar contra sus ordenes.
Los últimos meses han sido, en resumen, una pequeña tortura, solamente aliviada por el hecho de que, cuando estamos a solas, Seth me trata como solíamos ser y no como lo que deberíamos. Es fácil olvidarse que eres un esclavo con el mismo valor de una rata cuando tienes que pasar el tiempo con tu mejor amigo, pero la realidad golpea cuando me encuentro limpiando su ropa, sirviendo su comida y encendiendo su calefacción para que duerma bien por las noches, sin contar que su familia pasa de mí como si fuese un mueble y salir al exterior es saber que me comerán las miradas fastidiadas y heladas de aquellos magos que detestan a los humanos, en especial a los de mi tipo, como si mis manos todavía siguiesen cargando con la sangre mágica que derramé en la arena. Las muertes de hace dos años siempre me han pesado, pero no tanto como ahora, cuando lo que he hecho se muestra en alguien más que no sea yo.
Lanzo la planta de verdura dentro de la bolsa y comienzo a abrirme paso entre la multitud, para poder pagar por mis compras que incluyen todos los ingredientes para una buena sopa que irá como plato principal antes de la carne al horno con patatas y condimentos varios, y salgo de una buena vez a la calle, sintiendo como mi rostro se congela de inmediato y mi cabello se revuelve en todas direcciones. No, en todo este tiempo, no lo he cortado. Sí, he crecido unos centímetros más, pero como mi alimentación no es del todo aceptable, no soy más que un espárrago vestido con las ropas ridículas y de segunda mano que me obligan a llevar. Todavía tengo cicatrices a lo largo de mi cuerpo, especialmente en las manos, pero gracias a dios el frío me permite cubrirlas hasta casi hacerme parecer normal. Casi. Hace tiempo que he admitido que no lo soy.
Estoy cruzando la plaza, esa que es el corazón del área de los comercios, dispuesto a regresar de una vez antes de que se me haga demasiado tarde, cuando algo me llama la atención; por un momento creo que es el reflejo del agua de la majestuosa fuente, pero luego me doy cuenta de que, si miro dos veces, entre la multitud que va y viene luciendo sus llamativas túnicas, puedo ver una cabellera morena larga y familiar. Extrañamente familiar...
Siento una presión en el pecho cuando comienzo a empujar a las personas para abrirme paso, pidiendo disculpas en más de una ocasión e ignorando los insultos, porque simplemente no puede ser que sea capaz de encontrar a otra persona de lo que solía ser cuando era libre justamente aquí. O bueno, casi libre, como sea. De todas formas, en algún momento me detengo justo al lado de Roxanne, observando su perfil que no ha cambiado mucho, y no es hasta que siento que se me enfría la lengua que me doy cuenta de que tengo la boca semi abierta. Carraspeo - no sabía que te gustaban las fuentes... - murmuro, desviando la vista hacia el agua que salpica en todas direcciones, y aprieto un poco las bolsas entre mis dedos pálidos.
Los últimos meses han sido, en resumen, una pequeña tortura, solamente aliviada por el hecho de que, cuando estamos a solas, Seth me trata como solíamos ser y no como lo que deberíamos. Es fácil olvidarse que eres un esclavo con el mismo valor de una rata cuando tienes que pasar el tiempo con tu mejor amigo, pero la realidad golpea cuando me encuentro limpiando su ropa, sirviendo su comida y encendiendo su calefacción para que duerma bien por las noches, sin contar que su familia pasa de mí como si fuese un mueble y salir al exterior es saber que me comerán las miradas fastidiadas y heladas de aquellos magos que detestan a los humanos, en especial a los de mi tipo, como si mis manos todavía siguiesen cargando con la sangre mágica que derramé en la arena. Las muertes de hace dos años siempre me han pesado, pero no tanto como ahora, cuando lo que he hecho se muestra en alguien más que no sea yo.
Lanzo la planta de verdura dentro de la bolsa y comienzo a abrirme paso entre la multitud, para poder pagar por mis compras que incluyen todos los ingredientes para una buena sopa que irá como plato principal antes de la carne al horno con patatas y condimentos varios, y salgo de una buena vez a la calle, sintiendo como mi rostro se congela de inmediato y mi cabello se revuelve en todas direcciones. No, en todo este tiempo, no lo he cortado. Sí, he crecido unos centímetros más, pero como mi alimentación no es del todo aceptable, no soy más que un espárrago vestido con las ropas ridículas y de segunda mano que me obligan a llevar. Todavía tengo cicatrices a lo largo de mi cuerpo, especialmente en las manos, pero gracias a dios el frío me permite cubrirlas hasta casi hacerme parecer normal. Casi. Hace tiempo que he admitido que no lo soy.
Estoy cruzando la plaza, esa que es el corazón del área de los comercios, dispuesto a regresar de una vez antes de que se me haga demasiado tarde, cuando algo me llama la atención; por un momento creo que es el reflejo del agua de la majestuosa fuente, pero luego me doy cuenta de que, si miro dos veces, entre la multitud que va y viene luciendo sus llamativas túnicas, puedo ver una cabellera morena larga y familiar. Extrañamente familiar...
Siento una presión en el pecho cuando comienzo a empujar a las personas para abrirme paso, pidiendo disculpas en más de una ocasión e ignorando los insultos, porque simplemente no puede ser que sea capaz de encontrar a otra persona de lo que solía ser cuando era libre justamente aquí. O bueno, casi libre, como sea. De todas formas, en algún momento me detengo justo al lado de Roxanne, observando su perfil que no ha cambiado mucho, y no es hasta que siento que se me enfría la lengua que me doy cuenta de que tengo la boca semi abierta. Carraspeo - no sabía que te gustaban las fuentes... - murmuro, desviando la vista hacia el agua que salpica en todas direcciones, y aprieto un poco las bolsas entre mis dedos pálidos.
Ya no tengo ni la menor idea de cuantos meses han pasado desde que fui sacada de casa, de cuantos meses han pasado desde que nos separaron a Nova y a mi, que arrancaron de mi brazos a mis sobrinos. Aprieto los labios mientras ordeno en silencio mi pequeña habitación. Me he despertado dos horas antes para poder arreglar algunas cosas antes de irnos y, por supuesto, prepararle al amo Connor su desayuno. Los primero meses siempre olvidaba que era lo que prefería para desayunar o qué le gustaba tomar cuando volvía del trabajo, su cena favorita o... sin más, lo acababa olvidando todo y me costaba una buena reprimenda. Ahora me se todas esas cosas de cabeza, algunas de ellas las hago con los ojos cerrados, intento mantener mi cabeza entretenida para que no le de tiempo a pensar en nada pero hay días en los que es inevitable recordar como era mi vida antes de todo esto. No era la persona más feliz del mundo pero me podía mostrar tal y como era, podía sonreír, hablar, ir a un sitio o a otro... ahora solamente permanezco en casa y salgo veces contadas puesto que algunas veces soy yo la que va a comprar y otras veces mi compañera esclava.
En el fondo me siento segura sabiendo que el amo Connor es realmente bueno conmigo que, aunque me regañe cuando debe hacerlo porque me equivoco, tiene algo que le 'ata' a no hacerme sentir rematadamente mal y ahora me alegra que sea él el que me acabara comprado en el mercado de esclavos. En el inicio pensé que sería un loco con demasiado poder, que se le subiría a la cabeza y que, siendo hombre, mi vida sería un completo desastre; sabía algunos límites pero para personas como él, un Ministro, aquellos límites eran más franqueables que para el resto de los mortales del país. La conclusión es que he decidido confiar levemente en mí y llevarme con él al Capitolio donde quiere que vaya a comprar algunas cosas mientras él tiene una reunión importante. No me atreví a preguntarle por qué no las podría comprar en el distrito trece porque una parte de mi deseaba salir de casa pero la otra le decía que si salía me mirarían como un objeto, como una simple esclava; el asco que todos los magos sentían hacia los humanos era tan profundo que daba miedo, daba mucho miedo perderse o despistarse porque no sabes por donde te vendrán los golpes.
El resultado es que estoy en el capitolio, me ha dejado en medio de una plaza donde hay demasiada gente, muchos me miran con desprecio, debido a las ropas grises que llevo que me diferencian, claramente, del resto de las personas que me rodean. Aprieto los labios y bajo la mirada completamente avergonzada y apenada por todas aquellas miradas. No me lo merezco, ¡no me lo merezco! Yo nunca fui condescendiente con nadie, nunca me importó la sangre de mago o de humano y ahora tengo que ser tratada así. Reprimo las enormes ganas de llorar que me pican en los ojos mientras asiento con la cabeza a todas las cosas que mi amo me dice que compre pero que, de todas formas, me tiende en un papel por si me veo abrumada y acabo llevándole solamente la mitad de las cosas y le acaba costando otro viaje por mi culpa. Dentro de dos horas volverá a por mi y tendré que tener todas las cosas listas. Observo la lista, donde solamente hay cuatro cosas, mientras mi amo se va en alguna dirección y desaparece entre el gentío. Doy un par de pasos hacia atrás y mis piernas chocan contra una altura que resulta ser la contención de una fuente, me giro observando en silencio como el agua aparece de algunas partes de la gran figura que hay en el centro de la fuente. Me siento en el murito absorta en aquello. No es que nunca lo haya visto pero... hacía tanto tiempo que no salía que hasta lo más mínimo me sorprende.
Escucho una fuente y por apenas unos segundos pienso que el amo Connor que ha regresado para pedirme algo más y que al verme aquí me regañará y... pero no es así, esa voz no le corresponde, diferenciaría la voz de mi amo en cualquier lugar. Siento que soy un perro cuando pienso en eso, en que escucharía su voz y la diferenciaría entre un millón. Pero hay otras que las diferenciaría mejor; aunque este no sea el caso. Estiro de las mangas de la camiseta que llevo cuando me giro y me quedó sin aliento, abro los ojos de par en par y casi se me cae la boca del susto. -¿B-benedict?- susurro casi sin aliento, sin poder retirar mi mirada de él ni un ápice y... reprimiendo las ganas enormes que me dan de abrazarlo en aquel preciso instante. Está bien, está vivo, es como si hubieran pasado años de la última vez que lo vi. Estoy a punto de susurrar un ¿qué haces aquí? cuando me percato de sus vestimentas también y me siento avergonzada de nuevo. Bajo la mirada hacia mis pies, entrelazando las manos frente a mi regazo, tirando de las mangas de la camiseta a más no poder sin ser capaz de articular ni una palabra más.
En el fondo me siento segura sabiendo que el amo Connor es realmente bueno conmigo que, aunque me regañe cuando debe hacerlo porque me equivoco, tiene algo que le 'ata' a no hacerme sentir rematadamente mal y ahora me alegra que sea él el que me acabara comprado en el mercado de esclavos. En el inicio pensé que sería un loco con demasiado poder, que se le subiría a la cabeza y que, siendo hombre, mi vida sería un completo desastre; sabía algunos límites pero para personas como él, un Ministro, aquellos límites eran más franqueables que para el resto de los mortales del país. La conclusión es que he decidido confiar levemente en mí y llevarme con él al Capitolio donde quiere que vaya a comprar algunas cosas mientras él tiene una reunión importante. No me atreví a preguntarle por qué no las podría comprar en el distrito trece porque una parte de mi deseaba salir de casa pero la otra le decía que si salía me mirarían como un objeto, como una simple esclava; el asco que todos los magos sentían hacia los humanos era tan profundo que daba miedo, daba mucho miedo perderse o despistarse porque no sabes por donde te vendrán los golpes.
El resultado es que estoy en el capitolio, me ha dejado en medio de una plaza donde hay demasiada gente, muchos me miran con desprecio, debido a las ropas grises que llevo que me diferencian, claramente, del resto de las personas que me rodean. Aprieto los labios y bajo la mirada completamente avergonzada y apenada por todas aquellas miradas. No me lo merezco, ¡no me lo merezco! Yo nunca fui condescendiente con nadie, nunca me importó la sangre de mago o de humano y ahora tengo que ser tratada así. Reprimo las enormes ganas de llorar que me pican en los ojos mientras asiento con la cabeza a todas las cosas que mi amo me dice que compre pero que, de todas formas, me tiende en un papel por si me veo abrumada y acabo llevándole solamente la mitad de las cosas y le acaba costando otro viaje por mi culpa. Dentro de dos horas volverá a por mi y tendré que tener todas las cosas listas. Observo la lista, donde solamente hay cuatro cosas, mientras mi amo se va en alguna dirección y desaparece entre el gentío. Doy un par de pasos hacia atrás y mis piernas chocan contra una altura que resulta ser la contención de una fuente, me giro observando en silencio como el agua aparece de algunas partes de la gran figura que hay en el centro de la fuente. Me siento en el murito absorta en aquello. No es que nunca lo haya visto pero... hacía tanto tiempo que no salía que hasta lo más mínimo me sorprende.
Escucho una fuente y por apenas unos segundos pienso que el amo Connor que ha regresado para pedirme algo más y que al verme aquí me regañará y... pero no es así, esa voz no le corresponde, diferenciaría la voz de mi amo en cualquier lugar. Siento que soy un perro cuando pienso en eso, en que escucharía su voz y la diferenciaría entre un millón. Pero hay otras que las diferenciaría mejor; aunque este no sea el caso. Estiro de las mangas de la camiseta que llevo cuando me giro y me quedó sin aliento, abro los ojos de par en par y casi se me cae la boca del susto. -¿B-benedict?- susurro casi sin aliento, sin poder retirar mi mirada de él ni un ápice y... reprimiendo las ganas enormes que me dan de abrazarlo en aquel preciso instante. Está bien, está vivo, es como si hubieran pasado años de la última vez que lo vi. Estoy a punto de susurrar un ¿qué haces aquí? cuando me percato de sus vestimentas también y me siento avergonzada de nuevo. Bajo la mirada hacia mis pies, entrelazando las manos frente a mi regazo, tirando de las mangas de la camiseta a más no poder sin ser capaz de articular ni una palabra más.
Es extraño como es que cambian las cosas. Recuerdo la primera y última vez que vi a Roxanne; ella lucía como una niña bonita en las calles del Capitolio, yo era un adinerado vencedor con novia y tuvimos una pelea estúpida en un café. Ni siquiera recuerdo el motivo de nuestra discusión, lo que es irónico y casi ridículo, pero sí recuerdo que ella parecía simpática y que su cabello olía bien con el viento de aquel invierno. Ahora, casi un año después, apenas quedan recuerdos de ello, o de lo que solíamos ser, y somos esto. Mi vista va directamente hacia el modo en el cual tironea de sus mangas, y el modo en el cual se sorprende por verme me hace dedicarle una sonrisa torcida, desganada, perdida - vamos a juego... - intento bromear, levantando un poco mi manga para que pueda ver la M marcada en mi muñeca. Ya no duele, ni arde, pero allí se quedará para siempre, recordándome que está mal haber nacido en una familia de humanos que no se merecían ser felices. A veces hasta me gustaría poner el veneno para ratas en la comida de Jamie; creo que solamente no me arriesgo a hacerlo porque es la bendita madre de mi mejor amigo. Si vamos al caso, ser ejecutado a este punto ya no me importa demasiado.
Intento no mirarla demasiado, porque hasta donde sé, a las chicas no les gusta, además de que seguramente va a creer que me estoy fijando de más en su cabello ya no tan brilloso ni en su porte tan diferente al que recordaba. Así que vuelvo a mirar a la fuente como si fuese más interesante que la chica que tengo al lado y dejo que la manga vuelva a su lugar - es bueno saber que estás bien... - creo que queda explícito el hecho de que con "bien" me refiero a que no está muerta y, al menos, no tiene cicatrices visibles que puedan asustarme - ¿Puedo...? - le señalo el sitio a su lado, sobre el borde de la fuente, pero no espero a que me responda para sentarme junto a ella con movimientos lentos y suaves; le echo una mirada sobre el hombro al agua que cae con fuerza detrás de mi espalda, salpicando levemente mi ropa, pero como no le tengo ni un mínimo aprecio, no me importa. La gente sigue caminando, sin abandonar su rutina, porque nadie se fijaría en dos adolescentes delgados con obvia pinta de ser esclavos. Además, la mayoría de ellos me odia.
Cuando por fin giro la cara hacia ella, al estar sentado a su lado, me encuentro lo suficientemente cerca como para darme cuenta que. si la analizo mejor, sí ha cambiado. Tiene un aire diferente, algo que falta, o que se ha perdido. Supongo que la libertad es el factor más grande - es extraño encontrar gente que conozco en estos días... - admito en un murmullo, y creo que lo entiende, porque casi todos han muerto, o desaparecido, que hoy en día son sinónimos - ¿Ahora vives aquí?
Tengo entendido que la mayor cantidad de esclavos se han vendido a las zonas del Capitolio, donde la gente de sangre pura y mucho dinero necesitan quienes anden llenando sus barrigas y sus copas. Froto mis manos entre sí, dejando las compras colgando en mi muñeca, ya que no son demasiado pesadas. Es extraño; siempre me pregunto qué le diría a la gente que creía muerta, pero cuando llega el momento, jamás sé qué decir. No me atrevo a preguntarle algo tan amargo como si se ha escapado o si la han capturado de inmediato, así que dejo que mis ojos vayan hacia el papelito que tiene arrugado entre los dedos - parece que es el día de hacer los mandados. Si necesitas, en la otra cuadra venden unos cupcakes deliciosos... - sé que probablemente no la hayan mandando a comprar cupcakes, pero es lo único genial que puedo contarle.
Intento no mirarla demasiado, porque hasta donde sé, a las chicas no les gusta, además de que seguramente va a creer que me estoy fijando de más en su cabello ya no tan brilloso ni en su porte tan diferente al que recordaba. Así que vuelvo a mirar a la fuente como si fuese más interesante que la chica que tengo al lado y dejo que la manga vuelva a su lugar - es bueno saber que estás bien... - creo que queda explícito el hecho de que con "bien" me refiero a que no está muerta y, al menos, no tiene cicatrices visibles que puedan asustarme - ¿Puedo...? - le señalo el sitio a su lado, sobre el borde de la fuente, pero no espero a que me responda para sentarme junto a ella con movimientos lentos y suaves; le echo una mirada sobre el hombro al agua que cae con fuerza detrás de mi espalda, salpicando levemente mi ropa, pero como no le tengo ni un mínimo aprecio, no me importa. La gente sigue caminando, sin abandonar su rutina, porque nadie se fijaría en dos adolescentes delgados con obvia pinta de ser esclavos. Además, la mayoría de ellos me odia.
Cuando por fin giro la cara hacia ella, al estar sentado a su lado, me encuentro lo suficientemente cerca como para darme cuenta que. si la analizo mejor, sí ha cambiado. Tiene un aire diferente, algo que falta, o que se ha perdido. Supongo que la libertad es el factor más grande - es extraño encontrar gente que conozco en estos días... - admito en un murmullo, y creo que lo entiende, porque casi todos han muerto, o desaparecido, que hoy en día son sinónimos - ¿Ahora vives aquí?
Tengo entendido que la mayor cantidad de esclavos se han vendido a las zonas del Capitolio, donde la gente de sangre pura y mucho dinero necesitan quienes anden llenando sus barrigas y sus copas. Froto mis manos entre sí, dejando las compras colgando en mi muñeca, ya que no son demasiado pesadas. Es extraño; siempre me pregunto qué le diría a la gente que creía muerta, pero cuando llega el momento, jamás sé qué decir. No me atrevo a preguntarle algo tan amargo como si se ha escapado o si la han capturado de inmediato, así que dejo que mis ojos vayan hacia el papelito que tiene arrugado entre los dedos - parece que es el día de hacer los mandados. Si necesitas, en la otra cuadra venden unos cupcakes deliciosos... - sé que probablemente no la hayan mandando a comprar cupcakes, pero es lo único genial que puedo contarle.
Los recuerdos que tenemos de personas hay ocasiones en las que no les hacen justicia en absoluto y, Benedict, es un buen caso de ello. Lo recordaba como un muchacho no muy alto, con el pelo desordenado, unos vaqueros y esa forma de ser tan... cortante. Nunca había tenido tantos problemas con alguien nada más conocerlo, siempre me he considerado una persona que le costaba enfadarse con facilidad pero consiguió sacarme de mis casillas en tan solo unos minutos que estuvimos juntos. En otra situación me habría encantado encontrármelo pero no aquí pero aún menos así. Jugueteo con los hilos sueltos de mis mangas en silencio, sin ser capaz de volver a levantar la mirada para mirarlo ni una sola vez de nuevo. Alzo un poco los ojos para posarlos sobre la marca en forma de M de su muñeca y llevo instintivamente la mano a la mía y me levanto un poco la manga para mostrársela. Ese siempre sería un recuerdo de lo que le estaba pasando , siempre lo llevaría con ella. Los primeros días, incluso los primeros meses, dolía a rabiar, cada cosa que le rozaba le dolía, y no eran pocas las cosas precisamente que tenía que hacer; entre ellas limpiar, cocinar, aprender a doblar la ropa perfectamente... cosas que ya sabía a la perfección por todo el tiempo que he pasado sola en cada, por todas las cosas de las que me he tenido que ocupar yo sola desde el día en el que murieron mis padres.
Vuelvo a tirar de mis mangas y las entrelazo apoyándolas en mis piernas. Noto las miradas de la gente que pasa porque de seguro no quieren que dos muggles estén sentado en el bordillo de la fuente porque solo contaminamos todo lo que tocamos. Aprieto los labios triste por todo lo que me ha pasado. La pérdida de mis padres, de mi tíos, mi hermano Andrew... la pérdida de toda mi familia antes de que pudiera darme cuenta. Los únicos que quedan son mi hermana, la cual supongo que estará escondida en algún lugar remoto, y mis sobrinos, sobrinos a los cuales nunca llegaré a conocer. Noto que me pican los ojos pero me niego a poner a llorar de nuevo, me niego a seguir llorando constantemente por cosas que ni puedo remediar. -Es bueno saber que estás vivo- contesto lentamente recorriendo con un dedo los bordes del papel donde tengo anotado lo que debo comprar. Las pocas veces que salí de la casa del amo Connor, para comprar básicamente, me encontré con carteles donde se pedía la colaboración de los civiles para encontrar a los traidores, cualquier tipo de traidor, pero algunos nombres si que resaltaban por el interés que tenía el Gobierno de que fueran encontrados como los antiguos líderes y algún mentor, entre ellos Benedict, pero no se lo voy a decir ni mucho menos porque está claro que su viaje no fue muy lejos y... al menos está vivo.
Coloco un mechón de pelo detrás de mi oreja y me permito mirarlo de reojo. Es la primera persona conocida que veo en todo este tiempo. Me hubiera encantado que fuera otra persona, no me puedo engañar a mí misma, pero me alegro de que esté aquí sentado a mi lado. -Vivo en el Distrito trece me compró...- la palabra sale de mi boca antes de poder evitarlo, aprieto los labios contrariada porque nunca había dicho en voz alta aquello, siempre he pensado que si no lo decía en voz alta no hacía que fuera real del todo. -me compró un hombre.- Estaba a punto de decir quien era pero en el último segundo no lo he dicho porque, a fin de cuentas, da igual quien haya sido quien me comprara. Trago saliva lentamente y giro la cabeza para observarlo pensativa. -¿tú estás en el Capitolio?-.
Miro sus bolsas de soslayo y supongo que ambos estamos aquí para lo mismo. Miro el papel y luego a él, captando que él también mira el papel. Lo aprieto un poco entre mis dedos metiéndolo en el bolsillo del pantalón. -No creo que sea buena idea que me acompañes yo... solo... no quiero que llegues tarde a donde vayas.- las últimas palabras suenan como solo un susurro ininteligible. Lleva unas bolsas en sus manos y seguro que es algo urgente. -Aunque habría estado bien- la sinceridad siempre había sido una parte 'fuerte' en su momento pero ahora solamente la tenía que esconder y comportarme como debía y decir lo que debía. Me incorporo alisando mis pantalones para dirigirle una última mirada a él con un gesto torcido en mis labios. Estoy apunto de girarme para irme cuando caigo en la cuenta de que no se donde hay nada aquí, de que hace tan solo un año habría caminado por estas calles sin equivocarme al encontrar una tienda pero ahora todo está tan cambiado que me aterra perderme con todos estos magos rodeándome. -no se si... me podrías ayudar porque no se donde... encontrar nada aquí... ahora.- musito completamente avergonzada, sin ser capaz de mirarlo a la cara por la actitud que estaba tenido hace unos solos segundos, por el hecho de que me iba a ir sin darle una razón, solamente dejarlo ahí plantado.
Vuelvo a tirar de mis mangas y las entrelazo apoyándolas en mis piernas. Noto las miradas de la gente que pasa porque de seguro no quieren que dos muggles estén sentado en el bordillo de la fuente porque solo contaminamos todo lo que tocamos. Aprieto los labios triste por todo lo que me ha pasado. La pérdida de mis padres, de mi tíos, mi hermano Andrew... la pérdida de toda mi familia antes de que pudiera darme cuenta. Los únicos que quedan son mi hermana, la cual supongo que estará escondida en algún lugar remoto, y mis sobrinos, sobrinos a los cuales nunca llegaré a conocer. Noto que me pican los ojos pero me niego a poner a llorar de nuevo, me niego a seguir llorando constantemente por cosas que ni puedo remediar. -Es bueno saber que estás vivo- contesto lentamente recorriendo con un dedo los bordes del papel donde tengo anotado lo que debo comprar. Las pocas veces que salí de la casa del amo Connor, para comprar básicamente, me encontré con carteles donde se pedía la colaboración de los civiles para encontrar a los traidores, cualquier tipo de traidor, pero algunos nombres si que resaltaban por el interés que tenía el Gobierno de que fueran encontrados como los antiguos líderes y algún mentor, entre ellos Benedict, pero no se lo voy a decir ni mucho menos porque está claro que su viaje no fue muy lejos y... al menos está vivo.
Coloco un mechón de pelo detrás de mi oreja y me permito mirarlo de reojo. Es la primera persona conocida que veo en todo este tiempo. Me hubiera encantado que fuera otra persona, no me puedo engañar a mí misma, pero me alegro de que esté aquí sentado a mi lado. -Vivo en el Distrito trece me compró...- la palabra sale de mi boca antes de poder evitarlo, aprieto los labios contrariada porque nunca había dicho en voz alta aquello, siempre he pensado que si no lo decía en voz alta no hacía que fuera real del todo. -me compró un hombre.- Estaba a punto de decir quien era pero en el último segundo no lo he dicho porque, a fin de cuentas, da igual quien haya sido quien me comprara. Trago saliva lentamente y giro la cabeza para observarlo pensativa. -¿tú estás en el Capitolio?-.
Miro sus bolsas de soslayo y supongo que ambos estamos aquí para lo mismo. Miro el papel y luego a él, captando que él también mira el papel. Lo aprieto un poco entre mis dedos metiéndolo en el bolsillo del pantalón. -No creo que sea buena idea que me acompañes yo... solo... no quiero que llegues tarde a donde vayas.- las últimas palabras suenan como solo un susurro ininteligible. Lleva unas bolsas en sus manos y seguro que es algo urgente. -Aunque habría estado bien- la sinceridad siempre había sido una parte 'fuerte' en su momento pero ahora solamente la tenía que esconder y comportarme como debía y decir lo que debía. Me incorporo alisando mis pantalones para dirigirle una última mirada a él con un gesto torcido en mis labios. Estoy apunto de girarme para irme cuando caigo en la cuenta de que no se donde hay nada aquí, de que hace tan solo un año habría caminado por estas calles sin equivocarme al encontrar una tienda pero ahora todo está tan cambiado que me aterra perderme con todos estos magos rodeándome. -no se si... me podrías ayudar porque no se donde... encontrar nada aquí... ahora.- musito completamente avergonzada, sin ser capaz de mirarlo a la cara por la actitud que estaba tenido hace unos solos segundos, por el hecho de que me iba a ir sin darle una razón, solamente dejarlo ahí plantado.
Durante un momento, estoy casi seguro de que se va a largar a llorar, así que cruzo los dedos mentalmente para que no me vea obligado a consolarla; nunca se me ha dado bien eso de hablar con personas para hacerlas sentir mejor y, además, entiendo perfectamente su sufrimiento así que no la culpo. Hago un amague a ponerle una mano en la espalda como simple gesto de compasión, pero entonces ella habla y yo me rasco la cabeza para disimular aquel movimiento de mi brazo - bueno, lo que se dice vivo... - correr detrás de Seth para cumplir con sus necesidades y tratar de evitar a toda costa a Jamie no es lo que yo siempre he soñado como una definición de estar con vida, pero me tiro a que ella se encuentra en realidad hablando de manera literal. Da igual, no quiero amargarla más de lo que seguramente ya se encuentra, así que guardo silencio.
El distrito trece. Por alguna razón, me suena mucho más lejano de lo que solía creer, probablemente porque ahora no tengo la libertad como para marcharme si así lo deseo. De manera algo ida, asiento lentamente con la cabeza, y desvío la mirada hacia un grupo de niños que juegan a tirarse falsos hechizos con varitas de goma a pocos metros de nosotros - trabajo para el hijo de Jamie Niniadis - me ahorro el aclarar que ese hijo es mi mejor amigo y todo el drama y conflicto que viene incluido en el paquete, porque eso nos hace ganar tiempo y tampoco se me antoja hablar de ello. Ya tengo suficiente cuando llega la noche y me obligo a dormir en algún sitio donde repaso una y otra vez la lista de personas a las que necesito volver a ver. Roxanne no estaba entre ellas, pero el que se encuentre aquí es casi reconfortante; al menos me siento un poquito más conectado a mi vieja realidad, incluso aunque tampoco fuese realmente feliz en ese entonces. No lo sé, quizá tenía mis momentos... como cuando con Seth y Sophia robábamos cigarrillos, o cuando Amelie me dejaba dormir en su cama, o Zyanelle me permitía leer junto a ella en la biblioteca pública del Capitolio un montón de libros que ya no existen porque eran demasiado "muggles" para la actualidad. Zyanelle; quizá no es buena idea hablar de ella ahora mismo.
De un momento a otro, Roxanne se pone de pie de una forma que provoca que me siente un poco más derecho, y la confusión hace que se me atragante la despedida en el medio de la garganta. ¿Ya se marcha? ¿Así nomas? Entiendo que hoy en día sea complicado el poder entablar una charla con alguien en nuestra condición, pero por un instante creí que, por nosotros, podríamos darnos ese gusto. Y de todas formas, ella se voltea por ayuda y le dedico una pequeña sonrisa, poniéndome de pie a su lado casi de inmediato. Ahora ya básicamente medimos lo mismo, así que puedo dejar de lado el clásico sentimiento de pensarme tan pequeño.
- Seth no se enfadará... - en realidad él nunca se enoja conmigo; el problema es su madre. Intento apartar el pensamiento de la colorada de mi cabeza para hacerle un gesto a Rox para que camine conmigo, sin atreverme a tocarla, y acabo escondiendo las manos y bolsas detrás de mi espalda, entrelazando algunos de mis dedos para mantenerlos quietos. Las túnicas van y vienen frente a nosotros, entre murmullos excitados de gente que vive sus vidas a su antojo, y los esclavos que han sido enviados como nosotros o que caminan detrás de sus amos son muy fáciles de divisar, con sus cabezas gachas y andar apagado. Incluso aunque suene irónico y grosero, trato de no mirarlos; de alguna forma, me incomodan. - ¿Qué es lo que necesitas exactamente? - pregunto, pegando mi codo al suyo mientras nos movemos para que nadie nos lleve por delante, y trato de que ella apresure el paso - si la gente nos lo permite, podremos hacer todo en menos de una hora y entonces tú podrás regresar con tu... - la palabra "amo" se me atraviesa en los labios y deja mi boca semi abierta, haciendo que la mire de soslayo - si en realidad vives en el trece... ¿qué haces aquí entonces?
El distrito trece. Por alguna razón, me suena mucho más lejano de lo que solía creer, probablemente porque ahora no tengo la libertad como para marcharme si así lo deseo. De manera algo ida, asiento lentamente con la cabeza, y desvío la mirada hacia un grupo de niños que juegan a tirarse falsos hechizos con varitas de goma a pocos metros de nosotros - trabajo para el hijo de Jamie Niniadis - me ahorro el aclarar que ese hijo es mi mejor amigo y todo el drama y conflicto que viene incluido en el paquete, porque eso nos hace ganar tiempo y tampoco se me antoja hablar de ello. Ya tengo suficiente cuando llega la noche y me obligo a dormir en algún sitio donde repaso una y otra vez la lista de personas a las que necesito volver a ver. Roxanne no estaba entre ellas, pero el que se encuentre aquí es casi reconfortante; al menos me siento un poquito más conectado a mi vieja realidad, incluso aunque tampoco fuese realmente feliz en ese entonces. No lo sé, quizá tenía mis momentos... como cuando con Seth y Sophia robábamos cigarrillos, o cuando Amelie me dejaba dormir en su cama, o Zyanelle me permitía leer junto a ella en la biblioteca pública del Capitolio un montón de libros que ya no existen porque eran demasiado "muggles" para la actualidad. Zyanelle; quizá no es buena idea hablar de ella ahora mismo.
De un momento a otro, Roxanne se pone de pie de una forma que provoca que me siente un poco más derecho, y la confusión hace que se me atragante la despedida en el medio de la garganta. ¿Ya se marcha? ¿Así nomas? Entiendo que hoy en día sea complicado el poder entablar una charla con alguien en nuestra condición, pero por un instante creí que, por nosotros, podríamos darnos ese gusto. Y de todas formas, ella se voltea por ayuda y le dedico una pequeña sonrisa, poniéndome de pie a su lado casi de inmediato. Ahora ya básicamente medimos lo mismo, así que puedo dejar de lado el clásico sentimiento de pensarme tan pequeño.
- Seth no se enfadará... - en realidad él nunca se enoja conmigo; el problema es su madre. Intento apartar el pensamiento de la colorada de mi cabeza para hacerle un gesto a Rox para que camine conmigo, sin atreverme a tocarla, y acabo escondiendo las manos y bolsas detrás de mi espalda, entrelazando algunos de mis dedos para mantenerlos quietos. Las túnicas van y vienen frente a nosotros, entre murmullos excitados de gente que vive sus vidas a su antojo, y los esclavos que han sido enviados como nosotros o que caminan detrás de sus amos son muy fáciles de divisar, con sus cabezas gachas y andar apagado. Incluso aunque suene irónico y grosero, trato de no mirarlos; de alguna forma, me incomodan. - ¿Qué es lo que necesitas exactamente? - pregunto, pegando mi codo al suyo mientras nos movemos para que nadie nos lleve por delante, y trato de que ella apresure el paso - si la gente nos lo permite, podremos hacer todo en menos de una hora y entonces tú podrás regresar con tu... - la palabra "amo" se me atraviesa en los labios y deja mi boca semi abierta, haciendo que la mire de soslayo - si en realidad vives en el trece... ¿qué haces aquí entonces?
El decir 'es bueno saber que estás vivo' en mi cabeza había sonado genial, es decir, estoy realmente contenta de que esté entero pero algo de todos ha muerto en este tiempo, ¿no? Aunque a algunos literalmente se nos ha muerto todo; todo ha desaparecido a nuestro alrededor, todo el mundo cambió en apenas unos segundos. Observo a la gente que va de un lado para otro. Algunos se ven preocupados porque llegan tarde a algún sitio, otros caminan despreocupados hablando de trabajo, de familia o de algún hechizo nuevo que han aprendido y, por último, están los que caminan cabizbajos, todos vestidos del mismo color, con la misma mirada perdida prendida de sus ojos. La misma mirada que me acompaña ahora cada día a mí también. Suspiro pesadamente y lo miro de reojo con los hombros hundidos, con gesto cansado -aunque realmente no lo esté en absoluto- pero intentando esconder ese deje de tristeza que tengo presente. Nunca había estado tanto tiempo seguido triste, me han pasado cosas horribles, he perdido a muchas personas queridas pero siempre he acabo sonriendo al mundo, yendo hacia adelante por los que me quedaban; ahora no me queda nada por lo que seguir y aunque lo hubiera no podría seguir sonriendo o esforzándome.
Me quedo sin aliento cuando dice a quien sirve, porque sea su hijo, ya que no lo conozco y me es indiferente, pero, indirectamente, trabaja para Jamie Nianidis. Trago saliva con cierta dificultad. -Debe ser horrible servir a una persona así, yo... no sé.- las palabras se atoran en mi garganta de la rabia. Mi hermano murió por su culpa, mi familia ha quedado destrozada por su deseo de tener poder, de sus mentiras, por no ser mejor que lo que teníamos antes aunque prometía el cielo. Y Benedict es una de esas personas que estaba tachada de 'peligrosa' así que no entiendo como puede estar allí, como esa mujer no le había hecho daño ya. Muevo la cabeza contrariada, sin ganas de seguir diciendo o pensando en esa mujer, en como ha destrozado la vida de tantas y tantas personas.
Algunas veces es tan rápido como cambia la vida de una persona, de una forma tan radical que da verdadero miedo. Lo miro con el papelito entre mis dedos, dándole vueltas con nerviosismo. Aunque me gustaría pasar tiempo con él, una parte de mí me dice que no debería hacerlo porque pronto me iré y no volveremos a saber nunca más nada el uno del otro, ¿cómo contactan dos esclavos? Esa pregunta me habría hecho gracia en otra época, me habría reído con ganas, pero ahora solamente me entristece más el hecho de que no tenemos derecho a absolutamente nada, que no somos personas ya. Casi choco contra un hombre que camina hablando y me quedo paralizada por unos segundos, pero me precipito a moverme hacia un lado para que pase, mirándome los pies con los labios apretados con fuerza. Alzo la mirada al ver que nos ignora así que aprovecho para tirar un poco de su manga y redirigirlo y alejarnos de todo el gentío de magos que nos observa con desagrado. Suelto el aire lentamente cuando salimos de ahí, cuando no tengo que estar rozándome con todo el mundo y ver los gestos de asco cuando esto pasa. -Son cosas bastante simples así que me extraña que me trajera con él para comprar esto...- murmuro abriendo el papel y señalándole las dos cosas que hay escritas. Algún tipo de papel especial que no especifica para que es y una pluma que sirva para ese papel en concreto. Me encojo levemente de hombros. -Supongo que será algún tipo de papel... ¿mágico?- entrecierro los ojos por su puedo entreveer algo que no esté escrito, pero no es así. Abajo unas instrucciones de entregárselo al dueño de la tienda y que él sabrá que darme.
Cierro el papel y lo miro por si él sabe donde podríamos ir a comprar ambos objetos. No me dice donde es pero, por lo que le conozco, supongo que querrá que sea un sitio reconocido y que allí será donde pueda encontrar lo pedido. Intento sonreír levemente, pero me sale más una mueca fea. -Mi amo es Ministro así que creo que tenía una reunión hoy y ha decidido traerme para que compre mientras está reunido.- susurro un tanto sorprendida por mis palabras, por como me he acostumbrado a llamarlo 'Amo' con tanta naturalidad. -No estaba muy convencida pero al final ha sido bueno que me trajera con él.- bajo la mirada avergonzada por el hecho de estar contenta de hacerlo los recados a alguien.
Me quedo sin aliento cuando dice a quien sirve, porque sea su hijo, ya que no lo conozco y me es indiferente, pero, indirectamente, trabaja para Jamie Nianidis. Trago saliva con cierta dificultad. -Debe ser horrible servir a una persona así, yo... no sé.- las palabras se atoran en mi garganta de la rabia. Mi hermano murió por su culpa, mi familia ha quedado destrozada por su deseo de tener poder, de sus mentiras, por no ser mejor que lo que teníamos antes aunque prometía el cielo. Y Benedict es una de esas personas que estaba tachada de 'peligrosa' así que no entiendo como puede estar allí, como esa mujer no le había hecho daño ya. Muevo la cabeza contrariada, sin ganas de seguir diciendo o pensando en esa mujer, en como ha destrozado la vida de tantas y tantas personas.
Algunas veces es tan rápido como cambia la vida de una persona, de una forma tan radical que da verdadero miedo. Lo miro con el papelito entre mis dedos, dándole vueltas con nerviosismo. Aunque me gustaría pasar tiempo con él, una parte de mí me dice que no debería hacerlo porque pronto me iré y no volveremos a saber nunca más nada el uno del otro, ¿cómo contactan dos esclavos? Esa pregunta me habría hecho gracia en otra época, me habría reído con ganas, pero ahora solamente me entristece más el hecho de que no tenemos derecho a absolutamente nada, que no somos personas ya. Casi choco contra un hombre que camina hablando y me quedo paralizada por unos segundos, pero me precipito a moverme hacia un lado para que pase, mirándome los pies con los labios apretados con fuerza. Alzo la mirada al ver que nos ignora así que aprovecho para tirar un poco de su manga y redirigirlo y alejarnos de todo el gentío de magos que nos observa con desagrado. Suelto el aire lentamente cuando salimos de ahí, cuando no tengo que estar rozándome con todo el mundo y ver los gestos de asco cuando esto pasa. -Son cosas bastante simples así que me extraña que me trajera con él para comprar esto...- murmuro abriendo el papel y señalándole las dos cosas que hay escritas. Algún tipo de papel especial que no especifica para que es y una pluma que sirva para ese papel en concreto. Me encojo levemente de hombros. -Supongo que será algún tipo de papel... ¿mágico?- entrecierro los ojos por su puedo entreveer algo que no esté escrito, pero no es así. Abajo unas instrucciones de entregárselo al dueño de la tienda y que él sabrá que darme.
Cierro el papel y lo miro por si él sabe donde podríamos ir a comprar ambos objetos. No me dice donde es pero, por lo que le conozco, supongo que querrá que sea un sitio reconocido y que allí será donde pueda encontrar lo pedido. Intento sonreír levemente, pero me sale más una mueca fea. -Mi amo es Ministro así que creo que tenía una reunión hoy y ha decidido traerme para que compre mientras está reunido.- susurro un tanto sorprendida por mis palabras, por como me he acostumbrado a llamarlo 'Amo' con tanta naturalidad. -No estaba muy convencida pero al final ha sido bueno que me trajera con él.- bajo la mirada avergonzada por el hecho de estar contenta de hacerlo los recados a alguien.
- Ni me lo digas - la respuesta acude a mí con menos tranquilidad de la deseada, reprimiendo las mil y un cosas que diría sobre Jamie Niniadis si mi lengua no acabase cortada en el caso de que alguien erróneo escuchase lo que tengo para decir. Acomodarme a la vida de semejante familia no ha sido sencillo, no desde que cada vez que me cruzo con esa mujer, tengo la necesidad de saltar sobre ella para cerrarle las manos al cuello. Sé que en parte le provoco la misma sensación, y estoy seguro de que el único motivo por el cual sigo vivo y no me han colgado luego de haber sido un fugitivo, es porque por un lado Seth no lo permitiría, y porque por otro debe disfrutar que un vencedor que se escapó de sus garras durante meses ahora esté a su alcance para recibir sus órdenes y castigos cuando se le dé la gana. Si puede demostrar que nos controla de esa manera, deja bien en claro que es capaz de controlarnos a todos.
Caminar con Roxanne por una calle repleta de magos se vuelve cada vez más complicado,y más cuando ella me deja a la vista una lista que tengo que agarrar para poder pegar mi nariz y tratar de leerla en movimiento, cosa que jamás se me ha dado bien, hasta que tironea de mi brazo para sacarnos del camino y básicamente escondernos en un rincón de la calle, fuera de la ruta de los peatones. Alzo un poco los hombros porque la verdad no estoy seguro, y la observo por encima del papel, asomando mis ojos de manera que puedo encontrarme con los suyos. Al contrario de los míos, celestes quizá demasiado claros, sus orbes son oscuros e increíblemente profundos, hasta el punto de recordarme al color del más delicioso chocolate que me daba el gusto de comer cuando era niño. Pero sospecho que decirle que sus ojos me recuerdan al chocolate no es algo normal y supongo que no querrá escucharlo - hay una tienda aquí cerca, donde me han enviado a comprar papeles para Seth y las tonterías que necesita para estudiar. No tengo ni idea si hay de esto, pero podemos preguntar - acabo soltando, y doblo el papelito con cuidado para devolvérselo - tienen una tinta que cambia de color al escribir que es genial. Es una de esas cosas sin sentido que algunos compran porque tienen el dinero para hacerlo.
Lo malo de los magos es que la magia sigue siendo tan fascinante como recuerdo, pero ahora la utilizan contra nosotros. Haciendo compras o acompañando a Seth en su vida diaria, he descubierto millones de cosas que en otros tiempos me habría encantado tener, pero que ahora sean normales significa que yo estoy mal en el sistema. Abro la boca en forma de "oh" cuando me explica quien es su amo, y me dejo sonreír en tono bromista - ahora ambos somos de la alta sociedad - murmuro en tonito pomposo, aunque en realidad, creo que ya lo éramos. Bueno, ella parecía ser de algún lugar bien de por ahí que no recuerdo haber preguntado, y yo era básicamente una celebridad, así que da igual. El que acepte, en cierta forma, que ha sido bueno encontrarnos, me vale mirarla con sorpresa, y al ver que baja la mirada, me tomo el atrevimiento de tomar su mano y entrelazar nuestros dedos. Junto a ella mi piel parece muy blanca, y sus manos no están tan suaves como deberían, pero mejor ni hablemos de las mías, que se han tornado secas y con cicatrices ya casi extintas. Rogando que no rechace aquel contacto, le doy un apretón - yo creo que ha sido excelente - le respondo con suavidad, ladeando la cabeza para poder encontrarme con su rostro y dedicarle una sonrisita, buscando su mirada - de verdad. Es casi como tener una salida de amigos.
Hace mucho que no paso el rato con alguien que no sea Seth o los otros esclavos, y aunque esa persona sea Roxanne, de verdad me encuentro a gusto, y de una manera diferente. No estoy pasando tiempo con ella porque debo hacerlo, sino porque quiero. Acabo tirando de su mano para que volvamos a meternos en la corriente de gente, pero ahora con un paso mucho más firme en dirección a la tienda que, ruego, siga en el mismo lugar donde creo recordarla. Balanceo nuestras manos unidas de un modo casi infantil, sabiendo que algunas personas seguramente se ofendan al ver dos muggles unidos de esa forma, pero da igual - ¿sabes? Cuando salgamos de aquí puedo sacar algo de dinero y comprar algunos dulces. No me dirán nada... - Seth jamás cuenta las monedas cuando regreso de hacer las compras, y estoy seguro de que si se entera que he comprado tonterías diciendo que eran para él, lo entenderá; admito que en ese sentido, soy totalmente afortunado - ¿hace cuanto que no pruebas un buen trozo de pastel de chocolate? - me detengo a mitad de la frase, empujando la puerta de la tienda, y le hago un gestito para que pase delante de mí - las damas primero.
Caminar con Roxanne por una calle repleta de magos se vuelve cada vez más complicado,y más cuando ella me deja a la vista una lista que tengo que agarrar para poder pegar mi nariz y tratar de leerla en movimiento, cosa que jamás se me ha dado bien, hasta que tironea de mi brazo para sacarnos del camino y básicamente escondernos en un rincón de la calle, fuera de la ruta de los peatones. Alzo un poco los hombros porque la verdad no estoy seguro, y la observo por encima del papel, asomando mis ojos de manera que puedo encontrarme con los suyos. Al contrario de los míos, celestes quizá demasiado claros, sus orbes son oscuros e increíblemente profundos, hasta el punto de recordarme al color del más delicioso chocolate que me daba el gusto de comer cuando era niño. Pero sospecho que decirle que sus ojos me recuerdan al chocolate no es algo normal y supongo que no querrá escucharlo - hay una tienda aquí cerca, donde me han enviado a comprar papeles para Seth y las tonterías que necesita para estudiar. No tengo ni idea si hay de esto, pero podemos preguntar - acabo soltando, y doblo el papelito con cuidado para devolvérselo - tienen una tinta que cambia de color al escribir que es genial. Es una de esas cosas sin sentido que algunos compran porque tienen el dinero para hacerlo.
Lo malo de los magos es que la magia sigue siendo tan fascinante como recuerdo, pero ahora la utilizan contra nosotros. Haciendo compras o acompañando a Seth en su vida diaria, he descubierto millones de cosas que en otros tiempos me habría encantado tener, pero que ahora sean normales significa que yo estoy mal en el sistema. Abro la boca en forma de "oh" cuando me explica quien es su amo, y me dejo sonreír en tono bromista - ahora ambos somos de la alta sociedad - murmuro en tonito pomposo, aunque en realidad, creo que ya lo éramos. Bueno, ella parecía ser de algún lugar bien de por ahí que no recuerdo haber preguntado, y yo era básicamente una celebridad, así que da igual. El que acepte, en cierta forma, que ha sido bueno encontrarnos, me vale mirarla con sorpresa, y al ver que baja la mirada, me tomo el atrevimiento de tomar su mano y entrelazar nuestros dedos. Junto a ella mi piel parece muy blanca, y sus manos no están tan suaves como deberían, pero mejor ni hablemos de las mías, que se han tornado secas y con cicatrices ya casi extintas. Rogando que no rechace aquel contacto, le doy un apretón - yo creo que ha sido excelente - le respondo con suavidad, ladeando la cabeza para poder encontrarme con su rostro y dedicarle una sonrisita, buscando su mirada - de verdad. Es casi como tener una salida de amigos.
Hace mucho que no paso el rato con alguien que no sea Seth o los otros esclavos, y aunque esa persona sea Roxanne, de verdad me encuentro a gusto, y de una manera diferente. No estoy pasando tiempo con ella porque debo hacerlo, sino porque quiero. Acabo tirando de su mano para que volvamos a meternos en la corriente de gente, pero ahora con un paso mucho más firme en dirección a la tienda que, ruego, siga en el mismo lugar donde creo recordarla. Balanceo nuestras manos unidas de un modo casi infantil, sabiendo que algunas personas seguramente se ofendan al ver dos muggles unidos de esa forma, pero da igual - ¿sabes? Cuando salgamos de aquí puedo sacar algo de dinero y comprar algunos dulces. No me dirán nada... - Seth jamás cuenta las monedas cuando regreso de hacer las compras, y estoy seguro de que si se entera que he comprado tonterías diciendo que eran para él, lo entenderá; admito que en ese sentido, soy totalmente afortunado - ¿hace cuanto que no pruebas un buen trozo de pastel de chocolate? - me detengo a mitad de la frase, empujando la puerta de la tienda, y le hago un gestito para que pase delante de mí - las damas primero.
Era extraño como los primeros días extrañaba cada cosa de casa, cada tontería que antes no le interesaba y ahora lo extrañaba con todo su corazón. Pero había acabado aprendiendo a que todo aquello no volvería, que su hermana ya no estaba ahí, que Andrew había muerto, que su familia había sido completamente asolada por el gobierno Nianidis y ella había acabado teniendo un destino más horrible que la muerte, el tener que servir a un hombre, el tener que rebajarse al nivel de un animal de carga o recadero, simplemente no podía ni ser considerada persona; ya no era persona. El pensar todas las personas que tenían que pasar por la misma situación se me encoge el corazón con una fuerza considerable, las otras chicas que conoció en el mercado de esclavos y aquellas a las que ayudó a mejorar a la hora de planchar las camisas o de hacer algún tipo de comida que aún se les resistía, ¿dónde estaban todas ellas? Mi suerte no había acabado siendo desastrosa puesto que mi amo tenía, aunque aún no hemos hablado de ello pero no quiero sacar el tema por miedo a que me recrimine algo y solo espero a que sea él el que decida cuando decirme la razón por la que me escogió a mí y de qué conoce a mi hermana mayor, alguna relación en el pasado, no se en el presente, con algún miembro de mi familia.
La forma de hablar e, incluso, la forma de caminar de Benedict me da a entender todo lo que ha crecido en éste tiempo mientras que yo me he quedado estancada en el pasado, me he quedado estancada y no se hacia donde ir. Aunque en el inicio lo consideré solamente un niño con aires de superioridad, por todo eso de ser un Vencedor, se nota que ha tenido que madurar muy rápido y que le ha sentado bien; otros no lo hicimos cuando debíamos y seguimos parados en el mismo lugar, con la misma actitud malcriada de cuando tenía diez años y mi madre siempre me tenía que comprar los dos helados que me gustaban porque si solo compraba uno me enfadaba. Casi tengo dieciocho años y sigo en las mismas, con mi actitud de niña que no creo que pierda en mucho, mucho tiempo; total, ¿para qué querría cambiarlo? Nada cambiaría con un cambio de actitud, en ese sentido, por mi parte. Resoplo y una nube blanquecina aparece frente a mi rostro. Incluso en otoño se forman esas nubes al respirar, no quiero ni pensar como será el invierno... el invierno lejos de casa. Me quedo parada, con las manos metidas en los bolsillos, mientras él observa el papel pensando en donde podríamos ir a comprarlo. Lo observo con cautela, a una pequeña distancia, aunque no me quedo muy lejos por miedo a que parpadee y de golpe desaparezca frente a mis ojos. Meneo la cabeza hacia ambos lados, sorprendida por mis tontos pensamientos. Hace solo unos segundos quería que se fuera, más bien me iba a ir yo, y ahora mis pensamientos se dirigen en el sentido de que no desaparezca... supongo que ver un rostro conocido después de tanto tiempo me acaba afectando. Agarro el papel y lo guardo en mi bolsillo antes de que se pierda puesto que se lo tendré que entregar al dueño de la tienda para que me venda lo que Connor me ha pedido. Una media sonrisa se escapa de entre mis labios antes de que me percate pero giro el rostro hacia otro lado.
No se cuanto tiempo hacía que no sonreía con algún comentario, bueno, más bien no se cuanto hace que no sonreía. Dicen que los recuerdos te hacen sonreír cuando te sientes solo pero no es mi caso, solo hacen que me entristezca más. Doy un paso para internarnos de nuevo en la calle y poder ir a la tienda cuando coge mi mano y me quedo parada en seco. Extrañada por aquel contacto, por esa reacción de él. Vuelvo la cabeza hacia él con una pequeña sonrisa en mis labios. -¿De amigos? Hasta donde yo sé nos odiamos, ¿no?- susurro con la sonrisa aún dibujada en mis labios. Le correspondo al apretón de mano y no la muevo ni un ápice de la suya, no la alejo lo más mínimo. Lo sigo, cogida de la mano, hasta el gentío de nuevo y tengo el instinto de separar nuestras manos por si acaso. Estamos en el Capitolio, aquí la vigilancia será el triple de intensa y no quiero que piensen que yo... y él... no quiero que nos acaben llevando a algún sitio ya que las relaciones amistosas entre los muggles también están mal vistas; cualquier persona que tenga que veer con un muggle será mirado mal. Pero no separo mi mano de la suya, me parece incluso divertido el balanceo de nuestras manos mientras nos internamos en una calle y luego en otra, hasta que paramos frente a una tienda. En cuando dice de sacar algo de dinero se me pone el bello de punta. ¡No! Aunque... lo dice con esa seguridad que tanto le caracteriza que me hace dudar por unos segundos, además de que no cesa de hablar de 'Seth' como una persona en la que confía y no le hará nada, así que me encojo un poquito de hombros pero se que mi boca se abre de par en par cuando habla de un trozo de pastel de chocolate. Recuerdo hacer pasteles de chocolate cuando estaba en casa pero... ahora mismo se siente como si hiciera décadas que no hago, y mucho menos, que pruebo alguno. -Yo creo que llevo dinero de más así que... quizá pueda poner también un poco...- mascullo a duras penas. Hago el amago de sacar el dinero pero recuerdo que nunca debo de hacerlo en la calle, y aún menos con la precariedad que están pasando algunas personas. -no creo que se de cuenta y si lo hace siempre puedo poner algún tipo de excusa- las palabras salen con más seguridad de la que realmente tengo, y es un tono de voz que no acepta palabras en contra.
Tiro de él dentro de la tienda pero separo mi mano de la suya en cuando veo el gesto de desaprobación que no dedica el dueño. Me acerco tendiéndole el papel, firmado por el amo Connor, el hombre lo coge y masculla algo como 'por eso me ha hecho esperar, porque ha enviado a una estúpida esclava. Junto las piernas más, si es posible, y aprieto las manos contra mi abdomen esperando pacientemente a que vuelva con las cosas y me pueda ir lo más rápido posible de allí. Poco tarda, supongo que ya lo tenía preparado, y coge el dinero que le entrego advirtiéndome de malhumor que como no llegaran a manos de mi amo tendría un problema. Me encamino rauda hacia la puerta, cogiendo a Benedict de la manga en el camino, y tomo una gran bocanada de aire cuando estoy en la calle, con la puerta bien cerrada detrás de nosotros. -Odio que me traten así.- susurro. Después de mucho tiempo había sido capaz de decir en voz alta que odio que me traten como una idiota que no sabe hacer nada, como... a una esclava.
La forma de hablar e, incluso, la forma de caminar de Benedict me da a entender todo lo que ha crecido en éste tiempo mientras que yo me he quedado estancada en el pasado, me he quedado estancada y no se hacia donde ir. Aunque en el inicio lo consideré solamente un niño con aires de superioridad, por todo eso de ser un Vencedor, se nota que ha tenido que madurar muy rápido y que le ha sentado bien; otros no lo hicimos cuando debíamos y seguimos parados en el mismo lugar, con la misma actitud malcriada de cuando tenía diez años y mi madre siempre me tenía que comprar los dos helados que me gustaban porque si solo compraba uno me enfadaba. Casi tengo dieciocho años y sigo en las mismas, con mi actitud de niña que no creo que pierda en mucho, mucho tiempo; total, ¿para qué querría cambiarlo? Nada cambiaría con un cambio de actitud, en ese sentido, por mi parte. Resoplo y una nube blanquecina aparece frente a mi rostro. Incluso en otoño se forman esas nubes al respirar, no quiero ni pensar como será el invierno... el invierno lejos de casa. Me quedo parada, con las manos metidas en los bolsillos, mientras él observa el papel pensando en donde podríamos ir a comprarlo. Lo observo con cautela, a una pequeña distancia, aunque no me quedo muy lejos por miedo a que parpadee y de golpe desaparezca frente a mis ojos. Meneo la cabeza hacia ambos lados, sorprendida por mis tontos pensamientos. Hace solo unos segundos quería que se fuera, más bien me iba a ir yo, y ahora mis pensamientos se dirigen en el sentido de que no desaparezca... supongo que ver un rostro conocido después de tanto tiempo me acaba afectando. Agarro el papel y lo guardo en mi bolsillo antes de que se pierda puesto que se lo tendré que entregar al dueño de la tienda para que me venda lo que Connor me ha pedido. Una media sonrisa se escapa de entre mis labios antes de que me percate pero giro el rostro hacia otro lado.
No se cuanto tiempo hacía que no sonreía con algún comentario, bueno, más bien no se cuanto hace que no sonreía. Dicen que los recuerdos te hacen sonreír cuando te sientes solo pero no es mi caso, solo hacen que me entristezca más. Doy un paso para internarnos de nuevo en la calle y poder ir a la tienda cuando coge mi mano y me quedo parada en seco. Extrañada por aquel contacto, por esa reacción de él. Vuelvo la cabeza hacia él con una pequeña sonrisa en mis labios. -¿De amigos? Hasta donde yo sé nos odiamos, ¿no?- susurro con la sonrisa aún dibujada en mis labios. Le correspondo al apretón de mano y no la muevo ni un ápice de la suya, no la alejo lo más mínimo. Lo sigo, cogida de la mano, hasta el gentío de nuevo y tengo el instinto de separar nuestras manos por si acaso. Estamos en el Capitolio, aquí la vigilancia será el triple de intensa y no quiero que piensen que yo... y él... no quiero que nos acaben llevando a algún sitio ya que las relaciones amistosas entre los muggles también están mal vistas; cualquier persona que tenga que veer con un muggle será mirado mal. Pero no separo mi mano de la suya, me parece incluso divertido el balanceo de nuestras manos mientras nos internamos en una calle y luego en otra, hasta que paramos frente a una tienda. En cuando dice de sacar algo de dinero se me pone el bello de punta. ¡No! Aunque... lo dice con esa seguridad que tanto le caracteriza que me hace dudar por unos segundos, además de que no cesa de hablar de 'Seth' como una persona en la que confía y no le hará nada, así que me encojo un poquito de hombros pero se que mi boca se abre de par en par cuando habla de un trozo de pastel de chocolate. Recuerdo hacer pasteles de chocolate cuando estaba en casa pero... ahora mismo se siente como si hiciera décadas que no hago, y mucho menos, que pruebo alguno. -Yo creo que llevo dinero de más así que... quizá pueda poner también un poco...- mascullo a duras penas. Hago el amago de sacar el dinero pero recuerdo que nunca debo de hacerlo en la calle, y aún menos con la precariedad que están pasando algunas personas. -no creo que se de cuenta y si lo hace siempre puedo poner algún tipo de excusa- las palabras salen con más seguridad de la que realmente tengo, y es un tono de voz que no acepta palabras en contra.
Tiro de él dentro de la tienda pero separo mi mano de la suya en cuando veo el gesto de desaprobación que no dedica el dueño. Me acerco tendiéndole el papel, firmado por el amo Connor, el hombre lo coge y masculla algo como 'por eso me ha hecho esperar, porque ha enviado a una estúpida esclava. Junto las piernas más, si es posible, y aprieto las manos contra mi abdomen esperando pacientemente a que vuelva con las cosas y me pueda ir lo más rápido posible de allí. Poco tarda, supongo que ya lo tenía preparado, y coge el dinero que le entrego advirtiéndome de malhumor que como no llegaran a manos de mi amo tendría un problema. Me encamino rauda hacia la puerta, cogiendo a Benedict de la manga en el camino, y tomo una gran bocanada de aire cuando estoy en la calle, con la puerta bien cerrada detrás de nosotros. -Odio que me traten así.- susurro. Después de mucho tiempo había sido capaz de decir en voz alta que odio que me traten como una idiota que no sabe hacer nada, como... a una esclava.
Por lo visto, ella también recuerda nuestra pequeña y estúpida pelea de hace ya tanto tiempo, y eso me causa la diversión suficiente como para reírme entre dientes, mirándola con gracia - deberías perdonar mi idiotez - admito, agradeciendo con cierto bochorno que el tiempo ha pasado lo suficiente como para poder ver con otros ojos las actitudes que llegué a tener en el pasado. De verdad, el motivo de la pelea se ha borrado por completo de mi memoria, pero sé que ese día salí en un ataque de dramatismo por la puerta del bar, olvidando mi vieja libreta, en un intento de dejarla con las palabras en la boca cuando en realidad habíamos deseado compartir una malteada. Lo que ocurrió luego, cuando Zyanelle llegó a su casa, sí prefiero borrarlo de mi mente, en especial porque pensar en ella todavía sigue siendo confuso y doloroso, y sé que nombrarla en presencia de Roxanne no es una buena idea, puesto que ambas eran amigas, y en algún punto probablemente le duela igual o incluso más que a mí.
Fuera de eso, agradezco de sobremanera que ella no aparte la mano, y nuestro andar unidos se me hace ligeramente gracioso, incluso cuando soy capaz de observar de reojo el modo en el cual algunas personas nos miran, como si al tomarnos de la mano nuestra peste aumentara, y a pesar de la diversión en más de una ocasión me permito mirar alrededor, en busca de algún auror o alguien de alto cargo que fuese capaz de venir a darme una paliza. Pero de momento, nadie lo hace, así que mi máxima preocupación viene cuando ella se atreve a ofrecer su dinero; niego energéticamente con la cabeza - ¿Y qué si no le gusta tu excusa? No puedo dejar que... - no sé que clase de amo tiene, pero con solo pensarlo parece que las cicatrices de mi espalda se pusieran a arder, lo que provoca que presione mis labios entre sí en una delgada línea de desaprobación. Acabo suspirando y vuelvo a tomar algo de aire, bajando un momento la vista hacia mis zapatos, notando como los cordones ya se están poniendo viejos y debería conseguir unos nuevos - deja que yo lo pague. Tómalo como una disculpa por la tarde de las malteadas - y si se niega, ya encontraré el modo de colar el dinero sin que lo note. Siempre me ha servido esa técnica.
Entramos a la tienda, donde me obligo a dejar que me suelte y escondo las manos nuevamente detrás de mi espalda junto a las bolsas, y permito que ella realice su tarea mientras yo me paseo por el local sin tocar absolutamente nada. Los pergaminos y las plumas de diferente color y tamaño decoran las estanterías, además de alguna que otra tontería que no sé para que sirve, y me entretengo un buen rato observando unos adornos dorados que se golpean entre sí con un choque casi cómico, mientras oigo las palabras del encargado que producen que me muerda la lengua para no decirle nada. A veces olvido lo mucho que me cuesta quedarme callado ante esta clase de injusticias. Gracias al cielo que no se demora demasiado, y en algún momento que no noto, Roxanne tira de mí hacia la calle, haciendo que casi me tropiece con mis propios pies hasta que el viento vuelve a golparme en la cara. Chisto con desgano, y me tomo el atrevimiento de darle una palmadita en la espalda que pretende ser una muestra de apoyo emocional - es el Capitolio. La gente que vive aquí tiene la idea idiota de creer que tienen el derecho de pisotear a los demás, incluso peor que en otros sitios - procuro de hablarle en voz baja y cerca del oído, porque si alguien más me escucha, lo más seguro es que mañana no pueda levantarme de la cama.
Intento sonreírle para que cambie la cara aunque sé que es una mierda, y bajo la mano a su cintura para darle un empujoncito - ahora viene nuestra mayor tarea. Solamente actúa natural - lo último que necesitamos es que la gente sospeche de que no estamos haciendo un mandado. Camino derecho hacia la pastelería, sin dejar que mis piernas me traicionen y me muestren perdido en mi dirección, y esta vez soy yo el que empuja la puerta y oigo la campanita sonar sobre mi cabeza. Está bastante llena de gente, y mis ojos van de inmediato a todas esas golosinas que parecen increíbles y nunca pude probar, hasta que se fijan en la fila enorme de pasteles de diferentes estilos. Me acerco como me es posible, manteniendo a Roxanne a mi lado, hasta que me inclino frente al vidrio, casi pegando mi nariz a éste, para observar una torta de mousse de chocolate de varios pisos que solamente consigue que mis tripas se pongan a bailar la conga - ¿Crees que es ese? - le pregunto a Roxanne en un tono natural, como tratando de chequear que no estoy cometiendo un error terrible que un amo reprocharía. En cuanto una señora regordeta parecida salida de una estampita se acerca a nosotros, me obligo a mirarla y carraspeo, señalando el pastel y pidiendo una porción individual pero generosa que ella no tarda en colocar en una pequeña bandeja de cartón, que acaba envuelta con cuidado. Entrego el dinero con rapidez antes de que mi compañera o alguien reproche, solamente consiguiendo una cuchara de plástico, y nos empujo fuera de allí. Lejos de detenerme, tiro de su manga - sé donde podemos ir - le susurro, y sin más comienzo un casi trote para abandonar la zona de tiendas, para ir allí donde nadie va a encontrarnos, ni fastidiarnos, ni hacernos sentir menos al menos por unos minutos.
Fuera de eso, agradezco de sobremanera que ella no aparte la mano, y nuestro andar unidos se me hace ligeramente gracioso, incluso cuando soy capaz de observar de reojo el modo en el cual algunas personas nos miran, como si al tomarnos de la mano nuestra peste aumentara, y a pesar de la diversión en más de una ocasión me permito mirar alrededor, en busca de algún auror o alguien de alto cargo que fuese capaz de venir a darme una paliza. Pero de momento, nadie lo hace, así que mi máxima preocupación viene cuando ella se atreve a ofrecer su dinero; niego energéticamente con la cabeza - ¿Y qué si no le gusta tu excusa? No puedo dejar que... - no sé que clase de amo tiene, pero con solo pensarlo parece que las cicatrices de mi espalda se pusieran a arder, lo que provoca que presione mis labios entre sí en una delgada línea de desaprobación. Acabo suspirando y vuelvo a tomar algo de aire, bajando un momento la vista hacia mis zapatos, notando como los cordones ya se están poniendo viejos y debería conseguir unos nuevos - deja que yo lo pague. Tómalo como una disculpa por la tarde de las malteadas - y si se niega, ya encontraré el modo de colar el dinero sin que lo note. Siempre me ha servido esa técnica.
Entramos a la tienda, donde me obligo a dejar que me suelte y escondo las manos nuevamente detrás de mi espalda junto a las bolsas, y permito que ella realice su tarea mientras yo me paseo por el local sin tocar absolutamente nada. Los pergaminos y las plumas de diferente color y tamaño decoran las estanterías, además de alguna que otra tontería que no sé para que sirve, y me entretengo un buen rato observando unos adornos dorados que se golpean entre sí con un choque casi cómico, mientras oigo las palabras del encargado que producen que me muerda la lengua para no decirle nada. A veces olvido lo mucho que me cuesta quedarme callado ante esta clase de injusticias. Gracias al cielo que no se demora demasiado, y en algún momento que no noto, Roxanne tira de mí hacia la calle, haciendo que casi me tropiece con mis propios pies hasta que el viento vuelve a golparme en la cara. Chisto con desgano, y me tomo el atrevimiento de darle una palmadita en la espalda que pretende ser una muestra de apoyo emocional - es el Capitolio. La gente que vive aquí tiene la idea idiota de creer que tienen el derecho de pisotear a los demás, incluso peor que en otros sitios - procuro de hablarle en voz baja y cerca del oído, porque si alguien más me escucha, lo más seguro es que mañana no pueda levantarme de la cama.
Intento sonreírle para que cambie la cara aunque sé que es una mierda, y bajo la mano a su cintura para darle un empujoncito - ahora viene nuestra mayor tarea. Solamente actúa natural - lo último que necesitamos es que la gente sospeche de que no estamos haciendo un mandado. Camino derecho hacia la pastelería, sin dejar que mis piernas me traicionen y me muestren perdido en mi dirección, y esta vez soy yo el que empuja la puerta y oigo la campanita sonar sobre mi cabeza. Está bastante llena de gente, y mis ojos van de inmediato a todas esas golosinas que parecen increíbles y nunca pude probar, hasta que se fijan en la fila enorme de pasteles de diferentes estilos. Me acerco como me es posible, manteniendo a Roxanne a mi lado, hasta que me inclino frente al vidrio, casi pegando mi nariz a éste, para observar una torta de mousse de chocolate de varios pisos que solamente consigue que mis tripas se pongan a bailar la conga - ¿Crees que es ese? - le pregunto a Roxanne en un tono natural, como tratando de chequear que no estoy cometiendo un error terrible que un amo reprocharía. En cuanto una señora regordeta parecida salida de una estampita se acerca a nosotros, me obligo a mirarla y carraspeo, señalando el pastel y pidiendo una porción individual pero generosa que ella no tarda en colocar en una pequeña bandeja de cartón, que acaba envuelta con cuidado. Entrego el dinero con rapidez antes de que mi compañera o alguien reproche, solamente consiguiendo una cuchara de plástico, y nos empujo fuera de allí. Lejos de detenerme, tiro de su manga - sé donde podemos ir - le susurro, y sin más comienzo un casi trote para abandonar la zona de tiendas, para ir allí donde nadie va a encontrarnos, ni fastidiarnos, ni hacernos sentir menos al menos por unos minutos.
Prefiero no pensar mucho en como nos conocimos, ni el día, ni... la persona por la que nos acabamos conociendo. He intentado no pensar mucho en las personas que quiero, es más, al inicio quería hacer una lista de las personas que buscaría pero, claramente, no fue así porque me sacaron de casa los carroñeros y me llevaron a un mercado de esclavos donde a los días asimilé que nunca volvería a saber nada de nadie de mi familia; que esa palabra había perdido el significado para mí porque no tenía ya. Luego pensé en mis amigas, en todas esas chicas con las que tan unidas estaba, en mi vecina de enfrente que era una señora a la que realmente adoraba y que siempre estaba dispuesta a ayudarle en casa, visitarla, hablar... estaba más horas con ella que con mis propios hermanos, y también estaba cuando se la llevaron de casa por ser humana, la busqué durante días en el mercado pero no la encontré, ni rastro de ella... y era raro, porque una señora mayor no tenía tantas posibilidades de haber sido comprada tan rápido. Me recorre un escalofrío porque no había pensando en que es muy posible que esté muerta desde hace mucho tiempo; y me siento culpable, me siento mal por haberla olvidado, por haberla sacado de mi cabeza tan rápido.
Parpadeo cuando me saca de mis pensamientos con unas palabras que hacen que frunza el ceño profundamente, contrariada por sus palabras y molesta porque me lleve la contraria en algo; bueno, más bien porque yo quiero poner también dinero, se me da 'bien' tratar con Connor y siempre le puedo decir que son cosas de chicas; seré una esclava pero todas las chicas tenemos nuestras cosas y eso lo debe de saber hasta él. -No seas cabezota- resoplo, haciendo una nubecita frente a mi rostro. Pongo morritos molesta pero no discuto con él porque, total, después voy a hacer lo que me de la gana y pagaré así que no me importa. Me encojo de hombros y camino fijándome en las tiendas que hay en esta calle y que tanto han cambiado algunas... antes podía saber donde estaban todas ellas con los ojos cerrados, no por el hecho de ser una comprador compulsiva, que no lo era, si no por los largos paseos que daba con Zya... Zya. Miro a Benedict de reojo con el pensamiento de la que fue una de mis mejores amigas en mi cabeza pero sin ser capaz de comentar nada sobre ella, sin ser capaz de articular ni una sola palabra de ella. Aprieto los dedos en torno a la bolsa que me ha dado el comerciante dentro de la tienda. Doy un saltito cuando se acerca demasiado a mí y me susurra algo al oído, no esperaba que se acercara y ahogo un gritito estúpido en mi garganta pero, sin saber por qué, no puedo evitar sonreír tímidamente mientras acomodo el pelo detrás de mi oreja y miro hacia ambos lados percatándome de que no hay nadie demasiado cerca como para escucharnos. -Hay algunos magos que se creen mejor que nosotros y no saben ni hacerse la comida- ruedo los ojos porque me resulta divertido el hecho de que, aunque sean unos inútiles que se morirían de hambre sin esclavo o sin comida para llevar, se creen superiores porque tienen 'mejor sangre'.
Recuerdo estas calles bien llenas de gente pero nunca me costó tanto recorrerlas, y mucho menos seguirle el rastro a otra persona. Veo alguna que otra capa que cubre a los magos, por eso de que hace frío y tal, mientras que los esclavos van detrás con bolsas, la cabeza agachada y la única manga que llevamos puesta. Me da congoja ver los zapatos rotos o la ropa sucia de algunos de ellos cuando yo misma la llevo en orden, en ese sentido debo de decir que soy ciertamente afortunada de tener al Amo Connor. Me despisto un segundo en mis pensamientos y casi pierdo a Bennie que veo justo frente a la puerta de una gran pastelería. Me apresuro y entro cortadita cuando está a punto de cerrarse la puerta, me pego a él para acercarnos al mostrador, cosa que parece misión imposible porque hay bastante gente dentro lista para comprar. Me cara choca contra la tripa de una señora bien gorda, que ocupa el sitio que podría dos personas, y me mira con asco. Bajo la mirada avergonzada y me pego más a Ben hasta queda con mi cuerpo pegado a su espalda e intentando ver algo por encima de su hombro. Estoy a punto de pegar la barbilla contra su hombre, como siempre hacía cuando quería ver algo y alguna persona se encontraba delante, o como le hacía a Andrew cuando me llevaba en su espalda de pequeña, pero reacciono a tiempo y doy un pasito a su lado para ponerme a su altura inclinádome hacia adelante ante su pregunta y asintiendo con la cabeza con energía. Alguien me empuja y se me cae la bolsa así que me agacho para recogerla y cuando alzo la cabeza ya está Ben arrastrándome afuera de la tienda con el trozo de pastel en la mano.
Voy a tropicones detrás de él, sin la oportunidad de renegarle por no dejarme pagar una parte del pastel. Cuando salimos de la zona de tiendas siento como el aire vuelve a mí, como, en cierto modo, el agobio de sentirme observada, o esa sensación me da a mí siempre que tengo que ir a comprar algo, desaparece. -La próxima vez seré yo la que compre algo- suelto sin pensar ni un segundo las palabras que pronuncio y me cruzo de brazos con un fingido enfado que no dura mucho. -¿Y bien? ¿A dónde vamos?- camino cerquita de él observándolo con curiosidad pero también cautela.
Parpadeo cuando me saca de mis pensamientos con unas palabras que hacen que frunza el ceño profundamente, contrariada por sus palabras y molesta porque me lleve la contraria en algo; bueno, más bien porque yo quiero poner también dinero, se me da 'bien' tratar con Connor y siempre le puedo decir que son cosas de chicas; seré una esclava pero todas las chicas tenemos nuestras cosas y eso lo debe de saber hasta él. -No seas cabezota- resoplo, haciendo una nubecita frente a mi rostro. Pongo morritos molesta pero no discuto con él porque, total, después voy a hacer lo que me de la gana y pagaré así que no me importa. Me encojo de hombros y camino fijándome en las tiendas que hay en esta calle y que tanto han cambiado algunas... antes podía saber donde estaban todas ellas con los ojos cerrados, no por el hecho de ser una comprador compulsiva, que no lo era, si no por los largos paseos que daba con Zya... Zya. Miro a Benedict de reojo con el pensamiento de la que fue una de mis mejores amigas en mi cabeza pero sin ser capaz de comentar nada sobre ella, sin ser capaz de articular ni una sola palabra de ella. Aprieto los dedos en torno a la bolsa que me ha dado el comerciante dentro de la tienda. Doy un saltito cuando se acerca demasiado a mí y me susurra algo al oído, no esperaba que se acercara y ahogo un gritito estúpido en mi garganta pero, sin saber por qué, no puedo evitar sonreír tímidamente mientras acomodo el pelo detrás de mi oreja y miro hacia ambos lados percatándome de que no hay nadie demasiado cerca como para escucharnos. -Hay algunos magos que se creen mejor que nosotros y no saben ni hacerse la comida- ruedo los ojos porque me resulta divertido el hecho de que, aunque sean unos inútiles que se morirían de hambre sin esclavo o sin comida para llevar, se creen superiores porque tienen 'mejor sangre'.
Recuerdo estas calles bien llenas de gente pero nunca me costó tanto recorrerlas, y mucho menos seguirle el rastro a otra persona. Veo alguna que otra capa que cubre a los magos, por eso de que hace frío y tal, mientras que los esclavos van detrás con bolsas, la cabeza agachada y la única manga que llevamos puesta. Me da congoja ver los zapatos rotos o la ropa sucia de algunos de ellos cuando yo misma la llevo en orden, en ese sentido debo de decir que soy ciertamente afortunada de tener al Amo Connor. Me despisto un segundo en mis pensamientos y casi pierdo a Bennie que veo justo frente a la puerta de una gran pastelería. Me apresuro y entro cortadita cuando está a punto de cerrarse la puerta, me pego a él para acercarnos al mostrador, cosa que parece misión imposible porque hay bastante gente dentro lista para comprar. Me cara choca contra la tripa de una señora bien gorda, que ocupa el sitio que podría dos personas, y me mira con asco. Bajo la mirada avergonzada y me pego más a Ben hasta queda con mi cuerpo pegado a su espalda e intentando ver algo por encima de su hombro. Estoy a punto de pegar la barbilla contra su hombre, como siempre hacía cuando quería ver algo y alguna persona se encontraba delante, o como le hacía a Andrew cuando me llevaba en su espalda de pequeña, pero reacciono a tiempo y doy un pasito a su lado para ponerme a su altura inclinádome hacia adelante ante su pregunta y asintiendo con la cabeza con energía. Alguien me empuja y se me cae la bolsa así que me agacho para recogerla y cuando alzo la cabeza ya está Ben arrastrándome afuera de la tienda con el trozo de pastel en la mano.
Voy a tropicones detrás de él, sin la oportunidad de renegarle por no dejarme pagar una parte del pastel. Cuando salimos de la zona de tiendas siento como el aire vuelve a mí, como, en cierto modo, el agobio de sentirme observada, o esa sensación me da a mí siempre que tengo que ir a comprar algo, desaparece. -La próxima vez seré yo la que compre algo- suelto sin pensar ni un segundo las palabras que pronuncio y me cruzo de brazos con un fingido enfado que no dura mucho. -¿Y bien? ¿A dónde vamos?- camino cerquita de él observándolo con curiosidad pero también cautela.
Me limito a mirarla con una sonrisa burlona, pero no le respondo su duda solamente porque creo que es mejor así. Tampoco se me antoja discutir sobre quien debería haber o no pagado un bendito trozo de pastel que en otros tiempos habría sido algo totalmente natural, así que una vez más, dejo pasar lo que en el día que nos conocimos nos habría hecho chillarnos como dos mocosos que probablemente éramos pero en ese momento no lo había notado. Mi vida en ese entonces ya estaba destruida, pero al menos podía moverme por el Capitolio a mi antojo, mientras volviese a dormir al centro de entrenamientos todas las noches. Entonces me doy cuenta de que sé muy pocas cosas de Roxanne. ¿Qué le gustaba hacer cuando era libre? ¿Ella también tenía que obedecer órdenes estúpidas, fuesen del gobierno o no? ¿Estaba de mal humor ese día por algo en particular o simplemente yo arruiné todo? No me sorprendería, siempre tuve un don increíble para meter la pata, en especial con las chicas.
Poco a poco nos vamos apartando de la calle principal, mientras las luces artificiales comienzan a iluminar los rincones para indicar que el tiempo va pasando. Las bolsas de mis compras chocan entre sí, creando un ruido ligeramente fastidioso, hasta que doblamos en una calle desierta, justo frente a un parque de donde la gente ya se está retirando porque comienza a hacer frío; ellos no saben que en realidad, yéndose nos están haciendo un favor a nosotros. Cruzo para que nos adentremos en el camino de cemento que corta el césped, pasando cerca de columpios y juegos ya vacíos, yendo hacia el centro de dicho espacio verde. Acabo adentrándome entre unos cuidados rosedales, notando como el cemento bajo mis pies se vuelve tierra, y le chisto a mi compañera para que se acabe sentando conmigo. Estamos cerca de un pequeño largo, pero los árboles reunidos en éste pequeño espacio, con ramas entrelazadas, flores y arbustos generosos, el poder sentarnos nos regala la oportunidad de perdernos de la vista - Zyanelle y yo solíamos venir aquí - explico finalmente en un murmullo, sin atreverme a mirarla porque sé que ninguno de los dos quiere hablar de ella, y pretendo estar muy entretenido en quitar el papel que cuida al pastel de los gérmenes, sosteniendo con cuidado la bandeja y la cucharita. Acabo lanzando el envoltorio dentro de una de las bolsas, las cuales coloco a mi lado, y pincho el pastel.
El trozo de chocolate, el cual huele demasiado bien si puedo decirlo, está a medio camino de mi boca cuando me percato de que probablemente ella lleve más tiempo que yo sin probar algo como esto, además de que creo que Seth una vez me dijo que hay que ser amables con las niñas porque se supone que a ellas les molesta cuando somos egoístas o no pensamos en ellas. O quizá fue papá, pero ya no importa quien lo dijo, sino que estoy haciendo exactamente lo contrario. La miro de reojo, con la boca abierta en un obvio intento de atajar el bocado, pero la acabo cerrando de prepo y le tiendo la cuchara para que coma el primer pedazo - ten. Ya me dices si sabe tan bien como se ve.
Le dejo la cuchara y eso me permite frotar las manos entre sí, observando lo poco que se ve de la laguna con patitos entre las ramas y las hojas. Probablemente hace más frío del que siento, porque aquí el aire parece no llegar del todo, y acabo recostando mi espalda erguida contra el tronco más cercano, abrazando mis rodillas en un intento de acomodarme mejor en el espacio reducido de nuestro escondite. Finalmente, tras raspar una y otra vez mi labio inferior con mis dientes delanteros, acabo hablando en susurros - ¿crees que alguna vez todo esto cambie, Rox? ¿Que alguien alguna vez querrá hacer las cosas bien?
Poco a poco nos vamos apartando de la calle principal, mientras las luces artificiales comienzan a iluminar los rincones para indicar que el tiempo va pasando. Las bolsas de mis compras chocan entre sí, creando un ruido ligeramente fastidioso, hasta que doblamos en una calle desierta, justo frente a un parque de donde la gente ya se está retirando porque comienza a hacer frío; ellos no saben que en realidad, yéndose nos están haciendo un favor a nosotros. Cruzo para que nos adentremos en el camino de cemento que corta el césped, pasando cerca de columpios y juegos ya vacíos, yendo hacia el centro de dicho espacio verde. Acabo adentrándome entre unos cuidados rosedales, notando como el cemento bajo mis pies se vuelve tierra, y le chisto a mi compañera para que se acabe sentando conmigo. Estamos cerca de un pequeño largo, pero los árboles reunidos en éste pequeño espacio, con ramas entrelazadas, flores y arbustos generosos, el poder sentarnos nos regala la oportunidad de perdernos de la vista - Zyanelle y yo solíamos venir aquí - explico finalmente en un murmullo, sin atreverme a mirarla porque sé que ninguno de los dos quiere hablar de ella, y pretendo estar muy entretenido en quitar el papel que cuida al pastel de los gérmenes, sosteniendo con cuidado la bandeja y la cucharita. Acabo lanzando el envoltorio dentro de una de las bolsas, las cuales coloco a mi lado, y pincho el pastel.
El trozo de chocolate, el cual huele demasiado bien si puedo decirlo, está a medio camino de mi boca cuando me percato de que probablemente ella lleve más tiempo que yo sin probar algo como esto, además de que creo que Seth una vez me dijo que hay que ser amables con las niñas porque se supone que a ellas les molesta cuando somos egoístas o no pensamos en ellas. O quizá fue papá, pero ya no importa quien lo dijo, sino que estoy haciendo exactamente lo contrario. La miro de reojo, con la boca abierta en un obvio intento de atajar el bocado, pero la acabo cerrando de prepo y le tiendo la cuchara para que coma el primer pedazo - ten. Ya me dices si sabe tan bien como se ve.
Le dejo la cuchara y eso me permite frotar las manos entre sí, observando lo poco que se ve de la laguna con patitos entre las ramas y las hojas. Probablemente hace más frío del que siento, porque aquí el aire parece no llegar del todo, y acabo recostando mi espalda erguida contra el tronco más cercano, abrazando mis rodillas en un intento de acomodarme mejor en el espacio reducido de nuestro escondite. Finalmente, tras raspar una y otra vez mi labio inferior con mis dientes delanteros, acabo hablando en susurros - ¿crees que alguna vez todo esto cambie, Rox? ¿Que alguien alguna vez querrá hacer las cosas bien?
En nuestra 'huida' nos cruzamos con varios grupos de magos que van charlando animadamente y escucho algún comentario sobre las muertes que está sucediendo y las risas de algunos de ellos cuando otro dice que algunos de ellos eran humanos, estúpidos humanos que realmente pensaban que podrían ser libres que salían de allí, que sus amos los dejarían ir. Un comentario hace que todos estallen en risas pero ya estaban demasiado lejos como para que ese comentario llegue a mis oídos así que solo las risas de sorna llegan hasta mí. Aprieto los labios con fuerza, enfadada por las cosas que dicen sobre los humanos, por todas esas palabras que nos dedican y que tanto me molesta por la parte que me toca. Yo nunca traté mal a ningún mago, nunca fui condescendiente con nadie ni traté a nadie mal por ser diferente porque todos somos diferentes los unos a los otros y no tienen derecho a tratarnos como si solo fuéramos un objeto, como si fuéramos un trozo de carne y pudieran hacer con nosotros lo que quisieran y alegrarse de que humanos mueran. Se supone que los juegos cambiarían, que aunque ahora una parte de la población no seamos nada ni nadie, la gente no seguiría muriendo de ese modo tan despiadado. Me alegro de que mi amo casi nunca esté y casa y así la televisión nunca esté puesta porque no soportaría ningún comentario así de su parte, se que no podría evitar ponerme a llorar como una idiota, pero por suerte él no se ve de esa manera, no al menos en ese sentido.
Mis pensamientos desaparecen de golpe porque se ve como está anocheciendo y no puedo evitar llevar la mirada hasta el reloj que me ha dado mi amo para que no pierda la noción del tiempo y llegue a la hora acordada a la plaza con la fuente nuevamente. Estamos en un parque cuando me vengo a dar cuenta y nos internamos en una zona de césped. Camino rápida pegada a él para no perderme cuando se sienta en el césped, justo detrás de unos rosales que nos esconden bastante de la gente que pueda quedar en el parque, que es realmente poca porque el frío hace que se retiren a sus casas ya. Me siento con las piernas cruzadas y me inclino un poco enredándome el pelo en una rama cercana; dejo la bolsa a un lado y me entretengo desenganchando mi pelo de la rama cuando pronuncia esas palabras que hace que me quede parada de golpe, con las manos aún peleadas con la rama pero sin moverlas absolutamente ni un poquito. Cierro los ojos dos segundos, el tiempo que tardo en respirar con tranquilidad, y vuelvo a mi tarea de liberarme del agarre de la rama. No lo miro cuando lo consigo, solo apoyo las manos sobre mis muslo y observo los rosales que hay frente a nosotros y pienso en lo bonitos que deben de ser cuando estén en flor y en de qué color serán sus flores y... -Es un sitio bonito para una pareja- pronuncio lentamente, sin mostrar mucha emoción ni muchos sentimientos en mis palabras, solamente las pronuncio y luego me quedo callada de nuevo, sin querer hablar de Zyanelle ni de nadie que ahora no está.
Alzo ambas cejas cuando veo la cuchara demasiado cerca de mi cara y no lo esperaba. Coloco mi mano encima de la suya para quitársela y lo me meto el pedazo de tortada de chocolate en la boca. Mastico sintiendo que se me cae el alma a los pies por lo rico que está, porque había olvidado casi por completo como sabía algo tan simple como el chocolate. Dejo la cuchara en un lado del cartoncito donde está el trozo de tortada y le dedico una mirada que dice clarísimamente que está más buena de lo que me había imaginado. Suspiro poniendo los codos contra mis piernas y reposando la barbilla en las palmas de mis manos, entrecerrando los ojos en busca de algo que no sean las enrevesadas ramas de los arbustos o las espinas de los rosales. -Volví en otra ocasión a la cafetería donde nos conocimos y pedí el licuado de banana con leche, sabes- comento con gesto distraído pero no puedo evitar esbozar una media sonrisa. Casi me río por las estupideces que nos dijimos en aquella estúpida ocasión pero que al final acabó bien, pero quedaría un poco como una loca si me pusiera a reír de la nada. Lo miro cuando se acomoda en el reducido espacio que tenemos y empujo un poco la trozo de tarta hacia él pero mi mano se queda apoyada en el suelo, con la mirada fija en el pastel y luego en él. -¿Cambiar otra vez? Se supone que este era el cambio para bien y es desastroso. No confío en que pueda haber un cambio bueno.- acabo diciendo después de unos segundos pensativa. Me hago un poco hacia atrás y pego mi hombro al suyo. -Aunque si pudiera volver atrás en el tiempo lo haría sin pensarlo. Al menos seríamos libres.- el final de mis palabras es casi un susurro y la palabra 'libres' no creo que se entendiera del todo. Bajo la mirada hasta mis manos y las meto ambas dentro de las mangas en un intento de cubrirlas del frío.
Mis pensamientos desaparecen de golpe porque se ve como está anocheciendo y no puedo evitar llevar la mirada hasta el reloj que me ha dado mi amo para que no pierda la noción del tiempo y llegue a la hora acordada a la plaza con la fuente nuevamente. Estamos en un parque cuando me vengo a dar cuenta y nos internamos en una zona de césped. Camino rápida pegada a él para no perderme cuando se sienta en el césped, justo detrás de unos rosales que nos esconden bastante de la gente que pueda quedar en el parque, que es realmente poca porque el frío hace que se retiren a sus casas ya. Me siento con las piernas cruzadas y me inclino un poco enredándome el pelo en una rama cercana; dejo la bolsa a un lado y me entretengo desenganchando mi pelo de la rama cuando pronuncia esas palabras que hace que me quede parada de golpe, con las manos aún peleadas con la rama pero sin moverlas absolutamente ni un poquito. Cierro los ojos dos segundos, el tiempo que tardo en respirar con tranquilidad, y vuelvo a mi tarea de liberarme del agarre de la rama. No lo miro cuando lo consigo, solo apoyo las manos sobre mis muslo y observo los rosales que hay frente a nosotros y pienso en lo bonitos que deben de ser cuando estén en flor y en de qué color serán sus flores y... -Es un sitio bonito para una pareja- pronuncio lentamente, sin mostrar mucha emoción ni muchos sentimientos en mis palabras, solamente las pronuncio y luego me quedo callada de nuevo, sin querer hablar de Zyanelle ni de nadie que ahora no está.
Alzo ambas cejas cuando veo la cuchara demasiado cerca de mi cara y no lo esperaba. Coloco mi mano encima de la suya para quitársela y lo me meto el pedazo de tortada de chocolate en la boca. Mastico sintiendo que se me cae el alma a los pies por lo rico que está, porque había olvidado casi por completo como sabía algo tan simple como el chocolate. Dejo la cuchara en un lado del cartoncito donde está el trozo de tortada y le dedico una mirada que dice clarísimamente que está más buena de lo que me había imaginado. Suspiro poniendo los codos contra mis piernas y reposando la barbilla en las palmas de mis manos, entrecerrando los ojos en busca de algo que no sean las enrevesadas ramas de los arbustos o las espinas de los rosales. -Volví en otra ocasión a la cafetería donde nos conocimos y pedí el licuado de banana con leche, sabes- comento con gesto distraído pero no puedo evitar esbozar una media sonrisa. Casi me río por las estupideces que nos dijimos en aquella estúpida ocasión pero que al final acabó bien, pero quedaría un poco como una loca si me pusiera a reír de la nada. Lo miro cuando se acomoda en el reducido espacio que tenemos y empujo un poco la trozo de tarta hacia él pero mi mano se queda apoyada en el suelo, con la mirada fija en el pastel y luego en él. -¿Cambiar otra vez? Se supone que este era el cambio para bien y es desastroso. No confío en que pueda haber un cambio bueno.- acabo diciendo después de unos segundos pensativa. Me hago un poco hacia atrás y pego mi hombro al suyo. -Aunque si pudiera volver atrás en el tiempo lo haría sin pensarlo. Al menos seríamos libres.- el final de mis palabras es casi un susurro y la palabra 'libres' no creo que se entendiera del todo. Bajo la mirada hasta mis manos y las meto ambas dentro de las mangas en un intento de cubrirlas del frío.
Una pareja. Es tonto pensar que ese título ahora me afecta más de lo que debería, cuando yo comencé a salir con Zyanelle para restarle importancia a una relación imposible con la persona más complicada que jamás llegue a conocer. De todas formas, ella en verdad me gustaba, y fue la primer chica que me besó sin incluir un drama, que se metió a una piscina conmigo en actitudes cariñosas y que escuchaba todos mis problemas para solucionarlos con un apretón de manos y un helado. Asiento lentamente ante su comentario sin emitir ningún sonido, tratando de ignorar su reacción ante la mención de esa persona, porque se supone que yo ya debería estar acostumbrado a perder a la gente. Todos se van, hasta el punto que creo que mi pasado fue protagonizado mayormente por fantasmas. Pensar en eso me presiona el pecho, al cual froto como si tratase de aflojar un nudo invisible, ese que siempre está ahí de alguna u otra forma.
Tener que observar su reacción al probar por primera vez en meses un trozo de chocolate hace que, definitivamente, todo esto valga la pena; mis labios casi duelen al sonreír, notando como Roxanne me mira en actitud que deja bien en claro que, por dos segundos, se encontró en el paraíso del chocolate - soy genial eligiendo pasteles - bromeo, aunque el chiste se pierde con su siguiente confesión. Río de manera suave, apretando mis labios en una fina línea, y bajo la mirada, para agarrar una rama seca que me deja hacer dibujos al azar sobre la tierra, en el espacio pequeño que tengo a mi lado - seguro que no fue lo mismo sin mí golpeando la puerta de manera dramática - comento con diversión, hundiéndola punta de la rama en un montículo de piedritas - ¿sabes? Me arrepiento de no haber ido a esa cafetería en otra ocasión. Tendría que haberte invitado de nuevo - quizá así se acordaría mejor de mí y no como el novio histérico de su mejor amiga, a pesar de que eso se acabó arreglando demasiado pronto.
Abro la boca una vez en un intento de discutir sobre los cambios, pero la cierro cuando me deja un poco perdido. Suelto el palito, limpio mis dedos contra mi pantalón y agarro la bandeja del pastel y la cuchara, para cortar un trozo generoso, sintiendo como su hombro hace presión sobre mío en este lugar tan pequeño. Ni debería fijarme en eso, pero creo que es la primera persona que tengo tan cerca en mucho tiempo, que no sea Seth, y que no me mire como si fuese un virus con forma humana - ¿Volver el tiempo atrás, con los Black, dices? - pregunto, arrugando un poco el entrecejo a pesar de que mi voz sigue serena - tú quizá eras libre con ellos, pero yo no - y no me refiero solamente a la libertad literal. Mi mente también les pertenecía, en cierto punto.
Me llevo el trozo de pastel a la boca y cierro con fuerza los ojos para disfrutarlo, notando como el mousse se patina por mi paladar y me llena de un sabor demasiado perfecto como para ser real. Es cremoso, suave y esponjoso, y el chocolate se siente tan bien que es casi la descripción perfecta del sabor en su totalidad. Trago lento, y raspo un poco más del costado para comer un poquito y luego sí, se lo regreso, notando como algunos trozos continúan sobre mis labios y trato de lamerlos lo más disimuladamente posible - sigo creyendo que hay gente que quiere hacer las cosas bien. Pero siempre los que tienen los medios la terminan cagando... quizá el puesto está maldito - alzo mis hombros como si mi comentario no fuese una locura, pero es que básicamente cada vez que alguien comienza a gobernar este país, termina deseando más de la cuenta y terminamos todos exprimidos como una pobre naranja.
Me acomodo a su lado, rozando su brazo con el mío, y me percato que estamos lo suficientemente cerca como para poder contar las veces que respira. Su aliento se escucha a la perfección entre los arbustos y el silencio del exterior mientras nos vamos quedando a oscuras, pero aunque sé que ambos lo tenemos completamente prohibido, no deseo irme. Marcharme sería asumir que encontrar a alguien de hace tiempo vuelva a desaparecer, y no quiero que pase, incluso aunque esa persona sea Roxanne. Le sonrío a medias, de forma dudosa, y observo como, por la postura, su manga ha vuelto a subirse; lejos de espantarme, paso mi pulgar por la M marcada en su piel de manera lenta, notando el relieve - ya no te duele, ¿verdad? - pregunto en un murmullo, observando el camino de mi dedo - a mí solamente me ardió las primeras horas. Luego simplemente fue una molestia, aunque no creo que para todos sea igual - como nuestras opiniones de la libertad, por ejemplo. Detengo mi pulgar sobre la marca, girando apenas la cabeza para poder observarla y hago una muequita - esto no tendría que haber sido así. Nuestro segundo encuentro tendría que haber sido en la cafetería, sin peleas.
Tener que observar su reacción al probar por primera vez en meses un trozo de chocolate hace que, definitivamente, todo esto valga la pena; mis labios casi duelen al sonreír, notando como Roxanne me mira en actitud que deja bien en claro que, por dos segundos, se encontró en el paraíso del chocolate - soy genial eligiendo pasteles - bromeo, aunque el chiste se pierde con su siguiente confesión. Río de manera suave, apretando mis labios en una fina línea, y bajo la mirada, para agarrar una rama seca que me deja hacer dibujos al azar sobre la tierra, en el espacio pequeño que tengo a mi lado - seguro que no fue lo mismo sin mí golpeando la puerta de manera dramática - comento con diversión, hundiéndola punta de la rama en un montículo de piedritas - ¿sabes? Me arrepiento de no haber ido a esa cafetería en otra ocasión. Tendría que haberte invitado de nuevo - quizá así se acordaría mejor de mí y no como el novio histérico de su mejor amiga, a pesar de que eso se acabó arreglando demasiado pronto.
Abro la boca una vez en un intento de discutir sobre los cambios, pero la cierro cuando me deja un poco perdido. Suelto el palito, limpio mis dedos contra mi pantalón y agarro la bandeja del pastel y la cuchara, para cortar un trozo generoso, sintiendo como su hombro hace presión sobre mío en este lugar tan pequeño. Ni debería fijarme en eso, pero creo que es la primera persona que tengo tan cerca en mucho tiempo, que no sea Seth, y que no me mire como si fuese un virus con forma humana - ¿Volver el tiempo atrás, con los Black, dices? - pregunto, arrugando un poco el entrecejo a pesar de que mi voz sigue serena - tú quizá eras libre con ellos, pero yo no - y no me refiero solamente a la libertad literal. Mi mente también les pertenecía, en cierto punto.
Me llevo el trozo de pastel a la boca y cierro con fuerza los ojos para disfrutarlo, notando como el mousse se patina por mi paladar y me llena de un sabor demasiado perfecto como para ser real. Es cremoso, suave y esponjoso, y el chocolate se siente tan bien que es casi la descripción perfecta del sabor en su totalidad. Trago lento, y raspo un poco más del costado para comer un poquito y luego sí, se lo regreso, notando como algunos trozos continúan sobre mis labios y trato de lamerlos lo más disimuladamente posible - sigo creyendo que hay gente que quiere hacer las cosas bien. Pero siempre los que tienen los medios la terminan cagando... quizá el puesto está maldito - alzo mis hombros como si mi comentario no fuese una locura, pero es que básicamente cada vez que alguien comienza a gobernar este país, termina deseando más de la cuenta y terminamos todos exprimidos como una pobre naranja.
Me acomodo a su lado, rozando su brazo con el mío, y me percato que estamos lo suficientemente cerca como para poder contar las veces que respira. Su aliento se escucha a la perfección entre los arbustos y el silencio del exterior mientras nos vamos quedando a oscuras, pero aunque sé que ambos lo tenemos completamente prohibido, no deseo irme. Marcharme sería asumir que encontrar a alguien de hace tiempo vuelva a desaparecer, y no quiero que pase, incluso aunque esa persona sea Roxanne. Le sonrío a medias, de forma dudosa, y observo como, por la postura, su manga ha vuelto a subirse; lejos de espantarme, paso mi pulgar por la M marcada en su piel de manera lenta, notando el relieve - ya no te duele, ¿verdad? - pregunto en un murmullo, observando el camino de mi dedo - a mí solamente me ardió las primeras horas. Luego simplemente fue una molestia, aunque no creo que para todos sea igual - como nuestras opiniones de la libertad, por ejemplo. Detengo mi pulgar sobre la marca, girando apenas la cabeza para poder observarla y hago una muequita - esto no tendría que haber sido así. Nuestro segundo encuentro tendría que haber sido en la cafetería, sin peleas.
Nunca he sido una persona egoísta, es más, creo que muchas veces pienso más en los demás que en mí misma, bueno, eso hacía antes porque ahora tengo que pensar en los demás a la fuerza. Ahora tengo que pensar en qué le gustará al amo Connor de comer cuando antes siempre me esforzaba por poder hacer la comida favorita, el postre, o incluso porque la bebida favorita de Andrew estuviera bien fría para cuando volviera a casa del trabajo porque quería, quería que estuviéramos bien y que supiera que aunque discutíamos cada dos segundos lo quería porque era mi hermano. Tengo que hacer las cosas que me mandan y no hacerlas como a mí me parezcan correctas o mejor, hacerlas como se me ordena que debo hacerlas, ni más ni menos. Es tan frustrante y me dan ganas de llorar en tantas ocasiones que siento que tengo doce años en vez de estar a punto de cumplir dieciocho. Miro de reojo a Benedict. Ni recuerdo cuantos años tiene y eso que estoy segura que en algún momento de mi vida le pregunté a alguien su edad. Se le ve tan… entero y frío que parece años mayor que yo, cuando estoy segura de que no es así, y me hace pensar en aquella estúpida discusión en la que los dos parecía que teníamos cinco años y nos enfadábamos por cosas ridículas armando un espectáculo delante de toda la gente que estaba en la cafetería. Hasta le dije que me parecía dulce y, ¿por qué no? Me lo sigue pareciendo. Aunque ya no tenga esa ropa bonita ni… esos aires de matón con los que lo conocí. Niego con la cabeza lentamente y estiro los brazos hacia adelante, hasta que mis manos rozan las hojas de los rosales y me llego, incluso, a pinchar con la espina y las alejo rápidamente apretándolas contra mis piernas. -Lo cierto es que estuve bastante tranquila sin ti haciéndote el digno- una pequeña sonrisa divertida en mis labios, inclino la cabeza hacia atrás y miro al cielo, viendo algunas estrellas que se cuelan entre las ramas, pero acabo cerrando los ojos. -Te habría dibujado- susurro lentamente, con los ojos cerrados y sin moverme ni un ápice de mi posición.
Sigo con los ojos cerrados, con la cabeza apoyada contra el tronco del árbol y respirando con tranquilidad pero, aunque no lo ha dicho alterándose para nada, se que mis palabras no le han gustado del todo. Vale, creo que acabo de ser terriblemente egoísta con lo que he dicho. Abro los ojos y abrazo mis piernas contra mi cuerpo con cierta inseguridad. -Bueno… yo… tampoco querría volver atrás por ser libre, querría hacerlo para que mi hermano siguiera con vida- murmuro más para mí misma que para él y aprieto las manos contra mis piernas con la mirada fija en cualquier sitio que no sea él. Muevo la cabeza hacia ambos lados para no pensar en ello. Lo cierto es que me repito mil veces diarias que no tendría que haberlo dejado ser Agente de la Paz que, al final, habría cedido a las lágrimas de su hermana pequeña. Pero no lo hice, así que me siento responsable de lo que le pasó. De no haberme podido quedar con Nova y los bebés… aunque espero que ellos estén con Asleight. Tironeo más de las mangas de mi camiseta hasta que me da la sensación de que la acabaré ensanchando y luego me pueden decir algo por estropearla, pero tampoco es que se vaya a dar cuenta alguien de que eso ha pasado. En otro momento mi madre o mi tía me habrían mirado todas las prendas porque si le había hecho un agujero a unos pantalones o había manchado un vestido y lo había escondido en el armario por miedo a que me riñeran cuando lo vieran.
Una risita se escapa de mis labios por su comentario de que esté maldito el puesto. Yo, simplemente, creo que cuando llegan al poder se les olvida todo lo que prometían y que, realmente, lo único que cambia es el pie que nos pisa el cuello pero que ese pie siempre estará ahí sea quien sea quien esté en el poder. No creo que nadie quiera hacer las cosas realmente bien porque no lo han conseguido nunca, en todos los años que he vivido nunca he visto las cosas cambiar para bien, solamente lo han hecho para mal una y otra vez. Al final acabo estirando los brazos y haciendo que la camiseta se me remangue un poquito y pueda ver el reloj en mi muñeca y me percato de la hora que es, ¿cuándo ha pasado todo este tiempo? Si hace solo un rato que nos hemos encontrado, ¿no? Suspiro pesadamente porque en poco tiempo me tendré que ir y las ganas son mínimas. Me gustaría estar horas y horas con Benedict, aunque no nos habláramos, solamente estar sentada a su lado, al lado de alguien que conocía cuando las cosas no estaban patas arriba en mi vida y pensar que todo está normal de nuevo.
Doy un respingo cuando de súbito toda mi muñeca, justo donde tengo la marca y no me había percatado de que la podía ver. Trago saliva con cierta dificultad y me encojo levemente de hombros. -Supongo que en sí la marca ya no duele- intento esbozar una diminuta sonrisa. Me gusta pensar en ella como… no sé, como el tatuaje que siempre me quise hacer pero nunca me dejaron porque me decían que las señoritas no debían de llevar ese tipo de cosas. Cada mañana cuando me levanto y la veo intento convencerme a mí misma que no se trata de una cicatriz sino del tatuaje del día anterior y, cada día sin falta, digo que significa una cosa. Algunos días ‘mente’, otros ‘madre’, otros ‘mundo’… palabras que no tienen nada que ver con lo que es realmente pero me gustaría pensar que sí. -Tú seguro que lo aguantaste mejor- acabo diciendo sin llegar a mirarlo -eres más fuerte que todo… esto- hago un aspaviento con la mano. Es la realidad, y se ve que es así a la legua. Siento un escalofrío cuando no retira su pulgar de mi muñeca así que la alejo yo abrazándome un poco a mí misma y tirando de las mangas para esconder esa M.
Giro la cabeza y lo observo con cierta pena en la mirada pero después esbozo una sincera sonrisa, me giro al frente y apoyo la cabeza contra su hombro. -Hemos estado en una cafetería y estamos tomando algo juntos, y no nos estamos peleando.- digo en un intento de sacarle el lado positivo a esta situación, porque un lado positivo tiene que tener todo esto. -Yo no lo veo tan mal.-concluyo en un susurro cerrando los ojos durante unos segundos. Abro lo ojos y estiro el brazo para coger la cuchara y tomar un trozo de tortada
Sigo con los ojos cerrados, con la cabeza apoyada contra el tronco del árbol y respirando con tranquilidad pero, aunque no lo ha dicho alterándose para nada, se que mis palabras no le han gustado del todo. Vale, creo que acabo de ser terriblemente egoísta con lo que he dicho. Abro los ojos y abrazo mis piernas contra mi cuerpo con cierta inseguridad. -Bueno… yo… tampoco querría volver atrás por ser libre, querría hacerlo para que mi hermano siguiera con vida- murmuro más para mí misma que para él y aprieto las manos contra mis piernas con la mirada fija en cualquier sitio que no sea él. Muevo la cabeza hacia ambos lados para no pensar en ello. Lo cierto es que me repito mil veces diarias que no tendría que haberlo dejado ser Agente de la Paz que, al final, habría cedido a las lágrimas de su hermana pequeña. Pero no lo hice, así que me siento responsable de lo que le pasó. De no haberme podido quedar con Nova y los bebés… aunque espero que ellos estén con Asleight. Tironeo más de las mangas de mi camiseta hasta que me da la sensación de que la acabaré ensanchando y luego me pueden decir algo por estropearla, pero tampoco es que se vaya a dar cuenta alguien de que eso ha pasado. En otro momento mi madre o mi tía me habrían mirado todas las prendas porque si le había hecho un agujero a unos pantalones o había manchado un vestido y lo había escondido en el armario por miedo a que me riñeran cuando lo vieran.
Una risita se escapa de mis labios por su comentario de que esté maldito el puesto. Yo, simplemente, creo que cuando llegan al poder se les olvida todo lo que prometían y que, realmente, lo único que cambia es el pie que nos pisa el cuello pero que ese pie siempre estará ahí sea quien sea quien esté en el poder. No creo que nadie quiera hacer las cosas realmente bien porque no lo han conseguido nunca, en todos los años que he vivido nunca he visto las cosas cambiar para bien, solamente lo han hecho para mal una y otra vez. Al final acabo estirando los brazos y haciendo que la camiseta se me remangue un poquito y pueda ver el reloj en mi muñeca y me percato de la hora que es, ¿cuándo ha pasado todo este tiempo? Si hace solo un rato que nos hemos encontrado, ¿no? Suspiro pesadamente porque en poco tiempo me tendré que ir y las ganas son mínimas. Me gustaría estar horas y horas con Benedict, aunque no nos habláramos, solamente estar sentada a su lado, al lado de alguien que conocía cuando las cosas no estaban patas arriba en mi vida y pensar que todo está normal de nuevo.
Doy un respingo cuando de súbito toda mi muñeca, justo donde tengo la marca y no me había percatado de que la podía ver. Trago saliva con cierta dificultad y me encojo levemente de hombros. -Supongo que en sí la marca ya no duele- intento esbozar una diminuta sonrisa. Me gusta pensar en ella como… no sé, como el tatuaje que siempre me quise hacer pero nunca me dejaron porque me decían que las señoritas no debían de llevar ese tipo de cosas. Cada mañana cuando me levanto y la veo intento convencerme a mí misma que no se trata de una cicatriz sino del tatuaje del día anterior y, cada día sin falta, digo que significa una cosa. Algunos días ‘mente’, otros ‘madre’, otros ‘mundo’… palabras que no tienen nada que ver con lo que es realmente pero me gustaría pensar que sí. -Tú seguro que lo aguantaste mejor- acabo diciendo sin llegar a mirarlo -eres más fuerte que todo… esto- hago un aspaviento con la mano. Es la realidad, y se ve que es así a la legua. Siento un escalofrío cuando no retira su pulgar de mi muñeca así que la alejo yo abrazándome un poco a mí misma y tirando de las mangas para esconder esa M.
Giro la cabeza y lo observo con cierta pena en la mirada pero después esbozo una sincera sonrisa, me giro al frente y apoyo la cabeza contra su hombro. -Hemos estado en una cafetería y estamos tomando algo juntos, y no nos estamos peleando.- digo en un intento de sacarle el lado positivo a esta situación, porque un lado positivo tiene que tener todo esto. -Yo no lo veo tan mal.-concluyo en un susurro cerrando los ojos durante unos segundos. Abro lo ojos y estiro el brazo para coger la cuchara y tomar un trozo de tortada
- Me hubiese gustado verte intentarlo - admito con una ligera risa, esa que intento disimular de un modo tan fallido. Estoy seguro de que en ese momento, el dibujarme era algo completamente tentador para humillarme en un futuro como el que estamos viviendo ahora, pero probablemente mi respuesta hubiera sido otra muy diferente. Supongo que eso influye en que ahora somos dos personas completamente distintas, no solo por lo que nos ha ocurrido, sino porque hemos crecido. Tal vez no tanto, tal vez no tan notoriamente, pero lo hicimos... de alguna manera, estamos dejando de ser niños. En parte, eso me agrada, y por otro lado, duele demasiado.
Cuando menciona que le gustaría seguir teniendo a su hermano con vida, aprieto los labios, sintiéndome obviamente arrepentido de abrir mi enorme bocota. Jamás me molesté en preguntar demasiado sobre su vida personal, y ahora mismo no es el momento de hacerlo, cuando estoy seguro de que no quiere ponerse a pensar en las personas que ha perdido - si te sirve de consuelo, yo debería retroceder más de la mitad de mi vida para volver al momento en el cual las cosas eran normales... - admito en voz baja, tratando de no sonar tan apagado como creo escucharme. Jamás me ha gustado el ponerme a recordar cómo eran los tiempos cuando Shamel todavía estaba en casa y su muerte no había desatado la serie de desgracias posteriores. Cuando éramos cinco en una casa que terminó siendo de dos, con uno demasiado ebrio y el otro yendo de visita una vez al mes antes de ser encerrado en una isla que ya no existe.
Un grillo produce su familiar sonido en algún lugar demasiado cerca entre las plantas, lo que me hace pensar que quizá se está haciendo más tarde de lo que debería, pero extrañamente no me importa. Estoy más concentrado en las caricias que mi pulgar desliza por encima de su cicatriz, esa que en algún momento, aparta de mí y oculta, haciéndome pensar que quizá la he incomodado. Hago una muequita, torciendo los labios, al escucharla, y niego lentamente con la cabeza - no soy tan fuerte como crees - me limito a murmurar. Ella no me ha visto quebrarme, ni me ha escuchado llorar. Tampoco sabe toda la mierda que hay adentro de mi cerebro cuando intento dormir y me encuentro obligado a pensar en las cosas que ya no tengo y deseo recuperar. No. No tiene idea.
Entonces ella recarga su cabeza en mi hombro de una forma que no me esperaba y por alguna razón, eso me hace sonreír de alivio, mientras dejo caer mi mejilla contra su cabello, ese que hace cosquillas en mi nariz. Me mantengo sosteniendo la torta para que ella sea capaz de pincharla, como veo que hace, y acabo riendo un poco - creo que es mejor de lo que habría imaginado. Tenemos chocolate y todo - admito. Froto un poco mi piel contra su cabeza, notando como cada pelo parece sonar bajo el peso de mi rostro. No puedo evitar preguntarme si esto es ilegal; debería serlo en la lógica de Jamie. Hace mucho tiempo que no estoy tan cerca de alguien de mi especie, de alguien que sepa lo que me pasa y lo entienda en carne propia. Y ni hablemos de que es una chica.
Ni siquiera lo estoy pensando cuando me percato de que mi respiración choca contra su mejilla, logrando divisar de demasiado cerca cada centímetro de su piel, y me pregunto si me odiará si me acerco algo más. Ella también está sola... ¿no? Debemos ser el caso uno en un millón de muggles que pueden estar escondidos a tan poca distancia, y probablemente, nunca más vuelva a repetirse. Estoy en aquel punto, sabiendo que mi cerebro está teniendo una batalla entre la lógica y lo que es correcto, cuando noto que mi rostro se inclina al suyo en el instante en el cual las voces comienzan a retumbar en el parque. Creo que mis labios están por rozar los de Roxanne en el momento en el cual alzo la mirada, alerta, y acabo alejándome de prepo para tratar de ver entre los arbustos, observando las luces que se acercan por el camino.
- Aurores... - susurro, y le pellizco un costado para que se ponga de pie. Pongo el pastel dentro de su bolsa para que ella se lo lleve y comienzo a empujarla con obvio nerviosismo, hasta que consigo que ambos nos pongamos de pie para comenzar a alejarnos a paso apresurado, lanzando miradas por encima de mi hombro a cada rato para chequear que nos vamos alejando de ellos. Se supone que deberíamos estar en custodia de algún mago a estas horas, no vagando entre plantas. - Te acompañaré a donde sea que tengas que ir para que no te pierdas. Y luego... - ¿Luego qué? ¿Nos diremos adiós? ¿Hasta nunca? ¿Qué?
Cuando menciona que le gustaría seguir teniendo a su hermano con vida, aprieto los labios, sintiéndome obviamente arrepentido de abrir mi enorme bocota. Jamás me molesté en preguntar demasiado sobre su vida personal, y ahora mismo no es el momento de hacerlo, cuando estoy seguro de que no quiere ponerse a pensar en las personas que ha perdido - si te sirve de consuelo, yo debería retroceder más de la mitad de mi vida para volver al momento en el cual las cosas eran normales... - admito en voz baja, tratando de no sonar tan apagado como creo escucharme. Jamás me ha gustado el ponerme a recordar cómo eran los tiempos cuando Shamel todavía estaba en casa y su muerte no había desatado la serie de desgracias posteriores. Cuando éramos cinco en una casa que terminó siendo de dos, con uno demasiado ebrio y el otro yendo de visita una vez al mes antes de ser encerrado en una isla que ya no existe.
Un grillo produce su familiar sonido en algún lugar demasiado cerca entre las plantas, lo que me hace pensar que quizá se está haciendo más tarde de lo que debería, pero extrañamente no me importa. Estoy más concentrado en las caricias que mi pulgar desliza por encima de su cicatriz, esa que en algún momento, aparta de mí y oculta, haciéndome pensar que quizá la he incomodado. Hago una muequita, torciendo los labios, al escucharla, y niego lentamente con la cabeza - no soy tan fuerte como crees - me limito a murmurar. Ella no me ha visto quebrarme, ni me ha escuchado llorar. Tampoco sabe toda la mierda que hay adentro de mi cerebro cuando intento dormir y me encuentro obligado a pensar en las cosas que ya no tengo y deseo recuperar. No. No tiene idea.
Entonces ella recarga su cabeza en mi hombro de una forma que no me esperaba y por alguna razón, eso me hace sonreír de alivio, mientras dejo caer mi mejilla contra su cabello, ese que hace cosquillas en mi nariz. Me mantengo sosteniendo la torta para que ella sea capaz de pincharla, como veo que hace, y acabo riendo un poco - creo que es mejor de lo que habría imaginado. Tenemos chocolate y todo - admito. Froto un poco mi piel contra su cabeza, notando como cada pelo parece sonar bajo el peso de mi rostro. No puedo evitar preguntarme si esto es ilegal; debería serlo en la lógica de Jamie. Hace mucho tiempo que no estoy tan cerca de alguien de mi especie, de alguien que sepa lo que me pasa y lo entienda en carne propia. Y ni hablemos de que es una chica.
Ni siquiera lo estoy pensando cuando me percato de que mi respiración choca contra su mejilla, logrando divisar de demasiado cerca cada centímetro de su piel, y me pregunto si me odiará si me acerco algo más. Ella también está sola... ¿no? Debemos ser el caso uno en un millón de muggles que pueden estar escondidos a tan poca distancia, y probablemente, nunca más vuelva a repetirse. Estoy en aquel punto, sabiendo que mi cerebro está teniendo una batalla entre la lógica y lo que es correcto, cuando noto que mi rostro se inclina al suyo en el instante en el cual las voces comienzan a retumbar en el parque. Creo que mis labios están por rozar los de Roxanne en el momento en el cual alzo la mirada, alerta, y acabo alejándome de prepo para tratar de ver entre los arbustos, observando las luces que se acercan por el camino.
- Aurores... - susurro, y le pellizco un costado para que se ponga de pie. Pongo el pastel dentro de su bolsa para que ella se lo lleve y comienzo a empujarla con obvio nerviosismo, hasta que consigo que ambos nos pongamos de pie para comenzar a alejarnos a paso apresurado, lanzando miradas por encima de mi hombro a cada rato para chequear que nos vamos alejando de ellos. Se supone que deberíamos estar en custodia de algún mago a estas horas, no vagando entre plantas. - Te acompañaré a donde sea que tengas que ir para que no te pierdas. Y luego... - ¿Luego qué? ¿Nos diremos adiós? ¿Hasta nunca? ¿Qué?
Por si las cosas no fueran tristes sus palabras hacen que baje la mirada hacia mis manos y sienta que me hago pequeñita. Yo quería que volviera mi hermano, ¿acaso él no había perdido también a su hermana en la Arena? También había perdido a familia y, encima, tuvo que exponerse durante años, no puedo expresar lo que sentía y tuvo que crecer más rápido de la cuenta para poder seguir viviendo, para poder seguir nadando el la pecera llena de tiburones que era el Capitolio. Crees que con los años verás la muerte como algo normal y que no te afectará tanto como lo hace cuando solo tienes cinco años, pero cuando creces, y vuelve a pasar, te das cuenta de que nunca vas a superar algo así. Primero la muerte de mis padres. Luego la muerte de algunos de mis tíos. De mis primos. De mi hermano. La de última persona que se preocupaba por mí. Y lo peor es cuando te sientes culpable sin saber por qué, porque sientes que crees que podría haber hecho algo cuando, realmente, no estaba en tus manos evitar la pérdida. Aprieto los labios, en silencio, sin ser capaz de articular más de dos palabras seguidas después de las cosas que dice él.
No sé por qué, segundos después, la sonrisa está dibujada en mis labios; no entiendo por qué una parte de mí está contenta de estar en esta situación tan incómoda... no en el sentido de incómoda por estar cerca, si no por el hecho de que ninguno de los dos somos libres de estar todo el tiempo que quisiéramos, de gritar o de decir las tonterías típicas de personas de nuestra edad. Cierro los ojos respirando con tranquilidad, notando como en algunos momentos se me olvida que estamos escondidos en algún parque del Capitolio y que alguien nos podría estar viendo o algún agente nos podría sorprender y al ver que somos dos esclavos no acabaríamos bien del todo.
Abro los ojos y estiro el brazo para coger un trozo de tortada de chocolate, cosa que él me facilita acercándola a nosotros, y se me escapa una risita tonta antes de meter la cuchara en la boca y luego lamer los restos que quedan en los laterales de la cuchara. La dejo a un lado y suspiro entrelazando las manos sobre mis piernas. Ojalá pudiéramos ver el cielo desde aquí. Muevo los ojos un poco hacia arriba, porque no me apetece mover la cabeza de su hombro, pero no se ve nada. Las ramas de los árboles lo tapan todo y solo se escucha el leve movimiento de las hojas con el aire que se está levantando y algún grillo cerca de nosotros. -El chocolate es un buen punto.- le reconozco medio riendo. Alargo el brazo y cojo una de sus manos; me pongo a juguetear con sus dedos en silencio hasta que veo que tiene la mano helada y acabo cobijándola entre mis dos manos para que entre en calor.
Respiro calmadamente permitiéndome, de nuevo, cerrar los ojos y sentir la paz que me rodea en ese momento. No suelto la mano de Benedict hasta que es él mismo el que se aleja de mí por las voces que acaban de sonar. No me he enterado muy bien, pero me pongo nerviosa en cuanto veo que él se ha alterado un poco, en apenas unos segundos creo que me pondré a saltar del miedo, o que saldré gateando en alguna dirección, pero permanezco quieta, como de piedra, hasta que me pellizca en el costado, obligándome a levantarme y salir de allí. Miro en todas las direcciones a cada paso que doy y sé que cualquiera que me vea actuar de esa manera y vistiendo estas ropas pensará que acabo de cometer algún delito y será aún peor, así que me obligo a mí misma a tranquilizarme aunque solo sea un poco.
Camino deprisa, hay momentos en los que me da la impresión de que le puedo estar pisando los talones y le acabaré sacando los zapatos, pero no por ello me freno, solo quiero perder de vista a esos Aurores y poder sentirme algo más 'segura'. La calma no dura para siempre. Y la nuestra se acaba de terminar. Casi sin darme cuenta creo que estoy recorriendo el camino hacia la plaza, no me fijé mucho en la ida en los sitios por los que pasábamos pero siento que mis pies saben muy bien hacia donde tienen que ir sin que les tenga que decir nada. Una calle nos lleva hasta la plaza y me quedo parada antes de dar la curva. No hay nadie donde estamos ahora mismo, cosa que es un buen punto. -Y luego nos despediremos- termino la frase por él aunque me escuecen un poco en la garganta. Aprieto las manos en torno a las asas de mis bolsa e intento mirando con esperanza, con una pequeña sonrisa dibujada en mis labios.
Me cercioro varias veces de que no hay nadie a nuestro alrededor antes de recorrer el espacio que nos separa y abrazarlo. Apoyo la barbilla contra su hombros, con una pequeña sonrisa en los labios y me giro un poco para depositar un beso en su mejilla. -Cuídate, Ben- murmuro con la voz levemente ahogada y separándome para carraspear y aclarar un poco mi voz. -Espero que nos volvamos a ver- me inclino levemente hacia un lado, forzando una sonrisa. Me inclino lo suficiente como para ver que mi amo Connor ya está cerca de la fuente y mira hacia ambos lados en mi busca. De inmediato me pongo en alerta y me separo un poco de él. Trago saliva y me adelanto un poco pero, antes de irme, me giro un poco apenada. -Espero que no te digan nada por haberte retrasado por mi culpa...- mascullo antes de salir corriendo al centro de la plaza dejándolo en aquel sitio. Solo espero que no salga muy rápido de allí o mi amo lo verá y lo reconocerá y... no sé exactamente como podría reaccionar. Cuando llego hasta él me mira con gesto serio pero después ignora el hecho de que llegara dos minutos tarde y me encamino a su lado para volver al Distrito 13.
No sé por qué, segundos después, la sonrisa está dibujada en mis labios; no entiendo por qué una parte de mí está contenta de estar en esta situación tan incómoda... no en el sentido de incómoda por estar cerca, si no por el hecho de que ninguno de los dos somos libres de estar todo el tiempo que quisiéramos, de gritar o de decir las tonterías típicas de personas de nuestra edad. Cierro los ojos respirando con tranquilidad, notando como en algunos momentos se me olvida que estamos escondidos en algún parque del Capitolio y que alguien nos podría estar viendo o algún agente nos podría sorprender y al ver que somos dos esclavos no acabaríamos bien del todo.
Abro los ojos y estiro el brazo para coger un trozo de tortada de chocolate, cosa que él me facilita acercándola a nosotros, y se me escapa una risita tonta antes de meter la cuchara en la boca y luego lamer los restos que quedan en los laterales de la cuchara. La dejo a un lado y suspiro entrelazando las manos sobre mis piernas. Ojalá pudiéramos ver el cielo desde aquí. Muevo los ojos un poco hacia arriba, porque no me apetece mover la cabeza de su hombro, pero no se ve nada. Las ramas de los árboles lo tapan todo y solo se escucha el leve movimiento de las hojas con el aire que se está levantando y algún grillo cerca de nosotros. -El chocolate es un buen punto.- le reconozco medio riendo. Alargo el brazo y cojo una de sus manos; me pongo a juguetear con sus dedos en silencio hasta que veo que tiene la mano helada y acabo cobijándola entre mis dos manos para que entre en calor.
Respiro calmadamente permitiéndome, de nuevo, cerrar los ojos y sentir la paz que me rodea en ese momento. No suelto la mano de Benedict hasta que es él mismo el que se aleja de mí por las voces que acaban de sonar. No me he enterado muy bien, pero me pongo nerviosa en cuanto veo que él se ha alterado un poco, en apenas unos segundos creo que me pondré a saltar del miedo, o que saldré gateando en alguna dirección, pero permanezco quieta, como de piedra, hasta que me pellizca en el costado, obligándome a levantarme y salir de allí. Miro en todas las direcciones a cada paso que doy y sé que cualquiera que me vea actuar de esa manera y vistiendo estas ropas pensará que acabo de cometer algún delito y será aún peor, así que me obligo a mí misma a tranquilizarme aunque solo sea un poco.
Camino deprisa, hay momentos en los que me da la impresión de que le puedo estar pisando los talones y le acabaré sacando los zapatos, pero no por ello me freno, solo quiero perder de vista a esos Aurores y poder sentirme algo más 'segura'. La calma no dura para siempre. Y la nuestra se acaba de terminar. Casi sin darme cuenta creo que estoy recorriendo el camino hacia la plaza, no me fijé mucho en la ida en los sitios por los que pasábamos pero siento que mis pies saben muy bien hacia donde tienen que ir sin que les tenga que decir nada. Una calle nos lleva hasta la plaza y me quedo parada antes de dar la curva. No hay nadie donde estamos ahora mismo, cosa que es un buen punto. -Y luego nos despediremos- termino la frase por él aunque me escuecen un poco en la garganta. Aprieto las manos en torno a las asas de mis bolsa e intento mirando con esperanza, con una pequeña sonrisa dibujada en mis labios.
Me cercioro varias veces de que no hay nadie a nuestro alrededor antes de recorrer el espacio que nos separa y abrazarlo. Apoyo la barbilla contra su hombros, con una pequeña sonrisa en los labios y me giro un poco para depositar un beso en su mejilla. -Cuídate, Ben- murmuro con la voz levemente ahogada y separándome para carraspear y aclarar un poco mi voz. -Espero que nos volvamos a ver- me inclino levemente hacia un lado, forzando una sonrisa. Me inclino lo suficiente como para ver que mi amo Connor ya está cerca de la fuente y mira hacia ambos lados en mi busca. De inmediato me pongo en alerta y me separo un poco de él. Trago saliva y me adelanto un poco pero, antes de irme, me giro un poco apenada. -Espero que no te digan nada por haberte retrasado por mi culpa...- mascullo antes de salir corriendo al centro de la plaza dejándolo en aquel sitio. Solo espero que no salga muy rápido de allí o mi amo lo verá y lo reconocerá y... no sé exactamente como podría reaccionar. Cuando llego hasta él me mira con gesto serio pero después ignora el hecho de que llegara dos minutos tarde y me encamino a su lado para volver al Distrito 13.
Despedirse no suena tan mal; es lo que he hecho toda mi vida, así que de momento estoy acostumbrado. No, mis despedidas pocas veces han sido buenas, y casi todas han terminado en alguna estúpida tragedia, pero algo me dice que con Roxanne será diferente; debe ser esa sensación de sospecha respecto al hecho de que creo que no puede pasarle nada peor que quedarse como una esclava para siempre, en un mundo donde nadie va a entenderla ni aceptarla. Si aprende a quedarse callada, quizá nunca le hagan daño. Es casi mejor que saber que ha escapado y que pueden matarla en cualquier por momento por ser una rebelde sin causa. Un poco triste.
La plaza se encuentra mucho más silenciosa ahora desde donde puedo verla, por encima de la cabeza de Roxanne, y estoy frunciendo los labios en un intento de encontrar las palabras para nuestra despedida cuando lo único que me sale es tenderle la mano con un carraspeo. Pero ella lo ignora y rompe nuestra distancia en un abrazo, haciendo que me quede estático en mi sitio con la nariz ligeramente hundida en su cabello, y acabo apoyando mis manos en su cintura para estrecharla suavemente, reprimiendo una sonrisita al escuchar el sonido de su beso en mi mejilla, mientras trato que las bolsas no le fastidien - tú también, Rox... - y si no se cuida, ya me encargaré yo de enterarme, aunque no sepa cómo. Se separa, lo que me deja acomodar nuevamente mis compras y lo que queda del pastel con cuidado, y lo que dice me hace negar solo una vez con la cabeza - Nos volveremos a ver. Lo prometo - sé que es una de esas promesas que ambos sabemos que es casi imposible cumplir, pero que tienen que existir para al menos mentirnos un poco. Como cuando te dicen que existe Santa porque sin él la Navidad no tendría absolutamente nada mágico y luego te llevas la decepción de tu vida.
Le dedico una sonrisa amplia y sacudo una mano a modo de saludo, sabiendo que yo estaré bien, mientras ella se aleja hacia un tipo demasiado alto y con pinta de mucha cosa, sabiendo que lo debo haber visto alguna otra vez. No pasa mucho hasta que Roxanne se pierda de vista, y me obligo a girarme para toparme con que me ha quedado el pastel de chocolate a medio comer; repentinamente, estando solo, ya no tengo apetito. Lo lanzo dentro del cesto de basura más cercano y me chupo los dedos, esos que todavía tienen algunos rastros de crema, para luego perderme calle abajo, en dirección a mi acostumbrada y esclavizada existencia. Como si todo esto jamás hubiese existido.
La plaza se encuentra mucho más silenciosa ahora desde donde puedo verla, por encima de la cabeza de Roxanne, y estoy frunciendo los labios en un intento de encontrar las palabras para nuestra despedida cuando lo único que me sale es tenderle la mano con un carraspeo. Pero ella lo ignora y rompe nuestra distancia en un abrazo, haciendo que me quede estático en mi sitio con la nariz ligeramente hundida en su cabello, y acabo apoyando mis manos en su cintura para estrecharla suavemente, reprimiendo una sonrisita al escuchar el sonido de su beso en mi mejilla, mientras trato que las bolsas no le fastidien - tú también, Rox... - y si no se cuida, ya me encargaré yo de enterarme, aunque no sepa cómo. Se separa, lo que me deja acomodar nuevamente mis compras y lo que queda del pastel con cuidado, y lo que dice me hace negar solo una vez con la cabeza - Nos volveremos a ver. Lo prometo - sé que es una de esas promesas que ambos sabemos que es casi imposible cumplir, pero que tienen que existir para al menos mentirnos un poco. Como cuando te dicen que existe Santa porque sin él la Navidad no tendría absolutamente nada mágico y luego te llevas la decepción de tu vida.
Le dedico una sonrisa amplia y sacudo una mano a modo de saludo, sabiendo que yo estaré bien, mientras ella se aleja hacia un tipo demasiado alto y con pinta de mucha cosa, sabiendo que lo debo haber visto alguna otra vez. No pasa mucho hasta que Roxanne se pierda de vista, y me obligo a girarme para toparme con que me ha quedado el pastel de chocolate a medio comer; repentinamente, estando solo, ya no tengo apetito. Lo lanzo dentro del cesto de basura más cercano y me chupo los dedos, esos que todavía tienen algunos rastros de crema, para luego perderme calle abajo, en dirección a mi acostumbrada y esclavizada existencia. Como si todo esto jamás hubiese existido.
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