OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Al final estoy viniendo más al Capitolio de lo que debo. Me fui de aquí para poder tener una vida tranquila en el Distrito nueve pero tengo claro que no va a poder ser nunca así por dos personas: papá y mamá. Mi madre no soporta estar más de dos semanas sin ver a su primera nieta así que la tengo traer de vez en cuando para que vea a sus abuelos, y si no tengo tiempo para ir al Capitolio ya se ocupa mi madre de venir a casa. Pero no va a ir a casa. Es alérgica a los perros y, si tenemos en cuenta al perro que tenemos en casa, no es precisamente adecuado que venga, además de que no quiero que esté cotilleandolo todo, es mi madre y la quiero pero ya no estoy en casa, ahora puedo poner las alfombras que quiera, los cuadros que quiera y tener una estantería repleta de chocolate sin que me diga constantemente un 'vas a engordar como te comas todo eso'. Mamá hoy tiene unos recados que hacer así que, mientras tanto, me ha dicho que puedo estar en casa, que ella no esté no significa que tenga que ir más tarde, que puedo entrar y mostrarle a Lëia la casa, mi antigua habitación, el jardín, los cuadros, el... frigorífico... Demonios, ¿qué se supone que le debo mostrar de la casa a mi hija de 11 meses? Es totalmente inaudito así que no voy a estar en casa mirando la televisión o viendo fotos de cuando era pequeña cuando puedo sacar a Lëia de paseo.
Después de bastante tiempo pensando que ponerle, que prendas le podían dar menos calor que... que le pegaba con el pelo, el cual tiene de color rubio como yo, me decido por un vestidito rosa clarito que le compré hace un par de semanas y que le queda preciosisisimo. Es lo que hay, a mi pequeña le queda todo bien, de tal palo tal astilla. La cargo con un brazo, sujetándola contra mi costado derecho, mientras con el otro brazo agarro el carrito abierto. Creo que lo que menos me gusta de salir sin Violet es el hecho de no tener dos brazos más, además de las amenas conversaciones, que últimamente se basan en contarme cosas de su nueva mascota, que puede dar la pequeña. Lo empujo hasta la puerta y uso la aparición.
Cuando noto el suelo bajo mis pies, el golpecito del carrito cuando toca el suelo y el llanto de Lëia. ¡El llanto de mi pequeña! La siento en el carrito y me acuclillo pasando la mano por sus mejillas, para que deje de llorar. -No pasa nada cariño, hemos hecho esto muchas veces, ¿no? Además, ya verás lo contenta que se pone la abuelita cuando te vea.- digo con la sonrisa en mis labios, mientras aliso su vestidito. Al final para de llorar para dedicarme una de esas sonrisas que hacen que se me derrita el corazón y cada día me conciencie más de que es lo mejor que me ha podido pasar jamás. Paso la mano, levemente, por su cabello y suspiro. No vamos a entrar en casa ahora mismo, hace calor en la calle pero es temprano así que estaría bien que nos fuéramos a pasear un rato por los jardines de la zona residencial. Bajo un poco la parte superior del carrito para que no le de el sol, y me aseguro de que llevo un par de botellines de agua, además del biberón, en la capaza. Emprendo mi camino hacia un parque que hay cerca de casa y que, al menos yo, recuerdo que había césped y grandes árboles que proporcionaban sombra. Cuando estamos allí la bajo del carrito, la siento sobre el césped, para poder plegarlo y dejarlo a un lado de nosotras. Me siento un poco lejos de ella y cruzo las piernas inclinándome hacia adelante. -Ven aquí, Alexandra, ven con mami...- ella intenta levantarse pero siempre se acaba cayendo así que opta por gatear hasta donde estoy yo. Viene riéndose y la cojo en brazos, sentándola sobre mis piernas. Siempre me parecían absurdas todas esas mujeres que intentaban que sus hijos hablaran pasándoles el dedo por la nariz y silabeando pero, finalmente, yo he acabado sucumbiendo, horas y horas hasta que dijo una sola sílaba que me hizo feliz. 'Ma'. Casi me pongo a llorar como una loca histérica. Acaricio su cuello y me paro para arreglar el dobladillo superior del vestido.
Después de bastante tiempo pensando que ponerle, que prendas le podían dar menos calor que... que le pegaba con el pelo, el cual tiene de color rubio como yo, me decido por un vestidito rosa clarito que le compré hace un par de semanas y que le queda preciosisisimo. Es lo que hay, a mi pequeña le queda todo bien, de tal palo tal astilla. La cargo con un brazo, sujetándola contra mi costado derecho, mientras con el otro brazo agarro el carrito abierto. Creo que lo que menos me gusta de salir sin Violet es el hecho de no tener dos brazos más, además de las amenas conversaciones, que últimamente se basan en contarme cosas de su nueva mascota, que puede dar la pequeña. Lo empujo hasta la puerta y uso la aparición.
Cuando noto el suelo bajo mis pies, el golpecito del carrito cuando toca el suelo y el llanto de Lëia. ¡El llanto de mi pequeña! La siento en el carrito y me acuclillo pasando la mano por sus mejillas, para que deje de llorar. -No pasa nada cariño, hemos hecho esto muchas veces, ¿no? Además, ya verás lo contenta que se pone la abuelita cuando te vea.- digo con la sonrisa en mis labios, mientras aliso su vestidito. Al final para de llorar para dedicarme una de esas sonrisas que hacen que se me derrita el corazón y cada día me conciencie más de que es lo mejor que me ha podido pasar jamás. Paso la mano, levemente, por su cabello y suspiro. No vamos a entrar en casa ahora mismo, hace calor en la calle pero es temprano así que estaría bien que nos fuéramos a pasear un rato por los jardines de la zona residencial. Bajo un poco la parte superior del carrito para que no le de el sol, y me aseguro de que llevo un par de botellines de agua, además del biberón, en la capaza. Emprendo mi camino hacia un parque que hay cerca de casa y que, al menos yo, recuerdo que había césped y grandes árboles que proporcionaban sombra. Cuando estamos allí la bajo del carrito, la siento sobre el césped, para poder plegarlo y dejarlo a un lado de nosotras. Me siento un poco lejos de ella y cruzo las piernas inclinándome hacia adelante. -Ven aquí, Alexandra, ven con mami...- ella intenta levantarse pero siempre se acaba cayendo así que opta por gatear hasta donde estoy yo. Viene riéndose y la cojo en brazos, sentándola sobre mis piernas. Siempre me parecían absurdas todas esas mujeres que intentaban que sus hijos hablaran pasándoles el dedo por la nariz y silabeando pero, finalmente, yo he acabado sucumbiendo, horas y horas hasta que dijo una sola sílaba que me hizo feliz. 'Ma'. Casi me pongo a llorar como una loca histérica. Acaricio su cuello y me paro para arreglar el dobladillo superior del vestido.
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Odio venir al Capitolio. Y lo odio de verdad. ¿En serio que el resto de mi familia no podía haber tenido dos dedos de frente y haberse mudado a cualquier Distrito excepto a la maldita capital? Por muchos meses que pasen, y por mucho que las cosas cambien, nunca voy a poder dejar de verlo como el lugar de poder del antiguo Gobierno; el hogar de los Black. Últimamente ponía la primera excusa que se me pasaba por la cabeza para evitar ir pero, al final, han acabado dándose cuenta. Así que, esta vez, no consigo escabullirme de pasar por casa de mi madre y hacerle una visita a Aaron, Lena y Ethan, pues el enano siempre está deseando que le cuente cosas del Distrito 13 y que le lleve algún día. Lo cierto es que he intentado convencer varias veces a Aaron para que deje que me lleve a mi sobrino un fin de semana al 13, pero dice no porque es demasiado pequeño. Sin embargo, sé perfectamente por qué lo hace: no se fía de mí. No es porque tema que le pueda hacer algo a Ethan, sino porque es consciente de cuál ha sido mi mayor afición estos últimos meses: el alcohol. En fin, ¿qué padre quiere dejar a su hijo a cargo de un borracho que no sabe qué hacer con su vida? Si no fuera por mi trabajo, estoy seguro de que estaría aún más hundido y que la mitad de mi familia me miraría de mala manera, mientras que la otra mitad se compadecería de mí. Al menos tengo un trabajo respetable que evita que lo hagan delante de mí.
Una vez he pasado por todas las casas por las que tenía que pasar, me dispongo a ir a mi licorería favorita para comprar suficiente material como para rellenar mi despensa de bebidas. Creo que esa es la única cosa buena que tiene el Capitolio, el tener tal variedad de licores y de tan buena calidad. ¿Cómo no voy a comprar unos que sean buenos? Me sobra el dinero. Aun así, la verdadera razón es que después de haber probado aquel whisky en casa de la excapitoliana, uno barato y de cualquier marca no es lo mismo. Sea como sea, cuando he terminado, recuerdo que quería comentarle un par de cosas a Aaron y que se me ha pasado hacerlo por estar contándole mis "batallitas" a Ethan. Por eso, vuelvo sobre mis pasos y me dirijo, de nuevo, hacia la zona residencial. Es a escasas calles de la casa de mi medio hermano cuando la veo entrando en los jardines. Primero distingo su cabellera rubia; después, el carro. Literalmente cojo una de las bolsas de bebidas al vuelo, pues de la impresión la había soltado sin ni siquiera darme cuenta.
Los minutos pasan y sigo ahí, en la calle y enfrente del parque, bastante alejado pero lo suficientemente cerca como para que me distinga si me ve. Sin embargo, no puedo dejar de ver la escena: la rubia llamando a Leïa para que vaya con ella mientras esta se cae y acaba yendo gateando. Por una milésima de segundo me entristezco al pensar cómo sería el momento si Alec estuviera junto a ellas, abrazando a Zoey mientras también anima a su hija a caminar... ¡¿Por qué narices tuvo que morir?! Suelto un bufido, molesto tanto con la vida como con el destino estúpido y exigente, y me doy la vuelta para volver hacia la casa de Aaron y Lena. Para cuando quiero empezar a caminar, ya es demasiado tarde porque se ha percatado de mi presencia.
Una vez he pasado por todas las casas por las que tenía que pasar, me dispongo a ir a mi licorería favorita para comprar suficiente material como para rellenar mi despensa de bebidas. Creo que esa es la única cosa buena que tiene el Capitolio, el tener tal variedad de licores y de tan buena calidad. ¿Cómo no voy a comprar unos que sean buenos? Me sobra el dinero. Aun así, la verdadera razón es que después de haber probado aquel whisky en casa de la excapitoliana, uno barato y de cualquier marca no es lo mismo. Sea como sea, cuando he terminado, recuerdo que quería comentarle un par de cosas a Aaron y que se me ha pasado hacerlo por estar contándole mis "batallitas" a Ethan. Por eso, vuelvo sobre mis pasos y me dirijo, de nuevo, hacia la zona residencial. Es a escasas calles de la casa de mi medio hermano cuando la veo entrando en los jardines. Primero distingo su cabellera rubia; después, el carro. Literalmente cojo una de las bolsas de bebidas al vuelo, pues de la impresión la había soltado sin ni siquiera darme cuenta.
Los minutos pasan y sigo ahí, en la calle y enfrente del parque, bastante alejado pero lo suficientemente cerca como para que me distinga si me ve. Sin embargo, no puedo dejar de ver la escena: la rubia llamando a Leïa para que vaya con ella mientras esta se cae y acaba yendo gateando. Por una milésima de segundo me entristezco al pensar cómo sería el momento si Alec estuviera junto a ellas, abrazando a Zoey mientras también anima a su hija a caminar... ¡¿Por qué narices tuvo que morir?! Suelto un bufido, molesto tanto con la vida como con el destino estúpido y exigente, y me doy la vuelta para volver hacia la casa de Aaron y Lena. Para cuando quiero empezar a caminar, ya es demasiado tarde porque se ha percatado de mi presencia.
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La verdad es que siempre me imaginé mi vida de otra forma; vivir en el Capitolio con mi familia o quizá en un piso con alguna amiga, salir constantemente, comprarme ropa nueva cada día, ser... ser estilista. Mis expectativas de futuro desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Mi vida es totalmente diferente a como imaginé, a como quise que fuera, pero no me puedo quejar, sin más, puede que no tenga ninguna de las cosas que siempre deseé pero, si hago sumas, tengo muchísimo más de lo que siempre quise. Una familia. Mi familia. Le hago cosquillas a Lëia en el abdomen y ella ríe, no puedo evitar reír con ella para después sentarla mejor sobre mis rodillas. -¿Hacemos un truco? A Violet le gustan mucho los trucos de magia.- digo con gesto pensativo. La dejo en el siento en el suelo y me estiro para coger de una rueda el carrito y arrastrarlo hasta nosotras para mirar si dentro tengo la varita. Creo que la he traído pero... ahora mismo no estoy del todo segura. Busco dentro de la bolsa pero no la encuentro, arrugo la nariz confusa y regreso la mirada hacia la pequeña que está sentada en el suelo tirando de la hierva del suelo y luego tirándola hacia arriba con alegría.
Los minutos me parecen segundos mientras la miro, me podría quedar embobada así durante horas y horas; su sonrisa hace que me sienta feliz, que sienta que no necesito nada más en éste mundo que a ella, que verla cada día y ver su sonrisa cuando me ve. Paso la mano por su mejilla, ella arruga la nariz, cosa que me hace reír, y me tumbo a su lado en la hierva, cogiendo una florecilla que veo y estiro la mano para que la coja. Casi al instante cambia el color de su pelo que se torna del color de la flor, que es de un rubio más oscuro que mi cabello; toco la punta de la nariz. ¿Cómo pretendo sorprenderla con trucos si ella es la primera que me puede sorprender a mí? Yo puedo hacer... no sé, tonterías como lucecitas para que sonría o se ría, pero ella puede cambiar, puede cambiar de verdad y es sorprendente. He conocido a pocas personas que lo pudieran hacer, o al menos que lo hicieran delante de mí, y una de ellas preferiría olvidarlo. Resoplo, incorporándome, y tengo esa sensación horrible de que alguien nos observa. No sé, es una sensación extraña. Giro la cabeza de un lado hacia otro, veo a un par de mujeres y a un hombre, el hombre lleva varias bolsas y va caminando detrás de ellas mirando al suelo; en otro sitio se ve a un chico de... no sé, quizá... entrecierro los ojos intentando fijar la mirada cuando me percato de quien es. De forma inmediata estiro el brazo, hasta que mi mano toca su pierna, y mi cara se torna alivida, pero solo por unos segundos. Cojo a Lëia en brazos y, sin pensar ni siquiera dos segundos en lo que voy a hacer, me acerco a grandes zancadas, olvidando el carrito a mis espaldas, hasta donde está él.
Apoyo a la pequeña en mi costado, con mi brazo sujetándola por la cintura, y con la otra lo señalo totalmente enfadada. -¿Resulta que ahora me sigues?- le acuso golpeándole con el dedo índice en el pecho. -¡Esto me parece del todo fuera de lugar, Riorden!- estoy tan enfadada que ni me doy cuenta de que lo nombro por su nombre hasta que lo hago, frunzo el ceño molesta. No debería enfadarme, no debería gritar con mi hija delante, pero es que tiene la habilidad de hacerme enfadar sin ni siquiera abrir la boca. Es detestable. Aún recuerdo la última vez que nos vimos, le dije que se fuera de mi vista, que no quería volver a ver su cara jamás pero mis deseos no se cumplen. Ninguno de mis deseos se cumplen nunca.
Los minutos me parecen segundos mientras la miro, me podría quedar embobada así durante horas y horas; su sonrisa hace que me sienta feliz, que sienta que no necesito nada más en éste mundo que a ella, que verla cada día y ver su sonrisa cuando me ve. Paso la mano por su mejilla, ella arruga la nariz, cosa que me hace reír, y me tumbo a su lado en la hierva, cogiendo una florecilla que veo y estiro la mano para que la coja. Casi al instante cambia el color de su pelo que se torna del color de la flor, que es de un rubio más oscuro que mi cabello; toco la punta de la nariz. ¿Cómo pretendo sorprenderla con trucos si ella es la primera que me puede sorprender a mí? Yo puedo hacer... no sé, tonterías como lucecitas para que sonría o se ría, pero ella puede cambiar, puede cambiar de verdad y es sorprendente. He conocido a pocas personas que lo pudieran hacer, o al menos que lo hicieran delante de mí, y una de ellas preferiría olvidarlo. Resoplo, incorporándome, y tengo esa sensación horrible de que alguien nos observa. No sé, es una sensación extraña. Giro la cabeza de un lado hacia otro, veo a un par de mujeres y a un hombre, el hombre lleva varias bolsas y va caminando detrás de ellas mirando al suelo; en otro sitio se ve a un chico de... no sé, quizá... entrecierro los ojos intentando fijar la mirada cuando me percato de quien es. De forma inmediata estiro el brazo, hasta que mi mano toca su pierna, y mi cara se torna alivida, pero solo por unos segundos. Cojo a Lëia en brazos y, sin pensar ni siquiera dos segundos en lo que voy a hacer, me acerco a grandes zancadas, olvidando el carrito a mis espaldas, hasta donde está él.
Apoyo a la pequeña en mi costado, con mi brazo sujetándola por la cintura, y con la otra lo señalo totalmente enfadada. -¿Resulta que ahora me sigues?- le acuso golpeándole con el dedo índice en el pecho. -¡Esto me parece del todo fuera de lugar, Riorden!- estoy tan enfadada que ni me doy cuenta de que lo nombro por su nombre hasta que lo hago, frunzo el ceño molesta. No debería enfadarme, no debería gritar con mi hija delante, pero es que tiene la habilidad de hacerme enfadar sin ni siquiera abrir la boca. Es detestable. Aún recuerdo la última vez que nos vimos, le dije que se fuera de mi vista, que no quería volver a ver su cara jamás pero mis deseos no se cumplen. Ninguno de mis deseos se cumplen nunca.
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Literalmente es como si el tiempo se congelara mientras miro la escena, y para cuando quiero reaccionar, ya es demasiado tarde porque la rubia ya está frente a mí, alzando la voz como hace siempre que se encuentra conmigo. ¿Cuándo narices va a entender que mi mundo no gira alrededor del suyo? ¡Tengo una familia viviendo en el Capitolio! ¡Yo soy el primero que no quiere pisar este maldito lugar! Pero no me queda más remedio que venir, ya sea por temas de trabajo, o para ver al resto de la familia. — Por si no lo sabes, Campbell, mi familia vive aquí y... — Ni siquiera puedo seguir hablando porque es entonces cuando veo que la lleva en brazos. Mi vista se dirige automáticamente hacia el rostro de la pequeña e intento encontrar algún parecido con Alec. — Es igual que él. — Cualquiera pensaría que se me ha ido la cabeza, porque es rubia y de ojos azules, igual que su madre, pero no. Viví demasiados años con Alec, y reconocería en cualquier lado esa nariz, esos labios y... ¡joder! Si es que hasta me recuerda a Ethan cuando no era más que un bebé. Puede tener el cabello de su madre y sus ojos, pero está más que claro que esa pequeña es una Weynart, le guste o no a su progenitora. Me muerdo el labio para no sonreír porque odio mostrar esa clase de sentimientos y debilidad, especialmente delante de la antigua capitoliana.
Desearía preguntar si puedo cogerla, pero sé que sería perder el tiempo y que lo único que conseguiría es que su madre me gritase aún más. Porque eso es lo que ella y yo hacemos siempre: odiarnos y gritarnos. Si soy sincero, estoy harto de esta situación, y si mi hermano nos viese, creo que nos llamaría de todo por no intentar llevarnos bien. Sin embargo, sé que en realidad yo soy el único culpable porque la juzgué antes de saber quién era, solo por vivir aquí, en el Capitolio. Intentar conseguir su perdón nunca ha servido de nada, y sería aún más en vano después del beso que le di hace poco más de un mes en su casa, cuando apenas podía tenderme en pie. Ahí fue cuando empecé con mis problemas de alcohol, que aunque ya los tengo bastante controlados, siguen apareciendo de vez en cuando. No obstante, aquel día tenía la excusa para emborracharme de que sería el cumpleaños de Alec si todavía siguiera vivo.
Muevo la cabeza, aprieto las asas de las bolsas, y después vuelvo a mirar a Zoey a los ojos. — No te estaba siguiendo — digo esta vez en un tono más calmado. — Prometí que dejaría en paz, y es lo que he estado haciendo — añado en un tono un tanto molesto. Puede que la promesa no me hiciera, y siga sin hacerme, gracia porque sigo queriendo ver a Lëia, pero yo siempre cumplo lo que digo. — Así que no te molesto más, Campbell — gruño entre dientes y me doy la vuelta, no sin antes dirgirle una última mirada a la pequeña; una pequeña que probablemente nunca sabrá quién es en realidad, y tampoco cómo debería usar la magia... porque espero que no sea una squib. Keiran lo es, y me preocupa su futuro. — Solo asegúrate de enseñarle cómo ser una buena bruja. No dejes su sangre en evidencia. — Es lo último que digo antes de retomar el camino por el que iba. No puedo evitar notar un nudo en la garganta, fruto tanto de la situación que nunca hubiera imaginado, y por el dolor de ver el parecido de la niña con mi familia. Puede que yo la tratara mal, pero mi familia no ha hecho nada malo para no poder verla.
Desearía preguntar si puedo cogerla, pero sé que sería perder el tiempo y que lo único que conseguiría es que su madre me gritase aún más. Porque eso es lo que ella y yo hacemos siempre: odiarnos y gritarnos. Si soy sincero, estoy harto de esta situación, y si mi hermano nos viese, creo que nos llamaría de todo por no intentar llevarnos bien. Sin embargo, sé que en realidad yo soy el único culpable porque la juzgué antes de saber quién era, solo por vivir aquí, en el Capitolio. Intentar conseguir su perdón nunca ha servido de nada, y sería aún más en vano después del beso que le di hace poco más de un mes en su casa, cuando apenas podía tenderme en pie. Ahí fue cuando empecé con mis problemas de alcohol, que aunque ya los tengo bastante controlados, siguen apareciendo de vez en cuando. No obstante, aquel día tenía la excusa para emborracharme de que sería el cumpleaños de Alec si todavía siguiera vivo.
Muevo la cabeza, aprieto las asas de las bolsas, y después vuelvo a mirar a Zoey a los ojos. — No te estaba siguiendo — digo esta vez en un tono más calmado. — Prometí que dejaría en paz, y es lo que he estado haciendo — añado en un tono un tanto molesto. Puede que la promesa no me hiciera, y siga sin hacerme, gracia porque sigo queriendo ver a Lëia, pero yo siempre cumplo lo que digo. — Así que no te molesto más, Campbell — gruño entre dientes y me doy la vuelta, no sin antes dirgirle una última mirada a la pequeña; una pequeña que probablemente nunca sabrá quién es en realidad, y tampoco cómo debería usar la magia... porque espero que no sea una squib. Keiran lo es, y me preocupa su futuro. — Solo asegúrate de enseñarle cómo ser una buena bruja. No dejes su sangre en evidencia. — Es lo último que digo antes de retomar el camino por el que iba. No puedo evitar notar un nudo en la garganta, fruto tanto de la situación que nunca hubiera imaginado, y por el dolor de ver el parecido de la niña con mi familia. Puede que yo la tratara mal, pero mi familia no ha hecho nada malo para no poder verla.
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Son pocas las veces que grito delante de Violet pero son muchas veces, por no decir inexistentes, que grito con Lëia cerca. No quiero que se asuste, no se cual puede ser su reacción si me ve gritando y tampoco quiero saberla, pero lo cierto es que acabo de perder los papeles en apenas unos segundos. Mi cabeza no ha procesado que no debía hacerlo o no me ha dicho que o ignorara y me fuera a casa, no, simplemente me he dejado llevar por el enfado, que ha surgido como la espuma con solo verlo, y he ido directamente a echarle el cara que siempre se anda cruzando en mi camino y que quiero que desaparezca de éste de una vez por todas. Que desaparezca de mi camino y, por o tanto, del de mi hija, por muy sobrina suya que sea. ¿Realmente quien puede decir que es su sobrina? No lo pueden demostrar con nada, solamente lo sé yo, y a ellos se lo dije, pero es su palabra contra la mía; y si llega el momento en el que pudieran intentar algo raro para acercarse a ella no se de lo que sería capaz. Sus palabras no hacen más que enfadarme en gordo. Cierro la mano y dejo de señalarlo, apretando la mano contra mi costado, reprimiendo las ganas de golpearlo en el rostro y romperle esa estúpida nariz suya.
Entrecierro los ojos y me giro para alejarla de su vista en cuando habla. Pero sus palabras han calado. ¿Acaso se cree que no me he dado cuenta? Claro que se parece a él. Aprieto los labios en una fina línea. Cuando nació no tenía prácticamente nada de mí. Sí es verdad que tenía los ojos azules como los míos pero su pelo no era tan rubio como el mío, era más como el suyo; pero claramente eso no se lo voy a decir a él. Si pudiera cruzar los dedos lo haría porque Lëia no cambie el color del pelo o haga alguna cosa que no deba ahora mismo. -Si no nos estabas siguiendo, ¿qué demonios hacías observándonos a lo lejos?- murmuro con toda la tranquilidad de la que me puedo adueñar ahora mismo. Mirándolo fijamente a los ojos, si apartar la mirada un ápice de esos ojos que me recuerdan tanto a otros y a la vez no. Acabo mirando hacia otro sitio totalmente contrariada pero vuelvo a buscarlo por su frase de 'No dejes su sangre en evidencia' ¿Qué? Creo que se habría percatado de mi sorpresa si no se estuviera marchando. Tirando la pierda y escondiendo la mano.
Me precipito a acercarme a él y lo cojo del hombro para que se pare. -¿Qué no deje su sangre en evidencia? ¿Es eso lo que te preocupa?- le espeto haciendo que se gire y me mire de una buena vez en vez de decir las cosas y marcharse -¿Te preocupa que alguien sepa que es una Weynart y deje vuestra sangre en evidencia?-. Le echo en cara lo primero que se me viene a la cabeza con todo el enfado dentro de mí, notando como mi corazón se acelera. Me acerco hasta él y estoy apunto de espetarle algo más cuando Lëia estira su brazo y no me da tiempo a evitarlo pero le toca el pelo y ríe cambiando el color rubio de su pelo al castaño de Riorden.
Entrecierro los ojos y me giro para alejarla de su vista en cuando habla. Pero sus palabras han calado. ¿Acaso se cree que no me he dado cuenta? Claro que se parece a él. Aprieto los labios en una fina línea. Cuando nació no tenía prácticamente nada de mí. Sí es verdad que tenía los ojos azules como los míos pero su pelo no era tan rubio como el mío, era más como el suyo; pero claramente eso no se lo voy a decir a él. Si pudiera cruzar los dedos lo haría porque Lëia no cambie el color del pelo o haga alguna cosa que no deba ahora mismo. -Si no nos estabas siguiendo, ¿qué demonios hacías observándonos a lo lejos?- murmuro con toda la tranquilidad de la que me puedo adueñar ahora mismo. Mirándolo fijamente a los ojos, si apartar la mirada un ápice de esos ojos que me recuerdan tanto a otros y a la vez no. Acabo mirando hacia otro sitio totalmente contrariada pero vuelvo a buscarlo por su frase de 'No dejes su sangre en evidencia' ¿Qué? Creo que se habría percatado de mi sorpresa si no se estuviera marchando. Tirando la pierda y escondiendo la mano.
Me precipito a acercarme a él y lo cojo del hombro para que se pare. -¿Qué no deje su sangre en evidencia? ¿Es eso lo que te preocupa?- le espeto haciendo que se gire y me mire de una buena vez en vez de decir las cosas y marcharse -¿Te preocupa que alguien sepa que es una Weynart y deje vuestra sangre en evidencia?-. Le echo en cara lo primero que se me viene a la cabeza con todo el enfado dentro de mí, notando como mi corazón se acelera. Me acerco hasta él y estoy apunto de espetarle algo más cuando Lëia estira su brazo y no me da tiempo a evitarlo pero le toca el pelo y ríe cambiando el color rubio de su pelo al castaño de Riorden.
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No puedo evitar rodar los ojos con su comentario sobre qué hacía entonces mirándolas, y resoplo. — Porque ya que no nos dejas verla de cerca, Campbell, quería ver al menos cómo es la pequeña de los Weynart de lejos — respondo con una sonrisa socarrona, que deja bien claro cómo pretendo burlarme de ella nombrándola por el verdadero primer apellido de Lëia; un apellido que probablemente nunca llegue a conocer. Pretendía hablarle bien, no gritarnos por una vez, pero ya que a ella no le ha dado la gana, no voy a perder la ocasión de enfadarme con ella y desahogarme. Porque soy demasiado cerrado, y la única manera que tengo de soltar todo lo que llevo dentro es gritando. Jessica ya tiene bastantes cosas en la cabeza como para irle con mis problemas, y Eveline... en fin, ni siquiera sé qué narices le pasa últimamente, pero imagino que la desaparición de Jordan y Alexandra tampoco debe de ayudar demasiado. En realidad me siento algo culpable por no tener el tiempo suficiente para echarles una mano, tanto a Eve como a Jess, pero bastantes problemas tengo yo últimamente con la repentina aparición de mi padre biológico y todo el puñado de papeles que tengo del trabajo.
Continúo caminando, agarrando las bolsas hasta el punto de notar cómo se me clavan las asas, porque ahora mismo estoy muy cabreado. ¿Cómo narices puede ser tan... tan egocéntrica para creerse que no tengo nada mejor que hacer que ponerme a ver todo lo que hace? ¡Tengo yo más razones para odiarla que ella a mí! Pero no, no lo entiende; no sabe ponerse en la piel de los demás. Es por eso que cuando noto su mano en mi hombro, lo que hago es apartarme con un movimiento brusco, aunque luego acabo dándome la vuelta para mirarla cara a cara y responderle: — Por favor... Siempre fuiste una cría malcriada en un mundo con la magia prohibida, así que apuesto lo que quieras a que ni siquiera sabes realizar un accio. — Vuelvo a rodar los ojos. — Mientras que los Weynart ahora tenemos una posición respetable, los Campbell no. Así que lo que no quiero es que dejes mal mi apellido, rubia, y... — Ni siquiera puedo continuar porque la pequeña manita de Lëia me toca el pelo. Mi siguiente reacción es abrir levemente la boca, como un idiota, y cuando me doy cuenta la cierro de golpe. Es una metamorfomaga. Como Aaron, como Ethan, y como yo. Como los Weynart desde hace generaciones, en realidad.
Aprovecho la ocasión y le agarro la mano a Lëia, y una pequeña sonrisa asoma en la comisura de mis labios, aunque desaparece en cuanto recuerdo a quién tengo enfrente. — Aquí tienes otra prueba más de que es una Weynart, Campbell — gruño entre dientes, y suelto la mano de la pequeña para mirar a su madre a los ojos. — A ver cómo le enseñas a controlar ese don, ese poder — añado, y resoplo, sin apartar la mirada de ella ni un segundo. La metamorfomagia está descontrolada los primeros años, así que siempre va bien tener a alguien que te enseñe. En mi caso fue Aaron quien me enseñó, y ahora yo enseño a Ethan junto con su padre.
Continúo caminando, agarrando las bolsas hasta el punto de notar cómo se me clavan las asas, porque ahora mismo estoy muy cabreado. ¿Cómo narices puede ser tan... tan egocéntrica para creerse que no tengo nada mejor que hacer que ponerme a ver todo lo que hace? ¡Tengo yo más razones para odiarla que ella a mí! Pero no, no lo entiende; no sabe ponerse en la piel de los demás. Es por eso que cuando noto su mano en mi hombro, lo que hago es apartarme con un movimiento brusco, aunque luego acabo dándome la vuelta para mirarla cara a cara y responderle: — Por favor... Siempre fuiste una cría malcriada en un mundo con la magia prohibida, así que apuesto lo que quieras a que ni siquiera sabes realizar un accio. — Vuelvo a rodar los ojos. — Mientras que los Weynart ahora tenemos una posición respetable, los Campbell no. Así que lo que no quiero es que dejes mal mi apellido, rubia, y... — Ni siquiera puedo continuar porque la pequeña manita de Lëia me toca el pelo. Mi siguiente reacción es abrir levemente la boca, como un idiota, y cuando me doy cuenta la cierro de golpe. Es una metamorfomaga. Como Aaron, como Ethan, y como yo. Como los Weynart desde hace generaciones, en realidad.
Aprovecho la ocasión y le agarro la mano a Lëia, y una pequeña sonrisa asoma en la comisura de mis labios, aunque desaparece en cuanto recuerdo a quién tengo enfrente. — Aquí tienes otra prueba más de que es una Weynart, Campbell — gruño entre dientes, y suelto la mano de la pequeña para mirar a su madre a los ojos. — A ver cómo le enseñas a controlar ese don, ese poder — añado, y resoplo, sin apartar la mirada de ella ni un segundo. La metamorfomagia está descontrolada los primeros años, así que siempre va bien tener a alguien que te enseñe. En mi caso fue Aaron quien me enseñó, y ahora yo enseño a Ethan junto con su padre.
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Lo único que venía buscando era estar un día con mis padres, que vieran a Lëia y desconectar de todo aunque solo fueran unas horas. Mi padre hace ya tiempo que dejó de preguntar por el padre de mi hija, ya no le importa quien sea solo le interesa la pequeña, y es lo que yo quiero, es lo que quiero que le importe de verdad y que deje de husmear en ese terreno. El hecho de que la llame 'pequeña Weynart' hace que la sangre me hierva más, si es posible. ¡No puedo tener ni un segundo tranquila cuando estoy cerca de él! Ciertamente me estoy cuestionando si no dejar ver a Lëia al resto de su familia pero no a él por molestarlo, por darle lo que se merece por insistente e imbécil. Aprieto los dientes intentando tragarme todas las cosas que le diría, intentando tragarme todo el odio que tengo por la persona que tengo ahora mismo frente a mí y no escupirlo todo delante de mi hija. Incluso su sonrisa me molesta. Creo que he llegado a odiar a pocas personas en este mundo y las puedo contar con los dedos de una mano. Odio a Stephanie Black por lo que le hizo a mi hermana, odio a Riorden por tratarme desde un inicio mal aunque no me conocía, aunque no sabía mis razones o como soy realmente, simplemente me metió en el mismo saco del resto de personas del Capitolio pero, sobre todo, odio a Alec. Por irse, por dejarlo todo tan mal con su marcha, por dejarme sola. Aprieto los labios con fuerza intentando retener con ese gesto las lágrimas o las ganas de golpearle con algo para que se calle de una buena vez, que desaparezca de mi vista y deje de ser un fantasma que me atormenta.
¿Pero qué...? Creo que la sorpresa está bastante latente en mi rostro y no se ni como articular palabra en ese preciso momento; pero dura poco, mi estupefacción no dura lo suficiente como para darle la ventaja de que me eche algo más en cara y siga diciendo estupideces. -Me las he arreglado toda mi vida sin magia, ¿te crees que no me puedo agachar a coger algo que se me ha caído en vez de decir un maldito 'accio'?- lo fulmino con la mirada. -Y mi hija nunca dejará mal vuestro apellido porque nunca lo llevará ya que para mi siempre vais a ser unos cobardes que se mantuvieron en Europa y ahora se pasean como dioses cuando no habéis cambiado absolutamente nada.- espeto con frialdad en mi voz. Sintiendo que al fin he dicho lo que pensaba de él y de toda su familia. Que querían cambiar el mundo y lo único que han conseguido es que la libertad se reduciera aún más porque aún morían jóvenes en los juegos y ahora los humanos no eran considerados ni personas. -Antes al menos había algo más de humanidad.- Para mí es así. Pero al acercarme a susurrarle eso es cuando Lëia lo toca y cambia de color su cabello.
Por unos segundos no se que hacer, no se donde meter a la niña o si desaparecerme en ese preciso momento. Lo que hago es dar un paso atrás para que no la vuelva a tocar. -No la toques nunca más, Weynart.- susurro con una tranquilidad bastante amenazante -Su padre era Weynart, ella es una Campbell y te advierto que como vuelvas a tocarla tendremos un problema más gordo.- le advierto. Puede meterse conmigo todo lo que le venga en gana pero en el momento que vuelva a tocar a mi hija no será lo mismo an absoluto. -Y mira por donde ahora hay colegios donde le pueden enseñar y yo la apoyaré porque soy su madre.- digo sin retirar ni un ápice mis ojos de los suyos. -Eres la última persona en el mundo a la que recurriría jamás.- Hay colegios donde la podrán enseñar, algo bueno tenía que tener toda esta mierda impuesta, así que ese 'poder' lo controlaría sin ayuda de un Weynart.
¿Pero qué...? Creo que la sorpresa está bastante latente en mi rostro y no se ni como articular palabra en ese preciso momento; pero dura poco, mi estupefacción no dura lo suficiente como para darle la ventaja de que me eche algo más en cara y siga diciendo estupideces. -Me las he arreglado toda mi vida sin magia, ¿te crees que no me puedo agachar a coger algo que se me ha caído en vez de decir un maldito 'accio'?- lo fulmino con la mirada. -Y mi hija nunca dejará mal vuestro apellido porque nunca lo llevará ya que para mi siempre vais a ser unos cobardes que se mantuvieron en Europa y ahora se pasean como dioses cuando no habéis cambiado absolutamente nada.- espeto con frialdad en mi voz. Sintiendo que al fin he dicho lo que pensaba de él y de toda su familia. Que querían cambiar el mundo y lo único que han conseguido es que la libertad se reduciera aún más porque aún morían jóvenes en los juegos y ahora los humanos no eran considerados ni personas. -Antes al menos había algo más de humanidad.- Para mí es así. Pero al acercarme a susurrarle eso es cuando Lëia lo toca y cambia de color su cabello.
Por unos segundos no se que hacer, no se donde meter a la niña o si desaparecerme en ese preciso momento. Lo que hago es dar un paso atrás para que no la vuelva a tocar. -No la toques nunca más, Weynart.- susurro con una tranquilidad bastante amenazante -Su padre era Weynart, ella es una Campbell y te advierto que como vuelvas a tocarla tendremos un problema más gordo.- le advierto. Puede meterse conmigo todo lo que le venga en gana pero en el momento que vuelva a tocar a mi hija no será lo mismo an absoluto. -Y mira por donde ahora hay colegios donde le pueden enseñar y yo la apoyaré porque soy su madre.- digo sin retirar ni un ápice mis ojos de los suyos. -Eres la última persona en el mundo a la que recurriría jamás.- Hay colegios donde la podrán enseñar, algo bueno tenía que tener toda esta mierda impuesta, así que ese 'poder' lo controlaría sin ayuda de un Weynart.
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No puedo evitar rodar los ojos y sonreír de manera socarrona con su comentario sobre que siempre se las ha apañado sin magia. El problema es que ya no vivimos en su querido Gobierno de los Black, y aquí la magia es necesaria, le guste o no. No sé qué aspiraciones se supone que tiene ahora, pero de alguna manera tendrá que conseguir ingresos. Y, sinceramente, hasta los trabajos de científicos, mecánicos o incluso Vigilantes, requieren ahora que uses la magia. Claro que ella podría entrar en un colegio también, pero para qué mentir: dudo mucho que en un par de años vaya a aprender todo lo que los Weynart sabemos desde hace años. Nací en Europa; en un mundo rodeado de magia, así que la magia ha estado presente durante toda mi vida. Me desagrada que Lëia, que lleva nuestra sangre, no vaya a vivir de esa manera porque su madre no sepa, probablemente, ni cómo coger una varita. Es una pérdida de oportunidades. No sé qué gente contratarán para dar clase, pero en fin, dudo mucho que le vayan a enseñar algo bueno sobre metamorfomagia si los profesores no lo son. Se podrán saber toda la teoría que quieran, pero ni punto de comparación con la práctica. Es algo que se aprende día a día, practicando todo lo posible.
Acabo fulminándola con la mirada con la sola mención de Europa, y me muerdo el labio, controlándome todo lo posible para no soltar algo indebido delante de la cría. — Oh, claro, porque tú hacías mucho rodeada de todo tipo de manjares, comodidades y siendo una mocosa malcriada, ¿no? — acabo explotando, aún con esa mirada de enfado. — No tienes ni la más remota idea de cómo es Europa, ni de lo que hemos hecho para llegar hasta aquí, rubita — añado, y resoplo. — El Gobierno que tanto adoras destruyó mi hogar por una rabieta. — Esas últimas palabras van más bien dirigidas hacia mí mismo, como un modo de recordarme una de las miles de razones por las que odio, y siempre odiaré, a Stephanie Black. — Podrían encarcelarte, ¿sabes? Por soltar las cosas que dices, por insinuar que no tenemos humanidad... — Esta vez mi tono de voz es algo más calmado, e incluso disfruto con lo que estoy diciendo. — Podría hacer que te fueras en un chasquido de dedos y quedarme con Lëia — añado en el mismo tono de voz. — Pero no lo haré. Porque no soy como tú, Campbell — espeto entre dientes.
Me hace gracia que se crea que podrá mantener a Lëia alejada de nosotros cuando es tan fácil como organizar un juicio por prohibirnos ver a la pequeña cuando es de nuestra familia, y sin ninguna razón. No obstante, no pienso hacerlo. Pero quién sabe si de aquí a unos años, o incluso meses, sí querré. La malcriada siempre ha vivido dentro de una burbuja; pero yo no, y estoy acostumbrado a pelear por lo que quiero aunque me deje la vida en ello. Somos totalmente diferentes, y yo tengo ciertos privilegios ahora. Sin embargo, no soy de abusar porque sí. Soy de meditar las cosas, de planearlas con cautela y de la manera correcta. Y si algún día tengo que recurrir a alguien de la ley exigiendo el derecho que tengo de ver a Lëia, juro que lo haré. La niña no tiene la culpa de nada, y merece saber quién es su familia, incluso mantener el contacto con nosotros si así lo desea cuando sea mayor.
Acabo fulminándola con la mirada con la sola mención de Europa, y me muerdo el labio, controlándome todo lo posible para no soltar algo indebido delante de la cría. — Oh, claro, porque tú hacías mucho rodeada de todo tipo de manjares, comodidades y siendo una mocosa malcriada, ¿no? — acabo explotando, aún con esa mirada de enfado. — No tienes ni la más remota idea de cómo es Europa, ni de lo que hemos hecho para llegar hasta aquí, rubita — añado, y resoplo. — El Gobierno que tanto adoras destruyó mi hogar por una rabieta. — Esas últimas palabras van más bien dirigidas hacia mí mismo, como un modo de recordarme una de las miles de razones por las que odio, y siempre odiaré, a Stephanie Black. — Podrían encarcelarte, ¿sabes? Por soltar las cosas que dices, por insinuar que no tenemos humanidad... — Esta vez mi tono de voz es algo más calmado, e incluso disfruto con lo que estoy diciendo. — Podría hacer que te fueras en un chasquido de dedos y quedarme con Lëia — añado en el mismo tono de voz. — Pero no lo haré. Porque no soy como tú, Campbell — espeto entre dientes.
Me hace gracia que se crea que podrá mantener a Lëia alejada de nosotros cuando es tan fácil como organizar un juicio por prohibirnos ver a la pequeña cuando es de nuestra familia, y sin ninguna razón. No obstante, no pienso hacerlo. Pero quién sabe si de aquí a unos años, o incluso meses, sí querré. La malcriada siempre ha vivido dentro de una burbuja; pero yo no, y estoy acostumbrado a pelear por lo que quiero aunque me deje la vida en ello. Somos totalmente diferentes, y yo tengo ciertos privilegios ahora. Sin embargo, no soy de abusar porque sí. Soy de meditar las cosas, de planearlas con cautela y de la manera correcta. Y si algún día tengo que recurrir a alguien de la ley exigiendo el derecho que tengo de ver a Lëia, juro que lo haré. La niña no tiene la culpa de nada, y merece saber quién es su familia, incluso mantener el contacto con nosotros si así lo desea cuando sea mayor.
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Es cierto que no soy la persona más racional de este país, que tengo muchísimas cosas malas pero hay gente mucho peor que yo, y Riorden es un claro ejemplo de ello. Siempre me ha parecido que me trata con tanta superioridad que me dan ganas de pegarle cada dos segundos. Me juré que no seguiría por este camino pero es que cada vez que lo veo siento que me hierve la sangre y tengo ganas de gritarle todo lo que siento, de gritarle hasta que me quede sin voz y desaparezca de verdad de mi vida. Aunque aquella noche me dije que intentaría llevarme mejor por él, después de lo sucedido tenía cada vez más claro que jamás podríamos tener ni una relación de cortesía porque le odio. Odio que me juzgue sin conocerme de nada, que no se ponga ni por un segundo en al piel de los demás, que piense un poco como se siente la otra persona o por qué hace unas cosas y no otras. Acuno un poco a Lëia contra mi costado. De lo que más me arrepiento es de haberme acercado con ella. Simplemente me tendría que haber ido a casa, no enfrentarme a él de nuevo; con ello me hubiera ahorrado más de un dolor de cabeza que ahora me perseguirá por días. -Tampoco deseaba que nada cambiara, ¿por qué no iba a disfrutar de todo lo que tenía?- recalco cada una de las palabras que digo, dejando bien claro que me refiero al pasado. -¡El Gobierno que tanto dices que adoro destrozó mi vida!- le espeto. Lëia nos mira a uno y a otro, yo la miro a ella y froto mi nariz levemente mi nariz con su mejilla. Paso la mano por su mejilla y, cuando esboza una sonrisa, le devuelvo la misma sonrisa con dulzura, para luego volver la mirada hacia Riorden con esa sonrisa completamente desaparecida en mis labios.
Esos segundos en los que mi rostro refleja la completa incredulidad que siento; como el aire deja mi cuerpo, como los latidos se ralentizan y siento que las fuerzas me dejan por completo. En esos segundos en los que mi cabeza no puede pensar en nada, que sientes que todo se te cae encima. Respiro levemente; esa respiración es la que me da las suficientes fuerzas para darle un bofetada y luego apretar la mano en un puño cuando la alejo de él. -¿Con qué derecho te crees para amenazarme con quitarme a mi hija?- suelto con la voz completamente cogida, con unas ganas inmensas de llorar por solo pensar en el que algún momento pudiera perder a mi hija. La diferencia entre Riorden y yo es simple. Él no tiene escrúpulos. Yo sería incapaz de decir esas palabras en voz alta, ¡yo sería completamente incapaz de pensar esas palabras ni un por segundo! El sentimiento que puede sentir una persona al quitarle a su hija... creo que toda mi cordura se perdería con ella. Sería incapaz de seguir adelante sin ella. -Tú no tienes ningún derecho sobre ella.- mascullo notando como los ojos me pican con esos pensamientos, ya no con que se la queden, con que yo en algún momento la pudiera perder.
Alguien que podría verla, que tendría ese derecho sobre ella sería Alec, pero él no tendría que andarse con triquiñuelas porque hubiera estado con nosotras, no habría tenido que decir ningún tipo de barbaridad de ese tipo para intimidarme. Aprieto los labios y rodeo con el otro brazo a Lëia para mantenerla cerca de mí, para que no se separe ni un ápice de mí. -Y desde luego que no eres como yo, porque no tienes ni idea de como soy.- digo aún con los ojos rojos, con las lágrimas amenazando salir a borbotones de mis ojos. -Porque yo le hablaré de su padre a mi hija cuando ella quiera, porque no le prohibiré que os conozca cuando ella lo desee pero, mientras tanto, mientras que no sea mayor, soy su madre- continuo mirándolo con gesto serio -y pienso protegerla de personas sin escrúpulos como tú, Riorden Weynart.- concluyo dando un paso atrás para irme de aquí. Para no tener que seguir escuchando su voz ni un segundo más. Acaricio con el dedo pulgar la pierna de Lëia y me doy la vuelta para irme de aquí. Para irme a casa. Al Distrito 09. Ahora mismo me da igual que hubiera quedado en ir a ver a mis padres, ahora mismo mi cabeza es un caos y no podría tener a nadie cerca con preguntas incesantes.
Esos segundos en los que mi rostro refleja la completa incredulidad que siento; como el aire deja mi cuerpo, como los latidos se ralentizan y siento que las fuerzas me dejan por completo. En esos segundos en los que mi cabeza no puede pensar en nada, que sientes que todo se te cae encima. Respiro levemente; esa respiración es la que me da las suficientes fuerzas para darle un bofetada y luego apretar la mano en un puño cuando la alejo de él. -¿Con qué derecho te crees para amenazarme con quitarme a mi hija?- suelto con la voz completamente cogida, con unas ganas inmensas de llorar por solo pensar en el que algún momento pudiera perder a mi hija. La diferencia entre Riorden y yo es simple. Él no tiene escrúpulos. Yo sería incapaz de decir esas palabras en voz alta, ¡yo sería completamente incapaz de pensar esas palabras ni un por segundo! El sentimiento que puede sentir una persona al quitarle a su hija... creo que toda mi cordura se perdería con ella. Sería incapaz de seguir adelante sin ella. -Tú no tienes ningún derecho sobre ella.- mascullo notando como los ojos me pican con esos pensamientos, ya no con que se la queden, con que yo en algún momento la pudiera perder.
Alguien que podría verla, que tendría ese derecho sobre ella sería Alec, pero él no tendría que andarse con triquiñuelas porque hubiera estado con nosotras, no habría tenido que decir ningún tipo de barbaridad de ese tipo para intimidarme. Aprieto los labios y rodeo con el otro brazo a Lëia para mantenerla cerca de mí, para que no se separe ni un ápice de mí. -Y desde luego que no eres como yo, porque no tienes ni idea de como soy.- digo aún con los ojos rojos, con las lágrimas amenazando salir a borbotones de mis ojos. -Porque yo le hablaré de su padre a mi hija cuando ella quiera, porque no le prohibiré que os conozca cuando ella lo desee pero, mientras tanto, mientras que no sea mayor, soy su madre- continuo mirándolo con gesto serio -y pienso protegerla de personas sin escrúpulos como tú, Riorden Weynart.- concluyo dando un paso atrás para irme de aquí. Para no tener que seguir escuchando su voz ni un segundo más. Acaricio con el dedo pulgar la pierna de Lëia y me doy la vuelta para irme de aquí. Para irme a casa. Al Distrito 09. Ahora mismo me da igual que hubiera quedado en ir a ver a mis padres, ahora mismo mi cabeza es un caos y no podría tener a nadie cerca con preguntas incesantes.
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¿Cómo puede ser tan egoísta? ¿Cómo puede ser tan egoísta para decir que no deseaba que nada cambiara? ¡Perdió a Alec por culpa de los Black y ahora va diciendo cosas que parecen demostrar que ni siquiera le importó la muerte de mi hermano, de mi mejor amigo! — Eres más egoísta de lo que pensaba, Campbell — espeto, mirándola con todo el desprecio que puedo ahora mismo. — ¿En serio? Y qué se supone que hemos hecho, ¿eh? Nadie te obligó a dejar tu adorado Capitolio y mudarte al 9 — añado, y ruedo los ojos en cuanto acabo la frase. Si su vida ha cambiado ha sido porque a ella le ha dado la gana, no por nuestra culpa. Lo único que hemos hecho ha sido mejorar las cosas, utilizar la magia como siempre debió usarse. Mi vida ha mejorado considerablemente desde entonces, y ahora no tengo por qué ir escondiendo mis habilidades. Ahora no tengo que ir escondiendo la varita cuando estoy por los Distritos, con miedo a que alguien me detenga y me condene por ello. Al final mis pensamientos sobre ese tema desaparecen de golpe cuando dice que no tengo ningún derecho sobre Lëia, y mi primera respuesta es soltar una sonora carcajada.
Aun sin apartar la mirada, muevo la cabeza de un lado a otro, y es entonces cuando noto la bofetada que durante unos segundos me deja descolocado, sin saber cómo reaccionar. — ¿Que no tengo ningún derecho? ¡Soy su tío! — gruño con un tono de voz más alto de lo que pretendía en realidad. Ni siquiera comento nada sobre el tortazo. — Sabemos demostrar el tipo de relación sanguínea, por si se te olvida... y con métodos aún más eficaces y rápidos que los que usaban en el antiguo Gobierno. — Mejoraron en ese sentido principalmente para demostrar con más facilidad la pureza de sangre de los magos, para llevar un control sobre los habitantes de cada Distrito y que no nos engañaran. En realidad creo que perfectamente podemos decir que ahora mismo, en el Ministerio, está archivada la pureza de sangre de todos los habitantes de NeoPanem, o si no de una gran mayoría. Esta vez, al escuchar su último comentario, lo que hago es resoplar. — Claro, Campbell. Yo no te conozco pero tú a mí sí para decir que soy una persona sin escrúpulos, ¿cierto? — Es una pregunta retórica, así que no espero a que me responda, sino que vuelvo a darme la vuelta y retomo el camino. Iré al Ministerio y cogeré uno de los trasladores que me lleven al Distrito 13.
Aprieto las asas de las bolsas con todas mis fuerzas, y ni siquiera me inmuto cuando noto cómo se me clavan en la piel. Es la única manera que ahora mismo se me ocurre para desahogarme. Podría seguir ahí, gritándole y llevándole la contraria, pero no serviría de nada. Lo único «bueno» que he sacado de esta estúpida conversación y gritos es que al menos la rubia le hablará a Lëia sobre Alec. Sin embargo, no me fío de su palabra, así que no estoy del todo seguro de que de verdad vaya a cumplirlo. Prometí que las dejaría en paz, y aunque no soy de incumplir mi palabra, esta vez pienso hacerlo. Se ha metido ya bastante con mi familia y con mi ideología, y no pienso seguir tolerándolo. No, no me conoce, y desde luego que no sabe por todo lo que he tenido que pasar únicamente por nacer en otro país y con habilidades que otros no tienen.
Aun sin apartar la mirada, muevo la cabeza de un lado a otro, y es entonces cuando noto la bofetada que durante unos segundos me deja descolocado, sin saber cómo reaccionar. — ¿Que no tengo ningún derecho? ¡Soy su tío! — gruño con un tono de voz más alto de lo que pretendía en realidad. Ni siquiera comento nada sobre el tortazo. — Sabemos demostrar el tipo de relación sanguínea, por si se te olvida... y con métodos aún más eficaces y rápidos que los que usaban en el antiguo Gobierno. — Mejoraron en ese sentido principalmente para demostrar con más facilidad la pureza de sangre de los magos, para llevar un control sobre los habitantes de cada Distrito y que no nos engañaran. En realidad creo que perfectamente podemos decir que ahora mismo, en el Ministerio, está archivada la pureza de sangre de todos los habitantes de NeoPanem, o si no de una gran mayoría. Esta vez, al escuchar su último comentario, lo que hago es resoplar. — Claro, Campbell. Yo no te conozco pero tú a mí sí para decir que soy una persona sin escrúpulos, ¿cierto? — Es una pregunta retórica, así que no espero a que me responda, sino que vuelvo a darme la vuelta y retomo el camino. Iré al Ministerio y cogeré uno de los trasladores que me lleven al Distrito 13.
Aprieto las asas de las bolsas con todas mis fuerzas, y ni siquiera me inmuto cuando noto cómo se me clavan en la piel. Es la única manera que ahora mismo se me ocurre para desahogarme. Podría seguir ahí, gritándole y llevándole la contraria, pero no serviría de nada. Lo único «bueno» que he sacado de esta estúpida conversación y gritos es que al menos la rubia le hablará a Lëia sobre Alec. Sin embargo, no me fío de su palabra, así que no estoy del todo seguro de que de verdad vaya a cumplirlo. Prometí que las dejaría en paz, y aunque no soy de incumplir mi palabra, esta vez pienso hacerlo. Se ha metido ya bastante con mi familia y con mi ideología, y no pienso seguir tolerándolo. No, no me conoce, y desde luego que no sabe por todo lo que he tenido que pasar únicamente por nacer en otro país y con habilidades que otros no tienen.
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-Me fui del Capitolio para poder alejarme de todo este circo que habéis construido, de poder estar en un sitio donde no supierais donde estaba, para poder criar a mi hija sin tener miedo de que en algún momento alguien aparezca y quiera quitarme a mi hija.- le espeto casi gritando, perdiendo los nervios por completo. Siento que me tiembla la mano que tengo libre y las lágrimas corren por mis mejillas -Por que es MI hija- recalco la palabra mi porque es... es mi hija, es mía y ellos no tienen ningún derecho sobre ella. Nadie tiene un derecho sobre ella y no pienso permitir que me amenacen con quitármela, con que se atrevan a pensarlo siquiera. Aprieto la mano libre contra mi costado y lo observo fijamente con enfado. Me late el corazón tan rápido y con tanta fuerza que siento que me duele el pecho. Trago saliva con cierta dificultad antes de tomar una gran bocanada de aire y acusarlo con el dedo índice. -No quiero que vuelvas a acercarte a mi hija.- le advierto con la voz un tanto cogida y temblándome a mitad de las palabras. -Sé un hombre y, al menos, cumple con tu promesa como yo cumpliré con la mía.- recalco. No me dice nada por que se va, simplemente se da la vuelta y se va de allí.
Golpeo el suelo con el pie mientras me giro entonces yo en dirección al carrito. Lëia se pone a llorar por los gritos y porque, ¿para qué engañarnos? Los bebés se dan cuenta de todas las cosas. Aunque no sepan lo que estamos diciendo ni de qué discutimos notan el mal ambiente, notan esa sensación de frío que recorre a todas las personas que rodean a otras dos que se odian y siempre que se ven discuten. Y esa es la verdad. Odio a ese Weynart. Sería capaz de dejar que toda su familia viera a Lëia menos a él, por lo despreciable que es, por... porque se piensa que yo tengo que entender su postura cuando él nunca ha intentado ponerse en mi lugar ni entender por qué hago una cosa u otra. Él fue el que desde un inicio me hizo cambiar de idea. Yo... cuando descubrí que estaba embarazada y conocí a Elle me alegré, aunque no diera aquella impresión en un inicio, quería que mi hija conociera a sus tíos, a sus primos... pero no va a ser así porque no quiero que él se acerque a mi hija. Él fue el que empezó esta guerra y me intenta culpa a mi de todo. Aprieto los dientes caminando rápido hasta donde está el carrito. Lo abro y dejo a Lëia dentro, abrochándole el cinturón después para encaminarme a la estación de tren más cercana. Sé que si como estoy apareciera algo saldría mal, además no quiero hacer que Lëia siga llorando. Me agacho un poco para quedar frente a ella y le seco con un dedo las lágrimas que corren por sus mejillas. -Ya está, Alexandra...- susurro con la voz entrecortada. Cojo la cadena que tiene colgada del cuello y la miro apenas unos segundos. Toda la culpa la tiene él. La suelto y cierro los ojos para retener las lágrimas y girarme hacia otro lado porque no puedo evitarlo. Aprieto las manos contra mi rostro intentando sosegarme, cosa que no consigo del todo, hasta que respiro profundamente un par de veces y me acerco hasta el carrito intentando esbozar una sonrisa a Lëia. -Nos vamos a casa.- intento infundirle cariño en mi voz, pero me sale más áspera de lo que quería así que no digo ni una palabra más de camino a la estación de tren.
Golpeo el suelo con el pie mientras me giro entonces yo en dirección al carrito. Lëia se pone a llorar por los gritos y porque, ¿para qué engañarnos? Los bebés se dan cuenta de todas las cosas. Aunque no sepan lo que estamos diciendo ni de qué discutimos notan el mal ambiente, notan esa sensación de frío que recorre a todas las personas que rodean a otras dos que se odian y siempre que se ven discuten. Y esa es la verdad. Odio a ese Weynart. Sería capaz de dejar que toda su familia viera a Lëia menos a él, por lo despreciable que es, por... porque se piensa que yo tengo que entender su postura cuando él nunca ha intentado ponerse en mi lugar ni entender por qué hago una cosa u otra. Él fue el que desde un inicio me hizo cambiar de idea. Yo... cuando descubrí que estaba embarazada y conocí a Elle me alegré, aunque no diera aquella impresión en un inicio, quería que mi hija conociera a sus tíos, a sus primos... pero no va a ser así porque no quiero que él se acerque a mi hija. Él fue el que empezó esta guerra y me intenta culpa a mi de todo. Aprieto los dientes caminando rápido hasta donde está el carrito. Lo abro y dejo a Lëia dentro, abrochándole el cinturón después para encaminarme a la estación de tren más cercana. Sé que si como estoy apareciera algo saldría mal, además no quiero hacer que Lëia siga llorando. Me agacho un poco para quedar frente a ella y le seco con un dedo las lágrimas que corren por sus mejillas. -Ya está, Alexandra...- susurro con la voz entrecortada. Cojo la cadena que tiene colgada del cuello y la miro apenas unos segundos. Toda la culpa la tiene él. La suelto y cierro los ojos para retener las lágrimas y girarme hacia otro lado porque no puedo evitarlo. Aprieto las manos contra mi rostro intentando sosegarme, cosa que no consigo del todo, hasta que respiro profundamente un par de veces y me acerco hasta el carrito intentando esbozar una sonrisa a Lëia. -Nos vamos a casa.- intento infundirle cariño en mi voz, pero me sale más áspera de lo que quería así que no digo ni una palabra más de camino a la estación de tren.
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