The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No lo está haciendo mal, aunque tengo que admitir que los movimientos lentos de sus brazos comienzan a darme algo de sueño. El señor Harold Jecks ha ganado los juegos con dieciocho años hace mucho tiempo, de modo que es uno de los vencedores más ancianos que hay en la isla y, a decir verdad, no habla casi nada y es demasiado lento al momento de caminar, pero aparentemente disfruta el agua. La historia de cómo acabamos los dos en la piscina exterior del polideportivo es bastante corta. Vive a unas pocas casas de la mía y me lo topé a medio camino cuando volvía de haberme comprado un dulce, al cual iba saboreando cuando me di cuenta de que el pobre tipo estaba perdido y apenas podía caminar; cuando intenté ayudarlo y logré que me diga algo básicamente coherente, llegué a la conclusión de que necesitaba ejercitar sus piernas y él aceptó muy gustoso que le enseñe a nadar. Él no estaría solo y yo podría escapar de la prensa, de modo que ambos ganamos. Hasta que no pase la coronación, sospecho que no viviré tranquilo; en estos días la isla se ha vuelto un circo.

El señor Jecks se hunde y yo salto a la pileta, dando brazadas hasta llegar a su lado e intento reírme sin ser realmente grosero, ayudándole a mantenerse de pie – intente no estarse quieto si no hace pie. Tome, agarre mi mano – sus dedos arrugados se aferran a los míos, demasiado jóvenes a comparación, y juntos avanzamos hasta llegar a la zona baja. Me da una palmada vaga en un hombro que tomo como un agradecimiento y me suelta para subir por las escaleritas con algo de dificultad, pero rechaza mi ayuda con gentileza. A veces no comprendo a los ancianos, de veras, pero me encojo de hombros y abrazo mis rodillas para poder flotar sin moverme de mi sitio; murmura algo parecido a un “gracias” y que me llamará para repetirlo y yo simplemente asiento y me despido con una mano. Tal vez este es un modo de compensar la promesa que le hice a Melanie. Quizá deba ayudar un poco a los demás así mi supervivencia pueda valer la pena. En cuanto me quedo solo hago burbujitas en el agua con los labios y, sin pensarlo demasiado, me hundo.

Sentarme en el fondo de la piscina no me es muy difícil y por un momento creo que tengo la paz necesaria para pensar. Si no fuese porque en cualquier momento voy a necesitar aire, me quedaría aquí por siempre. Nadie me molesta, nadie me da noticias que detesto y puedo fingir por un momento que tengo el control de lo que pasa a mi alrededor, porque el mundo solamente es este trozo de espacio azul. Me gusta el modo que el sol rompe con la superficie y como no oigo nada, de modo que hago todo lo posible para aguantar la respiración, pero en algún punto levanto la vista y puedo ver una silueta familiar en el borde. La sorpresa consigue que deje salir una burbuja enorme de la boca y me impulso hacia arriba, tomando una bocanada de aire y sacándome el cabello de los ojos para comprobar que no estoy alucinando.

Desde que volví a la isla hablé pocas veces con Zyanelle, todas por teléfono, y tenía entendido que su padre vendría para hacer algunas notas debido a nuestros tratos para los patrocionios, pero no tenía idea de que ella vendría también. Tengo que admitir que extrañé un poco su compañía; no la veo desde unos dos días antes de la final, cuando pasamos un rato agradable en una enorme biblioteca del Capitolio sin decirnos demasiado, a decir verdad. El simple recuerdo consigue que simule el sonrojo hundiendo un poco el rostro en el agua hasta que ésta me cubre la nariz, pero me obligo a elevarme un poco para poder hablarle - ¿qué haces aquí? – me sorprendo, pero le sonrío para no sonar tan grosero. Me obligo a acercarme al borde y apoyo allí los brazos, sintiendo una gota que me hace cosquillas al patinar por mi nariz – no creí que te vería en un buen tiempo… ¿entras? – le salpico con los dedos de un modo algo tonto, pero ya no me causa bochorno como en nuestros primeros encuentros. Si me sigue hablando sabiendo lo tonto que puedo llegar a ser, creo que a estas alturas ya lo ha aceptado.
Benedict D. Franco
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Invitado
Invitado
Me despierto con los gritos de mi madre que van desde la cocina hasta el otro lado de la casa, donde está el cuarto donde duermen ella y papá. Frunzo el ceño, mirando el color verde claro de mi techo, en donde hay una telaraña con una cosita de nada por ahí. Veo a la araña caminar y seguir con su telaraña, y estoy tan concentrada que pego un salto cuando mi madre toca la puerta con tanta efusividad y poder, que me asusta. Abre la puerta y la miro, confundida. Aún estoy algo adormilada, porque apenas entiendo lo que dice. Asiento, apenas captando las palabras "arreglar" y "salir". Voy al baño y me espabilo mientras me doy una ducha exprés, entonces salgo con una toalla envolviendo mi cuerpo. Me pongo un vestido cualquiera -después de la ropa interior, por supuesto-, el primero que encuentro. Es morado, veraniego, y para nada infantil. Tomo mi cartera de la mesita de noche que tengo al lado y paso la correa por encima de mi cabeza y mi brazo derecho para tenerla junto a mí en todo momento. Salgo de mi habitación casi lista, poniéndome la otra zapatilla morada con un moño negro del lado contrario al que tiene la otra. Paso una mano por mi cabello, listo, seco, y bien peinado, pero suelto.

Apenas pongo un pie fuera de mi cuarto, veo a mi padre correr por el pasillo. Abro excesivamente los ojos y me detengo, y unos metros más adelante, él se detiene y vuelve conmigo.— Que bueno que estás lista, hija. Tenemos que irnos ya —frunzo el ceño por segunda vez en el día y lo sigo, caminando a toda prisa. No tengo idea de qué pasa hasta que veo en la enorme televisión de la sala. Ni siquiera me detengo a comer algo y salgo de la casa con mi madre reprochándome algo sobre tener que comer, estar fuerte y cosas que generalmente las madres dicen cuando te vas sin desayunar. Subo al auto antes que mi padre, y me recorro al otro lado para que él entre también.

***

Siempre pensé que ser pequeña era una desventaja, pero cuando los reporteros se abalanzan contra mi padre, el cual patrocinó a los chicos del cuatro, del cual salió uno, y fue Arianne, me escabullo esquivando piernas, mochilas y cámaras. No sé si mi padre me habrá visto, pero supongo que sabe a dónde voy, o con quién, mejor dicho. Camino, preguntando a algunas personas dónde está su casa, y al final, alguien me dice que lo vio caminando al polideportivo. Le pregunto en qué dirección está, y luego voy hacia allí. Un anciano sale, muy apenas caminando, y hago una mueca. Él parece no notarme y alzo los hombros, entrando a la zona de la piscina. Lo busco, pero no veo su singular figura por ahí. Y entonces, cuando estoy en el borde de la piscina, sale del agua. Doy un paso hacia atrás. ¡Tercera vez en el día que me asusta alguien diferente! Suspiro y me inclino sobre mis rodillas para mirarlo más de cerca.

Novio. Esa es la primera palabra que pasa por mi cabeza cuando lo veo a los ojos, pero hago a un lado mi sonrojo y nervios y sacudo la cabeza.— Podría preguntarte lo mismo —sonrío de lado y me pongo de rodillas, sentada en mis piernas.— Estoy aquí con mi padre, me trajo, no sé por qué —suspiro y aparto su cabello de la frente en un gesto maternal involuntario.— ¿Te das cuenta que no tengo traje de baño aquí? —suelto una risa medio tonta, mirando a los lados, pero no hay nadie. Qué solo está aquí, y ciertamente, eso es algo raro para mí; en el Capitolio casi todo tiene al menos diez personas, más lo público. Me relamo los labios.— Mhmm... te extrañé —suelto, murmurando, con una pequeña mueca mientras lo miro.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Lo que menos hubiese pensado cuando la conocí la primera vez, habría sido que hoy estaríamos aquí y que ella tuviese un título que todavía no me atrevo a pronunciar. Novia. ¿Cómo es que las cosas han acabado de esta forma en tan poco tiempo?  Tal vez, todavía siento culpa cuando la miro a los ojos, o  quizá me siento confundido cuando me encuentro pensando en si estoy haciendo algo malo o no, pero cuando la veo como ahora lo estoy haciendo, me convenzo de que no hay nada que puede salir mal. Me río entre dientes por su comentario y niego con la cabeza, notando como mis pies siguen flotando y el agua apenas produce ruido al chocar contra el borde de la piscina –es una pena. El agua está genial – comento, haciendo una muequita al sentir como ella me aparta el pelo mojado del rostro. Es un gesto cariñoso y sospecho que es natural, pero a mí me resulta raro. Tan raro como escuchar que me ha extrañado. No sé cómo se supone que tengo reaccionar a eso o cómo se comportan los novios en estos casos, así que hago lo primero que se me viene a la mente y que creo que es correcto; apoyo mis manos en el borde de la piscina y me impulso hacia arriba, consiguiendo acercarme a ella lo suficiente como para posar mis labios sobre los suyos.

Creo que a estas alturas ya me he acostumbrado a los besos, pero aún así siempre me sorprendo de los suaves que parecen sus labios cuando se mueven con los míos, tal vez de un modo inexperto y tonto, pero al menos sospecho que no está tan mal. No se siente mal. Me separo con suavidad y choco cariñosamente mi frente contra la suya, sonriendo de medio lado – yo también te he extrañado – murmuro, y es verdad. Mi vida parece haber avanzado a tropiezos y golpes en los últimos días y no he tenido ni un instante como para sentirme en paz conmigo mismo. Probablemente nunca pueda conseguirlo, al menos no del todo luego de haber visto a Alex morir y a Silván ser masacrado y…

Los recuerdos consiguen que cierre los ojos con fuerza como si de ese modo pudiese borrarlos de inmediato, pero siguen allí; siempre van a seguir allí. Me impulso del todo y salgo del agua, chorreando, y me acomodo a su lado, dejando las piernas colgando y algo hundidas en la pileta. El sol se refleja de un modo suave y tranquilizador, de modo que por un momento, no digo nada – debería agradecerle a tu padre entonces por traerte. No te veo desde antes que… - no cierro la frase, pero estoy seguro de que ella va a entenderme. Tanteo hasta que tomo su mano y le doy un suave apretón, aunque no me molesto en mirarla. ¿Qué dirá ella de todo lo que estuvo pasando en estos días? Zyanelle viene del Capitolio, la ciudad favorita del país y repleta de aquellas personas que adoran eventos como los juegos. Muevo un poco los pies, moviendo el agua, hasta que al final me decido a hablar - ¿viste la final? – le pregunto en un murmullo.

¿Viste como mis amigos fueron obligados a matarse entre ellos?
Benedict D. Franco
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Invitado
Invitado
Mis labios chocan con los de Benedict de forma torpe e infantil, pero me gusta. Esa sensación de tranquilidad que me arropa cada vez que estoy con él, o incluso cuando sólo pienso en él, es hermosa. No puedo evitar sonrojarme, y le doy una leve y tierna caricia en su mejilla con dos dedos. Siento su piel mojada y suave, como la de un bebé, y sonrío, encantada por su corta frase. Suspiro, mordiéndome el labio inferior. Cuando se sienta, lo miro a los ojos. Esos azules ojos, profundos y cautivadores, que tanto me enloquecen. Tomo su mano, y juego con sus dedos. Intento esconder mis repentinos nervios cuando menciona a mi padre—. No deberías, yo habría venido de todos modos —bromeo, intentando aligerar el ambiente, pero lo de la final me hace estremecer.

Un par de recuerdos fugaces pasan por mi mente, como fotografías borrosas y sonidos interferidos. A diario recuerdo a mi hermano y a mi amiga. Todos los días despierto como si nada, como si jamás hubiesen pasado cosas horribles, y, un segundo después, recuerdo todo. El sufrimiento, la tristeza. Sus muertes siempre serán algo que lamente. Los días en que llueve, me pongo a recordarlos; sus sonrisas, sus rostros, lo que decían, pero... Nunca logro recordar el sonido de sus voces. La primera cosa que olvidé fue sus voces, y las extraño tanto. Mi mirada se queda en el agua, queriendo hundirme y llorar todo allí, lo cual no parece tan mala idea. Asiento—. La vi... y lo siento —murmuro. Entonces, no me importa lo que mi padre piense, no me importa lo que Ben piense. Necesito desahogarme. Y quizá eso sea egoísta, porque Ben me necesita, y yo sólo quiero llorar por mis pérdidas. Tomo aire, aprieto su mano, y me lanzo al agua, jalándolo a él para que venga conmigo. Si podemos ser felices juntos, podemos sufrir juntos.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Claro que lo vio, todo el mundo lo vio, y ni hablar de ella que vive en la ciudad con más demanda de fanáticos de los juegos en todo el país. Noto como juega con mis dedos, de modo que los dejo flojos para que haga lo que quiera con ellos, aunque mi mente se encuentra lejos de aquí, en un lugar donde puedo pedirle a Alex tantas disculpas como se me ocurran y en el cual también Arianne no pueda estar tan loca. Sé que pido imposibles, pero… ¿cómo se supone que manejaré todo esto cuando siento que cada vez me ahoga un poco más? Lanzo un suspiro que contiene un llanto, pero no alcanzo a decirle nada más porque siento un tirón que me toma por sorpresa y entonces mi cuerpo rompe el agua, cayendo con pesadez. Parpadeo un par de veces para ubicarme dentro de ese enorme espacio azul, y entonces soy capaz de ver los cabellos flotantes de Zyanelle, quien se encuentra a mi lado. En otros momentos esto me resultaría de verdad divertido, pero en lugar de abusar de esta situación como cualquier otro chico de mi edad lo haría, tiro de ella hasta que ambos salimos a la superficie, y escupo algo de agua - ¿pero qué haces? – le pregunto, con la voz algo ahogada. La nariz me arde porque entró en ella algo de agua y me la froto un par de veces con el dorso de la mano, además de pestañear para que se me salgan las gotas que me fastidian la visión.

Frente a mí tengo una Zyan cuyo cabello mojado le cubre toda la cara, de modo que me acerco a ella e intento echárselo hacia atrás, lo que consigo tras muchos tirones y disculpas. Pero cuando veo su cara una vez más, cargada de pequeñas gotitas, el corazón me vuelve a latir con normalidad; después de todo, alguien del cuatro nunca le podría temer al agua - ¿por qué hiciste eso? – bajo la voz para que vea que no estoy enojado, además de que necesito dejar que sienta que yo estoy aquí para que me cuente las cosas. Tengo entendido que eso se supone que hacen los novios, aunque solamente conozco la teoría de todas las cosas que supuestamente debería hacer - ¿me estoy perdiendo de algo o solamente decidiste que es mejor darte un chapuzón sin traje de baño? Porque si es así, se me ocurren unas cuantas opciones mejores – sé que sabe que estoy bromeando, o al menos lo intento, porque es una de las pocas formas que tengo de ser yo mismo cuando lo único que quiero hacer ahora es ahogarme. Y me hundo, claro que lo hago, para llenarme la boca de agua y lanzársela en la cara como una fuente. Así está mejor. Al fin y al cabo, con tanta muerte alrededor, seguimos siendo demasiado jóvenes.
Benedict D. Franco
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Invitado
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Al segundo en que el agua fría toca mi piel, me arrepiento, de haberlo hecho. Pero ese pequeño golpe de realidad me despierta, me hace sentir viva, al igual que el dolor que sentí la primera vez que perdí a alguien. No lo siento físicamente, pero sé que estoy llorando. Mantengo los ojos cerrados, relajada, hasta que Ben me lleva a la superficie. Nuevamente, me siento egoísta por haber hecho eso. Muerdo el interior de mi labio, nerviosa. Está enojado, de seguro. Debí avisarle. Aunque realmente no importa. Me tranquilizo al instante, y abro los ojos, que seguramente están rojos, y no por el agua. Trago saliva, con un miedo repentino, me lanzo a abrazarlo. Mis brazos se cierran en su cuello, y mi cabeza se acomoda al lado de la suya, luego lo suelto. Hago una mueca, sin decir nada ante su intento de broma, y me quedo en la superficie. Cierro un ojo al sentie el agua, y lo miro, arqueando una ceja para intimidarlo, aunque dudo que lo haga. Suelto un suspiro largo, y lo miro a los ojos—. Lo siento —es lo único que me atrevo a decir, por ahora.

Hacía bastante que no entraba en una piscina. Siempre me encantó la sensación de libertad, de fluidez. Es tranquilo, y me siento segura. Casi podría haber olvidado el mundo que me rodeaba, pero de pronto la imagen de mi padre buscándome me llega de golpe, haciéndome sentir culpable. No tengo idea de por qué, pero no me importa. Tomo las manos de mi novio e inspiro profundamente, luego me hundo junto con él. Es extraño cómo me hace falta. Parecería que yo lo tengo todo; una familia, amigos, dinero. Pero, de alguna manera, siempre, desde la muerte de mi hermano, me faltó calidez, familiaridad. Y desde que conocí a Ben, sentí eso. Después de años vacíos, creo que por fin puedo tener algo de tranquilidad. Y él igual. Sólo quisiera que durara para siempre.
Anonymous
Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Hay algo en Zy que nunca antes he visto, y eso que la vi de cientos de formas desde que nos conocemos. Me cuesta darme cuenta de que lo que veo en ella es miedo, pero lo confirmo cuando se abalanza sobre mí y me abraza de un modo que me sirve como única respuesta a mis dudas. Le regreso el apretón de un modo algo torpe y lento, pero acabo apoyando el mentón contra su hombro y disfruto del aroma de su perfume mezclado con el del cloro de la pileta – no tienes que disculparte – murmuro. Es demasiado relajante quedarnos así, escuchando nomas el sonido suave del agua cuando choca contra nuestros cuerpos, y olvidarnos del mundo al menos un poquitito. Hay muchas cosas que me gustan de Zyanelle, empezando por su manera de reírse de mis chistes tontos, siguiendo por como gesticula al hablar y terminando en que besa bien. Pero la mejor de todas es justamente que me sirve de una vía de escape de toda la mierda que se me tira encima a diario. Los juegos, mi familia, mis amigos, Amelie… pensar en la mentora del Capitolio consigue que pase saliva y me sienta minúsculo entre sus brazos. Pero no puedo permitirme pensar en ella ahora; Zyan no está bien, yo no estoy bien, y creo que es mi tarea hacer de esto algo mucho mejor – sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad? – me separo lo suficiente como para besarle la mejilla con suavidad. Ni siquiera sé si va a funcionar, pero según vi en las películas, las niñas aman esas cosas. Es eso o seguir con los chistes malos, da igual.

Mi novia se separa y me toma las manos sin decir ni una palabra más, así que la miro con curiosidad, hasta que noto que toma aire y yo la imito para hundirme a su lado. El agua vuelve a hacer ruido contra mis orejas y dejo salir algunas burbujas que se rompen en la cara de Zy, lo que me hace algo de gracia. Me recuerda a cuando hacía la misma estupidez con mi hermana en las playas del cuatro. Las mismas playas por donde me cruzaba con Alex y le saludaba con un movimiento amable de la cabeza, justo antes de que todo se quebrara, de que se fuera a la mierda, de que todos ellos muriesen porque no hice nada útil para salvarlos…

No sé qué es exactamente, pero algo dentro de mí parece quebrarse en miles de pedazos de un modo tan fuerte que casi puedo decir que lo escucho. Ni siquiera me doy cuenta de cómo ni cuando lo hago, pero de golpe estoy otra vez en la superficie, tomando aire a bocanadas. Y llorando. Llorando como un niño pequeño que necesita a su mamá para que lo acune como a un estúpido – yo tengo toda la culpa, Zy – balbuceo de un modo que creo que ni me entiende, pero no me importa. Las palabras salen solas, atropelladas, atolondradas, y mis lágrimas saladas se me meten en la boca y en la nariz y caen al agua hasta camuflarse – estuve más preocupado en salir contigo que en salvar a Alex y lo dejé morir, y Arianne lo mató y no sé qué hacer… ni siquiera contigo… ¡no sé hacer nada! ¡nada! ¡NADA! – la voz me sale tan fuerte y ronca que estoy seguro de que alguien más me escuchó, pero nadie viene. Me odio, me odio tanto que tengo ganas de arrancarme la piel y dejarme flotando aquí, sin que nadie me encuentre. Quiero que ella se vaya y al mismo tiempo que se quede para siempre.
Benedict D. Franco
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