OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Se fueron, se acabaron, y con ellos las ganas de volver a verlo.
No hará cosa de dos días que los juegos por fin se sucedieron con un vencedor, y aunque no presté atención a la pantalla pues el trabajo requería más concentración de la debida y no podía permitirme el lujo de perder el tiempo, se perfectamente que nuevamente ha ganado un tributo de este distrito, más concretamente el femenino. Interiormente no puedo dejar de pensar como se sentirá Ben al saber que uno de sus mejores amigos, aquel chico pelirrojo con el que tanto rondaba y con el cuál tuve un encuentro poco después de que la coronación de Ben se llevara a cabo, está muerto para siempre y que él quizás no ha podido hacer nada para remediarlo. Y todo eso no hace que se produzca en mi más que una ansiedad que me lleva a ver a la psicóloga día si y día también, porque suficiente tiene con la carga de haber visto morir a su hermana en la arena, de haber perdido a más de la mitad de su familia y de trabajar para los mismos por los que él tuvo que matar, como para también tener que tener pesadillas con el pobre chaval. Apenas soy consciente de que la sesión del día ya ha terminado porque para cuando me vengo a dar cuenta Ivonne me está pasando las manos por delante de mis ojos para que despierte de lo que sea que estaba pensando y dar por finalizada la terapia.
Parpadeo varias veces agradeciendo el día pero sinceramente ha pasado como si no hubiera pasado. Estos días las terapias no sirven de nada y siempre pienso que quizás otra persona sea capaz de mantenerme en la tierra. Los trabajos se retrasan y los clientes del taller están más disgustados de lo que acostumbran, aunque por condolencia no me dicen nada, cosa que odio. No quiero que me sigan tratando como me tratan, quizás al menos deberían de tener la decencia de fingir caras de alivio y no esos rastros de pena, pero nadie parece entenderlo.
Salgo de casa de mi psicóloga que me despide desde el umbral de la puerta y, a diferencia de tomar el camino de siempre vuelta a la estación de trenes, me desvío y acabo colándome en la zona comercial, la cual, como siempre abarrotada, atravieso esquivando personas y recordando que hace unas semanas conocí a alguien en este lugar y desde ese entonces no he podido sacármela de la cabeza porque de todos no me trató tal y como todos me tratan. No al menos hasta que supo quien era y me hace bien saber que de no haberle dicho quién era seguramente me hubiera seguido tratando como a uno más. Me pregunto si seré capaz de encontrar la casa de nuevo por simplemente pasar y echar un vistazo, darme la vuelta y volver a la estación de vuelta a casa, pero cuando menos me lo espero ya me he perdido y no doy con la casa - No puede estar tan lejos - me digo más para mi mismo que para nadie, mirando a todas direcciones y a todas las fachadas que se me asemejan iguales. El día acompaña pues, aunque el verano todavía está presente, ya se ve que está disminuyendo y da paso al otoño. Pregunto de vez en cuando a alguien por si la conoce pues si que recuerdo su nombre, y todos me indican una dirección diferente, por lo que recuerdo que ella visitaba a domicilio o algo así y que era enfermera, así que cada cuál tendrá entendido algo.
Finalmente me doy por vencido y sigo caminando por caminar, hasta que a mis oídos llegan unas risas y voces que se me hacen familiares. Doy media vuelta siguiendo la dirección de las voces hasta que, cuando ya estaba por tirar la toalla, doy con la casa pues es completamente reconocible: la alegría de los niños de la casa se escucha en todos lados. Sonrío inconscientemente porque es como un aire de nostalgia cada vez que pienso en cómo Mel y Ben se lo pasaban en el jardín de casa, o en la playa. Me llevo un rato mirando a la fachada como si nada, como si fuera lo más importante del mundo, mientras me hago el despistado y mi cabeza piensa en todo.
No hará cosa de dos días que los juegos por fin se sucedieron con un vencedor, y aunque no presté atención a la pantalla pues el trabajo requería más concentración de la debida y no podía permitirme el lujo de perder el tiempo, se perfectamente que nuevamente ha ganado un tributo de este distrito, más concretamente el femenino. Interiormente no puedo dejar de pensar como se sentirá Ben al saber que uno de sus mejores amigos, aquel chico pelirrojo con el que tanto rondaba y con el cuál tuve un encuentro poco después de que la coronación de Ben se llevara a cabo, está muerto para siempre y que él quizás no ha podido hacer nada para remediarlo. Y todo eso no hace que se produzca en mi más que una ansiedad que me lleva a ver a la psicóloga día si y día también, porque suficiente tiene con la carga de haber visto morir a su hermana en la arena, de haber perdido a más de la mitad de su familia y de trabajar para los mismos por los que él tuvo que matar, como para también tener que tener pesadillas con el pobre chaval. Apenas soy consciente de que la sesión del día ya ha terminado porque para cuando me vengo a dar cuenta Ivonne me está pasando las manos por delante de mis ojos para que despierte de lo que sea que estaba pensando y dar por finalizada la terapia.
Parpadeo varias veces agradeciendo el día pero sinceramente ha pasado como si no hubiera pasado. Estos días las terapias no sirven de nada y siempre pienso que quizás otra persona sea capaz de mantenerme en la tierra. Los trabajos se retrasan y los clientes del taller están más disgustados de lo que acostumbran, aunque por condolencia no me dicen nada, cosa que odio. No quiero que me sigan tratando como me tratan, quizás al menos deberían de tener la decencia de fingir caras de alivio y no esos rastros de pena, pero nadie parece entenderlo.
Salgo de casa de mi psicóloga que me despide desde el umbral de la puerta y, a diferencia de tomar el camino de siempre vuelta a la estación de trenes, me desvío y acabo colándome en la zona comercial, la cual, como siempre abarrotada, atravieso esquivando personas y recordando que hace unas semanas conocí a alguien en este lugar y desde ese entonces no he podido sacármela de la cabeza porque de todos no me trató tal y como todos me tratan. No al menos hasta que supo quien era y me hace bien saber que de no haberle dicho quién era seguramente me hubiera seguido tratando como a uno más. Me pregunto si seré capaz de encontrar la casa de nuevo por simplemente pasar y echar un vistazo, darme la vuelta y volver a la estación de vuelta a casa, pero cuando menos me lo espero ya me he perdido y no doy con la casa - No puede estar tan lejos - me digo más para mi mismo que para nadie, mirando a todas direcciones y a todas las fachadas que se me asemejan iguales. El día acompaña pues, aunque el verano todavía está presente, ya se ve que está disminuyendo y da paso al otoño. Pregunto de vez en cuando a alguien por si la conoce pues si que recuerdo su nombre, y todos me indican una dirección diferente, por lo que recuerdo que ella visitaba a domicilio o algo así y que era enfermera, así que cada cuál tendrá entendido algo.
Finalmente me doy por vencido y sigo caminando por caminar, hasta que a mis oídos llegan unas risas y voces que se me hacen familiares. Doy media vuelta siguiendo la dirección de las voces hasta que, cuando ya estaba por tirar la toalla, doy con la casa pues es completamente reconocible: la alegría de los niños de la casa se escucha en todos lados. Sonrío inconscientemente porque es como un aire de nostalgia cada vez que pienso en cómo Mel y Ben se lo pasaban en el jardín de casa, o en la playa. Me llevo un rato mirando a la fachada como si nada, como si fuera lo más importante del mundo, mientras me hago el despistado y mi cabeza piensa en todo.
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Me subo el pañuelo que llevo al cuello para cubrirme un poco la nariz cuando el viento sopla y trae consigo un montón de polvo de la calle, mientras avanzo a paso apretado por la avenida cargando dos bolsas en una sola mano, con todos los ingredientes necesarios para preparar el pastel de chocolate y almendras que tanto le gusta a mi pequeña Ava, a quien se lo vengo prometiendo hace tiempo pero siempre encuentro un motivo para aplazar la promesa; un nuevo paciente, una nota baja de Cale, las miles de molestias que provocan los juegos y los nuevos problemas que se levantan contra los civiles, que me hacen estar pegada al comunicador de Echo día y noche hasta volverse algo obsesivo y realmente insoportable. Esta mañana he decidido darme un respiro, de modo que dejé el aparato escondido dentro de mi mesa de noche y, al tener un rato libre, dejé a los niños solos para ir a la tienda más cercana a comprar lo que necesito para la receta que solía hacer mi madre. Un poco de cocina familiar no viene nunca mal, y mucho menos en tiempos como estos, en los cuales tenemos que celebrar que podemos seguir juntos y vivos cuando no todo el mundo puede decir lo mismo. Ojalá Cale lo entendiera cada vez que se pone en quisquilloso o que parece mirarme como si yo tuviese la culpa de que su padre no está con nosotros. Solamente de vez en cuando, hasta que finalmente vuelve a ser un niño otra vez. Probablemente sigue enfadado porque no cumplí la promesa de irnos al mar de vacaciones este verano, pero debería entender que las cosas no están fáciles como para precisamente hacer un viaje de aquellos.
Tanteo en el bolsillo de mi tapado rojo para chequear que tengo las llaves, que producen su clásico sonido que siempre me alivia al descubrir que no las olvidé (la verdad es que suele pasarme seguido cuando tengo mucho en la cabeza), cuando me detengo a unos metros de casa porque puedo ver a un hombre familiar de pie, casi pareciendo dudar de su siguiente movimiento. No puedo evitar la sonrisa divertida al reconocer a Elioh Franco y me muerdo la lengua. ¿Cuándo es que volvió al distrito tres y yo no me enteré en lo absoluto? Me quito el cabello de la cara y avanzo tranquilamente hasta detenerme a su lado, mirando mi propio hogar con gesto pensativo, casi como si estuviese evaluando la construcción del lugar - Sé que necesita una mano de pintura, pero la verdad es que me gusta tal como ésta. Tal vez deba cortar las flores de adelante... - comento casi pidiendo su opinión, aunque cuando le miro demuestro que estoy bromeando con una sonrisa - ¿Qué haces aquí, Elioh? ¿Te enteraste que es día de pastel? - sé que le dije que podía pasarse cuando quisiera, pero nunca lo ha hecho desde el día en que nos conocimos y supuse que, como todo el mundo, había seguido con su vida. Muchas personas simplemente están de pasada.
Saco mis llaves y camino hasta mi casa, abriendo la puerta y escuchando de inmediato los gritos de mis hijos, que aparentemente están correteando en el piso superior a juzgar por el ruido de sus zapatos - ¡Cale, Ava, estoy en casa! - anuncio, teniendo por respuesta unos "hola, mamá!" que se camuflan entre risas y que me indican que están demasiado entretenidos como para bajar. Me giro y observo al hombre del cuatro, haciéndole una seña para que no se quede afuera - ¿vas a quedarte ahí todo el día?
Tanteo en el bolsillo de mi tapado rojo para chequear que tengo las llaves, que producen su clásico sonido que siempre me alivia al descubrir que no las olvidé (la verdad es que suele pasarme seguido cuando tengo mucho en la cabeza), cuando me detengo a unos metros de casa porque puedo ver a un hombre familiar de pie, casi pareciendo dudar de su siguiente movimiento. No puedo evitar la sonrisa divertida al reconocer a Elioh Franco y me muerdo la lengua. ¿Cuándo es que volvió al distrito tres y yo no me enteré en lo absoluto? Me quito el cabello de la cara y avanzo tranquilamente hasta detenerme a su lado, mirando mi propio hogar con gesto pensativo, casi como si estuviese evaluando la construcción del lugar - Sé que necesita una mano de pintura, pero la verdad es que me gusta tal como ésta. Tal vez deba cortar las flores de adelante... - comento casi pidiendo su opinión, aunque cuando le miro demuestro que estoy bromeando con una sonrisa - ¿Qué haces aquí, Elioh? ¿Te enteraste que es día de pastel? - sé que le dije que podía pasarse cuando quisiera, pero nunca lo ha hecho desde el día en que nos conocimos y supuse que, como todo el mundo, había seguido con su vida. Muchas personas simplemente están de pasada.
Saco mis llaves y camino hasta mi casa, abriendo la puerta y escuchando de inmediato los gritos de mis hijos, que aparentemente están correteando en el piso superior a juzgar por el ruido de sus zapatos - ¡Cale, Ava, estoy en casa! - anuncio, teniendo por respuesta unos "hola, mamá!" que se camuflan entre risas y que me indican que están demasiado entretenidos como para bajar. Me giro y observo al hombre del cuatro, haciéndole una seña para que no se quede afuera - ¿vas a quedarte ahí todo el día?
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Me suena que la casa no es la que es cuando llevo un rato observando la fachada con cierta intriga, pero se perfectamente que es la que estoy buscando justo cuando se vuelven a escuchar esos gritos de alegría que, esta vez, no proceden del exterior pues se escuchan como en la distancia, como apagados. Vuelvo a esbozar una sonrisa sin darme cuenta de que a mi lado hay alguien. De hecho volteo la vista en aquella dirección y luego vuelvo a mirar la fachada, hasta que soy consciente de la persona que tengo al lado que me hace dar un sobresalto como acto reflejo porque no me esperaba que fuera tan sigilosa. Me aparto un poco como queriendo buscar una excusa a esta situación pero ella habla primero, cosa que me hace fruncir el ceño al principio pero que luego no termino más que riendo de sus comentarios - Cuando te aburras siempre puedes entretenerte, y si necesitas ayuda pues me avisas cuando... cuando venga o algo - sacudo la cabeza con una sonrisa que se me torna jovial de no ser porque no me estoy mirando delante de un espejo y la observo con la mirada.
Sigue con el mismo tono de pelo, cosa que me hace preguntarme si es su tono natural. Además no parece haber tomado mucho sol pues su tono de piel sigue exactamente igual que hará varias semanas, casi meses. Instintivamente la miro de arriba a abajo cuando está abriendo la puerta y vuelvo a sacudir mi cabeza porque parezco un completo idiota y de haberse estado dando cuenta seguro que me lo hubiera dicho. "No seas un idiota, ya no eres un crío." me digo como si eso sirviera mientras vagamente recuerdo la primera vez que conocí a Mila, la primera vez que la invité a salir con tanto nerviosismo y la primera vez que pudimos tomar conciencia de poder formar una familia, alejados de todos nuestros familiares y sin nada ni nadie que nos lo impidiera. Me vuelve a despertar su voz y yo miro para todos lados como si hubiera alguien más en la calle - Esto... si por qué no - igual no tengo nada que perder ni nada que hacer en casa más que alguna que otra cosa en el taller.
Doy varios pasos cruzando el umbral de la puerta con intranquilidad, como si de nuevo invadiera un lugar en el que no soy bienvenido y que está lleno de cosas que terminan tarde o temprano recordándome el por qué estoy sólo con un hijo que vive fuera. Me acuerdo de las palabras de la psicóloga y cambio la cara deseando que no se haya notado para nada que no me encuentro demasiado cómodo y trato por todos los medios de meter las manos en mis bolsillos, los cuáles están vacíos pero no tardarán en llenarse del sudor de mis manos - ¿Y qué tal todo por el tres? - pregunto balaceándome apoyado en las puntas de mis pies y mirando a otro lado que no sea directamente a ella, mientras trato de tranquilizarme. ¿Qué me pasa? Miro las bolsas que lleva en las manos y las señalo - ¿Te ayudo con eso? Parece pesado - chasqueo la lengua internamente mientras me doy cuenta de la estupidez que acabo de decir. Como si ella no estuviera acostumbrada a cargar y cargar cosas sin la ayuda de nadie, ¿pues no fue así el primer día que la vi? Cargaba varias cajas y, aunque le ayudé, ella no parecía necesitarla - Si te soy sincero no se ni como he llegado a parar a tu calle, simplemente daba un paseo antes de volver a la estación y terminé perdiéndome, será mejor que me vaya no debería estar aquí - digo dando un paso hacia atrás, no quiero ser una molestia.
Me quedo parado nuevamente delante de la pared, observando en la mesa la foto que descansa, esa foto familiar. Casi estoy tentado a pasar un dedo por el marco, como si significara algo, pero simplemente me mantengo donde estoy, suspirando. Un completo imbécil, eso parezco.
Sigue con el mismo tono de pelo, cosa que me hace preguntarme si es su tono natural. Además no parece haber tomado mucho sol pues su tono de piel sigue exactamente igual que hará varias semanas, casi meses. Instintivamente la miro de arriba a abajo cuando está abriendo la puerta y vuelvo a sacudir mi cabeza porque parezco un completo idiota y de haberse estado dando cuenta seguro que me lo hubiera dicho. "No seas un idiota, ya no eres un crío." me digo como si eso sirviera mientras vagamente recuerdo la primera vez que conocí a Mila, la primera vez que la invité a salir con tanto nerviosismo y la primera vez que pudimos tomar conciencia de poder formar una familia, alejados de todos nuestros familiares y sin nada ni nadie que nos lo impidiera. Me vuelve a despertar su voz y yo miro para todos lados como si hubiera alguien más en la calle - Esto... si por qué no - igual no tengo nada que perder ni nada que hacer en casa más que alguna que otra cosa en el taller.
Doy varios pasos cruzando el umbral de la puerta con intranquilidad, como si de nuevo invadiera un lugar en el que no soy bienvenido y que está lleno de cosas que terminan tarde o temprano recordándome el por qué estoy sólo con un hijo que vive fuera. Me acuerdo de las palabras de la psicóloga y cambio la cara deseando que no se haya notado para nada que no me encuentro demasiado cómodo y trato por todos los medios de meter las manos en mis bolsillos, los cuáles están vacíos pero no tardarán en llenarse del sudor de mis manos - ¿Y qué tal todo por el tres? - pregunto balaceándome apoyado en las puntas de mis pies y mirando a otro lado que no sea directamente a ella, mientras trato de tranquilizarme. ¿Qué me pasa? Miro las bolsas que lleva en las manos y las señalo - ¿Te ayudo con eso? Parece pesado - chasqueo la lengua internamente mientras me doy cuenta de la estupidez que acabo de decir. Como si ella no estuviera acostumbrada a cargar y cargar cosas sin la ayuda de nadie, ¿pues no fue así el primer día que la vi? Cargaba varias cajas y, aunque le ayudé, ella no parecía necesitarla - Si te soy sincero no se ni como he llegado a parar a tu calle, simplemente daba un paseo antes de volver a la estación y terminé perdiéndome, será mejor que me vaya no debería estar aquí - digo dando un paso hacia atrás, no quiero ser una molestia.
Me quedo parado nuevamente delante de la pared, observando en la mesa la foto que descansa, esa foto familiar. Casi estoy tentado a pasar un dedo por el marco, como si significara algo, pero simplemente me mantengo donde estoy, suspirando. Un completo imbécil, eso parezco.
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Cierta nostalgia me invade casi de inmediato y creo que mi sonrisa de agradecimiento le dice todo en cuanto se ofrece a dar una mano para alguna remodelación, aunque no tengo que abrir la boca para expresar el resto de las cosas que se me cruzan por la cabeza. Creo que la última vez que una persona se ofreció a dar una mano fue el mismísimo Iago, y él ha muerto hace ya varios años. A veces me sorprende descubrir el paso del tiempo y notar que esa herida parece no sanar nunca. Que él sigue ahí en las pequeñas cosas, incluso cuando se trata de el simple intento de arreglar una canilla o el tener que llevar a Cale a la escuela o a Ava al doctor; es cuando me siento sola, pero intento no pensar en ello. Tengo dos bocas que alimentar, dos vidas que proteger... y que últimamente anden buscando rebeldes como si el futuro del mundo dependiese de ello (y según ellos, es así), y que para colmo anden culpando a inocentes, no me hace la tarea más fácil.
Arqueo una ceja cuando noto que se demora un momento en responder y algo en la expresión de su rostro me hace notar que realmente su mente no está aquí con nosotros, de modo que sacudo mis bolsas para conseguir una respuesta hasta que al final se digna a entrar, así que me tomo la libertad de cerrar detrás de él. No parece demasiado cómodo y su lenguaje corporal indica que éste es el último sitio en el cual quiere estar, pero finjo no darme cuenta de ello y alzo los hombros en cuanto se ofrece a cargar mis bolsas - ¿para qué? Ya estamos dentro y la cocina está cerca - le respondo con jovialidad, ligeramente divertida ante la situación. No todos los días encuentras a un hombre que te recuerda a los actos de un adolescente; tengo que admitirlo, Elioh es un ser humano bastante curioso. Por un momento me gustaría ser capaz de meterme dentro de su cabeza y comprender el modo en el cual ve al mundo, porque estoy más que segura de que lo hace muy diferente al resto de nosotros. O tal vez no está tan lejos de mi visión, porque él también ha perdido a su familia. Al menos yo puedo decir que mis hijos siguen en casa, a salvo, y que cada noche tengo la libertad de darles un beso en la frente sabiendo que nada les ocurrirá mientras estén calientes en sus camas, ajenos al terror en el país de los sueños.
Me río entre dientes cuando le doy la espalda y me encamino a la cocina, en donde se encuentra la mesa que utilizo para dejar ambas bolsas y comienzo a sacar las compras - ¿de verdad? Porque cuando te vi parecía que estabas intentando comprobar si tenías la dirección correcta - comento en tono alto, para que sea capaz de escucharme. Me giro al escucharle decir que es mejor que se vaya y lo miro desde mi sitio, notando como se encuentra cerca de la puerta, con los ojos clavados en mi fotografía familiar. Sé muy bien lo que significa. Parpadeo una sola vez - Si te vas ahora vas a ofender mis sentimientos, Franco. Te he dicho que es día de pastel - le recrimino, aunque mi voz claramente le está pidiendo que se quede. Las personas solitarias siempre acaban pidiendo compañía, eso he aprendido año tras años de trabajar con personas enfermas a quienes, en muchos casos, sus familiares les abandonan o se alejan por culpa de la enfermedad. Todos en algún momento buscan consuelo. Levanto la caja de chocolate y se la enseño, sacudiéndola un poco como si se tratase de un comercial - en cuanto la pruebes y me digas lo deliciosa que es, podrás marcharte por dónde viniste. Pero ahora me gustaría un poco de ayuda.
Le doy la espalda una vez más para dejar en claro que no recibiré un no por respuesta y me quito el tapado, dejándolo sobre una de las sillas, y le sigue el pañuelo. Me lavo las manos rápidamente y enciendo el horno - en la repisa hay un bol, te agradecería que me lo pases - le pido, mientras cuento la cantidad de manteca que tendré que usar. Entonces le miro - en el tres, las cosas no han cambiado. Al final no hicimos el viaje y el verano fue bastante denso, pero por lo demás... - saco una cuchara de madera de uno de los cajones y me apoyo contra la mesada un momento - ¿y por el cuatro? ¿Cómo está...? - hago un gestito con una mano para indicarle que estoy hablando de alguien de baja estatura para indicarle que pregunto por su hijo sin ser capaz de nombrarlo. Lo último que quiero ahora es arruinar su día hablando de cosas que no necesita, en especial porque estoy al tanto por culpa de las noticias - ¿Sabes? Mejor olvídalo. No hablaremos de esto si no quieres. Mejor hagamos el pastel, que muero de hambre.
Arqueo una ceja cuando noto que se demora un momento en responder y algo en la expresión de su rostro me hace notar que realmente su mente no está aquí con nosotros, de modo que sacudo mis bolsas para conseguir una respuesta hasta que al final se digna a entrar, así que me tomo la libertad de cerrar detrás de él. No parece demasiado cómodo y su lenguaje corporal indica que éste es el último sitio en el cual quiere estar, pero finjo no darme cuenta de ello y alzo los hombros en cuanto se ofrece a cargar mis bolsas - ¿para qué? Ya estamos dentro y la cocina está cerca - le respondo con jovialidad, ligeramente divertida ante la situación. No todos los días encuentras a un hombre que te recuerda a los actos de un adolescente; tengo que admitirlo, Elioh es un ser humano bastante curioso. Por un momento me gustaría ser capaz de meterme dentro de su cabeza y comprender el modo en el cual ve al mundo, porque estoy más que segura de que lo hace muy diferente al resto de nosotros. O tal vez no está tan lejos de mi visión, porque él también ha perdido a su familia. Al menos yo puedo decir que mis hijos siguen en casa, a salvo, y que cada noche tengo la libertad de darles un beso en la frente sabiendo que nada les ocurrirá mientras estén calientes en sus camas, ajenos al terror en el país de los sueños.
Me río entre dientes cuando le doy la espalda y me encamino a la cocina, en donde se encuentra la mesa que utilizo para dejar ambas bolsas y comienzo a sacar las compras - ¿de verdad? Porque cuando te vi parecía que estabas intentando comprobar si tenías la dirección correcta - comento en tono alto, para que sea capaz de escucharme. Me giro al escucharle decir que es mejor que se vaya y lo miro desde mi sitio, notando como se encuentra cerca de la puerta, con los ojos clavados en mi fotografía familiar. Sé muy bien lo que significa. Parpadeo una sola vez - Si te vas ahora vas a ofender mis sentimientos, Franco. Te he dicho que es día de pastel - le recrimino, aunque mi voz claramente le está pidiendo que se quede. Las personas solitarias siempre acaban pidiendo compañía, eso he aprendido año tras años de trabajar con personas enfermas a quienes, en muchos casos, sus familiares les abandonan o se alejan por culpa de la enfermedad. Todos en algún momento buscan consuelo. Levanto la caja de chocolate y se la enseño, sacudiéndola un poco como si se tratase de un comercial - en cuanto la pruebes y me digas lo deliciosa que es, podrás marcharte por dónde viniste. Pero ahora me gustaría un poco de ayuda.
Le doy la espalda una vez más para dejar en claro que no recibiré un no por respuesta y me quito el tapado, dejándolo sobre una de las sillas, y le sigue el pañuelo. Me lavo las manos rápidamente y enciendo el horno - en la repisa hay un bol, te agradecería que me lo pases - le pido, mientras cuento la cantidad de manteca que tendré que usar. Entonces le miro - en el tres, las cosas no han cambiado. Al final no hicimos el viaje y el verano fue bastante denso, pero por lo demás... - saco una cuchara de madera de uno de los cajones y me apoyo contra la mesada un momento - ¿y por el cuatro? ¿Cómo está...? - hago un gestito con una mano para indicarle que estoy hablando de alguien de baja estatura para indicarle que pregunto por su hijo sin ser capaz de nombrarlo. Lo último que quiero ahora es arruinar su día hablando de cosas que no necesita, en especial porque estoy al tanto por culpa de las noticias - ¿Sabes? Mejor olvídalo. No hablaremos de esto si no quieres. Mejor hagamos el pastel, que muero de hambre.
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Asiento a sus palabras tratando de no parecer más imbécil de lo que ya parezco porque si tenía pensado ayudarla con las bolsas quizás hubiera sido más caballeroso haber notado que llevaba bolsas cuando la vi fuera de la casa con ellas cargando. De igual modo la situación es extraña por lo que no le doy más importancia. No obstante ni recordaba la dirección de la casa porque no soy de recordar algo que creo no volver a ver en mucho tiempo, o quizás nunca - De hecho es que ni recordaba donde vivías, todas las casas son iguales - me mofo porque en el tres todo parece tan sistemático, fruto de la tecnología en la que viven envueltos, que pensar que hay una casa diferente a la otra no tiene cabida. Todas alineadas unas tras otras, todas con sus mismos tonos aunque cada una guardando una historia completamente diferente en su interior - Deberíais hacer algo, no se... quizás una baldosa diferente en la entrada, seguro que ayuda - le guiño un ojo notando como poco a poco el nerviosismo va desapareciendo poco a poco y la confianza que no tenía la primera vez va aflorando al notar a ella tan suelta. De vez en cuando escucho a sus hijos volver a gritar pero, a diferencia de alarmarme, tan sólo me río ante el jolgorio que tienen montado.
Por una vez no me entristece el escucharlos, más que nada porque me alegro de que haya familias que aún puedan disfrutar de estos momentos sin tener que preocuparse de mucho más - En esta casa no te tiempo a aburrirte nunca, ¿no? - señalo con mi índice a las escaleras, indicando la planta de arriba con una sonrisa donde los niños siguen sus juegos o vayamos a saber si no tramando alguna trastada. Levanto las manos en señal de respeto y casi como si me estuviera disparando y pegando puñetazos a la altura del pecho con sus palabras - Está bien está bien, nada de irse entonces, veamos de lo que eres capaz - bromeo con la parsimonia de saber que yo también soy un buen cocinero. No me quedó otra cuando Mila faltó a pesar de todo - Y no se seas capaz de hacerla tan buena como la que hago yo - ruedo los ojos siguiéndola a la cocina, olvidando por completo que hasta hace unos minutos me encontraba completamente perdido y que acababa de salir de una sesión en la que no faltaban nuevamente las insistencias de mi psicóloga, la cuál piensa que no insisto lo suficiente en las llamadas. Chasqueo la lengua sacando las manos de los bolsillos y echando una ojeada rápida a las paredes de la cocina, todas repletas de diferentes cachivaches. Me llama la atención el refrigerador, que está lleno de numerosos dibujos - a cada cual más divertido que el anterior - de lo que se supone son escenas cotidianas que los hijos de Arleth han ido dibujado quien sabe si ahora o hace mucho tiempo.
Me voy directo a la repisa que me indica y me alzo de puntillas por mera comodidad para ver mejor el bol que dice. Lo tomo y se lo acerco, guardando las distancias mientras la observo añadir y quitar ingredientes, abrir y cerrar - El verano se hizo interminable, en eso te doy la razón - me encojo de hombros. No recordaba un verano tan largo como el de este año, pero se perfectamente a qué se debe. Pasarlo por primera vez después de tanto completamente sólo - aun cuando los últimos años apenas había prestado atención a mis hijos - se me hacía aburrido y desesperante. El tiempo en el taller no ayudaba y los encargos se amontonaban fruto de mi desgana. Medio sonrío pareciendo un tanto desganado mientras le hago un gesto para que no se preocupe - ¿Y por qué no? El chico ha terminado eso a lo que ahora llama trabajo porque no sabe encontrarle otro nombre y... - trago saliva recordando que uno de sus mejores amigos ha muerto en la Arena, en esa jodida y condenada arena, y vuelvo a hablar - ...y bueno, con ganas de que vuelva a casa. Si todo marcha bien debería de estar en casa unos días dentro de una semana o cosa así - no calculo exactamente cuanto falta porque no llevo una cuenta, pero más o menos según las noticias que dan en la televisión, casi casi que está por venir - Le tengo preparada una sorpresa que espero que le guste, ¿sabes? Hacía mucho que no le regalaba nada a mi hijo - aún cuando su trabajo sea el que es, aunque se vea obligado a decidir entre dos personas que sacar con vida... lo ha hecho, y el reconocimiento se viene cuando todos ven que has sido capaz de sacar a alguien de tu distrito con vida, así es el trabajo del mentor. Eso unido a que ha sido su primer año quizás me hacen sentir orgulloso, aunque no dejan de haber niños muertos - Supongo que debo estar orgulloso, el cuatro vuelve a tener vencedor... su primer año... - agacho la mirada mientras la veo remover los ingredientes.
Sin darse cuenta tiene una mancha en la punta de la nariz que supongo se la hizo cuando vertía la harina o algo - Tienes un poco de harina - levanto el dedo quitando lo que tiene de la nariz con mi pulgar - justo ahí - bajo la mano tan rápido como la he subido porque no se quién me mandó a hacer lo que acabo de hacer - Esto... ¿tú que opinas? Digo, del regalo que le voy a hacer - la espero impaciente a que me diga su opinión -aún cuando no le he dicho que le voy a regalar, pero mi mente no piensa en eso ahora - mientras trato de cambiar el tema y centro mi atención en el horno que sigue precalentándose.
Por una vez no me entristece el escucharlos, más que nada porque me alegro de que haya familias que aún puedan disfrutar de estos momentos sin tener que preocuparse de mucho más - En esta casa no te tiempo a aburrirte nunca, ¿no? - señalo con mi índice a las escaleras, indicando la planta de arriba con una sonrisa donde los niños siguen sus juegos o vayamos a saber si no tramando alguna trastada. Levanto las manos en señal de respeto y casi como si me estuviera disparando y pegando puñetazos a la altura del pecho con sus palabras - Está bien está bien, nada de irse entonces, veamos de lo que eres capaz - bromeo con la parsimonia de saber que yo también soy un buen cocinero. No me quedó otra cuando Mila faltó a pesar de todo - Y no se seas capaz de hacerla tan buena como la que hago yo - ruedo los ojos siguiéndola a la cocina, olvidando por completo que hasta hace unos minutos me encontraba completamente perdido y que acababa de salir de una sesión en la que no faltaban nuevamente las insistencias de mi psicóloga, la cuál piensa que no insisto lo suficiente en las llamadas. Chasqueo la lengua sacando las manos de los bolsillos y echando una ojeada rápida a las paredes de la cocina, todas repletas de diferentes cachivaches. Me llama la atención el refrigerador, que está lleno de numerosos dibujos - a cada cual más divertido que el anterior - de lo que se supone son escenas cotidianas que los hijos de Arleth han ido dibujado quien sabe si ahora o hace mucho tiempo.
Me voy directo a la repisa que me indica y me alzo de puntillas por mera comodidad para ver mejor el bol que dice. Lo tomo y se lo acerco, guardando las distancias mientras la observo añadir y quitar ingredientes, abrir y cerrar - El verano se hizo interminable, en eso te doy la razón - me encojo de hombros. No recordaba un verano tan largo como el de este año, pero se perfectamente a qué se debe. Pasarlo por primera vez después de tanto completamente sólo - aun cuando los últimos años apenas había prestado atención a mis hijos - se me hacía aburrido y desesperante. El tiempo en el taller no ayudaba y los encargos se amontonaban fruto de mi desgana. Medio sonrío pareciendo un tanto desganado mientras le hago un gesto para que no se preocupe - ¿Y por qué no? El chico ha terminado eso a lo que ahora llama trabajo porque no sabe encontrarle otro nombre y... - trago saliva recordando que uno de sus mejores amigos ha muerto en la Arena, en esa jodida y condenada arena, y vuelvo a hablar - ...y bueno, con ganas de que vuelva a casa. Si todo marcha bien debería de estar en casa unos días dentro de una semana o cosa así - no calculo exactamente cuanto falta porque no llevo una cuenta, pero más o menos según las noticias que dan en la televisión, casi casi que está por venir - Le tengo preparada una sorpresa que espero que le guste, ¿sabes? Hacía mucho que no le regalaba nada a mi hijo - aún cuando su trabajo sea el que es, aunque se vea obligado a decidir entre dos personas que sacar con vida... lo ha hecho, y el reconocimiento se viene cuando todos ven que has sido capaz de sacar a alguien de tu distrito con vida, así es el trabajo del mentor. Eso unido a que ha sido su primer año quizás me hacen sentir orgulloso, aunque no dejan de haber niños muertos - Supongo que debo estar orgulloso, el cuatro vuelve a tener vencedor... su primer año... - agacho la mirada mientras la veo remover los ingredientes.
Sin darse cuenta tiene una mancha en la punta de la nariz que supongo se la hizo cuando vertía la harina o algo - Tienes un poco de harina - levanto el dedo quitando lo que tiene de la nariz con mi pulgar - justo ahí - bajo la mano tan rápido como la he subido porque no se quién me mandó a hacer lo que acabo de hacer - Esto... ¿tú que opinas? Digo, del regalo que le voy a hacer - la espero impaciente a que me diga su opinión -aún cuando no le he dicho que le voy a regalar, pero mi mente no piensa en eso ahora - mientras trato de cambiar el tema y centro mi atención en el horno que sigue precalentándose.
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- ¿Aburrirme? Jamás. Mucho menos ahora que Cale ha empezado a querer pasar tiempo fuera de casa y a tener amigas mujeres. Creí que nunca pasaría – cuando se tiene hijos, jamás se cree que el tiempo pasará y poco a poco esas personas tendrán a otras en sus vidas, en especial cuando inician el camino de la adolescencia; en el último tiempo pude notar como mi pequeño Cale se va transformando en un hombre y me pregunto una y otra vez cuándo es que eso pasó y cómo no pude darme cuenta antes; solo espero que Ava se demore un poco más. Es su intento de burla lo que consigue que deje de pensar en eso y le dedico una miradita entre divertida y retadora, sin tomarme en serio sus palabras para ser honesta – nunca he conocido a un hombre que sepa cocinar un pastel decente. Veremos qué es lo que tienes – la verdad es que nunca he conocido a un hombre que tenga la decencia de cocinar, punto, pero probablemente se deba a que no tengo muchos amigos con quienes debatir aquellas cosas. Podría decirse que mi vida social es inexistente y la mayoría de los compañeros que alguna vez tuve siguieron con sus vidas, y yo no busqué continuar en ellas por propia seguridad.
Tomo el bol con una sonrisa agradecida y echo allí los ingredientes, justo después de poner a derretir manteca en el fuego y, en la hornalla siguiente, el chocolate. Mezclo la harina y los huevos necesarios y la verdad es que de seguro los bato de más, pero no puedo hacer otra cosa mientras él habla sobre cosas que no comprendo mucho y que agradezco al cielo que no tengo que entender por el momento. Asiento con la cabeza porque sí, he visto que el cuatro se coronó vencedor una vez más y estoy por preguntarle cómo se siente al respecto, cuando él mismo muestra el tener la duda de si sentirse orgulloso o no de su hijo. Lo miro un momento, deteniendo mi mano, y estiro la que tengo libre de manera dudosa, pero finalmente le tomo del hombro en señal de consuelo, hasta que finalmente le sonrío – intenta verlo como que consiguió que alguien pueda seguir viviendo. Y eso es todo. Tener hijos con buenas intenciones y buen corazón es más importante que nada en el mundo; a pesar de muchas circunstancias yo veo eso en mis niños y eso es lo que más me llena de orgullo, a pesar de todo – a pesar de que no tengan a su padre, de que no comprendan lo que ha sucedido, de que no puedan entenderlo jamás…
Me llevo una mano rápidamente a la nariz en cuanto dice que tengo algo de harina y estoy por limpiarme cuando es su pulgar el que interrumpe, haciéndome arrugarla porque no estoy acostumbrada al tacto rasposo de unas manos que no sean las de mis hijos; supongo que es porque ellos no trabajan en un taller mecánico – pero que harina tan desubicada… - comento con falsa y exagerada molestia, rodando mis ojos hasta conseguir ponerlos bizcos y reírme un poco de mi propio momento de infantil tontería. Me volteo rápidamente, haciendo un esfuerzo para que mi cabello sea capaz de cubrirme el rostro y así cortar aquel momento, y controlo el chocolate - ¿un regalo? ¿Qué clase de regalo? – al cabo de un momento suspiro porque recuerdo que estoy hablando con un hombre y siempre olvido que son más básicos que las mujeres, así que antes de ponerme a explicar, me pongo a terminar de mezclar las cosas ya derretidas – a los hijos no les gusta que los compren, Elioh, aunque aman la atención y la aprobación. No le regales algo que le haga creer que simplemente abriste la billetera y le compraste algo bonito. Dale algo que le haga saber que piensas en él, que te importa y que le ayude a recordarte. Ya sabes… algo personal, no lo sé… será un vencedor, pero es un niño. Hay cosas puntuales que a los niños les hacen sentir especiales y tú eres su padre. Los hijos varones adoran a sus papás y son su mayor imagen de referencia. Cale decía que…
La pregunta “¿Que yo qué?” consigue que me de media vuelta y consigo ver a mi hijo en el marco de la puerta, con las cejas arqueadas y una obvia mirada cargada de preguntas que pasa de mí a la visita y viceversa. Sonrío de manera amplia, intentando ocultar la incomodidad, y sacudo la cuchara de madera para saludarle – Hola, cariño. Nada, hablábamos de asuntos familiares. Elioh, él es Cale – el adolescente mueve la cabeza con un asentimiento a modo de saludo vago (es lo mayor que se le puede sacar a un chico de catorce años que ni siquiera tiene la decencia de cortarse el cabello), de modo que me contenta lo suficiente como para seguir – Cale, él es un amigo que anda de paso por el tres. Tienes los chicles que pediste dentro de la bolsa – no se demora en abrirla, revolviendo entre las otras compras que hice y saca su pequeño paquete, volviendo a echarnos una mirada inquisidora antes de marcharse murmurando algo parecido a un “es un placer”. En cuanto se pierde en las escaleras, lanzo un suspiro largo lleno de alivio y dejo salir todo el aire.
Sin decir nada me centro en volver a cocinar y prefiero quedarme callada, hasta que todo se encuentra en el fregadero y el pastel ya se está cocinando en el horno. Al final me apoyo contra la mesada, mordiéndome el labio y pensando en que necesito un cigarro o una copa de vino – nunca hablamos de su padre – explico finalmente, mirando mis zapatos y manteniendo un tono bajo de la voz – y él me culpa continuamente de ello. Hay cosas que los hijos no comprenden, Elioh – estoy segura de que él lo sabe, probablemente mejor que nadie que yo conozca.
Tomo el bol con una sonrisa agradecida y echo allí los ingredientes, justo después de poner a derretir manteca en el fuego y, en la hornalla siguiente, el chocolate. Mezclo la harina y los huevos necesarios y la verdad es que de seguro los bato de más, pero no puedo hacer otra cosa mientras él habla sobre cosas que no comprendo mucho y que agradezco al cielo que no tengo que entender por el momento. Asiento con la cabeza porque sí, he visto que el cuatro se coronó vencedor una vez más y estoy por preguntarle cómo se siente al respecto, cuando él mismo muestra el tener la duda de si sentirse orgulloso o no de su hijo. Lo miro un momento, deteniendo mi mano, y estiro la que tengo libre de manera dudosa, pero finalmente le tomo del hombro en señal de consuelo, hasta que finalmente le sonrío – intenta verlo como que consiguió que alguien pueda seguir viviendo. Y eso es todo. Tener hijos con buenas intenciones y buen corazón es más importante que nada en el mundo; a pesar de muchas circunstancias yo veo eso en mis niños y eso es lo que más me llena de orgullo, a pesar de todo – a pesar de que no tengan a su padre, de que no comprendan lo que ha sucedido, de que no puedan entenderlo jamás…
Me llevo una mano rápidamente a la nariz en cuanto dice que tengo algo de harina y estoy por limpiarme cuando es su pulgar el que interrumpe, haciéndome arrugarla porque no estoy acostumbrada al tacto rasposo de unas manos que no sean las de mis hijos; supongo que es porque ellos no trabajan en un taller mecánico – pero que harina tan desubicada… - comento con falsa y exagerada molestia, rodando mis ojos hasta conseguir ponerlos bizcos y reírme un poco de mi propio momento de infantil tontería. Me volteo rápidamente, haciendo un esfuerzo para que mi cabello sea capaz de cubrirme el rostro y así cortar aquel momento, y controlo el chocolate - ¿un regalo? ¿Qué clase de regalo? – al cabo de un momento suspiro porque recuerdo que estoy hablando con un hombre y siempre olvido que son más básicos que las mujeres, así que antes de ponerme a explicar, me pongo a terminar de mezclar las cosas ya derretidas – a los hijos no les gusta que los compren, Elioh, aunque aman la atención y la aprobación. No le regales algo que le haga creer que simplemente abriste la billetera y le compraste algo bonito. Dale algo que le haga saber que piensas en él, que te importa y que le ayude a recordarte. Ya sabes… algo personal, no lo sé… será un vencedor, pero es un niño. Hay cosas puntuales que a los niños les hacen sentir especiales y tú eres su padre. Los hijos varones adoran a sus papás y son su mayor imagen de referencia. Cale decía que…
La pregunta “¿Que yo qué?” consigue que me de media vuelta y consigo ver a mi hijo en el marco de la puerta, con las cejas arqueadas y una obvia mirada cargada de preguntas que pasa de mí a la visita y viceversa. Sonrío de manera amplia, intentando ocultar la incomodidad, y sacudo la cuchara de madera para saludarle – Hola, cariño. Nada, hablábamos de asuntos familiares. Elioh, él es Cale – el adolescente mueve la cabeza con un asentimiento a modo de saludo vago (es lo mayor que se le puede sacar a un chico de catorce años que ni siquiera tiene la decencia de cortarse el cabello), de modo que me contenta lo suficiente como para seguir – Cale, él es un amigo que anda de paso por el tres. Tienes los chicles que pediste dentro de la bolsa – no se demora en abrirla, revolviendo entre las otras compras que hice y saca su pequeño paquete, volviendo a echarnos una mirada inquisidora antes de marcharse murmurando algo parecido a un “es un placer”. En cuanto se pierde en las escaleras, lanzo un suspiro largo lleno de alivio y dejo salir todo el aire.
Sin decir nada me centro en volver a cocinar y prefiero quedarme callada, hasta que todo se encuentra en el fregadero y el pastel ya se está cocinando en el horno. Al final me apoyo contra la mesada, mordiéndome el labio y pensando en que necesito un cigarro o una copa de vino – nunca hablamos de su padre – explico finalmente, mirando mis zapatos y manteniendo un tono bajo de la voz – y él me culpa continuamente de ello. Hay cosas que los hijos no comprenden, Elioh – estoy segura de que él lo sabe, probablemente mejor que nadie que yo conozca.
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De alguna forma me suena eso de que su hijo mayor esté ahora tan interesado por eso de tener amigas mujeres y más. Apuesto lo que sea a que ya se interesa incluso por tener más que una amiga, esos tonteos de la adolescencia que todos alguna vez hemos tenido y que tanto he sufrido con el mismo Shamel antes de que el destino decidiera que era su turno de representar al distrito cuatro en los juegos. El recuerdo me trae una sonrisa porque él también se mostraba tan rebelde como lo hace ahora Ben, y es algo que no llegaba a recordar del todo. Asiento no obstante sin decir nada, manteniéndome callado porque de veras que la entiendo, pero no quiero tener que entristecerme cuando últimamente la mayor parte de las cosas han sido pequeñas alegrías - Hey, de veras que te sorprenderías de lo que soy capaz de hacer, no todo es arreglar coches y esas cosas - sonrío obviando el que hace un momento estábamos en una situación de lo más incómoda y de la cuál hemos tratado de salir del paso de la mejor forma que hemos podido. A veces me asemejo tanto a aquellos días en los que hablar con Mila se hacía tan difícil, que creo estar viviéndolo ahora mismo con alguien a la que tan sólo conozco de pasada. Sin embargo ella sabe más de mi vida que cualquier otra persona que pudiera haber conocido en un encontronazo como pasó hace varias semanas, y no entiendo por qué. El abrirse a personas de esa forma no es común en mi, no al menos cuando todo lo que guardo en mis adentros no son más que desgracias.
Aunque siempre están esos momentos felices que nunca olvidarás.
Me he guardado todas sus palabras porque de esa forma es como si me sintiera más a gusto con todo lo que Ben ha tenido que pasar, y con todo en lo que su trabajo lo ha convertido. A fin de cuentas él es como el camino a seguir para salir con vida de un sitio en el que, si no terminas aferrándote a la locura, terminas por salir. De alguna u otra forma. Nos interrumpe, no obstante, un chico el cuál casi estoy a punto de hacerme desaparecer, si fuera capaz, por arte de magia, porque parece que haya acertado el momento justo para venir a ver qué es lo que está pasando. Miro a Arleth, y luego miro al chico para terminar nuevamente mirando a Arleth. Elevo una mano en señal de saludo cuando la rubia me presenta y el chico apenas mueve los labios para gesticular algo que pretende ser un saludo. Estoy a punto de echarme a reír porque, de haber sido al contrario, Ben el que hubiera visto a Arleth, hubiera actuado de la misma forma. Seguro. Me quedo en silencio mientras su madre le hace ver que todo sigue en orden y que lo que pidió está en la bolsa, y después del estruendo al remover y remover y terminar encontrando los chicles, desaparece diciendo algo que no termino por comprender de lo bajo que lo ha dicho y casi puedo sentir como la respiración vuelve a su punto tranquilo otra vez. Como si fuera un juego de críos.
- Pasa igual en casa, cualquier tema que tenga que ver con Mila nunca termina demasiado bien - supongo porque obviamente todavía le duele saber que no tendrá una madre que lo acune y le acaricie por las mañanas recordándole que todo va a estar bien y que no hay nada que temer. Ahora no tiene más que la figura paterna que a veces la caga considerablemente y no hace más que darle una cachetada impulsiva porque ha tocado una fibra que no debía tocar - No se si Ben llegue a culparme alguna vez de que Mila esté muerta - de hecho ya lo hace, alguna que otra vez, motivo por el que mi mano se adelantara a las palabras la última vez que vino de vuelta a casa - Igual tratamos de evitarlo, en todo, e incluso me esquiva mucho más que antes - a fin de cuentas el contacto que teníamos antes ya no está presente, y lo que era una relación fraternal bastante segura se fue atrofiando, para volver a tomar su cauce ahora que todo parece ir "mejor". Dentro de lo que cabe.
Me acuerdo que hasta hace un momento pensaba que quiero comprar a mi hijo con regalos, pero no es ese el motivo de que le regale algo - Pero no es por querer comprarlo, ¿sabes? No quiero que se piense que con regalos voy a volver a ganármelo o algo, quiero que se lo tome como un regalo para que me recuerde, para que sepa que aunque yo no esté tendrá una parte de algo que, a fin de cuentas, salió de mi, alguien que le acompañe en el día a día - algo así como una mascota. Un hamster, un gato, o quizás un perro. Algo que siempre ha querido tener pero que por falta de tiempo o a veces incluso de dinero al tener que alimentar tantas bocas, nunca pudimos permitirnos y que él no obstante siempre quiso - No quiero que vuelva a esa isla pensando que todo lo que he avanzado va a volver a perderse, y que no puede contar con su padre otra vez - ya me lo dijo Yvonne. Los pequeños detalles marcan la diferencia.
Aunque siempre están esos momentos felices que nunca olvidarás.
Me he guardado todas sus palabras porque de esa forma es como si me sintiera más a gusto con todo lo que Ben ha tenido que pasar, y con todo en lo que su trabajo lo ha convertido. A fin de cuentas él es como el camino a seguir para salir con vida de un sitio en el que, si no terminas aferrándote a la locura, terminas por salir. De alguna u otra forma. Nos interrumpe, no obstante, un chico el cuál casi estoy a punto de hacerme desaparecer, si fuera capaz, por arte de magia, porque parece que haya acertado el momento justo para venir a ver qué es lo que está pasando. Miro a Arleth, y luego miro al chico para terminar nuevamente mirando a Arleth. Elevo una mano en señal de saludo cuando la rubia me presenta y el chico apenas mueve los labios para gesticular algo que pretende ser un saludo. Estoy a punto de echarme a reír porque, de haber sido al contrario, Ben el que hubiera visto a Arleth, hubiera actuado de la misma forma. Seguro. Me quedo en silencio mientras su madre le hace ver que todo sigue en orden y que lo que pidió está en la bolsa, y después del estruendo al remover y remover y terminar encontrando los chicles, desaparece diciendo algo que no termino por comprender de lo bajo que lo ha dicho y casi puedo sentir como la respiración vuelve a su punto tranquilo otra vez. Como si fuera un juego de críos.
- Pasa igual en casa, cualquier tema que tenga que ver con Mila nunca termina demasiado bien - supongo porque obviamente todavía le duele saber que no tendrá una madre que lo acune y le acaricie por las mañanas recordándole que todo va a estar bien y que no hay nada que temer. Ahora no tiene más que la figura paterna que a veces la caga considerablemente y no hace más que darle una cachetada impulsiva porque ha tocado una fibra que no debía tocar - No se si Ben llegue a culparme alguna vez de que Mila esté muerta - de hecho ya lo hace, alguna que otra vez, motivo por el que mi mano se adelantara a las palabras la última vez que vino de vuelta a casa - Igual tratamos de evitarlo, en todo, e incluso me esquiva mucho más que antes - a fin de cuentas el contacto que teníamos antes ya no está presente, y lo que era una relación fraternal bastante segura se fue atrofiando, para volver a tomar su cauce ahora que todo parece ir "mejor". Dentro de lo que cabe.
Me acuerdo que hasta hace un momento pensaba que quiero comprar a mi hijo con regalos, pero no es ese el motivo de que le regale algo - Pero no es por querer comprarlo, ¿sabes? No quiero que se piense que con regalos voy a volver a ganármelo o algo, quiero que se lo tome como un regalo para que me recuerde, para que sepa que aunque yo no esté tendrá una parte de algo que, a fin de cuentas, salió de mi, alguien que le acompañe en el día a día - algo así como una mascota. Un hamster, un gato, o quizás un perro. Algo que siempre ha querido tener pero que por falta de tiempo o a veces incluso de dinero al tener que alimentar tantas bocas, nunca pudimos permitirnos y que él no obstante siempre quiso - No quiero que vuelva a esa isla pensando que todo lo que he avanzado va a volver a perderse, y que no puede contar con su padre otra vez - ya me lo dijo Yvonne. Los pequeños detalles marcan la diferencia.
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Supongo que Mila es su mujer fallecida, en parte por el modo en el cual habla de ella y por otro lado, también porque algo escuché en la televisión, obviamente de un modo mucho más dramático de lo que debió ser en la realidad porque a ellos les encanta agrandar las historias de los vencedores para dejarlos plantados como hérores trágicos. Lo he vivido de muy cerca cuando era Iago el perseguido por todos lados, gracias a su gran capacidad para salir de la arena usando su cerebro y su, si se me permite decirlo, gran atractivo. A veces incluso me olvido que esa sonrisa ya no existe, aún más ahora que Cale poco a poco se va transformando en un hombre y duele descubrir lo mucho que se parece a él – sé que evitarlo no es precisamente bueno – comento, sintiendo como poco a poco el olor al chocolate comienza a salir del horno – hablar ayuda a conectarse, pero es que simplemente… lo noto complicado – no conozco a Elioh como para confiarle la identidad del padre de mis hijos, porque su ejecución fue un evento público por andar diciendo cosas que siempre dije que tenían que quedar guardadas. De modo que espero que aquí termine esta parte de la conversación.
Le miro con una sonrisa cuando regresa al tema del regalo y apoyo una mano a modo de consuelo y apoyo en su hombro, escuchando como el viento golpea en el jardín y se lleva las primeras hojas muertas de la estación – ya lo sabe. Todos sabemos que tenemos a nuestros padres, solamente es difícil de ver. ¿Tú nunca peleaste con tu papá a su edad? – le atajo – porque con mi madre, casi nos matábamos… - recuerdo aquellas peleas con un enorme cariño y a veces me doy cuenta de lo mucho que la extraño y necesito de sus consejos, incluso cuando muchas veces me sentía insegura junto a ella porque yo era incapaz de hacer magia y eso conseguía hacerme sentir una inútil. Al final descubrí que ella nunca pensó esas cosas de mí y me di cuenta de lo tonta que había sido. Le suelto y dejo caer la mano con pesadez, separándome un poco de la mesada para chequear el nivel del horno y ver como se encuentra el pastel, que poco a poco se va cociendo – si esos dos que tengo arriba no se comen todo, puedes llevarte un poco. Te vendrá bien, luces como si no hubieses comido algo dulce hace siglos – intento bromear, echándole una mirada divertida para luego separarme y ponerme a limpiar algunas de las cosas que he ensuciado.
Le cuento algunas tonterías mientras lavo los platos, como las cosas que tengo pensadas para el próximo cumpleaños de Ava, hasta que termino con los trastos y abro el horno para descubrir que el pastel ya se ha hecho. Lo saco con cuidado de no quedarme y lo desmoldo, poniéndole en una bandeja, donde me doy el lujo de admirarlo y olfatearlo – a que te dije que no puedes superarme, tan solo mira la presentación – digo alegremente, tomando una cuchara y tendiéndosela – haz los honores de probarla. Si te gusta, te ayudaré a elegir un regalo para tu chico. Además tienes que apresurarte antes de que bajen las bestias – señalo hacia arriba, riendo entre dientes. Creo que en ese sentido, debe entenderme.
Le miro con una sonrisa cuando regresa al tema del regalo y apoyo una mano a modo de consuelo y apoyo en su hombro, escuchando como el viento golpea en el jardín y se lleva las primeras hojas muertas de la estación – ya lo sabe. Todos sabemos que tenemos a nuestros padres, solamente es difícil de ver. ¿Tú nunca peleaste con tu papá a su edad? – le atajo – porque con mi madre, casi nos matábamos… - recuerdo aquellas peleas con un enorme cariño y a veces me doy cuenta de lo mucho que la extraño y necesito de sus consejos, incluso cuando muchas veces me sentía insegura junto a ella porque yo era incapaz de hacer magia y eso conseguía hacerme sentir una inútil. Al final descubrí que ella nunca pensó esas cosas de mí y me di cuenta de lo tonta que había sido. Le suelto y dejo caer la mano con pesadez, separándome un poco de la mesada para chequear el nivel del horno y ver como se encuentra el pastel, que poco a poco se va cociendo – si esos dos que tengo arriba no se comen todo, puedes llevarte un poco. Te vendrá bien, luces como si no hubieses comido algo dulce hace siglos – intento bromear, echándole una mirada divertida para luego separarme y ponerme a limpiar algunas de las cosas que he ensuciado.
Le cuento algunas tonterías mientras lavo los platos, como las cosas que tengo pensadas para el próximo cumpleaños de Ava, hasta que termino con los trastos y abro el horno para descubrir que el pastel ya se ha hecho. Lo saco con cuidado de no quedarme y lo desmoldo, poniéndole en una bandeja, donde me doy el lujo de admirarlo y olfatearlo – a que te dije que no puedes superarme, tan solo mira la presentación – digo alegremente, tomando una cuchara y tendiéndosela – haz los honores de probarla. Si te gusta, te ayudaré a elegir un regalo para tu chico. Además tienes que apresurarte antes de que bajen las bestias – señalo hacia arriba, riendo entre dientes. Creo que en ese sentido, debe entenderme.
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No digo nada más del tema de hablar de tanto su marido como de mi mujer, por lo que simplemente me mantengo callado observando al horno con cierta preocupación por si es que de buenas a primeras nos olvidamos de él y al final el pastel termina por quemarse. No obstante me hace gracia que saque a colación el tema de las peleas con nuestros padres, porque obviamente todos las hemos tenido alguna vez - De hecho casi que aún seguimos peleando por cosas que son tontas, como el hecho de que el pollo no esté hecho como a él le gusta el día de Navidad, por ejemplo - son anécdotas divertidas, y cosas apenas banales, pero recordarlas me hace saber que Ben actúa tal y como haría cualquier chico de su edad: se muestra rebelde, es el momento en el que le toca experimentar por si sólo y no dejarle vía libre para que se de él mismo los golpetazos, no le hará nada mal - Es más, casi que vivíamos peleando cuando era joven, y más de una vez me he ganado sus reprimendas - vuelvo a reír - Hasta me fui de casa sin su clara "bendición", él no vió apropiado que tratara de formar mi propia familia tan pronto y además fuera del seis, es de ahí donde nací y desde que me fuí hará 20 años no lo he vuelto a pisar - me encojo de hombros porque tampoco nos ha hecho falta. A pesar de las reprimendas, de no compartir el mismo punto de vista y todo, mi padre siempre iba y venía los días de fiesta para pasarla con nosotros, cosa que sirvió de ayuda, sobretodo en los últimos meses en los que Melanie seguía con vida. No se si sin él quizás ni hubiera hecho una cena familiar, quizás les hubiera puesto lo primero que hubiera visto en la nevera - Me mantenía activo de alguna forma - y lo sigue haciendo.
Finalmente el pastel está listo y el olor invade toda la cocina así como seguramente parte de la casa. Me trae buenos recuerdos, demasiados, así como cada cosa que esta mujer parece hacer en su casa. Se parecen tanto - No hago nada que requiera tiempo más que cuando Ben está en casa, yo sólo cocinaba lo que les gustaba a ellos - y siempre fue así. Si me esforzaba, aunque fuera un poco cuando no tenía ganas de nada, era para que no les faltara alimentarse de buena manera - Pero seguro que si me hará bien probar este, no se si se te haya quemado por allá abajo - ruedo los ojos cogiendo el plato del pastel con ambas manos y mirando por los bordes con ojos suspicaces para hacer que se pique por la manera de cocinar - Quizás si hubieras puesto una guinda o algo... ya sabes, la guinda al pastel - tomo la cuchara que me tiende justo mientras escucho varias pisadas arriba alarmarse porque ya parece haber llegado el olor hasta allá arriba y me doy prisa, tal y como ella me dice, por probar el pastel. Justo cuando me llevo la cuchara a la boca empiezo a probar y a mover la boca exageradamente, a la par de que mi cara va cambiando de una sonrisa a una cara que denota que no está muy satisfecho. Casi parezca que voy a echar todo al fregadero cuando, con una voz apenas audible, le comento - El pastel no está bueno... está delicioso - termino por reír, dejando la cuchara a un lado y casi siento la tentación de tomar otro trozo pero esta vez con las manos para poder darme el gusto de chuparme los dedos cuando termine.
- Está bien, está bien, en esta tú ganas, pero el próximo vas a tener que venir a tomarlo a casa - no se si la invitación queda más que clara o no, pero no me da tiempo porque de nuevo aparecen los críos que empiezan a olfatear el pastel de cerca, mientras yo me pego a la encimera como si quisiera hacerme invisible - En cuanto al regalo, creo que lo mejor será un perro, siempre quiso un perro - me encojo de hombros dirigiendo la mirada de los niños a Arleth, y de Arleth a los niños. Demasiadas buenas cosas.
Finalmente el pastel está listo y el olor invade toda la cocina así como seguramente parte de la casa. Me trae buenos recuerdos, demasiados, así como cada cosa que esta mujer parece hacer en su casa. Se parecen tanto - No hago nada que requiera tiempo más que cuando Ben está en casa, yo sólo cocinaba lo que les gustaba a ellos - y siempre fue así. Si me esforzaba, aunque fuera un poco cuando no tenía ganas de nada, era para que no les faltara alimentarse de buena manera - Pero seguro que si me hará bien probar este, no se si se te haya quemado por allá abajo - ruedo los ojos cogiendo el plato del pastel con ambas manos y mirando por los bordes con ojos suspicaces para hacer que se pique por la manera de cocinar - Quizás si hubieras puesto una guinda o algo... ya sabes, la guinda al pastel - tomo la cuchara que me tiende justo mientras escucho varias pisadas arriba alarmarse porque ya parece haber llegado el olor hasta allá arriba y me doy prisa, tal y como ella me dice, por probar el pastel. Justo cuando me llevo la cuchara a la boca empiezo a probar y a mover la boca exageradamente, a la par de que mi cara va cambiando de una sonrisa a una cara que denota que no está muy satisfecho. Casi parezca que voy a echar todo al fregadero cuando, con una voz apenas audible, le comento - El pastel no está bueno... está delicioso - termino por reír, dejando la cuchara a un lado y casi siento la tentación de tomar otro trozo pero esta vez con las manos para poder darme el gusto de chuparme los dedos cuando termine.
- Está bien, está bien, en esta tú ganas, pero el próximo vas a tener que venir a tomarlo a casa - no se si la invitación queda más que clara o no, pero no me da tiempo porque de nuevo aparecen los críos que empiezan a olfatear el pastel de cerca, mientras yo me pego a la encimera como si quisiera hacerme invisible - En cuanto al regalo, creo que lo mejor será un perro, siempre quiso un perro - me encojo de hombros dirigiendo la mirada de los niños a Arleth, y de Arleth a los niños. Demasiadas buenas cosas.
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Su historia familiar me hace pensar en la propia, pero por obviedad no veo apropiado comentarle que mi familia entera siempre ha portado la magia, excepto contando con mi persona, de modo que mis problemas casi siempre venían por ese lado. Solamente alzo mis hombros con naturalidad, haciendo una muequita, cuando admite que fue su padre el que consiguió mantenerlo en actividad por sus hijos – los padres están para eso - para señalar los errores y ayudar en el camino; ojalá Cale pudiese comprenderlo bien. Elioh se demora un momento en decidirse a probar el pastel con expresión evaluadora y sacudo ligeramente el cuchillo que acabo de tomar para cortar las porciones, casi como esperando que se dé cuenta de que estoy armada y que tiene que tener cuidado de lo que piensa decir – claro… la guinda del pastel – repito en tono burlón, viendo como se lleva un bocado a la boca. Espero ansiosamente y siento un sacudón desagradable en la panza cuando no parece demasiado satisfecho, pero entonces habla y eso le vale un golpe en el pecho de modo amistoso, mientras me río entre dientes con alivio - ¡era de esperarse! Casi, pero casi, que terminas sin un dedo – señalo, poniendo el cuchillo frente a mi nariz para luego reírme un poco y ponerme a cortar el pastel, alertada por los pasos veloces de los niños que, aparentemente, ya olfatearon desde arriba. Es irónico, pero mi acompañante desconoce que bien podría cumplir mi amenaza; ser una simple madre es un buen disfraz para una ex agente especial y retirada.
Estoy cortando todo en partes iguales cuando escucho su clara invitación y levanto la vista para mirarle, sin saber muy bien qué debo decir porque hace mucho tiempo que nadie se toma la molestia de conocerme lo suficiente como para desear que pase por su casa si no es para algo relacionado al trabajo y la salud. Probablemente es mi culpa, porque nunca dejo ingresar a nadie por miedo a… tantas cosas. Suspiro y acabo sonriéndole, dejando el cuchillo a un lado - bueno, ya sabes que siempre quise ir al cuatro. Y un perro suena genial…– respondo simplemente, obligándome a hacerme a un lado en cuanto la cabellera rubia de Ava aparece en acción, abalanzándose contra la mesada con un agudo grito de “¡pasteel!” e intentando meter los dedos dentro de la suave y espumosa superficie del chocolate - ¡alto ahí, señorita! – la detengo alzándola por debajo de las axilas y moviéndola a un lado, para después tomar la bandeja y alzar el pastel bien en alto - ¿te lavaste las manos? ¿Y ni siquiera vas a saludar? – eso solamente consigue que la niña se fije en las visitas y salude de un modo algo rápido y poco interesado, porque ahora tiene cosas más interesantes en las cuales fijarse. Se lava las manos a la velocidad de la luz mientras yo pongo todo sobre la mesa y, tras conseguir que Cale coloque algunas tazas en su sitio y agarre servilletas, me volteo hacia Elioh - ¿tomas café?
Puede decirse que es una buena tarde. El frío de afuera no molesta porque hay una taza caliente entre las manos y comida y Ava no deja de hablar sobre el nuevo cuento de princesas que le conseguí hace una semana, esas historias que se le permiten leer a una niña de nueve años que no sabe la clase de horrores que existen en el mundo que ella vive. También consigo que Cale cuente sobre la computadora que se encuentra construyendo, gracias a los talleres especiales que tiene en la escuela pública del distrito tres; al principio no parece muy dispuesto a abrir la boca para algo que no sea alimentarse, pero al final se permite charlar con tranquilidad y pedir opiniones. Supongo que es mi culpa por no enseñarle a relacionarse con extraños, en especial después de la muerte de su padre, a quien sé que extraña horrores. Finalmente, cuando todos parecen demasiado llenos y los platos ya se encuentran limpios, Ava se queda dormida en el sofá, Cale desapareció para ir a jugar con su consola y yo guardo las pocas porciones sobrantes en un tupper, el cual se lo entrego a Elioh en cuanto le acompaño a la puerta – para que tengas un poco de postre decente en estos días – bromeo, aunque chasco la lengua y le hago un gesto para que aguarde un momento. No me toma demasiado encontrar uno de los papeles junto al teléfono que tengo para anotar los recados, por lo que arranco el trozo de uno y garabateo mi número, el cual le doy – para la próxima vez que te pierdas porque “las casas son todas iguales” – explico – ya nos veremos por ahí, señor Franco.
Un beso en la mejilla a modo de despedida y me quedo apoyada contra el marco de mi puerta, cruzada de brazos, mientras observo cómo se pierde calle abajo hasta que soy incapaz de divisar su silueta. Me toma un momento el volver a entrar, el cual me sirve para preguntarme qué otra clase de familias existirá en el mundo y no estamos conscientes de ello.
Estoy cortando todo en partes iguales cuando escucho su clara invitación y levanto la vista para mirarle, sin saber muy bien qué debo decir porque hace mucho tiempo que nadie se toma la molestia de conocerme lo suficiente como para desear que pase por su casa si no es para algo relacionado al trabajo y la salud. Probablemente es mi culpa, porque nunca dejo ingresar a nadie por miedo a… tantas cosas. Suspiro y acabo sonriéndole, dejando el cuchillo a un lado - bueno, ya sabes que siempre quise ir al cuatro. Y un perro suena genial…– respondo simplemente, obligándome a hacerme a un lado en cuanto la cabellera rubia de Ava aparece en acción, abalanzándose contra la mesada con un agudo grito de “¡pasteel!” e intentando meter los dedos dentro de la suave y espumosa superficie del chocolate - ¡alto ahí, señorita! – la detengo alzándola por debajo de las axilas y moviéndola a un lado, para después tomar la bandeja y alzar el pastel bien en alto - ¿te lavaste las manos? ¿Y ni siquiera vas a saludar? – eso solamente consigue que la niña se fije en las visitas y salude de un modo algo rápido y poco interesado, porque ahora tiene cosas más interesantes en las cuales fijarse. Se lava las manos a la velocidad de la luz mientras yo pongo todo sobre la mesa y, tras conseguir que Cale coloque algunas tazas en su sitio y agarre servilletas, me volteo hacia Elioh - ¿tomas café?
Puede decirse que es una buena tarde. El frío de afuera no molesta porque hay una taza caliente entre las manos y comida y Ava no deja de hablar sobre el nuevo cuento de princesas que le conseguí hace una semana, esas historias que se le permiten leer a una niña de nueve años que no sabe la clase de horrores que existen en el mundo que ella vive. También consigo que Cale cuente sobre la computadora que se encuentra construyendo, gracias a los talleres especiales que tiene en la escuela pública del distrito tres; al principio no parece muy dispuesto a abrir la boca para algo que no sea alimentarse, pero al final se permite charlar con tranquilidad y pedir opiniones. Supongo que es mi culpa por no enseñarle a relacionarse con extraños, en especial después de la muerte de su padre, a quien sé que extraña horrores. Finalmente, cuando todos parecen demasiado llenos y los platos ya se encuentran limpios, Ava se queda dormida en el sofá, Cale desapareció para ir a jugar con su consola y yo guardo las pocas porciones sobrantes en un tupper, el cual se lo entrego a Elioh en cuanto le acompaño a la puerta – para que tengas un poco de postre decente en estos días – bromeo, aunque chasco la lengua y le hago un gesto para que aguarde un momento. No me toma demasiado encontrar uno de los papeles junto al teléfono que tengo para anotar los recados, por lo que arranco el trozo de uno y garabateo mi número, el cual le doy – para la próxima vez que te pierdas porque “las casas son todas iguales” – explico – ya nos veremos por ahí, señor Franco.
Un beso en la mejilla a modo de despedida y me quedo apoyada contra el marco de mi puerta, cruzada de brazos, mientras observo cómo se pierde calle abajo hasta que soy incapaz de divisar su silueta. Me toma un momento el volver a entrar, el cual me sirve para preguntarme qué otra clase de familias existirá en el mundo y no estamos conscientes de ello.
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