OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Los juegos avanzan y con ellos mi mal humor que sólo es contrarrestado con salir de casa, coger el tren rumbo al distrito tres y sumergirme nuevamente en una sesión de terapia que tan bien me vienen pero que tanto terminan cansándome debido a que es verdaderamente un estrés tener que depender continuamente del tren para ir y venir. Incluso he pensado que quizás lo mejor sea alquilar una casa en este sitio. No es que me lo pueda permitir pero si empiezo a ser consciente de que Ben me sigue mandando el dinero creyendo que lo uso para las terapias... no. Me niego, como muchas otras veces, a usarlo, y sacudo la cabeza para sacarme la idea de mi cerebro que está embotado porque, aunque me tranquiliza y me calma saber que alguien, aunque sea pagando, trabaja conmigo por tratar de mejorar la relación con mi hijo, el hecho de que me tengan prohibido el alcohol de la manera en la que antes solía tomarlo hace que todo me de vueltas. Ya no hay ni una sola botella en casa, ni tan siquiera aquellas que tanto Melanie como él se dedicaban a limpiar y a dejar en el fregadero secando cuando yo llegaba tan tarde a casa después de una noche en la que el alcohol me consumía de lleno. Ni rastro de ellas, me deshice de ellas poco a poco, consiguiendo así que la abstinencia y el mono por seguir bebiendo, la necesidad de llevarme el alcohol a mi garganta, se fueran perdiendo poco a poco. Tanto es así que ni para comer soy capaz de tomar una copa de vino porque no hay nada, así que ahora para beber algo me tengo que obligar a mi mismo a salir de casa, a tomar algo fuera. Y cuando lo hago me controlo, aparte de que pocas veces lo hago porque me mantengo todo el día encerrado en el taller reparando, arreglando y construyendo cosas, algo que agradezco porque sin duda está ayudando a mejorar en todo. En mi día a día y en mi salud. Pero claro, termino completamente reventado.
Y los años se notan, aunque no es que sea la persona más vieja del mundo.
Apenas paso tiempo mirando el televisor que tengo en el garaje porque apenas he visto a Ben más que de soslayo y es una completa tontería ver el entretenimiento al que nos tienen sometidos con esos juegos, los detesto y los seguiré detestando. Siempre. Tampoco puedo llamarlo por teléfono porque hasta donde se en aquel centro no tienen nada de eso, por lo que no puedo poner en práctica y ser consciente de si soy o no capaz de hacer todo lo que la psicóloga quiere que haga. Que tome constancia en el día a día de mi hijo, que lo llame a menudo para hacerle ver que me preocupo por él por mucha distancia que hay entre ambos. De hecho conseguí hacerme con el dibujo que Yvonne me enseñó el primer día y que él había dibujo, y lo tengo en el refrigerador de casa medio doblado. Porque cada vez que yo voy dando un paso, me acerca más a mi hijo, y hace unos días que no estamos tan lejos como al principio por mucho que no haya hablado con él. Lo extraño.
Voy tan ensimismado en mis cosas, después de una nueva sesión de terapia que acaba de terminar, que apenas me doy cuenta de que voy tropezando con todo el mundo por la zona de las tiendas. El sol está casi poniéndose pero eso no quita que haga frío, sino todo lo contrario. Es un bochorno al que no estoy acostumbrado, en el cuatro es más agradable. El sudor se me pega al cuerpo y hace que tenga unas ganas tremendas de beber agua, por lo que me paro en uno de los puestos y le lanzo unas monedas por una botella de agua, sin exigir el cambio correspondiente, seguramente él lo necesite mejor que yo. La calle no está tan abarrotada de gente pero si hay movimiento, y lo que más me sorprende es que muchos hablan de lo mismo, de los juegos. Desenrosco el tapón de la botella con la izquierda y con la diestra me llevo el borde de la botella a los labios, bebiendo mientras cierro los ojos y siento que en vez de agua es alcohol, cosa que engaña a mi cerebro y me hace sonreír porque aunque no sabe, parece que mi cerebro ya asemeja todo a lo que yo quiera que se asemeje, y me siento completamente refrescado. Aún así la suerte no está de mi parte y justo tropiezo con unas cajas que hasta hacía una milésima de segundo no estaban en el medio de la calle y caigo, derramando todo el agua que había en la botella encima de una cabellera rubia que si no se pone como una furia seguro no le faltará tiempo.
Me quedo callado llevándome una mano a la cabeza donde me he dado el golpe con una de las otras cajas, refunfuñando por lo bajo y molesto porque no entiendo en qué va pensando la gente - Joder - no se a donde ha ido a parar la botella de agua pero lo que si se es que agua dentro de ella ya no hay, porque he puesto a la mujer completamente empapada - ¿Se puede saber por qué pones esas cajas así de imprevisto? ¿No ves que pasa gente? Ahora la culpa la tendré yo, por supuesto - resoplo sacando un pañuelo del bolsillo trasero de mi pantalón y tendiéndoselo para que al menos se seque un poco, pero no pido disculpas. ¿Es realmente mi culpa? Oh vamos.
Y los años se notan, aunque no es que sea la persona más vieja del mundo.
Apenas paso tiempo mirando el televisor que tengo en el garaje porque apenas he visto a Ben más que de soslayo y es una completa tontería ver el entretenimiento al que nos tienen sometidos con esos juegos, los detesto y los seguiré detestando. Siempre. Tampoco puedo llamarlo por teléfono porque hasta donde se en aquel centro no tienen nada de eso, por lo que no puedo poner en práctica y ser consciente de si soy o no capaz de hacer todo lo que la psicóloga quiere que haga. Que tome constancia en el día a día de mi hijo, que lo llame a menudo para hacerle ver que me preocupo por él por mucha distancia que hay entre ambos. De hecho conseguí hacerme con el dibujo que Yvonne me enseñó el primer día y que él había dibujo, y lo tengo en el refrigerador de casa medio doblado. Porque cada vez que yo voy dando un paso, me acerca más a mi hijo, y hace unos días que no estamos tan lejos como al principio por mucho que no haya hablado con él. Lo extraño.
Voy tan ensimismado en mis cosas, después de una nueva sesión de terapia que acaba de terminar, que apenas me doy cuenta de que voy tropezando con todo el mundo por la zona de las tiendas. El sol está casi poniéndose pero eso no quita que haga frío, sino todo lo contrario. Es un bochorno al que no estoy acostumbrado, en el cuatro es más agradable. El sudor se me pega al cuerpo y hace que tenga unas ganas tremendas de beber agua, por lo que me paro en uno de los puestos y le lanzo unas monedas por una botella de agua, sin exigir el cambio correspondiente, seguramente él lo necesite mejor que yo. La calle no está tan abarrotada de gente pero si hay movimiento, y lo que más me sorprende es que muchos hablan de lo mismo, de los juegos. Desenrosco el tapón de la botella con la izquierda y con la diestra me llevo el borde de la botella a los labios, bebiendo mientras cierro los ojos y siento que en vez de agua es alcohol, cosa que engaña a mi cerebro y me hace sonreír porque aunque no sabe, parece que mi cerebro ya asemeja todo a lo que yo quiera que se asemeje, y me siento completamente refrescado. Aún así la suerte no está de mi parte y justo tropiezo con unas cajas que hasta hacía una milésima de segundo no estaban en el medio de la calle y caigo, derramando todo el agua que había en la botella encima de una cabellera rubia que si no se pone como una furia seguro no le faltará tiempo.
Me quedo callado llevándome una mano a la cabeza donde me he dado el golpe con una de las otras cajas, refunfuñando por lo bajo y molesto porque no entiendo en qué va pensando la gente - Joder - no se a donde ha ido a parar la botella de agua pero lo que si se es que agua dentro de ella ya no hay, porque he puesto a la mujer completamente empapada - ¿Se puede saber por qué pones esas cajas así de imprevisto? ¿No ves que pasa gente? Ahora la culpa la tendré yo, por supuesto - resoplo sacando un pañuelo del bolsillo trasero de mi pantalón y tendiéndoselo para que al menos se seque un poco, pero no pido disculpas. ¿Es realmente mi culpa? Oh vamos.
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El comunicador sigue mudo, cosa que debería agradarme pero que lo único que consigue es que me ponga un poco más nerviosa cada día, como si la falta de noticias por parte de Echo significasen problemas en lugar de que las cosas estén saliendo bien. Luego de trabajar muchos años como agente del servicio especial, he aprendido a desconfiar de la paz y la tranquilidad, o al menos puedo llamarle así teniendo en cuenta de que mis problemas se han reducido a mantener a los niños entretenidos ahora que ya no tienen clases hasta que el ciclo vuelva a comenzar. Con los juegos en plena marcha, he pasado a dejar los televisores de casa apagados y a centrarme en el trabajo, atendiendo pacientes incluso a domicilio mientras Cale se ve obligado a echarle un ojo a su hermana, aunque estoy segura de que sus juegos con Ezrah lo entretiene lo suficiente como para tomar muy en serio esa parte de la tarea. Sea como sea, confío en ellos y sé que no les pasará nada malo. No puede ocurrir nada malo.
Meto una vez más el comunicador dentro del bolsillo y asomo la cabeza por la puerta del dormitorio de mi paciente, chequeando si se encuentra dormida. He cuidado de la señora Bucks los últimos años, ya que ella no tiene hijos y ha comenzado a padecer todos los males de una persona anciana que no tiene alguien que se haga cargo de ella. Está algo sorda y no ve del todo bien, además de que su movilidad se encuentra bastante reducida y necesita medicarse para que su memoria no falle, al menos no del todo. Cierro despacio, teniendo sumo cuidado para no hacer ningún sonido, y bajo las escaleras hasta llegar al perchero donde mi bolso cuelga en completa soledad. Chequeo que no me olvido de nada y salgo, entornando un poco los ojos ante el insistente sol del verano que me quema el cuero cabelludo y rápidamente hace que comience a picarme la piel de la nariz. Me hago pantalla con la mano, comenzando a andar calle abajo a paso apretado porque, para ser sincera, lo único que deseo ahora mismo es llegar a mi casa para disfrutar de un vaso de jugo helado y poder refugiarme frente al frescor del ventilador, pero para mi disgusto todavía me queda la tarea de ir en busca de algunas cajas de medicamentos que necesito para suplir aquellos que he gastado en las últimas semanas y que necesito con urgencia.
No me demoro demasiado a llegar a la bodega que provee las medicinas para los hospitales y el encargado, quien ya me conoce, comienza con una larga charla sobre los últimos eventos recientes que tan poco me interesa comentar mientras me ayuda a llevar las cajas necesarias al exterior, apilándolas en un rincón de la vereda con la esperanza de que la gente que va y viene no se las lleve por delante. Estoy sosteniendo la última y despidiéndome del encargado mientras me pregunto cómo se supone que llevaré todo a casa, cuando para variar escucho el obvio sonido a mis espaldas de que alguien ha chocado con todo el material de mi trabajo. Estoy por voltearme cuando siento el frescor helado y el impacto del agua que me salpica de pies a cabeza, haciendo que ahogue un grito dando un salto para atrás y frunciendo el rostro por completo sin que suelte la caja, cuyo contenido produce el clásico ruido de los materiales al ser sacudidos. Parpadeo un par de veces, sintiendo las gotas resbalar por ni nariz y mi corazón atorado en mi garganta, cuando localizo la figura del hombre que se levanta entre quejas y resoplidos. Me cuesta reaccionar y abro y cierro la boca varias veces, hasta que me tiende el pañuelo y eso sirve como pie para que las palabras se me escapen solas – Esto es una bodega, por si no lo notaste. Si no sabes mirar por dónde andas, no es mi problema – respondo de mal modo, colocando la caja en el suelo para poder tirar del pañuelo que me tiende, al cual utilizo para secarme la cara. Sin siquiera mirarlo se lo devuelvo con algo de brusquedad, estampándoselo contra el pecho y escucho como el encargado me pregunta si necesito algo de ayuda, por lo que le dedico una sonrisa algo forzada – está todo bien, Harold, no te preocupes. Vuelve al trabajo – digo secamente. Él asiente y se marcha, por lo que me encuentro totalmente libre para comenzar a levantar las cajas y vuelvo a apilarlas una sobre la otra, abriendo algunas para comprobar si los materiales más frágiles no se han estropeado – tienes suerte de que no se rompió nada, porque de lo contrario te haría pagar hasta el mínimo centavo – reprocho, colocando la última en su sitio e incorporándome del todo para poder mirarlo mejor. No le conozco, aunque su rostro me parece ligeramente familiar, a pesar de que no tengo idea de dónde. Cuando miro sus ojos sé que parece perdido, y no hablo precisamente de que no sabe ubicarse en el mapa, sino que conozco esa mirada. Una vacía y apagada y cargada de gris. La he visto en muchas personas, incluyéndome - ¿estás bien? – pregunto por mera cortesía. De todas formas, estas cajas dudo que le hayan roto alguna costilla.
Meto una vez más el comunicador dentro del bolsillo y asomo la cabeza por la puerta del dormitorio de mi paciente, chequeando si se encuentra dormida. He cuidado de la señora Bucks los últimos años, ya que ella no tiene hijos y ha comenzado a padecer todos los males de una persona anciana que no tiene alguien que se haga cargo de ella. Está algo sorda y no ve del todo bien, además de que su movilidad se encuentra bastante reducida y necesita medicarse para que su memoria no falle, al menos no del todo. Cierro despacio, teniendo sumo cuidado para no hacer ningún sonido, y bajo las escaleras hasta llegar al perchero donde mi bolso cuelga en completa soledad. Chequeo que no me olvido de nada y salgo, entornando un poco los ojos ante el insistente sol del verano que me quema el cuero cabelludo y rápidamente hace que comience a picarme la piel de la nariz. Me hago pantalla con la mano, comenzando a andar calle abajo a paso apretado porque, para ser sincera, lo único que deseo ahora mismo es llegar a mi casa para disfrutar de un vaso de jugo helado y poder refugiarme frente al frescor del ventilador, pero para mi disgusto todavía me queda la tarea de ir en busca de algunas cajas de medicamentos que necesito para suplir aquellos que he gastado en las últimas semanas y que necesito con urgencia.
No me demoro demasiado a llegar a la bodega que provee las medicinas para los hospitales y el encargado, quien ya me conoce, comienza con una larga charla sobre los últimos eventos recientes que tan poco me interesa comentar mientras me ayuda a llevar las cajas necesarias al exterior, apilándolas en un rincón de la vereda con la esperanza de que la gente que va y viene no se las lleve por delante. Estoy sosteniendo la última y despidiéndome del encargado mientras me pregunto cómo se supone que llevaré todo a casa, cuando para variar escucho el obvio sonido a mis espaldas de que alguien ha chocado con todo el material de mi trabajo. Estoy por voltearme cuando siento el frescor helado y el impacto del agua que me salpica de pies a cabeza, haciendo que ahogue un grito dando un salto para atrás y frunciendo el rostro por completo sin que suelte la caja, cuyo contenido produce el clásico ruido de los materiales al ser sacudidos. Parpadeo un par de veces, sintiendo las gotas resbalar por ni nariz y mi corazón atorado en mi garganta, cuando localizo la figura del hombre que se levanta entre quejas y resoplidos. Me cuesta reaccionar y abro y cierro la boca varias veces, hasta que me tiende el pañuelo y eso sirve como pie para que las palabras se me escapen solas – Esto es una bodega, por si no lo notaste. Si no sabes mirar por dónde andas, no es mi problema – respondo de mal modo, colocando la caja en el suelo para poder tirar del pañuelo que me tiende, al cual utilizo para secarme la cara. Sin siquiera mirarlo se lo devuelvo con algo de brusquedad, estampándoselo contra el pecho y escucho como el encargado me pregunta si necesito algo de ayuda, por lo que le dedico una sonrisa algo forzada – está todo bien, Harold, no te preocupes. Vuelve al trabajo – digo secamente. Él asiente y se marcha, por lo que me encuentro totalmente libre para comenzar a levantar las cajas y vuelvo a apilarlas una sobre la otra, abriendo algunas para comprobar si los materiales más frágiles no se han estropeado – tienes suerte de que no se rompió nada, porque de lo contrario te haría pagar hasta el mínimo centavo – reprocho, colocando la última en su sitio e incorporándome del todo para poder mirarlo mejor. No le conozco, aunque su rostro me parece ligeramente familiar, a pesar de que no tengo idea de dónde. Cuando miro sus ojos sé que parece perdido, y no hablo precisamente de que no sabe ubicarse en el mapa, sino que conozco esa mirada. Una vacía y apagada y cargada de gris. La he visto en muchas personas, incluyéndome - ¿estás bien? – pregunto por mera cortesía. De todas formas, estas cajas dudo que le hayan roto alguna costilla.
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Me parece genial que se enfade o al menos se moleste porque ha acabado completamente cubierta de agua, pero lo que no me parece normal es que encima trate de excusarse de la forma en lo que lo hace. Miro hacia donde se supone que está la bodega y asiento con el ceño completamente fruncido mientras el Sol sigue haciendo de las suyas por calentar más la situación y ella acepta de mala gana el pañuelo que le tiendo, lo que hace que aparte la mano casi de inmediato por si se atreve a morderla o algo por el estilo. Qué humos que se trae - Eso es una bodega - le digo señalando al edificio del cuál siguen saliendo varias cajas más que ella parece haber ido a comprar, cubiertas por precintos de diferentes grosores y etiquetas que no reconozco más que de medicamentos quizás, algo relacionado con hospitales. Recalco el "eso" porque el edificio donde ella estaba es la bodega - Esto que ves a tu alrededor y donde están todas tus cajas apiladas es la calle, por donde pasan al día más gente de la que tú y yo en nuestra vida lleguemos a conocer - no me mira ni nada pues parece realmente tocada por la situación, así que me cruzo de brazos el tiempo justo de recibir de vuelta el pañuelo de un modo más brusco quizás que con el que se lo ofrecí antes. Retrocedo varios pasos por la inercia del impulso que ha lanzado sobre mi pecho con la intención precisamente de hacer que me sienta mal supongo, pero no se pasa por mi cabeza ni por un instante que yo haya hecho mal, hasta donde se yo sólo caminaba por la calle, al igual que otras personas, con la mala suerte de que ella ha ido a toparse conmigo que no iba prestando atención a lo que hacía.
Despacha al tipo que estaba sacando las cajas y yo me lo quedo mirando por un momento hasta que se marcha, tratando de no prestarle atención a la chica y casi dispuesto a ponerme a andar y seguir mi camino antes de que las cosas se pongan más feas, pero ella se empeña en seguir mareando la perdiz. Echo la cabeza hacia delante como si me interesara lo que está hablando hasta que agito la cabeza hacia arriba y abajo, en un claro gesto de asentimiento como si le estuviera dando la razón como a los locos, a fin de cuentas así se terminan las discusiones más fácilmente - Por supuesto, por supuesto, está claro que si el problema viene de tu parte el que tiene que pagar soy yo, eso está más que claro - ruedo los ojos negando levemente, a veces no me gusta tratar con las personas simplemente porque cansan como comienzan a hablar. Sin embargo ella está haciendo que me empiece a entrar la culpa y cuando me pregunta si estoy bien suspiro, asintiendo - Podría haber sido peor, al menos ambos nos hemos refrescado, ¿no? Yo bebiendo agua y tú echándotela por encima - hago un ademán de volver a irme y doy un paso hacia delante, llevándome una mano a la nuca donde me he dado el golpe y me doy media vuelta nuevamente para alzar varias cajas en peso - Bah, deja al menos que te ayude, así zanjamos el asunto - quizás no necesite la ayuda pero yo ya he cogido las cajas y espero con impaciencia sus indicaciones.
Debe de sentirse tan rara como yo. Un desconocido le tira agua, ella le echa las culpas de todo y por si fuera poco finalmente todo acaba con la ayuda del desconocido al que le ha echado las culpas. Ambos tenemos culpa, todo hay que decirlo - No iba pensando en donde miraba, me despisté por un momento mientras veía agua, eso es todo - le digo por si eso sirve para explicarle el por qué de que tropezara con sus cajas. De hecho la gente nos mira alrededor como si estuviéramos montando un espectáculo y es algo que no me gusta, llamar la atención. Antes quizás no me importaba pues todo iba bien. Una familia que se quería, completamente unida y desinteresada, una familia normal y corriente. Pero ahora que todos saben lo que pasa, lo que menos me gusta es que se me queden mirando porque la mayor parte de las miradas son de pena y lástima, como si se compadecieran. Además de que no es raro verme andar borracho por las calles del cuatro, cosa que agrava mucho más la situación de que me miren como si fuera un completo desalmado que lo ha perdido todo y se lamenta por todas las esquinas. Lamentable. Al menos esto no es el cuatro, siempre me olvido que estamos en el tres - Bueno, ¿nos movemos o me vas a tener todo el día aquí como castigo? Esto pesa - no tanto, pero se ve la impaciencia en mi cara. Cuanto antes salga de esto antes volveré a casa.
Despacha al tipo que estaba sacando las cajas y yo me lo quedo mirando por un momento hasta que se marcha, tratando de no prestarle atención a la chica y casi dispuesto a ponerme a andar y seguir mi camino antes de que las cosas se pongan más feas, pero ella se empeña en seguir mareando la perdiz. Echo la cabeza hacia delante como si me interesara lo que está hablando hasta que agito la cabeza hacia arriba y abajo, en un claro gesto de asentimiento como si le estuviera dando la razón como a los locos, a fin de cuentas así se terminan las discusiones más fácilmente - Por supuesto, por supuesto, está claro que si el problema viene de tu parte el que tiene que pagar soy yo, eso está más que claro - ruedo los ojos negando levemente, a veces no me gusta tratar con las personas simplemente porque cansan como comienzan a hablar. Sin embargo ella está haciendo que me empiece a entrar la culpa y cuando me pregunta si estoy bien suspiro, asintiendo - Podría haber sido peor, al menos ambos nos hemos refrescado, ¿no? Yo bebiendo agua y tú echándotela por encima - hago un ademán de volver a irme y doy un paso hacia delante, llevándome una mano a la nuca donde me he dado el golpe y me doy media vuelta nuevamente para alzar varias cajas en peso - Bah, deja al menos que te ayude, así zanjamos el asunto - quizás no necesite la ayuda pero yo ya he cogido las cajas y espero con impaciencia sus indicaciones.
Debe de sentirse tan rara como yo. Un desconocido le tira agua, ella le echa las culpas de todo y por si fuera poco finalmente todo acaba con la ayuda del desconocido al que le ha echado las culpas. Ambos tenemos culpa, todo hay que decirlo - No iba pensando en donde miraba, me despisté por un momento mientras veía agua, eso es todo - le digo por si eso sirve para explicarle el por qué de que tropezara con sus cajas. De hecho la gente nos mira alrededor como si estuviéramos montando un espectáculo y es algo que no me gusta, llamar la atención. Antes quizás no me importaba pues todo iba bien. Una familia que se quería, completamente unida y desinteresada, una familia normal y corriente. Pero ahora que todos saben lo que pasa, lo que menos me gusta es que se me queden mirando porque la mayor parte de las miradas son de pena y lástima, como si se compadecieran. Además de que no es raro verme andar borracho por las calles del cuatro, cosa que agrava mucho más la situación de que me miren como si fuera un completo desalmado que lo ha perdido todo y se lamenta por todas las esquinas. Lamentable. Al menos esto no es el cuatro, siempre me olvido que estamos en el tres - Bueno, ¿nos movemos o me vas a tener todo el día aquí como castigo? Esto pesa - no tanto, pero se ve la impaciencia en mi cara. Cuanto antes salga de esto antes volveré a casa.
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Mi madre me ha enseñado cuando todavía era una niña a ignorar a las personas que dicen estupideces, ya que gastarás tiempo y energía en discutir algo que ambos saben que lucharán por tener la razón. Por eso mismo me limito a hacerle una mueca malhumorada ante su observación, sin intenciones de estirar mucho más el asunto - no me digas - respondo con sarcasmo - juro que no me había dado cuenta dónde estaba parada - el tono de mi voz le pone un punto y final al asunto, o al menos eso intento, pero él parece tratarme de loca y eso consigue que me muerda la lengua unas cuantas veces para masticar unos cuantos comentarios que acabarían dándole un toque amargo al final de la jornada. Encojo mis hombros un momento como quien no quiere la cosa y tomo algunas de las cajas con cuidado, dispuesta a comenzar con mi viajecito y marcharme de aquí - si hubiese querido refrescarme, hubiese esperado a tomarme una ducha y... ¿qué haces? - lo veo tomando las cajas restantes, ofreciendo su ayuda y mi primer impulso es chillarle que deje todo donde estaba, pero me resigno y asiento con la cabeza, haciendo un enorme esfuerzo por no poner los ojos en blanco. Al menos puede hacerme el trabajo más sencillo.
Soplo un poco hacia arriba, quitándome un mechón mojado de los ojos mientras paso el peso de un brazo al otro para que no me fastidie al momento de caminar - Vale, vale, de acuerdo. Y yo te prometo que la próxima vez pondré un cartel luminoso... ¿qué clase de persona se distrae tanto bebiendo agua? - le comento de manera socarrona, aunque mi intención inicial era hacer la paces de un modo algo bromista a pesar del mal humor. Chasco la lengua cuando insiste y yo parpadeo, recordando que debo ir a la cabeza, de modo que le hago un gesto para que comience a seguirme - no tienes por qué hacer esto, lo sabes, ¿verdad? - digo, comenzando a andar entre el gentío que va y viene. Chequeo de vez en cuando sobre mi hombro para asegurarme que me sigue de cerca, porque nunca se es demasiado cuidadosa con los desconocidos, en especial con aquellos que cargan con algo tan valioso y caro como son mis materiales de trabajo - ten cuidado con las cajas de arriba de todo, algunas tienen jeringas y otras, algunos frascos de vidrio - le aconsejo, elevando mi voz para que pueda escucharme. Lo único que me falta es que acabe con todo desparramado y destruido por el suelo.
No tardamos demasiado en llegar a la puerta de mi casa, una vivienda pequeña pero bastante pulcra y aceptable que se encuentra a pocas cuadras de la zona más cargadas de comercios del distrito, cosa que siempre me ha venido cómodo debido a los niños. Cargo el peso de mis cajas en un brazo, ayudándome con el mentón para que no caigan, y así puedo buscar las llaves en el bolso, que no tardan en aparecer con su clásico tintineo. Abro y apoyo el costado de mi cuerpo para empujar la puerta, aunque me demoro un momento mirando al desconocido, sin saber si debo dejarlo pasar o no. Desde aquí puedo escuchar a los niños jugando en el jardín trasero, pero nunca me ha gustado tener a extraños rondando cerca de ellos. Le lanzo una mirada evaluadora y decido hacerle espacio para que pase, agradeciendo de inmediato el cambio de temperatura del exterior con el interior de la sala - deja las cosas junto a la puerta, yo me encargo desde aquí - pido en un tono mucho más amable, dejando las mías justo al costado de la escalera. Me froto los brazos y lo observo un momento y creo escuchar como Ava se ríe desde afuera y Cale dice algo, pero no logro saber qué - Esto... gracias - digo finalmente, frotando mis manos - ¿Quieres un vaso de agua? Como al parecer es mi culpa que se te haya echado toda a perder... - en principio dejo sacar mi lado malhumorado de nuevo, pero luego me permito sonreír de modo burlón, dejando todo en una simple broma. Al menos no he tenido que hacer más de un viaje a a bodega, todo tiene su lado bueno.
Soplo un poco hacia arriba, quitándome un mechón mojado de los ojos mientras paso el peso de un brazo al otro para que no me fastidie al momento de caminar - Vale, vale, de acuerdo. Y yo te prometo que la próxima vez pondré un cartel luminoso... ¿qué clase de persona se distrae tanto bebiendo agua? - le comento de manera socarrona, aunque mi intención inicial era hacer la paces de un modo algo bromista a pesar del mal humor. Chasco la lengua cuando insiste y yo parpadeo, recordando que debo ir a la cabeza, de modo que le hago un gesto para que comience a seguirme - no tienes por qué hacer esto, lo sabes, ¿verdad? - digo, comenzando a andar entre el gentío que va y viene. Chequeo de vez en cuando sobre mi hombro para asegurarme que me sigue de cerca, porque nunca se es demasiado cuidadosa con los desconocidos, en especial con aquellos que cargan con algo tan valioso y caro como son mis materiales de trabajo - ten cuidado con las cajas de arriba de todo, algunas tienen jeringas y otras, algunos frascos de vidrio - le aconsejo, elevando mi voz para que pueda escucharme. Lo único que me falta es que acabe con todo desparramado y destruido por el suelo.
No tardamos demasiado en llegar a la puerta de mi casa, una vivienda pequeña pero bastante pulcra y aceptable que se encuentra a pocas cuadras de la zona más cargadas de comercios del distrito, cosa que siempre me ha venido cómodo debido a los niños. Cargo el peso de mis cajas en un brazo, ayudándome con el mentón para que no caigan, y así puedo buscar las llaves en el bolso, que no tardan en aparecer con su clásico tintineo. Abro y apoyo el costado de mi cuerpo para empujar la puerta, aunque me demoro un momento mirando al desconocido, sin saber si debo dejarlo pasar o no. Desde aquí puedo escuchar a los niños jugando en el jardín trasero, pero nunca me ha gustado tener a extraños rondando cerca de ellos. Le lanzo una mirada evaluadora y decido hacerle espacio para que pase, agradeciendo de inmediato el cambio de temperatura del exterior con el interior de la sala - deja las cosas junto a la puerta, yo me encargo desde aquí - pido en un tono mucho más amable, dejando las mías justo al costado de la escalera. Me froto los brazos y lo observo un momento y creo escuchar como Ava se ríe desde afuera y Cale dice algo, pero no logro saber qué - Esto... gracias - digo finalmente, frotando mis manos - ¿Quieres un vaso de agua? Como al parecer es mi culpa que se te haya echado toda a perder... - en principio dejo sacar mi lado malhumorado de nuevo, pero luego me permito sonreír de modo burlón, dejando todo en una simple broma. Al menos no he tenido que hacer más de un viaje a a bodega, todo tiene su lado bueno.
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El tema de quién ha tenido la culpa en todo esto ha sido zanjado como personas mayores y responsables, así como civilizadas, que somos. O eso quiero creer, porque las puyas bromistas y graciosas que salen de sus labios de vez en cuando no me molestan en lo más mínimo, más bien hasta agradezco que al menos tenga algo de humor. Todo el que a mi me falta ahora mismo porque no tengo la cabeza para pensar en nada que no sea lo que me concierne y que ahora mismo se encuentra en ese centro de entrenamiento donde crían a los críos para llevarlos al matadero. Una lástima.
No obstante me molesta que siga insistiendo y preguntando como alguien se despista tanto bebiendo agua, a lo que simplemente respondo mirándola de reojo cargando mi mirada de todo el odio que soy capaz porque no quiero tener que contarle nada sobre mis problemas personales a nadie que no conozca más de un encontronazo, y sigo mi camino, cargando con las cajas detrás de ellas y acomodándolas de vez en vez para que no se caigan, escuchando como resuena en el interior el sonido del cristal tintineando - Lo se, se que no tengo por qué hacerlo pero es lo menos que puedo hacer, así ambos estaremos en paz - aunque ella ha dejado muy claro que no pasaba nada finalmente. Siento el pañuelo empapado de agua que le tendí y el cuál está haciendo estragos en el bolsillo, consiguiendo que incluso se note como mi pantalón por esa zona está húmedo. Le resto importancia porque a lo tonto me estoy quedando atrás - Estoy seguro de que pagarías por ver como me caigo encima de las jeringas, se te ve en la cara - bromeo mientras ruedo los ojos, sonriendo apenas una milésima de segundo y parándome casi tropezando con ella justo cuando parece que hemos llegado a nuestro destino. Asomo mi cabeza por el lateral de las cajas para ver mejor qué es lo que tengo delante. Escucho los gritos a lo lejos de niños que parecen estar jugando o divirtiéndose en el interior, o en el exterior por la zona contraria si es que tienen jardín o algo parecido.
Ella se para dentro de la casa y yo me quedo fuera, completamente incómodo - Oh si claro, espe... - estoy por dejar las cajas fuera para que no se vea obligada a dejarme entrar a su casa, pues aún sigo siendo el desconocido que la ha empapado de agua, pero ella habla y me permite el paso, a lo que respondo con varios pasos titubeantes hasta que estoy dentro y dejo las cajas a un lateral de las escaleras que me señala, mientras se ofrece a traerme un vaso de agua - No te negaré el vaso de agua - me resulta un poco incómodo no haberme presentado, más que nada porque es extraño que parezca que estemos jugando a ver quién aguanta más sin decir el nombre del contrario - Y mi nombre es Elioh, Elioh Franco... llevo un taller en el distrito cuatro, no se si te suene y pasaba de visita por el tres, nada más - no tiene por qué saber qué asuntos me traen a este lugar.
Entre medias se siguen escuchando las voces de los niños al otro lado de la casa, y eso no me hace más que sonreír mientras me pongo a observar los cuadros que descansan en el hall de entrada, en el cuál se ven varias escenas cotidianas y alguna que otra foto de familia - Tienes dos, eh - la miro de reojo, mientras a mi mente se vienen miles de recuerdos. De entre todos como Ben y Mel se lo pasaban bien en el exterior jugando mientras yo me dedicaba a arreglar y a trabajar en el taller con Shamel y Mila ordenaba la casa y vigilaba a los pequeños de que no se alejaran de la casa - Son fotos muy bonitas - no se me ocurre nada más, siendo sincero. Y antes de que me invada la cosa de no poder responder a sus preguntas, que seguro las tiene, me mantengo callado descansando mi peso más en la pierna derecha que la izquierda y colocando mis manos dentro de los bolsillos, el cuál siento uno de ellos tan húmedo que saco el pañuelo y lo tiendo delante de ella - Y éste te lo puedes quedar - me encojo de hombros, no quiero tener que cargar con él todo el camino para que siga mojando el pantalón.
No obstante me molesta que siga insistiendo y preguntando como alguien se despista tanto bebiendo agua, a lo que simplemente respondo mirándola de reojo cargando mi mirada de todo el odio que soy capaz porque no quiero tener que contarle nada sobre mis problemas personales a nadie que no conozca más de un encontronazo, y sigo mi camino, cargando con las cajas detrás de ellas y acomodándolas de vez en vez para que no se caigan, escuchando como resuena en el interior el sonido del cristal tintineando - Lo se, se que no tengo por qué hacerlo pero es lo menos que puedo hacer, así ambos estaremos en paz - aunque ella ha dejado muy claro que no pasaba nada finalmente. Siento el pañuelo empapado de agua que le tendí y el cuál está haciendo estragos en el bolsillo, consiguiendo que incluso se note como mi pantalón por esa zona está húmedo. Le resto importancia porque a lo tonto me estoy quedando atrás - Estoy seguro de que pagarías por ver como me caigo encima de las jeringas, se te ve en la cara - bromeo mientras ruedo los ojos, sonriendo apenas una milésima de segundo y parándome casi tropezando con ella justo cuando parece que hemos llegado a nuestro destino. Asomo mi cabeza por el lateral de las cajas para ver mejor qué es lo que tengo delante. Escucho los gritos a lo lejos de niños que parecen estar jugando o divirtiéndose en el interior, o en el exterior por la zona contraria si es que tienen jardín o algo parecido.
Ella se para dentro de la casa y yo me quedo fuera, completamente incómodo - Oh si claro, espe... - estoy por dejar las cajas fuera para que no se vea obligada a dejarme entrar a su casa, pues aún sigo siendo el desconocido que la ha empapado de agua, pero ella habla y me permite el paso, a lo que respondo con varios pasos titubeantes hasta que estoy dentro y dejo las cajas a un lateral de las escaleras que me señala, mientras se ofrece a traerme un vaso de agua - No te negaré el vaso de agua - me resulta un poco incómodo no haberme presentado, más que nada porque es extraño que parezca que estemos jugando a ver quién aguanta más sin decir el nombre del contrario - Y mi nombre es Elioh, Elioh Franco... llevo un taller en el distrito cuatro, no se si te suene y pasaba de visita por el tres, nada más - no tiene por qué saber qué asuntos me traen a este lugar.
Entre medias se siguen escuchando las voces de los niños al otro lado de la casa, y eso no me hace más que sonreír mientras me pongo a observar los cuadros que descansan en el hall de entrada, en el cuál se ven varias escenas cotidianas y alguna que otra foto de familia - Tienes dos, eh - la miro de reojo, mientras a mi mente se vienen miles de recuerdos. De entre todos como Ben y Mel se lo pasaban bien en el exterior jugando mientras yo me dedicaba a arreglar y a trabajar en el taller con Shamel y Mila ordenaba la casa y vigilaba a los pequeños de que no se alejaran de la casa - Son fotos muy bonitas - no se me ocurre nada más, siendo sincero. Y antes de que me invada la cosa de no poder responder a sus preguntas, que seguro las tiene, me mantengo callado descansando mi peso más en la pierna derecha que la izquierda y colocando mis manos dentro de los bolsillos, el cuál siento uno de ellos tan húmedo que saco el pañuelo y lo tiendo delante de ella - Y éste te lo puedes quedar - me encojo de hombros, no quiero tener que cargar con él todo el camino para que siga mojando el pantalón.
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No acostumbro a recibir visitas porque nuestra vida en el distrito tres se basa en el perfil bajo y en los buenos modales, por lo que, aunque sé que mi casa siempre se encuentra limpia, no puedo dejar de ver por algunos momentos alrededor como si esperase que algo se saliese de lugar y transforme todo en un caos. De todas formas me hago de la atención para poder dedicarle una fugaz sonrisa y un asentimiento, haciendo un amague para marcharme en busca del vaso en el momento en el cual se presenta. Me freno un momento antes de salir, volviendo a analizarlo de pies a cabeza con los ojos hasta detenerme en los suyos - Sospechaba que no eras de aquí. Conozco demasiado a los del tres porque, como puedes ver... - señalo las cajas vagamente con la cabeza - soy enfermera a domicilio. Arleth - pongo una mano en mi pecho para indicarme a mí misma a modo clásico de presentación y vuelvo a darle la espalda, pasando a la cocina. Busco un vaso de vidrio limpio y busco agua fresca en la nevera, aprovechando esos segundos para asomarme por la ventana, desde donde puedo ver a los niños en el jardín. La cabeza rubia de Ava sobresale en exceso entre el verde y algunas quejas de Cale se escuchan como si estuviese dentro; no puedo evitarlo, porque sonrío de todas formas.
Regreso a la sala para encontrarme con Elioh inspeccionando las fotos que decoran algunos muebles y las paredes, por lo que asiento ante su comentario y le entrego el vaso sin borrar la sonrisa que se me ha pintado en la cocina - Ava, nueve - respondo, apoyando un dedo sobre el rostro de mi hija en una foto donde ambos salen abrazados frente a un árbol de navidad - y Cale, de catorce - mi dedo se desliza hasta mi hijo, hasta que dejo caer la mano sin despegar la mirada de la imagen. A veces me gustaría que las cosas pudiesen congelarse como en las fotografías. Que las cosas sean siempre un momento perfecto y feliz - Gracias. A veces ver las fotos me sorprenden. Estoy segura de que antes de que me de cuenta Cale será más alto que yo. Ya sabes, la edad - este año tuve el dilema de que todos sus pantalones parecían quedarle cortos y nada de lo que le compre le dura demasiado, así que se ha transformado en un gastadero de dinero. Y ni hablar de sus quejas, que suelen ser variadas, desde que yo no tengo ojo para comprar a que no puede quedarse quieto cuando quiero hacerle algún dobladillo.
Lo miro con cierto desconcierto cuando me ofrece el pañuelo y yo lo tomo entre las puntas de mis dedos, sin saber muy bien qué decir y notando que todavía sigue mojado, lo que tiene sentido porque de seguro se ha cansado de estar empapando su bolsillo - creí que la mujer era la que regalaba el pañuelo y no el hombre, pero bueno... - bromeo, haciendo referencia a las películas sobre aquellos tiempos donde el cortejo se llevaba a cabo por cosas como esas, aunque a mí siempre me parecieron historias algo ridículas. Doblo el pañuelo con cuidado y lo dejo sobre un mueble, justo allí donde el sol ingresa por la ventana y no tardará en secarse - ¿qué te trae al tres, Elioh, o es una simple visita? - pregunto de manera casual, sin siquiera mirarlo porque acomodo mejor el orden de algunos retratos - en tiempos como hoy es raro que la gente quiera alejarse mucho de su casa y creí que los viajes estaban un poco más complicados por la seguridad - parece que ahora es todo un dilema poder conseguir un viaje cuya excusa sea suficiente para los dirigentes, o eso es lo que he averiguado en los últimos días. Ladeo la cabeza para poder mirarlo - justamente, pensaba llevar a los niños al mar, allí en el cuatro. Vacaciones - todos nos merecemos un descanso. Tal vez él está buscando lo mismo aquí, aunque no comprendo qué tiene de atractivo nuestro distrito como para que alguien quiera disipar sus problemas en este lugar.
Regreso a la sala para encontrarme con Elioh inspeccionando las fotos que decoran algunos muebles y las paredes, por lo que asiento ante su comentario y le entrego el vaso sin borrar la sonrisa que se me ha pintado en la cocina - Ava, nueve - respondo, apoyando un dedo sobre el rostro de mi hija en una foto donde ambos salen abrazados frente a un árbol de navidad - y Cale, de catorce - mi dedo se desliza hasta mi hijo, hasta que dejo caer la mano sin despegar la mirada de la imagen. A veces me gustaría que las cosas pudiesen congelarse como en las fotografías. Que las cosas sean siempre un momento perfecto y feliz - Gracias. A veces ver las fotos me sorprenden. Estoy segura de que antes de que me de cuenta Cale será más alto que yo. Ya sabes, la edad - este año tuve el dilema de que todos sus pantalones parecían quedarle cortos y nada de lo que le compre le dura demasiado, así que se ha transformado en un gastadero de dinero. Y ni hablar de sus quejas, que suelen ser variadas, desde que yo no tengo ojo para comprar a que no puede quedarse quieto cuando quiero hacerle algún dobladillo.
Lo miro con cierto desconcierto cuando me ofrece el pañuelo y yo lo tomo entre las puntas de mis dedos, sin saber muy bien qué decir y notando que todavía sigue mojado, lo que tiene sentido porque de seguro se ha cansado de estar empapando su bolsillo - creí que la mujer era la que regalaba el pañuelo y no el hombre, pero bueno... - bromeo, haciendo referencia a las películas sobre aquellos tiempos donde el cortejo se llevaba a cabo por cosas como esas, aunque a mí siempre me parecieron historias algo ridículas. Doblo el pañuelo con cuidado y lo dejo sobre un mueble, justo allí donde el sol ingresa por la ventana y no tardará en secarse - ¿qué te trae al tres, Elioh, o es una simple visita? - pregunto de manera casual, sin siquiera mirarlo porque acomodo mejor el orden de algunos retratos - en tiempos como hoy es raro que la gente quiera alejarse mucho de su casa y creí que los viajes estaban un poco más complicados por la seguridad - parece que ahora es todo un dilema poder conseguir un viaje cuya excusa sea suficiente para los dirigentes, o eso es lo que he averiguado en los últimos días. Ladeo la cabeza para poder mirarlo - justamente, pensaba llevar a los niños al mar, allí en el cuatro. Vacaciones - todos nos merecemos un descanso. Tal vez él está buscando lo mismo aquí, aunque no comprendo qué tiene de atractivo nuestro distrito como para que alguien quiera disipar sus problemas en este lugar.
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Nunca hubiera imaginado que fuera enfermera. Quizás debería de habérmelo imaginado porque no todo el mundo carga cajas hasta su casa que contienen agujas y diferentes frascos donde deduzco que guardará todos los brebajes y cosas así que cualquiera pueda necesitar cuando no se encuentran demasiado bien, o incluso para guardar las vacunas y todas esas cosas. La miro de arriba a abajo y hago un gesto como si de escalofrío - No me gustan los doctores y esas cosas, demos gracias que tú al menos no estás metida en un hospital, sino que vas a domicilio - ruedo los ojos con una sonrisa, mientras va y vuelve con un vaso de agua en la mano y con una sonrisa en su rostro que contagiaría a cualquiera porque sobretodo lo que se ve es un deje de felicidad que no le puede quitar nadie, ni tan siquiera saber que las cosas en el exterior pintan cada vez más diferentes. Tiene el cariño de sus hijos, es feliz porque sabe que la quieren y ella los quiere igual o más que ellos, cosa que no me recuerda más que a Mila. Ella sonreía allá a dónde iba, pocas veces conseguías borrarle esa sonrisa de su cara, apenas se preocupaba por los malos momentos y los afrontaba con una cara optimista y llena de vitalidad, cosa que yo no he sabido hacer desde que decidió dejarme con Ben y Mel en la casa, solos, cuando decidió sin consultar a nadie que ya no quería seguir viviendo...
No obstante archivo la sonrisa de ella en mi mente que siempre que puedo acudo a ella en los momentos en los que menos ganas tengo de nada, y es la misma que veo reflejada en el rostro de Arleth, porque tiene a sus hijos. Quizás debería de aprender algo de ella y darme cuenta del todo de que yo todavía tengo a Ben, así como me dice la psicóloga cada vez que me ve en las terapias. Sigo con mis ojos su índice que señala quién es Ava y quién es Cale, y yo asiento. Casi podríamos decir que Cale es como Shamel, y Ava hace el papel de Benedict y Melanie en la familia de Arleth - Se les ve felices - asiento a sus palabras, cuanta razón tiene en cuanto a los estirones - Yo sin embargo no me puedo quejar, mi hijo pequeño parece que no quiera crecer más rápido de la cuenta y amortiza bastante bien la ropa que le compro, aunque ya espero a que me diga que no necesita que le acompañe - nada más de imaginarme la escena me entra la risa, porque no se como sería Ben en esa situación. Es como en las películas cuando la madre quiere ir a comprar la ropa interior y se lo comenta delante de todos sus amigos. De seguro él mostraría aires de orgulloso y diría que no necesita la ayuda de papá o de mamá para comprar esa cosa, que son más personales y que puede él sólo.
Miro el pañuelo encogido de hombros - Ey, a veces a que romper las tradiciones - y tampoco es que pueda decirse que por un pañuelo se vaya a morir alguien, o vayan a pensarse lo que quieran pensarse. La gente es muy hablada, siempre. Hago una pausa para darle otro trago al vaso de agua, en parte evitando la pregunta de que me trae al tres. No me siento cómodo, decir algo que quizás pueda hacerle pensar que estoy en su casa y que me ofrecí a llevar las cajas con malas intenciones, pues si le digo que tengo un problema con el alcohol no se lo va a tomar tan a la ligera, más teniendo en cuenta que sus hijos andan en casa. Yo actuaría de la misma forma - Necesitaba varias piezas que allá en el cuatro no se encuentran, para el taller. Ya sabes, reparar, construir, cualquier cosa que me pregunten - me invento la excusa más grande del mundo, pero a fin de cuentas estamos en el distrito de la tecnología, aquí hay de todo y ella que pueda saber si voy a construir una máquina o simplemente arreglar un motor - Igual no hay otra cosa que pueda hacer así que me entretengo en el taller, mi hijo pequeño no pasa mucho tiempo en casa - agacho la mirada dejando el vaso en uno de los laterales del mueble de entrada, que también está decorado con varios adornos y alguna que otra foto más, de pequeño tamaño, en la que se ven más y más escenas de la vida de la gente que vive aquí - Tienes suerte de tenerlos contigo tanto como quieres, y de seguro que lo pasarán bien en el cuatro, en estas fechas hay mucha actividad en la playa - el calor, el gentío, el lugar en el que se encuentra, todo quizás.
Me pica la curiosidad qué ve ella de complicado en el exterior ahora mismo. Para mi tan sólo es la seguridad de mi hijo que se mueve en un mundo en el que cualquier cosa puede pasar, más teniendo en cuenta que los vencedores de los juegos anteriores a los suyos murieron, ambos. ¿Cómo? Nadie lo sabe pues casi todo en la mediática es una hervidero de tapaderas para mostrar tan sólo los que les interesa - ¿Qué peligros ves? Digo, no se como estarán los demás distritos pero viajar del tres al cuatro aún sigue siendo tan tranquilo como viajar del cuatro al cinco, no te ponen pegas - al menos no de momento, quién sabe si compartir opiniones me abra más puertas y me haga saber que está pasando algo más. Lo que si se es que más allá del diez las cosas se tuercen continuamente, y de hecho nada sabe nada del once.
No obstante archivo la sonrisa de ella en mi mente que siempre que puedo acudo a ella en los momentos en los que menos ganas tengo de nada, y es la misma que veo reflejada en el rostro de Arleth, porque tiene a sus hijos. Quizás debería de aprender algo de ella y darme cuenta del todo de que yo todavía tengo a Ben, así como me dice la psicóloga cada vez que me ve en las terapias. Sigo con mis ojos su índice que señala quién es Ava y quién es Cale, y yo asiento. Casi podríamos decir que Cale es como Shamel, y Ava hace el papel de Benedict y Melanie en la familia de Arleth - Se les ve felices - asiento a sus palabras, cuanta razón tiene en cuanto a los estirones - Yo sin embargo no me puedo quejar, mi hijo pequeño parece que no quiera crecer más rápido de la cuenta y amortiza bastante bien la ropa que le compro, aunque ya espero a que me diga que no necesita que le acompañe - nada más de imaginarme la escena me entra la risa, porque no se como sería Ben en esa situación. Es como en las películas cuando la madre quiere ir a comprar la ropa interior y se lo comenta delante de todos sus amigos. De seguro él mostraría aires de orgulloso y diría que no necesita la ayuda de papá o de mamá para comprar esa cosa, que son más personales y que puede él sólo.
Miro el pañuelo encogido de hombros - Ey, a veces a que romper las tradiciones - y tampoco es que pueda decirse que por un pañuelo se vaya a morir alguien, o vayan a pensarse lo que quieran pensarse. La gente es muy hablada, siempre. Hago una pausa para darle otro trago al vaso de agua, en parte evitando la pregunta de que me trae al tres. No me siento cómodo, decir algo que quizás pueda hacerle pensar que estoy en su casa y que me ofrecí a llevar las cajas con malas intenciones, pues si le digo que tengo un problema con el alcohol no se lo va a tomar tan a la ligera, más teniendo en cuenta que sus hijos andan en casa. Yo actuaría de la misma forma - Necesitaba varias piezas que allá en el cuatro no se encuentran, para el taller. Ya sabes, reparar, construir, cualquier cosa que me pregunten - me invento la excusa más grande del mundo, pero a fin de cuentas estamos en el distrito de la tecnología, aquí hay de todo y ella que pueda saber si voy a construir una máquina o simplemente arreglar un motor - Igual no hay otra cosa que pueda hacer así que me entretengo en el taller, mi hijo pequeño no pasa mucho tiempo en casa - agacho la mirada dejando el vaso en uno de los laterales del mueble de entrada, que también está decorado con varios adornos y alguna que otra foto más, de pequeño tamaño, en la que se ven más y más escenas de la vida de la gente que vive aquí - Tienes suerte de tenerlos contigo tanto como quieres, y de seguro que lo pasarán bien en el cuatro, en estas fechas hay mucha actividad en la playa - el calor, el gentío, el lugar en el que se encuentra, todo quizás.
Me pica la curiosidad qué ve ella de complicado en el exterior ahora mismo. Para mi tan sólo es la seguridad de mi hijo que se mueve en un mundo en el que cualquier cosa puede pasar, más teniendo en cuenta que los vencedores de los juegos anteriores a los suyos murieron, ambos. ¿Cómo? Nadie lo sabe pues casi todo en la mediática es una hervidero de tapaderas para mostrar tan sólo los que les interesa - ¿Qué peligros ves? Digo, no se como estarán los demás distritos pero viajar del tres al cuatro aún sigue siendo tan tranquilo como viajar del cuatro al cinco, no te ponen pegas - al menos no de momento, quién sabe si compartir opiniones me abra más puertas y me haga saber que está pasando algo más. Lo que si se es que más allá del diez las cosas se tuercen continuamente, y de hecho nada sabe nada del once.
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Asiento. Sí, somos felices a nuestro modo, pero lo somos y eso es lo que importa al fin y al cabo. Sé que vivo con miedo, que las cosas nunca funcionaron como yo lo deseaba y a veces tengo pánico que los niños sufran las consecuencias de los actos que ha cometido su padre como he visto que les ha tocado a los tributos de este año. Pero también me doy cuenta de que no soy nada sin ellos, que sabemos divertirnos y mantenernos unidos. Que a pesar de los secretos, ellos son mi vida y que, pase lo que pase, nos tenemos los unos a los otros. Y así somos felices – oh, tienes niños – comento, sin poder ocultar la sorpresa. Aunque solamente me ha hablado de uno, doy por hecho que tiene más ya que lo ha calificado como “pequeño” y un padre solamente dice esas cosas cuando necesita diferenciar al mayor del menor – ya vendrá a quejarse, créeme. Llega una edad donde se creen completamente autosuficientes antes de darse cuenta de que tendrán que venir corriendo para encontrar la solución a un juego de puzzle – los hijos siempre serán hijos y uno siempre será padre o madre.
Hago un gesto bromista de “sobre eso estoy hablando” ante su comentario del pañuelo y me apoyo contra el mueble, cruzándome de brazos para escuchar su explicación de sus motivos para visitar al tres. Muevo la cabeza, asintiendo una y otra vez por mera inercia, y paso mi mano por mi mentón, golpeteándolo – no tienen muchas cosas de ese estilo en el cuatro, ¿verdad? – pregunto – Mucho pescado… - arrugo la nariz, reprimiendo una risita, como si la idea del olor a pez muerto me diese asco aunque la verdad es que nunca le presté mucha importancia. Pienso en preguntarle si envía a su hijo a una escuela de doble turno gracias a su comentario, pero lo que dice después me deja con los labios sellados. Casi suena a que él no puede disfrutar de las pequeñas cosas que yo sí tengo permitidas y me late a que debe ser un tema familiar demasiado privado como para ponerme a hurgar en ello, así que simplemente me centro en la parte final de su comentario – no conocen el mar. Creí que era hora de un poco de cambio de aires – hago un gesto con la mano para abarcar el ambiente de alguna forma pequeña para expresarme. Me muerdo los labios y me despego del mueble para asomarme por la cocina, chequeando que los niños sigan centrados en sus juegos antes de decidirme a responder.
- La gente actúa extraña y, si ves la televisión, es obvio que intentan mantener el control. Parecen más “cuidadosos” – remarco las comillas con mis dedos en el aire – por algo las cosechas cambiaron este verano. Ya no sé que pensar… - me encojo de hombros porque quiero dejar el tema de lado. Nunca se es demasiado cuidadoso al momento de hablar de estas cosas, en especial con desconocidos que no sabes qué pueden decir de ti. Puedes estar hablando con un pariente de un agente que acabe jodiéndote la vida o algo así. Le lanzo una mirada al vaso - ¿quieres más? ¿O alguna otra cosa? ¿O… ?- lo miro directo a los ojos y me quedo callada, porque entonces recuerdo porque me resulta familiar. Lo he visto una vez, cuando hicieron las biografías de los últimos vencedores en la televisión con motivo de su coronación – Tú eres… olvídalo – prefiero no recordarle que es el padre de una niña muerta. Tampoco quiero recordarle que es padre de un niño a quien ya no puede ver cuando quiere. Incluso me siento culpable de mis palabras y tengo el impulso de guardar todas las fotografías. Yo no estoy segura de poder seguir adelante si estuviese en su lugar.
Hago un gesto bromista de “sobre eso estoy hablando” ante su comentario del pañuelo y me apoyo contra el mueble, cruzándome de brazos para escuchar su explicación de sus motivos para visitar al tres. Muevo la cabeza, asintiendo una y otra vez por mera inercia, y paso mi mano por mi mentón, golpeteándolo – no tienen muchas cosas de ese estilo en el cuatro, ¿verdad? – pregunto – Mucho pescado… - arrugo la nariz, reprimiendo una risita, como si la idea del olor a pez muerto me diese asco aunque la verdad es que nunca le presté mucha importancia. Pienso en preguntarle si envía a su hijo a una escuela de doble turno gracias a su comentario, pero lo que dice después me deja con los labios sellados. Casi suena a que él no puede disfrutar de las pequeñas cosas que yo sí tengo permitidas y me late a que debe ser un tema familiar demasiado privado como para ponerme a hurgar en ello, así que simplemente me centro en la parte final de su comentario – no conocen el mar. Creí que era hora de un poco de cambio de aires – hago un gesto con la mano para abarcar el ambiente de alguna forma pequeña para expresarme. Me muerdo los labios y me despego del mueble para asomarme por la cocina, chequeando que los niños sigan centrados en sus juegos antes de decidirme a responder.
- La gente actúa extraña y, si ves la televisión, es obvio que intentan mantener el control. Parecen más “cuidadosos” – remarco las comillas con mis dedos en el aire – por algo las cosechas cambiaron este verano. Ya no sé que pensar… - me encojo de hombros porque quiero dejar el tema de lado. Nunca se es demasiado cuidadoso al momento de hablar de estas cosas, en especial con desconocidos que no sabes qué pueden decir de ti. Puedes estar hablando con un pariente de un agente que acabe jodiéndote la vida o algo así. Le lanzo una mirada al vaso - ¿quieres más? ¿O alguna otra cosa? ¿O… ?- lo miro directo a los ojos y me quedo callada, porque entonces recuerdo porque me resulta familiar. Lo he visto una vez, cuando hicieron las biografías de los últimos vencedores en la televisión con motivo de su coronación – Tú eres… olvídalo – prefiero no recordarle que es el padre de una niña muerta. Tampoco quiero recordarle que es padre de un niño a quien ya no puede ver cuando quiere. Incluso me siento culpable de mis palabras y tengo el impulso de guardar todas las fotografías. Yo no estoy segura de poder seguir adelante si estuviese en su lugar.
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Casi estoy por alzar una mano para cerrarle la boca cuando dice lo de que tengo niños. Los tengo, y ellos siguen estando en mi corazón sin dar pie a que pueda olvidarlos, pero no los tengo presentes a todos, tan sólo a uno - Se puede decir que si, aunque sólo me quede uno - me veo forzado a sonreír por si acaso se han visto claras mis intenciones de incluso apartarla a un lado por el mero hecho de atreverse siquiera a hacer algún comentario sobre ellos, pero no tiene culpa de haberse encontrado con un completo desconocido del que no sabe más que es propenso a perderse en sus pensamientos en medio de la calle y tropezar con cajas para luego terminar empapando a una mujer con el agua que bebía de la botella - Si viene a quejarse no tendrá las de ganar, eso tenlo seguro - bromeo haciendo un gesto con las manos para restarle importancia al asunto. Seguramente ganaría en sus réplicas y en sus caprichos, ya no soy capaz de negarle nada.
Ruedo los ojos posando mi vista en el vaso de agua, cogiéndolo y mostrándoselo - En el cuatro abres el grifo para beber agua y de seguro te encuentras que hay dos o tres peces nadando en el vaso - asiento como si estuviera completamente convencido, riendo y siguiéndole el juego de su broma sobre los pescados. Que en parte tiene razón, pero quizás hace tiempo que la gente no le da tanta importancia como debería, sobretodo por eso que ella dice. De hecho le estoy casi completamente agradecido que haya captado a la perfección el hecho de que sólo me queda un hijo, porque evita rápidamente comentar nada sobre ellos y se centra simplemente en una de las frases, en el final - Siempre podrás preguntar por los Franco cuando llegues, así tendrás guía turístico y todo - medio sonrío dejando el vaso de nuevo en el mueble y sintiendo como el pañuelo ya casi está seco gracias al Sol que entra por las ventanas y da directo. Ya no se me hace tan desagradable todo.
- Trato de evitar la televisión, aunque siempre suele estar encendida en el taller, para enterarme de... de lo que pasa - o de lo que pasa con Ben más bien, porque cada que nombran los juegos mi atención se fija directamente en la pantalla para ver si por un casual soy capaz, al menos, de vislumbrar su pelo entre tanta gente, o una cabecita que aparezca de repente con esa sonrisa que antes estaba más presente, pero que ahora desaparece tan rápidamente - Doy fe de ello... estuve presente porque mi hijo necesitaba todo el apoyo que pudiera tener, ¿sabes? No podía fallarle - me estoy metiendo sin querer en temas que no quiero tocar, entonces cuando ella parece por fin darse cuenta de realmente quién soy yo alzo una mano y pongo el índice delante de sus labios, sin llegar a tocarlos, para que no siga - Yo soy Elioh, mecánico del cuatro - ladeo la cabeza encogido de hombros y con una sonrisa en el rostro. Niego ante la oferta de más agua, porque de hecho se está haciendo tarde y ya debería de haber llegado a casa - De hecho creo que lo mejor será que me vaya, se va a hacer tarde y aún tengo trabajo que hacer - doy dos, tres, cuatro pasos hacia atrás y me quedo enfrente de la puerta, no es mi casa así que no seré yo quien abra la puerta, más cuando hasta hacía unos minutos no éramos más que dos completos desconocidos.
De lejos aún se escuchan los gritos de alegría de sus hijos - No sabes cuánto me alegra saber que hay familias que todavía disfrutan sus días - es la pura verdad. Con todo esto de las cosechas, con todo esto que está pasando, lo que menos te imaginas es que aún haya alguien que sea feliz. Y eso es imperdonable, porque todos deberíamos ser capaces de serlo.
Ruedo los ojos posando mi vista en el vaso de agua, cogiéndolo y mostrándoselo - En el cuatro abres el grifo para beber agua y de seguro te encuentras que hay dos o tres peces nadando en el vaso - asiento como si estuviera completamente convencido, riendo y siguiéndole el juego de su broma sobre los pescados. Que en parte tiene razón, pero quizás hace tiempo que la gente no le da tanta importancia como debería, sobretodo por eso que ella dice. De hecho le estoy casi completamente agradecido que haya captado a la perfección el hecho de que sólo me queda un hijo, porque evita rápidamente comentar nada sobre ellos y se centra simplemente en una de las frases, en el final - Siempre podrás preguntar por los Franco cuando llegues, así tendrás guía turístico y todo - medio sonrío dejando el vaso de nuevo en el mueble y sintiendo como el pañuelo ya casi está seco gracias al Sol que entra por las ventanas y da directo. Ya no se me hace tan desagradable todo.
- Trato de evitar la televisión, aunque siempre suele estar encendida en el taller, para enterarme de... de lo que pasa - o de lo que pasa con Ben más bien, porque cada que nombran los juegos mi atención se fija directamente en la pantalla para ver si por un casual soy capaz, al menos, de vislumbrar su pelo entre tanta gente, o una cabecita que aparezca de repente con esa sonrisa que antes estaba más presente, pero que ahora desaparece tan rápidamente - Doy fe de ello... estuve presente porque mi hijo necesitaba todo el apoyo que pudiera tener, ¿sabes? No podía fallarle - me estoy metiendo sin querer en temas que no quiero tocar, entonces cuando ella parece por fin darse cuenta de realmente quién soy yo alzo una mano y pongo el índice delante de sus labios, sin llegar a tocarlos, para que no siga - Yo soy Elioh, mecánico del cuatro - ladeo la cabeza encogido de hombros y con una sonrisa en el rostro. Niego ante la oferta de más agua, porque de hecho se está haciendo tarde y ya debería de haber llegado a casa - De hecho creo que lo mejor será que me vaya, se va a hacer tarde y aún tengo trabajo que hacer - doy dos, tres, cuatro pasos hacia atrás y me quedo enfrente de la puerta, no es mi casa así que no seré yo quien abra la puerta, más cuando hasta hacía unos minutos no éramos más que dos completos desconocidos.
De lejos aún se escuchan los gritos de alegría de sus hijos - No sabes cuánto me alegra saber que hay familias que todavía disfrutan sus días - es la pura verdad. Con todo esto de las cosechas, con todo esto que está pasando, lo que menos te imaginas es que aún haya alguien que sea feliz. Y eso es imperdonable, porque todos deberíamos ser capaces de serlo.
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Lo anoto todo mentalmente; los Franco, taller... nunca viene mal tener a alguien en un distrito extraño que puede darte una mano. Repentinamente me siento una idiota por haber utilizado las palabras que no debía y siento el impulso de pedir cientos de disculpas que, probablemente, le caerán mal porque yo sé muy bien lo odioso que es que la gente te tenga compasión. Las pocas personas que tenían conocimiento de la vida privada de Iago, a la cual él siempre intentó mantener en perfil bajo, fueron básicamente insoportables cuando él falleció, tocando la puerta día y noche para repetir siempre las mismas palabras que llegaron a volverme loca. Lo único que buscaba era la soledad y la tranquilidad, no gente fastidiando mientras intentaba organizar todas mis ideas en la cabeza. Supongo que para él será algo similar, excepto porque la idea de enterrar a un hijo a mí me aterra por completo y él es quien tiene que ir sobrellevando el asunto - claro que no podías fallarle - le digo con dulzura, porque eso hacemos los padres. Bien o mal, uno siempre es el soporte que los hijos necesitan.
Me pongo algo bizca para enfocar mejor el dedo que levanta para silenciarme, aunque no tardo en desviar mi mirada hacia la suya y asiento con suavidad, porque tiene derecho a ser lo que quiera ser. Carraspeo y me acomodo el cabello con tal de mantener mis manos ocupadas en algo, antes de hacerme con el vaso que ha dejado y entonces observo el pañuelo - ¿estás seguro de que no quieres llevártelo? Creo que ya se ha secado lo suficiente... - apoyo los nudillos en la tela, que ha absorbido el calor, pero cuya humedad cada vez se nota menos. De todas formas él parece dispuesto a irse, así que suspiro y me acerco, abriendo la puerta y dejando que la temperatura insoportable del exterior vuelva a entrar. Le sonrío honestamente y apoyo mi mano que todavía no sostiene el brazo en su hombro, dándole un ligero apretón - mientras estemos vivos, siempre podremos disfrutar de nuestros días. Es solo cambiar el punto de vista - le aconsejo. Sé que no debe ser fácil, pero a veces es mejor cargarnos las cosas al hombro que dejarlas tiradas en el suelo.
Le suelto y miro hacia el interior, ya que puedo escuchar la vocecita de Ava llamándome desde la otra punta de la casa. Tuerzo un poco los labios de forma pensativa y golpeteo el vidrio del vaso, apoyándome en el marco de la puerta, antes de volver a mirarlo - Cuando quieras y estés en el tres buscando herramientas, puedes pasarte, ya sabes dónde vivo. No me gusta alardear pero la carne al horno me queda de maravilla ... y a veces está bueno salir de casa - siempre me dijeron que hay que ofrecer para recibir, y ayudar a las personas es, básicamente, mi trabajo - aunque no quiero agua volando por los aires, solamente pido eso.
Me pongo algo bizca para enfocar mejor el dedo que levanta para silenciarme, aunque no tardo en desviar mi mirada hacia la suya y asiento con suavidad, porque tiene derecho a ser lo que quiera ser. Carraspeo y me acomodo el cabello con tal de mantener mis manos ocupadas en algo, antes de hacerme con el vaso que ha dejado y entonces observo el pañuelo - ¿estás seguro de que no quieres llevártelo? Creo que ya se ha secado lo suficiente... - apoyo los nudillos en la tela, que ha absorbido el calor, pero cuya humedad cada vez se nota menos. De todas formas él parece dispuesto a irse, así que suspiro y me acerco, abriendo la puerta y dejando que la temperatura insoportable del exterior vuelva a entrar. Le sonrío honestamente y apoyo mi mano que todavía no sostiene el brazo en su hombro, dándole un ligero apretón - mientras estemos vivos, siempre podremos disfrutar de nuestros días. Es solo cambiar el punto de vista - le aconsejo. Sé que no debe ser fácil, pero a veces es mejor cargarnos las cosas al hombro que dejarlas tiradas en el suelo.
Le suelto y miro hacia el interior, ya que puedo escuchar la vocecita de Ava llamándome desde la otra punta de la casa. Tuerzo un poco los labios de forma pensativa y golpeteo el vidrio del vaso, apoyándome en el marco de la puerta, antes de volver a mirarlo - Cuando quieras y estés en el tres buscando herramientas, puedes pasarte, ya sabes dónde vivo. No me gusta alardear pero la carne al horno me queda de maravilla ... y a veces está bueno salir de casa - siempre me dijeron que hay que ofrecer para recibir, y ayudar a las personas es, básicamente, mi trabajo - aunque no quiero agua volando por los aires, solamente pido eso.
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