The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Arleth L. Ballard
Escucho la respiración suave de Ava mientras le quito suavemente los mechones rubios de su rostro cargado de paz, sin escuchar ni a un alma en las calles a estas horas de la noche. Acomodo mejor sus mantas y me ocupo de que quede lo suficientemente cubierta como para que tenga dulces sueños, acabando por regalarle un beso en la frente, que todavía conserva el perfume de la ducha de ésta tarde. Me tomo al menos un minuto en observarla mientras duerme, antes de hacerle una visita a Cale, quien ha quedado rendido en su cama con las extremidades fuera de los límites del colchón. No tardo demasiado en lograr acomodarlo como debería estar, porque es algo que llevo haciendo casi todas las noches desde el momento en el cual nació.  Entonces siento aquel extraño alivio, una ligera calma que solo se siente cuando sabes que tus hijos están a salvo en el calor de sus lechos.

Apenas se escucha el sonido de la puerta de la habitación cerrarse y gasto la siguiente media hora en aquellas tareas que me resultan demasiado naturales, como limpiar los platos y preparar café. La diferencia se encuentra en que nunca preparo para más de una taza, ni asomo la cabeza por la ventana cada dos minutos como si hubiesen transcurrido dos años y jamás golpeteo el mármol de la mesada de manera insistente. El silencio me pone histérica y los salones de mi casa me parecen mucho más enormes de lo que jamás fueron; tenemos una vida cómoda, con un hogar pulcro  y caprichos que podemos mantener gracias a un pasado que intentamos ocultar. Es la primera vez que me siento sucia debido a todo, después de tanto tiempo.

Escucho el chillar de una silla y doy un salto en mi sitio, volteándome con una mano en el pecho hasta que veo a Ziggy, el perro enorme de los niños que me mira como si pidiese una disculpa. Lanzo un bufido de desaprobación y tanteo en mis bolsillos, hasta sacar la caja de cigarros. A veces, no hay nada mejor que un poco de tabaco para acompañar las últimas horas del día. Puedo decir que estoy muy centrada en las figuras del humo que se pierden en el aire, cuando el golpeteo firme que creí nunca más volver a escuchar, se hace presente en mi puerta; creo que hay un cosquilleo fastidioso en mi nuca que pretendo ignorar, antes de que avance por la sala y abra la entrada. Y allí está él, como si no hubiese pasado ni un día, por lo que me apoyo en la portezuela como si dudase en dejarlo pasar incluso cuando yo fui la que la llamó en cuanto tuve oportunidad de hacerlo – creí que no vendrías, Echo – digo, haciendo a un lado el cigarro para dejar salir un poco más de humo – no cambiaste nada – hago una mueca que se puede tomar como una sonrisa irónica para luego abrir mejor la puerta. Hay cosas que no se pueden hablar al aire libre.
Arleth L. Ballard
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Echo R. Duane
A partir del día de la coronación las cosas se fueron de las manos, para nadie es desconocido que el gobierno pretende hacer todo lo que esté en su mano para cambiar las circunstancias y ponerlas a su favor, incluso cuando eso indica matar gente que no tiene nada que ver, pero cuya muerte lastima a quienes salen afectados por sentimientos emocionales conectados a la víctima. Es una estrategia inteligente si lo piensas bien, pero eso supone que ya no se puede seguir fingiendo que estamos haciendo lo correcto. No lo estamos haciendo, estamos en guerra, muchos ni siquiera entenderán porqué tiene que morir tanta gente solo para que demostremos que somos nosotros quienen tienen razón.

Pero al final se ha conseguido lo que se quiere, ese gran porcentaje indeciso y demasiado cobarde ha captado la indirecta y ahora se esconden en casa, sin abrir la puerta a los rebeldes, sin hablar del tema, obedeciendo diestramente a todos los designios del capitolio para no meterse en problemas. A la larga el capitolio se ha salido con la suya, y ¿no era eso lo que queríamos?. Apenas he parado para dormir unas cuantas horas entre el tiempo que tengo libre, pero el trabajo se acumula. Todas las personas que han sido acusadas de rebeldía están siendo juzgadas cruelmente y saliendo y entrando en alcatraz como si aquello fuese un pase. Muchos han perdido más que la dignidad en aquellos interrogatorios, y pronto empezarán a perder otra cosa.

Me sorprende bastante la carta de Arleth, pero llega en un buen momento, mientras estoy a solas en el despacho organizando papeleo, la parte más aburrida de mi nuevo trabajo. Cuando estaba en la cárcel no podía salir de allí, debía encargarme de los presos 24 horas al día y eso suponía tener que dormir allí, vivir allí, mear allí, comer allí; eso tenia sus ventajas y desventajas, el papeleo es una de las segundas. Viajo al distrito tres en un suspiro y cuando estoy frente a la puerta hago una mueca al oirla comentar sobre mi aspecto. - Tu sí has cambiado mucho, te has hecho más vieja. - Arrastro las palabras entrando a la casa en cuanto se quita de en medio y avanzando hacia la cocina sin esperarla mirando de forma muy fugaz y discreta escaleras arriba cuando paso por ellas.

Tomo asiento de una forma poco elegante en uno de los asientos y apoyo las manos en la nuca esperando a que Arleth recorra el mismo camino que yo tras cerrar la puerta y nos encontremos en la cocina. Chasco la lengua. - Ya sabes que no puedo resistirme a una nota tuya. - Bromeo, pateando una de las patas de las sillas para sacarla de su lugar como indicativo para que se siente ella también. - Qué quieres exactamente Arleth. Creía que no querías volver a saber nada de los agentes, de mi, o de cualquiera que tuviese que ver con... - Acabo la palabra con una mezcla diferente de sílabas que no significan nada, pero que se sobreentienden.
Echo R. Duane
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Arleth L. Ballard
Su comentario me entra por un oído y me sale por el otro, por lo que la media sonrisa jamás se borra de mi cara y niego brevemente con la cabeza sin poder creerme que esas palabras hayan salido de su boca - la vejez hace la experiencia - respondo, haciéndome a un lado y dejando que ingrese con total tranquilidad, casi como si conociese mi casa como la palma de su mano. Echo va directo hacia mi cocina y lo sigo de cerca, sin despegar la vista de su nuca hasta que se deja caer sobre una de las sillas con total y burda naturalidad; patea la que se encuentra frente a él y no puedo evitar fruncir los labios en un claro gesto de desaprobación, porque se supone que este es mi techo y yo debo ser la que da las órdenes. Pero no estoy para esas cosas.

- ¿Y quién dice que ahora sí quiero saber algo con todos ustedes? - contesto, metiéndome el cigarro entre los labios para tener las manos ocupadas - No te mandé esa nota por gusto, Echo. No es que quiera que tomemos un café cual buenos amigos y charlemos del pasado como si tuviésemos algo que decirnos - sirvo dos tazas de café, sabiendo que probablemente él no se beba el suyo, para después darme vuelta y dejar ambas sobre la mesa - ¿azúcar? - ofrezco, dejando el pequeño tarro de porcelana justo en el centro. Me siento en la silla que se tomó la molestia de apartar y me quito el cigarrillo de la boca, mirándolo un momento entre el humo - vi las noticias - digo simplemente. Creo que eso es suficiente.

Desde la coronación, se ha repetido una y otra vez como una especie de recordatorio el informe de las nuevas medidas de seguridad, además de los cambios que afectarán los juegos mágicos a partir de ahora. Todos se mantienen a raya y puedo darme cuenta de que se encuentran asustados, pero por lo menos yo opté por guardar las apariencias. Apago el cigarro contra la madera de la mesa y lo hago a un lado, acercando mi taza humeante y comenzando a vertir en ella algunas cucharadas de azúcar - Es mi hijo. Cale - confieso, sin siquiera mirarlo porque estoy muy entretenida en revolver. No quiero tampoco que note el cambio en mi expresión ni el ligero temblor de mi labio inferior - Cumplió catorce la semana pasada - una mirada significativa vuela hacia mi invitado, pintando en mis ojos mi gran temor - Es un buen niño. A veces suele enojarse y es muy reservado, pero dime un chico de su edad que no lo sea - un sorbo, un pequeño momento donde el calor de la bebida hace que me sienta mejor y entonces, miro un instante al techo, volviendo a caer en la realidad antes de clavar otra vez la mirada en Echo Duane - ¿Qué sucedería si todo lo que intenté borrar hace años, ahora sale a la luz? Deben estar como locos buscando información, culpables, contactos... el hijo de un vencedor asesinado por burlarse de los Black parece un buen candidato para tributo, ¿no lo crees? - sonrío en una mueca sombría, cerrando mis manos alrededor de mi café - después de todo, es un espectáculo lo que ellos quieren.
Arleth L. Ballard
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Echo R. Duane
Me río ligeramente ante su respuesta a mi insulto porque se me ocurre algo gracioso para decir pero decido callármelo. Creo que esas complicidades las teníamos hace tiempo, no ahora, cuando el mundo se nos ha venido encima y se ha partido en dos, llevándola a ella por un sitio y a mi por otro completamente distinto. Echo un vistazo a la cocina y eso es lo que me hace darme cuenta de que ha pasado de ser mi compañera de trabajo a una ama de casa que lava, limpia, ordena y decora. La sola idea mental acomoda una sonrisa en mis labios que simplemente parece una extensión de la primera que me ha sacado. - Solo me quieres por lo que sé o dejo de saber - Fijo estar decepcionado poniendo mi tobillo sobre la rodilla y jugando con la sal para tener algo en que posar mis ojos que no me recuerde que hay cosas de las cuales podría haberme librado si ella jamás se hubiese enamorado de aquel vencedor.

Hago una mueca ante lo del azúcar para descartarlo, dejando la sal en su lugar y dedicándome ahora al té. En cuanto menciona las noticias chasco la lengua. - Todo Neopanem las vio. Era la idea, acojonar a medio país - Tras aquello todo está como en pausa, nadie se atreve a salir de sus casas más de lo necesario, e incluso cuando pasas por delante de los suburbios que siempre han sido más escandalosos que la ciudad, notas el silencio. Algo está pasando tal vez, nadie planea asesinatos en voz alta, o tal vez sea lo que James quería; acojonar al mundo, ponerlo en modo pasivo, para que de ésta forma se limitase a levantar un dedo para aplastar a las cucarachas que quedan todavía en movimiento.

Doy un sorbo al té asintiendo de forma ligera cuando habla de su hijo con un tono de madre devota que es imposible para mi pasar desapercibido, y también para ella guardarlo. - Es probable que acaben matándolo. Últimamente no están demasiado condescendientes con lo que a los quebrantamientos se refiere. - Su historia quizá ha sido olvidada, pero si sale a la luz se pondrán sobre los hombros de un niño de catorce años los crímenes cometidos por sus padres. Suelto un suspiro con algo de amargura dejando resbalar mi cuerpo en el asiento para quedar de una forma ligeramente más cómoda pero visualmente no. - Los ojos del capitolio están centrados en los rebeldes, o en cualquiera que haya tenido contacto con ellos alguna vez. Si hay algo que encontrar, lo encontrarán. - No solo porque sea yo quien dirige gran parte de esa operación, sino porque todo el empeño está puesto en ello.

Ya no se trata de seguir mirando al pueblo de una forma condescendiente, ahora el gobierno son un montón de maestros cabreados con sus alumnos que se han pasado años pasando de su culo. Pensar en Cale me hace pensar en su padre, y aunque tengo recuerdos que vagan entre lo grato y todo lo contrario, por algún motivo que no asocio ahora mismo, los malos parecen haberse borrado. Un amigo es un amigo, aunque el 60% de las cosas malas que habéis vivido casi lo estropee. - No hay nada que pueda asociar a tu hijo con su padre, excepto tú. - Me planteo decirle que los abandone y deje sin apellido, pero sé que no lo hará, a pesar de los años que no la veo aún recuerdo mucho sobre ella; más de lo que pensaba. - Nadie olvidará los rumores que existieron, que no comprobaron, pero a los que casi les echan el guante. - Muevo la taza dejando que también se mueva el contenido de ésta hasta el borde, y casi hasta regarse, pero dirigiendo su contenido hacia otro sitio antes de eso. - Te sugiero una tapadera. Si tu hijo no tiene padre, búscale uno. -
Echo R. Duane
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Arleth L. Ballard
Reprimo el comentario, porque es obvio que eso es lo que querían y lo han conseguido. He pasado por la escuela de Cale y he escuchado rumores, los murmullos asustados de madres y padres que no tienen ninguna idea de qué es lo que se avecina y no saben si deben tener miedo o sentirse agradecidos por el cambio de organización. A mí, personalmente, no me gusta en lo absoluto, pero no es algo que pueda ir comentando con todo el mundo, de modo que me lo guardo para mi propio sufrimiento. Noto el vuelvo desagradable en el pecho y no sé como me las arreglo para no comenzar a chillar, sino que solamente asiento con la cabeza de forma pesumbrosa, dándome cuenta del nudo que se ha formado en mi garganta, de modo que carraspeo para que no me salga la voz ahogada, sin demasiado éxito – lo sé, tal vez solo esperaba que me lo negaras – admito en un murmullo, pero el mentir para hacer sentir mejor a alguien más jamás ha sido una “cualidad” en el hombre que tengo sentado enfrente. Ya he abrazado la idea de que, tarde o temprano, lo descubrirán y llegarán a tocar a mi puerta.

Bebo el café con la idea de pasar las amarguras y no comentar nada que me hunda por completo, hasta que su sugerencia consigue que me atragante y tengo que golpearme ligeramente el pecho. Para mi sorpresa, un “ja!” cargado de sequedad e ironía se me escapa de los labios, mientras bajo un poco la taza para poder mirarlo y comprobar que no se encuentra bromeando – hay hombres que abandonan a sus hijos y tú me dices que consiga a uno que quiera “adoptar” dos – sé que sería solo una tapadera, pero no puedo imaginar a nadie capaz de hacerlo – no sé si te diste cuenta, pero nosotros no hacemos muchos sociales aquí. Nos limitamos a pasar el tiempo. Cale tiene unos pocos amigos… Ava no va a la escuela… yo me dedico a educar a mi hija en casa y a atender unos pocos enfermos cuando es necesario. No hay nadie aquí que se arriesgaría por nosotros.

Vuelvo a dejar la taza de café sobre la mesa y me relamo el sabor que ha quedado sobre mis labios, acomodándome en la silla como si quisiera verlo mejor – tengo miedo, Echo. Temo que llegue el día en el cual entren por esa puerta y me los quiten – froto mis manos con cierto nerviosismo, intentando utilizar las palabras adecuadas – por eso quiero estar preparada. Tú estás cerca de Dexter Metzger y del presidente. Tú puedes advertirme de sus movimientos, podemos ir un paso por delante… - le sonrío de medio lado, con algo de orgullo e ironía – todavía guardo un arma debajo de la cama en caso de emergencias.
Arleth L. Ballard
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Echo R. Duane
La miro cuando dice que esperaba que se lo negara y no puedo evitar soltar una carcajada a amarga. - No me has llamado para que te mienta, Arleth. - Echo la cabeza hacia atrás en el asiento hasta sentir el borde del espaldar contra la nuca, dándole vueltas con el dedo a la taza de café que tengo delante pero que ni siquiera estoy mirando. Tampoco soy un experto escondiendo niños de la ley, pero es mi idea más buena. - Págales. Pídelo como favor. No tiene porqué mantenerlos, solo fingir que son suyos. - Si tienen un padre nadie más indagará dentro de ese cúmulo de mentiras que hay en ésta familia, eso la saca del apuro por lo pronto. De todas maneras no es algo de lo que puedan enterarse fácilmente. Si no he hablado ahora, no lo haré, y ella no lo hará aunque la torturen. Si esa información sale a la luz, no será ni por su boca, ni por la mía.

Paso la mano por la barbilla escuchando la forma en la que se aisló por miedo en aquella burbuja y pienso en la niña pequeña, la que más se parece a ella, en lo sola que debe estar, sin nadie de su edad para hablar por miedo a que descubran que es hija de alguien de quien no debería serlo. - Eso ha sido estúpido por tu parte. Tómatelo como quieras, pero siempre te lo he dicho, sobrevives mejor en grupo - Es irónico que esas palabras estén saliendo de mi boca cuando me he pasado los últimos años repeliendo a cuanta persona se me acercó. Pero tenía mis motivos. Me he pasado los últimos años en una cárcel cumpliendo una condena sin cumplirla. Manteniendo a los asesinos más peligrosos de Neopanem a raya, solo por una supuesta sospecha. Incluso después de un rato pienso en mi, en que yo podría fingir que son míos, peor no o digo en voz alta porque la sola idea suena ridícula. Nunca he tenido hijos, nunca he durado con una mujer más de una sola noche, ¿y de pronto apareceré diciendo que hay dos niños que son míos? No se lo tragaría ni mi madre.

Recupero la postura de antes para darle un sorbo a la bebida, ahora ligeramente más fría, soltando un suspiro en silencio mientras escucho sus palabras. Sé que tiene miedo, si no lo tuviera no me habría llamado, pero no hay mucho que yo pueda hacer sin jugarme el culo, otra vez. - No lo suficiente - Mascullo dejando la taza sobre el plato de nuevo alzando la vista hacia ella de una forma serie y firme. - Puedo intentarlo, pero no prometo nada. Hay cosas que ni siquiera están pasando por mi antes que por cualquiera. El presidente está intentando involucrarse en la seguridad del país, y eso significa que está compartiendo el poder con Dexter Metzger. No soy el único al mando, lamentablemente tengo un poder limitado - Todo por el Winterthrop, que se metió en una zona que me pertenecía y se adueñó de ella.

Aprieto las manos con algo de molestia pero mientras el silencio se hace entre nosotros pienso en todas las veces que ella me salvó la vida, y en todos los favores que ya nunca podré pagarle. - Lo intentaré de todas maneras. Conseguiré un modo más seguro de que nos comuniquemos tu y yo, y también más inmediato que las notas. - Mi voz adquiere un leve tono irónico. - Y tal vez un traslador, en caso de que tengas que irte de aquí - De primeras no se me ocurre un lugar para donde mandarla, pero eso es algo para lo que tengo tiempo de pensar. - Eso es todo lo que puedo hacer por ti Arleth. Por los viejos tiempos
Echo R. Duane
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Arleth L. Ballard
No, no lo he llamado para que me mienta, pero me es imposible pensar en que a veces, solo a veces, es bueno escuchar lo que una quiere para no sentir que la están empujando por un barranco.  Apoyo el codo en la mesa para poder sostener mejor el peso de mi cabeza utilizando mi mano como soporte, mientras me mastico los labios con gesto pensativo – un padre falso no es una opción. No los conoces… no tienes idea de cómo Cale me odiaría o como Ava se confundiría… - mi casa sería un caos. Prefiero la opción de tener que salir corriendo antes de sembrar más problemas dentro de las mentes de mis niños. Después de todo, eso es lo que son… simplemente niños. Los inocentes siempre pagan por nuestros pecados, de eso no tengo duda alguna.

Una mirada glacial se posa en Echo, porque que yo recuerde, a él le gustaba trabajar solo; no, no se separaba del grupo y funcionábamos como una unidad, pero nunca fue muy afectuoso con sus compañeros como para pensar que iríamos todos juntos. Cuando dice que no tiene el acceso suficiente como para ayudarme, siento que me desinflo como si me hubiesen quitado un tapón invisible colocado en mi ombligo.  Dejo caer mi mano, que continúa ligeramente apoyada en la mesa y lo observo con desesperanza, escuchando el tic tac del reloj que se encuentra justo encima del horno. Entonces Echo vuelve a hablar y el alma regresa de a poco a mi cuerpo, a pesar de que no es demasiado. Asiento como si no tuviese otra opción más que hacerlo y dejo salir un suspiro cansado, llevando mis manos a mi nuca y aplastando mi cabello. Me permito sonreírle como si fuésemos otra vez aquellos jovencitos jugando con armas nuevas en nuestros primeros años como agentes – si es por los viejos tiempos, jamás dejaremos de cobrarnos favores – admito. Ya no tengo idea de quien le debe más favores a quien.

Me remuevo en mi lugar y, solamente por hacer algo y sin molestarme en saber si ha terminado o no, me levanto y me hago con ambas tazas, yendo directamente a dejarlas en el lavamanos, donde producen un ruido de choque de porcelana que parece retumbar y me hace mirar hacia el techo, como si de aquella forma fuese a saber si los niños se despertaron o no. Observo por la ventana un momento, volviendo a fijarme en la silenciosa calle, hasta que decido romper el momento de paz - ¿para cuándo podrías conseguirlo? Nuestro medio de comunicación, digo… - vuelvo a voltearme hacia él y me cruzo de brazos como si de aquel modo pudiese estar más segura, apoyando ligeramente mi cadera en la mesada de la cocina – sacaré a los niños del distrito este verano. Unas vacaciones. Necesitamos movernos como una familia normal; en caso de alguna emergencia, seguramente oirás hablar de mí.
Arleth L. Ballard
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Echo R. Duane
Suspiro relativamente cansado porque no se me había ocurrido pensar en cómo le afectaría eso a sus hijos. Hay una parte que para mi es invisible, pero que para los padres está ahí. Doy un sorbo al café sintiéndolo bajar por la garganta caliente quitarme el repentino cansancio que me aborda desde la coronación por la sobredosis de trabajo. Quien iba a decirlo, pero en un momento de severa melancolía echo de menos estar en alcatraz. - Ya, ya. Había olvidado pensar en como lo iban a encajar tus hijos - Puede que la solución sea tan fácil, pero si acaba haciendo daño a alguien, aunque sea un poco, no vale la pena entonces. Menos si es a ellos, que no es que me importen tanto, pero son solo niños. Razón más que suficiente.

Una risa asoma en mis labios ante la idea de que me deba demasiados favores que al final no consiga pagármelos. Pero no importa, me salvó la vida suficientes veces como para que le haga favores sin pedir nada a cambio. - No te librarás de mi tan fácilmente, Ballard - Echo un vistazo al reloj de la cocina en un acto completamente reflejo, si quiero llegar tiempo para terminar mi trabajo pendiente antes del amanecer, debería marcharme ya. Termino la taza de café de un sorbo incluso cuando me quemo la lengua ligeramente, dejándola en el plato con un ruido sordo. - Con suerte para el fin de semana ya te lo habré enviado. Solo necesito algo que no quede registrado dentro de los objetos que nos permiten llevarnos - Si le pido un favor a alguien en la cárcel, en menos de 24 horas tendré dos intercomunicadores cerrados y de uso personal para emergencias.

Meto mi mano al bolsillo trasero y desbloqueo el teléfono móvil que me dan por trabajar con los agentes de la paz, lanzándolo hacia ella. - 35453944. Memoriza ese número. Es el código de desbloqueo de la pantalla pero no lo utilices a no ser que sea importante y no contestes aunque suene mil veces en tres segundos. Mántenlo apagado por ahora, y cuando te llegue el otro destruye éste. Como sea. Quémalo, romperlo en trozos, dáselo a un perro rabioso. No dejes rastros. - Utilizo un bolígrafo para escribir dicho número en una servilleta y dárselo también. No tengo más que pedir otro teléfono y me lo reemplazarán sin hacer preguntas. Todo el mundo los pierde de vez en cuando, uno más no lo echarán en falta ni tampoco levantará sospechas.

Guardo el teléfono en el bolsillo de la camisa donde estaba y luego palmeo ésta para asegurarme de que se ha quedado dentro y no por accidente ha acabado en el suelo. Medito la idea de marcharse de vacaciones y hago una pequeña mueca. - No te acerques mucho al once. La seguridad se ha triplicado y te pedirán hasta una muestra de sangre si con eso comprueban que no eres uno de los rebeldes del once escapando. - Pongo mi mano sobre la suya que tiene encima de la mesa y la aprieto suavemente. - Ve con cuidado. Y si al final te hace falta, ya sabes donde estoy - Mi voz deja más que claro que puede ir a buscarme si lo necesita, pero también que debe asegurarse de que si lo hace, va de noche, y en un ahora y momento y formas que no levanten sospechas que acaben causando que le sigan.

Me separo de la mesa y hago un gesto militar con los dedos de despedida, tocando primero mi frente y luego surcando el aire, pero sin la postura formal que ese saludo requeriría. - Suerte. - Salgo de la cocina y cruzo el mismo camino por el que llegué, saliendo al exterior y alejándome de esa casa antes de desaparecer para que si alguien va buscando rastros de magia, no los encuentre en su casa.
Echo R. Duane
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