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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Cualquiera pensaría que, en cuanto me dieron el alta del hospital, he hecho mil y una cosas para ahorrar el tiempo perdido. La verdad, es que me he pasado el tiempo de la manera más rutinaria posible para evitar pensar. Escuela, entrenamientos, encerrarme en casa y ver el anochecer desde la ventana, marcando el final de otro día que en realidad no tendría que haber existido. De esta forma no solamente logro mantener la cabeza ocupada, sino que también logro evito cruzarme demasiado con el resto de las personas condenadas a vivir aquí.
A la persona que veo con más frecuencia es a la terapeuta que insiste en analizar mis recuerdos, pero como me niego a hablar demasiado, vivimos jugando juegos de mesa o dibujando tonterías. A veces lo disfruto, eso de sentarme, tomar las hojas en silencio y ponerme a pintar cualquier cosa, aunque es un poco fastidioso tener sus ojos siempre clavados en mi coronilla. No lo digo, pero dibujar me hace sentir un poco más cerca de mi hermana; ella era la de las pinturas y los colores. Yo soy la de los cuentos. Y hablando de cuentos... he logrado conseguir un cuaderno donde puedo desahogarme. Lo escribo todas las noches y está repleto de relatos sobre bosques tenebrosos, gritos en las cuevas y risas macabras. No son tan alegres ni coloridos como los que relataba cuando era niña, pero son mi medicina personal.
Hoy es un día especialmente aburrido, porque no tengo nada para hacer y el sol se encuentra en lo alto, anunciando uno de los pocos días de buen clima en esta época del año. Recorro la estantería de libros que he conseguido, en medio de mi sala, pero no hay ninguno allí que no haya leído, por lo que decido que debo matar el tiempo de otra forma. Así es como termino hurgando en la cocina, y de un momento a otro, me encuentro haciendo la receta de mi madre: una suculenta torta de chocolate que, probablemente, ni siquiera se parezca a la suya.
Intento seguir las instrucciones que recuerdo y, luego de un buen rato, estoy llena de salsa de chocolate de pies a cabeza, asomada al horno para ver si el resultado es el adecuado. Normalmente no cocino, suelo ir a buscar comida a la escuela y eso me basta, pero la gente de aquí insiste en que debo mantener mi nevera llena y toda esa clase de cosas que hace la gente con dinero. Claro, yo siempre olvido que ahora soy de esas personas. Antes con suerte, probaba el chocolate una vez al año. Y ahora mismo, estoy haciendo una cubierta bastante generosa para mi pastel.
Finalmente observo mi obra de arte. No es tan grande como recuerdo que debería ser, pero tiene un aspecto bastante tentador. Paso un dedo por un costado, de donde se ha escapado el relleno de galletas, y me chupo el pulgar, saboreando. Ahora... ¿qué hago con esto? No tengo hambre, solamente lo he hecho para matar el tiempo de la manera más normal posible. No tengo mejor idea que abrir la ventana, cortar dos florecillas y ponerlas sobre el pastel a modo de decoración. Mamá lo hacía. Ahora que está realmente terminada, me siento y la observo un buen rato.
Podría compartirla en la escuela, pero no se me antoja ya que no conozco casi a nadie y son pocos los que merodean por allí. Con Jeremy prefiero mantener distancias. Y luego pienso en la única persona en el mundo que sé que no se negaría a un postre: Anderson. Darme cuenta de que he tardado en pensar en él para esto hace que me ría de mí misma, aunque no tardo en darme cuenta del motivo. Andy y yo no hemos tenido una verdadera conversación desde aquella noche, en la cual prometí irme con él hasta el fin del mundo, no con esas exactas palabras pero él sabía a lo que yo me refería. Con suerte he ido a ver como se encontraba cuando acabó internado y luego, el bochorno ha podido conmigo como para que me conforme con saludarlo con la mano cada vez que lo cruzo.
No tengo idea de como se supone que continúas una amistad luego de una conversación como aquella. "Hola Andy, ¿recuerdas que decidí irme contigo? Bueno, mejor olvidemos eso y confórmate con este pastel". Suena estúpido y tampoco tengo en claro si quiero decir eso exactamente. Pero no puedo negar que lo extraño; esas tardes juntos, tanto planeando escapar como siendo obligados a ser mentores; que haya sido mi apoyo incluso cuando Jeremy se alejó de mí. El leñador es otro motivo como para sentirme extraña al hablar con Andy. Hombres, a veces sirven para hacerte feliz y otras, para complicarte la existencia.
Acabo por decidir que no puedo ignorar a mi mejor amigo el resto de mi vida, así que me pongo de pie y voy derecho a limpiarme las manos y la cara, esperando que no quede nada de chocolate en mi piel aunque tampoco me molesto en comprobarlo. Acomodo el pastel en una bandeja y, tras comprobar que está aceptable, salgo de mi casa y camino derechito hacia la que sé que le pertenece, aunque hace tiempo que no pongo un pie en ella. En cuanto me encuentro en el umbral, acomodo la bandeja para sostenerla con un brazo de modo que, estúpidamente, acomodo mi cabello. Vamos, nunca me ha importado como luzco. Esto hace que me enfade conmigo misma y golpee la puerta tres veces a un ritmo algo infantil. En cuanto escucho pasos del otro lado y mi corazón comienza a palpitar de un modo veloz y bochornoso, comienzo a arrepentirme.
A la persona que veo con más frecuencia es a la terapeuta que insiste en analizar mis recuerdos, pero como me niego a hablar demasiado, vivimos jugando juegos de mesa o dibujando tonterías. A veces lo disfruto, eso de sentarme, tomar las hojas en silencio y ponerme a pintar cualquier cosa, aunque es un poco fastidioso tener sus ojos siempre clavados en mi coronilla. No lo digo, pero dibujar me hace sentir un poco más cerca de mi hermana; ella era la de las pinturas y los colores. Yo soy la de los cuentos. Y hablando de cuentos... he logrado conseguir un cuaderno donde puedo desahogarme. Lo escribo todas las noches y está repleto de relatos sobre bosques tenebrosos, gritos en las cuevas y risas macabras. No son tan alegres ni coloridos como los que relataba cuando era niña, pero son mi medicina personal.
Hoy es un día especialmente aburrido, porque no tengo nada para hacer y el sol se encuentra en lo alto, anunciando uno de los pocos días de buen clima en esta época del año. Recorro la estantería de libros que he conseguido, en medio de mi sala, pero no hay ninguno allí que no haya leído, por lo que decido que debo matar el tiempo de otra forma. Así es como termino hurgando en la cocina, y de un momento a otro, me encuentro haciendo la receta de mi madre: una suculenta torta de chocolate que, probablemente, ni siquiera se parezca a la suya.
Intento seguir las instrucciones que recuerdo y, luego de un buen rato, estoy llena de salsa de chocolate de pies a cabeza, asomada al horno para ver si el resultado es el adecuado. Normalmente no cocino, suelo ir a buscar comida a la escuela y eso me basta, pero la gente de aquí insiste en que debo mantener mi nevera llena y toda esa clase de cosas que hace la gente con dinero. Claro, yo siempre olvido que ahora soy de esas personas. Antes con suerte, probaba el chocolate una vez al año. Y ahora mismo, estoy haciendo una cubierta bastante generosa para mi pastel.
Finalmente observo mi obra de arte. No es tan grande como recuerdo que debería ser, pero tiene un aspecto bastante tentador. Paso un dedo por un costado, de donde se ha escapado el relleno de galletas, y me chupo el pulgar, saboreando. Ahora... ¿qué hago con esto? No tengo hambre, solamente lo he hecho para matar el tiempo de la manera más normal posible. No tengo mejor idea que abrir la ventana, cortar dos florecillas y ponerlas sobre el pastel a modo de decoración. Mamá lo hacía. Ahora que está realmente terminada, me siento y la observo un buen rato.
Podría compartirla en la escuela, pero no se me antoja ya que no conozco casi a nadie y son pocos los que merodean por allí. Con Jeremy prefiero mantener distancias. Y luego pienso en la única persona en el mundo que sé que no se negaría a un postre: Anderson. Darme cuenta de que he tardado en pensar en él para esto hace que me ría de mí misma, aunque no tardo en darme cuenta del motivo. Andy y yo no hemos tenido una verdadera conversación desde aquella noche, en la cual prometí irme con él hasta el fin del mundo, no con esas exactas palabras pero él sabía a lo que yo me refería. Con suerte he ido a ver como se encontraba cuando acabó internado y luego, el bochorno ha podido conmigo como para que me conforme con saludarlo con la mano cada vez que lo cruzo.
No tengo idea de como se supone que continúas una amistad luego de una conversación como aquella. "Hola Andy, ¿recuerdas que decidí irme contigo? Bueno, mejor olvidemos eso y confórmate con este pastel". Suena estúpido y tampoco tengo en claro si quiero decir eso exactamente. Pero no puedo negar que lo extraño; esas tardes juntos, tanto planeando escapar como siendo obligados a ser mentores; que haya sido mi apoyo incluso cuando Jeremy se alejó de mí. El leñador es otro motivo como para sentirme extraña al hablar con Andy. Hombres, a veces sirven para hacerte feliz y otras, para complicarte la existencia.
Acabo por decidir que no puedo ignorar a mi mejor amigo el resto de mi vida, así que me pongo de pie y voy derecho a limpiarme las manos y la cara, esperando que no quede nada de chocolate en mi piel aunque tampoco me molesto en comprobarlo. Acomodo el pastel en una bandeja y, tras comprobar que está aceptable, salgo de mi casa y camino derechito hacia la que sé que le pertenece, aunque hace tiempo que no pongo un pie en ella. En cuanto me encuentro en el umbral, acomodo la bandeja para sostenerla con un brazo de modo que, estúpidamente, acomodo mi cabello. Vamos, nunca me ha importado como luzco. Esto hace que me enfade conmigo misma y golpee la puerta tres veces a un ritmo algo infantil. En cuanto escucho pasos del otro lado y mi corazón comienza a palpitar de un modo veloz y bochornoso, comienzo a arrepentirme.
Lo primero que he hecho al llegar a casa tras el colegio es prácticamente arrancarme la corbata del uniforme, tirar la mochila al suelo y luego ir al sofá para dejarme caer tal cual. No era esa especie de cansancio en el que tumbándote boca abajo o boca arriba un rato, o quizá unas cuantas horas vaya a pasarse, sino ese mental que parece permanente y cada vez se hace más pesado e insoportable. Pongo mi cara contra el cojín y aunque apenas puedo respirar me quedo allí. Ni siquiera sé si al entrar he cerrado la puerta pero no pienso levantarme a mirarlo.
Todo el mundo se me cae encima ahora mismo, cuándo tenía una esperanza de poder largarme de aquí tenía energía suficiente para alimentar a medio país, ahora apenas me queda para seguir viviendo. Pasaré el resto de mi vida en éste sitio, lejos de mi abuela probablemente la única madre que he tenido nunca, y lejos de... de mis amigos, no es que tenga muchos pero seguro que Andrea al menos me echa en falta. Y yo a él.
Para cuando me resulta insoportable seguir ahogándome giro un poco la cabeza, dejo la mejilla contra el aterciopelado bordado del cojín y mi vista contra la espalda del sillón. Todas las personas que me importan están en éste lugar, Katie, Jole... y ya está. A eso se resume mi miserable lista de personas importantes. Si ellas están aquí ¿por qué quería irme?. Tal vez por la sensación de libertad que me robaron al encerrarme en éste lugar pero pensándolo bien no está tan mal.
En cuanto me doy cuenta de que acabo de rendirme otra vez, agarro el cojín lo lanzo contra la televisión y ésta se cae al suelo otra vez, la pantalla se cuartea otra vez, no es la primera que rompo y dios sabe que no será tampoco la última aunque los motivos que me han llevado a dejar la televisión de esa forma han variado bastante en todas las ocasiones. La puerta me hace percatarme de que he llamado la atención de alguien y por un momento creo que son los médicos y su estúpida ambulancia. Me siento en el sofá, me peino, me despeino, miro hacia todas casi con desespero hasta que avanzo hacia la puerta a gatas asomándome por un lado de las cortinas para mirar hacia el exterior a la vez que ruego internamente que no me vean.
El alma me vuelve al cuerpo en cuando veo la cabellera rubia que distinguiría entre diez mil más. Me levanto del suelo, me apoyo contra la pared con el corazón repentinamente a mil por hora probablemente porque una parte de mi sabe que después de todo lo que hemos pasado hay algo entre nosotros que no encaja, que yo no dejo que encaje por el simple miedo de perderla. - Déjate de tonterías y abre la puta puerta - Me autoregaño por lo bajo antes de aclararme la garganta con la esperanza de que al otro lado no hayan oído mis palabras, abriendo la puerta con una fingida sorpresa que se transforma en una real al ver lo que tiene entre manos. - Chocolate - ¿Cuando fue a última vez que probé uno de éstos?. Una sonrisa se me escapa entre un respiro que luego intento disimular fallidamente. - Haz traído un... ¿por que? - Estoy tan desconcertado que ni siquiera sé cómo sentirme. No es su cumpleaños, no es el mío... ¿entonces?. - Pasa - Suelto atropelladamente en cuanto me percato de que la tengo esperando fuera, abriendo de par en par para que pase y cerrando detrás de ella.
Todo el mundo se me cae encima ahora mismo, cuándo tenía una esperanza de poder largarme de aquí tenía energía suficiente para alimentar a medio país, ahora apenas me queda para seguir viviendo. Pasaré el resto de mi vida en éste sitio, lejos de mi abuela probablemente la única madre que he tenido nunca, y lejos de... de mis amigos, no es que tenga muchos pero seguro que Andrea al menos me echa en falta. Y yo a él.
Para cuando me resulta insoportable seguir ahogándome giro un poco la cabeza, dejo la mejilla contra el aterciopelado bordado del cojín y mi vista contra la espalda del sillón. Todas las personas que me importan están en éste lugar, Katie, Jole... y ya está. A eso se resume mi miserable lista de personas importantes. Si ellas están aquí ¿por qué quería irme?. Tal vez por la sensación de libertad que me robaron al encerrarme en éste lugar pero pensándolo bien no está tan mal.
En cuanto me doy cuenta de que acabo de rendirme otra vez, agarro el cojín lo lanzo contra la televisión y ésta se cae al suelo otra vez, la pantalla se cuartea otra vez, no es la primera que rompo y dios sabe que no será tampoco la última aunque los motivos que me han llevado a dejar la televisión de esa forma han variado bastante en todas las ocasiones. La puerta me hace percatarme de que he llamado la atención de alguien y por un momento creo que son los médicos y su estúpida ambulancia. Me siento en el sofá, me peino, me despeino, miro hacia todas casi con desespero hasta que avanzo hacia la puerta a gatas asomándome por un lado de las cortinas para mirar hacia el exterior a la vez que ruego internamente que no me vean.
El alma me vuelve al cuerpo en cuando veo la cabellera rubia que distinguiría entre diez mil más. Me levanto del suelo, me apoyo contra la pared con el corazón repentinamente a mil por hora probablemente porque una parte de mi sabe que después de todo lo que hemos pasado hay algo entre nosotros que no encaja, que yo no dejo que encaje por el simple miedo de perderla. - Déjate de tonterías y abre la puta puerta - Me autoregaño por lo bajo antes de aclararme la garganta con la esperanza de que al otro lado no hayan oído mis palabras, abriendo la puerta con una fingida sorpresa que se transforma en una real al ver lo que tiene entre manos. - Chocolate - ¿Cuando fue a última vez que probé uno de éstos?. Una sonrisa se me escapa entre un respiro que luego intento disimular fallidamente. - Haz traído un... ¿por que? - Estoy tan desconcertado que ni siquiera sé cómo sentirme. No es su cumpleaños, no es el mío... ¿entonces?. - Pasa - Suelto atropelladamente en cuanto me percato de que la tengo esperando fuera, abriendo de par en par para que pase y cerrando detrás de ella.
La vida es muy irónica. Soy capaz de asesinar, saltar sobre otras personas si me encuentro en una arena donde se me juega la vida, pero no puedo enfrentarme a lo que se me pasa por la cabeza cuando me encuentro frente a frente con mi mejor amigo de toda la vida. En cuanto Andy abre la puerta, me doy cuenta de que clavo la vista en el pastel como una tonta, evitando por todos los medios encontrarme con su rostro. Tengo miedo de que me reproche algo del escape, algo de mis últimas palabras antes de estrellarnos, o lo que sea.
Una sonrisita se me escapa al notar el tono de sorpresa y aventuro a mirarlo, notando la ligera sonrisa que se pintó en sus labios. Levanto ligeramente la torta ante su pregunta, encogiendo un poco mis hombros y sospecho que mi expresión se ha tornado momentaneamente inocente - Es el pastel de mamá. Creí que te gustaría - digo nomas, pero sé que no necesito agregar nada, porque hemos pasado la mitad de nuestra infancia comiendo esa receta y sospecho que sabe que no compartiría con nadie más una porción de este postre en específico. Tiene casi el mismo peso que nuestros juegos y nuestro idioma secreto; cuando él venía a casa, nunca tenía que preguntarle que quería para comer.
Asiento e ingreso a su casa en cuanto me da la entrada, echando un vistazo alrededor. No me tardo en reparar en el televisor en el suelo y alzo una ceja, desconcertada - Si tienes problemas, no te desquites con la tele - aconsejo, bordeándola con cuidado para ir directo a la cocina. Dejo el pastel sobre la mesada y, con total despreocupación para tratarse de una casa que no es la mía, hurgo dentro de los cajones hasta encontrar un cuchillo que sirva. Me entretengo cortando el pastel en partes iguales y me es inevitable chuparme los dedos al acabar, mientras busco vasos, los coloco junto al pastel y, sin decir nada, abro la nevera para sacar una botella de leche. En cinco minutos todo se encuentra sobre la mesa de la cocina, acomodado como en nuestras viejas meriendas.
Apoyo las manos sobre el respaldar de una de las sillas y suspiro, observando lo que acabo de hacer, para luego estirar la mano y quitar las flores de decorado que quedaron sobre dos porciones distintas. - Pensé que necesitábamos algo de los viejos tiempos - me explico finalmente en un murmullo - cuando las cosas no eran tan complicadas - y no existían ni Kathleen ni Jeremy. Todo era tan simple que me da una horrible nostalgia. Acabo por tomar asiento y juego con mi vaso entre las manos - ¿Cómo has estado? - pregunto, aunque no sé exactamente por que lo pregunto, si por nuestro intento fallido, por sus secuelas luego del accidente, por todo en general. Antes no era tan complicado siquiera preguntar eso.
Una sonrisita se me escapa al notar el tono de sorpresa y aventuro a mirarlo, notando la ligera sonrisa que se pintó en sus labios. Levanto ligeramente la torta ante su pregunta, encogiendo un poco mis hombros y sospecho que mi expresión se ha tornado momentaneamente inocente - Es el pastel de mamá. Creí que te gustaría - digo nomas, pero sé que no necesito agregar nada, porque hemos pasado la mitad de nuestra infancia comiendo esa receta y sospecho que sabe que no compartiría con nadie más una porción de este postre en específico. Tiene casi el mismo peso que nuestros juegos y nuestro idioma secreto; cuando él venía a casa, nunca tenía que preguntarle que quería para comer.
Asiento e ingreso a su casa en cuanto me da la entrada, echando un vistazo alrededor. No me tardo en reparar en el televisor en el suelo y alzo una ceja, desconcertada - Si tienes problemas, no te desquites con la tele - aconsejo, bordeándola con cuidado para ir directo a la cocina. Dejo el pastel sobre la mesada y, con total despreocupación para tratarse de una casa que no es la mía, hurgo dentro de los cajones hasta encontrar un cuchillo que sirva. Me entretengo cortando el pastel en partes iguales y me es inevitable chuparme los dedos al acabar, mientras busco vasos, los coloco junto al pastel y, sin decir nada, abro la nevera para sacar una botella de leche. En cinco minutos todo se encuentra sobre la mesa de la cocina, acomodado como en nuestras viejas meriendas.
Apoyo las manos sobre el respaldar de una de las sillas y suspiro, observando lo que acabo de hacer, para luego estirar la mano y quitar las flores de decorado que quedaron sobre dos porciones distintas. - Pensé que necesitábamos algo de los viejos tiempos - me explico finalmente en un murmullo - cuando las cosas no eran tan complicadas - y no existían ni Kathleen ni Jeremy. Todo era tan simple que me da una horrible nostalgia. Acabo por tomar asiento y juego con mi vaso entre las manos - ¿Cómo has estado? - pregunto, aunque no sé exactamente por que lo pregunto, si por nuestro intento fallido, por sus secuelas luego del accidente, por todo en general. Antes no era tan complicado siquiera preguntar eso.
Cierro la puerta detrás de ella quedándome un poco resagado mientras avanza hacia la cocina con la vista puesta en la tele. Intento arreglarlo pero siempre he dicho que esa cosa pesa tres veces más que yo porque se empeñan en poner en mi salón una televisión que ocupa casi la mitad de la pared. - Se ha caído sola. No ha sido mi culpa - La pateo un poco con la punta del pie, de todos modos ya no me importa, puedo comprar otra cuando me de la gana con el dinero que gané asesinado magos durante los juegos que gané.
Para cuando llego a la cocina la merienda está prácticamente lista y se me escapa una media sonrisa porque es lo más hogareño que he tenido en éste sitio desde hace siglos. - Está bien recordar esas cosas. Es un cambio. Además las meriendas de éste sitio son un asco. - paso mi dedo por la bandeja de la tarta que ha ido quedando vacía mientras servía y me la llevo a la boca con mi vista puesta sobre ella. A veces recuerdo aquellas tarde más de lo que debería, pero jamás en mi vida pensé que las recuperaríamos después de casi siete años. Aquella sensación es extraña, por una vez en mucho tiempo me siento en casa. - ¿Lo has hecho tú? - En cuanto el sabor toca mi garganta me sorprendo más de lo que debería, algo que nunca se me pasó por la cabeza es que supiese cocinar.
Agarro una cuchara por el camino sentándome junto a ella, pasando la primera parte de la merienda moviendo la cuchara por la cobertura de chocolate antes de llevármela a la boca. Suelto un leve gemido provocado por el sabor que ni siquiera había sido consciente de que echaba de menos una barbaridad. Me giro para mirarla cuando me pregunta como estoy y hago una mueca antes de sacar la cuchara de mi boca. - Encajando con elegancia el hecho de que pasaremos el resto de nuestras vidas en ésta maldita isla. - Ahogo una risa y pincho un poco el pastel por diferentes partes hasta que se corta en un trozo muy pequeño. - En fin... con elegancia... - Me burlo un poco de mi mismo, de elegancia poco teniendo en cuenta que los primeros días me metí uno de esos berrinches frustrantes que desearía no haber tenido en mi vida.
Suspiro por lo bajo llevándome el trozo de pastel a la boca sintiendo una encrucijada de emociones extraña de estar bien y mal a la vez. - Siento haberte casi matado - Bajo la cabeza de modo que mi mentón casi toca mi pecho. - Y haberte dado esperanzas de esa forma. Pero estaba tan seguro de que funcionaría. - Inicio aquellas palabras calmadamente pero luego se trastornan por el camino.
Paseo la cuchara por el plato al principio con rapidez y luego menguándola hasta que consigo parar. Suspiro y hago una mueca que finge ser un intento de sonreír. - Lo siento, por todo. Por eso, por que no haya funcionado, por... jodernos la merienda - Levanto mi cuchara levemente engrudada de chocolate y le doy golpecillos con ésta en la mejilla. - Si hubiera sabido que sabías hacer pasteles te habría explotado para hacer meriendas hasta morir - Bromeo con la pocas ganas que me quedan de hacerlo y además por el buen humor que me causa ver su mejilla con un manchón de chocolate.
Para cuando llego a la cocina la merienda está prácticamente lista y se me escapa una media sonrisa porque es lo más hogareño que he tenido en éste sitio desde hace siglos. - Está bien recordar esas cosas. Es un cambio. Además las meriendas de éste sitio son un asco. - paso mi dedo por la bandeja de la tarta que ha ido quedando vacía mientras servía y me la llevo a la boca con mi vista puesta sobre ella. A veces recuerdo aquellas tarde más de lo que debería, pero jamás en mi vida pensé que las recuperaríamos después de casi siete años. Aquella sensación es extraña, por una vez en mucho tiempo me siento en casa. - ¿Lo has hecho tú? - En cuanto el sabor toca mi garganta me sorprendo más de lo que debería, algo que nunca se me pasó por la cabeza es que supiese cocinar.
Agarro una cuchara por el camino sentándome junto a ella, pasando la primera parte de la merienda moviendo la cuchara por la cobertura de chocolate antes de llevármela a la boca. Suelto un leve gemido provocado por el sabor que ni siquiera había sido consciente de que echaba de menos una barbaridad. Me giro para mirarla cuando me pregunta como estoy y hago una mueca antes de sacar la cuchara de mi boca. - Encajando con elegancia el hecho de que pasaremos el resto de nuestras vidas en ésta maldita isla. - Ahogo una risa y pincho un poco el pastel por diferentes partes hasta que se corta en un trozo muy pequeño. - En fin... con elegancia... - Me burlo un poco de mi mismo, de elegancia poco teniendo en cuenta que los primeros días me metí uno de esos berrinches frustrantes que desearía no haber tenido en mi vida.
Suspiro por lo bajo llevándome el trozo de pastel a la boca sintiendo una encrucijada de emociones extraña de estar bien y mal a la vez. - Siento haberte casi matado - Bajo la cabeza de modo que mi mentón casi toca mi pecho. - Y haberte dado esperanzas de esa forma. Pero estaba tan seguro de que funcionaría. - Inicio aquellas palabras calmadamente pero luego se trastornan por el camino.
Paseo la cuchara por el plato al principio con rapidez y luego menguándola hasta que consigo parar. Suspiro y hago una mueca que finge ser un intento de sonreír. - Lo siento, por todo. Por eso, por que no haya funcionado, por... jodernos la merienda - Levanto mi cuchara levemente engrudada de chocolate y le doy golpecillos con ésta en la mejilla. - Si hubiera sabido que sabías hacer pasteles te habría explotado para hacer meriendas hasta morir - Bromeo con la pocas ganas que me quedan de hacerlo y además por el buen humor que me causa ver su mejilla con un manchón de chocolate.
- ¡Claro que lo he hecho yo! ¿Quién te crees que ayudaba a preparar la cubierta cuando éramos niños? - reprocho como si me ofendiese con esa simple duda. Yo siempre me ofrecía de "ayudante" cuando mamá se daba el gusto de poder hacer estos pasteles, que terminaron siendo una rutina de una vez al mes cuando Andy nos visitaba. Creo que el único motivo de que recuerde la receta, es justamente las veces que he ayudado a hacerla durante todos esos años que él venía a casa. Por un momento, siento como si la imagen se volviese a repetir, aunque estemos crecidos como para aparentar ser infantes.
Es una tontería estupenda, pero por algún motivo dejo el pastel en segundo lugar para apoyar un codo en la mesa y así sostener mi cabeza, apoyando mi mentón en mi mano, y me dedico a observar cada uno de sus movimientos. Lo escucho, pero sus acciones me resultan mucho más interesantes que sus palabras. El modo de mover la cuchara por la cobertura, de torcer los labios... Estoy viendo al niño de ocho años que comía pastel sentado sobre mi cama mientras me escuchaba a hablar de princesas y dragones y se tropezaba con mis peluches al bajar. Incluso se me pinta una sonrisa cuando se burla de su propia "elegancia", aunque creo que mi gesto se debe más a mis observaciones que a lo que se encuentra diciendo.
Reacciono nomas cuando un "lo siento" sale de su boca y yo parpadeo, moviendo ligeramente la cabeza como si me hubiesen golpeado para que salga de un trance. La sonrisa se me resbala de la cara y aprieto los labios como si reprimiese una respuesta - No es tu culpa. Estaba saliendo todo bien... solo que estaba ese detalle que se nos escapaba de las manos - digo con honestidad, porque la verdad es que nunca, en todo este tiempo, se me cruzó por la cabeza de que Andy fuese culpable de algo. Además, mucho no se me antoja hablar de esa noche, porque no quiero acabar en los detalles que quise evitar todo este tiempo. Una risa poco alegre se me escapa y le doy un golpecito de puño cerrado en el hombro, aunque sin producir ningún daño - Tienes la costumbre de joder las cosas simples como las meriendas - bromeo, y estoy por añadir algo malicioso cuando su cuchara golpea mi mejilla.
Chasqueo la lengua como si desaprobara la actitud de un niño pequeño y me paso la mano por el manchón, observando un instante mis dedos sucios de chocolate y yo vuelvo a metérmelos en la boca, porque siempre he considerado que esa es una mejor táctica de limpieza que las servilletas. Puedes sentir el sabor, en cambio en el papel se desperdicia. - Es el primer pastel que hago en años, siéntete afortunado - le recrimino. Noto que me he olvidado de tomar una cuchara para mí, así que se la quito de la mano con total descaro y pincho mi porción hasta llevarme un trozo a la boca. Mientras mastico, observo el lugar como si fuese la primera vez que me encuentro allí y uso mi mano libre para empujar hacia él el vaso de leche que le he servido.
Ya encontré la diferencia entre esta merienda y las antiguas. Antes no parábamos de hablar, pero ahora siento que no sé que decir. No pasa desapercivo su frágil humor y me pregunto si venir ha sido buena idea. Siento la tentación de preguntar por Kathleen, pero como sé que no me va a gustar la respuesta sea cual sea, evito el tema. Miro mi porción y acabo por devolverle la cuchara, porque decido terminarla con las manos. En poco rato ya ha desaparecido y me encuentro otra vez, chupándome los dedos y pasándome el dorso de la mano por la boca para limpiarme.
Un suspiro se me escapa mientras paso mis manos sobre mi pantalón, como si aquello sirviese para acabar de limpiarme - Esto es extrañamente incómodo - admito finalmente, haciendo una mueca de pena - ¿No tienes la sensación, por momentos, que a veces actuamos como si fuésemos completos extraños, cuando en realidad eres la persona que mejor me conoce en el mundo? - es una triste realidad. Ni siquiera mi madre sabe muchos de mis secretos que Andy se ha dado por enterado. Niego con la cabeza, algo molesto conmigo misma, y tomo el vaso para beber un trago - Esto apesta - mascullo, corriendo un poco la silla hacia atrás, haciendo un amague a levantarme - tal vez debería irme. El pastel fue un regalo, así que...mejor te lo quedas.
Es una tontería estupenda, pero por algún motivo dejo el pastel en segundo lugar para apoyar un codo en la mesa y así sostener mi cabeza, apoyando mi mentón en mi mano, y me dedico a observar cada uno de sus movimientos. Lo escucho, pero sus acciones me resultan mucho más interesantes que sus palabras. El modo de mover la cuchara por la cobertura, de torcer los labios... Estoy viendo al niño de ocho años que comía pastel sentado sobre mi cama mientras me escuchaba a hablar de princesas y dragones y se tropezaba con mis peluches al bajar. Incluso se me pinta una sonrisa cuando se burla de su propia "elegancia", aunque creo que mi gesto se debe más a mis observaciones que a lo que se encuentra diciendo.
Reacciono nomas cuando un "lo siento" sale de su boca y yo parpadeo, moviendo ligeramente la cabeza como si me hubiesen golpeado para que salga de un trance. La sonrisa se me resbala de la cara y aprieto los labios como si reprimiese una respuesta - No es tu culpa. Estaba saliendo todo bien... solo que estaba ese detalle que se nos escapaba de las manos - digo con honestidad, porque la verdad es que nunca, en todo este tiempo, se me cruzó por la cabeza de que Andy fuese culpable de algo. Además, mucho no se me antoja hablar de esa noche, porque no quiero acabar en los detalles que quise evitar todo este tiempo. Una risa poco alegre se me escapa y le doy un golpecito de puño cerrado en el hombro, aunque sin producir ningún daño - Tienes la costumbre de joder las cosas simples como las meriendas - bromeo, y estoy por añadir algo malicioso cuando su cuchara golpea mi mejilla.
Chasqueo la lengua como si desaprobara la actitud de un niño pequeño y me paso la mano por el manchón, observando un instante mis dedos sucios de chocolate y yo vuelvo a metérmelos en la boca, porque siempre he considerado que esa es una mejor táctica de limpieza que las servilletas. Puedes sentir el sabor, en cambio en el papel se desperdicia. - Es el primer pastel que hago en años, siéntete afortunado - le recrimino. Noto que me he olvidado de tomar una cuchara para mí, así que se la quito de la mano con total descaro y pincho mi porción hasta llevarme un trozo a la boca. Mientras mastico, observo el lugar como si fuese la primera vez que me encuentro allí y uso mi mano libre para empujar hacia él el vaso de leche que le he servido.
Ya encontré la diferencia entre esta merienda y las antiguas. Antes no parábamos de hablar, pero ahora siento que no sé que decir. No pasa desapercivo su frágil humor y me pregunto si venir ha sido buena idea. Siento la tentación de preguntar por Kathleen, pero como sé que no me va a gustar la respuesta sea cual sea, evito el tema. Miro mi porción y acabo por devolverle la cuchara, porque decido terminarla con las manos. En poco rato ya ha desaparecido y me encuentro otra vez, chupándome los dedos y pasándome el dorso de la mano por la boca para limpiarme.
Un suspiro se me escapa mientras paso mis manos sobre mi pantalón, como si aquello sirviese para acabar de limpiarme - Esto es extrañamente incómodo - admito finalmente, haciendo una mueca de pena - ¿No tienes la sensación, por momentos, que a veces actuamos como si fuésemos completos extraños, cuando en realidad eres la persona que mejor me conoce en el mundo? - es una triste realidad. Ni siquiera mi madre sabe muchos de mis secretos que Andy se ha dado por enterado. Niego con la cabeza, algo molesto conmigo misma, y tomo el vaso para beber un trago - Esto apesta - mascullo, corriendo un poco la silla hacia atrás, haciendo un amague a levantarme - tal vez debería irme. El pastel fue un regalo, así que...mejor te lo quedas.
Hago una leve mueca porque no quiero que me consuele, éste tema específicamente me fastidia más que ningún otro porque yo soy el precavido que busca todos los quizá para así prever accidentes estúpidos, pero estaba tan emocionado con todo eso que no me di cuenta de lo que hacía y eso casi nos condena. Alzo mi vista hacia ella levemente divertido cuando me acusa de joder la merienda, algo que salió antes de mi boca. Me fijo un momento en su mejilla donde tengo el recuerdo de una de esas heridas que en medio del caos de aquel accidente pude vislumbrar en ella. Ni siquiera tuve fuerzas suficientes para ir a verla a su habitación después de aquella tarde, y sumado al hecho de que casi me perforo un pulmón lo que causó que me tuvieran hospitalizado toda una eternidad y sedado otra... apenas tuve tiempo de pensar en ella.
Quiero preguntarle como le fue, que se hizo, cuanto tardó en curarse... seguro menos que yo porque para cuando yo ya salí ella estaba fuera, sin embargo al mismo tiempo siento que ha pasado el momento de preocuparse por eso y mirar hacia adelante, hacia el futuro que tenemos en este sitio y que es correr el resto de nuestras vidas en una rueda de hamsters. - Aunque te hubieras venido sin pastel me habría sentido afortunado. - Golpeo el aire con la cuchara antes de robar otro trozo y soltar un quejido porque me la roba. La veo comer deteniéndome en sus movimientos, echando de menos cosas que apenas recordaba que habíamos hecho. Para cuando termina su trozo de pastel el mío está a medias así que parto un trozo para mi y otro para ella quedándome a medias de ofrecérselo cuando escucho su voz otra vez.
Una especie de pinchazo me llega al alma, otra vez, tengo una sensación de dejavú horrible sobre la conversación, pero no sobre la persona que me acompaña esta vez. Las palabras no son las mismas, están disfrazadas detrás de otras diferentes pero a la larga todo termina igual. Ella se va y yo me quedo solo, ahora solo de verdad porque ni siquiera Katie está. Dejo la cuchara sobre el plato con el trozo que era para ella y me apoyo en la encimera a su lado pero de frente con la vista en las baldosas del fondo con horribles dibujos comestibles. - A veces. Pero no puedes culparnos después de todo lo que no ha pasado. - Hemos muerto, hemos revivido, hemos intentado fugarnos, casi nos matamos, hemos adoptado una lechuza que en cuando aprendió a volar nos abandonó. - Es complicado, tu y yo somos amigos, llevamos tanto tiempo siendo amigos que cruzamos esa línea sin darnos cuenta. - La línea prohibida tras la amistad que se supone que no se puede cruzar porque todo se va ala mierda, cómo está pasando ahora. Siempre he creído que las personas a veces exageran pero cómo decía mi hermana, mil millones de personas no pueden estar equivocadas. - Pero ya te lo he dicho mil veces, no quiero perderte - Lo primero que hago en cuanto dice que quiere marcharse es alargar mi mano y atrapar la suya.
Me quedo estático por un instante, cómo si ni siquiera supiera lo que estoy haciendo. Pasados unos segundos niego sutilmente con mi cabeza y una mirada suplicante que vale más que mil palabras y que ocultan un no te vayas. - No quiero ir hacia adelante porque pase lo que pase voy a perderte - Mi mejor amiga no va a volver, no vamos a dar un paso atrás y a fingir que no ha pasado nada, y si vamos hacia adelante las cosas cambiaran, salgan bien o salgan mal. Bajo la vista al suelo incapaz de hablar mientras la miro y dejando salir una leve exclamación entre un bufido un suspiro y un tsk. - Y ya sé que quedarme en el mismo sitio para siempre no es la mejor idea que he tenido - La he lastimado a ella, a Katie, incluso a mi mismo. Entonces un recuerdo se me cuela y me hace soltar una risa melancólica y avergonzada a la vez. - Incluyendo aquella en la que se me ocurrió que amaestráramos a un cuerpo espín -
Quiero preguntarle como le fue, que se hizo, cuanto tardó en curarse... seguro menos que yo porque para cuando yo ya salí ella estaba fuera, sin embargo al mismo tiempo siento que ha pasado el momento de preocuparse por eso y mirar hacia adelante, hacia el futuro que tenemos en este sitio y que es correr el resto de nuestras vidas en una rueda de hamsters. - Aunque te hubieras venido sin pastel me habría sentido afortunado. - Golpeo el aire con la cuchara antes de robar otro trozo y soltar un quejido porque me la roba. La veo comer deteniéndome en sus movimientos, echando de menos cosas que apenas recordaba que habíamos hecho. Para cuando termina su trozo de pastel el mío está a medias así que parto un trozo para mi y otro para ella quedándome a medias de ofrecérselo cuando escucho su voz otra vez.
Una especie de pinchazo me llega al alma, otra vez, tengo una sensación de dejavú horrible sobre la conversación, pero no sobre la persona que me acompaña esta vez. Las palabras no son las mismas, están disfrazadas detrás de otras diferentes pero a la larga todo termina igual. Ella se va y yo me quedo solo, ahora solo de verdad porque ni siquiera Katie está. Dejo la cuchara sobre el plato con el trozo que era para ella y me apoyo en la encimera a su lado pero de frente con la vista en las baldosas del fondo con horribles dibujos comestibles. - A veces. Pero no puedes culparnos después de todo lo que no ha pasado. - Hemos muerto, hemos revivido, hemos intentado fugarnos, casi nos matamos, hemos adoptado una lechuza que en cuando aprendió a volar nos abandonó. - Es complicado, tu y yo somos amigos, llevamos tanto tiempo siendo amigos que cruzamos esa línea sin darnos cuenta. - La línea prohibida tras la amistad que se supone que no se puede cruzar porque todo se va ala mierda, cómo está pasando ahora. Siempre he creído que las personas a veces exageran pero cómo decía mi hermana, mil millones de personas no pueden estar equivocadas. - Pero ya te lo he dicho mil veces, no quiero perderte - Lo primero que hago en cuanto dice que quiere marcharse es alargar mi mano y atrapar la suya.
Me quedo estático por un instante, cómo si ni siquiera supiera lo que estoy haciendo. Pasados unos segundos niego sutilmente con mi cabeza y una mirada suplicante que vale más que mil palabras y que ocultan un no te vayas. - No quiero ir hacia adelante porque pase lo que pase voy a perderte - Mi mejor amiga no va a volver, no vamos a dar un paso atrás y a fingir que no ha pasado nada, y si vamos hacia adelante las cosas cambiaran, salgan bien o salgan mal. Bajo la vista al suelo incapaz de hablar mientras la miro y dejando salir una leve exclamación entre un bufido un suspiro y un tsk. - Y ya sé que quedarme en el mismo sitio para siempre no es la mejor idea que he tenido - La he lastimado a ella, a Katie, incluso a mi mismo. Entonces un recuerdo se me cuela y me hace soltar una risa melancólica y avergonzada a la vez. - Incluyendo aquella en la que se me ocurrió que amaestráramos a un cuerpo espín -
Pongo mis ojos en blanco, casi como si quisiese mostrarme exasperada o enojada, pero la verdad es que no sé que decirle, porque hoy en día creo que nadie es afortunado con tenerme cerca. Me pienso lo que me está diciendo un instante. Andy tiene razón; con el correr del tiempo, dejó de ser un simple amigo más en mi vida. No me refiero a nada romántico, sino que si debo imaginarme un mundo donde Anderson Looper no exista, simplemente no puedo hacerlo. Es tanto para mí como lo son los pétalos para que una flor sea una flor. Una flor no es una flor bonita sin pétalos. Yo no soy Jolene sin Andy.
No quiero escuchar que no quiere perderme, porque en sus labios me molesta tanto como me desconcierta. Y cuando su mano toma la mía, yo las observo y enrosco nuestros dedos por inercia, sin atreverme a dejarlo ir aunque deba. Vuelvo a mi lugar, volviendo a sentarme y otra vez frunzo los labios, intentando que esa mirada suplicante no me haga decir cosas que luego voy a lamentar, tal como me ha pasado con Jeremy, aquella noche en la que no tuve mejor idea que confesarle mi modo de ver el mundo. No se me antoja decir que es verdad lo que dice, que su necesidad de estancarse es un asco, porque no puedo decirle algo que sé que le va a hacer mal. Es una estupidez, pero siempre he sentido la necesidad de protegerlo, incluso cuando éramos niños y yo tardé en crecer, por lo que era más alto que yo, tal como ahora.
Una risa desganada, acompañada de una sonrisa torcida, se me escapa ante la mención de aquella anécdota tan vieja - Debí sospechar que querías matarme desde un principio - bromeo, aunque se nota en algún punto de mi voz que no estoy para bromas. Bajo la vista a nuestras manos unidas y jugueteo con sus dedos - ¿Sabes cúal es el verdadero problema aquí, Andy? - mascullo de manera atropellada. Me fijo en las cicatrices de sus manos, antes suaves, ahora ásperas. Le pongo la palma hacia arriba y recorro sus líneas con mis dedos - No quieres perderme, pero ya nos hemos perdido cientos de veces.
No quiero volver a llorar, así que me centro en mi tarea porque sé que si levanto la vista, echaré todo a perder. Vuelvo a voltear su mano y me concentro en recorrer sus nudillos - Aquel día en el cual te esperé hasta que supe que no ibas a regresar. Cuando Jeremy entró en mi vida y Kathleen entró en la tuya... - ahí empezó todo. Fue ese suceso, la muerte de su hermana, el que transformó el camino. Ahí fue cuando dejamos de ser un equipo, suya y mío. Cuando otras personas ocuparon nuestros lugares en la vida del otro. Una hermana muerta nos separó y otra hermana muerta nos volvió a unir, pero ya habíamos dejado de ser lo que éramos antes, cuando la vida era sencilla y no estábamos rotos - pero fue en la Arena cuando me di cuenta. Cuando te sentí que te perdía para siempre y no podría hacer nada...
Nunca me he dignado a hablar abiertamente con él de los Juegos. Nunca he expresado en palabras el terror que sufrí esos pocos días, viendo morir uno a uno a todos quienes nos acompañaron. Como fue exactamente que padecí el temor de perderlos a ambos - Cuando regresamos, cuando milagrosamente estábamos vivos... - continúo hablando, tras una pequeña pausa en la cual he aprovechado a recuperar el aliento - supe que no podía volver a soltarte. No quiero que te lastimen, no quiero que te alejen... es tonto, en realidad - se me escapa una risa pequeña, mezclada con un suspiro - pero tenía que verte morir para darme cuenta de que si te marchas, mi vida se tornaría un asco...aún peor - sus nudillos vuelven a cansarme y otra vez le doy vuelta la mano, aunque esta vez me centro en abrir y cerrar sus dedos - Sé que aunque tenga veinte, treinta, o cuarenta años... que si me caso con Jeremy o con quien sea... una parte de mí siempre va a ser tuya.
Así es en los cuentos, al menos. Las princesas siempre son de los caballeros, incluso cuando no tienen corona o no tienen caballo. Mis dedos abandonan su mano para deslizarse hacia su muñeca, donde los enrosco con la pulsera de Erígone. Una sonrisita vaga se me pinta y me atrevo a mirarlo de soslayo - ¿Suerte en una moneda? - recito. Parece que me estoy burlando de él, pero en realidad me burlo de las ironías. Niego levemente con la cabeza y oculto el rostro en el hueco de su cuello, allí donde noto sus latidos y sé que estamos vivos aunque no lo merezcamos.
No quiero escuchar que no quiere perderme, porque en sus labios me molesta tanto como me desconcierta. Y cuando su mano toma la mía, yo las observo y enrosco nuestros dedos por inercia, sin atreverme a dejarlo ir aunque deba. Vuelvo a mi lugar, volviendo a sentarme y otra vez frunzo los labios, intentando que esa mirada suplicante no me haga decir cosas que luego voy a lamentar, tal como me ha pasado con Jeremy, aquella noche en la que no tuve mejor idea que confesarle mi modo de ver el mundo. No se me antoja decir que es verdad lo que dice, que su necesidad de estancarse es un asco, porque no puedo decirle algo que sé que le va a hacer mal. Es una estupidez, pero siempre he sentido la necesidad de protegerlo, incluso cuando éramos niños y yo tardé en crecer, por lo que era más alto que yo, tal como ahora.
Una risa desganada, acompañada de una sonrisa torcida, se me escapa ante la mención de aquella anécdota tan vieja - Debí sospechar que querías matarme desde un principio - bromeo, aunque se nota en algún punto de mi voz que no estoy para bromas. Bajo la vista a nuestras manos unidas y jugueteo con sus dedos - ¿Sabes cúal es el verdadero problema aquí, Andy? - mascullo de manera atropellada. Me fijo en las cicatrices de sus manos, antes suaves, ahora ásperas. Le pongo la palma hacia arriba y recorro sus líneas con mis dedos - No quieres perderme, pero ya nos hemos perdido cientos de veces.
No quiero volver a llorar, así que me centro en mi tarea porque sé que si levanto la vista, echaré todo a perder. Vuelvo a voltear su mano y me concentro en recorrer sus nudillos - Aquel día en el cual te esperé hasta que supe que no ibas a regresar. Cuando Jeremy entró en mi vida y Kathleen entró en la tuya... - ahí empezó todo. Fue ese suceso, la muerte de su hermana, el que transformó el camino. Ahí fue cuando dejamos de ser un equipo, suya y mío. Cuando otras personas ocuparon nuestros lugares en la vida del otro. Una hermana muerta nos separó y otra hermana muerta nos volvió a unir, pero ya habíamos dejado de ser lo que éramos antes, cuando la vida era sencilla y no estábamos rotos - pero fue en la Arena cuando me di cuenta. Cuando te sentí que te perdía para siempre y no podría hacer nada...
Nunca me he dignado a hablar abiertamente con él de los Juegos. Nunca he expresado en palabras el terror que sufrí esos pocos días, viendo morir uno a uno a todos quienes nos acompañaron. Como fue exactamente que padecí el temor de perderlos a ambos - Cuando regresamos, cuando milagrosamente estábamos vivos... - continúo hablando, tras una pequeña pausa en la cual he aprovechado a recuperar el aliento - supe que no podía volver a soltarte. No quiero que te lastimen, no quiero que te alejen... es tonto, en realidad - se me escapa una risa pequeña, mezclada con un suspiro - pero tenía que verte morir para darme cuenta de que si te marchas, mi vida se tornaría un asco...aún peor - sus nudillos vuelven a cansarme y otra vez le doy vuelta la mano, aunque esta vez me centro en abrir y cerrar sus dedos - Sé que aunque tenga veinte, treinta, o cuarenta años... que si me caso con Jeremy o con quien sea... una parte de mí siempre va a ser tuya.
Así es en los cuentos, al menos. Las princesas siempre son de los caballeros, incluso cuando no tienen corona o no tienen caballo. Mis dedos abandonan su mano para deslizarse hacia su muñeca, donde los enrosco con la pulsera de Erígone. Una sonrisita vaga se me pinta y me atrevo a mirarlo de soslayo - ¿Suerte en una moneda? - recito. Parece que me estoy burlando de él, pero en realidad me burlo de las ironías. Niego levemente con la cabeza y oculto el rostro en el hueco de su cuello, allí donde noto sus latidos y sé que estamos vivos aunque no lo merezcamos.
Me río por el comentario de querer matarla permaneciendo de frente a ella pero ubicado a su lado. Voy borrando mi sonrisa gradualmente cuando busca respuesta a la pregunta que probablemente lleva mucho atormentándonos a ambos. - Tal vez... o tal vez solo sea un terrible pánico a que te marches para siempre - Nos hemos pasado la vida perdiéndonos, en eso tiene toda la razón, pero si nos hubiésemos perdido ya, irremediable e irreparablemente porqué seguimos aquí.
Bajo la vista a la encima mientras sus palabras me calan entero, van golpeando una y otra vez hasta hacer una fisura que me hace suspirar. Jeremy entró en su vida cuando yo me fui, Katie en la mía cuando ella ya me había reemplazado. - Tu y yo siempre... siempre hemos estado juntos - Junto mi brazo derecho contra el suyo bajando la vista al punto justo donde la piel de ambos se toca. - Apoyado el uno en el otro para no caernos. - Su padre se va... los míos mueren... tenemos una mierda vida... teníamos 8 años y ya sabíamos que el mundo no era justo en absoluto. - Pero yo me rompí del todo - Una cosa es estar quebrado y otra destrozado por completo. Tal vez fue cuando murió mi hermana que todo se estropeó. Que dejé de poder cargar con parte de su peso porque ni siquiera era capaz con el mío propio. Cuando la abandoné y otro ocupó el lugar que era mío.
La abrazo de vuelta porque no quiero, me niego a creer que de verdad se acabó, que todo lo que estamos haciendo es dar pasos en falso mientras avanzamos hacia un muro que nos separa del todo impidiendo que vuelva con ella. Entierro mi rostro en su cuello con mis labios rozando su piel destapada y los ojos cerrados aspirando su aroma mezclado con el chocolate que ahora invade la cocina. - ¿Suerte en una pulsera? - Devuelvo la burla y lo único en lo que puedo pensar es en que realmente deseaba que volviese. - Tal vez si tienen suerte. Tal vez nos equivocamos pensando que era ella la que queríamos ver volver, y éramos nosotros - Esa pulsera vino a mi. Y esa moneda fue a ella. Ya ni siquiera creo en las casualidades.
Me separo para pasar mi mano por su mejilla apoyando mi sien contra la suya durante un momento antes de poner una leve distancia entre ambos de modo que mis ojos puedan perderse con los suyos. - Tal vez la moneda y la pulsera no traían suerte a Eri. Tal vez era el hilo rojo que ataba tu dedo con el mío para recordarme como regresar - Recorro con mis ojos cada parte de su rostro. Me centro en esa sensación, en la de perderle, en la de cómo sería mi vida si ella no estuviera y tengo una laguna en la cabeza. Hace mucho tiempo que los años en los que no estábamos juntos se perdieron en mi memoria como si no hubieran existido jamás. Cómo si eso fuera algo que no puede ocurrir de ninguna manera posible. Y es a esa sensación a la que me aferro cuando consigo la valentía suficiente para poner mis labios sobre los suyos.
Bajo la vista a la encima mientras sus palabras me calan entero, van golpeando una y otra vez hasta hacer una fisura que me hace suspirar. Jeremy entró en su vida cuando yo me fui, Katie en la mía cuando ella ya me había reemplazado. - Tu y yo siempre... siempre hemos estado juntos - Junto mi brazo derecho contra el suyo bajando la vista al punto justo donde la piel de ambos se toca. - Apoyado el uno en el otro para no caernos. - Su padre se va... los míos mueren... tenemos una mierda vida... teníamos 8 años y ya sabíamos que el mundo no era justo en absoluto. - Pero yo me rompí del todo - Una cosa es estar quebrado y otra destrozado por completo. Tal vez fue cuando murió mi hermana que todo se estropeó. Que dejé de poder cargar con parte de su peso porque ni siquiera era capaz con el mío propio. Cuando la abandoné y otro ocupó el lugar que era mío.
La abrazo de vuelta porque no quiero, me niego a creer que de verdad se acabó, que todo lo que estamos haciendo es dar pasos en falso mientras avanzamos hacia un muro que nos separa del todo impidiendo que vuelva con ella. Entierro mi rostro en su cuello con mis labios rozando su piel destapada y los ojos cerrados aspirando su aroma mezclado con el chocolate que ahora invade la cocina. - ¿Suerte en una pulsera? - Devuelvo la burla y lo único en lo que puedo pensar es en que realmente deseaba que volviese. - Tal vez si tienen suerte. Tal vez nos equivocamos pensando que era ella la que queríamos ver volver, y éramos nosotros - Esa pulsera vino a mi. Y esa moneda fue a ella. Ya ni siquiera creo en las casualidades.
Me separo para pasar mi mano por su mejilla apoyando mi sien contra la suya durante un momento antes de poner una leve distancia entre ambos de modo que mis ojos puedan perderse con los suyos. - Tal vez la moneda y la pulsera no traían suerte a Eri. Tal vez era el hilo rojo que ataba tu dedo con el mío para recordarme como regresar - Recorro con mis ojos cada parte de su rostro. Me centro en esa sensación, en la de perderle, en la de cómo sería mi vida si ella no estuviera y tengo una laguna en la cabeza. Hace mucho tiempo que los años en los que no estábamos juntos se perdieron en mi memoria como si no hubieran existido jamás. Cómo si eso fuera algo que no puede ocurrir de ninguna manera posible. Y es a esa sensación a la que me aferro cuando consigo la valentía suficiente para poner mis labios sobre los suyos.
Siempre, no. Fue mi mejor amigo, en algún punto lo sigue siendo, pero no estuvo todos los días a mi lado sosteniendo mi mano y yo no tuve oportunidad de sostener la suya. Sin embargo, no me atrevo a reprochárselo, porque sé que no ha sido su culpa. Él no decidió la muerte de su hermana. Él no quiso abandonarme y dejarle su lugar a alguien más. Lo sé, especialmente porque noto como lo lamenta tanto como yo y por eso prefiero guardar silencio. En algún punto, continúo entendiéndolo sin la necesidad de las palabras, como cuando éramos niños y una mirada bastaba para decidirnos a hacer alguna travesura.
Siento sus labios rozando mi cuello y eso logra que enderece la espalda como si me hubiesen dado una descarga eléctrica, porque nunca en toda mi vida he permitido que nadie se acerque de esa forma. Clavo mis ojos en algún punto perdido de la cocina, porque no sé exactamente hacia donde mirar. Su nuevo abrazo me hace sentir segura, porque él siempre significó eso para mí. Brazos donde esconderse, donde alegrarse, donde reír o llorar sin importar lo que pase fuera de su alcance. Su burla hace que se me escape una risa corta, nerviosa y estrangulada. Yo nunca creí en la suerte, al fin y al cabo, así que podría decirse que esa pulsera es una pequeña farsa. - Hubiese preferido que ella vuelva en lugar de hacerlo yo - mascullo de modo casi inaudible. No necesito explicarme tampoco.
En cuanto se aparta casi extraño ese contacto, pero no reprocho nada e incluso me tomo la molestia de soltarlo y entrelazar mis manos sobre mi regazo, como si de aquella forma simulara que nada había pasado. Incluso mi espalda vuelve a aflojar y me doy el gusto de sacudir levemente una pierna, como si tuviese una especie de tic infantil. Por su parte, su mano acaba en mi mejilla y yo recargo el rostro en ella sin molestarme en pensarlo, permitiendo que su sien choque con la mía. Lo escucho, pero por algún motivo me centro en las pecas que salpican su nariz. Nunca me había fijado en que tenía tantas, casi podría ponerme a contarlas. No lo hago, porque vuelve a apartarse aunque una parte de mí no lo quiera lejos. ¿O sí lo quiero lejos?
Lo que dice hace que mis ojos viajen a la pulsera evitando los suyos, mordiendo levemente mi labio inferior - Me alegra que volvieras - murmuro, aunque ya lo sepa. Quiero decirle algo más, darle las gracias por hacerlo, tal vez. O quejarme de que se ha tardado demasiado. O ambas cosas. Sea lo que fuese a decir se me olvida de inmediato en cuanto no puedo hablar por el motivo de que sus labios han sellado los míos.
Cuando era niña y no existía nadie más en el mundo para mí que Anderson Looper...¿cuántas veces había pensado en este beso? Debe ser eso lo que logra que sea tan familiar, como si su textura estuviese guardada en mi memoria casi como si ya lo hubiese sabido. Incluso podría asegurar que estamos sentados en la fuente del Distrito 08. Puedo escuchar mis latidos en mis oídos y noto como mi mano se entrelaza a la suya otra vez, aunque yo ni siquiera le he dado esa orden a mi cerebro. Sé que en cierto punto nada ha cambiado; seguimos siendo del otro.
Podrían haber pasado años o dos segundos, pero finalmente despego mis labios de los suyos con total tranquilidad. Tampoco recuerdo haber cerrado los ojos, por lo que me sorprende encontrarme parpadeando para encontrar los suyos y verme reflejada en ellos. Largo el aire que he contenido sin notarlo y se me pinta una pequeña sonrisa, tan pequeña que parece una simple mueca - Tu sabor es el de casa - digo tontamente, y probablemente luego me ría o me odie por haber dicho eso. No, no es el de casa. Es el del chocolate que me recuerda a casa. Mi mano libre se alza y le corre el cabello de la cara, como hacía mi madre conmigo cuando intentaba verme mejor - Ese debió ser mi primer beso.
Sé que se nota el tono lastimero de mi voz y debería golpearme por eso. Suena a que me arrepiento de todos los besos intercambiados con Jeremy y no es así, en lo absoluto. Pero Andy siempre fue el primero en todo; supongo que el leñador se llevó también ese privilegio al entrar como reemplazo. Pero si me explico, sería hablar de Jeremy y eso sería como pinchar una burbuja con un alfiler. Tal vez, solo tal vez, ahora mismo nos merecemos aunque sea un pequeño momento de tranquilidad.
Me revuelvo en mi sitio y lo suelto, carraspeando levemente para aclararme la garganta mientras observo por la ventana. Allí se lucen las casas de nuestros vecinos vencedores, y en una de ellas vive el chico al que ahora mismo siento que he traicionado cuando incluso fue él quien me dijo que necesitaba tiempo para alejarse. No puedo ser tan egoísta y sin embargo no me importa serlo. Me levanto de un salto y comienzo a juntar todo como si la merienda se hubiese acabado, aunque no hemos ni comido dos porciones cada uno ni nos hemos tomado nuestros vasos. Tiro la leche en el lavaplatos porque no importa, cualquiera de los dos puede comprar más, y mojo los vasos, aunque no pierdo el tiempo lavándolos. No quiero hablar porque no sé que decir. No quiero mirarlo porque no sé como hacerlo.
Seco mis manos en mis pantalones y chequeo en lugar, observando el televisor en el suelo que se ve desde aquí. Debería irme, pero no quiero hacerlo, porque siento que si me voy yo voy a ser la que explote la burbuja de tranquilidad. - Andy, yo... - ¿Yo qué? De alguna manera, me encuentro riendo y negando con la cabeza, pasándome las manos por el cabello y echándolo hacia atrás - No sé que decir. Esa es la verdad. Siento que ya no hay nada que hablar - y ahí va de nuevo, mi sinceridad que no sé de donde fue que salió. Creo que el accidente de la moto me ha causado problemas en la cabeza - Pero no quiero irme. Si me voy, siento que en cuanto cierre esa puerta, todo se va a romper de nuevo. Y ya no quiero que se rompa nada.
Porque ya hay muchas cosas rotas, no solo el televisor. No quiero decirle que tengo miedo, de perderlo a él, de perder a Jeremy, aunque conservar a uno signifique perder al otro. Dejo caer mis manos de nuevo y sé que me despeinado a más no poder. Clavo mi vista en la suya un momento y me doy cuenta de que siento que el mundo se ha reducido a esta cocina - ¿Te molestaría que me quedara? - la pregunta me sale en voz baja, casi como si no me atreviera a decirla. Aunque luego vuelvo a sonreír de modo divertido - Puedo hacerte la cena y más pasteles, si quieres.
Siento sus labios rozando mi cuello y eso logra que enderece la espalda como si me hubiesen dado una descarga eléctrica, porque nunca en toda mi vida he permitido que nadie se acerque de esa forma. Clavo mis ojos en algún punto perdido de la cocina, porque no sé exactamente hacia donde mirar. Su nuevo abrazo me hace sentir segura, porque él siempre significó eso para mí. Brazos donde esconderse, donde alegrarse, donde reír o llorar sin importar lo que pase fuera de su alcance. Su burla hace que se me escape una risa corta, nerviosa y estrangulada. Yo nunca creí en la suerte, al fin y al cabo, así que podría decirse que esa pulsera es una pequeña farsa. - Hubiese preferido que ella vuelva en lugar de hacerlo yo - mascullo de modo casi inaudible. No necesito explicarme tampoco.
En cuanto se aparta casi extraño ese contacto, pero no reprocho nada e incluso me tomo la molestia de soltarlo y entrelazar mis manos sobre mi regazo, como si de aquella forma simulara que nada había pasado. Incluso mi espalda vuelve a aflojar y me doy el gusto de sacudir levemente una pierna, como si tuviese una especie de tic infantil. Por su parte, su mano acaba en mi mejilla y yo recargo el rostro en ella sin molestarme en pensarlo, permitiendo que su sien choque con la mía. Lo escucho, pero por algún motivo me centro en las pecas que salpican su nariz. Nunca me había fijado en que tenía tantas, casi podría ponerme a contarlas. No lo hago, porque vuelve a apartarse aunque una parte de mí no lo quiera lejos. ¿O sí lo quiero lejos?
Lo que dice hace que mis ojos viajen a la pulsera evitando los suyos, mordiendo levemente mi labio inferior - Me alegra que volvieras - murmuro, aunque ya lo sepa. Quiero decirle algo más, darle las gracias por hacerlo, tal vez. O quejarme de que se ha tardado demasiado. O ambas cosas. Sea lo que fuese a decir se me olvida de inmediato en cuanto no puedo hablar por el motivo de que sus labios han sellado los míos.
Cuando era niña y no existía nadie más en el mundo para mí que Anderson Looper...¿cuántas veces había pensado en este beso? Debe ser eso lo que logra que sea tan familiar, como si su textura estuviese guardada en mi memoria casi como si ya lo hubiese sabido. Incluso podría asegurar que estamos sentados en la fuente del Distrito 08. Puedo escuchar mis latidos en mis oídos y noto como mi mano se entrelaza a la suya otra vez, aunque yo ni siquiera le he dado esa orden a mi cerebro. Sé que en cierto punto nada ha cambiado; seguimos siendo del otro.
Podrían haber pasado años o dos segundos, pero finalmente despego mis labios de los suyos con total tranquilidad. Tampoco recuerdo haber cerrado los ojos, por lo que me sorprende encontrarme parpadeando para encontrar los suyos y verme reflejada en ellos. Largo el aire que he contenido sin notarlo y se me pinta una pequeña sonrisa, tan pequeña que parece una simple mueca - Tu sabor es el de casa - digo tontamente, y probablemente luego me ría o me odie por haber dicho eso. No, no es el de casa. Es el del chocolate que me recuerda a casa. Mi mano libre se alza y le corre el cabello de la cara, como hacía mi madre conmigo cuando intentaba verme mejor - Ese debió ser mi primer beso.
Sé que se nota el tono lastimero de mi voz y debería golpearme por eso. Suena a que me arrepiento de todos los besos intercambiados con Jeremy y no es así, en lo absoluto. Pero Andy siempre fue el primero en todo; supongo que el leñador se llevó también ese privilegio al entrar como reemplazo. Pero si me explico, sería hablar de Jeremy y eso sería como pinchar una burbuja con un alfiler. Tal vez, solo tal vez, ahora mismo nos merecemos aunque sea un pequeño momento de tranquilidad.
Me revuelvo en mi sitio y lo suelto, carraspeando levemente para aclararme la garganta mientras observo por la ventana. Allí se lucen las casas de nuestros vecinos vencedores, y en una de ellas vive el chico al que ahora mismo siento que he traicionado cuando incluso fue él quien me dijo que necesitaba tiempo para alejarse. No puedo ser tan egoísta y sin embargo no me importa serlo. Me levanto de un salto y comienzo a juntar todo como si la merienda se hubiese acabado, aunque no hemos ni comido dos porciones cada uno ni nos hemos tomado nuestros vasos. Tiro la leche en el lavaplatos porque no importa, cualquiera de los dos puede comprar más, y mojo los vasos, aunque no pierdo el tiempo lavándolos. No quiero hablar porque no sé que decir. No quiero mirarlo porque no sé como hacerlo.
Seco mis manos en mis pantalones y chequeo en lugar, observando el televisor en el suelo que se ve desde aquí. Debería irme, pero no quiero hacerlo, porque siento que si me voy yo voy a ser la que explote la burbuja de tranquilidad. - Andy, yo... - ¿Yo qué? De alguna manera, me encuentro riendo y negando con la cabeza, pasándome las manos por el cabello y echándolo hacia atrás - No sé que decir. Esa es la verdad. Siento que ya no hay nada que hablar - y ahí va de nuevo, mi sinceridad que no sé de donde fue que salió. Creo que el accidente de la moto me ha causado problemas en la cabeza - Pero no quiero irme. Si me voy, siento que en cuanto cierre esa puerta, todo se va a romper de nuevo. Y ya no quiero que se rompa nada.
Porque ya hay muchas cosas rotas, no solo el televisor. No quiero decirle que tengo miedo, de perderlo a él, de perder a Jeremy, aunque conservar a uno signifique perder al otro. Dejo caer mis manos de nuevo y sé que me despeinado a más no poder. Clavo mi vista en la suya un momento y me doy cuenta de que siento que el mundo se ha reducido a esta cocina - ¿Te molestaría que me quedara? - la pregunta me sale en voz baja, casi como si no me atreviera a decirla. Aunque luego vuelvo a sonreír de modo divertido - Puedo hacerte la cena y más pasteles, si quieres.
La referencia a la muerte de su hermana me duele de alguna forma, no porque la conociera personalmente que sí, fui la persona con la que pasó su última noche fuera de la arena. Me duele por la idea de lo mucho que desprecia el hecho de seguir viva. De que habría preferido morir si ella siguiera aquí. Intento que no se note demasiado pero lo hace, me recuerda a la sensación que llevo teniendo durante meses y que a ratos me hacen sentir que no pertenezco a este lugar. Que mi sitio estaba con Alex, con mamá, con papá... donde la gente muerta. Tal vez los Looper estuviésemos destinados a extinguirnos desde el principio pero yo soy demasiado torpe incluso para las trampas que la muerte me pone por el camino.
Apoyo mi frente contra la suya cerrando los ojos un momento sintiendo los labios arder cuando me separo. Ahogo un par de suspiros y entre ellos una mini risa con lo del sabor a casa relamiéndome los labios por inercia. Yo solo encuentro el sabor a chocolate, el mismo de hace diez años, como si jamás hubiera pasado el tiempo y siguiésemos siendo aquellos niños que jugaban a cazar gamusinos y adiestrar bicharrajos. - A mi no me sabes a casa - Susurro por lo bajo meditando las palabras con gran cuidado, dejando espacio entre una frase y otra probablemente mayor al que debería. Rozo una última vez mis labios con los suyos antes de abrir los ojos y separarme para mirarla. - Me sabes a esa parte de mi que creía haber perdido - Desvío la mirada hacia otra parte respirando con fuerza, cómo si una parte de mi estuviese cansado. - Teóricamente, ha sido el primero - Comento con un leve tono de broma haciendo un gesto con las manos de intentar balancear algo que se mire por donde se mire no encaja de la manera en la que nos gustaría.
La miro mientras limpia y voy pasando los platos sucios que tengo a mano sin moverme tampoco demasiado, quedándome con la cuchara que he usado para comerme el trozo de pastel y que aún tiene restos de chocolate. Quiero desviar la conversación en cuando dice que no tiene nada que decir, no quiero que vuelva a pasarle la idea por la cabeza de largarse y abandonarme pero antes de que pueda pensar en algo para interrumpirla ella misma lo hace. Me llevo la cuchara a la boca para reprimir un "pues no te vayas" dedicándome a sacarla cuando los restos de chocolate de la misma han desaparecido del todo. Ahogo una leve risa, extiendo mi mano hacia el grito de agua para enjuagar la cuchara y la dejo secando con todo lo demás. - No hace falta que me chantajees con comida, te habría dicho que si de todos modos - Me encojo de hombros y avanzo hacia la puerta apuntándola con mi dedo. - Aunque ahora no vale echarse atrás. Hace meses que no como nada decente, no se me da bien cocinar - Ni siquiera sé a que viene el último comentario cuando sé a ciencia cierta de que es algo que sabe de memoria.
Avanzo por la casa con ella siguiéndome mientras discutimos de tonterías y cómo me he cargado la tele esa misma mañana al final terminamos entreteniéndonos como en antaño: un montón de libros sobre la cama, bolígrafos de colores, cuadernos con historias de poco más de una página y echando de menos una muñeca de trapo estropeada que debe estar abandonada en la habitación de la rubia en el distrito 8.
Apoyo mi frente contra la suya cerrando los ojos un momento sintiendo los labios arder cuando me separo. Ahogo un par de suspiros y entre ellos una mini risa con lo del sabor a casa relamiéndome los labios por inercia. Yo solo encuentro el sabor a chocolate, el mismo de hace diez años, como si jamás hubiera pasado el tiempo y siguiésemos siendo aquellos niños que jugaban a cazar gamusinos y adiestrar bicharrajos. - A mi no me sabes a casa - Susurro por lo bajo meditando las palabras con gran cuidado, dejando espacio entre una frase y otra probablemente mayor al que debería. Rozo una última vez mis labios con los suyos antes de abrir los ojos y separarme para mirarla. - Me sabes a esa parte de mi que creía haber perdido - Desvío la mirada hacia otra parte respirando con fuerza, cómo si una parte de mi estuviese cansado. - Teóricamente, ha sido el primero - Comento con un leve tono de broma haciendo un gesto con las manos de intentar balancear algo que se mire por donde se mire no encaja de la manera en la que nos gustaría.
La miro mientras limpia y voy pasando los platos sucios que tengo a mano sin moverme tampoco demasiado, quedándome con la cuchara que he usado para comerme el trozo de pastel y que aún tiene restos de chocolate. Quiero desviar la conversación en cuando dice que no tiene nada que decir, no quiero que vuelva a pasarle la idea por la cabeza de largarse y abandonarme pero antes de que pueda pensar en algo para interrumpirla ella misma lo hace. Me llevo la cuchara a la boca para reprimir un "pues no te vayas" dedicándome a sacarla cuando los restos de chocolate de la misma han desaparecido del todo. Ahogo una leve risa, extiendo mi mano hacia el grito de agua para enjuagar la cuchara y la dejo secando con todo lo demás. - No hace falta que me chantajees con comida, te habría dicho que si de todos modos - Me encojo de hombros y avanzo hacia la puerta apuntándola con mi dedo. - Aunque ahora no vale echarse atrás. Hace meses que no como nada decente, no se me da bien cocinar - Ni siquiera sé a que viene el último comentario cuando sé a ciencia cierta de que es algo que sabe de memoria.
Avanzo por la casa con ella siguiéndome mientras discutimos de tonterías y cómo me he cargado la tele esa misma mañana al final terminamos entreteniéndonos como en antaño: un montón de libros sobre la cama, bolígrafos de colores, cuadernos con historias de poco más de una página y echando de menos una muñeca de trapo estropeada que debe estar abandonada en la habitación de la rubia en el distrito 8.
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