¿Qué esperas de un hijo de muggles que ha vivido diariamente en la hambruna?

Que no sea como sus padres. Que valore lo que es enamorarse en un distrito cruel donde el hambre asola a las calles. Que dé gracias por el trabajo que le da a él y a sus hijos de comer.

O eso esperaba yo... Hasta que se presentaron una noche, se lo intentaron llevar por la fuerza y él opuso resistencia, claro que la opuso, hasta que vio a mis ojos mirándole desde el pie de la escalera, hasta ese instante ínfimo donde todo se retorció hasta ser dolorosamente asfixiante.

El instante en que mi padre bajó los brazos. El instante en que dejó que los aurores se lo llevaran. El instante... El último instante que atesoro de él.

Pasado ese acontecimiento todo se redujo a niveles desorbitados. La casa que parecía fortificada en piedra se cayó cual castillo de naipes. Y no lo vi venir, no lo vi.

Nada nos preparó para la guerra y ese cúmulo de intrigas y sospechas. Se suponía que entre los desamparados estaríamos a salvo. A fin de cuentas subsistíamos como podíamos y eso tendría que ser suficiente.

De las migas hacerse un hombre era difícil y cuando uno acostumbraba a meterse en un lodazal para conseguir un engrudo o un puñado de dragots todavía más. Rebajaba el límite hasta lo reprochable de la existencia y lo hacía porque no tenía dónde caerme muerto. ¿La escuela? Pese a ser pública era un impedimento en tiempo. Un tiempo que podía invertir en comida, ropa o calefacción. Ese aprendizaje no me servía para nada, así que me escabullía cada vez que se me presentaba la oportunidad.

Hasta que un día, se me presentó el anuncio de una escuela mágica. Ilvermorny abría nuevamente sus puertas. ¿Por qué no tendría yo que ir? Legítimamente era igual que cualquier otro, así que, siquiera lo pensé.

Caí en la casa Wampus y ese mismo día obtuve mi primera varita. ¿Es raro, no? La palabra varita todavía se me hace extraña en boca. Advertir que tenía todo un año para empaparme de lo que debería de ser siete no fue nada agradable.

Pero eso no sería ni de lejos el último obstáculo que yo, Bram, debería sortear.