OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Flashback,
Hace seis años...
Me dijeron que no me alejara tanto, es peligroso. Prometí que no lo haría, claro. Pero mis pasos me llevaron un poco más allá del distrito en el que estamos, puede que me haya subido al tren entre pasajeros sucios que me hicieron pasar desapercibida, todo mi cabello sujeto en un rodete por debajo de la capucha. Está lloviendo, otra vez. No ha parado de llover en los últimos tres días y los caminos están sucios para andarlos a pie, lo que no me molesta, tomo el primer atajo que encuentro en la periferia del distrito que se identifica como el seis por un cartel. No es la primera vez que me alejo, no sé con certeza si mi madre lo sabe, tomaré sus advertencias como que tiene sospechas y no más que eso. Sé que se preocupan por mí, mucho más de lo que me preocupo por mí misma, eso queda claro porque estoy pateando latas en un vertedero. Hay otros en el norte, llenos de basura. En este puedo encontrar un par de cosas que dan por inútiles, pero que puedo vender como chatarra reutilizable en el mercado negro, siempre hay alguno que compra porquerías o me las cambia por los cigarrillos que se supone que mis padres tampoco deben enterarse que consigo. Hay muchas cosas que no deben enterarse, a veces lo lamento por los Overstrand… otras veces solo siento que soy así, desde mucho antes que ellos me encontraran y no hay nada que pueda pasar para que eso cambie.
Me descubro la cabeza cuando la lluvia aminora, pasa a ser un par de gotas que me caen sobre la nariz y no más que eso. Salgo del vertedero con la mochila un tanto pesada por lo que consideré que podía servir y estoy a punto de pasar por el hueco en el tejido por el que entre, cuando un movimiento me obliga a quedarme quieta en mi sitio. Ah, mierda, la cagué. Hay alguien por aquí. Van a colgarme de mi capucha en alguna pica si es que no me arrastran directo al mercado, y no, gracias, no tengo intenciones de volver a ese sitio. Pasar un par de años con los Overstrand me demostró que mi suerte prestada es de privilegios en comparación a lo que sufren otros esclavos, esto es lo que hago, me cago en esa suerte prestado. Voy a acabar teniendo el destino que me merezco, maldigo entre mis dientes porque me anticipo a todo lo peor y lo único que escucho luego es silencio, como si esa misma persona que irrumpió en el basurero, quisiera ser quien desapercibida. Echo una mirada rápida al lugar y un par de pasos vacilantes para volver al centro del sitio me hacen ver una bola que se oculta detrás de los restos de un automóvil. Hago sentir mi peso sobre el baúl del coche al cruzarme de brazos. —Eh, tu, comadreja— sonrío al llamarlo, reconozco el color de la ropa que lleva puesta. —¿Jugando a las escondidas? Si te he pillado, ¿cuál es la prenda?—, es recién entonces que noto el morado de lo que supongo que son moretones, ¡ah, mierda! Mi mueca es de dolor, pese a que los únicos golpes que conocí en la vida fueron en los dos años que estuve en el mercado y fueron poco, era una niña tranquila, que vaya a saberse donde quedó. —Oye, ¿estás bien? ¿Necesitas ayuda?—, me preocupo en serio, no pasas mucho tiempo con mis padres adoptivos sin que esto salga casi natural.
Hace seis años...
Me dijeron que no me alejara tanto, es peligroso. Prometí que no lo haría, claro. Pero mis pasos me llevaron un poco más allá del distrito en el que estamos, puede que me haya subido al tren entre pasajeros sucios que me hicieron pasar desapercibida, todo mi cabello sujeto en un rodete por debajo de la capucha. Está lloviendo, otra vez. No ha parado de llover en los últimos tres días y los caminos están sucios para andarlos a pie, lo que no me molesta, tomo el primer atajo que encuentro en la periferia del distrito que se identifica como el seis por un cartel. No es la primera vez que me alejo, no sé con certeza si mi madre lo sabe, tomaré sus advertencias como que tiene sospechas y no más que eso. Sé que se preocupan por mí, mucho más de lo que me preocupo por mí misma, eso queda claro porque estoy pateando latas en un vertedero. Hay otros en el norte, llenos de basura. En este puedo encontrar un par de cosas que dan por inútiles, pero que puedo vender como chatarra reutilizable en el mercado negro, siempre hay alguno que compra porquerías o me las cambia por los cigarrillos que se supone que mis padres tampoco deben enterarse que consigo. Hay muchas cosas que no deben enterarse, a veces lo lamento por los Overstrand… otras veces solo siento que soy así, desde mucho antes que ellos me encontraran y no hay nada que pueda pasar para que eso cambie.
Me descubro la cabeza cuando la lluvia aminora, pasa a ser un par de gotas que me caen sobre la nariz y no más que eso. Salgo del vertedero con la mochila un tanto pesada por lo que consideré que podía servir y estoy a punto de pasar por el hueco en el tejido por el que entre, cuando un movimiento me obliga a quedarme quieta en mi sitio. Ah, mierda, la cagué. Hay alguien por aquí. Van a colgarme de mi capucha en alguna pica si es que no me arrastran directo al mercado, y no, gracias, no tengo intenciones de volver a ese sitio. Pasar un par de años con los Overstrand me demostró que mi suerte prestada es de privilegios en comparación a lo que sufren otros esclavos, esto es lo que hago, me cago en esa suerte prestado. Voy a acabar teniendo el destino que me merezco, maldigo entre mis dientes porque me anticipo a todo lo peor y lo único que escucho luego es silencio, como si esa misma persona que irrumpió en el basurero, quisiera ser quien desapercibida. Echo una mirada rápida al lugar y un par de pasos vacilantes para volver al centro del sitio me hacen ver una bola que se oculta detrás de los restos de un automóvil. Hago sentir mi peso sobre el baúl del coche al cruzarme de brazos. —Eh, tu, comadreja— sonrío al llamarlo, reconozco el color de la ropa que lleva puesta. —¿Jugando a las escondidas? Si te he pillado, ¿cuál es la prenda?—, es recién entonces que noto el morado de lo que supongo que son moretones, ¡ah, mierda! Mi mueca es de dolor, pese a que los únicos golpes que conocí en la vida fueron en los dos años que estuve en el mercado y fueron poco, era una niña tranquila, que vaya a saberse donde quedó. —Oye, ¿estás bien? ¿Necesitas ayuda?—, me preocupo en serio, no pasas mucho tiempo con mis padres adoptivos sin que esto salga casi natural.
Solo quería ayudar, eso es todo. En realidad, es lo que se supone que debo hacer. ¿Qué iba a saber yo que no podía entrar al dormitorio, ni siquiera cuando había ocurrido un accidente? Por el cual me echaron la culpa, obviamente. Las medicinas son un asunto delicado, no pude haber olvidado el comprarlas ni aunque fuese porque me habían enviado a cumplir otra tarea que ahora mismo no tiene importancia. Podrían haberme dicho que simplemente busque ayuda, que corra al negocio más cercano, que llame a alguien. Se preocuparon más por los gritos, por solucionarlo solos, por regresar a cobrarse un castigo que quizá, solo quizá, me merezco. Tengo que recordarme una vez más que no soy un desperdicio de espacio, que valgo más que esto aunque ellos me digan que no, que puedo ser más que un saco de basura a pesar de esconderme entre ella. Los odio, los odio tanto que siento que podría explotar por culpa de la ira y el veneno, ese que me tiene apretando los dientes con tanta fuerza que creo que pueden quebrarse.
Intento limpiar un poco el barro de mis zapatos, a pesar de que sé que no sirve de mucho porque sigo entre la mugre. ¿Qué otro lugar es seguro para esconderse estos días? Lo que no me espero que una voz salga entre el silencio y el vago ruido de la llovizna, haciendo que me sobresalte tan rápido que me doy la cabeza contra una pila de plástico viejo, la cual me servía de escondite hace cinco segundos. Ella parece notarlo, así que me limpio las lágrimas mugrosas con movimientos rápidos para mantener el orgullo. ¿Qué hace una chica aquí, de todos modos? Por su ropa, no diré que es una esclava, así que se gana mi desprecio en un santiamén. Bueno, quizá no tanto, pero sí una mirada no muy agradable — No, no necesito ayuda — a pesar de intentarlo, no sueno muy seguro, hasta creo que la voz me tiembla y no es precisamente por los cambios de timbre que estoy experimentando desde el año pasado — Solo me he caído, eso es todo — ajá, una excusa muy mala, poco original y hasta vergonzosa. Se me da bien mentir, a veces, pero este no es el caso. ¿Qué le voy a decir? ¿Que me atacó una jauría de perros salvajes? Bueno, al menos esos sí dejarían marcas en la piel, más que una caída.
La ignoro para poder limpiarme la nariz húmeda con el dorso de la mano y regreso a mi tarea. Los cordones tienen mucha mugre y la suela se me ha partido un poco, pero quizá pueda volver a pegarla. ¿Tengo que volver, de veras? ¿Por qué no puedo simplemente irme y ya? La miro de soslayo, porque puedo sentir sus ojos clavados en mí y eso me hace bufar un poco — No hay prenda alguna porque no estoy jugando, al menos que quieras arreglar esto por mí — estiro el pie para que vea la ropa y el calzado que he cagado al escabullirme entre los alambres — Pero tampoco quiero tu magia, así que da igual. Ya puedes irte a jugar con alguna lata o algo así. ¿Aún sigue de moda el hacer macumbas con frutas viejas? — no sé qué hacen los brujos hoy en día, pero he oído historias en el mercado y alguna, aunque sean muy viejas, siguen frescas en mi memoria.
Intento limpiar un poco el barro de mis zapatos, a pesar de que sé que no sirve de mucho porque sigo entre la mugre. ¿Qué otro lugar es seguro para esconderse estos días? Lo que no me espero que una voz salga entre el silencio y el vago ruido de la llovizna, haciendo que me sobresalte tan rápido que me doy la cabeza contra una pila de plástico viejo, la cual me servía de escondite hace cinco segundos. Ella parece notarlo, así que me limpio las lágrimas mugrosas con movimientos rápidos para mantener el orgullo. ¿Qué hace una chica aquí, de todos modos? Por su ropa, no diré que es una esclava, así que se gana mi desprecio en un santiamén. Bueno, quizá no tanto, pero sí una mirada no muy agradable — No, no necesito ayuda — a pesar de intentarlo, no sueno muy seguro, hasta creo que la voz me tiembla y no es precisamente por los cambios de timbre que estoy experimentando desde el año pasado — Solo me he caído, eso es todo — ajá, una excusa muy mala, poco original y hasta vergonzosa. Se me da bien mentir, a veces, pero este no es el caso. ¿Qué le voy a decir? ¿Que me atacó una jauría de perros salvajes? Bueno, al menos esos sí dejarían marcas en la piel, más que una caída.
La ignoro para poder limpiarme la nariz húmeda con el dorso de la mano y regreso a mi tarea. Los cordones tienen mucha mugre y la suela se me ha partido un poco, pero quizá pueda volver a pegarla. ¿Tengo que volver, de veras? ¿Por qué no puedo simplemente irme y ya? La miro de soslayo, porque puedo sentir sus ojos clavados en mí y eso me hace bufar un poco — No hay prenda alguna porque no estoy jugando, al menos que quieras arreglar esto por mí — estiro el pie para que vea la ropa y el calzado que he cagado al escabullirme entre los alambres — Pero tampoco quiero tu magia, así que da igual. Ya puedes irte a jugar con alguna lata o algo así. ¿Aún sigue de moda el hacer macumbas con frutas viejas? — no sé qué hacen los brujos hoy en día, pero he oído historias en el mercado y alguna, aunque sean muy viejas, siguen frescas en mi memoria.
—¿Qué quieres que te diga? Pareces necesitarla— se lo tengo que decir, si tiene la cara destrozada por los golpes y no quiero pensar si debajo de la ropa de esclavo también está molido. Puede que esté exagerando, que no sea tan malo como lo tomo, un par de golpes de nada, algo a lo que los esclavos acaban de acostumbrarse. Yo no, por culpa de que la familia que me acogió me mostró una vida diferente a la reservada para nosotros, a los malditos que nacimos sin magia, a los marginados. —Te caíste, ¿eh? ¿De cuántos pisos era tu edificio?— pregunto, ¿y quién me manda a mí a meterme? Pues nadie tiene tampoco la autoridad para decirme que me calle, así que puedo incordiarlo todo lo que quiera, tal vez acabe por reconocer que lo han golpeado y deje que me acerque para examinar si es que no tiene el ojo dañado. ¿Qué no sabe que un mal golpe podría dejarlo ciego o sordo? Recuerdo que había un hombre, no podía tener más de cuarenta años, lo regresaron al mercado por sordo así que no podía seguir las indicaciones que le daban, claro, su amo lo golpeó demasiado fuerte.
—Te ves pequeño, no debes tener más de trece años— tiro una edad cualquiera para que me revele cuantos años tiene, si digo que se ve pequeño es por el llanto que le mancha toda la cara, que no venga a decirme que es la lluvia, porque esa sería una excusa peor que la anterior. Me impulso con mis brazos para subirme al baúl del coche y luego al techo, así puedo sentarme en el borde, quedar por encima de donde se encuentra sentado, escondiéndose creo de su propia miseria. Tiro mi brazo todo lo que puedo para que me pase qué es lo que quiere que arregla, y lo lamento por él, si amago el gesto es por curiosidad, en realidad no tengo idea de cómo remendar un zapato. Retiro mi mano cuando no hace otra cosa más que mostrarme el calzado y silbo por lo bajo. —No, lo siento, no está en mi rubro— admito, y se me disparan las cejas hacia arriba cuando asume que soy una bruja. No puedo contener la carcajada que me sale de los labios. — No, ¡qué va! Eso es del siglo pasado, ahora buscamos chicos de entre catorce o quince años para hacer sacrificios humanos, si tienen rulos, mejor— contesto, con un tono tan ligero que puede tomarlo como quiera. —Eres un humano— señalo esta obviedad que me lo demuestra su vestimenta, —yo también— se lo confieso, en un susurro más bajo, y aun sabiendo que no hay nadie más en el basurero, por las dudas miro por encima de mi hombro. Nada, solo silencio bajo la llovizna fina. —¿Esa paliza te la dio tu amo? ¿Qué es? ¿Hombre o mujer?
—Te ves pequeño, no debes tener más de trece años— tiro una edad cualquiera para que me revele cuantos años tiene, si digo que se ve pequeño es por el llanto que le mancha toda la cara, que no venga a decirme que es la lluvia, porque esa sería una excusa peor que la anterior. Me impulso con mis brazos para subirme al baúl del coche y luego al techo, así puedo sentarme en el borde, quedar por encima de donde se encuentra sentado, escondiéndose creo de su propia miseria. Tiro mi brazo todo lo que puedo para que me pase qué es lo que quiere que arregla, y lo lamento por él, si amago el gesto es por curiosidad, en realidad no tengo idea de cómo remendar un zapato. Retiro mi mano cuando no hace otra cosa más que mostrarme el calzado y silbo por lo bajo. —No, lo siento, no está en mi rubro— admito, y se me disparan las cejas hacia arriba cuando asume que soy una bruja. No puedo contener la carcajada que me sale de los labios. — No, ¡qué va! Eso es del siglo pasado, ahora buscamos chicos de entre catorce o quince años para hacer sacrificios humanos, si tienen rulos, mejor— contesto, con un tono tan ligero que puede tomarlo como quiera. —Eres un humano— señalo esta obviedad que me lo demuestra su vestimenta, —yo también— se lo confieso, en un susurro más bajo, y aun sabiendo que no hay nadie más en el basurero, por las dudas miro por encima de mi hombro. Nada, solo silencio bajo la llovizna fina. —¿Esa paliza te la dio tu amo? ¿Qué es? ¿Hombre o mujer?
— ¡Cumpliré quince! — que todavía no los tengo, pero siento que me ha tratado de mocoso y eso es todavía más ofensivo que el que no me crea una de las peores mentiras que he dicho en el último tiempo. Está bien, tengo mocos en la cara muy probablemente y creo que mi nariz se ha enrojecido, pero no me considero un bebé. La verdad es que estoy seguro de que no muchas personas han pasado por la misma mierda que yo, creo que en porcentaje quedamos muchos menos muggles que magos, así que me perdone si me ofende que me trate de niñato. Y ya, que estoy rumiando demasiado cuando ella está en realidad chequeando si puede hacer algo por mi calzado… que no, por lo que la miro con reproche. ¿No tienen un hechizo que repara cosas en segundos? ¡Bah, brujas! Todas iguales.
Suelto un “ja-ja” desganado cuando se burla de mí, me acomodo de la manera más chiquilina posible para darle la espalda y abrazarme las rodillas, donde apoyo uno de mis cachetes — Los rulos me hacen ver encantador, lo sé, pero creo que no tanto como para merecer un sacrificio — sí, es un intento de bromear a pesar del desgano, quizá para pasar mejor la amargura. Esa misma se disipa en cuanto pronuncia palabras que me hacen girar la cabeza, la miro sobre mi hombro con la desconfianza necesaria hacia alguien que te asegura que está en tu misma posición, cuando no se ve como tal. Mis ojos barren con sus prendas, sus mejillas mejores cuidadas que las mías, hasta lo único que tenemos en común: un montón de rizos mojados sobre su cabeza.
Tras un momento de silencio, hago un movimiento afirmativo con mi cabeza, tal vez un poco lento — Hombre. Al menos hoy, su mujer está enferma — no le doy mucha importancia, a pesar de que tengo entendido que la viruela de dragón es algo que ha actuado demasiado rápido en ella como para haberla considerado una enfermedad en fase inicial, fácil de curar — Y sus hijos… bueno, fue un pequeño escándalo. Solo olvidé la medicina — es una excusa pobre, que yo lo sé, no niego la gravedad del asunto. Pero hay una diferencia enorme entre un sermón bien merecido y una paliza. Con la mueca que me pinta la cara, trato de empujar ese pensamiento y mis ojos, que por un momento se perdieron en el recuerdo, regresan a ella — No te ves como una muggle. ¿Tus amos te dejan vestirte así? — tironeo un poco lo corto de mis mangas, no solo por mi inconsciente hablando de ropa, sino porque busco cubrir algunos de los moretones que aún siento en carne viva — Aunque tampoco hay mucha diferencia entre nosotros, al menos físicamente. Solo buscan marcarnos con… — me quedo con “los uniformes” en la boca, porque tironeo de la manga una vez más, esta vez hacia arriba. La huella grabada a fuego se ve a pesar de la mugre, la lluvia y los golpes, así que se la enseño — Si eres como yo, deberías tener una de estas. ¿O vas a decirme ahora que eres una de esas muggles libres que han podido escapar? Porque tengo entendido que no viven aquí — hasta donde oí se amontonan en el norte, lejos de nosotros. Y ni siquiera hablo de NeoPanem, allí donde podrían encontrarlos si no son escondidos por magos traidores, sino de la clase de norte lejos de la periferia. Allí donde nadie puede llegar.
Suelto un “ja-ja” desganado cuando se burla de mí, me acomodo de la manera más chiquilina posible para darle la espalda y abrazarme las rodillas, donde apoyo uno de mis cachetes — Los rulos me hacen ver encantador, lo sé, pero creo que no tanto como para merecer un sacrificio — sí, es un intento de bromear a pesar del desgano, quizá para pasar mejor la amargura. Esa misma se disipa en cuanto pronuncia palabras que me hacen girar la cabeza, la miro sobre mi hombro con la desconfianza necesaria hacia alguien que te asegura que está en tu misma posición, cuando no se ve como tal. Mis ojos barren con sus prendas, sus mejillas mejores cuidadas que las mías, hasta lo único que tenemos en común: un montón de rizos mojados sobre su cabeza.
Tras un momento de silencio, hago un movimiento afirmativo con mi cabeza, tal vez un poco lento — Hombre. Al menos hoy, su mujer está enferma — no le doy mucha importancia, a pesar de que tengo entendido que la viruela de dragón es algo que ha actuado demasiado rápido en ella como para haberla considerado una enfermedad en fase inicial, fácil de curar — Y sus hijos… bueno, fue un pequeño escándalo. Solo olvidé la medicina — es una excusa pobre, que yo lo sé, no niego la gravedad del asunto. Pero hay una diferencia enorme entre un sermón bien merecido y una paliza. Con la mueca que me pinta la cara, trato de empujar ese pensamiento y mis ojos, que por un momento se perdieron en el recuerdo, regresan a ella — No te ves como una muggle. ¿Tus amos te dejan vestirte así? — tironeo un poco lo corto de mis mangas, no solo por mi inconsciente hablando de ropa, sino porque busco cubrir algunos de los moretones que aún siento en carne viva — Aunque tampoco hay mucha diferencia entre nosotros, al menos físicamente. Solo buscan marcarnos con… — me quedo con “los uniformes” en la boca, porque tironeo de la manga una vez más, esta vez hacia arriba. La huella grabada a fuego se ve a pesar de la mugre, la lluvia y los golpes, así que se la enseño — Si eres como yo, deberías tener una de estas. ¿O vas a decirme ahora que eres una de esas muggles libres que han podido escapar? Porque tengo entendido que no viven aquí — hasta donde oí se amontonan en el norte, lejos de nosotros. Y ni siquiera hablo de NeoPanem, allí donde podrían encontrarlos si no son escondidos por magos traidores, sino de la clase de norte lejos de la periferia. Allí donde nadie puede llegar.
¡Quince! Silbo como si ese número me impresionara, yo podría decirle que cumpliré dieciocho, que ya tengo edad legal para beber. ¿Adivina qué? La verdad es que no tengo edad legal para nada, como si nuestras edades importaran para algo como para que le de tanta importancia, a mí me sirve para tratar de entender por qué alguien pegaría así a un adolescente, cuando creo que hasta a sus mascotas dan mejor trato. ¿Se puede ser tan bestia solo por creerse con el derecho? Me asquea que haya personas así, cuando hay otras que son como los Overstrand. Pero todavía tengo palpables los recuerdos de mi hermana mayor escondiéndome de las visitas que recibía a deshoras y, lo sé bien, los Overstrand son una excepción a la regla. La mayoría son una mierda, una mierda tratándonos como mucho menos que una mierda. Me enternece un poco su actitud desenfadada y ese cumplido que se hace a sí mismo, ¿ves? Es un niño. —Son horribles para tener que peinarlos todos los días, no sé si valen la pena por encantadores que sean…— y al decirlo tiro con mis dedos de un mechón ondulado que cae sobre mi frente, lo suelto y vuelve a enrularse. Muchos de los mechones se me escaparon del rodete desde hace rato, sé que me veo desprolija, como si me importara. Juzgo mis ropas como él lo hace, desde los vaqueros rotos en las rodillas y no por alguna moda, a la sudadera oscura, las zapatillas que no son más nuevas que las suyas. Yo no nos veo tan diferentes, pero es mi percepción. No podemos tener realidades más opuestas.
Por eso mismo, desprendo las correas de la mochila de los hombros para colocarla sobre mis rodillas y abro el cierre del bolsillo delantero para sacar un paquete de galletitas que se las ofrezco, por húmedas que estén. Tienen unas pequeñas chispas que si cierras los ojos y usas la imaginación puedes llegar a creer que es chocolate. Puede que lo consuelen mientras me cuenta qué fue lo que pasó, que quizá no sirva de mucho, porque no puedo hacer mucho por él, pero a veces tener a quien contarle tus penas ayuda más que ponerte una crema sobre los moretones. No es una historia larga, es bastante breve a decir verdad. Muerdo una galletita al acercarla mi boca y me tardo en contestar lo que demoro en pasar el bocado. —Digamos que sí, me dan permiso para que lo haga— esquivo tener que ser honesta, creo que por la fuerza de costumbre, con los Overstrand pasamos años fingiendo que era su esclava en serio y esquivando preguntas de esta índole, hasta que probamos esto de irnos y buscar un lugar distinto, un lugar que… tal vez algún día podamos encontrar.
Dejo la galletita entre mis dientes para levantar la manga de mi sudadera y mostrarle la M cicatrizada. Termino la galletita para poder responderle, arriesgándome a ser sincera. —Con mis padres queremos buscar el distrito escondido y quedarnos a vivir allí. Mis padres… no lo son en verdad, ellos me adoptaron. No recuerdo a mis padres biológicos…—, es al recuerdo de mi hermana al que me aferro todas las noches, el día que olvide de su cara, creo que esa parte de mi historia morirá y no sé si quiero, porque me recuerda quien soy. —¿Te gustaría?— pregunto de pronto, como si le estuviera pregunta una banalidad, —¿quieres venir conmigo a buscar el distrito invisible?
Por eso mismo, desprendo las correas de la mochila de los hombros para colocarla sobre mis rodillas y abro el cierre del bolsillo delantero para sacar un paquete de galletitas que se las ofrezco, por húmedas que estén. Tienen unas pequeñas chispas que si cierras los ojos y usas la imaginación puedes llegar a creer que es chocolate. Puede que lo consuelen mientras me cuenta qué fue lo que pasó, que quizá no sirva de mucho, porque no puedo hacer mucho por él, pero a veces tener a quien contarle tus penas ayuda más que ponerte una crema sobre los moretones. No es una historia larga, es bastante breve a decir verdad. Muerdo una galletita al acercarla mi boca y me tardo en contestar lo que demoro en pasar el bocado. —Digamos que sí, me dan permiso para que lo haga— esquivo tener que ser honesta, creo que por la fuerza de costumbre, con los Overstrand pasamos años fingiendo que era su esclava en serio y esquivando preguntas de esta índole, hasta que probamos esto de irnos y buscar un lugar distinto, un lugar que… tal vez algún día podamos encontrar.
Dejo la galletita entre mis dientes para levantar la manga de mi sudadera y mostrarle la M cicatrizada. Termino la galletita para poder responderle, arriesgándome a ser sincera. —Con mis padres queremos buscar el distrito escondido y quedarnos a vivir allí. Mis padres… no lo son en verdad, ellos me adoptaron. No recuerdo a mis padres biológicos…—, es al recuerdo de mi hermana al que me aferro todas las noches, el día que olvide de su cara, creo que esa parte de mi historia morirá y no sé si quiero, porque me recuerda quien soy. —¿Te gustaría?— pregunto de pronto, como si le estuviera pregunta una banalidad, —¿quieres venir conmigo a buscar el distrito invisible?
— Que envidia — creo que ni hace falta que le diga el motivo, cualquiera que pueda vestirse como una persona normal y no ser catalogado por simple apariencia debería sentirse afortunado. ¡Hasta tiene galletas y todo! Y ya sé que me han dicho que no tengo que abusar de la amabilidad de las personas, pero casi nunca me ofrecen estas cosas y no voy a negarme a probar algo de dulce, aunque sea una vez cada mil siglos. Murmuro un agradecimiento apenas audible cuando tomo una de las galletas, me la llevo a la boca y le doy un mordisco lento, tan lento que puedo sentir las migajas pegándose en mis labios. No se´si son buenas, pero es de lo mejorcito que he probado en mucho tiempo y me relamo con obvio gusto. ¡Tienen chispas! Chispas que se me pegan a los dientes y que tengo que empujar con la lengua, esa clase de chispas, así que es incluso más genial porque se sienten reales.
Aún estoy masticando cuando tengo que estirarme para ver la cicatriz en su piel que la transforma, de inmediato, en una de los míos. Lo que vuelve a confundirme es todo lo que dice a continuación y no, no es la parte de ir a buscar un distrito invisible del cual todos escuchamos hablar, sino cómo es que lo hace. Tengo que ponerle un alto a sus palabras alzando una mano — ¿Te han adoptado? ¿Vives con una familia de esclavos? — intento hacerme un poco el panorama, pero es obvio que la simple idea me entusiasma porque… bueno, es diferente a lo que estoy acostumbrado y todo lo que es diferente significa nuevo. ¡Y me gustan las cosas nuevas! No he tenido demasiado de ellas en mi vida. Bueno, no tuve demasiado de nada, pero creo que eso se sobreentiende.
Me meto todo lo que queda de la galleta en la boca y me froto las manos en la ropa para quitarme las migajas de los dedos — Siempre quise marcharme, a donde sea. En el mercado hablan mucho del distrito catorce, pero… como si fuese un cuento, un mito para hacernos sentir mejor. Sé que iría a buscarlo, prefiero morir de hambre en el bosque a seguir encerrado, pero… ¿Qué si me atrapan? ¿Qué si me devuelven? — presiono con uno de mis dedos el moretón más ancho, ese que destaca sobre los demás y que duele al ser tocado. Pero no hago ni una sola mueca — ¿Cómo puedes confiar en algo que es invisible?
Aún estoy masticando cuando tengo que estirarme para ver la cicatriz en su piel que la transforma, de inmediato, en una de los míos. Lo que vuelve a confundirme es todo lo que dice a continuación y no, no es la parte de ir a buscar un distrito invisible del cual todos escuchamos hablar, sino cómo es que lo hace. Tengo que ponerle un alto a sus palabras alzando una mano — ¿Te han adoptado? ¿Vives con una familia de esclavos? — intento hacerme un poco el panorama, pero es obvio que la simple idea me entusiasma porque… bueno, es diferente a lo que estoy acostumbrado y todo lo que es diferente significa nuevo. ¡Y me gustan las cosas nuevas! No he tenido demasiado de ellas en mi vida. Bueno, no tuve demasiado de nada, pero creo que eso se sobreentiende.
Me meto todo lo que queda de la galleta en la boca y me froto las manos en la ropa para quitarme las migajas de los dedos — Siempre quise marcharme, a donde sea. En el mercado hablan mucho del distrito catorce, pero… como si fuese un cuento, un mito para hacernos sentir mejor. Sé que iría a buscarlo, prefiero morir de hambre en el bosque a seguir encerrado, pero… ¿Qué si me atrapan? ¿Qué si me devuelven? — presiono con uno de mis dedos el moretón más ancho, ese que destaca sobre los demás y que duele al ser tocado. Pero no hago ni una sola mueca — ¿Cómo puedes confiar en algo que es invisible?
Sacudo de hombros con indiferencia mientras mastico mi galleta. Salvo por el pequeño detalle que si me atrapan seguramente me darán la golpiza de la vida en el mercado hasta casi matarme, esto de la libertad es algo que le permito envidiarme. Si estoy en este modo honesto de contarle que mis padres no son mis padres, porque los dos tenemos la marca en el brazo que obliga un poco a la confianza por reconocernos semejantes, mido que tanto más puedo compartirle. El apellido Overstrand se niega a salir de mis labios, no los voy a exponer, nunca. —Nada de esclavos, somos libres— lo digo con una notita de orgullo, en realidad estoy evitando el tener que decirle que no son muggles. —Somos repudiados, rebeldes, traidores… como quieras llamarlo. Nos hemos saltado la valla de las leyes para correr por el campo a nuestras anchas— le sonrío, pintando un paisaje más bonito que el hambre y la pobreza a los que nos condenamos.
Me siento un poco mal por alentarlo a que siga un imposible con nosotros, pero no es peor que quedarse en una casa donde algún día le harán perder un ojo. Puede que tenga techo y comida asegurado, nosotros no, aunque mis padres procuran que no nos falte. No podría prometerle a este chico del cual ni siquiera sé su nombre que podrá vivir de la generosidad de los Overstrand, que bastante pena me da que carguen conmigo, eso sí, podría compartirle algunas migajas de vez en cuando, me lleno rápido creo que porque tengo el estómago chico de haber pasado hambre en realidad, desde mucho antes de ser esclava. Con mi hermana nos sentíamos agradecidas de tener dos comidas al día.
Y es ahí, cuando te duelen las tripas del hambre, que tienes que pensar en algo distinto, con mi hermana solíamos pensar en el lugar más frío del mundo, iríamos a vivir allí, seríamos groseras con los vecinos así nunca vendrían de visita, nos encerraríamos en nuestra casa que no sería más grande que una única pieza. Nos inventábamos historias, no muy distintas a las del distrito 14, tal vez por eso sigo a ciegas a los Overstrand, vivo por esos mitos. —Porque en algo hay que creer— contesto simplemente, doblando una de mis piernas para apoyar mi pie sobre el techo y así colocar la rodilla contra mi pecho, entonces puedo acomodar mi mentón. —Los imposibles, las casas embrujadas, los fantasmas, las maldiciones, la mala suerte, son cosas tan necesarias como el pan y el aire— digo, —y no lo digo yo, lo dijo un muggle que una vez escribió un libro, que por supuesto quemaron— cuento. —¿Sabes que haré si llego al distrito invisible? Voy a dedicarme a armar espantapájaros, supongo que tienen muchas huertas y me especializaré en hacer espantapájaros. ¿Y a ti que te gustaría hacer? ¿Has pensando alguna vez que te gustaría ser si no fueras esclavo?—, porque un vertedero de desechos es tan buen lugar como cualquier otro para preguntar estas cosas.
Me siento un poco mal por alentarlo a que siga un imposible con nosotros, pero no es peor que quedarse en una casa donde algún día le harán perder un ojo. Puede que tenga techo y comida asegurado, nosotros no, aunque mis padres procuran que no nos falte. No podría prometerle a este chico del cual ni siquiera sé su nombre que podrá vivir de la generosidad de los Overstrand, que bastante pena me da que carguen conmigo, eso sí, podría compartirle algunas migajas de vez en cuando, me lleno rápido creo que porque tengo el estómago chico de haber pasado hambre en realidad, desde mucho antes de ser esclava. Con mi hermana nos sentíamos agradecidas de tener dos comidas al día.
Y es ahí, cuando te duelen las tripas del hambre, que tienes que pensar en algo distinto, con mi hermana solíamos pensar en el lugar más frío del mundo, iríamos a vivir allí, seríamos groseras con los vecinos así nunca vendrían de visita, nos encerraríamos en nuestra casa que no sería más grande que una única pieza. Nos inventábamos historias, no muy distintas a las del distrito 14, tal vez por eso sigo a ciegas a los Overstrand, vivo por esos mitos. —Porque en algo hay que creer— contesto simplemente, doblando una de mis piernas para apoyar mi pie sobre el techo y así colocar la rodilla contra mi pecho, entonces puedo acomodar mi mentón. —Los imposibles, las casas embrujadas, los fantasmas, las maldiciones, la mala suerte, son cosas tan necesarias como el pan y el aire— digo, —y no lo digo yo, lo dijo un muggle que una vez escribió un libro, que por supuesto quemaron— cuento. —¿Sabes que haré si llego al distrito invisible? Voy a dedicarme a armar espantapájaros, supongo que tienen muchas huertas y me especializaré en hacer espantapájaros. ¿Y a ti que te gustaría hacer? ¿Has pensando alguna vez que te gustaría ser si no fueras esclavo?—, porque un vertedero de desechos es tan buen lugar como cualquier otro para preguntar estas cosas.
Todo lo que me dice me da la pista para comprender que es una de esas muggles que han logrado escapar del mercado para vivir la buena vida, la envidia de cualquier esclavo. Chasqueo mi lengua en señal de entendimiento, mirándola bajo la luz nueva del reproche porque la vida fue más amable con ella que conmigo, a pesar de que sé muy bien que la pobre no tiene la culpa. Yo tampoco, si vamos al caso, somos solo el daño colateral de lo que otros han hecho antes que nosotros. A veces pienso que solo debo resignarme, otras veces creo que sería completamente idiota de mi parte el hacer algo por el estilo — Bien por ti — es lo único que puedo decirle y, aunque de verdad me alegra que exista gente en libertad, no puedo evitar sonar amargado conmigo mismo. Supongo que lo entenderá, si alguna vez estuvo en mi lugar.
Me estiro para apoyarme allí donde ella está subida, alargo mis piernas con una mueca de dolor y me pregunto cómo haré para regresar a casa en un estado más presentable que este. Sé que es imposible, así que quizá ahora no debería preocuparme por ello, sí por la idea que ella me clava en la mente y me hace sonreír, más para mí y mis secretos que para ella — Yo creo en mañana — digo simplemente, que lo tome como quiera. Para mí es saber que siempre habrá un día después del otro y, espero, que alguien alguna vez tome ese mañana para cambiar el ayer. No sé si yo estaré vivo para ver algo así, pero me niego a creer que esto es todo, que simplemente moriremos siendo la raza inferior. Es tan estúpido… — Un espantapájaros suena bien, pero… ¿Cómo sabes que hay huertas? Si tienen otro tipo de alimentación, tendrías que empezar tus planes de nuevo — tal vez llega así y no podrá cumplir su sueño, lo cual sería un poco deprimente.
Lo que me hace cortocircuito es su pregunta, por el simple factor de que nunca antes me la habían hecho. Creo que el silencio se hace tan intenso que puedo escuchar las pequeñas gotas de llovizna como si estuvieran en un enorme parlante, hasta que creo que debo decir algo, lo que sea. Separo los labios, pero nada acude a mí demasiado rápido — No lo sé. No soy bueno en nada, aunque con algunos compañeros de celda hicimos un balón y se me daba bien jugar con eso — pero no tengo contextura física de un deportista profesional, así que descartado — Y en un distrito invisible… creo que haría cualquier cosa que me pidieran mientras pueda tener mi propia casa. No quiero cocinar ni nada por el estilo, eso ya lo he hecho toda la vida. Me gustaría aprender… creo que siempre quise ir a la escuela, así que no podría pensar en un trabajo, porque ese sería el paso siguiente, cuando supiera tantas cosas que podría elegir cuál me gusta más — creo que dije demasiado, así que tengo que girar la cabeza para mirarla — ¿Tiene sentido lo que estoy diciendo? — pregunto. En mi duda, me percato de un detalle y le tiendo una mano — Soy James, Jim para los amigos. No tengo muchos, pero acabo de filosofar contigo y me diste una galleta, así que creo que te ganaste al menos eso.
Me estiro para apoyarme allí donde ella está subida, alargo mis piernas con una mueca de dolor y me pregunto cómo haré para regresar a casa en un estado más presentable que este. Sé que es imposible, así que quizá ahora no debería preocuparme por ello, sí por la idea que ella me clava en la mente y me hace sonreír, más para mí y mis secretos que para ella — Yo creo en mañana — digo simplemente, que lo tome como quiera. Para mí es saber que siempre habrá un día después del otro y, espero, que alguien alguna vez tome ese mañana para cambiar el ayer. No sé si yo estaré vivo para ver algo así, pero me niego a creer que esto es todo, que simplemente moriremos siendo la raza inferior. Es tan estúpido… — Un espantapájaros suena bien, pero… ¿Cómo sabes que hay huertas? Si tienen otro tipo de alimentación, tendrías que empezar tus planes de nuevo — tal vez llega así y no podrá cumplir su sueño, lo cual sería un poco deprimente.
Lo que me hace cortocircuito es su pregunta, por el simple factor de que nunca antes me la habían hecho. Creo que el silencio se hace tan intenso que puedo escuchar las pequeñas gotas de llovizna como si estuvieran en un enorme parlante, hasta que creo que debo decir algo, lo que sea. Separo los labios, pero nada acude a mí demasiado rápido — No lo sé. No soy bueno en nada, aunque con algunos compañeros de celda hicimos un balón y se me daba bien jugar con eso — pero no tengo contextura física de un deportista profesional, así que descartado — Y en un distrito invisible… creo que haría cualquier cosa que me pidieran mientras pueda tener mi propia casa. No quiero cocinar ni nada por el estilo, eso ya lo he hecho toda la vida. Me gustaría aprender… creo que siempre quise ir a la escuela, así que no podría pensar en un trabajo, porque ese sería el paso siguiente, cuando supiera tantas cosas que podría elegir cuál me gusta más — creo que dije demasiado, así que tengo que girar la cabeza para mirarla — ¿Tiene sentido lo que estoy diciendo? — pregunto. En mi duda, me percato de un detalle y le tiendo una mano — Soy James, Jim para los amigos. No tengo muchos, pero acabo de filosofar contigo y me diste una galleta, así que creo que te ganaste al menos eso.
Si a mí me gusta creer en casas malditas, ¿quién soy para juzgar a quien decide creer en mañanas? Suena distinto a todas las cosas que le he mencionado, un poco sentimental, para no decir cursi. No se lo señalo porque es quien todavía viste ropas de esclavo, puede ser un tanto desconsiderado de mi parte hacer una broma al respecto, cuando vivir el día a día es lo que queda a quienes están condenados a servir en esta pirámide social en la que estamos por debajo de los pies, somos el polvo que ensucia los zapatos y poco más que eso. Por eso queda poner la esperanza en un lugar imaginario que de a ratos creo que no existe, pero si es en lo que eligen creer los Overstrand, yo no hago más que seguirlos. Vivo por ellos y para ellos, desde que recogieron mi suerte, en realidad no tengo idea de qué haré cuando lleguemos a un sitio donde podamos ser, simplemente ser. —Si mi negocio de espantapájaros no funciona, entonces me pondré a criar cabras— sonrío para que sepa que no estoy hablando en serio, ¿Y qué si no hay cabras? Esa es la pregunta que puedo ver venir. Entonces tendré que dedicarme a plantar maíz, ¡yo qué sé! Podría ser todo y podría ser nada. Lo único que me gustaría es que haya unos pastizales donde pueda tirarme a dibujar alas con mis brazos extendidos. Es una hermosa imagen para contraponerla con el barro que hay en este basurero y el cielo gris sobre nuestras cabezas de rulos mojados.
Pensar en lo que podríamos ser, eso también rompe un poco con el paisaje nublado que es nuestra propia existencia. «No lo sé», ¿en qué momento de pasar por el mercado perdimos la capacidad de pensarnos siendo algo distinto a esclavos? Me intriga hacer esta pregunta a la gente, muchas veces como una tentativa que no lleva a nada, porque me sorprende que algunos puedan tenerlo tan claro y otros casi experimentarlo como un imposible, y claro, está determinado por las posibilidades en realidad que cada uno tiene. ¿Nosotros? Nos queda con soñar con un distrito imaginario donde podría ser posible… eso, que estudie, luego que elija de qué trabajar. ¿Esperanzador, no? —Tiene todo el sentido del mundo— digo, con mis diecisiete años y las medias húmedas dentro de las zapatillas por andar vagabundeando por distritos que no se me tienen permitidos. —En un mundo que no sea este, claro…— aclaro, —Tal vez en vez de imaginar qué podríamos ser, o si criaré espantapájaros o cabras, podríamos imaginar cómo nos gustaría que fuera ese distrito invisible o un mundo que no sea este. ¿Sabes qué me gustaría? Vivir en un edificio, que sea todo mío, dormiría cada noche en un piso diferente— bromeo, el sueño de tener todo para el que no tiene nada.
Le ofrezco el paquete de galletas para que tome otra, que me las estoy comiendo todas yo y no es algo que vaya a ayudarle a pasar el dolor de los golpes, pero es algo. —Yo soy Agatha. Agatha para los amigos— contesto de la misma manera que él lo hace, a estas alturas de filosofar y comer galletas conmigo se habrá dado cuenta que no soy muy seria al hablar, como si tuviera algún sentido serlo cuando te persiguen por tener una M en la piel y el mañana se ve igual a hoy, condenado y atados por cadenas invisibles, es la esclavitud moderna de la que somos parte. —Nadie está cuerdo en mi familia, ¿sabes? No en la adoptiva, ellos son buenas personas. Demasiado buenas. Mi madre, la biológica, estaba loca— le cuento, creo que compartirle mis galletas me da derecho a contárselo. —No la recuerdo, pero es lo que sé. ¿En serio irías con una chica que recién conoces y que te dice que está buscando un distrito que la mayoría de las personas dicen que no existe? ¿Y qué si es una trampa para matarte y tal vez hacerme una peluca con tus rulos?— pregunto llevando otra galletita a mi boca.
Pensar en lo que podríamos ser, eso también rompe un poco con el paisaje nublado que es nuestra propia existencia. «No lo sé», ¿en qué momento de pasar por el mercado perdimos la capacidad de pensarnos siendo algo distinto a esclavos? Me intriga hacer esta pregunta a la gente, muchas veces como una tentativa que no lleva a nada, porque me sorprende que algunos puedan tenerlo tan claro y otros casi experimentarlo como un imposible, y claro, está determinado por las posibilidades en realidad que cada uno tiene. ¿Nosotros? Nos queda con soñar con un distrito imaginario donde podría ser posible… eso, que estudie, luego que elija de qué trabajar. ¿Esperanzador, no? —Tiene todo el sentido del mundo— digo, con mis diecisiete años y las medias húmedas dentro de las zapatillas por andar vagabundeando por distritos que no se me tienen permitidos. —En un mundo que no sea este, claro…— aclaro, —Tal vez en vez de imaginar qué podríamos ser, o si criaré espantapájaros o cabras, podríamos imaginar cómo nos gustaría que fuera ese distrito invisible o un mundo que no sea este. ¿Sabes qué me gustaría? Vivir en un edificio, que sea todo mío, dormiría cada noche en un piso diferente— bromeo, el sueño de tener todo para el que no tiene nada.
Le ofrezco el paquete de galletas para que tome otra, que me las estoy comiendo todas yo y no es algo que vaya a ayudarle a pasar el dolor de los golpes, pero es algo. —Yo soy Agatha. Agatha para los amigos— contesto de la misma manera que él lo hace, a estas alturas de filosofar y comer galletas conmigo se habrá dado cuenta que no soy muy seria al hablar, como si tuviera algún sentido serlo cuando te persiguen por tener una M en la piel y el mañana se ve igual a hoy, condenado y atados por cadenas invisibles, es la esclavitud moderna de la que somos parte. —Nadie está cuerdo en mi familia, ¿sabes? No en la adoptiva, ellos son buenas personas. Demasiado buenas. Mi madre, la biológica, estaba loca— le cuento, creo que compartirle mis galletas me da derecho a contárselo. —No la recuerdo, pero es lo que sé. ¿En serio irías con una chica que recién conoces y que te dice que está buscando un distrito que la mayoría de las personas dicen que no existe? ¿Y qué si es una trampa para matarte y tal vez hacerme una peluca con tus rulos?— pregunto llevando otra galletita a mi boca.
— Hay una casa que me gusta — es lo primero que se me viene a la mente con su edificio de ensueño. Me siento un poco patético al decirlo, pero como jamás pude comentarlo en voz alta, también se percibe como algo liberador. Me abrazo a mi mísmo como si de esa manera pudiese protegerme de cualquier burla, aunque algo me dice que esta chica llena de rulos no va a reírse de mí. Al fin y al cabo, ninguno está diciendo cosas demasiado coherentes — Se encuentra a unas cuadras de donde vivo, en una de las esquinas. Tiene dos pisos y un enorme balcón frente al jardín. Las ventanas son grandes, hay una chimenea y se ve como… ya sabes, esos lugares cálidos que a la gente tanto le gusta — mucho mejor que una casa helada donde abundan los golpes, pero de momento sé que jamás podría tener algo de eso.
Suerte para mí, lo que sí tengo al alcance es su paquete de galletas que sostengo para meterme una más en la boca, básicamente completa. La estoy masticando de un modo escandaloso que no me permite hablar así que solo asiento para indicarle que he tomado su nombre, el cual es corto de modo que será sencillo de recordar. No trago hasta que termina de hablar, aunque todo lo que me está contando hace que me cueste un poco seguir el hilo de lo que quiere decir, así que me palmeo el pecho para tragar más rápido. Vaya que soy huesudo — ¿Me dices todo esto para que crea que estás loca como tu madre y vas a asesinarme? — le echo una mirada apreciativa, tratando de medir su fuerza. No me toma demasiado el descartarla como una amenaza — No te ofendas, pero pareces ligera como un escarbadientes y te lo digo yo, que soy de papel. Si quisieras asesinarme, no sería difícil el poder contigo — no soy fuerte, pero sí soy rápido, así que eso me ha bastado en más de una ocasión.
— Pero yo no he dicho que iré contigo — aclaro, levantando un dedo para remarcarle ese punto en el aire — Me gustaría irme, sí. A veces hasta pienso que deseo el cruzar el mar, hacia donde sea que exista del otro lado. Pero… — resoplo, sintiendo que repentinamente me he pinchado. Tengo que quitarle otra galleta para mordisquearla y mantenerme entretenido con algo — Es todo tan improbable que siento que sería una enorme decepción si no se encuentra allí. Y lo único que sucedería es que me encuentren, me devuelvan al mercado para molerme a golpes y tendré que vivir sabiendo que cualquier ilusión no vale la pena. Llámame cobarde si quieres — por el modo en que la miro, hasta parece que la estoy retando a hacerlo — Solo no quiero ser otro iluso. No es nada contra ti ni tu familia — me apresuro a aclarar — Pero en el mercado… se oyen cosas. Muchos han perdido parientes o amigos por buscar ese cuento. La mayoría habla del catorce como una resistencia. ¿Y dónde están, entonces? Porque no veo que hagan nada y eso solo puede significar que no existen y, si alguna vez lo hicieron, ya murieron todos — la naturaleza seguro pudo con ellos, si no lo hizo el gobierno, aunque sospecho que éste lo difundiría en todos lados de haberlo logrado.
Suerte para mí, lo que sí tengo al alcance es su paquete de galletas que sostengo para meterme una más en la boca, básicamente completa. La estoy masticando de un modo escandaloso que no me permite hablar así que solo asiento para indicarle que he tomado su nombre, el cual es corto de modo que será sencillo de recordar. No trago hasta que termina de hablar, aunque todo lo que me está contando hace que me cueste un poco seguir el hilo de lo que quiere decir, así que me palmeo el pecho para tragar más rápido. Vaya que soy huesudo — ¿Me dices todo esto para que crea que estás loca como tu madre y vas a asesinarme? — le echo una mirada apreciativa, tratando de medir su fuerza. No me toma demasiado el descartarla como una amenaza — No te ofendas, pero pareces ligera como un escarbadientes y te lo digo yo, que soy de papel. Si quisieras asesinarme, no sería difícil el poder contigo — no soy fuerte, pero sí soy rápido, así que eso me ha bastado en más de una ocasión.
— Pero yo no he dicho que iré contigo — aclaro, levantando un dedo para remarcarle ese punto en el aire — Me gustaría irme, sí. A veces hasta pienso que deseo el cruzar el mar, hacia donde sea que exista del otro lado. Pero… — resoplo, sintiendo que repentinamente me he pinchado. Tengo que quitarle otra galleta para mordisquearla y mantenerme entretenido con algo — Es todo tan improbable que siento que sería una enorme decepción si no se encuentra allí. Y lo único que sucedería es que me encuentren, me devuelvan al mercado para molerme a golpes y tendré que vivir sabiendo que cualquier ilusión no vale la pena. Llámame cobarde si quieres — por el modo en que la miro, hasta parece que la estoy retando a hacerlo — Solo no quiero ser otro iluso. No es nada contra ti ni tu familia — me apresuro a aclarar — Pero en el mercado… se oyen cosas. Muchos han perdido parientes o amigos por buscar ese cuento. La mayoría habla del catorce como una resistencia. ¿Y dónde están, entonces? Porque no veo que hagan nada y eso solo puede significar que no existen y, si alguna vez lo hicieron, ya murieron todos — la naturaleza seguro pudo con ellos, si no lo hizo el gobierno, aunque sospecho que éste lo difundiría en todos lados de haberlo logrado.
—Como los lugares que la gente siempre busca— contesto, haciendo eco de sus palabras y quedándome con lo último, porque no conozco a nadie que busque adrede quedarse en un sitio donde morirá de frío, en el sentido metafórico de la expresión. Salvo que hayas perdido las esperanzas en todo, entonces te arrastras a morir en un sitio así. Y con mi hermana, también cuando evocábamos al lugar más frío del mundo, encontrábamos una cierta calidez en la otra, es un recuerdo muy vago cuando lo comparo con el afecto a manos llenas que me dan los Overstrand. Sigo echándola de menos de todas maneras. Esa pequeña esperanza de calidez se escucha bien, se escucha también como un imposible porque alguien decidió que no es algo que nosotros podríamos tener y yo tengo el rótulo de criminal porque una familia decidió que sí lo merecía. El mundo está loco, en general.
—Yo solo cumplo con presentarte mis antecedentes familiares, advertido quedas— contesto al apuntarlo con mi galleta, pese a todo lo raro que puedo llegar a pensar o decir, sigo siendo la más cuerda de los que nacieron con la maldición de mi apellido. Por las dudas ni lo menciono, creo que ser una Overstrand ha hecho que mi mala suerte por herencia no acabe de encontrarme. Enderezo mi espalda por la indignación de ser comparada con un escarbadientes por el mocoso este. —Si quieres que bajo de aquí y te igualo el otro ojo. ¡Mírate! Todo golpeado y estás buscando que también colabore con la paliza— se lo señalo, así terminará tirado en algún rincón de este vertedero. Chasqueo la lengua en reprobación a su actitud provocadora. Tiene suerte de que soy yo y no me meto con niños pequeños, me busco gente de mi altura, a él le faltan varios centímetros, los rulos no le dan ventaja porque los míos me dan más altura a mí.
Mientras presto mis orejas a sus ilusiones y reproches de niño, mordisqueo mi galleta y pienso en lo mucho que me gustaría tener una taza de algún té en manos para pasar este clima de lluvia intermitente. No gasto ni un pensamiento en una chocolatada que sé que está fuera de mis posibilidades. A la larga aprendemos a esquivar hasta los pensamientos más inocentes que nos lleven a la decepción, desde chocolates hasta distritos invisibles. —¿Te lo imaginas? ¿Qué si es un distrito lleno de cadáveres?— contesto, en vez de solo aceptar que posiblemente tiene razón. Es una imagen tan perturbadora que puedo precisar en todos sus tonos oscuros y veo tan claramente esos cuerpos en descomposición que se pudren en tierra seca, mientras hundo mis dientes en otra galleta. —Si lo es, yo haría esto… tomaría todos esos cuerpos y los pondría de pie con una pica. Me colocaría un casco que tape mis rulos y mi cara de humana viva para pararme al frente de todos esos muertos. ¿Y sabías qué más haría? Le diría al ministerio de magia que he venido con todos mis muertos, que vamos a desfilar por sus calles trayendo todas las plagas, que morirán uno tras otro, mientras avancemos golpeando cada puerta de cada casa— termino de masticar y limpio mi comisura donde quedaron algunas migas. —Cuando venga con mi ejercito te ayudaré a escapar— bromeo. —Trata de mantenerte vivo hasta que eso suceda— y creo que esta es la parte más seria y real de todo lo que le he dicho.
—Yo solo cumplo con presentarte mis antecedentes familiares, advertido quedas— contesto al apuntarlo con mi galleta, pese a todo lo raro que puedo llegar a pensar o decir, sigo siendo la más cuerda de los que nacieron con la maldición de mi apellido. Por las dudas ni lo menciono, creo que ser una Overstrand ha hecho que mi mala suerte por herencia no acabe de encontrarme. Enderezo mi espalda por la indignación de ser comparada con un escarbadientes por el mocoso este. —Si quieres que bajo de aquí y te igualo el otro ojo. ¡Mírate! Todo golpeado y estás buscando que también colabore con la paliza— se lo señalo, así terminará tirado en algún rincón de este vertedero. Chasqueo la lengua en reprobación a su actitud provocadora. Tiene suerte de que soy yo y no me meto con niños pequeños, me busco gente de mi altura, a él le faltan varios centímetros, los rulos no le dan ventaja porque los míos me dan más altura a mí.
Mientras presto mis orejas a sus ilusiones y reproches de niño, mordisqueo mi galleta y pienso en lo mucho que me gustaría tener una taza de algún té en manos para pasar este clima de lluvia intermitente. No gasto ni un pensamiento en una chocolatada que sé que está fuera de mis posibilidades. A la larga aprendemos a esquivar hasta los pensamientos más inocentes que nos lleven a la decepción, desde chocolates hasta distritos invisibles. —¿Te lo imaginas? ¿Qué si es un distrito lleno de cadáveres?— contesto, en vez de solo aceptar que posiblemente tiene razón. Es una imagen tan perturbadora que puedo precisar en todos sus tonos oscuros y veo tan claramente esos cuerpos en descomposición que se pudren en tierra seca, mientras hundo mis dientes en otra galleta. —Si lo es, yo haría esto… tomaría todos esos cuerpos y los pondría de pie con una pica. Me colocaría un casco que tape mis rulos y mi cara de humana viva para pararme al frente de todos esos muertos. ¿Y sabías qué más haría? Le diría al ministerio de magia que he venido con todos mis muertos, que vamos a desfilar por sus calles trayendo todas las plagas, que morirán uno tras otro, mientras avancemos golpeando cada puerta de cada casa— termino de masticar y limpio mi comisura donde quedaron algunas migas. —Cuando venga con mi ejercito te ayudaré a escapar— bromeo. —Trata de mantenerte vivo hasta que eso suceda— y creo que esta es la parte más seria y real de todo lo que le he dicho.
Tal vez no debería retarla a hacerlo, pero no puedo evitar reírme de nuevo — No lastimarías a un pobre chico indefenso y herido, quiero imaginar. No me decepciones — no la conozco, pero me atrevo a hacerle un vago puchero, como si eso fuese suficiente para ganarme su perdón. Hay una pequeña norma entre los esclavos, una de la cual no sé si está al tanto, pero creo que es demasiado sencilla y, a su vez, en extremo obvia: no nos hacemos daño entre nosotros, al menos que la otra persona se lo merezca y para hacerlo, debe ser algo demasiado extremo. Ya es suficiente la mierda que el gobierno nos lanza sobre nosotros como para sumarnos más problemas, esos que ninguno puede solucionar. Y si uno está herido… solo lo ayudas.
La idea de un distrito lleno de muertos es demasiado realista, lo suficiente como para poder imaginarlo y sentir el olor a podredumbre, puedo compararlo con el que suele haber dentro del mercado de esclavos, allí donde la gente no tiene demasiada higiene. Me encantaría tomarme esto un poco más en serio, pero el escenario que me va pintando me hace mirarla como si la lluvia le hubiera humedecido las ideas — Aunque tus intenciones son buenas… — murmuro. Tengo que apoyarme en el coche para ponerme de pie, consciente de que mis zapatos están destruidos y que no haré otra cosa que ligar una nueva paliza. Bah, con suerte puedo ducharme rápido, esconder la ropa dañada y buscar el modo de solucionarlo cuando esté solo… si es que me dan algo de privacidad después de esto — Hay un enorme problema: No hay manera de revivir a los muertos, mucho menos si no tienes magia. ¿Qué vas a hacer? ¿Cargar con un montón de marionetas apestosas? — si me dice que sí, no podré hacer otra cosa que estallarme de risa.
Las gotas se tornan un poco más gruesas, lo que me hace echar un vistazo al cielo gris. Posiblemente la tormenta regrese, el viento sopla un poco más fuerte y tengo que abrazarme en un intento de mantener el calor conmigo — ¿Crees que alguna vez podamos ver un ejército que nos ayude a escapar? — es una pregunta demasiado fantasiosa, pero es imposible no hacerla — Más de una vez me ha gustado imaginar que la gente se cansa de todo esto y el gobierno no puede contenerlos. Es una fantasía estúpida, pero es la única que me hace pensar que, tal vez, el ser humano no está tan perdido.
La idea de un distrito lleno de muertos es demasiado realista, lo suficiente como para poder imaginarlo y sentir el olor a podredumbre, puedo compararlo con el que suele haber dentro del mercado de esclavos, allí donde la gente no tiene demasiada higiene. Me encantaría tomarme esto un poco más en serio, pero el escenario que me va pintando me hace mirarla como si la lluvia le hubiera humedecido las ideas — Aunque tus intenciones son buenas… — murmuro. Tengo que apoyarme en el coche para ponerme de pie, consciente de que mis zapatos están destruidos y que no haré otra cosa que ligar una nueva paliza. Bah, con suerte puedo ducharme rápido, esconder la ropa dañada y buscar el modo de solucionarlo cuando esté solo… si es que me dan algo de privacidad después de esto — Hay un enorme problema: No hay manera de revivir a los muertos, mucho menos si no tienes magia. ¿Qué vas a hacer? ¿Cargar con un montón de marionetas apestosas? — si me dice que sí, no podré hacer otra cosa que estallarme de risa.
Las gotas se tornan un poco más gruesas, lo que me hace echar un vistazo al cielo gris. Posiblemente la tormenta regrese, el viento sopla un poco más fuerte y tengo que abrazarme en un intento de mantener el calor conmigo — ¿Crees que alguna vez podamos ver un ejército que nos ayude a escapar? — es una pregunta demasiado fantasiosa, pero es imposible no hacerla — Más de una vez me ha gustado imaginar que la gente se cansa de todo esto y el gobierno no puede contenerlos. Es una fantasía estúpida, pero es la única que me hace pensar que, tal vez, el ser humano no está tan perdido.
—No lo haría— contesto, creo que ha quedado claro porque no me he movido ante su provocación de que trate de ponerle morado el otro ojo. —Hay muchas otras personas que se merecen que les rompa la nariz, ¿por qué lo haría contigo?— es así de sencillo, reservo mis nudillos para otras narices petulantes, de las que suelo encontrarme en el norte también, donde todos somos unos marginados y nadie debería actuar como si fuera más que nadie, aun así lo hacen. No lastimaría a un chico humano que tiene un par de años menos que yo y a quien sus amos golpean a gusto, no soy esa clase de basura de persona, ni creo que llega a serlo. No por mí, sino porque cuando conoces personas como mi familia adoptiva, te vuelves un poco mejor para sobreponerte a las mierdas del mundo y te encargas de compartir tus galletas reacias y húmedas con un chico que no tuvo la misma suerte, y de quien no tengo esperanza que salga limpio de la violencia que le toca vivir. Como mucho tengo la esperanza de que algún día todo acabe.
—Podría hacerlo, ¿no? ¿Es que nunca escuchaste de ese ejército hecho de soldados de barro? La verdad es que me gustaría mucho dar un discurso de guerra en que pueda decirle al mago de turno que esté en el poder, que yo y todos mis muertos muggles hemos vuelto para cobrarnos nuestra revancha— comento, así de asqueroso como suena, porque cargar con todos esos cadáveres a cuestas tendría un olor nauseabundo y es un asco tocar carne en descomposición, si me asquea la de los perros muertos, paso de cargar con muertos como desfile por Neopanem. —No necesito de tanto…— lo pienso mejor, — ¿para que cargar con muertos? Bastaría con agarrar a esas personas que aprobaron las leyes de esclavitud y arrojarlas a un pozo común con todos nuestros muertos. ¿No tienen uno en el mercado? Bien, arrojarlos allí…— digo. Cruzo una sonrisa por mi rostro para sacarle la gravedad a mi tono y palmeo su coronilla. —No quiero darte pesadillas, mejor cambiemos de tema.
Vuelvo a reacomodarme la capucha sobre los rulos mojados cuando el viento nos sacude, la ropa que traigo puesta no es suficiente para pasar el fresco y creo que podría pillarme un resfriado para el que no tenemos medicamentos. Tendré que pasar por el mercado negro antes de regresar al sitio donde nos estamos quedando con mi familia, así que será un largo camino de vuelta. —Yo que tú no esperaría nada de la gente de aquí— digo, honesta como puedo serlo, —en el mercado nos dejan claro que somos poco menos que basura, no encontrarás un ejército en gente que piensa que lo es. Si quieres que te diga que pienso, de Neopanem nunca verás emerger ejércitos de salvación, ni siquiera entre sus muertos. Pero siempre quedan las fronteras, de todo lo que está más allá. Yo sé que vendrán de ahí… Neopanem es mierda en su centro, si hay que limpiarla vendrá de afuera— señalo con mi mano más allá del vertedero lleno de lodo, del tejido derruido, de un horizonte lleno de nubes negras. —Solo asegúrate de estar vivo para cuando eso suceda, de sobrevivir al día al día…— repito.
—Podría hacerlo, ¿no? ¿Es que nunca escuchaste de ese ejército hecho de soldados de barro? La verdad es que me gustaría mucho dar un discurso de guerra en que pueda decirle al mago de turno que esté en el poder, que yo y todos mis muertos muggles hemos vuelto para cobrarnos nuestra revancha— comento, así de asqueroso como suena, porque cargar con todos esos cadáveres a cuestas tendría un olor nauseabundo y es un asco tocar carne en descomposición, si me asquea la de los perros muertos, paso de cargar con muertos como desfile por Neopanem. —No necesito de tanto…— lo pienso mejor, — ¿para que cargar con muertos? Bastaría con agarrar a esas personas que aprobaron las leyes de esclavitud y arrojarlas a un pozo común con todos nuestros muertos. ¿No tienen uno en el mercado? Bien, arrojarlos allí…— digo. Cruzo una sonrisa por mi rostro para sacarle la gravedad a mi tono y palmeo su coronilla. —No quiero darte pesadillas, mejor cambiemos de tema.
Vuelvo a reacomodarme la capucha sobre los rulos mojados cuando el viento nos sacude, la ropa que traigo puesta no es suficiente para pasar el fresco y creo que podría pillarme un resfriado para el que no tenemos medicamentos. Tendré que pasar por el mercado negro antes de regresar al sitio donde nos estamos quedando con mi familia, así que será un largo camino de vuelta. —Yo que tú no esperaría nada de la gente de aquí— digo, honesta como puedo serlo, —en el mercado nos dejan claro que somos poco menos que basura, no encontrarás un ejército en gente que piensa que lo es. Si quieres que te diga que pienso, de Neopanem nunca verás emerger ejércitos de salvación, ni siquiera entre sus muertos. Pero siempre quedan las fronteras, de todo lo que está más allá. Yo sé que vendrán de ahí… Neopanem es mierda en su centro, si hay que limpiarla vendrá de afuera— señalo con mi mano más allá del vertedero lleno de lodo, del tejido derruido, de un horizonte lleno de nubes negras. —Solo asegúrate de estar vivo para cuando eso suceda, de sobrevivir al día al día…— repito.
— No — contesto de inmediato — Pero creo que no tendría sentido. ¿El barro no es fácil de destruir? No veo cómo un ejército de barro pueda ser útil contra un montón de armas mágicas avanzadas — por favor, estoy siendo demasiado pesimista, pero no puedo evitar ser un poquitito lógico. El arrojar al montón de políticos que ha ocasionado esto a un pozo común, sin varitas ni medio para salir, suena un poco mejor, aunque la imagen mental es tan desagradable que apenas me percato de cómo es que me palmea la cabeza — Debes ser esas chicas góticas que aman leer historias de terror y gore, ¿no es así? De seguro tienes una cabeza reducida guardada en tu bolsillo y le hablas por las noches. ¿Cómo se llama? ¿Johnny? ¿Robert? — aventuro, molestándola con el tono de voz que alguien utilizaría para fastidiar con algún interés amoroso y no la bizarreada que estoy montando para cambiar de tema.
Estoy cada vez más frío, solo espero no enfermarme a causa de esto; no puedo arreglar todo lo que he arruinado si no soy capaz de moverme por un ataque de mocos asesinos — O sea, quienes decir que la ayuda vendrá de tu distrito invisible de muertos, esos que se supone que están más allá de las fronteras y que corren desnudos por un campo de maíz — ya, eso me lo he inventado, pero creo que va muy bien con la imagen idílica que la gente tiende a usar para describir al catorce. Tiemblo un poco, frotándome los brazos con rapidez — Yo no espero nada de la gente de aquí, hace tiempo he dejado de creer que pueden hacer otra cosa además de decepcionarme. Pero es bueno soñar… al menos un par de veces. Tengo una amiga que es bruja — me encojo de hombros, no voy a dar nombres porque si me oyen pueden meterla en problemas — pero porque no me trata como una bolsa de mierda. Quizá, si hubiesen más personas así… — Por la cara que le pongo, dejo en claro que hasta yo sé que es mucho pedir.
¿Estoy sonando como un niño iluso? Muy probablemente sí. Intento quitarme algo del agua del pelo con un manotazo que no sirve de nada y me obligo a sonreírle, porque creo que lo importante aquí no es mi labio partido, ni los moretones que decoran mi piel — Gracias. Es la primera vez en mucho que hablo con alguien nuevo que no me ve como un mueble defectuoso — porque eso es lo que soy, ni siquiera las extremidades me funcionan bien — Quizá, la próxima vez me encuentre mejor, sin miedos y puedas llevarme contigo. Ya sabes, iremos galopando hacia la puesta de sol hasta llegar a la frontera y NeoPanem se podrá ir a la mierda. No me daría lástima si todo el territorio desapareciera de una buena vez y para siempre — sin magos, sin muggles, todos divididos en un sitio donde nadie nos moleste.
Estoy cada vez más frío, solo espero no enfermarme a causa de esto; no puedo arreglar todo lo que he arruinado si no soy capaz de moverme por un ataque de mocos asesinos — O sea, quienes decir que la ayuda vendrá de tu distrito invisible de muertos, esos que se supone que están más allá de las fronteras y que corren desnudos por un campo de maíz — ya, eso me lo he inventado, pero creo que va muy bien con la imagen idílica que la gente tiende a usar para describir al catorce. Tiemblo un poco, frotándome los brazos con rapidez — Yo no espero nada de la gente de aquí, hace tiempo he dejado de creer que pueden hacer otra cosa además de decepcionarme. Pero es bueno soñar… al menos un par de veces. Tengo una amiga que es bruja — me encojo de hombros, no voy a dar nombres porque si me oyen pueden meterla en problemas — pero porque no me trata como una bolsa de mierda. Quizá, si hubiesen más personas así… — Por la cara que le pongo, dejo en claro que hasta yo sé que es mucho pedir.
¿Estoy sonando como un niño iluso? Muy probablemente sí. Intento quitarme algo del agua del pelo con un manotazo que no sirve de nada y me obligo a sonreírle, porque creo que lo importante aquí no es mi labio partido, ni los moretones que decoran mi piel — Gracias. Es la primera vez en mucho que hablo con alguien nuevo que no me ve como un mueble defectuoso — porque eso es lo que soy, ni siquiera las extremidades me funcionan bien — Quizá, la próxima vez me encuentre mejor, sin miedos y puedas llevarme contigo. Ya sabes, iremos galopando hacia la puesta de sol hasta llegar a la frontera y NeoPanem se podrá ir a la mierda. No me daría lástima si todo el territorio desapareciera de una buena vez y para siempre — sin magos, sin muggles, todos divididos en un sitio donde nadie nos moleste.
—Porque no importaba de qué estaban hechos, era un ejército que de lejos se vio numeroso y así intimidó a sus enemigos— le explico con toda paciencia, como deben hacerlo los mayores más sabios a los menores que todavía no saben mucho sobre tácticas de guerras, claro. Comparto mi sabiduría porque quién sabe si algún día no se le será útil. Si es que hay un día que sea diferente a este en el que estamos condenados a la esclavitud. Sonrío por sus prejuicios hacia mis gustos, no son tan sanguinarios como puede parecer, me gustan las historias que te tienen en vilo, eso es todo. —Se llama Jeremy y lo llevo conmigo a todos lados, ¿quieres que te lo presente?— digo a chiste, escondiendo una mano en el bolsillo de mi sudadera y le muestro mis dientes al sonreír.
Puedo decir que ha entendido mi punto hasta cierta parte, lo del campo de maíz no llegué a imaginarlo y creo que tanto amarillo quemado rompe un poco con la estética mental que tenía de ese asalto de muertos vivos a Neopanem. No se puede imaginar a gusto sin que los niños vengan a hacer su aporte chistoso. —¿Desnudos? Será la guerra, no exhibicionismo. Les exigiré que vayan debidamente vestidos— bromeo, como si se pudiera con algo así, que ha perdido todo sentido y a decir verdad, nunca lo tuvo. ¿Muertos que pelearán por nosotros? No es una novela gore, es un chiste amargo entre dos chicos que se están mojando con la lluvia mientras se terminan las migas de un paquete de galletitas.
Salto de lo alto del automóvil para tirar con fuerza de la manija de la puerta trasera. Hace un ruido horrible, que no me sorprende, el que siga sosteniéndose de sus tornillos es lo que se lleva mi asombro. —Personas así son la excepción, no la regla. Tu amiga, mi familia…— no tiene caso hacer crecer la esperanza, a partir de algo tan pequeño como una única persona con buenas intenciones. —¿Quieres pasar? Sino estarás muerto para mañana y no de los golpes, sino de la gripe. Porque no creo que el bastardo de tu amo te compre medicinas— como para recordarnos lo mierda que pueden ser los magos de Neopanem. Entro primero a la parte trasera del coche y por mal que huela el cuero roto del asiento, es mejor que estar juntando agua entre los rulos. —No tienes nada que agradecer, no soy la clase de basura que te trataría mal por tener una suerte distinta, salimos del mismo mercado y los dos tenemos la marca de una M para no olvidar— digo desde adentro, desprendiendo mis rulos del agarre tirante de un elástico, y cuesta muchísimo con lo húmedos que están.
—Y nada de caballos, espero hacerlo en un buen coche. Uno de carreras. Los caballos se me hacen un poco… no me idealices, ¿sí? Tampoco soy una heroína que anda rescatando a chicos en apuros. Trato de mantener mi trasero a salvo y eso es todo. Pero si te veo, te daré un aventón a donde quieras. Con suerte llegaremos a la frontera y de ahí será correr— puedo verlo tan claro, aunque sea delirante. —Y en tierras desconocidas podrás hacer eso de estudiar y trabajar si es lo que quieres, no te diré como debes vivir tu vida, por aburrida que elijas que sea. Yo criaré cabras—, me recuesto contra el sillón gastado y por un momento dejo de decir tantas tonterías. —Oye, Jim para los amigos… lamento mucho que tus amos sean unas bestias como personas y espero que algún día el tipo que te hizo esto reciba los mismos golpes. Me gusta pensarlo como justicia— susurro.
Puedo decir que ha entendido mi punto hasta cierta parte, lo del campo de maíz no llegué a imaginarlo y creo que tanto amarillo quemado rompe un poco con la estética mental que tenía de ese asalto de muertos vivos a Neopanem. No se puede imaginar a gusto sin que los niños vengan a hacer su aporte chistoso. —¿Desnudos? Será la guerra, no exhibicionismo. Les exigiré que vayan debidamente vestidos— bromeo, como si se pudiera con algo así, que ha perdido todo sentido y a decir verdad, nunca lo tuvo. ¿Muertos que pelearán por nosotros? No es una novela gore, es un chiste amargo entre dos chicos que se están mojando con la lluvia mientras se terminan las migas de un paquete de galletitas.
Salto de lo alto del automóvil para tirar con fuerza de la manija de la puerta trasera. Hace un ruido horrible, que no me sorprende, el que siga sosteniéndose de sus tornillos es lo que se lleva mi asombro. —Personas así son la excepción, no la regla. Tu amiga, mi familia…— no tiene caso hacer crecer la esperanza, a partir de algo tan pequeño como una única persona con buenas intenciones. —¿Quieres pasar? Sino estarás muerto para mañana y no de los golpes, sino de la gripe. Porque no creo que el bastardo de tu amo te compre medicinas— como para recordarnos lo mierda que pueden ser los magos de Neopanem. Entro primero a la parte trasera del coche y por mal que huela el cuero roto del asiento, es mejor que estar juntando agua entre los rulos. —No tienes nada que agradecer, no soy la clase de basura que te trataría mal por tener una suerte distinta, salimos del mismo mercado y los dos tenemos la marca de una M para no olvidar— digo desde adentro, desprendiendo mis rulos del agarre tirante de un elástico, y cuesta muchísimo con lo húmedos que están.
—Y nada de caballos, espero hacerlo en un buen coche. Uno de carreras. Los caballos se me hacen un poco… no me idealices, ¿sí? Tampoco soy una heroína que anda rescatando a chicos en apuros. Trato de mantener mi trasero a salvo y eso es todo. Pero si te veo, te daré un aventón a donde quieras. Con suerte llegaremos a la frontera y de ahí será correr— puedo verlo tan claro, aunque sea delirante. —Y en tierras desconocidas podrás hacer eso de estudiar y trabajar si es lo que quieres, no te diré como debes vivir tu vida, por aburrida que elijas que sea. Yo criaré cabras—, me recuesto contra el sillón gastado y por un momento dejo de decir tantas tonterías. —Oye, Jim para los amigos… lamento mucho que tus amos sean unas bestias como personas y espero que algún día el tipo que te hizo esto reciba los mismos golpes. Me gusta pensarlo como justicia— susurro.
El ruido de la puerta es tan estruendoso que, por un momento, creo que algo se ha roto y me pregunto si alguien va a descubrirnos aquí, cuando es obvio que ninguno de nosotros debería encontrarse en este lugar en primera instancia. Mis ojos se encuentran algo alarmados cuando barro el sitio con la mirada en busca de alguien, posiblemente con una mirada acusadora, fijándose en las dos figuras húmedas, pero me alegra el saber que seguimos estando a solas — Lo sé, me he dado cuenta de que no es una actitud precisamente normal — digo en tono cansino, tomo su invitación y me acerco, echándole primero un vistazo al interior del coche con un vago inclinamiento — Oh, claro. La M de los marginados maravillosos. Somos como una secta, alguna vez dominaremos el mundo como la verdadera mafia. Escribiré una novela sobre ello y me volveré un autor famoso — otra vez más, los delirios de la grandeza que jamás podré tocar.
Me deslizo en el auto, tengo mucho cuidado de no clavarme un resorte que se ha soltado en medio del culo y me trabo un poco cuando mi zapato se engancha en uno de los asientos delanteros, culpa de la suela que se ha despegado. Consigo acomodarme en un rincón, contra una ventana fría y me hago pequeño en mi espacio, ligeramente hundido en busca de la comodidad fantasma de un sitio como este — No voy a idealizarte, no soy tan tonto — me quejo solamente, porque no quiero que me vea como un mocoso lleno de ideas invisibles como su distrito de gente desnuda. Me río porque sí, mi vida imaginaria acabó siendo bastante aburrida, tal vez deba aprender de ella y conseguirme una cabeza reducida — Algún día me lo cobraré — sé que no son palabras bonitas, pero las suelto como si fuesen un bello sueño y me sonrío, cerrando los ojos. Hasta echo la cabeza hacia atrás, haciéndome la imagen mental — Haré que ese sujeto pase por todo lo que yo he tenido que pasar y me rogará que lo deje estar. Si yo no lo hago, puedes prestarme a Jeremy para que lo intimide. Me conformo con solo verlo cagarse en sus pantalones y listo — que me digan vengativo si quieren, pero son magos. Miren lo que han hecho.
Abro un ojo para mirarla de soslayo. El auto tiene un olor inconfundible a humedad y mugre, afuera las lluvias golpean con cada vez más fuerza y tornan este sitio un lugar ruidoso — Podríamos juntarnos aquí de vez en cuando y tratar de arreglar esta chatarra. Si conseguimos que funcione alguna vez, la usaremos para irnos lejos como tú dices que lo harías. ¿Te parece un buen trato? — alocado, pero vale la pena intentar.
Me deslizo en el auto, tengo mucho cuidado de no clavarme un resorte que se ha soltado en medio del culo y me trabo un poco cuando mi zapato se engancha en uno de los asientos delanteros, culpa de la suela que se ha despegado. Consigo acomodarme en un rincón, contra una ventana fría y me hago pequeño en mi espacio, ligeramente hundido en busca de la comodidad fantasma de un sitio como este — No voy a idealizarte, no soy tan tonto — me quejo solamente, porque no quiero que me vea como un mocoso lleno de ideas invisibles como su distrito de gente desnuda. Me río porque sí, mi vida imaginaria acabó siendo bastante aburrida, tal vez deba aprender de ella y conseguirme una cabeza reducida — Algún día me lo cobraré — sé que no son palabras bonitas, pero las suelto como si fuesen un bello sueño y me sonrío, cerrando los ojos. Hasta echo la cabeza hacia atrás, haciéndome la imagen mental — Haré que ese sujeto pase por todo lo que yo he tenido que pasar y me rogará que lo deje estar. Si yo no lo hago, puedes prestarme a Jeremy para que lo intimide. Me conformo con solo verlo cagarse en sus pantalones y listo — que me digan vengativo si quieren, pero son magos. Miren lo que han hecho.
Abro un ojo para mirarla de soslayo. El auto tiene un olor inconfundible a humedad y mugre, afuera las lluvias golpean con cada vez más fuerza y tornan este sitio un lugar ruidoso — Podríamos juntarnos aquí de vez en cuando y tratar de arreglar esta chatarra. Si conseguimos que funcione alguna vez, la usaremos para irnos lejos como tú dices que lo harías. ¿Te parece un buen trato? — alocado, pero vale la pena intentar.
—Esa es la actitud— celebro, no tanto por el optimismo que siempre está detrás de los sueños locos, sino de la capacidad que encontramos de imaginar delirios como estos, cuando sabemos que esta noche volveré con mis padres inventándola una mentira de cómo me perdí por el mercado del doce y a Jim le tocará lidiar con otra tanda de golpes tal vez. «Marginados maravillosos», no sé si puedo reírme siquiera de eso, es pasarse un poco con lo imaginablemente posible, de maravillosos no tenemos. Ese es el problema, ¿no? No somos maravillosos, somos muggles. No tenemos nada que nos haga especial. Es una mierda, pero el mundo gira con esas injusticias. ¿Y lo peor? Es que creo que cuando era una humana libre, es decir cuando tenía menos de cinco años, mi vida era una mierda. Y siendo esclava, después también como fugitiva, estar con mi familia adoptiva hizo que todo fuera más llevadero. Hace mucho di por sentado que hay personas a las que nos toca esta suerte en contramano.
Consigue hacerse un sitio dentro del coche mientras trato de que mis pies queden sobre el hombro del asiento delantero, así no tengo que estar con las piernas apretujadas en el poco espacio que queda entre sillones, estoy cómoda dentro de lo que puede decirse en un automóvil destartalado en un día lluvioso, en el que no me encontré en el camino a ninguno de los chicos que suelen ofrecerme sus hierbas del mercado, pero hay un chico al cual le ofrecería un poco con tal de que se olvide de sus problemas en casa de sus amos. Lo bueno es que parece que no le hace falta, el deseo de venganza en las entrañas puede ser tan bueno para levantar el ánimo. —Si algún día puedes hacerlo, hazlo. ¡Y corre! ¡Corre fuerte hacia la libertad!— exclamo, haciendo cruzar mi brazo por el aire pesado del interior del coche en una línea veloz. Se puede, ¿no?
¿O soy una extraña excepción dando esperanzas a un chico? Y eso hace que lo mire con cierta vacilación, elijo contestarle cuando giro mis ojos hacia el techo corroído del automóvil. — Podría…— murmuro, —no quiero prometerte nada. Se me complicara a veces y creo que aún más complicado lo tendrás tú. Y… ¿sabes cómo arreglar un coche?— esa es la pregunta importante, se ensancha mi sonrisa porque al menos yo no tengo idea. —Necesitas un amigo, ¿es eso, no? ¿Y soy algo así como un espécimen raro por ser una esclava que se escapó que te gustaría volver a ver para saber que es real y no lo soñaste, verdad?— inquiero, alzando un poco la barbilla. —Quieres estar seguro de que esto no es el efecto de ninguna droga. ¡Oye! ¿Eso es lo que viniste a hacer aquí? ¿A drogarte?— lo acuso con mi dedo índice casi encima de su nariz, para desviar el tema.
Consigue hacerse un sitio dentro del coche mientras trato de que mis pies queden sobre el hombro del asiento delantero, así no tengo que estar con las piernas apretujadas en el poco espacio que queda entre sillones, estoy cómoda dentro de lo que puede decirse en un automóvil destartalado en un día lluvioso, en el que no me encontré en el camino a ninguno de los chicos que suelen ofrecerme sus hierbas del mercado, pero hay un chico al cual le ofrecería un poco con tal de que se olvide de sus problemas en casa de sus amos. Lo bueno es que parece que no le hace falta, el deseo de venganza en las entrañas puede ser tan bueno para levantar el ánimo. —Si algún día puedes hacerlo, hazlo. ¡Y corre! ¡Corre fuerte hacia la libertad!— exclamo, haciendo cruzar mi brazo por el aire pesado del interior del coche en una línea veloz. Se puede, ¿no?
¿O soy una extraña excepción dando esperanzas a un chico? Y eso hace que lo mire con cierta vacilación, elijo contestarle cuando giro mis ojos hacia el techo corroído del automóvil. — Podría…— murmuro, —no quiero prometerte nada. Se me complicara a veces y creo que aún más complicado lo tendrás tú. Y… ¿sabes cómo arreglar un coche?— esa es la pregunta importante, se ensancha mi sonrisa porque al menos yo no tengo idea. —Necesitas un amigo, ¿es eso, no? ¿Y soy algo así como un espécimen raro por ser una esclava que se escapó que te gustaría volver a ver para saber que es real y no lo soñaste, verdad?— inquiero, alzando un poco la barbilla. —Quieres estar seguro de que esto no es el efecto de ninguna droga. ¡Oye! ¿Eso es lo que viniste a hacer aquí? ¿A drogarte?— lo acuso con mi dedo índice casi encima de su nariz, para desviar el tema.
— ¿Las cosas no se aprenden haciéndolas? — pregunto, porque creo que esa es la ley que ha manejado mi vida desde que tengo memoria. Jamás me han enseñado demasiado, he aprendido sobre la marcha y lo que nadie me explicó, lo he descubierto y, sobre todo, buscado en internet. Si puedo trabajar en cada cosa que me ponen dentro de mi casa, puedo arreglar un auto roto. Lo que me ofende es que me acuse de usar todo esto como una excusa para tener un amigo, le doy un manotazo para apartar su dedo de mi nariz y busco hacerme el desinteresado — No digas tonterías. ¿Tengo aspecto de alguien que se droga? Apenas y sé lo que es un medicamento — ella no necesita que se lo aclare, la gente como nosotros no tiene acceso a drogas tan básicas como las medicinas, como para acabar con algo incluso más costoso o complicado de encontrar — ¿O dices que me he golpeado la cabeza tan fuerte al venir que estoy alucinando? Debe ser eso. Ninguna persona que crea en la libertad fingiría demencia cuando le das una oportunidad… ¿O acaso eres cobarde? — solo por fastidiarla, le imito el sonido de una gallina.
El viento provoca que una rama caiga de vaya a saber dónde y golpee el techo, lo que me llama la atención por un momento como para dejar de mirarla. Tengo intenciones de asomar la cabeza para ver qué tanto está lloviendo, es tonto pensar que alguien en casa se debe estar preguntando dónde diablos debo estar — Al menos que tú tengas alguna droga, dudo mucho de que pueda ver esto como una ilusión y solo diré que te llenaste la boca hablando de escapes, pero que no te atreves a armar un coche conmigo. Pues bien, que lástima — no me importa mucho el clima, empujo la puerta de mi lado y, para variar, cae con fuerza al suelo y se interna en el barro. Bueno, supongo que otra cosa que arreglar en caso de que cambie de opinión — Vengo aquí cada tanto, cuando necesito pensar. Si tú quieres encontrarme, ya sabes dónde encontrarme. Si no… pues adiós — y sí, cuando me levanto y empiezo a caminar lento, lo hago solo para ver si ha cambiado de opinión o solo me dejará ir. Hasta la miro sobre el hombro y todo, que la lluvia debería darle el toque dramático.
El viento provoca que una rama caiga de vaya a saber dónde y golpee el techo, lo que me llama la atención por un momento como para dejar de mirarla. Tengo intenciones de asomar la cabeza para ver qué tanto está lloviendo, es tonto pensar que alguien en casa se debe estar preguntando dónde diablos debo estar — Al menos que tú tengas alguna droga, dudo mucho de que pueda ver esto como una ilusión y solo diré que te llenaste la boca hablando de escapes, pero que no te atreves a armar un coche conmigo. Pues bien, que lástima — no me importa mucho el clima, empujo la puerta de mi lado y, para variar, cae con fuerza al suelo y se interna en el barro. Bueno, supongo que otra cosa que arreglar en caso de que cambie de opinión — Vengo aquí cada tanto, cuando necesito pensar. Si tú quieres encontrarme, ya sabes dónde encontrarme. Si no… pues adiós — y sí, cuando me levanto y empiezo a caminar lento, lo hago solo para ver si ha cambiado de opinión o solo me dejará ir. Hasta la miro sobre el hombro y todo, que la lluvia debería darle el toque dramático.
—No voy a detenerte si quieres colocarte detrás del volante de un coche que vaya a saber si uniste los cables correctos…— me encojo de hombros, —yo estaré guiándote desde afuera— digo. No estoy hablando en serio, debe saberlo, en general no sé si algo de todo lo que decimos es en serio. ¿En serio quiere reparar un automóvil? ¿Este automóvil que apenas si tiene una sombra? Acerca una herramienta a su motor y éste seguro que se reduce a polvo. Poner esperanzas en este cacharro es aún más delirante que esperar que nos devuelvan el derecho a la libertad y la comparación es válida. Me incorporo un poco, bajando mis pies de vuelta a lo que se supone que es piso del coche entre asientos, pero veo un par de agujeros que se van haciendo más grandes por lo corroído del metal. Finjo indignarme de que me llame cobarde, hago el amague de propinarle un puñetazo en el hombro. —¡Oye! En serio estás buscando que te deje morado el otro ojo, ¿es lo que buscas?— me río y eso desbarata por completo mi intento de ser bravucona con él.
Tiro mi brazo hacia atrás para buscar una comodidad inexistente en este asiento, y de todas formas me arrellano, no será real, pero puedo hacer la pose. — Me he perdido un poco y estoy casi segura que yo tampoco metí ninguna droga en mi boca— digo, que no le veo la asociación directa a armar el coche y a las revoluciones por la libertad. Sí, supongo que dije que iría a rescatarlo en un coche, ¿es eso? Estoy perdiendo el hilo hasta de mis propias tonterías y mi sonrisa se ensancha cuando saco la cabeza del automóvil, que se ha quedado sin puerta en medio de la salida dramática del chico. Por un momento creo que se irá, ¡se irá de verdad! Pues, bien, no lo voy a retener y si se cree que es hora de volver a casa… Me río cuando lo descubro mirando por encima de su hombro, tengo medio cuerpo fuera del techo del coche y vuelve a caerme la lluvia sobre mi cabeza. —¡Trataré de volver, Jim para los amigos!— le prometo, —y entonces repararé contigo este coche a la libertad—, alzo mi dedo pulgar como lo he visto hacer a no sé quién en el mercado. —Cuenta conmigo— aseguro. Doy por hecho de que volveré en un par de ocasiones, al menos para mirar si lo encuentro, y muy probablemente mayores serán las veces en que nos desencontremos. Así que no está equivocado en decir «adiós», pero los que vivimos de las esperanzas de lo que podría venir, reemplazamos esa palabra con alguna promesa, así hay una razón para volver.
Tiro mi brazo hacia atrás para buscar una comodidad inexistente en este asiento, y de todas formas me arrellano, no será real, pero puedo hacer la pose. — Me he perdido un poco y estoy casi segura que yo tampoco metí ninguna droga en mi boca— digo, que no le veo la asociación directa a armar el coche y a las revoluciones por la libertad. Sí, supongo que dije que iría a rescatarlo en un coche, ¿es eso? Estoy perdiendo el hilo hasta de mis propias tonterías y mi sonrisa se ensancha cuando saco la cabeza del automóvil, que se ha quedado sin puerta en medio de la salida dramática del chico. Por un momento creo que se irá, ¡se irá de verdad! Pues, bien, no lo voy a retener y si se cree que es hora de volver a casa… Me río cuando lo descubro mirando por encima de su hombro, tengo medio cuerpo fuera del techo del coche y vuelve a caerme la lluvia sobre mi cabeza. —¡Trataré de volver, Jim para los amigos!— le prometo, —y entonces repararé contigo este coche a la libertad—, alzo mi dedo pulgar como lo he visto hacer a no sé quién en el mercado. —Cuenta conmigo— aseguro. Doy por hecho de que volveré en un par de ocasiones, al menos para mirar si lo encuentro, y muy probablemente mayores serán las veces en que nos desencontremos. Así que no está equivocado en decir «adiós», pero los que vivimos de las esperanzas de lo que podría venir, reemplazamos esa palabra con alguna promesa, así hay una razón para volver.
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