Los fuegos artificiales estallan sobre las cabezas de los ciudadanos, robando sus vítores y exclamaciones al iluminar la escena con la gracia de los colores. La música orquestal de la sinfónica del Capitolio es la encargada de lucirse en el escenario principal, montado delante de las puertas del Ministerio de Magia, llenando de ritmo una noche en la cual miles de ciudadanos se han movilizado para participar de las festividades de Nimue, en honor a un grupo de brujas caídas en el fuego en una injusticia histórica cientos de años atrás, a manos de la ignorancia de los muggles. Una tradición que clamaba la justicia cumplida sobre las vidas de un puñado de pobres brujas, una noche en la cual celebraban que los deseos de aquellas mujeres habían podido ser cumplidos tras una lucha que parecía haber sido eterna.

Como en toda buena fiesta, algunos borrachos bailaban en las calles y las personas se apiñaban entre risas, tratando de alcanzar a echarle un vistazo a las figuras importantes que se movían detrás de las vallas de seguridad. Las cámaras se encontraban en lo alto, transmitiendo segundo a segundo para aquellos que deseaban seguir la celebración desde la comodidad de sus hogares, muchos por no haber podido movilizarse al centro de la capital del país. La bandera de NeoPanem brillaba en lo alto, del negro y rojo entrecruzado por las varitas que ondeaban en la tela sacudida por la ligera brisa. Siendo una fecha festiva, las actividades ministeriales habían finalizado al mediodía para que la jornada fuese disfrutada por absolutamente todos. Aún así, podían verse algunas siluetas dentro de las luces encendidas del edificio, a los aurores caminando entre la multitud para mantener el orden y la impaciencia pintada en algunos rostros.

El Capitolio y el mundo mágico estaban de fiesta. Y las luces brillantes siempre son la mejor distracción.

Me encuentro arrastrada por la multitud en lo que la mayoría huyen de las criaturas que salen desperdigadas por ambos lados del recinto, a excepción de los que se ven envueltos en luchar directamente contra ellas. No tengo mucha opción a correr, uno porque ya he perdido a todos con los que vine y dos porque una acromántula se me viene de frente a una velocidad que me es imposible esquivarla. Por un momento se me olvida que he traído mi arma conmigo, hasta que un choque contra algo metálico es suficiente aviso para colocarme en disposición a dispararle a la araña. Le doy de lleno en uno de los ojos, dejándola confusa y chillando por unos segundos pero lejos de estar muerta.

Nos arrastro entre la multitud varita en mano, alzando la mirada de un lado para otro pero sin poder divisar nada más que pánico. La gente corre en todas las direcciones, huyendo, siendo víctima de alguna criatura o simplemente tratando de ayudar a sus seres queridos. Lo que me recuerda que tengo a Ariadna afianzada entre mi brazo, pero un animal del tamaño de un león enorme me obliga a empujarla hacia un lado para evitar que le de con sus zarpas de lleno a mi sobrina. - ¡Cuidado! - Grito, aunque suena algo más a una señal para que salga de aquí mientras yo me encargo. Apunto mi varita directamente sobre la criatura, casi gritando un conjuro como si de esa manera fuera a tener más efecto. Afortunadamente, el hechizo le deja aturdido el tiempo suficiente para que pueda apartar a gente del camino en lo que vuelvo a enfundar la varita.

Los recuerdos de la última vez que luché contra uno de estos bichos están demasiado presentes en mi cabeza para descentrarme de cualquier cosa que no sean sus pinzas, las cuales apenas soy capaz de distinguir entre el polvo que cae del cielo y la propia oscuridad de la noche. Eso, y entre la gente que me empuja y proporciona golpes por todos lados con tal de huir, hace que tome un fallo y la bala apenas roce la criatura. Por el contrario, le da los segundos suficientes para abalanzarse. Le propino un golpe con la parte delantera del fusil cuando ella misma trata de clavarme una de sus patas, cayendo torpemente al suelo.

No tengo tiempo de alcanzar a ver la melena de mi sobrina porque el rugido de la quimera se lleva mi atención por completo. La protección por los míos es lo que me impulsa a elevar mi varita contra la criatura en lo que mis pulmones se llenan de aire y el polvo se acumula en mis ojos. - ¡Salgan! ¡Corran hacia la salida! - Le digo al grupo de magos que se han acurrucado en una esquina, moviendo mi muñeca y mis brazos hacia ambos lados mientras lanzo un conjuro de protección para darles la opción a correr. Mi siguiente hechizo se lo vuelve a llevar el león, pero que, lejos de acabar con ella, apenas sufre daño.