OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Ese domingo me levanto más temprano de lo normal, nadie en la casa está despierto, de modo que lo único que se escucha son sus respiraciones al pasar por sus habitaciones y mis pisadas chocar contra el suelo mientras me aventuro a la cocina. Nunca suelo hacer nada especial para desayunar porque los cereales están demasiado a mano como para ponerme a preparar otra cosa, por lo que lo habitual es un desayuno bastante simple con un vaso de zumo, si es que tenemos.
Esa mañana tengo una motivación para hacer algo distinto. Hace semanas que fue el cumpleaños de mi hija, pero por motivos que ahora mismo no consigo recordar, acabó siendo un día normal. No es que tengamos muchas oportunidades para celebraciones aquí en el 14, bastante tenemos con conseguir las necesidades básicas como para encima tener que añadir cumpleaños, bodas o lo que sea. Sin embargo, me supo mal no poder dedicarle ni siquiera un par de horas a hacer que se sintiera de alguna forma especial, no todos los días se cumplen trece años.
Por esa razón intento no hacer mucho ruido cuando empiezo a sacar ingredientes y platos de los estantes. Como he dicho, no le dedico mucho tiempo a la cocina, aunque he observado a Derian realizar esta misma receta como para saber hacerla por mi cuenta. Las tortitas tampoco son muy complicadas de elaborar, a fin de cuentas, con tal de no quemarlas el resto está hecho. Y es cierto, porque al cabo de veinte minutos tengo amontonadas las suficientes como para alimentar a medio distrito. No son las más bonitas, se supone que tienen que parecer más doradas y menos grumosas, pero dado que he tenido que intercambiar algunos ingredientes por otros parecidos, tendrá que bastar.
Murph aparece por la puerta cuando estoy colocando la última tortita sobre su plato. Por su cara puedo descifrar que se acaba de despertar, o también que está perpleja de que yo esté haciendo algo más que tostadas. - Buenos días. - murmuro, esbozando una ligera sonrisa. Mientras se deja caer en la silla le acerco un plato cargado de calorías, junto con mermelada y lo poco que tenemos de chocolate líquido. - Sé que nunca llegamos a celebrar tu cumpleaños, pero te lo recompensaré. - me acerco al armario donde guardo un pequeño paquete envuelto y lo poso sobre la mesa junto a ella. En escasas ocasiones consigo acompañar a Ben a otros distritos, pero el precio que hay que pagar en el mercado negro para conseguir un libro como ese es bastante alto, por lo que espero que Derian no se percate de que faltan algunas cosas por la casa. - Hoy tenemos el día entero para nosotras, solo tú y yo, ¿qué opinas? - Me dejo caer en el sitio a su lado - A no ser que pienses que soy demasiado vieja para ti. - Aunque estoy segura de que actúo más como una adolescente que ella.
Esa mañana tengo una motivación para hacer algo distinto. Hace semanas que fue el cumpleaños de mi hija, pero por motivos que ahora mismo no consigo recordar, acabó siendo un día normal. No es que tengamos muchas oportunidades para celebraciones aquí en el 14, bastante tenemos con conseguir las necesidades básicas como para encima tener que añadir cumpleaños, bodas o lo que sea. Sin embargo, me supo mal no poder dedicarle ni siquiera un par de horas a hacer que se sintiera de alguna forma especial, no todos los días se cumplen trece años.
Por esa razón intento no hacer mucho ruido cuando empiezo a sacar ingredientes y platos de los estantes. Como he dicho, no le dedico mucho tiempo a la cocina, aunque he observado a Derian realizar esta misma receta como para saber hacerla por mi cuenta. Las tortitas tampoco son muy complicadas de elaborar, a fin de cuentas, con tal de no quemarlas el resto está hecho. Y es cierto, porque al cabo de veinte minutos tengo amontonadas las suficientes como para alimentar a medio distrito. No son las más bonitas, se supone que tienen que parecer más doradas y menos grumosas, pero dado que he tenido que intercambiar algunos ingredientes por otros parecidos, tendrá que bastar.
Murph aparece por la puerta cuando estoy colocando la última tortita sobre su plato. Por su cara puedo descifrar que se acaba de despertar, o también que está perpleja de que yo esté haciendo algo más que tostadas. - Buenos días. - murmuro, esbozando una ligera sonrisa. Mientras se deja caer en la silla le acerco un plato cargado de calorías, junto con mermelada y lo poco que tenemos de chocolate líquido. - Sé que nunca llegamos a celebrar tu cumpleaños, pero te lo recompensaré. - me acerco al armario donde guardo un pequeño paquete envuelto y lo poso sobre la mesa junto a ella. En escasas ocasiones consigo acompañar a Ben a otros distritos, pero el precio que hay que pagar en el mercado negro para conseguir un libro como ese es bastante alto, por lo que espero que Derian no se percate de que faltan algunas cosas por la casa. - Hoy tenemos el día entero para nosotras, solo tú y yo, ¿qué opinas? - Me dejo caer en el sitio a su lado - A no ser que pienses que soy demasiado vieja para ti. - Aunque estoy segura de que actúo más como una adolescente que ella.
Es súper pronto pero como siempre, mis ojos se abren en cuanto algo de luz entra por la ventana. No me molesta, más bien todo lo contrario. Me gusta aprovechar cada momento del día y acostarme sabiendo que he exprimido al máximo las 16 horas que se me han dado. De esas dieciséis, es probable que me pase la mitad leyendo. No es por mí, sino porque todos los momentos del día parecen ser el momento perfecto para ello. Cuando te vas a dormir, después de comer, después de cenar, después de merendar, antes de dormir, antes de comer, antes de entrenar, después de entrenar... En fin, todo lo que lleve un antes o un después parece ser el mejor instante. Incluido después de despertarse. Como siempre me despierto antes que todos y no quiero levantarme y empezar a hacer ruido por todas partes intentando hacerme un desayuno que en realidad no sé cómo narices hacer, me quedo en la cama y leo. Tengo muy bien cronometrado el tiempo que pasa desde que me despierto - casi todos los días a la misma hora, es mi reloj biológico - hasta que se levantan Derian y mi madre, pero hoy algo es diferente.
Por un momento creo que algo va mal. Siempre que cualquier detalle se sale de la normalidad pienso que algo va mal. Entrecierro el libro cuando escucho unos pies descalzos sobre el suelo, preocupada, pero me calmo en cuanto consigo distinguir su ritmo. No es el tipo de ritmo que llevarían unos pies que pretenden ir rápido, con urgencia. Es más bien el tipo de ritmo que llevarían si pretenden ser sigilosos. Por alguna razón que no comprendo algo me dice que debo hacerme la dormida, aún cuando soy consciente de que todos saben de mis lecturas diurnas. Cuando los pasos bajan a la cocina estoy tan concentrada descifrando lo que hacen que asumo que ya no voy a concentrarme en el libro, por lo que lo vuelvo a posar en la mesilla. Una vez deduzco que esa persona está haciendo un desayuno, la sola idea me da hambre.
Bajo no sin antes asearme un poco en el baño y me sorprendo al ver a mi madre con un plato de tortitas recién hechas. Ladeo la cabeza aunque no pongo ninguna objeción - Buenos días, mamá - Me acerco a ella y me abrazo a su cintura como modo de agradecerle que haya esto esto, aunque no entiendo el por qué hasta unos segundos después, cuando me siento a la mesa para disfrutar de tan inusual manjar. - Mamá... No tenías por qué hacerlo - Me rasco la nuca y bajo la mirada, sintiéndome excesivamente halagada. - Es sólo un día más - Digo encogiéndome de hombros. La verdad es que mi cumpleaños nunca se ha celebrado de una manera demasiado especial, y nunca se me ha hecho necesario. - Pero gracias de todas formas - Cojo algunas y las lleno de chocolate hasta que ya no sé distinguir dónde está la tortita. Un día es un día, desde luego. - Opino que me encantaría pasar el día con una vieja como tú - Me río sonoramente dejando claro que es una broma aunque estoy tan ocupada comiendo que ni siquiera levanto la cabeza para asegurarme de que lo ve. - ¿Qué haremos? - Ni siquiera me molesto en acabar de tragar la comida, está demasiado rica como para pensar que cuando trague este bocado tendré el suficiente tiempo como para decir la frase completa sin haberme metido ya más en la boca.
Por un momento creo que algo va mal. Siempre que cualquier detalle se sale de la normalidad pienso que algo va mal. Entrecierro el libro cuando escucho unos pies descalzos sobre el suelo, preocupada, pero me calmo en cuanto consigo distinguir su ritmo. No es el tipo de ritmo que llevarían unos pies que pretenden ir rápido, con urgencia. Es más bien el tipo de ritmo que llevarían si pretenden ser sigilosos. Por alguna razón que no comprendo algo me dice que debo hacerme la dormida, aún cuando soy consciente de que todos saben de mis lecturas diurnas. Cuando los pasos bajan a la cocina estoy tan concentrada descifrando lo que hacen que asumo que ya no voy a concentrarme en el libro, por lo que lo vuelvo a posar en la mesilla. Una vez deduzco que esa persona está haciendo un desayuno, la sola idea me da hambre.
Bajo no sin antes asearme un poco en el baño y me sorprendo al ver a mi madre con un plato de tortitas recién hechas. Ladeo la cabeza aunque no pongo ninguna objeción - Buenos días, mamá - Me acerco a ella y me abrazo a su cintura como modo de agradecerle que haya esto esto, aunque no entiendo el por qué hasta unos segundos después, cuando me siento a la mesa para disfrutar de tan inusual manjar. - Mamá... No tenías por qué hacerlo - Me rasco la nuca y bajo la mirada, sintiéndome excesivamente halagada. - Es sólo un día más - Digo encogiéndome de hombros. La verdad es que mi cumpleaños nunca se ha celebrado de una manera demasiado especial, y nunca se me ha hecho necesario. - Pero gracias de todas formas - Cojo algunas y las lleno de chocolate hasta que ya no sé distinguir dónde está la tortita. Un día es un día, desde luego. - Opino que me encantaría pasar el día con una vieja como tú - Me río sonoramente dejando claro que es una broma aunque estoy tan ocupada comiendo que ni siquiera levanto la cabeza para asegurarme de que lo ve. - ¿Qué haremos? - Ni siquiera me molesto en acabar de tragar la comida, está demasiado rica como para pensar que cuando trague este bocado tendré el suficiente tiempo como para decir la frase completa sin haberme metido ya más en la boca.
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En ocasiones me siento culpable por no poder darle una vida mejor a mi hija. Una en la que no tenga que esconderse o aprender a defenderse de alguien que quiera hacerle daño, una vida que no requiera entrenar a diario para su propia supervivencia, debería tener derecho a crecer en un ambiente adecuado a su edad. Claro que teniendo en cuenta las circunstancias en las que estamos, esto es lo más seguro que puedo darle. Es lo que más se asemeja a un hogar para Murph, quizás no solo sea para mí, pero ella ha crecido en este lugar, no recuerda otras caras que no sean las que ha visto aquí. Su vida es todo lo que la mía no es, y eso es razón suficiente como para que no cometa ninguna estupidez.
Nunca pasamos demasiado tiempo juntas como para que me fije en los aspectos que tiene que la hacen parecida a mí cuando tenía su edad, pero aunque culpe a mi no tan ajetreada agenda, en el fondo sé que la verdad tras esa excusa es que no quiero descubrir qué tenemos común. Suena ridículo, debería conocer lo suficiente a mi hija como para saber en qué se parece a mí. Sin embargo, la simple idea de recordarme a mí misma siendo adolescente me aterra. - Come más despacio, te vas a atragantar. Parece que no has comido en una semana. - El comentario tiene efecto durante dos segundos antes de que vuelva a atacar las tortitas haciendo caso omiso de lo que le acabo de decir.
Ante su comentario solo puedo soltar una mueca. Que piense que su cumpleaños no es más que un día cualquiera me hace sentir aún peor. Sé que soy un fracaso como madre, cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de eso, pero hasta el punto de hacer que tu hija no se sienta especial ni el día en que nació es cruel por mi parte. - No hay de qué... - Digo en un tono bajo agachando un poco la cabeza mientras suspiro. Resulta triste que ni a su propia madre se le ocurran unas palabras de consolación para decir en estos momentos.
Cuando pregunta que vamos a hacer me quedo en blanco, ¿qué narices hacen los adolescentes de trece años? Cuando yo tenía esa edad estaba demasiado ocupada odiando a Allen como para tener tiempo libre. A mi cabeza vuelve el pensamiento de que soy una madre terrible por no saber lo que le gusta a mi hija aparte de leer libros. Quizás sea esa la razón por la que nunca hemos llegado a tener la confianza que deberíamos de tener. Cada vez que estoy con ella, momentos incómodos como este me recuerdan lo mal que hago mi trabajo, y para no tener que lidiar con la misma situación, la evito. Es más o menos lo que me pasa con todo el mundo.
- Podemos atiborrarnos a tortitas todo el día, ir a pescar al lago, ¿hace demasiado frío para nadar? - Eso último no lo puede rechazar porque no es la primera vez que la encuentro llegando a casa con el pelo completamente mojado, y no exclusivamente por que haya llovido. - Podríamos acercarnos al bosque a ver qué encontramos, sé que metiste un conejo en casa la semana pasada. - Creo que se piensa que no me fijé en el rastro de paja que iba de la entrada a su cuarto. - Es tu día de suerte porque hoy no me voy a negar a nada.
Nunca pasamos demasiado tiempo juntas como para que me fije en los aspectos que tiene que la hacen parecida a mí cuando tenía su edad, pero aunque culpe a mi no tan ajetreada agenda, en el fondo sé que la verdad tras esa excusa es que no quiero descubrir qué tenemos común. Suena ridículo, debería conocer lo suficiente a mi hija como para saber en qué se parece a mí. Sin embargo, la simple idea de recordarme a mí misma siendo adolescente me aterra. - Come más despacio, te vas a atragantar. Parece que no has comido en una semana. - El comentario tiene efecto durante dos segundos antes de que vuelva a atacar las tortitas haciendo caso omiso de lo que le acabo de decir.
Ante su comentario solo puedo soltar una mueca. Que piense que su cumpleaños no es más que un día cualquiera me hace sentir aún peor. Sé que soy un fracaso como madre, cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de eso, pero hasta el punto de hacer que tu hija no se sienta especial ni el día en que nació es cruel por mi parte. - No hay de qué... - Digo en un tono bajo agachando un poco la cabeza mientras suspiro. Resulta triste que ni a su propia madre se le ocurran unas palabras de consolación para decir en estos momentos.
Cuando pregunta que vamos a hacer me quedo en blanco, ¿qué narices hacen los adolescentes de trece años? Cuando yo tenía esa edad estaba demasiado ocupada odiando a Allen como para tener tiempo libre. A mi cabeza vuelve el pensamiento de que soy una madre terrible por no saber lo que le gusta a mi hija aparte de leer libros. Quizás sea esa la razón por la que nunca hemos llegado a tener la confianza que deberíamos de tener. Cada vez que estoy con ella, momentos incómodos como este me recuerdan lo mal que hago mi trabajo, y para no tener que lidiar con la misma situación, la evito. Es más o menos lo que me pasa con todo el mundo.
- Podemos atiborrarnos a tortitas todo el día, ir a pescar al lago, ¿hace demasiado frío para nadar? - Eso último no lo puede rechazar porque no es la primera vez que la encuentro llegando a casa con el pelo completamente mojado, y no exclusivamente por que haya llovido. - Podríamos acercarnos al bosque a ver qué encontramos, sé que metiste un conejo en casa la semana pasada. - Creo que se piensa que no me fijé en el rastro de paja que iba de la entrada a su cuarto. - Es tu día de suerte porque hoy no me voy a negar a nada.
Intento disfrutar de este momento porque se que no se va a repetir en mucho tiempo. No es como si en esta casa todos los días para desayunar nos reunamos como una familia feliz a comer tortitas con sirope, huevos revueltos, bacon y salchichas. No somos ese tipo de familia, en realidad ni siquiera se podría decir que somos una familia oficialmente. Sé que Derian no es mi padre, al menos no mi padre biológico, y nunca entendí muy bien la relación que tiene con mi madre, pero sé que no es algo romántico. Parecen solo dos personas que han vivido mucho juntas y que intentan criar a una adolescente que en realidad se considera a sí misma ya criada. Pensando en ello se me viene una idea a la cabeza que desecho casi de forma automática pero que aún así no para de darme vueltas por la mente.
No, Derian no es mi padre biológico, pero siempre he querido saber quién es. Cada vez que saco el tema mi madre y yo terminamos gritándonos y haciéndonos el vacía la una a la otra por semanas, hasta que se nos olvida por qué estábamos enfadadas y todo vuelve a la normalidad. Decido que no es el momento para estropear lo que parece un día prometedor aunque me mate la curiosidad. Sonrío cuando escucho sus sugerencias sobre todo lo que podemos hacer por la tarde para celebrar juntas mi cumpleaños atrasado. Mientras me sirvo más tortitas y vuelvo a llenarlas de todo el sirope que cabe en el plato pienso en la última frase que ha dicho. "Es tu día de suerte porque hoy no me voy a negar a nada." A nada... - Me gusta la idea de nadar. Podríamos llevar algo de merienda y comerla allí - Dejo la frase un poco en el aire antes de convencerme a mí misma para hacerlo.
Ha dicho que hoy no se negará a nada, y nada incluye mis eternas preguntas. Carraspeo un segundo y hago un esfuerzo extra por tragar un bocado excesivamente grande de tortitas, notando como incluso me hace algo de daño al pasar por mi garganta. - Oye, mamá, ya que dices que no te negarás a nada - Dejo el tenedor sobre el plato y la miro a los ojos, seria pero a la vez ilusionada. - Tal vez hoy podrías hablarme de mi padre ¿no? Su nombre, dónde está, si vive o no... - A medida que voy hablando voy bajando el tono de mi voz hasta que el final es casi inaudible. Me estaba arrepintiendo de preguntárselo justo cuando pronuncié la palabra padre y vi como su nariz se arrugaba al mismo tiempo que su ceño, pero era demasiado tarde para rectificar. Soy una persona tozuda, como ella, y nunca me cansaré de intentar averiguar de dónde vengo.
No, Derian no es mi padre biológico, pero siempre he querido saber quién es. Cada vez que saco el tema mi madre y yo terminamos gritándonos y haciéndonos el vacía la una a la otra por semanas, hasta que se nos olvida por qué estábamos enfadadas y todo vuelve a la normalidad. Decido que no es el momento para estropear lo que parece un día prometedor aunque me mate la curiosidad. Sonrío cuando escucho sus sugerencias sobre todo lo que podemos hacer por la tarde para celebrar juntas mi cumpleaños atrasado. Mientras me sirvo más tortitas y vuelvo a llenarlas de todo el sirope que cabe en el plato pienso en la última frase que ha dicho. "Es tu día de suerte porque hoy no me voy a negar a nada." A nada... - Me gusta la idea de nadar. Podríamos llevar algo de merienda y comerla allí - Dejo la frase un poco en el aire antes de convencerme a mí misma para hacerlo.
Ha dicho que hoy no se negará a nada, y nada incluye mis eternas preguntas. Carraspeo un segundo y hago un esfuerzo extra por tragar un bocado excesivamente grande de tortitas, notando como incluso me hace algo de daño al pasar por mi garganta. - Oye, mamá, ya que dices que no te negarás a nada - Dejo el tenedor sobre el plato y la miro a los ojos, seria pero a la vez ilusionada. - Tal vez hoy podrías hablarme de mi padre ¿no? Su nombre, dónde está, si vive o no... - A medida que voy hablando voy bajando el tono de mi voz hasta que el final es casi inaudible. Me estaba arrepintiendo de preguntárselo justo cuando pronuncié la palabra padre y vi como su nariz se arrugaba al mismo tiempo que su ceño, pero era demasiado tarde para rectificar. Soy una persona tozuda, como ella, y nunca me cansaré de intentar averiguar de dónde vengo.
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No pasan ni cinco minutos antes de que me arrepienta de mis propias palabras. Debí haberme imaginado que aprovecharía cualquier ocasión o momento de debilidad para atacarme con las mismas preguntas que lleva haciéndome toda su vida. Nunca bastarán las innumerables veces que me niegue a confesarle una verdad que prefiero olvidar. Ahora que es lo suficientemente mayor como para pensar por sí misma sin tener la influencia de nadie, no puedo controlar que quiera saber acerca de su historia. Aunque mis cejas parecen juntarse y la pequeña sonrisa que hace unos segundos le brindaba a mi hija desaparece, marcando el enfado en mi rostro, no es preocupación lo que me perfora por dentro, sino terror a lo que el recuerdo del pasado pueda provocar en nuestras vidas. He pasado mucho tiempo tratando de abandonar ese dolor como para que ella lo desentierre solo porque tenga curiosidad.
- ¿Por qué quieres saber de él? - Creo que he dejado suficientemente claro en antiguas ocasiones que hablar de ese tema está prohibido, y aunque mi excusa principal sea porque quiero protegerla de alguien que no movería un dedo por ella, en realidad es porque ni yo estoy segura de poder soportarlo. - Nada que te cuente sobre él va a hacer que cambie la forma que tenemos de vivir. - Digo de forma cortante como si eso fuera motivo suficiente como para ni siquiera intentarlo. Me levanto de la silla para acercarme a la encimera y empezar a recoger los platos sucios, antes de darme cuenta de que quizás me haya pasado. - Oye, yo... - Comienzo llevándome una de mis manos a la frente y girándome hacia ella cargando con la culpabilidad bajo mis hombros. - ¿A qué viene tanta curiosidad de repente? - Aunque tenía la intención de disculparme, las palabras se entrelazan en mi cerebro lo suficiente como para acabar soltando esa pregunta. Antes era mucho más fácil desviar su atención a motivos menos importantes, mientras que ahora no pasa una semana sin que discutamos por el mismo tema.
A veces siento que no puedo comprenderla, o que no quiero hacerlo, sea lo que sea me cuesta entender por qué se comporta de esa manera. Siempre hemos sido ella y yo, somos lo único que necesitamos. Me pregunto si actúa de esa manera porque no soy la figura que esperaba tener de una madre. Sé que no soy perfecta, que quizás debería dedicarle más tiempo del que le doy, que no debería ocultarle una parte tan importante de mi vida, porque también es la suya. ¿Pero como hacerlo sin romper todo lo que he tratado de construir en estos últimos años? Aunque no me crea, la distancia que existe entre nosotras me duele más a mí que a ella. No la culpo por querer conocer su pasado, su tozudez me recuerda a la mía cuando tenía su edad, pero no entiendo qué puede hacer esa información para cambiar su forma de ver las cosas.
- ¿Por qué quieres saber de él? - Creo que he dejado suficientemente claro en antiguas ocasiones que hablar de ese tema está prohibido, y aunque mi excusa principal sea porque quiero protegerla de alguien que no movería un dedo por ella, en realidad es porque ni yo estoy segura de poder soportarlo. - Nada que te cuente sobre él va a hacer que cambie la forma que tenemos de vivir. - Digo de forma cortante como si eso fuera motivo suficiente como para ni siquiera intentarlo. Me levanto de la silla para acercarme a la encimera y empezar a recoger los platos sucios, antes de darme cuenta de que quizás me haya pasado. - Oye, yo... - Comienzo llevándome una de mis manos a la frente y girándome hacia ella cargando con la culpabilidad bajo mis hombros. - ¿A qué viene tanta curiosidad de repente? - Aunque tenía la intención de disculparme, las palabras se entrelazan en mi cerebro lo suficiente como para acabar soltando esa pregunta. Antes era mucho más fácil desviar su atención a motivos menos importantes, mientras que ahora no pasa una semana sin que discutamos por el mismo tema.
A veces siento que no puedo comprenderla, o que no quiero hacerlo, sea lo que sea me cuesta entender por qué se comporta de esa manera. Siempre hemos sido ella y yo, somos lo único que necesitamos. Me pregunto si actúa de esa manera porque no soy la figura que esperaba tener de una madre. Sé que no soy perfecta, que quizás debería dedicarle más tiempo del que le doy, que no debería ocultarle una parte tan importante de mi vida, porque también es la suya. ¿Pero como hacerlo sin romper todo lo que he tratado de construir en estos últimos años? Aunque no me crea, la distancia que existe entre nosotras me duele más a mí que a ella. No la culpo por querer conocer su pasado, su tozudez me recuerda a la mía cuando tenía su edad, pero no entiendo qué puede hacer esa información para cambiar su forma de ver las cosas.
Por unos segundos todo queda en silencio, lo que me hace pensar que mis preguntas van a pasar al olvido de forma evidentemente intencionada. Nunca ha respondido ninguna pregunta que tenga la palabra padre en su formulación, y las formas de eludirla son, como poco, originales. Le he intentado sacar información tantas veces que ya me sé de memoria las formas que tiene de ignorarme, cambiar de tema o simplemente mandarme a la mierda y decir que en esta casa no está permitido hablar de él. Esta vez optaba por la de que me ignoraría sin más, por lo que sigo comiendo de forma más lenta y desganada mientras le doy vueltas a las mil maneras en las que podría insistir sin llegar a nada, como siempre. Es por ello que cuando escucho su voz levantarse un poco más de lo normal, me sorprendo. No es una respuesta, pero al menos puedo seguir con el tema, lo que significa seguir intentándolo.
Se me quita el apetito por completo, así que suelto el tenedor cuando acabo de escuchar todos sus reproches sobre mi evidente y comprensible curiosidad. El ruido que hace al chocar contra el plato con más fuerza de lo que pretendía le da un énfasis a mi enfado que tampoco pretendía dar, pero que ahora que está ahí contribuye a que enfade todavía más. Ya no puedo seguir teniendo paciencia, si ella no la tiene conmigo y me suelta todo sin filtros, es el día de que lo haga yo también. - ¿De verdad es tan raro que una niña de trece años quiera saber de dónde viene? - Lejos ha quedado la idea de pasar el día juntas como madre e hija felices, merendar, nadar y celebrar un cumpleaños que al parecer a las dos nos da igual. - No te estoy pidiendo nada del otro mundo, sólo un nombre, un apellido, un lugar... Incluso me valdría con una maldita inicial. ¡Algo! ¡Cualquier cosa! - Alzo el tono bastante más de lo que debería, y no suelo hacerlo casi nunca. Para eso siempre he tenido mucha paciencia, tampoco es que me haya quedado más alternativa, pero hoy se me ha acabado.
Me levanto de la silla dándole un ligero empujón y poniéndome de pie frente a mi madre. - Que tú acabases mal con él no te da derecho a negarme la oportunidad de tener un padre - Al salir de mi boca noto como si las palabras fueran cuchillos que cortan la tensión palpable del ambiente y llegan hasta ella. Al momento siento que me arrepiento un poco, pero la rabia me consume y no me detengo ahí. - Eres una egoísta, Alice. - Ni siquiera me sale llamarla mamá en este momento. - Merezco una explicación y no me moveré de aquí hasta que la tenga -Me cruzo de brazos y mantengo el ceño fruncido. Cuando algo se me mete en la cabeza no paro hasta poder conseguirlo, y esto es algo que lleva rondándome demasiado tiempo como para poder seguir así. Esta tozudez la he sacado de ella, según dice todo el mundo, por lo que no debería parecerle tan raro.
Se me quita el apetito por completo, así que suelto el tenedor cuando acabo de escuchar todos sus reproches sobre mi evidente y comprensible curiosidad. El ruido que hace al chocar contra el plato con más fuerza de lo que pretendía le da un énfasis a mi enfado que tampoco pretendía dar, pero que ahora que está ahí contribuye a que enfade todavía más. Ya no puedo seguir teniendo paciencia, si ella no la tiene conmigo y me suelta todo sin filtros, es el día de que lo haga yo también. - ¿De verdad es tan raro que una niña de trece años quiera saber de dónde viene? - Lejos ha quedado la idea de pasar el día juntas como madre e hija felices, merendar, nadar y celebrar un cumpleaños que al parecer a las dos nos da igual. - No te estoy pidiendo nada del otro mundo, sólo un nombre, un apellido, un lugar... Incluso me valdría con una maldita inicial. ¡Algo! ¡Cualquier cosa! - Alzo el tono bastante más de lo que debería, y no suelo hacerlo casi nunca. Para eso siempre he tenido mucha paciencia, tampoco es que me haya quedado más alternativa, pero hoy se me ha acabado.
Me levanto de la silla dándole un ligero empujón y poniéndome de pie frente a mi madre. - Que tú acabases mal con él no te da derecho a negarme la oportunidad de tener un padre - Al salir de mi boca noto como si las palabras fueran cuchillos que cortan la tensión palpable del ambiente y llegan hasta ella. Al momento siento que me arrepiento un poco, pero la rabia me consume y no me detengo ahí. - Eres una egoísta, Alice. - Ni siquiera me sale llamarla mamá en este momento. - Merezco una explicación y no me moveré de aquí hasta que la tenga -Me cruzo de brazos y mantengo el ceño fruncido. Cuando algo se me mete en la cabeza no paro hasta poder conseguirlo, y esto es algo que lleva rondándome demasiado tiempo como para poder seguir así. Esta tozudez la he sacado de ella, según dice todo el mundo, por lo que no debería parecerle tan raro.
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El chirriante sonido que produce el choque del tenedor con el cristal hace que frunza ligeramente el ceño en dirección a Murphy. Independientemente de si se le ha resbalado o lo ha hecho a propósito, ese simple gesto hace que le preste la suficiente atención como para darme cuenta de que no va a resultar tan fácil como otras veces disuadirla del tema en el que nos estamos metiendo. - ¡Precisamente por eso! ¡Porque tienes trece años y no tienes ni idea de como funciona el mundo, ni de lo cruel que puede llegar a ser! - Esa es otra de las desventajas, o ventajas, que tiene el catorce. Acostumbrados a vivir ajenos a lo que está pasando en la otra punta del país, hemos acabado escondiéndonos de lo que tiene lugar allí en vez de hacerle frente. Como madre, o al menos un intento de ello, mi tarea es protegerla de todo lo que pretende hacerla daño, y si eso significa tener que ocultar información acerca de quién es, lo haré.
- ¡No me levantes la voz! Sigo siendo tu madre. - Nunca suelo gritarle a mi hija porque de normal, suele ser una buena chica, incluso cuando está de mal humor. Pero cuando empieza a exigirme datos que no puedo responder, no porque no quiera, que también, sino porque algunos los desconozco, no puedo evitar tensar los músculos de mi cuerpo ante la remota posibilidad de que ambas nos estamos pasando la una con la otra. Yo por gritarle primero, y ella por seguirme la bola. - ¡Dime qué diferencia hará que sepas su nombre! ¿Crees que aparecerá de la nada solo porque conozcas quién es? - Ni siquiera sé si está casado, muerto o algo peor, sin embargo tampoco me importa lo más mínimo y desde luego no me provoca insomnio por las noches. No entiendo porqué tiene el efecto contrario en Murphy, la hija de Eowyn tampoco tiene ni idea de quién es su verdadero padre, y no le monta este griterío a su madre cada vez que tiene ocasión.
Si no fuera por la seriedad que de repente se plasma en la conversación, no habría podido controlar la risa irónica que está a punto de escaparse de mis labios y que consigo transformar en una mueca antes de que sea demasiado tarde. - ¿Oportunidad de tener un padre? - Estoy tan atónita que necesito repetirlo en voz alta. - ¿De qué narices estás hablando? Jamás tuviste un padre porque a la primera de cambio salió corriendo. - Eso técnicamente no ocurrió así, él tuvo la ocasión de verla crecer durante un año escaso, pero lo que sí es verdad es que en vez de afrontar la situación como yo esperaba que lo hiciera, nos delató incluso antes de que pudiera explicar mis razones. En ese momento me doy cuenta de que lo poco que ha escuchado Murphy acerca de su padre no cumple con sus expectativas, lo que me da un poco de esperanza a que este tema termine ahí.
Eres una egoísta, Alice. No sé si es el hecho de que pronuncia mi nombre o que me llame algo que no soy, pero ese comentario resulta un bofetón en la cara que de saber lo que se siente, probablemente el dolor me habría cruzado todo el cuerpo. Sorprendentemente, su crítica tiene el efecto opuesto en mí, y en vez de ponerme a dar voces como creía que haría, suspiro para recargar mi paciencia y hablar con una tranquilidad que también creía perdida. - ¿Qué explicación prefieres? ¿La de como hizo que tu abuelo muriera o la de como reaccionó cuando se enteró de que tu madre es humana? - Dios, en estos momentos me arrepiento de no haber aprendido de la sutilidad de Allen a la hora de hablar, presintiendo como acabo de fastidiar mi intento de no perder la cabeza.
Y lo que más me molesta por dentro, no es el haber sacado a su padre en la conversación, sino que esa sea el primer contacto que Murphy tenga con mi vida anterior. No conoce nada acerca de donde nací, ni donde me crie, así como tampoco tiene ni idea de la cantidad de veces que cambié de hogar durante mi infancia y adolescencia; ni siquiera sabe sobre Allen ni sobre que él es la verdadera razón por la que estudié medicina y no porque "era lo que más se necesitaba en el catorce", una mentira que le conté para no tener que mencionar algo tan importante para mí. La única razón por la que no conoce nada sobre quiénes fueron ellos es porque no quiero tener que soportar escucharla hablar de personas que nunca conocerá y sitios a los que no podrá ir. ¿Soy egoísta por no querer que se ilusione con algo que jamás podrá tener?
- ¡No me levantes la voz! Sigo siendo tu madre. - Nunca suelo gritarle a mi hija porque de normal, suele ser una buena chica, incluso cuando está de mal humor. Pero cuando empieza a exigirme datos que no puedo responder, no porque no quiera, que también, sino porque algunos los desconozco, no puedo evitar tensar los músculos de mi cuerpo ante la remota posibilidad de que ambas nos estamos pasando la una con la otra. Yo por gritarle primero, y ella por seguirme la bola. - ¡Dime qué diferencia hará que sepas su nombre! ¿Crees que aparecerá de la nada solo porque conozcas quién es? - Ni siquiera sé si está casado, muerto o algo peor, sin embargo tampoco me importa lo más mínimo y desde luego no me provoca insomnio por las noches. No entiendo porqué tiene el efecto contrario en Murphy, la hija de Eowyn tampoco tiene ni idea de quién es su verdadero padre, y no le monta este griterío a su madre cada vez que tiene ocasión.
Si no fuera por la seriedad que de repente se plasma en la conversación, no habría podido controlar la risa irónica que está a punto de escaparse de mis labios y que consigo transformar en una mueca antes de que sea demasiado tarde. - ¿Oportunidad de tener un padre? - Estoy tan atónita que necesito repetirlo en voz alta. - ¿De qué narices estás hablando? Jamás tuviste un padre porque a la primera de cambio salió corriendo. - Eso técnicamente no ocurrió así, él tuvo la ocasión de verla crecer durante un año escaso, pero lo que sí es verdad es que en vez de afrontar la situación como yo esperaba que lo hiciera, nos delató incluso antes de que pudiera explicar mis razones. En ese momento me doy cuenta de que lo poco que ha escuchado Murphy acerca de su padre no cumple con sus expectativas, lo que me da un poco de esperanza a que este tema termine ahí.
Eres una egoísta, Alice. No sé si es el hecho de que pronuncia mi nombre o que me llame algo que no soy, pero ese comentario resulta un bofetón en la cara que de saber lo que se siente, probablemente el dolor me habría cruzado todo el cuerpo. Sorprendentemente, su crítica tiene el efecto opuesto en mí, y en vez de ponerme a dar voces como creía que haría, suspiro para recargar mi paciencia y hablar con una tranquilidad que también creía perdida. - ¿Qué explicación prefieres? ¿La de como hizo que tu abuelo muriera o la de como reaccionó cuando se enteró de que tu madre es humana? - Dios, en estos momentos me arrepiento de no haber aprendido de la sutilidad de Allen a la hora de hablar, presintiendo como acabo de fastidiar mi intento de no perder la cabeza.
Y lo que más me molesta por dentro, no es el haber sacado a su padre en la conversación, sino que esa sea el primer contacto que Murphy tenga con mi vida anterior. No conoce nada acerca de donde nací, ni donde me crie, así como tampoco tiene ni idea de la cantidad de veces que cambié de hogar durante mi infancia y adolescencia; ni siquiera sabe sobre Allen ni sobre que él es la verdadera razón por la que estudié medicina y no porque "era lo que más se necesitaba en el catorce", una mentira que le conté para no tener que mencionar algo tan importante para mí. La única razón por la que no conoce nada sobre quiénes fueron ellos es porque no quiero tener que soportar escucharla hablar de personas que nunca conocerá y sitios a los que no podrá ir. ¿Soy egoísta por no querer que se ilusione con algo que jamás podrá tener?
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